El Hilo de Ariadna #5 Ganadores del Premio Ariadna 2018

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Año 1 - Núm. 5 - CDMX Marzo de 2019

PREMIOS ARIADNA 2018 GANADORES

Martha Rosa Esquinca Díaz

Pedro Miguel Guillén Mejía

POESÍA

CUENTO Selene Lizbeth Araiza Velasco

ILUSTRACIÓN


PREMIOS ARIADNA 2018

M

PRESENTACIÓN Catalina Miranda

otivados por conocer lo que en materia de poesía, cuento e ilustración se está produciendo en el país y por el deseo de ampliar el catálogo de publicaciones de Editorial Ariadna, lanzamos, el pasado mes de julio, la primera convocatoria al Premio Ariadna de Poesía 2018, abierta a escritores e ilustradores mexicanos y extranjeros que radican en México. La Convocatoria fue bien recibida, poco a poco fueron ingresando en el buzón del correo electrónico las participaciones, en su mayoría de jóvenes que por primera vez tomaban parte en un evento semejante, y que, si bien, en muchos de los casos, cursan carreras universitarias que no tienen que ver con las letras, las humanidades o las artes plásticas, han formado parte de Talleres de Creación Literaria y Dibujo en Casas de Cultura o Faros del Saber. También llegaron a nuestro buzón poemas, cuentos e ilustraciones de artistas maduros, ya con experiencia: periodistas, profesores, investigadores, profesionales de las letras y de la ilustración, promotores culturales que, incluso, imparten talleres ellos mismos. Fue una grata sorpresa darnos cuenta de que las participaciones procedían de casi toda la República Mexicana, que la convocatoria la habían recibido en Veracruz, Tabasco, Campeche, Yucatán, CDMX, Chiapas, Tamaulipas, Baja California, Michoacán, Guanajuato, Morelos, Sinaloa, Nayarit, Tlaxcala, Nuevo León… Ha sido impresionante constatar que el arte está arraigado en el ser humano y que nace profusamente de las almas sensibles, y que hay artistas que están dispuestos a dedicar mucho de su tiempo a nutrir sus creaciones. Conmueve, entusiasma y a la vez, paradójicamente, preocupa esta disposición de los jóvenes, porque muchos de ellos podrán sentirse motivados, por diferentes circunstancias, a cultivar el oficio, pero habrá otros que, por la falta de oportunidades, seguramente abandonarán la creación, sintiéndose traicionados por los medios impresos como periódicos, revistas y editoriales, al no hallar un pedazo de tierra fértil donde sembrar o incluso fincar su

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hogar literario. Esos jóvenes, agobiados por todo tipo de necesidades, desviarán su camino hacia diversas latitudes o simplemente dejarán marchitar su ímpetu por la escritura. Por ello, Editorial Ariadna tiene el firme propósito de ofrecer a los escritores e ilustradores noveles, y también a los consumados, un espacio, páginas y libros en los que vean impresas sus obras. Queremos que los artistas se sientan arropados, incluidos, bienvenidos; por ello ofreceremos asesoría técnica a quienes la soliciten, con el objetivo de proporcionar herramientas, sobre todo gramaticales, con las que puedan erigir, construir, apuntalar, depurar, pulir, limar y nutrir sus escritos. En todos los artistas participantes destaca la veta creativa, la necesidad de expresión, el placer de plasmar sobre la hoja en blanco las experiencias de un viaje, la incertidumbre, el éxtasis ante la contemplación de la Naturaleza, el dolor que causa la soledad, el abandono, incluso las experiencias durante el consumo de drogas o ante el descubrimiento del ser amado, ante la calma o ante el disfrute de una sinfonía. No ha sido posible incluir en las antologías a todos los participantes, aunque lo merecen (a los cuales les ofreceremos, muy pronto, un nuevo espacio en las Antologías Ariadna). Tuvimos que elegir a los ganadores, además a un grupo de finalistas para que integraran el contenido de los libros, como lo establecimos en la Convocatoria. La ganadora del Premio Ariadna de Poesía 2018 es Martha Rosa Esquinca Díaz, quien radica en el estado de Tabasco, con su obra “Baldío”. Un poema perturbador por la precisión con la que aborda un tema difícil de tratar: la muerte. “Baldío” es un poema escrito en seis partes, que atrapa por la veracidad con la que desmenuza el tema y por la brillantez y precisión de sus imágenes. La poeta cuenta un desprendimiento, el dolor con que una mujer expulsa a un cuerpo no deseado. Describe, utilizando distintos recursos retóricos, con buen conocimiento de ellos, el tránsito del principio al fin.


Martha Rosa Esquinca Díaz

Martha Esquinca, nos dice: “Baldío” es un poema que surgió en un taller de poesía en prosa, quise plasmar en él una especie de testimonio. En una noche escribí la mayor parte del poema y tres meses después lo retomé para hacer correcciones. Cuando vi la convocatoria de Editorial Ariadna, pulí nuevamente, afiné el final y me decidí a enviarlo. Además de la ganadora, integran el libro Premio Ariadna de Poesía 2018, los siguientes finalistas: Vera Milarca Ramos Koprivitza, Jennifer Modelevsky López, Karen Lizbeth Antonio Aguirre, Ingrid Argüelles Ureño, Uriel Delgado Méndez, Rubén Darío Díaz Montero, Rosa Carolina Dzib Suaste, Celene García Ávila, Daniel González Miranda, Ana Paola Jara y Rivera, Jorge Lay Herrera, Yunuen López Azpera, Alkaíd Marino Mariscal Rodríguez, Axel Alejandro Nuricumbo Longines, Abraham Irving Ortiz Sánchez, David Eduardo Pech, Reyes José Rojas Flores, Cruz Israel Salazar Acosta, Emiliano Sebastián Serrano Mendoza, Tania Marisol Vázquez García y Julia Veintimilla Jaramillo.

