El Hilo de Ariadna #2 Homenaje Póstumo al maestro Huberto Batis

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Año 1 - Núm.2 - CDMX Octubre de 2018

colaboran

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Benigno Espinosa Calderón Gonzalo Valdés Medellín Miguelángel Díaz Monges Malú Huacuja del Toro

Andrés de Luna Gonzalo Vélez Catalina Miranda Lucía Rivadeneyra b

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APEBAS Marco Antonio Campos Vega Fernando M. Díaz Jorge García Campos EKO b

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HUBERTO BATIS (1934-2018)

Fotografía: Catalina Miranda, 2017

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Nedda G. de Anhalt Norma Patiño Marcela Magdaleno Luz García Martínez

Fotografía: Agustín Bátiz Güereca, 1935

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Adiós a Huberto Batis Nedda G. de Anhalt

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e llamo para darte el pésame”, fueron las palabras de la galerista Dulce María Méndez, desde Oaxaca, temprano en la mañana del jueves 23 de agosto. “¿Pésame de qué?”, respondí extrañada… La muerte de un ser querido, aun si es esperada, siempre sorprende. Estos últimos años han sido terroríficos, por la muerte de amigos: Guillermo Samperio, Ramón Xirau, José Luis Cuevas, Raúl Ortiz, Raúl Renán, David Antón, Fernando Szyszlo y Lila, su esposa, Marie José Paz y ahora nuestro admirado Huberto, Huberto Batis en la explanada de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, en 2015 Fotografía: Catalina Miranda

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quien luchó y venció en tantas batallas por su salud como el genuino centauro que era. ¿Acaso tuvo la culpa el cansancio? En la vida de un enfermo llega ese instante en que cuesta mucho vivir, y ese momento ya lo estaba cercando. Cuantas veces pude, fui a visitarlo. La última vez fue hace dos meses. No lo percibí agotado sino frágil. Tenía un dolor en la mano y el antebrazo izquierdos. Traté de arreglar el pequeño cojín y las franelas que suavizaban el apoyo en el sillón. Mi ayuda fue infructuosa. No supe, al ver rodar sobre su mejilla una gruesa lágrima, que ésta hablaba más de lo que callaba. En nada podía ayudarlo, ya no conversábamos como antes. Nos despedimos esa vez ayudados por la visión y el silencio. Nuestras miradas expresaron la tristeza que los dos sentíamos. Batis ha dejado una herencia literaria personal de gran valía, con sus traducciones y con los hallazgos históricos de la época colonial mexicana, y deja una herencia biológica de hijas e hijos, nietas y nietos admirable. También deja otra familia conformada por artistas, literatos y periodistas. Somos los “sabatinos”, muchos han muerto. Catalina Miranda en su nuevo libro titulado Protagonistas del suplemento cultural sábado de unomásuno. Huberto Batis, logró la hazaña de entrevistar a 104 colaboradores. Por cierto, en una de mis visitas, me mostró el primer dummy de este libro; estaba auténticamente feliz, como “niño con juguete nuevo”. Cuando el INBA le hizo un homenaje en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, se proyectó un video donde Batis apareció hablando, y ya casi al final, visiblemente emocionado, nos exhortó a que defendiéramos la Literatura. Pues eso es precisamente lo que muchos sabatinos, y otros que no lo son, estamos haciendo desde diferentes posiciones. Así pues, Batis, puedes estar en paz; te lo mereces. Y yo siempre te guardaré inmenso agradecimiento por el generoso apoyo y la amistad que me brindaste. Tu nombre queda inscrito, muy merecidamente, en la historia cultural del periodismo mexicano. Ciudad de México, 3 de septiembre de 2018


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uberto Batis nació en Guadalajara, Jalisco, en 1934, y falleció en agosto de 2018 en la Ciudad de México, estudió la licenciatura, maestría y doctorado en Letras Españolas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y en El Colegio de México, del que fue becario. Fundó (con Carlos Valdés) y dirigió la revista Cuadernos del Viento (1960-1967). Fue director de la Revista de Bellas Artes (1964-1970); editor y director de la Imprenta Universitaria; corrector de la Revista de la Universidad; director del Boletín de la Facultad de Filosofía y Letras. Colaboró como crítico literario en los suplementos: México en la Cultura de Novedades, La Cultura en México de la revista Siempre!, y en El Heraldo en la Cultura. Es autor de los libros Índices de El Renacimiento (1963); la edición facsimilar de la revista de Altamirano El Renacimiento (UNAM, 1979 y 1993); Estética de lo obsceno (y otras exploraciones pornotópicas) (1983, 84 y 85), Universidades del Estado de México y de Querétaro; Lo que Cuadernos del Viento nos dejó (Editorial Diógenes, 1984, y Lecturas Mexicanas, CNCA, 1994); Por sus comas los conoceréis (Revistas y suplementos culturales), CNCA, 2001; Estética de lo obsceno…, edición corregida y aumentada, Difusión Cultural de la UNAM, 2003; Amor por amor. Leopold y Wanda Sacher-Masoch, Ediciones del Ermitaño, Solar, 2003; Crítica bajo presión. Prosa mexicana 1964-1985, UNAM, 2004; Reseñas al vapor de poesía mexicana (1960-1980), UAM, 2004; Ni edad dorada ni apocalipsis (Prospectiva científica y literaria), Factoría Ediciones, 2004; Huberto Batis, en CD, Colección Palabras al Viento, UAM Xochimilco-Radio Educación, 2005; Estudio Preliminar a los Índices de El Renacimiento. Semanario Literario Mexicano (1869), Ariadna, 2005; La flecha en el arco; La flecha en el aire, La flecha en el blanco, La flecha extraviada, Ariadna, 2006; Memorias del sábado perdido, suplemento de unomásuno (1977-2002), Ariadna, 2007; Henry Miller/Anaïs Nin, Ariadna, 2015, y Virginia Woolf. Selección de los Diarios, Ariadna, 2016.

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Huberto Batis, artífice del mejor suplemento cultural: sábado de unomásuno

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Texto y dibujos de Benigno Espinosa Calderón

iensa siempre en aquellas cosas por medio de las cuales tu ánimo esté tranquilo porque llevas las cinco fábulas ilustradas que te pidió. Para penetrar en la oficina del maestro Huberto Batis puede tomarse un camino corto, preventivo. Era la sabia seña de su secretaria Aída: —¡Hoy está solo! Sería en verdad perfecto para un artista ver con alma de niño los cauces de tu cuerpo, la postura del fotógrafo es tirarse en la alfombra con su cámara para venerar en vida, como diosa, a Mónica Linarte, encaramada y tendida a lo largo, en El Diván. Expresar con claridad la pérdida de un ser querido nos remite a otras latitudes: “El Rabí de Kotzk dijo: ‘La muerte simplemente se mueve de hogar en hogar. Si somos sabios, haremos de nuestra última morada la más bella’”. Confiado en la bondad que a usted distingue hoy siento el desconsuelo por su partida. —Murió Batis —me dice mi hermana Esther al teléfono. —Me muevo, compraré los boletos en ETN. —¡Tal vez no alcances, lo van a cremar. ¡Luego aparece una carroza siniestra en el Twitter con la puntada de Eko, de que van a avivar el fuego con un grueso de suplementos sábado. A fin de que en el seno de la familia pueda comprenderse y llevarse al terreno de la práctica no aludir a familias me propongo, para poder tener una columna en sábado de unomásuno, no mentar madres.

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Hice mis primeros pinos en sábado con el ensayo La Fábula Insurgente Mexicana del 21 de abril de 1990, número 655. La importancia del Diario de México donde la fábula tuvo una presencia sostenida (18051817) los fabulistas insurgentes como José Joaquín Fernández de Lizardi El Pensador Mexicano, Mariano Barázabal El Aplicado, rivalizan con Juan María Lacunza El Inglés, fundador de La Arcadia de México. Su polémica era el buen decir, la pureza del lenguaje y los insurgentes tomaban las voces de los desposeídos y los pelados. En el encabezado del ensayo puse: “Para mi comunidad, Barrio de San Francisco de Uruapan, humillada por caciques cardenistas”. La poetisa Lilia Bautista, que le había llevado una caja de aguacates a Batis, se molestó porque yo aludía a su familia. Don Fernando Gamboa y José Luis Cuevas me hablaron al teléfono preocupados por mi temerario carácter. Don Fernando Gamboa y José Luis Cuevas me invitaron a desayunar a la casa de Cuevas en Galeana 109, San Ángel. Don Fernando Gamboa me propuso una edición de Fábulas Mexicanas, ilustradas por Cuevas, bajo el sello de Fomento Cultural Banamex. En la casa de José Luis Cuevas me entero de que el dibujo mío de la fábula “La obra del genio” lo tomó Cuevas del montículo de periódicos y revistas de la oficina de Batis. La edición no se llevó a cabo porque Cuevas quería tener los créditos como si él hubiera también escrito las fábulas. Tanto Gamboa como Cuevas eran dilectos lectores de sábado. Un día don Fernando Gamboa, como ya había terminado mi Servi-

cio Social —haciéndole síntesis de notas culturales para mi carrera de licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas en la FES Acatlán, UNAM, que por cierto pagaba una miseria—, insinuó que ya no le pidiera favores. “Pensaba invitarte hoy, pero no”. Afortunadamente ese día no fui y se mató él en un accidente automovilístico. El maestro Huberto Batis me pidió que publicara una semblanza “porque el museógrafo Fernando Gamboa te apreciaba mucho”, y publiqué en sábado: “Un dibujo para Fernando Gamboa”. El dibujo “León Felipe en el bosque” que realicé en la Casa del Lago del bosque de Chapultepec engalanó la semblaza. Mi amigo el pintor José Luis Cuevas lo elogió. En el artículo hablo de cómo tenía que tocar en clave cada vez que entregaba mi síntesis noticiosa en la casa del museógrafo Fernando Gamboa, en Durango 79 de la colonia Roma. Era una pinacoteca maravillosa. El grabado de Pablo Picasso “El Minotauro y la doncella” destacaba mucho en la sala. Lo mismo los autorretratos de José Luis Cuevas, siempre con axiomas para defender a Juan García Ponce de los malos críticos. Tal vez en el incendio que acabó el Museo Nacional de Brazilia ayer, hizo falta don Fernando Gamboa, como cuando defendió una exposición de la Plástica Mexicana en Bogotá, Colombia, para no ser pasto de las llamas. De las últimas veces que hablé con José Luis Cuevas ya no lo sentí muy cuerdo. Me decía que el fantasma de don Fernando Gamboa se aparecía en Lomas Virreyes. Hay que recordar que la mitad


de su pinacoteca se subastó en las Galerías López Morton. Una mujer argumentó que ella era dueña de la mitad de las obras que atesoraba don Fernando Gamboa. Toda esta penosa pérdida para el país porque la mayoría de las pinturas salieron de México. Todo esto lo platicamos también con el maestro Huberto Batis que estimaba mucho a don Fernando. En sábado de unomásuno aparecieron colaboraciones y adelantos de don Fernando Gamboa sobre su experiencia como el gran museógrafo que era. También la traída a México del exilio español y los salvoconductos para salvar la vida a joyeros judíos. El cónsul Gilberto Bosques y don Fernando Gamboa fueron ministros plenipotenciarios del gobierno del general Lázaro Cárdenas del Río. A cambio, los joyeros judíos de Amberes entregaron un millón de pesos en diamantes a México. Le comenté a Batis sobre la aparición del fantasma de don Fernando Gamboa, lo cual había dicho José Luis Cuevas. Me dijo Huberto Batis que se lo platicara a Víctor Villela. No me animé a decirle, pero de él salió que hay gente que nace con facultades para ver ángeles que pueden estar sentados cuidando un árbol. “El arte es sobre todo un estado del alma”, lo cuenta el pintor judío francés

