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Dentro de mi guarida

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Rutina

Rutina

Dentro de mi guarida

Todos nos alejamos un viernes trece. Qué ironía que me encanten las películas de terror y que nuestras vidas se hayan transformado en un film de este peculiar género del cine, desde esa fecha. Las puertas se cerraron en nuestras narices y está prohibido abrirlas, por lo que me tuve que crear una rutina.

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Ejercicio: sudar y apenas respirar se ha convertido en el enemigo de mi ansiedad e inquietud. Cuando mi cuerpo sufre, mis músculos se tensan y mi corazón se acelera. Casi se me olvida que han pasado cuatro meses.

Estudiar: es difícil concentrarse. ¿Dónde quedó nuestro futuro? Supongo que sólo a mi cerebro le encanta la idea de ojear mis lecturas obligatorias.

Comer: mientras yo como, otros pasan hambre.

Tomar agua: se supone que mantiene mi organismo funcionando. Y si estoy todo el día sentada, ¿igual lo necesitaré?

Leer: escapar de la realidad.

Tocar guitarra: me gustaría ser experta, usar la terraza como escenario y cantarles a mis vecinos. Quizás la música es lo único que nos mantiene cuerdos.

Ver televisión: no las noticias porque me duele el estómago y el pecho… qué se puede hacer salvo ver películas sobre cómo cantan los del grupo “La máquina de hacer pájaros”.

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Historias confinadas

Nos apuntamos con el dedo, está prohibido ser feliz, pero al mismo tiempo, ¿cómo es posible serlo? Con la sonrisa de mi mamá, el abrazo de mi pololo, el ronroneo de mi gato, las risas de mi hermana y la voz de los que amo y están lejos.

Cuando salgo a la calle tengo miedo, más del que usualmente tenía cuando no existía el virus. La gente tiene hambre, la gente tiene temor y eso los acarrea a dejarse llevar. La incertidumbre hace eco en mi mente.

Hay días en que me gusta imaginar que los muebles, las tazas y mis zapatos me hablan. Dicen que respire hondo y que todo va a estar bien, que soy una persona afortunada porque no tengo hambre, no tengo frío, sin embargo, es inevitable dejarse llevar por las paredes. Las paredes son las enemigas en mi imaginación y murmuran todo lo contrario.

Los rayos del Sol no entran por mi ventana, pero sueño que sí lo hacen y siento su calor sobre mi piel que con el pasar de los meses perdió su color.

Miro a mi gato, ronronea y no tiene idea.

Nicole Elise Polanco Zijl

Cuando el aislamiento nos une | 153

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