El Hilo de Ariadna # 7

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Año 1 - Núm. 7 - CDMX Julio de 2019

SERGIO GALINDO 1926-1993 Manuel Galindo

colaboran

Nedda G. de Anhalt Sebastián Galindo Ángela Galindo (madre e hija)

Coordinación e investigación iconográfica de Nedda G. de Anhalt

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Para conocer a Sergio Galindo Selección de comentarios por Nedda G. de Anhalt

“C

uando los ídolos hayan caído, Sergio Galindo seguirá de pie”.

“Sin prejuicios, Galindo condujo al éxito a la Editorial de UV (Universidad Veracruzana)”.

Tomás Segovia, en Proceso, enero, 1993.

Luisa Josefina Hernández en el 50 aniversario de la Editorial UV, FILU 2007, p. 7.

“Este artífice literario es un hombre callado y elegante, incapaz de abogar por méritos propios”. Alicia Zendejas en Excélsior, septiembre 25, 1992.

“Jalapa, ciudad natal de Sergio Galindo (19261993), es un espacio recurrente en su obra. Polvos de arroz (1958), El Bordo (1960), La comparsa (1964), y Otilia Rauda (1986) son novelas que dan fe de ello”. José Luis Martínez Morales en Punto y Aparte, 21 de enero de 1993, p. 16.

“Galindo… dio comienzo a su carrera literaria en 1951 con la publicación de su libro de cuentos intitulado La máquina vacía. Esta colección de cuentos de iniciación es singular en el sentido de que la primera parte trata de iniciados adolescentes, mientras que los protagonistas de la segunda mitad resultan ser adultos que de muchas maneras distintas siguen descubriendo zonas desconocidas tanto en sí como en el mundo que los rodea”. Russell M. Cluff en La Palabra y el Hombre, 59-60, Universidad Veracruzana, Nueva época, julio-diciembre de 1986, p. 21.

“La gran capacidad de Sergio Galindo, lo subrayamos, es haber captado la esencia humana con los rasgos de maldad y bondad, de belleza y fealdad que contiene”. Arturo Trejo Villafuerte en la revista La Palabra y el Hombre, de la Universidad Veracruzana, Tercera época Número 3, enero-marzo, 2008, p. 19.

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“A lo largo de 50 años, la Editorial de la UV ha construido un catálogo de grandes escritores de importancia capital, en nuestra cultura. Sergio Galindo, el director fundador, tuvo el acierto de abrir las puertas a las mejores plumas universales”. Germán Martínez Aceves en Diario de Xalapa, Sección Cultura, 7 de abril de 2008.

“En una atmósfera de mágica lujuria que nos recuerda un poco la Salomé de Oscar Wilde, se desenvuelve este corto relato de Sergio Galindo”. Elda Peralta sobre El hombre de los hongos, en El Heraldo de México, Cultural, 5 de septiembre de 1976, p. 7.

“…El hombre de los hongos, me lo solicitó Gavaldón, y con mucho gusto se lo di. Era la primera vez que alguien me pedía algo para cine”. Sergio Galindo en entrevista con Salvador Castañeda, unomásuno, viernes 3 de agosto, 1984, p. 15.

“Los festejos […] se incluye la creación de la Biblioteca Sergio Galindo, su nombre en una calle y una plaza de la capital, mesa redonda de discusión sobre su obra y la premiere de la película ‘Otilia Rauda’…” Marcela Prado en El Dictamen, martes 16 de abril, 2002.

“Cuando mucha gente aún se reía con sorna de las aventuras de Aureliano Buendía unidas a la interminable escrituración dirigida a los generales


colombianos, Sergio publicaba Los funerales de la mamá grande de García Márquez y El diario de Lecumberri de Álvaro Mutis, el teatro de Emilio Carballido y el de Luisa Josefina Hernández, los textos de Rosario Castellanos, Lolita Castro, Jaime Sabines, Heraclio Zepeda, los cuentos de José de la Colina y Vicente Melo, El doctor y los demonios de Dylan Thomas, los de Max Aub, y los de Cardoza y Aragón y claro, ¡cómo podían faltar!, los cuentos de José Revueltas, nada menos que ‘Dormir en tierra’. La brillante labor editorial, generosa, profética de Sergio tenía su continuidad lógica en la revista. La Palabra y el Hombre llegó a constituirse en una institución: eran los tiempos del Rector Aguirre Beltrán por quien Sergio llegó a Xalapa de nuevo y después los de Fernando Salmerón, rector también, más tarde”. Margo Glantz en La Palabra y el Hombre, 59-60, Universidad Veracruzana, Nueva época, julio-diciembre de 1986, p. 5.

“… la herencia de la Editorial de la Universidad Veracruzana: oficio destinado a Sergio Galindo, herencia por él dejada y por mí tratada de convertir en nueva manera de vivir, renovada forma poética de expresión”. Juan Vicente Melo en La Palabra y el Hombre, 59-60, Universidad Veracruzana, Nueva época, julio-diciembre de 1986, p. 11.

“En el caso de Sergio Galindo, sin que haya en su obra nada parecido a la pudibundez y sin que

sus personajes dejen de ejercer, cuando es el caso, todas sus facultades, hay algo como una visión más ancha de cuerpos y almas, algo como una capacidad de piedad, de ternura y de perdón, que es como su propia visión de la condición humana y como su propia condición personal”. José Luis Martínez en La Palabra y el Hombre 59-60, Universidad Veracruzana, Nueva época julio-diciembre de 1986, p. 9.

“Para los habitantes de El Bordo la experiencia se reduce a sus egoísmos, a sus soledades, a su aislamiento sin remedio. Pero, ¿es esto esencial al hombre o producto a una circunstancia? Si constituyera la esencia humana ninguno habría inventado esas otras palabras hermosas, cargadas de significación, solidaridad, compañía, esperanza”. Rosario Castellanos en La Palabra y el Hombre 59-60, Universidad Veracruzana, Nueva época, julio-diciembre de 1986, p. 15.

“En la narrativa mexicana, por el contrario, la solterona es un motivo constante, como lo demuestran Polvos de arroz de Sergio Galindo, Los convidados de agosto de Rosario Castellanos, y “El verano de la mariposa”, de Juan Vicente Melo, quienes, con su perfecta técnica de contar, develan el alma femenina y humana de la queridísima solterona”. Alfredo Pavón en La Palabra y el Hombre, 59-60, Universidad Veracruzana, Nueva época, julio-diciembre de 1986, p. 29 Año 1 - Núm. 7- julio - 2019 3


“Uno de los grandes méritos literarios de Sergio Galindo es su enorme capacidad para construir personajes sumamente complejos, conflictivos, cargados de múltiples significados en varios sentidos, así sea que su aspecto exterior parezca de lo más insustancial […] El conocimiento que Galindo tiene del alma, del espíritu, de la psicología humana, le proporciona una fuente inagotable de caracteres y situaciones que alimentan sus obras de ficción con un amplio sentido simbólico, existencial, que trasciende la superficialidad de sus protagonistas y el localismo de sus escenarios que en primera instancia parece hallar el lector, y los instala en dimensiones muchísimo mayores”. Ignacio Trejo Fuentes en La Palabra y el Hombre 59-60, Universidad Veracruzana, Nueva época, julio-diciembre de 1986, p. 33.

“Jamás aspiré a ocupar altos cargos en la burocracia del país. Las circunstancias me llevaron a ello, lo que es muy largo de contar, y creo que esto es tema para otra novela que escribiré algún día”.

Sergio Galindo en entrevista con Salvador Castañeda, viernes 3 de agosto de 1984, en el unomásuno, p. 15.

“Sí, estoy conforme con lo que he escrito y estoy inconforme con lo que aún no escribo. Hay temporadas que siento que he desperdiciado el tiempo […] Sergio Galindo en entrevista con Jaime Vázquez viernes 3 de agosto de 1984 en el Excélsior.