Marc Chagall, célebre porque ilustró, con vivos colores, las Fábulas de Jean de La Fontaine. Con el bello y noble oficio de editor, el maestro Huberto Batis discriminaba fotos, elegía dibujos con su tamaño idóneo para el suplemento. Algunos dibujos de mi columna Fábula los he conservado con el número en centímetros que el maestro señalaba con lápiz, en el papel albanene. Podía ser un rebaño de elefantes o un edificio con la estrella de David y una familia en el barrio judío viviendo el Get o el encierro. Huberto Batis me comentó que algunas fábulas eran ininteligibles, pero serenó sus ánimos cuando habló bien de ellas el excelente ensayista Miguelángel Díaz Monges; el pintor José Luis Cuevas me dio un espaldarazo para que siguiera ilustrando y escribiendo fábulas y me dio

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las gracias por haber acudido al homenaje a la queridísima Bertha Cuevas Riestra, su esposa, el cual organizó El Centro Mexicano Israelí, y me pidió que no fuera a caer en el reto que me hacía en El Desolladero, Fernando Nachón, quien decía que él podía escribir mejores fábulas. Aparecía con guantes, aunque no me di por aludido. Era tan arduo el magnífico trabajo de editor del querido maestro Huberto Batis que varias veces le llevé tostadas con champiñones en chile de mata y epazote, de un restaurante de Tlatelolco. Estaban riquísimas. La hermosa Mónica Linarte comió estas delicias de tostadas. Esa vez, el maestro Batis me pidió que guardara mis dibujos y domis de la serie “Fábulas del Mullá Nasrudin” en dos sobres amarillos. Mientras el maestro y Mónica Linarte comían, yo no quitaba los ojos de las torneadas piernas de ella. Mónica me pidió mi libro El Masnavi de Jalaludin Rumi y le comenté que era considerado el Corán en persa. Esta obra ha ejercido un poderoso influjo en la prosa europea y de Occidente. El escritor Jorge Luis Borges reconoció el magisterio del Masnavi en sus obras literarias. Ella lo hojeaba con interés. “Benigno es de Uruapan, de la tierra de Jorge Reyes”, le dijo el maestro. A Jorge Reyes no tuve la fortuna de conocerlo. Ya para despedirme le di un beso a Mónica Linarte y me dijo al oído: “Por qué no te quitas la camisa para que salgas abrazado conmigo en El Diván de sábado. “Mejor así le dejamos”, le dije. No sé si fue venganza de ella. En mi libro del Masnavi de Rumi llevaba una foto de cuando ascendí el Pico de Tancítaro, cargado de nieve, y apareció en El Desolladero de sábado: “Benigno Espinosa Calderón El Abominable Fabulista de las Nieves”. Con frecuencia suele venir a tu encuentro aquello de lo que crees huir. Un viernes, como era la costumbre, llevaba mi colaboración al unomásuno, estaba platicando el poeta uruguayo Enrique Fierro (q.e.p.d.) con Aída. Fierro fue mi maestro en la FES Acatlán. Lo saludo y me dice: “Ahorita te voy a quemar cabrón”. “Ya pasó buen tiempo de eso”, le digo. Y ni modo, le comentó a Batis. “En la ENEP Acatlán les dejé un ensayo sobre la lectura Manual de Zoología Fantástica de Jorge Luis Borges. Benigno me entregó una méndiga hoja con Jorge Luis Borges encaramado en un unicornio como si se estuviera masturbando y lo reprobé”. Huberto Batis soltó la carcajada. No me dijo nada. Tal vez porque llevaba unas ricas quesadillas y manzanas. Batis me pidió que llevara ese dibujo para publicarlo. Nunca lo hallé, lo metí en un ejemplar de Revista de Revistas. Siempre guardaré en mi corazón la sencillez y cariño que tuvo para mis fábulas y dibujos el maestro Huberto Batis. Comenzó a guardarlos en sobres amarillos, tanto dibujos como el domi de la columna Fábula. A raíz de que se perdió un dibujo mío de Benito Mussolini encaramado en una bicicleta para un artículo sobre el fabulista italiano Trilussa, Batis se molestó mucho porque se lo dio en las manos a Víctor Villela, y nunca aparecieron ni el ensayo ni el dibujo. En una mañana de viernes cuando ya no dirigía Huberto Batis el suplemento sábado me encontré por la calle de Holbein al doctor Ignacio Padilla (q.e.p.d.): “¡Hola, Benigno, artista! ¡Batis es irreprochable en su conducta, íntegro con todos nosotros, generoso siempre! ¡No le vayas a llevar tus hermosas fábulas al nuevo director Mauricio Montiel Figueras. Es un personaje siniestro.” Van las fábulas:

UN JUMENTO

LA PÓLVORA

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l Asno, a todo amable impulso del alma, ideaba estrofas. Pero los malos tratos del amo no se merecían una rima sino rebuznos.

EL CERDO EN EL CHARCO

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omo siempre, estaba atareado enturbiando el agua del charco, el Cerdo recibió duras y febriles críticas de la piara: —¡Pobre iluso, él cree devorar a todas las estrellas del vasto cielo!

EL ASNO, EL LEÓN Y EL ZORRO

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s el colmo de la temeridad que condenen lo que no conocen. Entren a la cueva —dijo el León al Asno y al Zorro. —¡Pasa el Asno! —dijo el Zorro. —¿ Y usted Zorro ? —preguntó el León. —Yo me quedo para contar la Historia.

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l Mullá Nasrudín que vivía cuando era niño en el Barrio Judío de Praga, al narrar cómo un cohete derribó el artesón de su casa y echó a sus padres que leían el Shajarit, la Oración de Mañana, comentó: —Es la primera vez que veo a mis padres salir tomados de la mano.

INÚTILES

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asrudín entró a la Asamblea y vio a dos tribunos durmiendo y dijo: —Espero que no sean tenidos por sabios.

EL PELÍCANO

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l Pelícano encendía la lámpara en el hoyo hecho en el río congelado y todos los peces eran devorados por su pico. —¿Cómo le haces ? —le preguntaron. Y al instante respondió: —Imito al Sol con el silencio.


Huberto Batis, juglar Miguelángel Díaz Monges

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omo aquello que estaban construyendo era en Tlalpan, también San Agustín de las Cuevas, Huberto había elegido una de éstas para hacer la cava. Cuando acudió por primera vez Juan José Gurrola a conocer el lugar, su primera pregunta fue dónde iba a estar la cava. Gurrola era, como Huberto, un bebedor de paladar privilegiado. No importaron el tamaño o la forma del terreno, el diseño de la casa, los jardines o patios, los árboles o los perros. Tampoco importó el nivel tremendo de improvisación con el que ambos lo hacían todo: el gran teatro, el gran suplemento; así que no importó la tormenta que caía ni la absoluta falta de estudios de resistencia del suelo. Bajaron a la cava, respiraron la exquisita humedad de la piedra y oyeron el sonido escalofriante del derrumbe que acababa de atraparlos tres metros bajo tierra, sin medio alguno de comunicación, nadie que supiera que estaban ahí y mucho menos alma alguna interesada en sacar a ese par de aves de tempestades, “¿y ahora qué hacemos, cabrón?”, preguntó Gurrola. “¡Pues nada: ya nos llevó la chingada, mano!”, fue la respuesta de Huberto.

Taller de Jardín con su nieto Honoris Causa, Álvaro Fotografía: Miguelángel Díaz Monges

¿Quién me creerá en edad futura si yo colmo mis versos con tus gracias? Shakespeare, Soneto 17 Así me lo contó él. Tuve la prudencia de no preguntarle el final de la anécdota. Así era perfecta, como tantas otras. No sé cuántas veces lo oí contar cosas en las que yo era protagonista o parte y no habían sucedido nunca o no habían sido así. Todas esas veces fueron cátedras acerca de cómo hace un hombre al que le aburre la gente para volver maravilloso el mundo. La anécdota de la fiesta en la que Álvaro Mutis cogió los baldes en los que recogían el agua de las goteras y se puso a mojar los libros más valiosos de la infinita biblioteca de Huberto, la hemos oído cientos de personas, pero nunca corrieron en ese río las mismas aguas. Lo importante era la forma en que Huberto contaba cómo terminó su amistad con “ese colombiano loco”. Pero hay algo más en su extraordinario dominio de la oralidad: Se daba el lujo de reírse en el momento preciso y, a veces —con un certero “¿qué te parece?”— dar por cerrado el tema. Quienes no entendían esos códigos quedaban fuera de su lista de interlocutores. Podía soportar a locos, imbéciles, mudos, condescendientes, etcétera, pero no soportaba a los tlaconetes que reptan a ras de suelo hábidos de realidades inmediatas y sólidas. Seres rastreros asesinos del arte. Todos los miércoles visitaba a Juan García Ponce, siempre con terror a que llegara la muerte de su más querido amigo. Poco me comentó de aquellas reuniones, sólo cosas perfectamente serias: Juan no era cosa de risa, al menos para Huberto. En esas visitas hablaban de plástica, literatura, anécdotas y chismes con el nivel propio de las mentes dignas de veneración. Todos sabemos que Huberto fue decayendo, algunos opinan que por el paso de los años, otros que por haberse quedado sin sábado. Yo sé, porque hasta que fui alejado de él lo acompañé por todos los caminos, que Huberto empezó a morir cuando

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murió García Ponce. Cosas más terribles llegaron después a su vida; el cáncer, la muerte de su hija, etcétera, pero esas cosas ya lo encontraron sepultado en la gruta bajo la tormenta. Cuando murió Juan, Huberto fue perdiendo su capacidad oral. Muy poco a poco la gracia —aleve y casquivana— se le fue yendo. Muy poco a poco, como quien va perdiendo el pelo, o la piel, o la vida, o las ganas de vivirla, o el sentido de contar una anécdota. Huberto dejó mucho al mundo y eso está suficientemente dicho. A sus amigos nos dejó la experiencia de su mímica, de sus imitaciones, de su risa y su sonrisa, de sus pausas, del paulatino perfeccionamiento de sus historias. Que me perdone el gran Juan José Arreola —y Orso con él— pero el último juglar se llamó Huberto Batis, el cómico de la legua que expulsó a los mercaderes del reino de la leyenda y dio la bienvenida a los orates siempre que entendieran el arte, degustaran el vino y supieran andar por caminos que tras largos rodeos volvían de la muerte a una vida que había mejorado, durante ese periplo, por arte de birlibirloque.

Batis: un personaje excepcional

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Andrés de Luna

uberto Batis murió a los 83 años y su trayectoria lo confirma como un personaje imprescindible en la vida cultural de México. Hombre polémico, su labor en la academia y en la literatura, así como en revistas y suplementos, le dan autoridad mayor, y sus juicios, a veces ásperos, quedan amparados por sus largos años de experiencia y lucidez. Su biografía intelectual se ha nutrido con una labor constante y en plenitud de facultades, aunque algunos le criticaban su apertura extrema en los últimos tiempos del suplemento sábado. Visto a la distancia ése era un mérito más que un defecto. Batis nació en Guadalajara, Jalisco, en 1934. Vivió entre la rigidez de un padre que abominaba las licenciaturas en Letras. Le espetaba: “ésas son cosas de maricones. El que se dedica a esas cosas de la escritura en la capital termina por afiliarse a ese bando de homosexuales.” Aun así, Batis desafió los presagios, tuvo amigos magníficos que ostentaban el distintivo gay, sin que esto hiciera que Huberto renunciara a sus indiscutibles aspiraciones literarias y a su amor por las mujeres. Batis siguió los dictados de la vocación y se enfrentó a las disputas familiares, entre las que incluía un tío cura y otro que, según dice el escritor, ya ha logrado la canonización, al igual que Juan Diego y Juan Pablo II, entre otros muchos hombres

que lograron rebasar el aro de la mundanidad sin alejarse de ella. Entre olores a incienso y la humedad del agua bendita, Huberto tuvo la enjundia para colocarse en la primera fila de los hombres influyentes en las letras nacionales. De la batalla familiar sacó Batis un triunfo: su padre lo dejaba partir con rumbo a la ciudad de México y le había conseguido una carta de recomendación con Agustín Yáñez, el

