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Viaje al inframundo
Viaje al inframundo
Estoy preparada. Cubro mi rostro para resistir el azufre, las cenizas y otras pestes infernales. Emprendo mi odisea.
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Bajo y bajo escaleras entre muros estrechos, formando una espiral. Me adentro en la oscuridad. No puedo fallar en esta misión, mas debo convencer al feroz guardia, ese perro de tres cabezas y cola de serpiente, para entrar al inframundo. Es peligroso, pero si todo sale bien estaré muy pronto de vuelta en la tierra de los vivos. Mientras desciendo, preparo mis palabras.
“Oh, can Cerbero, permíteme la entrada a los infiernos. No romperé las reglas de Hades y saldré antes de que canten los gallos”.
“Vengo de las alturas, donde el tiempo es eterno. Allá los días son siempre iguales, y todos nosotros, poco a poco, envejecemos”.
“Los espectros de mis padres han aparecido frente a mí, pero no puedo tocarlos, no puedo sentirlos. Permíteme entrar a los infiernos y responder a su llamado”.
He llegado a las profundidades. Me acerco al temible can Cerbero. —Don Luis, ¿tiene el recibo de los gastos comunes del 2205? —¡Señorita Carla! Casi no la reconozco con la mascarilla. Aquí tiene. ¿Cómo están sus papitos? —Bien, justo ahora voy a su casa a dejarles unas cositas. En la mañana hablamos por videollamada y me contaron
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Historias confinadas
que están cortos de comida, pero prefiero ir yo para que no salgan... —Claro, qué bueno que los ayude usted... ¿Sacó permiso, cierto? Mire que están fiscalizando que se cumpla la cuarentena. —Sí, acá lo tengo. —Ya pues. Vaya con cuidado, no se vaya a contagiar.
La reja se abre rechinando. Me adentro en los infiernos.
Mariana Ardiles Thonet
Cuando el aislamiento nos une | 141