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“La obra de Sergio Galindo ha sido traducida a numerosos idiomas y a él se debe, de hecho, la fundación y sostenimiento constante de la Editorial de la Universidad Veracruzana, fundada hace más de veinte años”. Invitación al homenaje de Sergio Galindo que auspició el H. Ayuntamiento de Veracruz, la Universidad Veracruzana y el Grupo Realizadores de Arte y Cultura, A.C. y aparece publicado en El Universal, el sábado 8 de septiembre de 1984, p. 3C.

“Amalia Hernández diseñó una función con los elementos de su escuela de danza, para homenajear al maestro Sergio Galindo, recientemente nombrado Director General del Instituto Nacional de Bellas Artes”. Alfredo Henares en el Sol de México 1 de octubre de 1974.

“En Polvos de arroz, Sergio Galindo trata un tema aparentemente provinciano, pero no es así; el tema de la mujer ‘que se queda soltera’, no por su propia decisión, sino por las circunstancias que se van dando, como de manera inexorable en el contexto espacial, social, temporal en el que vive”. Rosalba Pérez Priego en La Palabra y el Hombre 59-60, Universidad Veracruzana, Nueva época, julio-diciembre de 1986, p. 36.


“Polvos de arroz, desde el título, nos da idea de lo auténtico, de lo añejo, de lo pasado de moda”. Edith Cañedo G. en La Palabra y el Hombre, 59-60, Universidad Veracruzana, Nueva época, julio-diciembre de 1986, p. 37.

“Sergio Galindo nos delinea aquí a una Camerina Rabasa soltera universal, victimizada por sí misma y quienes la rodean, pero que mantiene la fe de esperar”. Perla Schwartz en La Palabra y el Hombre, 59-60, Universidad Veracruzana, Nueva Época, julio-diciembre de 1986, p. 42.

“Sergio Galindo, en su novela La justicia de enero, se presenta ante nuestros ojos como (un gran) testigo del comportamiento humano”. Silvia Casillas Ledezma en La Palabra y el Hombre 59-60, Universidad Veracruzana, Nueva época, julio-diciembre de 1986, p. 45.

“Galindo crea un ambiente propiamente policiaco con la variante de que sus personajes no pretenderán investigar ni capturar criminales sino a extranjeros a quienes atribuirles una culpabilidad para infligirles un castigo, o bien, deportarlos simplemente. (Sobre La justicia de enero)”. María del Carmen H. Castellanos en La Palabra y el Hombre 59-60, Universidad Veracruzana, Nueva época, julio-diciembre de 1986, p. 49.

“En La justicia de enero, novela de carácter policial, uno de los protagonistas se pregunta: ¿qué es la justicia?... ¿qué demonios es?”. Guadalupe Chiunti Sánchez en La Palabra y el Hombre 59-60, Universidad Veracruzana, Nueva época, julio-diciembre de 1986, p. 51.

“Tercera novela de Sergio Galindo, ataque despiadado a la prosa convencional de su época, libro calificado en varias ocasiones como hallazgo insólito para la literatura mexicana de los años sesenta, El Bordo (1968), podría verse como una llave maestra que abre todas las puertas del mundo narrativo de su autor”. Álvaro Ruiz Abreu en La Palabra y el Hombre, 59-60, Universidad Veracruzana, Nueva época, julio-diciembre de 1986, p. 53.

“En esta novela (El Bordo) la anteposición del doble cobra una significación más trágica que fantástica”. Nedda G. de Anhalt en La Palabra y el Hombre, 59-60, Universidad Veracruzana,Nueva época, julio-diciembre de 1986, p. 56.

“Nudo me recordaba al Sergio Galindo de Polvos de arroz, de El Bordo, sin dejar de apartarme de él, Nudo era distinto, Nudo era igual”. Luis Arturo Ramos en La Palabra y el Hombre 59-60,Universidad Veracruzana.Nueva época, julio-diciembre de 1986, p. 57. Año 1 - Núm. 7- julio - 2019 5


“A lo largo de su tenaz carrera, Sergio Galindo se ha asomado más de una vez al territorio equívoco de lo fantástico. Creo que nunca lo ha hecho con mayor decisión ni fortuna que en El hombre de los hongos, esa breve obra maestra de que se sirvió como discurso de ingreso a la Academia Mexicana, en 1975”. Felipe Garrido en La Palabra y el Hombre 59-60, Universidad Veracruzana, Nueva época, julio-diciembre de 1986, p. 67.

“En este mundo, tal como en el real, la despedida de la niñez y la llegada de la madurez no pueden efectuarse sin ciertos momentos difíciles, tormentosos”. Russell M. Cluff en La Palabra y el Hombre 59-60, Universidad Veracruzana, Nueva época, julio-diciembre de 1986, p. 80.

“El impulso inicial que surge después de haber leído la obra de Sergio Galindo (tres décadas escribiendo) es afirmar que se trata de un escritor de vocación”. Álvaro Ruiz Abreu en La Palabra y el Hombre 59-60, Universidad Veracruzana, Nueva época, julio-diciembre de 1986, p. 85.

“En ‘Cena en Dorrius’ (cuento) un comensal en un restaurante observa fascinado, en la mesa próxima, los juegos de poder de un papi y una mami con sus hijos […] Todos los hermanos poseen narices iguales; caras parecidas, tanto que

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los sexos se confunden, el hermano parece hermana; sus risas son desagradables; la manera de comer es bestial. Los jóvenes se definen por colores: azul, rosa…”. Nedda G. de Anhalt en La Palabra y el Hombre 59-60, Universidad Veracruzana, Nueva época, julio-diciembre de 1986, p. 91.

“Para escribir sobre Sergio Galindo no parece improcedente comenzar citando a John S. Brushwood, quien dice: ‘Sergio Galindo es el mejor de los novelistas mexicanos…’”. Federico Patán en La Palabra y el Hombre 59-60, Universidad Veracruzana, Nueva época, julio-diciembre de 1986, p. 95.

“La comparsa es el homenaje que el autor rinde a su ciudad natal ungiéndola como el personaje principal de esta novela”. Nedda G. de Anhalt en La Palabra y el Hombre 59-60, Universidad Veracruzana, Nueva época, julio-diciembre de 1986, p. 105.

“Uno de los rasgos de la novelística de Sergio Galindo, además de su transparencia y del tono que la distinguen, es la configuración de núcleos familiares…”. Omar González en La Palabra y el Hombre 59-60, Universidad Veracruzana, Nueva época, julio-diciembre de 1986, p. 107.


“Pienso que quisiera otros veinte o muchos años más para seguir escribiendo… dice Sergio Galindo en la entrevista que realizamos hace dos años. Galindo estaba por recibir un premio que le otorgaba el INBA por su labor como escritor, editor y promotor cultural”. Víctor Ronquillo en La Palabra y el Hombre, 59-60, Universidad Veracruzana, Nueva época, julio-diciembre de 1986, p. 109.

“Debo señalar que soy un lector privilegiado de Sergio Galindo: no el mejor, ni el único privilegiado, pero sí el más, porque sus textos nuevos los puedo leer varias veces antes que se vayan a la imprenta; esto me permite hablar tal vez con menos autorización pero con más entusiasmo, de la obra inédita de un autor ya consagrado…”. Eduardo Mejía en La Palabra y el Hombre 59-60, Universidad Veracruzana, Nueva época, julio-diciembre de 1986, p. 115.

“Una vez más en la narrativa de Galindo, el agua desempañará un papel importante (en Dos Ángeles)”. Nedda G. de Anhalt en La Palabra y el Hombre 59-60, Universidad Veracruzana, Nueva época, julio-diciembre de 1986, p. 120.