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escritor notable de Al filo del agua, y gobernador entonces de Jalisco. Con tan preciado documento, Huberto llega a la capital con un poco de dinero y mucho entusiasmo. Lo primero que hace es instalarse en un modesto hospedaje. Después visita a Alfonso Reyes, cumbre literaria que daba los grandes avales en el medio nacional de los libros. Batis tomó un taxi con rumbo a la colonia Condesa, sede del territorio Alfonsino. Al llegar, don Alfonso está en la calle con su sobrina Alicia. Con su cortesía habitual, Reyes paga el servicio del taxista y con una palmada en el hombro recibe al joven que llegaba de Guadalajara, y que había sido alumno de los jesuitas. Esa primera charla sobre literatura, mujeres y otros muchos asuntos, marcó, sin lugar a dudas, al luego editor de suplementos y revistas. Batis ingresará a la facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y descubrirá los prodigios de un escritor perdido en el siglo XIX, al que se valoraba poco. Hasta Reyes le hacía el feo: Ignacio Manuel Altamirano, al considerarlo “un maistro” de la literatura nacional. Sin embargo, Batis lo estudió a fondo y recuperó para la tesis profesional una edición crítica del periódico El Renacimiento, hecho que le valió una mención honorífica por su trabajo excepcional. Después publicaría una edición facsimilar de ese tan valioso material. Poco tiempo después lo vemos trabajar en Cuadernos del Viento, que lo colocan a la vanguardia de la poesía, el ensayo y el cuento nacionales. Traba relación con Juan García Ponce, Carlos Fuentes, Sergio Pitol, Carlos Valdés y otros. La publicación es un éxito y Batis entra de lleno a la cultura nacional. Después hará suplementos que han marcado trayectorias de escritores de la valía de Enrique Serna, Gonzalo Valdés Medellín, José Felipe Coria y otros. Con sus años de vida, Huberto


Caricatura de APEBAS

Batis respiraba esa imaginación vital que lo engrandece y le otorga un lugar legítimo en lo mejor de la literatura mexicana de hoy. Además, Batis dejó abierto un surco indispensable en los suplementos culturales: la entrada, por vía directa y con y sin lubricantes, del erotismo. En donde él mismo es un maestro indiscutible, tal vez, en el siglo XX, él mismo y Juan García Ponce se convirtieron en un estandarte del deseo literario, que es algo sobresaliente. Queda como testimonio de esto su excelente libro Estética de lo obsceno. Además, en un número de la Revista de la Universidad, es el propio Batis quien rinde homenaje a su maestro: Antonio Alatorre, un puntal dentro de las letras nacionales, un hombre nacido en Autlán de donde también es Carlos Santana. Me congratulo de haber compartido las páginas del suplemento sábado, y, sobre todo, de compartir la amistad siempre aderezada con comidas espléndidas de este gran amigo que fue Huberto Batis.

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El Minotauro suspendido en el tiempo Marcela Magdaleno Deschamps

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o veo lugar para el desarrollo espiritual en el mundo de los escritores. Ahí todo es mafia, juego macabro y poder”. Solía decir Huberto, y modulaba la voz cambiando de tema: “Mejor escríbeme entre paisajes, invéntame entre ventiscas, si quieres en la playa, entre reflejos esmeralda de la mar, entre peces de colores buscando corales, tú y yo como náufragos con arena dorada en las noches estrelladas y estanques de agua salada donde se reflejen bañados por la vía Láctea”. Un silencio largo interrumpía la conversación: —Hace más de veinte años que no voy al mar. Es insoportable —suspiraba—, ¡cómo deseo fundirme en los paisajes marinos, sentir la arena en los pies descalzos de la playa!, sabes, me gustan los amaneceres y el atardecer, cuando el sol está inclinado. Me gusta el sonido de las olas borrando mis huellas y recuerdos. Suspenderme en el agua, sentir la ingravidez. Te soñé. Estábamos en un gran banquete, el poeta del Alba, la divanesa, tú y yo. Había una hermosa mesa ataviada con manjares deliciosos y extraños. El viento soplaba fuerte y en la mesa un mantel de florecillas, cerca había un riachuelo donde jugábamos los tres con el agua, había inmensas rocas donde reposábamos la espalda y hundíamos la mitad de los cuerpos, después comimos las viandas desconocidas y bebíamos. Ése fue mi sueño. Nuevamente un largo silencio y bruscamente cambiaba el tema: —¿Sabes?, todas las palabras fueron alguna vez un neologismo Así que hay que inventar neologismos todo el tiempo, en esta época ya todo esta revuelto. Adiós, adiós, adiós. No me olvides... dijo el muchacho y arrojó la flor Forget me not a la muchacha antes de caer al río y ahogarse. Es como un Shakespeare globalizado. ¿No es usted miss Magda Lennon, hija del músico? ¿No? Perdone, por un momento pensé que me había enamorado de usted. —¿Cuándo lo visito en la universidad? —En la universidad no hay pausas sino Pausanias. Me

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despido. Estoy borracho. ¿No se nota? Tanto Martini me ha borrado la memoria. —¡No se vaya!, prometió remover su memoria y hablarme de su infancia —con una carraspera tajante como de dragón, contestó: —Está bien, enseguida regreso —volvió y al conectar la cámara en la computadora, apareció su rostro y comenzó a narrar—. Al día siguiente fuimos a comer a casa de los abuelos Bátiz, una casa vieja, siempre silenciosa con olor a comida recién preparada y a flores de mirto y jazmín en el patio central. Siempre me estaban rondando las tías solteras. “Ven acá lindo niño,


no te escapes, te compramos los dulces que te agradan; mira, te tejimos un suéter.” Mi hermano, tres años menor, a veces se ponía celoso de que las tías siempre me mimaran por ser el primogénito. “¡Hijo! —decía mi abuelo, bajando la cuchara después de terminar la sopa, y en tono solemne—, mañana nos vamos de viaje a Zacatecas y Durango así que ve empacando, te voy a llevar a que conozcas un pueblo bonito donde mataron a mi hermano el sacerdote Luis Bátiz, canonizado por el Papa como mártir en la época de los Cristeros.” “¿Qué son cristeros, abuelo?” “Eran bandidos que elevaban la bandera roja y saqueaban iglesias y conventos”. De pronto la tía intervenía desquiciada: “¡Malditos comunistas! Mataban curas, violaban monjas y quemaban santos”. “No exageres Dionisia”. Decía el abuelo haciendo señas para que el niño no se escandalizara negándose a ir de viaje. “Hijo —dijo el abuelo—, el pueblo al que iremos hoy se llama San Luis Bátiz y hay una escultura de tu tío en el centro del pueblo”. Esa noche, después de conducir todo el día, llegaron al pueblo. La ceremonia había comenzado. Abuelo y nieto llegaron justo cuando lo estaban exhumando. El niño estaba impactado mirando cómo se le hacía polvo la carne. Cuando abrieron el ataúd, en la ceremonia fúnebre, solemnemente brotaron los huesos. El niño quedo atónito mirando semejante aquelarre. “¡Sí, sí, sí! ¡Qué eleven al santo!”. Prorrumpía toda la comunidad. De pronto se acercó una peregrinación de setecientas damas enlutadas. Cuando supieron que el abuelo y el niño eran familiares del santo, toda la gente de Chalchihuites, se acercó. Los miraban como si fueran seres de otra dimensión, les arrancaban botones, fragmentos de tela, cabellos, incluso querían quedarse con sus zapatos, y una anciana le quitó el sombrero al abuelo y se echó a correr perdiéndose en la multitud. Dos ancianas estaban necias con robarle los calzoncillos al niño de ocho años, pero el cura intervino. Cuando entendieron que esta algarabía se debía a que eran los familiares del Santo, comenzaron a bendecir a toda la población, incluso le pidieron al padre un poco de agua bendita para bendecir todo mientras les regalaban gallinas, dulces, huevos, una puerta, dos anillos, una imagen de la Virgen de los Lagos, un trozo de cabello… Todos gritaban: “¡El santo, sí, sí, sí, el santo!” El niño se mostraba satisfecho, se sentía importante, en ese momento era casi un santo. Dejó de dormir y comer por tres días. Después, su abuelo le presentó a una linda tapatía. De regreso en casa, las tías seguían haciendo lo de siempre, parecía que nada transcurría, seguían bordando, cocinando y durmiendo, y por las tardes contemplaban a los novios de la plaza, sentadas en sus mecedoras, cubiertas con rebozos de bolitas negras. Cuando el niño se acercaba, le contaban historias de brujas, nahuales y duendes, todas aquellas historias tan contadas en Jalisco.

La narración se interrumpió. —¡Cuéntame más Huberto!, yo deseo saber más de aquella infancia. —Muy bien —contestó—, pero déjame prepararme otro Martini —y continuó hablando de sí mismo en segunda persona: —Se aproximaban las fiestas invernales y era el periodo más agitado para la familia, ya que muchos eran mayordomos de la iglesia del Espíritu de Santo, y otros se encargaban de organizar las posadas y el arrullo del niño Jesús. Además, era el mes del cumpleaños del niño Huberto, al que nunca festejaban como a los otros niños, porque no había tiempo, sino que juntaban la Navidad, la posada o el Año Nuevo para festejarlo. Así que su papá decidió cambiar esa tradición y organizó un paseo. “Mañana nos vamos a nadar a los manantiales para festejar a mi muchacho. Dejaré el hospital y nos iremos juntos… ¿qué te parece?” “Buena idea”. Ya estaba cansado de que cada año lo llevara al hospital a ver leprosos. “Bueno, nos iremos con Olivia para que te cuide mientras yo descanso”. Su mamá hizo un gesto de tragedia. “Papá, ¿que no Olivia es la enfermera del hospital?”. “Sí, ella sabe muy bien lo que necesito. Además, tu madre estará ocupada atendiendo a su familia con la cena de Navidad.” A lo lejos se escuchó un fuerte portazo, la mamá se había molestado encerrándose en su habitación. No le prestaron importancia, sabían que las mujeres a veces sufren de histeria, sobre todo cuando viene la familia de visita. Eso era un diagnóstico científico venido de un médico. Cuando llegaron a los manantiales termales, el niño se lanzó a nadar con su hermano menor. Y cuando buscaron a su papá y a la enfermera, no los encontraron. “Qué raro que mi mamá odie tanto a Olivia, ¿verdad?” “Sí. Quizás porque mi papá siempre la está protegiendo. ¿No crees que es muy bonita para ser enfermera? “Mira, allí vienen, y trae un traje de baño como el de Esther Williams. ¡Papá, ven a nadar, mira, ya sé bucear!”. “Ya voy…” Y así pasaban el día hasta el anochecer, cuando llegaban a la ciudad, exhaustos, no se daban cuenta cuando el padre dejaba a la enfermera en su casa, simplemente amanecían en su cama al día siguiente, y corrían a buscar los regalos debajo del árbol. En la Noche Buena, el niño, que después se convertiría en gran editor, tocaba el piano, después leía algunos poemas de su vena. Sus tías se habían acostumbrado mucho a esa rutina, por eso cuando se fue a la capital a estudiar, cobijado por su padrino Agustín Yáñez, ellas se dejaron morir y solamente las volvió a ver embalsamadas en su féretro, acompañadas por la barca de Caronte en su viaje final. A las tías nadie les lloró, sólo extrañaron el aroma de sus galletas y las bufandas que regalaban cada Navidad.

