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El forastero

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Rutina

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El forastero

Cierto día, un desconocido me visitó y amablemente me preguntó: —¿Trabajas en el río Rojo de Vida? —Sí, también es mi hogar. —Entonces debes conocer muy bien estas tierras, pues el río de vida llega a cada rincón del territorio. —Efectivamente. —Soy un viajero, vengo de zonas remotas, he visitado muchos puertos y en este puerto debo llegar a las dos torres. ¿Serías tan gentil de llevarme allá a través del río Rojo de Vida? —¿Las dos torres? —dije extrañado, pues no entendí a qué se refería.

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Sonrió y amigablemente dijo: —Ustedes las llaman pulmones.

Ante tal amabilidad del forastero, no me pude negar, así que acepté. —¿Cuál es tu ocupación? —me preguntó. —Soy un guardián, mi tarea es proteger el territorio. Me llaman Glóbulo Blanco. —¡Por supuesto, por eso vives en el río de vida y eliminas invasores nocivos! —Y tu ocupación, ¿cuál es? —le pregunté.

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Historias confinadas

—Soy un artista. —¿Artista? ¿Qué clase de artista? ¿Escultor, pintor? —De todo. Cuando visito nuevos territorios y realizo mi obra, esta supera cualquier obra realizada antes ahí.

Continuamos el viaje en silencio. El forastero veía como cada componente del territorio funcionaba perfectamente, permitiendo la vida. No me dijo su nombre, no le pregunté. No quise interrumpir al amable artista, tan diferente a los nocivos personajes que regularmente eliminaba en defensa del territorio.

Llegamos a destino. Se quedó contemplando las dos torres que imponentes se erguían ante nosotros. —Ahora debo continuar solo, pronto podrás contemplar mi obra en todo su esplendor.

Y se alejó internándose en las torres. Esperé pacientemente. Horas después, regresó. Una triunfal expresión llenaba su rostro. —He realizado mi obra. Ahora debo marcharme en busca de nuevos puertos para continuar mi misión.

Lo acompañé a la salida del territorio y se marchó volando en una esfera líquida.

Lleno de curiosidad, regresé a los pulmones. Quería ver su obra. Repentinamente todo empezó a cambiar: los pulmones colapsaban, cada rincón del territorio se ensombrecía, la luz de vida se extinguía. Este bello territorio que había protegido toda mi vida, diligentemente, empezaba a morir. Entonces, descubrí al forastero. Me había engañado, valiéndose de la mutación había ocultado su tenebrosa identidad. El amable artista era en verdad un asesino serial

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llamado COVID-19, su obra era la destrucción del ser humano, sin distinción de raza, estatus o religión, partiendo por los insensatos e incautos que le permitían la entrada a su interior.

Yo también moría.

Ricardo Luna Belmae

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