so, que, creando una atmósfera propicia, nos conduce, nos guía a lo largo de una historia colmada de imágenes poéticas, acertadas para el entorno y el modo de ser de los personajes. Sin perder la densidad ni la tesitura del aliento narrativo nos cuenta lo que los personajes sueñan, dicen, planean, esperan, recuerdan, a veces en un tono que sumerge en el vaivén y en el ambiente del mismo mar que describe, que se extiende hasta comulgar con el horizonte. De este cuento, el autor nos dice: “Relato a Conway” nació de una conferencia a la que asistí, una conferencia sobre barcos y sobre cómo los barcos cambian de nombre. No recuerdo quién dio la conferencia, sólo recuerdo que estaba en el FCE, sentado entre un público muy variado, sintiendo el cuento en mi mente. Algo así como si yo fuera un estanque y el cuento una piedra. Sentí que cayó de pronto, con su estructura, sus metáforas. Nunca me había pasado que un cuento me llegara así. Apenas estuve en mi casa lo escribí todo de un jalón. Era como si quisiera deshacerme de él. Pero eso sí. Lo corregí varias veces. Hasta lo llevé a un taller. Y siempre le quité más en vez de agregarle palabras. Porque quitar es mejor que agregar. En cuanto a la estructura puedo decir que quería que las palabras fueran como un oleaje, como si uno se ahogara con tanta agua, por eso el párrafo largo. Era necesario que se sintiera el mar. Y que de todos los colores predominara el azul. Me gusta el cuento por los temas que aborda: la soledad, el olvido, el abandono, la tristeza. Últimamente las personas se enferman de soledad y se suicidan. Como si fuera una epidemia. Pedro Miguel Guillén Mejía

Pedro Miguel Guillén Mejía, originario de Zapopan, Jalisco, es el ganador del Premio Ariadna de Cuento 2018, con su texto: “El relato a Conway”. Desde las primeras líneas de este cuento, se detecta a un escritor cuidado-

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Y me parece que los buenos cuentos, ya lo había dicho Bárbara Jacobs, contienen la realidad y la tristeza, y que por esa razón un buen cuento sería siempre un cuento triste. He pensado muchas veces en la trama, en el mar, en las luciérnagas, y no sabía cómo ensamblar los sonidos de su naturaleza hasta que soñé con un capitán llamado Conway. Quería que el relato fuese contado por alguien, como si nosotros estuviéramos sentados en la playa escuchando a un cuentacuentos. Que fuera un cuento que pudiera leerse en voz alta, disfrutarse. Sentirlo en los oídos y dejarlo para siempre en la memoria.” Los finalistas del Premio Ariadna de Cuento 2018 son: Hugo Enrique Martínez Reyes, Nitzhui Daniela Morales Pineda, Jorge Antonio Medina Trujillo, Elizeth Ávila Fuentes, José Antonio Bautista Quiroz, José Alberto Bonilla Torres, Vladimir Olivié Drouaillet Padrón, Rosa María Fajardo González, Cecilia Figueroa Rodríguez, María Magdalena Fuentes Angulo, Julio César García León, Manuel Santiago Herrera Martínez, Rocío del Carmen Juárez Azuara, Marcela Magdaleno Deschamps, Oswaldo Hiram Sáenz Licona, Aldo Raúl Rodríguez Arreola, José Fernando Rosas Cartas y Ricardo Sol Vera. La ganadora del Premio Ariadna de Ilustración 2018 es Selene Lizbeth Araiza Velasco, originaria de la Ciudad de México, se hizo acreedora a que sus ilustraciones aparezcan en la portada y al inicio del libro, entre otros incentivos descritos en la convocatoria. Las ilustraciones de Selene Lizbeth, realizadas con la técnica: Tinta China, lograron integrar, de manera precisa, sencilla y a la vez creativa, el contenido del tema propuesto por Editorial Ariadna: “El Minotauro, Ariadna y Teseo. Mito griego”. Selene describe así sus ilustraciones: A cerca de las tres ilustraciones que hice para la Editorial Ariadna, las cuales fueron creadas a partir del texto “El Minotauro, Ariadna y Teseo Mito griego”, cada parte para mí es mágico e igualmente importante, pensé en cada uno de los personajes, en su papel en la historia. Tenía muchas ideas, pero comencé por preguntarme el tipo de arte de la época, el tipo de ropa inclusive el barco, cómo serían esos detalles, parte del dibujo es la investigación. En todo esto noté que casi todas las ilustraciones existentes se centraban en el Minotauro, es por eso que decidí ver la historia de otra forma y centrarme primero en Ariadna, en darle su importancia a cada personaje y por último Teseo, al enfrentarse al Minotauro. Mi personaje favorito, sin duda, es Ariadna, por su increíble fuerza al dejar todo para apoyar a Teseo y la injusticia de no ser valorada. Tomé como referencia para su diseño estatuas griegas de la época. Disfruté