“Bertha, la protagonista de ‘El cielo sabe’ y Ana, que aparece en ‘Ana y el diablo’, van más lejos

en sus descubrimientos […] En ‘Carta de un sobrino’ encontramos dos elementos gratos en la obra de Sergio Galindo: el humor muy fino y la recuperación de la pasible vida provinciana (Jalapa, por supuesto)”. Vicente Francisco Torres en La Palabra y el Hombre 59-60, Universidad Veracruzana, Nueva época, julio-diciembre de 1986, pp. 165 y 167.

“Terciopelo violeta envuelve doce cuentos escritos a lo largo de cuarenta años (1945-1985) en la vida del novelista jalapeño Sergio Galindo”. Armando Rodríguez Briseño en La Palabra y el Hombre, 59-60, Universidad Veracruzana, Nueva época, julio-diciembre de 1986, p. 125.

“De puntillas salía de la sala y se encerraba en su recamara a escribir. ‘Amor mío’, lo que dijiste ayer… ¿es cierto? ¿De veras me harás vivir?” Camerina Rabasa a su amado, en Polvos de arroz de Sergio Galindo.

“—La felicidad —le dijo Laura a Allan— está hecha de cosas tan concretas, efímeras y circunstanciales que podemos decir, sin temor a equivocarnos, que es este momento y nada más.” Sergio Galindo en Nudo, Primera edición: agosto de 1970 Joaquín Mortiz, pp. 101-102

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“La aventura de Camerina, como la de todos los viejos en la narrativa de Galindo se inicia bajo la calificación de búsqueda del amor y termina como imposibilidad del amor”. Alfredo Pavón en La Palabra y el Hombre 59-60, Universidad Veracruzana, Nueva época, julio-diciembre de 1986, p. 150.

“Diecisiete años después de la aparición de su primera novela, Polvos de arroz, Sergio Galindo publica su segundo libro de cuentos: ¡Oh, hermoso mundo! (1975). De las siete narraciones que forman el volumen, cuatro se desarrollan en Europa, uno en Jalapa y dos en la ciudad de México; de cualquier manera, en estos últimos hay el proyecto de viajar al viejo continente”. Óscar Mata en La Palabra y el Hombre, 59-60, Universidad Veracruzana, Nueva época, julio-diciembre de 1986, p. 145.

“Autor omnisciente, dirían algunos críticos, Galindo es dueño de una destreza sin pausas y sin declives: lo que sabe lo va descubriendo. Y no él: lo va descubriendo el lector por las voces, los recuerdos, las miradas de personajes…”. Juan José Reyes en El Semanario Cultural de Novedades, Año III, Volumen III, Núm. 125, 9 de septiembre de 1984.

“Para la cultura veracruzana y del país por extensión, la actividad de Sergio Galindo debe conside8 El Hilo de Ariadna

rarse en tres dimensiones principales: la creación literaria, el trabajo editorial y la difusión cultural al frente de instituciones estatales […] Por otra parte hay que mencionar el amor que tuvo siempre, Sergio Galindo por la Universidad Veracruzana, a la cual sirvió lo mejor que pudo […] Sergio Galindo abrió las puertas de su pensamiento y en cada una de sus obras flotan las reflexiones en torno a las posibilidades infinitas y escondidas de las relaciones en el núcleo familiar…”. Raúl Hernández Viveros en la revista La Palabra y el Hombre, de la Universidad Veracruzana, Número 85, enero-marzo, 1993, p. 13.

“Sergio Galindo nuevamente con su fluidez de lenguaje y la fuerza de las palabras nos descubre la realidad interna de sus personajes”. Isabel Perezcerqueda en La Palabra y el Hombre, 59-60, Universidad Veracruzana, Nueva época, julio-diciembre de 1986, p. 171.

“Estamos ante el caso de un fabulador cuyo mundo parte de causas y efectos paradójicos; uno en cuya esfera la ambigüedad, nunca termina”. Nedda G de Anhalt en La Palabra y el Hombre 59-60, Universidad Veracruzana, Nueva época, julio-diciembre de 1986, p. 177.

“Sergio nació como escritor igual que muchos de nosotros, en la revista América. El ojo certero y generoso de Efrén Hernández descubría obras de jóvenes con talento y les abría las páginas


para un primer lanzamiento profesional. Ahí salió “El trébol de cuatro hojas”, y poco después vino ese buen primer libro de cuentos, La máquina vacía, entre éste La justicia de enero hubo un gran enamoramiento del teatro”. Emilio Carballido, en “El teatro de Sergio Galindo”, en la revista La Palabra y el Hombre, de la Universidad Veracruzana, Número 85, enero-marzo, 1993, p. 21.

“Se trata de un relato que apuesta lo extraordinario, a lo anómalo, incluso a lo absurdo, en su configuración del mundo ficcional”. José Miguel Sardiñas, Prólogo de El hombre de los hongos, Editorial Ficción, p. 9., s/f.

Conversación entre Sergio Pitol y Guillermo Villar sobre Sergio Galindo: S.P.: “A los pocos días de habernos conocido me dijo que tenía que ir a Cracovia y, dado que yo manejaba con alguna soltura el polaco, me invitó a viajar con él en lugar de su intérprete oficial. Acepté e hicimos el viaje juntos. En aquella ciudad el Ministro de Cultura le había preparado un programa que cubría las actividades de rigor: teatro, conciertos, visitas a museos y otros sitios de interés, y, entre ellos, estaba una visita a Auschwitz, campo de exterminio. Yo llevaba casi dos años en Polonia y nunca se me había ocurrido ir a ese sitio. No sé por qué. Quizá por saber que son experiencias que lo sobrepasan a uno; o por creer que podía tener

noticia de esas cosas a través del cine, la literatura o la prensa, pues todo era tan reciente que los polacos estaban exorcizando esa pesadilla, ventilándola por todos esos medios. Así que fui con él y la experiencia fue tan sobrecogedora, tan desgastante, tan tétrica. Imagínate, pasar una mañana entre montañas de pelo, entre hornos, deshechos, fotos, documentales agobiantes, de tal manera que salimos anonadados y la conversación se hizo muy difícil. Era imposible hablar después de haber visto aquello. Pero creo que haber compartido esa experiencia tan terrible nos comunicó todavía más e hizo que un trato meramente social adquiriera otra claridad, otro peso […]”, p. 5. G.V.: “Hay otro aspecto que a mí me llama mucho la atención, me refiero a sus personajes femeninos que muchas ocasiones son duros, recios, y que a pesar de ser provincianos no responden a la mujer sumisa tradicional. En él las mujeres son personajes que a veces van dando la pauta a las acciones, dominando y avasallando a otros personajes”, p. 9. Sergio Pitol y Guillermo Villar en la revista La Palabra y el Hombre, de la Universidad Veracruzana, Número 85, enero-marzo, 1993.

“… Galindo es un escritor clásico, junto con Azuela y Yáñez, un puente con el siglo XIX, la edad de oro de la novela”. José María Espinaza en la revista La Palabra y el Hombre, de la Universidad Veracruzana, Número 85, enero-marzo, 1993, p. 19. Año 1 - Núm. 7- julio - 2019 9


“Otilia Rauda encarna la trasgresión y el deseo”. Óscar Robles en la revista La Palabra y el Hombre, de la Universidad Veracruzana, Número 85, enero-marzo, 1993, p. 75.

“El rostro feo y el cuerpo bellísimo hacen de Otilia una presencia dual, una creatura de la zoología fantástica, como una centauresa, como una esfinge, un personaje que para el cine, pienso habría requerido la puesta en escena y en imágenes de un Visconti y un Buñuel”. José de la Colina, “Sergio y Otilia”, La Palabra y el Hombre, de la Universidad Veracruzana, Número 85, enero-marzo, 1993, p. 104.

“Camerina Rabasa aprendió que ‘sin un amor el alma muere destrozada’”. Celina Márquez en la revista La Palabra y el Hombre, de la Universidad Veracruzana, Número 85, enero-marzo, 1993, p. 90.

