Cada noche
Me desperté dormido. Miré el reloj. 4:32 decían los números digitales. Era AM. Me levanté de la cama con energía limitada y carente de dirección, estirando los brazos al contacto de una respuesta. El despertador sonó luego en medio de un sueño, de esos que uno no recuerda. Llevo 123 días en cuarentena contados a diario en un despertar común cada día. Intento instalarme en el computador. Soy parte de una llamada clase media urbana de la capital. Tengo educación, pero no bienes. Sí recursos, inútiles en este encierro. Voy a barrer la vereda. Es temprano y la ciudad no despierta, menos en estas condiciones. Sólo pasan desolados los vehículos de la rigurosidad. Menos de los habituales, más de los que deberían pasar. Las hojas de plátano oriental, secas y café, empastaron el suelo del concreto gris. Es como si el viento silbara la desolación de una pandemia compleja en la que pocos irrespetan lo que muchos involuntariamente acatan. Se siente un respiro de decepción y de incertidumbre. No veo a otros humanos en ese pasar. Mas me deja esa sensación de normalización, falsa calma. Entré sin lista de planes del día. Intento cumplir las condiciones, pero los permisos no permiten mi movimiento. 100 | Historias confinadas