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Selene Lizbeth Araiza Velasco

cada momento de la creación de las Ilustraciones desde la lectura del mito hasta el resultado final. En el libro Premio Ariadna de Ilustración 2018 están incluidos, además de la ganadora, los siguientes finalistas: Jazmín Domínguez Pérez, Eduardo André Galván Reyes, Ana Leticia González López, Claudia González Miranda, Citlali Ortiz Garduño, Mariam Chiara Pérez Lozano, Miguel Ángel Sánchez, Cuauhtémoc Trejo Barajas y Lidia Toledo Álvarez. Editorial Ariadna agradece a los narradores, poetas e ilustradores que se inscribieron en los Premios Ariadna 2018, por su entusiasmo, por la inicitiva de participar, por su enorme creatividad y sobre todo por la fe que tienen en su propio trabajo. Queremos incentivarlos para que participen de nuevo con nosotros. Ya está abierta la convocatoria para los Premios Ariadna 2019 “Ciclo Primavera”. Próximamente, abriremos un espacio dedicado a la fotografía, no sólo en los Premios Ariadna sino también en El Hilo de Ariadna (publicación periódica en gran formato) donde daremos amplio espacio a esta apasionante labor de capturar imágenes.


Martha Esquinca

ganadora del Premio Ariadna de Poesía 2018

E

“BALDÍO”

res una memoria abierta, un tránsito de espejismos, lejanos pero llenos de ti. Atrás permanece el secreto envuelto en la imprevista bruma, es silencio oculto en silencio, es ventolera varada en mí.

Hoy eres un retrato, el brillo cuadrado donde sonríes, la moldura polvosa que guardé tiernamente.

¿Dónde se guarda el botón que expulsa estas ráfagas escondidas tan adentro?

Terreno yermo son las hojas pajizas del álbum roído, algunos cuadros vacíos, alguna imagen gastada, la memoria echa de grietas. El tiempo retuerce sus ojos resecos y sin luz trae despojos de la distancia. Las viejas figuras son nostalgias desclavadas; los claro-oscuros, huellas del ausente retrato, de los pasajes olvidados, del secreto íntimo que vuelve, de repente, a levantar de la muerte antiguos reclamos.

De un muro salieron encabalgadas mis premoniciones. Apariciones con ojos saltados y caras carcomidas me sujetaban. La guadaña de la muerte, lenta e inflexible, se incrustó en mi vientre desnudo, ocupado por un bulto sin lenguaje, incapaz de detenerme, de apaciguar aquel exterminio. Mi pensamiento como murciélago sólo oía sus resonancias. Del muro brotó la grotesca imagen, era un oscuro lienzo en mi cabeza, veía mis entrañas colgadas como óleos que exhibían mis miedos y la cordura fustigada por mi abdomen. La voz de la muerte soltó de mi boca los estertores de mi desesperación. Me acallaron otras voces, parecían clavos que perforaban y me aturdían. Se fueron las palabras, me aferré a aquella túnica negra, a la corva brillante, a las manos descarnadas. En el clandestino atardecer, puse mi cuerpo en rebeldía con la vida. El ocaso se desviste, su carne enrojecida es mi herida abierta, entretejida al vértigo de parir la muerte bajo la clandestinidad, aturdida de vaciarme y seguir con la luz apagada y adentro, oculto muy adentro, esta tecla olvidada. En aquel ayer escondido, quedaron los utensilios sangrantes, la frialdad del atardecer, la fecundidad en un cauce vacío.

II

¿Por qué nos tocan los dedos del tiempo en el hombro ya cansado? La copa sufrió tu mano, la llevaste a tu boca, te vertiste en ella y ebria estalló en tu palma y se bebió tus heridas. Aprisionaste al dolor bajo tus botas, le lanzaste las colillas de tu fuego y lo sentiste resucitar más fuerte. Tus ojos eran noches ensombrecidas. Tu ilusión de acogerlo, de darle rostro, caía exterminada por mi locura de arrancarlo, de rechazarlo como mi huésped. Mi vientre, mudo aún, escondía su zarpa, agazapado y vigilante, esperó para rebelarse, para vomitarme su reclamo. Aposté a engañarme asida a la guadaña como bandera. Mis miedos se fugaron. Confié que esa sombría historia sería eslabón irrompible entre nosotros y estaríamos a salvo. Nos distanciaron palabras calladas, cada uno abordó su raquítico viento. Eras un ave mutilada en caída por su abismo. Yo me creía apoyada por la muerte, salvada por ella. Se cruzaban nuestras miradas irreconocibles. El silencio,

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como la polilla de este álbum, nos fue devorando lenta y discretamente. Qué puede ser más infructuoso que conservar en estas páginas los deshechos de lo que fuimos. En las hojas permanecen nuestras caras extraviadas en el tiempo.

III Éramos silvestres bajo el árbol veterano, el chasquido de la cámara fue presagio de lo que vendría. Los días o quizá las horas fluían leves, imperceptible nacía el amargo devenir. Nuestros cuerpos, las palabras y la inexplicable necesidad uno del otro, nos alentó. Buscamos amalgamar nuestros sentimientos. Nos asustó cambiar, tú, cómplice en desacuerdo; yo, cegadora de vida. La muerte me rodeaba aún. Me lo anunció abruptamente: pedazos de un bulto cayeron en una cascada roja, salieron como un grito lastimero, emergieron de mi vientre que era su sepulcro. Mis sentidos aprisionaron aquel enjambre de dolor que expulsó el último trozo del ser que habitó en mí. Se fue por el remolino de agua, tragado, anulada su huella en ese lugar. Dejó de ser invisible para ser la forma de mi demencia, la cara de la muerte que parí. No hubo escondrijo más oscuro, ni abismo más hondo para perderme, sólo aquel espejo tragando la luz que nunca fui. Veía el rostro de la muerte, se asqueaba, doliente y resentida, atrapada en mi ordinario reflejo. Aureola era nuestra juventud, bajo la arboleda, cómplice de la seducción. Se enrojeció la tarde entre nosotros. Una hemorragia incontenible fue mi conciencia, sorprendida, como en esa fotografía, por el estallido de mi cuerpo. ¡Cuántos botones tan sensibles hay en la memoria!

