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No soy un robot

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Rutina

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No soy un robot

Era un hecho: por más que las autoridades llamaran a la calma, el panorama resultaba ser demoledor. Así lo estaba viviendo Carmen, quien durante los últimos meses había visto derrumbarse el sueño de su pastelería.

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Tantos años soportando labores precarias con tal de sacar adelante a su hija y, a la vez, ir juntando cada pesito disponible para destinarlo al ahorro de su proyecto. A sus cuarenta años, Carmen veía que aquella acogedora pastelería ubicada en una esquina del centro de la ciudad, se convertía en un espejismo.

Su comuna entró en cuarentena y ella en la desesperación. Valentina, su hija, había decidido recientemente congelar sus estudios universitarios, ya que prefirió ayudarla a encontrar alguna forma de salir a flote. A pesar de que su hija se mostraba decidida, Carmen seguía sin poder aceptar esta realidad que, una vez más, las ponía a prueba. Entonces, Valentina encendió el televisor. Ahí se encontró con la noticia de que la idea de sacar el 10% de su AFP se hacía cada vez más real, pero no quería ilusionarse.

Días más tarde, Carmen volvió a trabajar en sus preparaciones y Valentina se encargó de organizar los repartos. En eso estaban, cuando en las noticias vieron a un par de hombres influyentes diciendo que harían todo lo posible por

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Historias confinadas

impedir que la gente sacara su 10%, ya que era una amenaza para el sistema y las futuras pensiones de la gente.

Ante la evidente incertidumbre de su madre, Valentina le sugirió que ingresaran a la página web de la AFP. Así, Carmen podría tener alguna idea de cuánto dinero podría obtener si esto resultaba. Sin embargo, nunca pudo acceder. Cada vez que llegaba a la confirmación que decía “No soy un robot” la página se caía. Era como si no le creyeran… ¿Y si realmente era un robot? ¿Y si todos los años que trabajó antes de cumplir su sueño la volvieron una autómata, incapaz de conectarse con su sentir? ¿Hace cuánto no se daba una pausa para respirar profundo?

Esa noche las poblaciones se organizaron y salieron a protestar con sus mascarillas puestas. Hubo cacerolazos y barricadas en el sector. Madre e hija se unieron a sus vecinos, a pesar de la distancia. Carmen sostuvo su olla pequeña, comenzó a golpearla con fuerza y empezó a gritar reiteradamente: “¡No soy un robot!”. Su voz se hizo enorme y esperanzadora, en medio del fuego y los aplausos.

Romina Anahí Cerda Allende

Cuando el aislamiento nos une | 171

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