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Entre testimonios te veas Lucía Rivadeneyra

A

mediados de 2005, mi colaboración en la revista fem se llamó “La pasión según Catalina”; ahí, entre otras cosas, comentaba la extraordinaria relación entre un maestro, Huberto Batis, y una alumna brillante, Catalina Miranda. Desde entonces, han pasado muchas lágrimas bajo los puentes y reafirmo que Huberto es el maestro eterno y Catalina una maestra que ha aprendido a aprehender el tiempo; además, es una apasionada, sólo así se explica que su editorial se llame Ariadna. Catalina ya nos había obsequiado, entre otros, Huberto Batis. 25 años en el suplemento sábado de unomásuno; Huberto Batis entre libros, y Memorias de una editora de sábado de unomásuno a finales del siglo XX. No conforme con eso, acaba de editar Protagonistas del suplemento cultural sábado de unomásuno. Huberto Batis, conformado por una serie de entrevistas y testimonios sobre aquella inolvidable publicación, que fue presentada en marzo de este año. Un par de días antes de dicho suceso, hablé por teléfono con Huberto. Hacía mucho que no lo escuchaba y hacía mucho que no lo veía. Charlamos un poco de todo de manera breve y le manifesté mi gusto por presentar el libro más reciente de Catalina. Con su característico sentido del humor me dijo: “¿Y a poco ya leíste todo el libro? Está grande, ¿verdad?”. Nos reímos. Quedé de volver a marcar su número pronto... Y sí, el libro tiene poco más de 700 páginas y una buena cantidad de fotografías. Nos da un panorama de los colaboradores, en su propia voz. Organizado por orden alfabético, seguramente para no herir algunos egos que luego andan sueltos por ahí. Al inicio se menciona a los 14 que ya no están: Manuel Aceves, Arturo Azuela, Emmanuel Carballo, Juan Carvajal, José Luis Cuevas, Lorenza Fernández del Valle, Gustavo García, Juan García Ponce, Macario Matus, Anabel Ochoa, José Luis Ontiveros, Ignacio Padilla, Gustavo Sainz y Roberto Vallarino. Yo agregaría a Enrique Alonso. Con prólogo de Nedda G. de Anhalt, este volumen es el referente de una historia en el periodismo cultural de México que hicieron decenas de jóvenes y adultos, bajo la batuta de Batis. Aquellos jóvenes ahora en 2018 ya no lo son tanto, más bien

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“Este volumen es el

referente de una historia en el periodismo cultural de México que hicieron decenas de jóvenes y adultos, bajo la batuta de Batis

Fotografía: Catalina Miranda, 2017 rebasan —rebasamos— la adultez, para no entrar en detalles y no hablar de credenciales de INAPAM. Porque aunque cuesta trabajo creerlo, pasó el tiempo. El libro contiene 50 entrevistas ya publicadas en el suplemento sábado; más 54 entrevistas no publicadas, que dan fe de aquellas épocas, y que se fueron dando incluso hace alrededor de un año, es decir 104 testimonios en torno a Batis y a sábado. La mayoría de los nombres que aparecieron en sábado han tenido una trayectoria brillante, sobresaliente. Los comentarios de todos coinciden en que sábado era un abanico excepcional de voces diversas, en donde siempre hubo libertad. Me ha conmovido profundamente leer algunos recuerdos de las tardes de unomásuno, en aquella Cerrada de Correggio. Las fotografías son un testimonio de una época irrepetible, con diez o veinte años menos: dramaturgos, poetas, narradores, vedettes, ensayistas, erotómanos, dibujantes, pintores, editores, correctores… Catalina tiende a hacer numeralias, ya que explica algunos intentos por editar este libro, en 1999, en 2010 y dice: “Seguramente ahora, en este 2017, cifra cuyos dígitos suman 10, es el mejor momento para la publicación, ya que es el número 10 de la colección Laberinto de Papel, y es el número resultante al sumar los dos dígitos de los años que el maestro tiene cumplidos: 82”. Lo extraordinario es que se presentó el 14 de marzo de 2018, 2018 suma 11 y marzo es el tercer mes, lo cual nos da 14 que sumado es 5. El 14 que a solas suma 5, por tanto, 5+5=10. No podía ser de otra forma Huberto Batis siempre será de 10. La presentación se llevó a cabo en el auditorio “Julián Carrillo” de Radio UNAM y fue un lujo encontrarse, reencontrarse y reconocerse con amigos y colaboradores de hace varias décadas. Estuvieron presentes, también, Gabriela y Mariana, hija y nieta, respectivamente, de Huberto. Bienvenido este texto, uno más que reta a la memoria, al

tiempo. Bienvenido el libro porque es un coro de voces que hace un testimonio individual y grupal de un hombre que vivió con la cultura, por la cultura y para la cultura. Hoy en día algo verdaderamente escaso. El alpinista mexicano Andrés Delgado, quien duerme eternamente en el Everest, luego de haberlo conquistado varias veces, decía “hay que hacer las cosas con pasión, no se puede ir por la vida sin ser un apasionado”. Creo que tenía razón, así se vive de otra manera. Y creo, por tanto, que Huberto Batis y Catalina Miranda tuvieron pasiones en común: la palabra y la edición, y la vida los presentó. Ojalá todas las pasiones tuvieran tan buenos resultados. Pocas certezas tengo en mi paso por este mundo, una de ellas es que quise al temido, amado y odiado Huberto Batis. Nunca supe cuándo lo empecé a querer. Lo querré siempre; lo demás, la Cerrada de Correggio, sábado, unomásuno, “la casa de enfrente”, la colonia Nochebuena, con todas las noches buenas que haya podido guardar, todo eso ya es nostalgia. No obstante, el libro y los libros están vivos. Tenemos gracias a ellos y a la Hemeroteca Nacional, el testimonio de Huberto Batis y su paso por el mundo del periodismo y de las letras. Todas y todos los que trabajaron directamente con el Maestro, en su mayoría estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, así como los que colaboramos en sábado, tenemos recuerdos que siempre nos conmueven. A aquel grupo diverso le ocurrió lo que sucede cuando se es joven, no hay conciencia de que la juventud se va a acabar. Al decir del poeta José Manuel Recillas, éramos unos jóvenes que “estábamos en el paraíso y no lo sabíamos”. Huberto se fue a otra dimensión el 22 de agosto. Su muerte dolió mucho.

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Calaverita para Huberto Batis Malú Huacuja del Toro

E

ra el sábado de Huberto cada noviembre un festín de risas para los muertos por el sarcasmo sin fin. La Catrina de Posadas nunca se quita el sombrero si se ríe de sus trastadas, pero este año tan artero, en que a Batis se llevó gran banquete organizó de palabras bien plantadas para quien, con sumo esmero, en vida la homenajeó.

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Dibujo: Marco Antonio Campos Vega


Huberto Batis, maestro invaluable*

L

Gonzalo Valdés Medellín

a muerte de Huberto Batis (1934-2018) ha cimbrado el panorama actual de la cultura y el periodismo cultural de México. No podía ser de otra manera, al haber sido Huberto un generoso artífice en la formación y desarrollo de generaciones enteras de escritores y lectores. Ejemplo de honestidad y fidelidad a sí mismo, Huberto Batis fue un “Petronio actual”, como lo definiese Hugo Argüelles (19322003), porque “Huberto, como Petronio —escribió el gran dramaturgo— es un ejemplo de generosidad verdaderamente noble y desinteresada” (La Cultura en México, Siempre!, 30 de marzo de 2000). A Huberto Batis le debo ser el escritor que soy, el crítico que he sido y persisto en ser, el hombre combativo que habita en mí y se manifiesta a través de la escritura. Es cierto que llegué a unomásuno con Miguel Ángel Granados Chapa, gracias a la recomendación de Elena Poniatowska, por una entrevista que le hice entonces a la autora de Hasta no verte, Jesús mío para un trabajo escolar y que a ella le gustó mucho, y tuve la fortuna que se publicara en primera plana del Suplemento de Aniversario de la sección Cultura (que dirigía Humberto Mussacchio), el 14 de noviembre de 1982; pero es cierto también que el destino adelantó a Batis como mi primer editor y el primer texto que publiqué se debió a él, en la edición del suplemento sábado del 3 de octubre de 1982, casi un mes antes, con el escritor panameño Enrique Jaramillo Levi. Gonzalo Valdés Medellín y Huberto Batis, en mayo de 1990 Fotografía: Jorge García Campos

Yo apenas conocía a Huberto, pero en el ínterin de esperar la publicación de la entrevista con Elena, me había acercado a sábado, entonces dirigido por Fernando Benítez, con la ilusión de publicar un cuento que le dejé a Huberto en mano. Una tarde nos encontramos, y al saludarlo, me dijo: “¡Ah, tú eres el del cuento! —y se me quedó viendo, ¿de veras quieres publicar en sábado?” “Claro”, le respondí. “Bueno”, y sacó unos libros que traía en su inseparable y abultado portafolios, me los dio, me dijo que los leyera, que buscara al editor y autor de los mismos, Jaramillo Levi, dándome su teléfono, que lo entrevistara y le llevara el material cuanto antes. Así lo hice, y la entrevista salió de inmediato. Fue mi primer editor. De hecho, yo siempre festejo el 3 de octubre como el día que cumplo años de trayectoria. Este 3 de octubre cumplí 36 de ejercicio periodístico y lo celebré brindando por Batis quien, a partir de aquella entrevista —y siendo él Jefe de Redacción de sábado— me publicó todo lo que le llevaba. Recuerdo de esa época mis entrevistas con José Antonio Alcaraz, Eraclio Zepeda, Héctor Manjarrez, Tomás Segovia, Luis Cardoza y Aragón… Mi réplica a la postura “antiliteratura gay” de Zapata y Blanco… Tenía yo 19 años. Cuando cumplí 15 como colaborador le entregué un texto alusivo a Huberto, que ilustró con una foto que él me había tomado en aquel tiempo y cuyo pie decía: “Gonzalo Valdés Medellín cuando era bebé.” (18 de octubre de 1997). Y es que sí, Huberto me vio crecer. Al paso de los años me publicó algunos cuentos. Dos de ellos merecieron primera plana: “En la casa de las semejanzas (Relato para Amanda)” Premio Juan Rulfo de Radio Francia Internacional 1995, y “Homenaje a Fitzgerald” en 1997. Tengo la imagen de Huberto solo, una tarde que llegué a entregar mi colaboración, acababa de pasar la revuelta de quienes luego formaron La Jornada y Huberto había decidido quedarse en unomásuno: “¡Y qué!, ¿tú también te vienes a despedir, también te vas con todos los demás?”, me preguntó. “No —le respondí de inmediato—; de hecho traigo una carta para el director (Manuel Becerra Acosta) diciéndole

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Huberto Batis con la actriz Imperio Vargas, en marzo de 2010 Fotografía: Jorge García Campos que yo no firmé la carta de renuncia que publicaron hoy varios colaboradores y donde aparece mi nombre”. “¿No firmaste?” “¡No!” Braulio Peralta, que era el responsable de aquella carta colectiva de renuncia de colaboradores, había puesto mi nombre, sin tomarme parecer. Yo no tenía ningún interés en irme de sábado. Le entregué mi carta a Becerra Acosta. A partir de entonces comenzó una amistad con Huberto a prueba de todo. Benítez se fue poco después, y aún tardó Becerra en darle la titularidad de sábado a Batis, pero presencié ese momento feliz en la vida de Huberto. Le fui leal como colaborador durante 20 larguísimos y maravillosos años de aprendizaje, de crecimiento, de diario ejercicio periodístico, de madurez, porque llegué a publicar hasta una nota diaria, incluyendo las de sábado. Teniendo como base aquel primer cuento que le había entregado en el 82, al poco tiempo me invitó a publicar crónicas urbanas. “Sí puedes hacerlas, escríbelas como escribiste el cuento aquel”, me animó. Así lo hice desde el 84, y en 1999, por esas crónicas urbanas, fui distinguido con el Premio José Pagés Llergo. Huberto también publicó una escena de mi obra hasta ahora más emblemática: A tu intocable persona (1986). “Está cabrón —me comentó— eso del sida, mano, vamos a ver qué provoca tu teatro”. Provocó todo. Llegando a un gran estudio de Pauline Rousseau de la Escuela Normal Superior de Lyon, Francia, que aquí en México publicó el Colegio de México en su Revista Interdisciplinaria de Estudios de Género (Vol. 1, Núm. 2, 2015). Mucho debo a Huberto. Escribí notas y reseñas de algunos de sus libros: Estética de lo obsceno y otras exploraciones pornotópicas, Lo que Cuadernos del Viento nos dejó, Por sus comas los conoceréis… Escribí, dirigí y produje, como un Homenaje, el performance El Laberinto de