IV A la yema de mis dedos vuelve la tibieza de tu rostro, resucito tu mirada, hilvano imágenes que fluyen y se pierden en efímeros torbellinos.

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Cambiaste. Gestos de estatua se esculpían en tu rostro, sentía la tristeza arremolinarse en ti, como incienso te extinguías, silenciabas el canto, te diluías en confuso duelo. La angustia se filtró por mi cara. Me hundía en una fosa sin nombre, escondida en la otra faz de la noche, la infértil, la del fango en que me atoré. Transitó la vida y peregrinó la muerte. Se entrecruzaron en un espejo donde eran una y eran dos. Así se levantó una lápida, un sepulcro que nos aisló, unas veces dolidos por la vida, otros castigados por la muerte, sentada entre nosotros. La veía perseguir tus pasos o rasgarme lentamente, su reflejo con su túnica abultada aparecía continuamente. Copas desoladas y amargas éramos, troncos que olvidaron lo que fueron, dos caras de la misma luna mirando en sentidos opuestos. El tranvía de la tarde, me ha dejado en la estación de antes, atrapada estoy en los ecos, en el mausoleo de aquel tiempo, en sus estatuas impasibles que se abaten, son sacudidas de improviso, huellas en redondel por el solitario atardecer.

V Imágenes que traen consigo evocaciones. Imágenes, brillos que disparan la memoria. Imágenes guardadas adentro, muy adentro. Entre la niebla que intempestiva nos cayó, confundidos se adormecieron los sentimientos, se hicieron trazos amorfos, eslabones rotos, caparazones endebles. Los paralizamos, los necesitábamos en la bifurcación pero nuestra fe permanecía agonizante. Íbamos lapidados, consumidos en el centro. ¿Quién está listo para ver, desde el espejo, su interior? Por el mío la muerte llegó discontinua, me contempló paciente, incriminatoria y luego se escurrió como arena de un reloj. Susurró silencio, taladró mis sueños, mantuvo su acecho. Cuando me acostumbré a vivir con ella se elevó en


un torbellino imponente que perforó con toda su oquedad, me quería colgada a su guadaña. Fui un bache sin sentido. Una aguja sin hilo. Jamás quiso tomar esa semilla truncada. Saliste de la espesa niebla, se aclaró tu espejo y fuiste la rama donde asenté mi vuelo. No sé cómo recuperaste la fuerza del viento, te aferraste a la vida, yo me derrumbé y la muerte se plantó en mi vientre. ¿Qué estado es éste donde la muerte recrimina, señala, se agita en mi espejo, me mira como una fosa sin muerto? Ninguna imagen llora, ninguna tiene a la muerte, pero permanecía ahí, discretamente.

VI En la última imagen nos despedimos, ya tomaban dirección los vientos, tú ibas a izar las velas de la vida, a batirte con las borrascas de la muerte, había un fulgor de mar en tu cara, un destello de sol abierto de lado a lado, grabado en la fotografía de aquella vez. Frente al espejo me acurruqué y canté tus cantos. A veces era una piedra dejándome lanzar, luego barca en un cauce en calma, la muerte dejó de señalarme, de culparme por llevarse a cuesta a quien no nació. Acusante, a veces volvía en una humareda intempestiva. Partí, obligué a mi garganta a callar tu nombre, cerré mis oídos al bálsamo de tu voz. No volví, no volviste, nos asilamos en distintos aires. De arena era la muerte, una arena que agujerea los ojos internos. Era de dunas sepultadas en mi semillero roto, nos cayó el silencio del adiós, se levantó en tolvaneras para hundirse en mi inhóspito cuerpo, en la marca que mi matriz resecó. No volvimos a unir nuestros rostros, la distancia se nos vino encima como la ceniza sobre la grama y acepté me cubriera su gris manto.

Horada de silencio, te volví obscuridad, te volví fantasma y concebí en mi vientre el deseo de la vida. Siempre me visitó la muerte, siempre con siniestra exactitud. Hoy me fugué a la contracara de tu reflejo, reconocí tu voz y rostro imborrables, ibas multiplicado en cada mano, te vi como al río el llano incendiado y corrí por mis soledades. No serás más el centro de este álbum. Vine a romper lo que fui, a soltar mis amarras, a desollar a la muerte y garrapatear mis torcidas palabras. Es de agua la tarde, de ríos abriendo causes, de espejos yéndose. Desvencijo a la muerte, la empujo irreverente y se marcha por fin, me deja fragmentada y grito mi desolación. Solitaria, frente a la hoguera de retratos, renuncio al anhelo de que las llamas enciendan mi vientre baldío.

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Finalistas del

Premio Ariadna de Poesía 2018

Vera Milarka, Primera Mención Honorífica, radica en Cuernavaca, Morelos.

Jennifer Modelevsky López, Segunda Mención Honorífca, radica en tijuana, baja california.

De gramática personal crítica, de humor corrosivo y poesía punzocortante, como el título de su libro editado por Quadrivium Editores. En la ruta de la prensa escrita, ha logrado sus mejores trabajos en el diarismo. Unomásuno, El Día, Síntesis, La Jornada de Oriente, El Universal y revistas de diversos temas, así como los periódicos Reforma y El País, han sido sus casas editoras. Editora, historiadora del arte por la Universidad Iberoamericana, donde ha dado clases, promotora cultural, textoservidora y fabricante de ideas, conceptualiza y produce en su despacho personal de Cuernavaca, Central de Proyectos, toda clase de contenidos.