“Camerina Rabasa y Otilia Rauda son, tal vez, los extremos y la cima de sus personajes femeninos. Cada una personifica el elemento más acabado de esa condición.” Luis Miguel Gallardo Salazar, “Galindo y los Hombres del Cofre”, en la revista La Palabra y el Hombre, de la Universidad Veracruzana, Número 85, enero-marzo, 1993, p. 95.

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“Sergio Galindo no ha obtenido el Premio Nacional de Literatura. El más severo de los críticos no encontrará argumentos para justificar el sentido último de esta omisión; para los admiradores de su obra, éste es un hecho incomprensible. Esperamos que pronto se cumpla no La justicia de enero sino la más elemental justicia literaria a la obra de un escritor de primera magnitud en nuestras letras hispanoamericanas”. Nedda G. de Anhalt en la revista La Palabra y el Hombre, de la Universidad Veracruzana, Número 85, enero-marzo, 1993, pp. 106-107.

“En La comparsa la ciudad de Xalapa, no es el detonador del desbordamiento, pero sí lo es la celebración del Carnaval: el rito que permite la huida, la invención de un lugar donde es posible el encuentro, el hallazgo o por lo menos el olvido (aunque éste dure diez días o una semana)”. Víctor Hugo Vázquez Rentería, en “Breves notas alternadas a partir de una oposición

El bordo y La comparsa.” en la revista La Palabra y elHombre, de la Universidad Veracruzana, Número 85, enero-marzo, 1993, p. 84.

“El pasado día tres de este enero que se agota, murió Sergio Galindo en el Puerto de Veracruz, a los 66 años de su edad. Desde ya, es un inmortal, un creador que enriquece las Letras Mexicanas”. Ofelia Mora en la revista Brújula número 18. 27 de enero 1993, p. 24.


“Nos dejó en sus novelas una imagen, nuestra impúdica imagen de seres desvalidos y trasegados, débiles e incapaces pero siempre, en esa neblinosa nimiedad, heroicos cada quien a su manera. Adiós Sergio Galindo”. Jorge Alberto Manrique en La Jornada, Cultura, p. 36, miércoles 6 de enero de 1993.

“Un magnífico hombre, un excelente autor y un editor inteligente […] La muerte es un escándalo: a don Sergio Galindo lo siguieron Rudolf Nureyev y Dizzy Gillespie. La justicia de enero es injusta sin duda”. Joaquín-Armando Chacón en Siempre!, enero 27, 1993.

“Fiel hasta el final, Sergio Galindo decidió volver en cuerpo y alma a su lugar de origen como una definitiva declaración de amor por un paisaje y por la gente que lo habita. Fiel hasta el final, Sergio Galindo se fundirá al paisaje que nutrió y dio vida con su vocación creativa, y que a partir de ahora fecundará también con sus propias cenizas”. Luis Arturo Ramos en Punto y Aparte, 21 de enero de 1993 pp. 14-15.

“…La niebla, esa cortina grisácea y semitransparente, como velo de novia o quizá mortaja, y la fina y pertinaz lluvia (chipi-chipi) bajaron tímida, imperceptiblemente por la tarde, casi lorquianamente a las cinco de la tarde, para hacer acto de presencia telúrica. La muerte, es enigma del hombre o de los dioses ¿libera? ¿traiciona? no

sé, sólo sé que llega siempre a tiempo, a su tiempo. Y en casos como el de Sergio Galindo, el calificativo hacia ella sólo lo conoció, tal vez, el propio Sergio. Y causa pena, más allá de la pérdida física de un hombre y su cuerpo. A cambio, deja lo mejor de sí, su obra, como regalo inmerecido a quienes le sobrevivimos. Descanse en Paz allá en lo incognoscible un artista de dimensión grandiosa”. Silvia Sigüenza en el editorial de la revista Brújula. Año uno. Tomo uno. Número 18. 27 de enero de 1993.

“Quizá el 3 de enero de 1993 se designe como la fecha de su muerte, pero Sergio Galindo revive cada vez que se pronuncia su nombre, cada vez que un amigo lo recuerda, cada vez que sus letras sean leídas…”. Angélica María Guerra Dauzón en la revista La Palabra y el Hombre, de la Universidad Veracruzana, Número 85, enero-marzo, 1993, p. 99.

“Si la muerte de Sergio deja un gran vacío en la vida literaria de México, más grande aún es el que deja en quienes lo quisimos. Acaso nos reconforta el saber que lo conocimos y fuimos queridos por él. El saber que siempre estará en nuestro recuerdo y que, como dijo Neruda, desde ahora las estrellas de América son su patria y su casa sin puertas es la tierra”. Guillermo Villar en Punto y Aparte, 21 de enero de 1993, p. 14. Año 1 - Núm. 7- julio - 2019 11


Recuerdo de mi padre

S

Manuel Galindo

iendo aún muy chico empecé a fumar, lo cual se podría explicar principalmente por dos factores: mi padre fumaba de manera regular y en demasía. Además, nos pidió siempre que cuando quisiéramos hacerlo se lo comunicáramos abiertamente, pues prefería comprarnos él los cigarros, a que consumiéramos los que nos regalaran en la calle o el colegio. De este modo, cuando cursé la secundaria, yo era de los pocos alumnos que portaba cigarros sin temor a que me vieran los profesores o prefectos, pues tenía autorización de mis padres para hacerlo. No obstante, estaba consciente de esta prohibición en el interior de las instalaciones escolares. Entonces, evitaba hacerlo en espacios donde me pudieran regañar.

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Un día, durante el receso de clases, unos amigos y yo decidimos fumar un cigarro en cierto sitio donde difícilmente notarían que lo estábamos haciendo. Sin embargo, no tuvimos suerte y nos vio uno de los prefectos. Después de llamarnos la atención y recordarnos que estaba prohibido fumar en el interior del plantel nos llevó con la directora de la secundaria. Ella recalcó nuestras bajas calificaciones y la mala conducta, amenazándonos con expulsarnos. De inmediato, se comunicó con nuestros padres. De modo particular, la señora procuró hacerme sentir peor, recordándome que mi papá acababa de salir de una enfermedad y estaba delicado en casa, pero que eso no sería un factor para contener el reporte y expulsión. Por teléfono solicitó hablar con mi padre. Cuando él acudió, le hizo partícipe del “problema”. Al conocer el motivo de la llamada, mi papá respondió que no era necesario que se alarmara, pues él me autorizaba el consumo de cigarros. La respuesta de la directora fue sobre la irrelevancia de si él me autorizaba, o no, pues en la escuela estaba prohibido fumar. Estaba expulsado por el resto del día. Tomé la bocina y le pregunté si me regresaba


en camión o mandaba a alguien por mí. Dijo que el chofer estaba desocupado en la casa y lo enviaría a buscarme. Eso sí, me pidió estar al pendiente para no hacerlo esperar. Recuerdo, al colgar, la cara de la directora: más enojada que antes de la llamada. Me

fui tranquilamente de la dirección y me dirigí a la puerta de salida. La directora bien sabía que yo estaba autorizado para fumar y su reacción había sido exagerada. Cuando llegué a la casa subí a la recámara de papá, hablamos del asunto sin exabruptos sino, por el contrario, con cierta diversión. Me comentó parte de la novela que estaba leyendo. Ahora no recuerdo cuál era el título ni mucho de la conversación pero pasamos una tarde fabulosa. Luego, fui a descansar. Bien mirado, la directora creyó castigarme por una falta escolar pero en realidad, me premió. Lo mismo pensó mi padre, agradeciendo que parte de este premio le hubiera correspondido. Tiempo después, dejé de fumar. 12 de junio de 2019

Manuel Galindo es el cuarto hijo del matrimonio de Ángela y Sergio Galindo. Estudió Economía en la UAM Azcapotzalco (1980-84), donde se graduó como licenciado en economía. Cursó una maestría (1987-89) en The American University en Washington, D.C. Ha trabajado en diversas instituciones oficiales como el Banco de México, la Secretaría del Trabajo y Previsión Social, la Secretaría de Hacienda, LICONSA, la Secretaría de Educación Pública y el Servicio de Administración Tributaria. Ha impartido clases en la UAM-A, en la Universidad Autónoma de Hidalgo y en la Universidad Veracruzana. Actualmente, ocupa el cargo de Director de Evaluación en la Secretaría de Educación Pública del Estado de Hidalgo. La novela Otilia Rauda está dedicada a él. Año 1 - Núm. 7- julio - 2019 13


La boda, 1956

Ángela González Naveda y Sergio Galindo Márquez

Boda de Sergio y Ángela, el día de la Covadonga, en Las Vigas, Xalapa, Veracruz, en la Parroquia San Miguel Arcángel: 8 de septiembre de 1956. El vestido de novia fue hecho por Bertha, la hermana mayor de Sergio. La mantilla de seda, larga, la enviaron desde España, las tías de ella, hermanas de su padre.

