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Cada noche
Cada noche
Me desperté dormido. Miré el reloj. 4:32 decían los números digitales. Era AM. Me levanté de la cama con energía limitada y carente de dirección, estirando los brazos al contacto de una respuesta. El despertador sonó luego en medio de un sueño, de esos que uno no recuerda.
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Llevo 123 días en cuarentena contados a diario en un despertar común cada día.
Intento instalarme en el computador. Soy parte de una llamada clase media urbana de la capital. Tengo educación, pero no bienes. Sí recursos, inútiles en este encierro.
Voy a barrer la vereda. Es temprano y la ciudad no despierta, menos en estas condiciones. Sólo pasan desolados los vehículos de la rigurosidad. Menos de los habituales, más de los que deberían pasar.
Las hojas de plátano oriental, secas y café, empastaron el suelo del concreto gris. Es como si el viento silbara la desolación de una pandemia compleja en la que pocos irrespetan lo que muchos involuntariamente acatan. Se siente un respiro de decepción y de incertidumbre.
No veo a otros humanos en ese pasar. Mas me deja esa sensación de normalización, falsa calma.
Entré sin lista de planes del día. Intento cumplir las condiciones, pero los permisos no permiten mi movimiento.
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Historias confinadas
Podría haber una bonificación a los responsables, pero no. No funciona así, es la pata coja de una mesa artesanal.
Corrió el día y yo, con mis brazos estirados, en el frío escritorio de vidrio. Hasta que termino la jornada, otra vez. Me acuesto con mis pensamientos: abundantes y disparatados imaginando ciencia ficción en el realismo más brutal que nos domina.
Pero mi criterio se confunde. Pienso malas cosas de buena gente y buenas cosas de mala gente. La voluntad perdida en una repetición de escenas inalterables ante la desgracia.
Cierro los ojos pensando en un mañana mejor. Quizás menos afectado.
No sé qué hora es. Mi celular, que me pareció imprescindible una vez, está reposando con pantalla negra en un sillón más allá. Por cierto, la hora pasó de ser un referente. Ahora es como un símbolo de algo que se recuerda en una añoranza mental.
El pie izquierdo gira inquieto bajo las sábanas. El inconsciente, a sabiendas del confinamiento, me prevé de una nueva noche de martirio. Caí, desatendiendo esos mensajes en el cansancio del ocio.
Eran las dos veintidós esta vez, cuando el actuar de mis párpados cortaron el placer de la vigilia.
José Tomás Ferretti Fernández
Cuando el aislamiento nos une | 101