Estudia en la Universidad Autónoma de Baja California, Extensión Tijuana; inscrita en la Licenciatura en Traducción, en la Facultad de Idiomas. En septiembre de 2018 ganó el Primer Lugar en el Concurso de Declamación de Poesía Mexicana de su facultad. Participó en 2017 en un Taller de Piano, donde aprendió las bases del solfeo. En el área del canto, formó parte del taller de Música Popular de la Preparatoria Federal Lázaro Cárdenas. Goza al tocar la guitarra y los tambores hindúes, al subir cerros, al ver películas y al escuchar toda clase de música. Sus autores favoritos son: Goethe, Herman Hesse, León Tolstói, Paracelso y Elena Poniatowska.

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Karen Lizbeth Antonio Aguirre, finalista, vive en Chalco, Estado de México.

David Eduardo Pech Pech, finalista, originario de Mérida, Yucatán.

Alkaíd Marino, Tamaulipas.

finalista, radica en Reynosa,

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pedro miguel guillén

ganador del Premio Ariadna de Cuento 2018

“EL RELATO A CONWAY”

M

i hermano me dijo que el primer espejo del mundo fue el mar. Me acuerdo que arrastrábamos a Isabelina hasta la playa cuando me lo dijo. Pero es un espejo roto, Lázaro, por eso las olas, al cielo le cuesta mirarse en la espuma. Nos metimos al agua y él me dijo que se iría al faro en la noche a ver los barcos. Me saldré cuando todos estén dormidos y me sentaré en lo más alto, con las piernas extendidas al aire, mirando hacia donde el cielo y el mar se confunden, y uno no sabe si está mirándolo todo de cabeza. Nos subimos a Isabelina con nuestras redes de pesca y nuestras lanzas. Yo siempre tuve miedo de alejarme de la isla. Porque sabía que si nos íbamos lejos, estaríamos en medio de un monstruo que nunca acaba. El viento está enojado y no quiere peregrinos, mira cómo azota a las aves, y sacude a las nubes inflamadas. Mi hermano decía que el viento y el mar han estado en guerra desde que se fundó el tiempo. También creo que los peces piensan así porque cuando hay viento se esconden en lo más profundo de las caracolas. Será mejor que volvamos y guardemos a Isabelina, ya mañana habrá otro sol y otro tiempo. Sin querer golpeamos el bote en la playa, y del susto, un cangrejo fue a refugiarse lo más rápido que pudo a ese mundo que se esconde bajo la arena. Ella estará bien, a parte, nadie puede ser el mismo al final de cada viaje. Mi hermano amarró a la chica de sus sueños, y nos fuimos para la casa. A veces creo que la casa es un caparazón muy pequeño para él. Lo veo en sus ojos, cuando se le queda mirando al mar y ya no sé si el mar es un reflejo de sus pupilas o si él ha guardado celosamente al mar en sus ojos. Mi mamá dice que él es un hijo del mar, que lo tuvo mientras estaba en el agua, y que cuando nació su cabello se volvió una medusa. Y mi hermano tanto lo cree que cuando puede hacerlo se desnuda y corre fielmente hacia su eterno enamorado se zambulle, y se despoja de todo lo que sabe para flotar como las algas que, desprendidas, necesitan de sus raíces. Se queda ahí, por horas, mirando a los

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A Joseph Conrad y Gibrán Jalil gavilanes, sabiéndose más pez que hombre. Mi madre se acostumbró a verlo desde la puerta, y como el mar, ella es una luciérnaga triste que ha dejado su luz sobre lo más alto de la montaña, en la tumba de mi padre. Y sabe, lo presiento cuando la veo llorar a escondidas, que mi hermano aparecerá pronto y le dirá que su vida está en el océano. ¿Te imaginas nadar con cientos de tortugas, entre los pilares que sostienen al agua, descubriendo arrecifes y corrientes marítimas que te lleven de un país a otro? Sólo imagina, debajo del mar hay un sol asustado y es por eso que los peces amarillos son amarillos, porque el sol los envuelve en las noches mientras canta la luna. Nos levantamos de la mesa, y mi madre, cansada ya de tanto parpadear en cincuenta y cuatro años, nos veía con sus pupilas de mariposa blanca y azul, y nos decía que nos cuidáramos del mar, que era un laberinto sin paredes. Mi hermano me contó la historia de un capitán llamado Conway, aunque ya no se acuerda si Conway era el nombre del barco o del capitán. Y me decía cada vez que estábamos despiertos, escuchando la guerra entre el viento y el mar, que Conway se había perdido en medio de una tormenta, y que su barco había naufragado hasta una isla. Su tripulación fue devorada por la soledad, estaban tan cansados de tanto haber hablado durante los años perdidos, que los hombres se habían callado estando en el barco, y que poco a poco fueron quitándose la vida. Conway los tomaba en brazos, los persignaba como todo buen español, y los arrojaba al mar, en donde la muerte los guiaba sin timón y en el delirio. Y me quedaba pensando en Conway mientras soñaba, y me imaginaba en el barco, ajustando la cabullería, aprendiendo a usar el astrolabio y escuchando decir que navegábamos en un navío de corte transversal, español, de setenta y dos cañones, y que yo era el encargado de ir por la pólvora cuando nos atacaran los ingleses. Y mi hermano me decía que me despertara, que no hiciera ruido, me sacudía para decirme que ya era hora, que si quería acompañarlo al faro.