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sábado, donde yo interpretaba el papel del mismo Huberto [10 de marzo del 2000], y donde él participó actoralmente con la viveza y el lúdico histrionismo que le caracterizaban, al lado de la actriz y vedette Imperio Vargas y otros actores; en esa ocasión se leyeron textos que me di a la tarea de recopilar, de Hugo Argüelles, Enrique Alonso e Ignacio Solares; yo mismo escribí “Huberto Batis en el Laberinto de sábado”, y todos estos textos se publicaron en un número especial del suplemento La Cultura en México de Siempre!, dedicado a Huberto Batis en sus 40 años de trayectoria como editor y maestro, el 30 de marzo de 2000. Todo ese material fue rescatado también por Catalina Miranda en su libro Huberto Batis. 25 años en el suplemento cultural sábado de unomásuno (1977-2002), publicado en Editorial Ariadna, Colección Laberinto de Papel, México, 2005. Participé en varias presentaciones de sus libros, y en su Homenaje en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, junto con José de la Colina y Emmanuel Carballo. Le dediqué A tu intocable persona (publicada por vez primera en 1994) y otros libros míos también: Tras el espíritu de Akenatón. Subversivos contemporáneos (UNAM, 1998), Ecce Novo o el tercer Novo (Premio Nacional de Dramaturgia de la Universidad Autónoma de Nuevo León, 2004), En la casa de las semejanzas (2011) y Morelos: Acero y Fuego (2015). Asimismo, Huberto es personaje de mi novela La cara del destino. El México gay antes del terremoto de 1985 (Ariadna, 2017), porque, como lo dije en aquel Homenaje en Bellas Artes: “¡Todo se lo debo a mi mánager!”. Estos son sólo algunos recuerdos. Tendré —en algún momento— que reunir en un libro todos los textos, ponencias, reseñas, crónicas y notas que le dediqué a Huberto en vida. ¡Son muchísimas! Prometo hacerlo pronto. Huberto Batis entregó su vida entera a la cultura mexicana, su obra fue fundamental en la fortificación no sólo del periodismo cultural, sino de la libertad de prensa y de la libertad de expresión que hoy gozamos. Su nombre es leyenda, es historia, es parte de nuestra cultura y nuestras letras. ¡Descansa en paz, maestro invaluable!

*Una primera versión de este texto fue publicada en La Cultura en México, suplemento de la revista Siempre!, el 1 de septiembre de 2018.


La disciplina del tirano o elogio de la amistad Texto y fotografías de Norma Patiño

M

i amistad con Huberto Batis es heredada de mi esposo y cómplice, Andrés de Luna, colaborador del suplemento sábado del unomásuno por más de diez años. Andrés y yo nos conocimos en 1977 y empezamos a salir juntos en el 78; él ya escribía en el periódico, pero fue hasta 1984 cuando comenzó a escribir para Batis en el suplemento una columna de cine compartida con Gustavo García y con José Felipe Coria, grandes amigos nuestros en ese tiempo. Las visitas de Andrés a la Redacción de sábado eran los lunes, día en que entregaba la nota y en que convivía con el terrible Huberto; en ocasiones yo lo acompañaba, y fue ahí donde lo conocí. Eran sesiones cortas, pero muy divertidas, siempre ha sido un crítico feroz, con gran sentido del humor, como todos saben. He admirado su brillantez, su disciplina y su rigor, pero a veces se excedía. Nunca me tocaron los “regaños” pero sí llegué a escuchar las increíbles anécdotas que contaba, invariablemente cargadas de fantasía, picaresca y mucha “crueldad”. Fue también en las oficinas de Huberto donde reencontré a Alberto Ruy Sánchez; él y Margarita de Orellana acababan de tener a su primera hija que se llamaba Andrea; yo estaba esperando a mi Andrea, y se lo dije, era una linda casualidad: “Cuando nazca mi hija se va a llamar igual”. Huberto me felicitó muy emocionado por la próxima llegada, él había sido muchas veces padre y esas noticias le alegraban especialmente, su hijo más chico le daba dolores de cabeza con sus fechorías. Sabía ser muy amoroso con los suyos, sin embargo, su tiranía como editor era

antológica. Meses después, el día en que el tutor de Andrés murió, le llamé a Huberto para decírselo: el señor José, quien lo educó y lo cuidó desde que era un bebé, había muerto el domingo por la noche. Y el lunes por la mañana, Andrés recibió esa noticia que lo dejó impactado: infarto masivo. Estaba en su cama; lo descubrieron a las seis de la mañana. Andrés estaba abrumado por el dolor y por la pérdida tan inesperada, le era imposible escribir la nota que debía entregar por la tarde. Le pedí un plazo, creí que Huberto le daría al menos una semana, que metería otra nota en su lugar para ese número. Pero me dijo lamentando la pérdida terrible: “Qué mala noticia, claro que espero a Andrés con la nota, dile que me la entregue mañana”. Mi sorpresa fue que Andrés, con todo y funeral, la entregó al día siguiente, la disciplina que el “tirano” le había enseñado surtía efecto. A veces visitábamos a Huberto con la pequeña Andrea. Constantemente hablábamos de comida, le encanta el tema y siempre ha sido un gran sibarita; a nosotros nos gusta cocinar, así que lo invité a comer a la casa: “Sólo puedo ir si me invitas a cenar, y tiene que ser después de las doce de la noche, porque es cuando termina el trabajo del suplemento”; le dije que sí, que no importaba la hora, de cualquier forma yo tenía que dormir a la bebé, que caía agotada hasta después de las diez y era entonces cuando quedábamos libres para cenar a gusto. Acordamos fecha y hora y le pregunté sobre sus preferencias para comer: “como de todo, si me sirves rata, comeré rata, siempre y cuando esté bien cocinada, al fin y al cabo ya un día la comí, o por lo menos eso me dijeron que

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habían servido en mi plato”, me dijo, “éramos un grupo de amigos quienes compartíamos grandes ‘comilonas’ de cosas extrañas, ese día todos vomitamos por la náusea”. El día de la cita a cenar Andrés y yo cocinamos durante horas. Huberto llegó puntual a las doce de la noche, tan puntual como siempre, como un reloj suizo. Cenamos y hablamos hasta las cinco o seis de la mañana, con él no hay forma de parar, es un gran conversador. Le gustaban mis fotos de desnudo; como fotógrafa yo estaba empezando a exponer y a publicar. Una de mis líneas de trabajo es el retrato, había retratado a muchos pintores, escritores y artistas de diferentes ámbitos de la cultura. Aceptó que lo retratara. Me citó para la sesión fotográfica un sábado a las once de la mañana en su casa de Tlalpan. Me recibió con un desayuno pantagruélico, dijo que el desayuno era lo primero y lo más importante del día. Huberto, Patricia y yo nos sentamos a la mesa y fuimos atendidos por una cocinera de esas de película, con toga y delantal blanco, quien nos sirvió durante horas. Uno tras otro, los platos pasaban por la larga mesa de madera de caoba: huevos, consomés, carnes, quesos, embutidos, ates y dulces diversos, jugos y muchas bebidas diferentes, no sé cómo pude levantarme de esa mesa. Después me presentó a su mascota favorita: larga y frondosa, una planta de verdes hojas crecía desde una ancha maceta de barro, el arbusto se alimentaba sólo de los desechos del cuerpo de Huberto, me dijo: “No sé cómo sobrevive, pero jamás la he regado con agua, sólo se nutre de partes de mí y de mis jugos corporales, uñas, cabellos, caspa, costras, saliva, mocos, semen, orina, sangre, en fin…” En ese momento me pareció un acto asqueroso y cruel para con un vegetal, sonreí y traté de seguir como si nada; ahora pienso que era un experimento sensacional, era definitivamente una instalación artística y natural. Era el “monstruo” que él había creado. Luego de un largo tour por la enorme casa de Tlalpan seleccionamos los espacios para las fotos. Tomé cinco rollos de 6x6 y dos de 35 mm, blanco y negro, y color. Ha sido la sesión más divertida que he tenido. Su biblioteca era inmensa, había libreros en todas las paredes. Los libros desbordaban los anaqueles y seguían sobre las mesas y sobre el piso; obras de arte, revistas, fotografías, objetos extraños y juguetes. Saltamos sobre los periódicos y las pilas de libros. Por las habitaciones se abrían veredas de entre las columnas caóticas de papel, le pregunté: “Huberto, cuando necesitas un libro, ¿cómo le haces para encontrarlo?”, “voy a la librería y lo vuelvo a comprar”. Me llevó a su estudio donde posó con y sin camiseta, “así es como yo escribo”, estaba eufórico. Exploramos sus espacios favoritos para hacer los retratos. Huberto es un fotógrafo empedernido, así es que sacó su cámara y posó con ella; abrazó a una maniquí desnuda; un dibujo de Eko sirvió de fondo en algunas tomas. Salí de ahí después de las seis de la tarde. Luego de tres semanas revisamos las fotos y él estaba estupefacto por el parecido de su imagen con la de su padre. Me cuestionaba, cómo hice yo para encontrar esas facciones en su rostro, por su reacción no sé si parecerse a su padre le hacía muy feliz. En el suplemento sábado, Huberto publicó una serie de

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fotos de desnudos de mi primera exposición individual, que se inauguró en el Restaurante Agapi mu, en 1994, Presagios del cuerpo; luego otra, Provincias del cuerpo, en la Casa de la Paz, en 1995. Huberto tiene ese gusto por los tópicos eróticos “perversos”, y lo compartimos, él como espectador y editor, y yo como hacedora de fotografías experimentales con el cuerpo. Mi trabajo de esa época intentaba transgredir en el tema del erotismo. Publicó como favorita una de mis fotos: “A caza de la dicha salimos fatalmente”, basada en un relato de Andrés, la cual mostraba a una mujer de pubis rubio que, bañada en sangre y desvanecida, agonizaba en los brazos del “monstruo” la noche de su boda. Mi primer libro de fotografías, Las costumbres del rostro, contiene 70 retratos de creadores, entre ellos, uno de los que le hice a Huberto. Editado por la UAM Azcapotzalco en el 2001, este volumen veía la luz entrando el nuevo siglo. Se presentó en la Sala Manuel M. Ponce, el 22 de enero, invité a casi todos mis retratados para que asistieran a la presentación. Huberto, más que puntual, llegó una hora antes a Bellas Artes, al abrir la sala él se sentó feliz en primera fila. Asistieron como presentadores Carlos Montemayor, José María Espinasa, Paulina Lavista, Raymundo Mier y Sergio Tamayo; fue una hermosa presentación con la sala llena, tuvieron que cerrar las puertas para negar la entrada a más invitados, yo no lo podía creer. Entre los asistentes se encontraban Jorge Ayala Blanco, José Luis Cuevas, Jazzamoart, Luis Argudín, Gilberto Aceves Navarro, Luis Acevedo, Enrique Estrada, Ana Clavel, Enrique Bostelmann, Bela Gold, Teresa Morán y otros artistas. Hubo un performance de César Martínez en el que nos comimos dos rostros esculpidos por él en gelatina, el de José Luis Cuevas y el mío. Huberto incluyó en su libro Por sus comas los conoceréis (Conaculta, 2005), algunos de aquellos retratos que le tomé, fue un honor para mí, había material de sobra, más de 20 retratos del “tirano” que valía la pena que se vieran, es por eso que en mi segundo libro Diálogos de la mirada (UAMA, 2015),

donde aparecen 106 personajes de la cultura retratados, incluí una serie de esos de Batis. Dejé de ver a Huberto por varios años. Se cerró el periódico unomásuno, se terminó el suplemento sábado. Los amigos decían: “Ahora qué va a hacer Huberto, el sábado era toda su vida, él ya no es el mismo sin el suplemento”. Le perdí la pista, Patricia y Huberto se habían cambiado de casa. En 2015 le hicieron varios homenajes, uno fue en la UAM Xochimilco, y Andrés asistió, yo no pude ir, pero conseguí su nuevo número de teléfono y le llamé para felicitarlo, me dijo con una voz poco clara que estaba muy enfermo. Le dije que había incluido en mi nuevo libro varios de aquellos retratos que le hice y que ya estaba en la imprenta, “necesito una frase tuya para ponerla como pie en las dos páginas dedicadas a ti”, me autorizó que pusiera una que encontré en Por sus comas…, y se alegró cuando se la leí. Quedamos de vernos y lo visitamos en su nueva casa. Como siempre nos divertimos horrores charlando con el “tirano” y, para no variar, la incansable y generosa Patricia nos sirvió de comer salmón, tapas de cosas riquísimas, pizzas, golosinas diversas y vinos a las seis de la tarde. Huberto y yo teníamos una cosa más en común, ese día entrañamos más que nunca mostrándonos, uno al otro, las cicatrices de nuestras cirugías por cáncer de mama. Hablamos de esas experiencias como de una aventura en safari. Luego por fin le llevé un ejemplar del recién nacido Diálogos…, se animó muchísimo al verse en el libro, especialmente en la foto donde está sin camiseta en su escritorio entre papeles, libros, periódicos, cajas de pañales y objetos diversos que delatan su forma caótica de trabajar. La presentación había sido en la librería Rosario Castellanos el 5 de agosto de 2015. Como presentadores invitados estuvieron Angélica Abelleyra, Luis Argudín, Myriam Moscona y Andrés de Luna, ellos hablaron de esa imagen como “el mejor retrato del libro”. Eso me tiene muy contenta, pues mi cariño a ese gran “tirano” es infinito.

