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Amargo subconsciente
Amargo subconsciente
Desde que empezó la cuarentena, muchas veces he soñado con las personas que más extraño y posibles escenarios de una vuelta a la vida exterior.
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Esta vez, la historia era que volvía a la universidad a encontrarme con mis amigos y amigas. También estaba “él”, pero extrañamente multiplicado por cuatro. Sospecho que era uno por cada personalidad que demostró tener. Las cuatro versiones nos buscaban e insistían a todos para saludarlo. Como si nada hubiese pasado. Era invasivo y actuaba normal, incluso más seguro de sí mismo que antes.
Nadie atinaba a nada.
No es primera vez que aparece. Ni soy la primera de mi grupo de amigos y amigas que sueña con “él”. Supongo que es parte de la vida y del subconsciente soñar con personas que alguna vez quisiste, independiente del daño. Y, especialmente en cuarentena, en que los sueños son el único escape de esta realidad tan asfixiante, y expresan, aunque no siempre, nuestros deseos y temores.
Se sentía muy real. El tacto, las emociones. Los cálidos abrazos que nos dimos. También esos besos, más cargados que nunca de tanto extrañarnos. Pero mi sistema digestivo mental me traicionó y pude sentir cómo “él” hacía ese gesto de “amiga” que acostumbraba a hacer, el de saludarme
Cuando el aislamiento nos une | 123
mientras tomaba mis manos, cruzando sus dedos fríos con los míos. Era evidente la incomodidad, el malestar, nuestra pena. ¿Miedo quizás? Eso manifestaban los rostros que recuerdo.
Era latente su cinismo, mi nerviosismo y rabia por no atreverme a enfrentarlo y decirle todo lo que pensábamos. Quería que supiera que nos habíamos dado cuenta de lo que hizo, por más que intentó disfrazarlo con sus historias llenas de romanticismo. La impotencia por tener que actuar como que nunca pasó lo que había pasado, se quedó en mí, incluso luego de ese agobiante “castigo onírico”. Arruinó una de las pocas experiencias satisfactorias que podía tener en cuarentena. Quiero creer que de forma involuntaria.
Lo sentí todo. Y aún lo siento escribiendo esto.
Desperté y el reloj casi no había avanzado. Logré dormir treinta minutos exactos.
Muy poco tiempo para algo que, si bien trajo sensaciones tan bonitas que extraño, como sentir el cuerpo y la presencia de las personas que quiero, también desbordó en lo angustiante e intenso. Media hora para sentir tanto, después de meses de encierro sintiendo nada.
Makarena Celedón Jorquera
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Historias confinadas