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Durante la Luna de Miel, en Guanajuato; septiembre de 1956.

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Misterios-9

“H

Sebastián Galindo

abré escrito ya mis últimas líneas?,” se preguntó Sergio mientras observaba su mano sostener el vaso con cerveza fría que un mesero le había servido unos minutos antes. Evitaba hacerse esa pregunta, no tenía ningún interés en visitar esos rincones de su memoria donde lo esperaban, inmutables, las razones por las que ya no escribía más. Sin embargo, mirar sus manos le hacía, invariablemente, entretener esos pensamientos. Ellas, sus manos, eran de dedos largos y delgados; “…definitivamente las manos de un artista” solía decirle su madre mientras, orgullosa, las sostenía entre las suyas cuando él la visitaba en su natal Xalapa. Sergio siempre anheló tocar el piano, pero sus manos resultaron ser las de un escritor. Al frotar las yemas de sus dedos, todavía podía sentir vestigios de las callosidades que el rutinario golpeteo contra el teclado de la máquina de escribir había producido. Siempre utilizó máquinas de escribir mecánicas; la que tenía actualmente, con la cual les dio vida a Rubén y a Otilia, era una Remington Rand que pesaba varios kilos a pesar de haber sido comercializada, hace ya varios ayeres, como “portátil”. No pudo evitar sonreír al pensar en la máquina de escribir electrónica que uno de sus hijos le había comprado para facilitarle la tarea de escribir. “Ojalá se pudiera despertar la creatividad con tan sólo cambiar de instrumento de escritura,” pensó mientras el frío de la cerveza recorría su garganta proporcionando un alivio temporal del calor que dominaba el húmedo ambiente de los Portales de Veracruz, sobre la calle de Lerdo en el corazón del Puerto. “Sergio, tu padecimiento pulmonar está muy avanzado. Si quieres disfrutar unos años más con buena calidad de vida, tienes que irte de la Ciudad de MéEl tercer hijo del matrimonio Galindo, Sergio José (1960 - 1988), en el Jardín de Niños, donde fue xico y vivir a elegido príncipe de su clase, al lado de su princesa. nivel del mar,” 16 El Hilo de Ariadna


había sentenciado su médico cinco años antes. Muchas cosas han cambiado desde ese día. Ángela y él se mudaron a Veracruz llevando con ellos a Sebastián, el menor de sus seis hijos, y las ideas para una nueva novela. Su tercer hijo, Sergio José, vivió unos meses con ellos en el puerto; pero él, ya no está De izquierda a derecha, Ángela madre, Juan Gustavo, Mónica con su hermano más chico, Se- más con ellos… bastián, Manuel, doña Bertha (madre del escritor), atrás de ella, el chofer, Ángela hija y Sergio Su vista vuelve a Galindo, en Xochimilco. posarse en sus manos. “¿Le traigo otra cerveza don Sergio?,” preguntó el mesero. Él, agradecido por la interrupción, admira el derroche de vida, sonidos, y colores característicos del Centro Histórico de Veracruz. Al llegar al puerto, abrió una cuenta en el banco Serfín —aunque él todavía prefería llamarlo el Banco de Londres y México— y lo hizo en la sucursal localizada en la esquina de Independencia y Juárez, pues esto le daba un pretexto para visitar el centro de manera regular. Dos o tres veces por semana, tomaba un taxi

para ir al banco: conocía el nombre de todos los empleados y pasaba un buen rato conversando con

ellos. Después, dirigía sus pasos a los Portales, situados apenas una cuadra del banco, para beber un

café y una cerveza antes de tomar un taxi de regreso a casa. “No, don José. ¡Muchas gracias! Sólo trái-

game un vaso con agua y la cuenta, por favor” respondió Sergio mientras consultaba la hora en su reloj. Era la una y media de la tarde, tiempo ya de emprender el regreso. Ángela debía de tener la comida casi lista y Sebastián seguramente vendría ya de la universidad para comer en la casa. “¡No puedo creer que Tatián ya esté en la universidad!,” pensó Sergio mientras esperaba que el mesero le trajera su cambio. Sebastián había llegado a sus vidas de manera inesperada. Nueve años después del nacimiento de su quinta hija, y ya a mediados de sus cuarentas, el prospecto de lidiar con un recién nacido había sido, por decir lo mínimo, atemorizante. Sin embargo, Sebastián se convertiría, desde muy temprana edad, en su habitual compañero con quien había compartido innumerables viajes, juegos, libros, y caminatas. Sergio dejó el bar y caminó hacia la calle Zaragoza. Al llegar, vio venir un taxi y movió el brazo para hacerle la parada. Después de cerrar la puerta y acomodarse en el asiento trasero, se dirigió al Año 1 - Núm. 7- julio - 2019 17


conductor, “Buenas tardes, me lleva por favor a la calle Dos de Abril, entre Remes y Católica, del Fraccionamiento Reforma. De ser posible, vaya por el Boulevard, aunque me cobre más, para poder ver el mar.” El conductor tardó un poco más de lo normal en iniciar el trayecto. Sin embargo, a los pocos segundos, se reincorporó al flujo de automóviles sobre Zaragoza al tiempo que encendía su luz direccional para indicar que doblaría a la Nedda G. de Anhalt y Sebastián Galindo. izquierda en la siguiente esquina. HaFotografía de Enrique Anhalt. bía algo en la manera de hablar del conductor que le llamaba la atención, pero no podía identificar exactamente qué era —probablemente su tono, serio y autoritario—. La brisa fresca del Golfo circulaba libremente por las ventanas abiertas del automóvil mientras Sergio y el conductor conversaban animadamente. Al llegar a la calle de su casa, le indicó dónde detenerse. “¿Cuánto le debo?”, preguntó Sergio. “¿Cuánto le cobran normalmente?,” preguntó el conductor, después de considerar la pregunta. “Normalmente, 35 pesos cuando venimos por el Boulevard”, respondió. “Que sean 30 pesos,” dijo el conductor. Al bajar del taxi, Sergio vio que Ángela y Sebastián lo habían visto llegar por la ventana y ambos salían a recibirlo. “¡Que extraño!,” pensó mientras se apresuraba a acercarse a ellos ya que la ansiedad en sus miradas era palpable. “¿Qué pasó? ¿Está todo bien?”, preguntó Sergio sin dar tiempo a que su primera pregunta fuese respondida. “Papá, ¿qué te pasó a ti?,” preguntó Sebastián con clara preocupación. “¿A mí?, pues ¿qué me va a haber pasado a mí? No me pasó nada”, respondió un poco molesto al no entender la razón de la preocupación y el interrogatorio. “Y entonces, ¿por qué te viene a dejar la policía?,” le cuestionó Sebastián, también un poco exasperado. Fue como si el tiempo se hubiera detenido. Sergio volteó inmediatamente hacia el taxi, que en ese momento arrancaba, y lo único que atinó a hacer, ante las miradas atónitas de Ángela y Sebastián, fue soltar una sonora carcajada al tiempo que todos esos pequeños detalles que inconscientemente había notado se aglutinaban cobrando nuevo significado y contando una historia muy distinta. “¿Había una barrera metálica separando la parte delantera de la trasera en el vehículo? ¿El conductor vestía de uniforme? ¿Por qué los reportes que se escuchaban a través de la radio del automóvil eran tan distintos de los que había escuchado antes en tantos radio-taxis? Pero, sobre todo, la sonrisa del conductor cuando Sergio le preguntó cómo lo podría contactar en el futuro si alguna vez necesitaba quien le manejara, y la simple respuesta que éste le dio: ‘Sólo llame y pregunte por Misterios-9’”, pensó Sergio aún sonriendo. Después, dirigiéndose a Ángela y a Sebastián: “¿Quién sabe? A lo mejor algún día esto se convierte en un cuento…” Sebastián Galindo es el hijo menor del matrimonio Galindo. Vive en Estados Unidos desde hace 17 años y trabaja como profesor e investigador en la Universidad de Florida.