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¿Cómo llegué a El Diván de sábado?

E

Luz García Martínez

l diccionario de la Real Academia Española dice que la unidad léxica “diván”, del árabe clásico Diwan, y este del pelvi dewän, “archivo”, es un asiento alargado y mullido, por lo común sin respaldo y con almohadones sueltos, en el que una persona puede tenderse… Sí, tenderse a imaginar en El Diván…, que era una de las páginas más buscadas del suplemento cultural sábado del periódico unomásuno. Era el año de 1996, el escultor y pintor Fernando M. Díaz, ilustraba una columna en sábado intitulada Ero-Díaz y a quien conocí porque ilustró el artículo “José Luis Cuevas, una fascinante leyenda” que se publicó en el suplemento cultural El Búho de Excélsior, del cual era colaboradora, con un excelente retrato del maestro y que dio origen al libro biográfico que escribí sobre el pintor. Cierto día, le comenté a Fernando M. Díaz que había escrito una prosa poética para José Luis Cuevas, intitulada “Gato macho”, que el propio artista había ilustrado y me pidió llevar el material a Huberto Batis, director de sábado, del unomásuno. Fernando M. Díaz, que actualmente es uno de los iconos del Centro de Arte y Diseño Fábrica La Aurora, en San Miguel de Allende, me llevó a la Redacción de sábado. Al entrar a la oficina de Huberto Batis, lo vi sentado en su sillón, frente a una mesa, revisando minuciosamente textos, acompañado de montañas de libros, periódicos, fotografías, invitaciones y originales, con cajas de cartón repletas de material gráfico y diversos objetos, muchos objetos.

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Huberto Batis nos saludó, Fernando me presentó, le entregué mi material, que leyó detenidamente, lo colocó en una caja y me pidió que saludara a Cuevas. Fernando y Huberto Batis continuaron hablando sobre el suplemento que estaba en proceso, mientras yo recorría la oficina, cuando de pronto Huberto Batis me dijo: “¿Quieres posar en nuestro afamado, querido e irresistible espacio más preciado de esta oficina: El Diván? Esto me causó una enorme sorpresa, por El Diván, imán latente, espacio de y para el erotismo, habían posado hermosas mujeres, modelos como Mónica Linarte, actrices, escritoras y poetas: Carmen Boullosa, Verónica Volkow, Silvia Tomasa Rivera, y también escritores como Arturo Azuela, Fernando Tola de Habich, Raymundo Ramos, Emmanuel Carballo y Alejandro Aura, entre otros. Y que Huberto Batis me lo pidiera a mí, me tenía loca de sorpresa, yo vestía un traje sastre azul marino con minifalda, un top color durazno, medias negras y zapatillas y al cuello una gargantilla de terciopelo negro con un pequeño dije, abrazando a Fernando le pregunté al oído qué debía hacer y respondió: “¡Hazlo!” Sinceramente, sentía timidez, asombro, pudor, pero al mismo tiempo recordé que en 1991 cuando entrevisté a Manuel Álvarez Bravo (trabajo que se publicó en El Búho de Excélsior), al terminar la charla, el fotógrafo me dio un papelito que decía: “¿Quieres posar desnuda para mí?” Y yo moví la cabeza diciendo que no… fue la peor estupidez que pude haber cometido y de la que me arrepiento siempre, por ello, fingiendo estar muy segura de mí, dije a Huberto Batis: “¡Sí, sí, quiero posar para El Diván!”.


Huberto Batis me pidió me quitara el saco y dijo: “Muéstrate tal como eres, siéntete libre…” y sí, realmente sentí una libertad absoluta al posar para la lente del maestro: acostada en el diván, cruzando las piernas, leyendo el suplemento, jugando a desvestirme, sonriendo cuando Huberto Batis me decía: ¡Quítate la blusa!…” Al terminar la sesión, me sentí plena y agradecí a Huberto Batis el haberme elegido para la pasarela de El Diván, presencia subliminal de erotismo latente en el tema cultural y formar parte de su archivo de “divanesas”, algo que seguramente enriquecería de erotismo mi currículum, y cuando se lo conté a José Luis Cuevas me dijo: “¡Es el mejor premio que podrás presumir en tu vida!”. En marzo de 1996 aparecieron tres de las fotografías que Huberto Batis me tomó: dos en portada (que no conservo) con las piernas entrecruzadas, mostrando las rodillas, una parte del cuerpo femenino que más atraía a Huberto Batis, y la de cuerpo entero en el espacio de El Diván de sábado, con mi nombre: “Luz García Martínez, periodista”. Ese mismo mes apareció publicada la prosa poética dedicada a Cuevas. Recorté mi imagen del suplemento la cual atesoro entre mis recuerdos más entrañables y me enorgullece enormemente haber formado parte de El Diván, sí, como me dijo Cuevas: es

el mejor premio que puedo presumir y me permitió después ser modelo del pintor nicaragüense Armando Morales, y a quien pregunté por qué me lo había pedido y me dijo: “¡Porque tienes el bello color de la tierra de América Latina!”. Yo no conocí al Huberto Batis osco y gruñón como varios señalan, yo conocí a un hombre inmenso, física e intelectualmente, al “Erotómano irredimible”, como lo llamaba Rogelio Villarreal, que con El Diván creó un novedoso espacio erótico en el tema cultural. Posar para él, sí, fue inmensamente gozoso, es una comunicación que ahora que escribo estas líneas no puedo describir, sólo puedo decir que fue como descubrir un acto íntimo de plena libertad, sugerencias y osadía, bien señaló Huberto Batis: “La relación erótica entre un fotógrafo y su modelo ha sido estudiada y comentada. Es muy gozosa, sobre todo cuando ves los contactos para elegir cuál de todos vas a amplificar. Las fotos que un fotógrafo haga de su modelo pueden llegar a ser sugerentes, indecentes u obscenas. Yo sostengo la tesis de que sí hay arte obsceno. No es válido decir que ‘algo no es obsceno cuando es artístico’. Defiendo el concepto de que no se excluyen.” (El Universal, Confabulario, “Memorias de un editor”, 3 de febrero de 2018. Número 3151.)

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Recuerdo de Huberto

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Gonzalo Vélez

s una sensación extraña, saber que Huberto ya no está. No es como cuando uno se entera del fallecimiento de algún maestro perteneciente al pasado de los que acaso uno aún recuerda su nombre. Está claro que fue mucho más. En cierta forma algo mío se marchó con él, pero eso no tiene nada que ver con Huberto, y en todo caso creo que a él igualmente le hubiera dado más o menos lo mismo. En todo caso, me siento feliz de conservar un recuerdo suyo entrañable de la última vez que lo vi. A pesar de tratarlo con frecuencia y regularidad profesionales durante años importantes de mi vida, e incluso de haberle dedicado mi novela, en realidad nunca fui demasiado cercano a él, ni tampoco, temo, de sus colaboradores favoritos. Huberto tal vez prefería a los que escribían historias soeces y empleaban palabras excrementicias, o eran brabucones, y a mí todo eso no me llamaba mayormente la atención. O yo no era tan pedo como otros. O lo que yo escribía le parecía acaso demasiado exquisito. O quizás se percataba de mi miedo contenido cada vez que iba yo a verlo a su oficina repleta de papeles en unomásuno, lo cual ocurrió con todo rigor una vez a la semana durante varios años. O bien porque mi

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timidez de entonces así lo prefirió. O bien nada más porque sí. Y me lo pregunto ahora, que ya qué. Pero aquella tarde de mi última visita él estuvo particularmente encantador. Patricia también, por supuesto, pero mi recuerdo de ella es siempre el de una mujer encantadora, o sea que no era de sorprender; una mujer que además merece todo mi respeto y reconocimiento por haber estado tantos años a su lado con una sonrisa. Esto fue a finales de la década pasada. Para entonces llevaba ya años sin tener contacto con él, aun sabiendo de su enfermedad. Por eso me dio mucho gusto verlo, y más que le diera tanto gusto verme. Huberto no sólo fue mi maestro dilecto en la Facultad de Filosofía y Letras a finales de los ochenta, sino también la primera persona que publicó algo mío en un medio importante. En la Fac impartía Técnicas de Investigación y otra materia que también tomé con él, aunque ya no sé cuál era. En realidad no importaba mucho, pues la clase consistía en oírlo contar cosas, y donde se detenía continuaba en la siguiente aula, o en el taller de literatura, o en su oficina en el periódico. Pero lo que contaba y cómo lo contaba era siempre fascinante y muy divertido, sobre todo anécdotas vividas con los escritores e intelectuales de su generación.


Me viene a la mente ahora mismo, por ejemplo, una historia sobre Fernando del Paso, quien habría acudido en busca de consejo con Huberto, Salvador Elizondo y, supongo, también Juan García Ponce, ya que Del Paso quería ser escritor; ellos, con malicia, le recomendaron, según esto, que intentara escribir las frases más largas que pudiera, ya que así alcanzaría la gran literatura. Era una broma, pero Del Paso siguió textual la recomendación, y esto explica, o explicaría, las por demás extensas, y magistrales, páginas de Palinuro de México. Pero a Huberto lo conocí antes de entrar a la Facultad. En los ochenta por alguna razón el ISSSTE (¿o el IMSS?) organizaba talleres de literatura en museos del INBA. Batis impartía uno llamado Periodismo Literario. Lo cual era como mezclar agua y aceite, al menos en los dogmas consabidos de la carrera de Letras Hispánicas que rezaban que la literatura nunca debe contaminarse de periodismo. Sin embargo, él siempre supo o buscó emulsionar las contradicciones de lo establecido. Así en este caso, como también, por ejemplo, en su irrefrenable actitud contra la mojigatería, toda una norma de vida para él. El caso es que un buen día de 1986 acudí al taller de Batis en el Museo Carrillo Gil: una primera vez como espectador para saber de qué se trataba, y la siguiente llegué con dos o tres escritos tímidos. El taller consistía en dejar los escritos sobre la mesa de Huberto

y en oírlo hablar (igual que sus clases en la Fac), hasta que eventualmente tomaba alguno de los escritos y en principio lo hacía pedacitos al leerlo en voz alta y comentarlo, al tiempo que lo corregía con un lápiz y marcaba las anotaciones tipográficas. Cuando le llegó el turno a mis textos las manos me sudaban. Y fue tal la manera en que los destrozó, que salí tranquilo del Carrillo Gil, convencido de que eso de ser escritor más bien no era mi vocación. Hasta que días más tarde, leyendo el periódico unomásuno de entonces, di en la sección de cultura con una nota que me pareció de hecho muy familiar... ¡Y de hecho estaba firmada con mi nombre...! Pues bueno: eso me convertía efectivamente en escritor. Y a partir de ese día nunca he dejado de escribir. La tarde transcurrió fugaz, muy cordial. Hablamos de los colaboradores de sábado, de cómo se había transformado Filosofía y

Letras, cosas de ese tipo; aparte conocí detalles del terrible tratamiento con el que iba librando la enfermedad. Lo vi resignado pero optimista, con voluntad de mejorar su salud y energía para vivir varios años más, como efectivamente sucedió. Antes de irme me regaló algunos libros: sus más recientes publicaciones. Para despedirme, probablemente le dije lo mismo que justo ahora le diría también: ¡Gracias, Huberto! ¡Hasta pronto!