Nos fuimos. Me preguntó que si había ido alguna vez, le dije que sólo una, y que me daba miedo el faro por su enorme parecido al de un gigante. Pero éste es un gigante muerto, nunca lo han usado, subíamos por las escaleras que crujían a modo de venganza por todas las veces que alguien las había pisado, se movían, la columna del gigante se retorcía y los pulmones de aquella criatura estaban destruidos por unas balas de cañón, nos sentamos en lo más alto y vimos con los ojos del gigante, unos ojos antiguos, al mundo que tenía forma de un reloj de arena, en donde el cielo oscuro se pasaba al agua negra de la noche. El mar comienza donde termina el cielo, decía mi hermano cuando se cansaba de estar sentado y se ponía de pie, y miraba, entre tanta luciérnaga, el infinito. ¿Qué hay del otro lado del infinito? Lo mismo, le dije yo sin saber lo que realmente estaba diciendo. Y pensamos en las luciérnagas, en cómo el gran ojo del gigante se había partido en mil pedazos y ahora todos esos pedazos volaban cerca de la playa. Cuando la noche está triste, brotan las luciérnagas, decía él, contemplando la noche bocarriba, y contando las estrellas con sus dedos, o eso era lo que creía que él hacía cuando movía sus manos de esa manera. Conway era como mi hermano, siempre andaba de un lado a otro, preocupado, acercándose al mar y preguntándose constantemente en dónde estaba. Yo también me pregunto dónde estoy, sé que en una isla, pero en cuál de todas las islas, y en cuál de todos los mares. Uno nunca sabe dónde está ni siquiera usando astrolabios. ¿Nunca has querido saber qué hay después del mar? Yo digo que un día tomemos a Isabelina y nos vayamos a descubrirlo. El gran ojo del gigante nos vigilaría en todo momento y encontraríamos lo que sea que fuere que mi hermano buscaba. Prométeme que si un día yo no estoy, tú te irás a descubrir lo que hay del otro lado del mar. Me miró como si él ya supiera que nunca zarparíamos juntos. Las estrellas son pájaros que volaron demasiado lejos, dijo, y luego se recargó. Conway una vez dijo lo mismo, y agregó en el sueño que cuando uno no tiene la suficiente fuerza para levantar el vuelo, se queda en el nido hasta que el tiempo llegue. A mí me llegó estando muy joven, a veces quisiera volver para mirar desde la playa a las gaviotas e intentar atraparlas con las manos. Yo nunca he atrapado una, mi hermano sí, recuerdo el día que entró a la casa y se la llevó a mi madre para que la cocinara, y que eso compensaría la falta de peces. Ella nos pidió que la devolviéramos a su sitio, y la llevamos a la playa y la vimos volar tan alto que nos dio la impresión de haberla visto convertirse en estrella. Nos quedamos en silencio y escuchamos el sonido de las olas que discutían por saber quién llegaría primero a la playa. Y se

rompían en las piedras y asustaban a las iguanas que corrían entre las palmeras que lloraban leche de coco. Siempre le pregunté a mi hermano si él sabía por qué las palmeras lloraban, y me decía que en la isla todo lloraba, incluso la arena, y que las lágrimas de la arena tenían forma de caracol y de conchas. Así que un día me dediqué a juntar todas las lágrimas que había y las arrojé al mar, sobre la espuma. Conway hacía lo mismo con su tripulación, y yo entendía que era para que él no se sintiera triste. Lo ayudaba a mover los cuerpos de los hombres que se ahorcaban por las noches y los aventábamos por la borda. Decía que la soledad era el peor de los castigos, y que de todos los hombres, él seguramente había cometido el peor de los crímenes. Y veíamos cómo los cuerpos se iban entre las olas. El mar, decía Conway, era un monstruo que se había comido al mundo y a las estrellas, y que lo único que no podía comerse era el viento, y que por eso siempre estaban en guerra. Mi hermano me dijo que ya era tiempo de bajarnos del faro e ir a casa. Se puso de pie y señaló una lagartija subiendo rápidamente al lugar del gran ojo. Yo seguía sentado, mirando las olas. Y le dije que el infinito somos los que estamos de este lado, y que allá, del otro lado del infinito que él quiere conocer, hay alguien preguntándose lo mismo que nosotros, y que si nos subiéramos a Isabelina podríamos encontrarnos con aquellos en medio del mar. Soñé con esa idea varias semanas e incluso llegué a creer en que Conway estaba del otro lado, mirando su mar, y anhelando llegar a esta isla sin saber que era una isla. Mi madre notaba cómo yo me quedaba sentado en la arena todas las tardes, observando al gran