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Sergio Galindo en la Academia Mexicana de la Lengua, 1975

Durante la lectura de El hombre de los hongos. Sergio Galindo y Ángela, su esposa, en la recepción con motivo de su ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua.

Obras de Sergio Galindo fragmentos

El hombre de los hongos: “Me desmayé. Con los ojos cerrados oía gritos confusos, recomendaciones. No sé quién me cargó. Me acostaron en un sofá de la sala. Oí la voz de Everardo. ”—¿Qué?... ¿Qué le sucedió? Alguien me tomaba el pulso. Sentí que el rostro de mi padre estaba muy próximo al mío. Me dio un beso en la frente y su baba me escurrió hasta la sien. Imaginé sus ojos lacrimosos, llenos de dulzura. Entonces, horrorizada de mí misma, verdaderamente, me desmayé.”

Jorge Alberto Manrique, Sergio Galindo, Kioshi Takahashi y Manuel Felguérez.

Nudo: “Es la vida. Tú sabes bien; supongo que lo sabes, que en las noches, cuando se acaban las músicas, te queda sólo el cuerpo ajeno; el ajeno, porque el tuyo propio no significa nada; y ese cuerpo ajeno es tu ancla, tu circunstancia, tu deseo de vivir mañana: de vivir. Y Daniel… ¿Bailamos? y bebes y extiendes la mano y la posas sobre el pecho desnudo de Allan y sus vellos son un infinito laberinto en el que te vas a enterrar y proteger Año 1 - Núm. 7- julio - 2019 19


y ya no hay Daniel ya no hay nadie. ¡Pasa un siglo para que esto suceda! Pero sucede.” “El esperante” (cuento): “Pero recuerdo que a veces, en la plenitud del aislamiento y el sosiego, un tenue crujir de hierba, un ondular de hojas, presagiaba un reptil y era como si una trompeta anunciara mi muerte. […] Si mi hijo estuviera a mi lado él compartiría conmigo la batalla, su energía supliría la que a mí me falta. Triunfaríamos”. La comparsa: “Después se construirán otros monumentos iguales y quizá un día Jalapa sea más famosa que Pompeya. —Jalapa la viciosa. —Jalapa la podrida. —Jalapa la prostituta.” Declive: “El coqueteo no había durado mucho, como de costumbre, pero en este caso más que una gran atracción física (que la había) fue la curiosidad que le despertaba el encanto tan inmenso que tenía Juan, los ojos inquietos y fogosos. Pensó que si pasaba la noche con él se divertiría pues era agradable, sabía reírse… Y le sucedió algo más trascendente: se enamoró.” “Juegos de soledades” (cuento): “Yo, no existo. Es como habitar el vacío… pero con un eco. Un lejanísimo eco. Mi soledad se ha fundido en la suya y más desde que conozco sus rasgos. Antes era una relación ciega, ahora sabemos —cuando menos en los sueños— cómo somos uno y otro.” Otilia Rauda: “Ay, Otilia, cómo me gustaría saber que ya me perdonaste…”

Arriba: Ilustración para El hombre de los hongos, de Leticia Tarragó, en la edición de la Universidad Veracruzana, 1976. Abajo: Ilustración para El hombre de los hongos, de Sebastian Fund, en la Colección Ficción de la Universidad Veracruzana, 2010.

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Segundo Anecdotario Personal con Sergio Galindo1 Nedda G. de Anhalt En Xalapa

E

l jueves 30 de mayo de 2019, llegué a Xalapa para visitar a mi amiga Ángela Galindo con el propósito de revisar material publicado sobre la obra de su esposo. ¿El motivo? Homenajear a Sergio Galindo en un número de la revista El Hilo de Ariadna que dirige Catalina Miranda, quien por cierto, iba a acompañarme pero, al último momento, por motivos de salud, no pudo hacerlo. Ángela y su asistente, Francisca Landa Morales, generosas, desplegaron en una mesa varias carpetas con fotografías, recortes de periódicos y revistas. Algunos de esos papeles amarillentos, frágiles, parecían decirme “mírame y no me toques”. Por supuesto, no les hice caso. Constaté la cantidad de escritores que elogiaban la obra de este xalapeño, veracruzano, mexicano, hispanoamericano universal. Durante el proceso, tuve algunas sorpresas, como el hecho que no aparecía un libro voluminoso que cargué desde París. Tuve temor que pudiera perderse porque la famosa traductora Liliane Hasson —fallecida el 25 de enero de 2019— tradujo al francés un cuento de Sergio Galindo. Por mi parte, extravié una entrevista de Saide Sesín publicada en el unomásuno; la ha1 El “Primer Anecdotario Personal con Sergio Galindo”, salió publicado en el suplemento sábado del unomásuno, el 16 de enero de 1993, pp. 4-5.

bía elegido pero después ya no la encontré. A Sergio le habían hecho muchas más entrevistas durante su carrera literaria. Y recuperarlas en un libro, no sería mala idea. Por otra parte, me gustaría enriquecer la lista de escritores que Sergio impulsó como editor, recordando el nombre de Blanca Varela. Sergio le publicó su primer libro: Ese puerto existe y otros poemas. Posteriormente, esa poeta peruana, obtendría los premios Octavio Paz (2001), Federico García Lorca (2006) y Reina Sofía (2007). Sin duda, como editor, Sergio Galindo fue profético. Agregaría también que entre los autores favoritos que Sergio leía y releía como Ford Madox Ford, Conrad y más, son escasas por no decir nulas, las menciones a los cuentos y novelas de Reinaldo Arenas, un escritor que a Galindo también le gustaba leer. En un momento dado, hicimos un alto y las tres caminamos hacia las librerías cercanas al hogar de Ángela. Tuve la grata sorpresa de conseguir algunos libros del autor que, en México, cuesta trabajo encontrar. Asimismo, adquirí ejemplares de la segunda edición de mi propio libro Allá donde ves la neblina. Un acercamiento a la obra de Sergio Galindo.2 En el camino de 2 Nedda G. de Anhalt, Allá donde ves la neblina. Un acercamiento a la obra de Sergio Galindo, Primera Edición Universidad Nacional Autónoma de México, 1992. 128 pp. Segunda Edición aumentada (contiene más fotografías), Biblioteca Universidad Veracruzana, Xalapa, Veracruz, México, 2003, 222 pp. Año 1 - Núm. 7- julio - 2019 21


Fotografía de Ángela Galindo,hija.

regreso, alguien en la calle gritó el nombre de Ángela; era su sobrina. Nos invitó a la casa que heredó de su madre, Alicia, hermana de Sergio. Originalmente, esa propiedad perteneció a doña Bertha y don Manuel Galindo, padres del escritor. Es una construcción grande en un terreno enorme, con jardines. En ese lugar, nació Sergio Galindo y en la fachada hay una placa conmemorativa. Ya una vez de vuelta en casa de mi anfitriona, revisé más recortes de periódicos. En uno, aparecían Sergio, Ángela, otras personas y Fidel Castro. Fue tomada en un viaje a Cuba organizado por doña Esther Zuno de Echeverría. Pensé en cómo cualquier fotografía con rostros sonrientes, puede ser equívoca. Me consta que a Sergio le ocurrió lo que le sucede, no a todos, pero sí a una buena parte de los turistas cuando reciben, en secreto, confidencias de cubanos que se arriesgan a hacerlas. Al escucharlas,

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la supuesta “revolución” se revela como una decepcionante “roboilusión”. Ángela me dijo que Sergio salió de Cuba con lo que traía puesto. Regaló zapatos, ropa interior, guayaberas, cinturón, pantalones, todo. Llevaba revisado ya dos cajas y me ofrecieron sacar una tercera, la última, pero una voz interior me advirtió: “Detente, ya tienes mucho más de lo que necesitas”.