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Para Huberto Batis Nedda G. de Anhalt

“P

ara Huberto Batis” es un texto que escribí en julio de 1990 y ha permanecido inédito durante estos veintiocho años. Se reproduce sin cambiar los tiempos verbales.

I. PREFACIO A BATIS Si cada escritor debe ser juzgado por su obra, según las leyes del particular temperamento y naturaleza de ésta, me atrevo a afirmar que, por los temas tratados, por actividad y la forma de desarrollarlos, lo que caracteriza a Huberto Batis es la épica. En su “Prefacio a Cromwell”, Victor Hugo afirmaba que los tiempos primitivos son líricos; los antiguos, estoicos; los modernos, dramáticos. La oda se nutre del ideal, y su canto va dirigido a la eternidad. Al vivir intensamente lo real, el drama describe la vida. ¿Y la épica? Para Victor Hugo, lo épico confiere solemnidad a la Historia, pues la épica vive lo grandioso. En ella, aunque sea de un modo casi imperceptible, se puede encontrar la comedia; también la oda y el drama conviven en la épica, pues en ésta todo se interconecta —incluso lo grotesco que juega un papel a veces central e importante. El carácter épico de Batis se manifiesta en la forma mental y en la obediencia a las leyes del péndulo de su propio trabajo. Por una parte se ocupa del tiempo realista; por otra, del idealista. Y con un rigor irreprochable, se convierte en el investigador minucioso que en su monumental labor de arquitecto retorna al pasado. Sabia y pacientemente construye y reconstruye la conquista de la Nueva España. Es su legítimo deseo de conferir solemnidad y grandeza a la Historia. Si los cimientos y elevación le seducen, su análisis lo lleva también a recorrer las bifurcaciones de los senderos, como la ruta antigua de los hombres “perversos”. Desde otro ángulo a este escritor le interesa —o tal vez sería más correcto afirmar que le maravilla— el conocimiento de las fantasías de contenido sexual. ¿Por qué esta predilección? La sexualidad es extraña, múltiple, diversa. Tiene numerosos rostros, todos perdurables, indefinibles. Estética de lo obsceno fue su vehículo para mostrar la radical diversidad de alguno de ellos. Pero acaso la verdadera faz de la sexualidad es el horror. Y el horror es grotesco porque forma parte de la bestia humana. Este razonamiento tautoló-

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gico posee un valor demostrativo, pues al afirmar el abrazo de la sexualidad con lo grotesco, la observación crítica vale para la teoría épica antes mencionada. En el centro de la épica juega un papel notable lo grotesco. Si Huberto Batis domina el tiempo antiguo con la épica de la Conquista con un orden totalmente distinto de construcción y deconstrucción al que somete el pasado, su trabajo crítico lo lanza de lleno a ese frágil momento de la historia que es el presente. El autor de Estética de lo obsceno se sumerge en él, consciente del riesgo que esto implica, pues sabe que la tragedia que vive México es un drama audaz, prohibido y no ausente de comedia. Su cumplimiento humano obedece a los dictados de la moral; por ello se ocupa en auscultar el paso y el peso de la problemática en los acontecimientos cotidianos que surgen en el país. Me refiero a la otra dimensión de ese trabajo periodístico con respecto a “los compadres”. Dirigir cañonazos desde la prensa es un acto duro, a veces inútil: no asegura resultados, pero es indispensable. Obviamente, en México, Batis no es el único en realizar semejante actividad, pero la mención es necesaria porque este oficio ostenta un carácter sui generis del más puro heroísmo épico. En todo caso, nuestro autor se ha percatado que en los tiempos modernos lo grotesco hace un nuevo estrago en la política. A riesgo de caer en una simplificación, es preciso establecer lo siguiente: si en su relación estética y ética “los compadres” de Batis, al discutir temas políticos con varias voces que disfrazan su producción de pseudo-frases, Batis resume el grito de angustia de un pueblo. Roland Barthes opinó que cuando los “domésticos” entran en escena, la epopeya pasa a ser novela. No pienso que la sustitución tajante propuesta por Barthes funcione del todo en este caso. ¿Es la crítica menos crítica cuando la ejercen “los compadres”? Si el crítico debe restituir el don de la palabra a un pueblo que tiene poca o ninguna vela en el entierro, no es sólo para que fluyan sus testimonios como un río de sarcasmos e ironías ni para que los escuchemos, pues ellos constantemente nos informan de lo que sucede. La paradoja de estos personajes no reside sólo en que sus argumentos tan profundamente tristes nos hagan reír, sino en el hecho que, sabiéndose frágiles y engañados, traten de todos modos de


generar alguna coartada ideológica que finalice por exponer su vocación de fracaso. Exactamente como el coro en la tragedia griega, “los compadres” conocen a fondo la falsa o verdadera gloria de sus héroes. Hablan, lanzan confidencias, se regocijan, se lamentan, desnudan la inmoralidad de ciertos hechos. A estos “compadres” los encontraremos por todas partes: en la arena pública, en la calle. A veces parecieran habitar hasta en el mismo interior del Palacio. Exactamente como el coro griego, que termina por convertir a los gigantes en enanos y a los gnomos en cíclopes, “los compadres” terminan por ser una especie de conciencia que se convierte en guardiana de una dignidad perdida. Como bien sabemos, la tragedia es un eco de la épica. Es evidente que el poder de revelación indirecta del coro es la propia voz del poeta —en este caso un crítico— completando su épica. Victor Hugo afirmaba que raras son las ocasiones que alguien inspecciona los sótanos de una casa después de haber visitado los salones. También dijo que ocupados en los frutos de un árbol, a casi nadie interesa ver sus raíces. Con Batis, como hemos visto, esto no sucede: le interesan las raíces y los sótanos. Aunque haya visitado escasos salones, su tiempo transcurre como el del preso confinado a la soledad de las cuatro paredes de su oficina. La observación no es arbitraria sino paradójica: es curioso que, siendo un recluso, esté tan bien enterado de todas y cada una de las vueltas que Aquiles dio al cadáver de Héctor alrededor de Troya. Sospecho que Batis pudiera hacer lo mismo que aquel sultán nocturno cuando salía disfrazado a conocer su ciudad. Mas no me consta. Sólo puedo constatar que, a lo largo de estos años, lo encuentro siempre trabajando con la vista sobre los papeles, en su oficina. Como bien dijo Roland Barthes, el auténtico lugar épico no es el combate sino la tienda de campaña.

II. VICIOS COMPARTIDOS El amor a la Literatura es una virtud que muchos viciosos comparten; entre ellos, Huberto Batis. (Recordar en Lo que Cuadernos del Viento nos dejó, el desenfreno colorido en su deslinde confesional de lecturas). Por supuesto, no todos los vicios ocurren al mismo tiempo ni tampoco la práctica de uno excluye la de otro. Hubo una ocasión en que estaba en una fila aguardando para ver una película y casualmente coincidí con otro vicioso, que como yo, colaboraba en el suplemento sábado. Ambos estábamos preocupados; la confección de un periódico es un reto perenne investido de crisis. unomásuno atravesaba por una de ellas y Batis era la viva imagen del desánimo a la melancolía. Nos sentíamos tristes de verlo tan abatido. Recordé entonces la leyenda china sobre la mujer que educó a su hijo golpeándolo despiadadamente. El hijo aceptó el maltrato sin jamás verter una lágrima. Los años pasaban, los golpes proseguían, tal vez sin la fuerza del comienzo. Hasta que un día la ya anciana, al intentar pegarle, apenas pudo rozarlo con la mano, entonces, el hijo se soltó a llorar. Aunque uno deba hablar en nombre de otro vicioso, sé que en aquella fila del cine ambos —a pesar de declararnos decididos antimasoquistas— llegamos a la conclusión que preferíamos ver a Batis con los ojos arremolinados, dejándose arrastrar por el flujo tumultuoso de sus cóleras y repartiendo latigazos por doquier. ¿Quiere evitar broncas con Batis? Al hacer la entrada en su oficina, fijarse de inmediato en sus ojos; si están turbios y arremolinados: huye pirata. En las escasas ocasiones en que no usé los privilegios de mi vista, me fue como en feria. El componente mágico de la mirada es clave en esa vasta ciencia de los signos épicos. Sin embargo, por más que busco estudios comparativos sobre la mirada de Aquiles, Palamedes, Ayax el

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Grande, Ayax el Chico, Néstor y demás compadres de La Ilíada, no los encuentro.

III. ¿QUÉ HAY EN UN NOMBRE? Huberto Batis es famoso, pero su fama engendra una popularidad ambigua. Aunque su persona es conocida, no falta quien confunda su nombre con el de Humberto, Heriberto, Heberto, etcétera. Él mismo probablemente desconoce que su persona circula con varios motes que apuntan a opuestas direcciones: Facundo, Zeus, Taciturno Escudero, el Conrad Lorenz del periodismo cultural, el Padrino, el de la talacha, y más. En sus obras, Shakespeare y Cabrera Infante se hicieron esta pregunta: “¿Qué hay en un nombre?” Intento una respuesta. Podríamos imaginar a “Huberto” de diversos modos, pero el primer Huberto del que se tenga noticia vivió a principios del siglo VIII. Fue obispo de Maestricht y Lieja. Era, y esto puede servir de soporte para una teoría, el santo patrón de los cazadores. “Hubertos” notables ha habido y los hay. ¿Quién se atreve a negar que el más sobresaliente no sea Hubert, la singular versión británica del paternal pervertido pervertidor de Nabokov? El apellido es otra cosa y entraña un tipo de adhesión; por eso aunque a este Batis se le pueden reprochar ciertas asperezas de estilo, recurro por última vez a la palabra de Victor Hugo. No hay llama sin humo ni nada brillante que no sea oscuro.

IV. UN VICIO Durante años, y con relativa discreción, he compartido un vicio con el autor de Lo que Cuadernos del Viento nos dejó y Estética de lo obsceno. Si bien éste no es solitario, puede así practicarse —como también socialmente‒. En este caso, tanto Batis como yo lo ejercíamos cada uno por su lado. Sin embargo, sé muy bien que la tarde cuando hice mi entrada a su tienda de campaña con ese “oscuro objeto de deseo”, lo volví adicto a una variante británica de esa perversión. Creo que nadie se percató del hecho. Si acaso Eduardo García Aguilar notó algo, fue un voyeur discreto. Miguel Rico lo fue también, aunque en él percibí una reticencia —sospecho que estuvo relacionada con su firme decisión de cambiar de talla—. No podría asegurar si la familia de Batis llegó a extraviarse por ese hábito; en las contadas ocasiones en que Mercedes se dejó corromper —según el propio Batis— lo hizo con entusiasmo, aunque su preferencia gozó de una marcada predilección suiza. Nuestro vicio ni amainó ni ha dado término, sino todo lo contrario, pues México, el país originador de esta lujuriosa

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costumbre decidió abrir “las puertas del castillo” a sus manifestaciones extranjeras. Chocolates claros, oscuros, amargos y dulces —de todas las nacionalidades— hasta la fecha conviven en perfecta armonía, a pesar de su desenfrenado exhibicionismo.