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monstruo, y ella se sentaba conmigo. Y le contaba yo de mis sueños y ella me decía que los sueños, sueños son. El día que te vayas de esta isla recuerda que no serás más que otra ola de las olas del mar, que con su oleaje te llevará para que proclames su palabra, porque tú serás parte de su voz, y esta isla te vio nacer como canción y como enigma. Ésta es la ley del mar. Y le dije a mi hermano lo que me dijo mi madre, y se quedó pensando varios días, sentado en la playa, con nosotros, y durante todo ese tiempo, nadie dijo nada. Sólo mirábamos cómo el mar y el cielo se volvían uno solo. Conway también guardó silencio cuando le dije lo que me había dicho mi madre, éramos los últimos tripulantes del barco. Y él, luego de varios minutos, me dijo que el mar, como productos suyos, siempre nos devolvía a nuestras propias riberas. Nunca lo vi tan silencioso como aquella noche. Y como mi hermano, miraba el mar, preguntándose por lo que habría del otro lado. Se sentaba en la orilla, y me decía que la rosa de los vientos no era más que un jardín de senderos que se bifurcan. Y si uno se va por el sur regresa en el tiempo, a la hora en que las iguanas ven a uno dar sus primeros pasos. Y si uno se va por el norte es porque está dispuesto a morir. Mi madre nos hablaba sobre la muerte, y nos decía que no era una temporada de descanso, sino la estación de buscar y encontrar. Y que el mar era como la muerte, porque debajo de sus aguas estaban todas las respuestas. Quizá por eso mi hermano pasaba tanto tiempo sumergido entre los arrecifes. Llegaba noche. Cada vez más noche. Y mi madre rodeada por cientos de luciérnagas lo esperaba en la puerta, a veces se quedaba dormida. Y mi hermano la llevaba hasta su cama y después me decía que la dejáramos sola, entonces nos salíamos y nos sentábamos en la arena. Un día ya no voy a volver, te quedarás a cargo de la isla y cuidarás de nuestra madre, tengo muchas preguntas, por eso me voy. Despedimos a mi hermano junto a unas palmeras, debajo de unas cuantas guacamayas que rayaban el cielo con sus plumas rojas y verdes. Mi madre estaba llorando. De nada sirvió que la abrazáramos, eso la hizo caer de rodillas y sus pies se hundieron en la arena, como si su corazón se hubiera enterrado para siempre. De pronto vi muchos caracoles y conchas. Mi hermano se paró como un árbol joven, sin miedo al viento ni a la tempestad. Conway me dijo que mi hermano había nacido del vientre para meterse a otro, y que ese otro era el mar. Y así lo vimos, cuando llegó a la orilla y el agua cubrió sus pies, comprendí que la relación que tenía con el océano era de amor, y se metió entre las olas, para que con el paso del tiempo naciera otra vez. Mi madre cree que el mar devoró a mi hermano y que se lo llevó a lo más pro-

12 El Hilo de Ariadna

fundo. Yo pienso que así fue, y que ahora está convertido en una semilla, en donde se gestan los corales. Conway supo que estaba triste y se sentó conmigo. No dijo nada y yo tampoco, nos quedamos en silencio durante todo el sueño. Así varias noches. Hasta que un día no soñé con él. Le pregunté a mi madre que por qué no soñábamos con las personas. Me dijo que a veces esas personas necesitan estar solas, incluso en los sueños. Así que probablemente Conway estaba solo. O tal vez nosotros estábamos solos en la isla porque alguien había dejado de soñarnos. Y las iguanas parecían darse cuenta, se quedaban por horas bajo el sol, preguntándose si estaban dormidas o despiertas. Por eso van de un lado a otro, porque ya no saben distinguir la realidad del sueño, y se pierden bajo las piedras, intentando recuperar la noche que creen perdida. Y las palmeras las protegen en su delirio, y las acompañan en su muerte cuando amanecen bocarriba. Mi madre dice que no hay peor vida que la de las iguanas, porque su mente es un laberinto del que nunca podrán escapar. Y el mar es así¸ como una inmensa memoria en donde los recuerdos hunden miles de embarcaciones. Por eso mi madre le tiene tanto miedo al océano. Cree que al meterse al agua perderá la memoria. Tu hermano ya no se acordará de nosotros, dice llorando, sentada sobre la arena, escuchando cómo el viento espanta a los cangrejos. Aquella noche, el faro cayó muerto sobre el agua. Lo vimos derrumbarse contra las olas y perderse un poco entre las algas que llegaban invasoras desde las fauces del monstruo. Yo no dije nada, no quería decirlo, aquel era el lugar favorito de mi hermano. Y mi madre, poniéndose de pie, me pidió que la dejara sola. Comenzó a irse por las mañanas, le daba vueltas a la isla, y se paraba delante del mar y le gritaba, aunque el mar la veía como a una palmera con sus lágrimas de leche, y le regresaba todas sus palabras con la espuma. Y mi madre se caía de rodillas y miraba todas las luciérnagas y se daba cuenta de que la noche también estaba sola. Y llegaba tarde, y me decía que no tenía hambre, que la dejara dormir, que estaba cansada. Yo pienso que ya nadie soñaba con ella y que ella tampoco podía soñar con alguien porque se levantaba en la madrugada. Y lo único que me decía a esas horas era que para qué dormía si no podía soñar. Y se quedaba en la puerta, mirando al océano, reclamándole si todo lo que necesitaba estaba entre sus aguas. Quiero que me dejes sola siempre. Fue lo último que me dijo antes de irse caminando por la orilla. Y por más que le dije que no se fuera, se quitó la ropa y pude ver las manchas en su espalda, y su columna y costillas marcadas en su piel. Avanzó hasta que sus piernas fueron cu-