De películas

El 9 de noviembre de 2018, la Universidad de Ciencia y Tecnología Descartes organizó la presentación de mi más reciente libro Un deseo llamado cine3 en la sala “Efraín Bartolomé”, en 3 Nedda G. de Anhalt, Un deseo llamado cine, Editorial Universidad de Ciencia y Tecnología Descartes, 2018, 644 pp., incluye 102 fotografías a color y dos en blanco y negro. Tienda en línea https://www.kichink.com/ buy/1989049/www-editorialariadna-com/un-deseo-llamado-cine-1984-2016-nedda-g-de-anhalt.


Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. Tuve ponentes magníficos. Y después de la presentación, recibí algunos comentarios. Recupero éste, del escritor chiapaneco Héctor Cortés Mandujano: —Nedda, ¿por qué en tu libro de cine has mencionado varias veces a Sergio Galindo? De inmediato respondí: —No fue hecho a propósito, salió de forma natural. Y empecé a darle ejemplos. Con el director rumano Cristian Mungiu —en el 45 festival de cine neoyorquino (2007) presentando su filme Cuatro meses, dos semanas y tres días, ganadora de la Palma de Oro en el festival de Cannes— la protagonista se llamaba Otilia. Mientras estaba retratando a Mungiu, le pregunté si el nombre de Otilia era común en Rumania. Me contestó con una negativa y, enseguida, quiso saber si provenía de una flor. Le dije que nunca había conocido a una persona que se llamara así. La primera vez que oí ese nombre, provenía del título en el libro Otilia Rauda de Sergio Galindo; la segunda, de su protagonista. Le comenté que la novela de Sergio era maravillosa. Sacó una libretica y apuntó los datos. En cuanto al director mexicano Alfredo Ripstein, su película Profundo Carmesí, también fue elegida pero en el 35 festival de cine neoyor-

quino (1997). Era una nueva versión de aquel filme de los años 70 que se llamó The Honeymoon Killers de Leonard Kastle. Con el tiempo, se han hecho varias versiones de esa cinta, y la de Ripstein es espléndida. El binomio que conformaron Regina Orozco y Daniel Giménez

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Cacho fue perfecto como la pareja de supuestos hermanos que en realidad, eran amantes. Su meta, perseguir viudas y solteronas adineradas para casarse con ellas y después asesinarlas. A una de las víctimas la seducen por medio de misivas a través de un buzón sentimental. Cuando vi esta secuencia no pude evitar pensar que la guionista Garciadiego le copió la idea a Sergio Galindo. Al hacer mi crítica de cine, fui elegante y no utilicé los verbos “fusilar” ni “plagiar”; escribí que se había “inspirado” en Camerina Rabasa de Polvos de arroz de Sergio Galindo. En el tercer caso, cuando hice una entrevista al cineasta turco Zeki Demirkubuz, encontré en los cinco o seis filmes que vi de él, a personajes intensos, trágicos, y apasionados por experimentar la angustia del amor y el desamor. Le expliqué que veía una afinidad entre él y Sergio Galindo. Sin querer, descubrí que los unía su admiración a la obra de Dostoievski. Demirkubuz pidió a su traductor, Kaan Nazli, que apuntara los datos porque pensaba leer los libros de Sergio Galindo.4

Y si intento imponer el tema cinematográfico en la escritura de este creador, es porque deseo subrayar la inalterable esencia visual que habita la obra de Galindo. Como mencioné antes, cualquier novela o cuento suyo es material idóneo para ser filmado. Eso lo supo muy bien el director Roberto Gavaldón, quien fue el primero en filmar El hombre de los hongos, esa joya que celebra el horror, el terror, el incesto (según tesis de Ignacio Trejo Fuentes) todo ello aderezado con la presencia de Toy (un leopardo) y la acezante música de Vivaldi. Cuando vi la película Life is a Dream in Cinema: Pola Negri, 2006, 1994, en donde aparece Eli Wallach5 joven y apuesto con su leopardo pretendiendo a Pola Negri, en el filme del director polaco Mariusz Kotowski,6 pensé enseguida en Toy. Podría seguir hablando más de cine relacionado con la obra de Sergio Galindo, pero me parece justo y necesario aclarar algo que ocurrió

4 Ver Nedda G. de Anhalt, Un deseo llamado cine, op cit. “Dostoievski en Turquía con Zeki Demirkubuz”, pp.

6 Ver Nedda G. de Anhalt, Un deseo llamado cine, op cit. ver foto.

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425-428. 5 Ver Nedda G. de Anhalt, Un deseo llamado cine, op cit., ver foto.


hace veintiséis años cuando “pinté de rosa” Las esquinas oscuras.

Oscuro vs rosado

Espero que lo siguiente sea lo más sincero y transparente posible, aunque me preocupa lo postulado por Octavio Paz. “La sinceridad es una virtud, sí, pero jamás consigue su objeto: reflejar la verdad.7 Comienzo con la mañana siguiente a la muerte de Sergio Galindo. Yo estaba triste y de mal humor porque Sergio había muerto y se fue sin que le hubiesen conferido el Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de Literatura —que mucho merecía—. Se lo dieron a José Emilio Pacheco y, de inmediato, aclaro que lo considero un gran escritor merecedor de ese premio y muchos más. Pero mi “decisión imperial”8 era que ese año debía tocarle a Sergio y, el siguiente, a José Emilio, que era más joven. Así iban mis pensamientos, cuando me avisaron que un periodista de La Jornada quería entrevistarme. Me negué a recibirlo. Él insistió. Sería breve. Acepté porque el hombre estaba haciendo su trabajo y yo también, como periodista, debía entenderlo. Pues bien, ahí fue donde me disparó la famosa pregunta. ¿Sabía cuál era el título de la novela inconclusa que había dejado el escritor? Contesté: “Las esquinas rosadas”. ¿Por qué dije eso? No lo sé, no lo supe entonces ni durante todos estos años que he rastreado mi memoria. ¿Por qué habré dicho ese color que ni me gusta? Sin embargo, la oscuridad, sí. Es curioso, pero ese día yo estaba muy alterada y el anterior, tres de enero de 1993 lo 7 Octavio Paz, Primeras letras (1931-1943), Vuelta, La Reflexión, 1988, México, 426 pp., 86 p. 8 Cuando le hice la entrevista al gran poeta cubano Gastón Baquero en su exilio madrileño (1992), él me confesó que era muy dado a tomar “decisiones imperiales”. Salvando las distancias, a mí también. Año 1 - Núm. 7- julio - 2019 25


recuerdo bien. ¿Cómo iba a olvidarlo? Estaba en mi “cuarto propio” —como diría Virginia Woolf— cuando de súbito, sin explicarme el por qué, me dirigí al estante donde estaban los libros de Sergio Galindo. Uno por uno, los saqué sin tener motivo y recuerdo que lo hice enérgicamente, como si ellos tuvieran la culpa que él no hubiese sacado el dichoso premio. Después, acomodé cada uno despacio, tratando de que se mantuvieran derechos. Una vez que hube terminado, sonó el teléfono. Era Billy Barclay,9 anunciándome la muerte de Sergio Galindo.