V. ETCÉTERA Batis, que ha sido el mejor amigo de sus amigos, ha llevado esa virtud a terrenos excelsos pero viciados y aunque le concede el máximo valor a la amistad, con él no reza el refrán que “los amigos de mis amigos son también mis amigos”. No lo son en su caso. En cuanto a nuestra amistad una imagen señera es la de un día en que empezó amablemente a darme la siguiente instrucción: “la palabra ‘etcétera’ jamás se abrevia”. Bajo su tutela he escrito de “casi todo”, y ese “casi todo” me lo ha publicado (excepto este trabajo). Deseo más que rendirle mi agradecimiento reiterarle mi reconocimiento. En un medio cultural donde imperan los mutiladores dogmáticos, donde es sintomático y sistemático que se apliquen a los colaboradores las mismas medidas procustianas a las dosis de ideología, es admirable que Batis me haya publicado opiniones, no siempre compartidas por él. Ése es uno de los componentes paradójicos de Huberto Batis. Ha encumbrado a numerosas figuras, y pocas personas han sido tan desinteresadas como él. Logra que otros reciban merecidos honores mientras él, que se los merece sobradamente en su calidad de autor, maestro y promotor cultural no ha obtenido (con excepción de los Abriles), hasta ahora, tantos premios públicos. A pesar de que su tarea es una odisea permanente, sigue siendo una entrega apasionada.1 En los tiempos antiguos, la épica se limitaba a celebrar en breves cantos, aventuras y hazañas aisladas. En los tiempos modernos, es difícil encontrar un tejido orgánico que una y dé sentido a lo disperso. Entrever y entrelazar ese tejido es la misión de este “épico epónimo”. Llamo así a Huberto Batis como mínimo reconocimiento de la unicidad e identidad de su labor y fortaleza épicas.

1 Posteriormente, bajo la presidencia de Consuelo Sáizar en Conaculta, Huberto Batis fue objeto de homenajes. Si bien, debió haber recibido de otras entidades culturales muchas más preseas y reconocimientos a su persona y al suplemento sábado que con tanta devoción él dirigía.


La bibliomanía de Huberto o de los modos de hacerse de una biblioteca Texto y fotografías de Catalina Miranda

A

l mediodía del 25 de febrero de 2006, la Capilla Antigua del Palacio de Minería, donde se celebró la XXVII Feria Internacional del Libro, ante un público formado en su mayoría por adolescentes dotados con cuadernos y grabadoras, el experimentado periodista, leyenda viva del reteextrañado, y siemprevivo, sábado de unomásuno, Huberto Batis —hombre de letras críticas, creadoras y recreadoras, pornontólogo, erotómano catedrático en la Facultad de Filosofía y Letras por más de cincuenta años, autor de los Índices de El Renacimiento, de Ignacio Manuel Altamirano, de Lo que Cuadernos del Viento nos dejó, de Por sus comas los conoceréis, de Estética de lo obsceno, entre muchos otros ya publicados y otros más por publicarse, compartió de un modo ameno, desenfadado, divertido, vivaz y espontáneo —como han sido las publicaciones que ha dirigido— cómo formó la riquísima biblioteca que guarda en su casa en el pueblo antiguo, ahora delegación Tlalpan, en la Ciudad de México. Los libros los fue reuniendo poco a poco y de diversas maneras. La primera —confiesa— fue extrayéndolos discreta-

mente de las librerías o de las casas de algunos de sus amigos. Motivado por su propia experiencia, lo primero que les enseña a sus alumnos en la universidad y en los distintos talleres que ha impartido, es cómo hacerse de manera fácil y económica de sus materiales bibliográficos, es decir, les da consejos acerca de cómo formar una biblioteca cuando no se tiene dinero. Reveló, ante un público expectante, que asesora a sus pupilos respecto a diferentes métodos para obtener los libros (lo cual comentó con ilustrativos ademanes), metiéndolos en la bolsa de la camisa, cubriéndolos con el saco, o introduciéndolos en los calcetines o entre algún periódico para luego salir de manera rápida, pero discreta, de las librerías. Tales palabras pecadoras, pronunciadas ante ángeles y arcángeles, ante serafines petrificados y ante un espléndido cuadro de imponentes dimensiones de la Santísima Virgen de Guadalupe que aún se conserva en la bellísima Capilla Antigua del Palacio, arrancó carcajadas entrecortadas y nerviosas a los, a partir de ese momento, jóvenes ilustrados, que seguramente salieron a los corredores del Palacio de Minería, a poner en práctica

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los conocimientos recién adquiridos. El maestro continuó platicando cómo formó la enorme biblioteca que guarda en su casa, cuyo peso ha dado a la construción la estabilidad que la ha mantenido a salvo y de pie durante los temblores, tan comunes en estas tierras mexicanas. Otro buen consejo que Huberto Batis dio a los jóvenes para hacerse de una preciada biblioteca fue el de convertirse en críticos de libros, de literatura, de cocina, o de cualquier otra materia, ya que así los sellos editoriales les enviarán las obras de publicación reciente para que les den publicidad. El maestro también comentó la envidia que siente por sus amigos que han tenido valiosas joyas bibliográficas, valuadas en millones de pesos, como es el caso del peruano Fernando Tola de Habich, quien reunió en Tlahuapan, Puebla, una biblioteca que podía medirse por “cuadras”, y por José Luis Martínez, quien, asegura Batis, tuvo una biblioteca muy completa y además lujosa. Debido a las maratónicas actividades de la Feria Internacional del Libro, ante la premura de quienes ya ansiaban ocupar la Capilla Antigua para dar inicio a otro evento, Huberto Batis, con ese estilo muy suyo, metafórico y paradójico; humorístico e irónico; siempre directo, pero también discreto y sugerente, se despidió culpando a los editores, a los libreros y a la larga cadena de individuos involucrados en la industria editorial, de haberlo convertido en un adicto empedernido a los libros, en un bibliómano, bibliófilo, biblomaniático, de haberle quitado la paz, de obsesionarlo al regalarle su primer libro —como si hubiera sido una pastilla de coca o de éxtasis—, y de venderle luego todos los demás…

El Hilo de Ariadna es una colección periódica de Editorial Ariadna. El contenido de las publicaciones es responsabilidad de los autores. En El Hilo de Ariadna no se discrimina a ningún autor ni por su género, ni por su edad, ni por sus creencias religiosas ni políticas, tampoco por sus preferencias sexuales ni por su situación económica, tod@s son bienvenid@s. ISBN de la Colección: 978-607-8269-25-9. El cabezal El Hilo de Ariadna es creación de Héctor de la Garza EKO. El número 2 de esta colección es un Homenaje Póstumo a Huberto Batis (1934-2018). correoelhilodeariadna@gmail.com © Imágenes: Archivos de Huberto Batis, de Editorial Ariadna. y de cada uno de los colaboradores. EDITORA: Catalina Miranda DISEÑO: Anubis Olid REDACCIÓN: Angelina Martínez Herralde Oficina: 26 14 31 90 Cel. y WhatsApp: 55 39 56 25 06 www.editorialariadna.com FaceBook: Edit.Ariadna

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Este texto es una mierda

U

Texto y dibujo de Eko

na tarde Huberto regresaba de comer, y yo de fumar mariguana con Vallarino y Ontiveros, discutiendo de Pound y Goethe, me subí a su destartalado Javelin, y de su portafolio lleno de cuartillas y de dinero —porque Huberto nos pagaba en efectivo a todos— sacó un sobre manila “cuídalo con tu alma”, me dijo. El sobre con el título: “Cuando Gurrola y Batis pelearon en el lodo”, escrito en su destartalada Olimpia, porque Huberto la usó tres veces como proyectil, no tenía nada. “Un gesto en el vacío”, dijo Ontiveros, citando a la Yourcenar, citando a Mishima. El mismo Mishima que se abrió la barriga en el éxtasis del seppuku, Hara-Kiri esperado de los que colaboraban en el mundo de Batis. No sé de los demás, desaparecieron del escenario y llevaron trepadoras y sanas vidas después de Huberto. Después de Huberto… para mí nunca hubo un después de Huberto. sábado siguió encapsulado en el ámbar de las memorias y los cuentos de Huberto. El sábado de Batis, en la Cerrada de Correggio, con sus colaboradores olvidados y sus lectores enterrados entre las letras de sábado. Y cómo editaba Huberto, a 300 golpes, literales. Hecho a golpes, la mentada de madre a Fernando Benítez, el editor mejor vestido de México, que me aventó al destierro del suplemento. Fui de las pocas oclusiones intestinales que nunca fuimos cagados al mundo exterior, a la realidad, malnacidos de un parto anal como tantos otros exitosos y premiados… Batis cuenta que mi madre me llevó de la mano al suplemento: “Ahí te lo dejo para que lo hagas hombre”. Es cierto, no miento, Huberto me educó. Las lecciones más importantes de mi vida como autor, me las enseñó Huberto, pero ya las olvidé todas. Pasábamos las tardes en su oficina, entre torres de periódicos que recortaba de todas las vedetes y actrices y putillas de la vida efímera. Parecía que hacíamos historia. Batis no recibía copias, sólo originales, y no importaba quién fueras, te leía y te corregía. Eso le cagó a Bolaño, maloliente y arrogante; hubiera aprendido a escribir. Poco a poco, de un chapuzón, entré a la tripa de sábado. Inseparables y testigos de todo, Huberto nunca me aconsejó. Pero éramos compañeros, hermanos de sangre negra. Huberto siempre estaba manchado por la cinta de su destartalada Olimpia, con los puños de la camisa borroneados de lápiz y de la tinta de los manuscritos. Ya había copias fotostáticas, pero eran unas impresiones malolientes por el fijador de amoniaco. Batis sólo recibía originales. Nadie se atrevía a entregar una copia de sus textos, ni siquiera el entrañable Juan García Ponce

que llamó a Batis para invitarlo a cenar y entregarle el primer capítulo de la Crónica de la Intervención… ¿Ese texto lo ilustré? Con una putita abnegada, creo. En realidad sólo por las huellas de mis dibujos me acuerdo… —Yo camino con las manos y mis huellas son dibujos. Algunas huellas quedan, otras se borran con una escoba y el tiempo. Me tocó ilustrar Terranostra de Fuentes, la galera inédita pirateada de la editorial, pero a la gente no le gustó esa obra. Yo creo que es la mejor novela de Fuentes, y la ilustré junto con su Cristóbal nonato, con una adelita con las canas del cordón umbilical de sus gemelos abortados. Qué tiempos vespertinos en penumbras, complicados y profundos; días como cartas del tarot, incomprensibles significados y señales. Lloviendo, tardes en las obscuras oficinas y “salas de juntas” del unomásuno donde cogías, te drogabas o dormías. Éramos un grupo compacto de testigos, éramos pocos amigos. Muchos conocidos y aspirantes. Los pedos en los que me metía porque todos leían sábado y todos interpretaban sábado. Aterrador, porque Huberto se tomaba en serio su trabajo. Para Batis no era una rutina editar sábado. Era un ritual. Había algo de pagano, de Carl Orff y thinner. Las manos de Huberto, de huesos finos y uñas rotas, en los momentos en que soltaba el lápiz, y preguntaba qué pasaba afuera. “¿Afuera? Afuera vale madres, Huberto”. “Vete a la mierda”, contestaba, mientras recortaba otra nalgona y empezaba a contar… “Lo más horrible —me decía— es cuando te buscan tus primeras novias; cuando llegan, encuentras unas momias horribles y te abrazan: ‘Huberto, dame un besooooo’.” Y entonces entraba una joven alumna, aspirante a escritora, editora, actriz, bailarina, ninfómana y nuestra conversación mórbida se asfixiaba con la carne fresca que lo buscaba en su laberinto. Y seguía el ritual, el desfile de recomendados, colaboradores y aspirantes entregando cuartillas, y Batis revisando, tachando y rechazando. “El suplemento es un monstruo que se traga todo”, me decía, “y también te va a tragar a ti, te haría un favor si te corro”. Y por eso le hice el sello: “Este texto es una mierda”, por tantos manuscritos que rechazó. Para Huberto, escribir era un acto nietzscheano, o escribías con sangre, o te ibas a la mierda. No había misericordia ni piedad para los usurpadores. La verdad es que cuando murió Huberto, y su sello, todos los escritores respiraron. Ciudad de México, 2018

Año 1 - Núm. 2 - Octubre - 2018 29


30 El Hilo de Ariadna

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