Sé que hay personas que no creen en empatía, simpatía y telepatía. Allá ellos. Yo sí. En la Alianza Francesa de Polanco, cuando Louis Panabiére era el director, tomé con él un curso fascinante de parasicología en donde estudiamos los casos más relevantes que documentó Madame Blavatsky. En el prólogo de Las esquinas oscuras,10 uno de los investigadores más valiosos de la obra de Sergio Galindo, José Luis Martínez Morales, habla de posibles títulos que el autor pensaba ponerle a este libro. Plantea una hipótesis. Tal vez, Sergio, de broma, había decidido momentáneamente, el título de esa novela como “Las esquinas rosadas”, pues era muy dado a hacer juegos de ironía. Una tesis conveniente para mí, pero no podría aceptarla. La única vez que Sergio me leyó de un tirón lo que había escrito de esa novela, no recuerdo que haya mencionado colores. Sí recuerdo que lo interrumpí, como suelo hacerlo, impaciente esta vez por saber el destino de uno de los protagonistas. Y sólo cuando terminó la lectura me dijo algo como que ya debía de adelantar la historia de ese personaje. Paz tenía razón. He sido sincera, pero no puedo aclarar la verdad. Prefiero hablar de su estilo literario. Galindo no escribía de manera lineal, sino alternando personajes, tiempos, espacios e historias. Todo se entrelazaba en su prosa exacta, pero con un ritmo 9 El escritor Billy Barclay es hijo de Emma, hermana de Sergio Galindo. 10 Narrativa Sergio Galindo, Las esquinas oscuras, Prólogo de José Luis Martínez Morales, Ficción, 2013, México, 108 pp.

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propio, muy suyo. En cuanto a las ironías que planteó Martínez Morales sobre bromas, es cierto; un ejemplo sería el título que él dio a su cuento “¡Oh, hermoso mundo!”. En realidad, esta ironía se salpica de sarcasmo, y no sería exagerado afirmar lo que quiso él decir: “el mundo es una cloaca habitada por seres despreciables”. Quizás algunos no sepan que cuando Sergio, de joven, fue a París y estaba en la calle hablando con alguien, un auto a toda velocidad lo atropelló. Él no supo ni qué pasó, estaba de espaldas. En vez de llevarlo a un hospital, despertó herido, en la cárcel y acusado, pues como era extranjero, dedujeron: “a propósito se dejó atropellar, para cobrar una indemnización”. Tardó veinticinco años en exorcizar esa indignación y cólera que habrá sentido ante tal difamación. Mas como dicen, de “su lodo sacó oro” y la prueba está en ese magnífico cuento.

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como Sergio Galindo? Tal vez, que fue un atrevido —literariamente hablando— pues osó homenajear a su natal Xalapa, vilipendiándola en una novela que tenía más de sesenta personajes y, para colmo, los puso a todos a desfilar en un carnaval. Posiblemente, habrá otros que lo recordarán por haber obtenido el premio Mariano Azuela (1984), el Xavier Villaurrutia (1986) o el José Fuentes Mares (1987). Quienes habrán leído su obra lo recordarán por la imaginación que desplegó al crear protagonistas en toda su desnudez humana. De su pluma nació una serie de solitarios, seres frágiles, débiles, pero también fuertes, ambiciosos, traidores; la mayoría con una sed insaciable de amar. Los espacios donde transcurrían sus ficciones fueron múltiples: París, Londres, Holanda; Xalapa, Las Vigas, el puerto de Veracruz, Cuernavaca, Acapulco, San Miguel de Allende. Cualquier cuarto de hotel, unas oficinas de migración,

Con el tiempo, se me ha aplacado el furor obsesivo por dicho premio; comprendí que la culpa de esos desaciertos recae en los jurados. No por ineptitud intelectual ni por ser obtusos, sino ilusos. Creen que los artistas van a vivir como los patriarcas bíblicos, hasta 120 años. El más reciente desacierto fue no haberle dado ese premio a David Antón. Sus espectaculares escenografías en óperas, ballets y teatro eran auténticas obras de arte, amén de sus vestuarios. Él tenía más de noventa años… Sergio Galindo y David Antón se parecían; ambos eran modestos, elegantes, callados e incapaces de solicitar canonjías. Octavio Paz afirma que “la memoria no es lo que recordamos, sino lo que nos recuerda”. ¿Qué es lo que van a “recordar” de un escritor 28 El Hilo de Ariadna


Ofrenda de Día de Muertos, dedicada a Sergio Galindo.

un hospital, el marco de un retrato, el departamento —pocilga— que habita una ex cantante de ópera; el avión donde una extraña pasajera viaja ataviada de terciopelo violeta. También, haciendas lujosas o la portería de un edificio, canchas de tenis, jardines y la cárcel. Dependiendo a qué generación pertenezcan, podrían recordar a Sergio Galindo como el creador de Camerina Rabasa (Polvos de arroz, 1958) que tras múltiples ediciones, sigue en pie y, este 2019, celebra sesenta y un años de vida. O el recuerdo provendrá de lectores como José de la Colina, quien enamorado de Otilia la considera una “centauresa” por la belleza y fealdad de esa hembra singular que creó Galindo. Llegados a este punto, ¿le pasará lo mismo a Sergio Galindo que al autor de El Quijote?, del que pocos recuerdan ya su nombre de pila. Difícil saberlo. Pero los archivos memoriosos

El Hilo de Ariadna es una colección periódica de Editorial Ariadna. El contenido de las publicaciones es responsabilidad de los autores. En El Hilo de Ariadna no se discrimina a ningún autor ni por su género, ni por su edad, ni por sus creencias religiosas ni políticas, tampoco por sus preferencias sexuales ni por su situación económica, tod@s son bienvenid@s. ISBN de la Colección: 978-607-8269-25-9. El cabezal El Hilo de Ariadna es creación de EKO. El número 7 de El Hilo de Ariadna pudo realizarse gracias a la colaboración de toda la familia Galindo, la de Francisca y su hija Carmen, y la de Nedda G. de Anhalt. © Imágenes: Archivos de Nedda G. de Anhalt, de la familia Galindo y Editorial Ariadna. EDITORA: Catalina Miranda DISEÑO: Anubis Olid REDACCIÓN: Angelina Martínez Herralde Oficina: (55) 26 14 31 90 Cel. y WhatsApp: 55 39 56 25 06 www.editorialariadna.com FaceBook: Edit.Ariadna

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Collage de Ángela Galindo, hija.

consignarán que el autor nacido en Xalapa en 1926, murió en el puerto de Veracruz en 1993 y sus cenizas reposan en Las Vigas. Fundó la Editorial de la Universidad Veracruzana. Asimismo, la revista La Palabra y el Hombre. Ambas siguen en pie. Tuvo la suerte de casarse con una pelirroja preciosa de la cual se enamoró desde niño. Escribió 25 cuentos y 10 novelas, todos emocionantes: Polvos de arroz (1958), La justicia de enero (1959), El Bordo (1960), La comparsa (1964), Nudo (1970), El hombre de los hongos, leída en 1975 como discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua; publicada y filmada en 1976, Dos ángeles (1984), Declive 30 El Hilo de Ariadna

(1985), Otilia Rauda (1986) de ésta se hizo versión cinematográfica con el título La mujer del pueblo (2001), Las esquinas oscuras (1985, inconclusa). Sus varios libros de cuentos están

reunidos en un volumen titulado Cuentos completos.11

Son y serán estos cuentos y novelas marcados por la gloria literaria los que harán que se le “recuerde” como a un autor crucial de este mundo —que podrá o no ser “hermoso”—. Su nombre: Sergio Galindo. Ciudad de México, 5 de julio de 2019. 11 Narrativa Sergio Galindo, Cuentos completos, Prólogo de Rodolfo Mendoza Rosendo, Ficción, 2013, México, 344 pp.


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