biertas. Y me metí con ella pero ella ya no sabía quién era yo. Le pregunté por mi hermano y por Conway. Sólo siguió avanzando como si fuera un instinto. Y le grité. Pero ella se olvidó de la isla y terminó por sumergirse. Y la dejé ir para siempre. Todavía me acuerdo que me quedé de pie por horas, esperando que flotara de regreso. Toda la noche hubo luciérnagas entre las olas, y al día siguiente, muy temprano, se fueron en línea recta por un camino que nunca me atreví a recorrer. Me dediqué a nadar hasta lo más profundo por días enteros para encontrar la memoria de mi madre. Y lo único que hallé fueron corales, cientos de corales y entendí que los recuerdos tomaban esa forma para que los peces pudieran esconderse de la luna. Y desde aquel día ya nadie soñaba conmigo. Me sentaba entre las ruinas del faro y miraba la isla con su poderosa figura de caparazón seco. Habrá un día en el que todos volvamos aquí, me decía mi hermano, sabiendo otras cosas, con el conocimiento de otras tierras, por eso cuando uno viaja no se olvida de los vientos del sur, porque de allá viene, hacia el norte está lo desconocido, y cuando uno llega tanto al norte tiene miedo de haberse desprendido del sur, pues cree que cuando regrese a casa ya no encontrará a nadie, es por eso, Lázaro, que cuando llegues al otro lado del infinito, debes volver a esta playa que nos vio nacer. A eso se le conoce como agradecimiento. Yo sólo espero que mi hermano dure mucho tiempo en el agua antes de dar las gracias. Y así fue. Nunca lo vi volver. O tal vez volvió cuando me fui. Me acuerdo que llegó un barco a la isla y se bajó de él un hombre que me dijo se llamaba Conrad Conway. Y me dijo que había soñado conmigo y que por eso estaba ahí, pero que hubo unas noches en las que no pudo soñarme y por ello me pidió disculpas. Por fin sé cómo es el infinito, caminó a grandes pasos y señaló la montaña en donde estaba la tumba de mi padre. Es hora de irnos, pronto el mar devorará también esta isla. Se subió al barco. Lo que más tristeza me dio no fue que mi hermano y mi madre se hayan ido, sino haber visto a Isabelina abandonada en la playa. Conway me presentó a su tripulación. Y me hizo encargado de letrinas. Aprendí a ajustar la cabullería, a usar el astrolabio, y a decir que navegábamos en un navío de corte transversal, español, de 72 cañones. También sería el responsable de ir por la pólvora cuando nos atacaran los ingleses. Pero los ingleses nunca nos atacaron. El mar se comió sus barcos hace ya mucho tiempo, me dijo Conway un día que lo encontré solo. Su tripulación había comenzado a colgarse. ¿Sabes por qué las personas se suicidan? Me preguntó. Porque han dejado de soñar con ellas. El día que me muera quiero que arrojes mi cuerpo a los

vientos del sur, la tripulación no comprenderá, si es que para ese entonces todavía hay tripulación, pero yo sé que tú sí. Le ayudé a descolgar a uno de sus hombres, lo enrolló en unas telas, lo persignó y entre los dos lo arrojamos al océano. Los hombres se iban quedando en silencio, por decisión propia, la soledad los contagiaba de uno en uno. Podía escuchar sus quejidos por las noches, les dolía que nadie los soñara y que ellos tampoco podían soñar. Se limitaban a caminar despiertos, siempre despiertos, y si parpadeaban lo hacían sin que nadie se diera cuenta. Y el día que las velas dejaron de moverse, se suicidaron todos al mismo tiempo. Conway corría a descolgarlos. Y cuando los bajaba seguían mirando, como si aún estuvieran aquí. Y los arrojábamos a los vientos del sur. Cuando lleguen a sus islas, me explicó Conway, resucitarán en el tiempo, volverán a ser niños otra vez, para que se cumpla lo que dijo el profeta: el mar los dará a luz sobre sus islas, y así ninguna playa se llenaría de cadáveres. Y vimos cómo se alejaba la tripulación para convertirse en olas y luego en semillas. En aquel momento comprendí por qué el cuerpo muerto de Conway nunca había aparecido sobre las costas. Yo tenía ya cuarenta años y lo veía caminar de un lado a otro, preguntándose qué hay del otro lado del infinito norte. Enfermó. Quiero que tomes mi nombre, y que a partir de ahora te llames Conrad Conway, me dijo, eres como los barcos, cambiando de nombre, en poco tiempo yo no podré seguir porque la persona que soñaba conmigo ha dejado de soñarme, estoy enfermo de soledad. Le dije que no se fuera, porque si yo me quedaba solo era porque también habrían dejado de soñarme. Una vez que muera lleva el barco, al que le puse por nombre Isabelina en honor a mi hermano, por los vientos del sur, la tripulación aparecerá de nuevo y encontrarás a un niño de nombre Lázaro, y le explicarás lo que yo te he explicado a ti. Conway se colgó a las tres de la madrugada. Era sábado. Lo envolví en las últimas telas, lo persigné y lo arrojé por la borda con dirección a los vientos del norte. Su cuerpo llegaría a ese infinito, y el mar lo regresaría a sus propias riberas, en donde lo esperaban ya los cadáveres de su madre y su hermano, a la hora de las luciérnagas, y El gran Isabelina encallaría vacío en algún puerto. Yo volvería al sur, sabiendo que nunca llegaría ningún barco, y estaría dispuesto a morir de soledad después de que mi madre haya perdido la memoria. Y así no se cumplirían las palabras de ningún profeta. Y con suerte le llevaría flores a la tumba de mi padre. Y el mar habría ganado la guerra.

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Finalistas del

Premio Ariadna de Cuento 2018

Cecilia Figueroa Rodríguez, finalista, originaria de la Ciudad de México. Oswaldo Hiram Sáenz Licona, finalista, originario de Atotonilco El Grande, Hidalgo.

Nitzhui Daniela Morales Pineda, Segunda Mención Honorífica, radica en la Ciudad de México. Estudia Filosofía en la UNAM. En 2017 ganó el Primer Concurso de Microrrelatos “Medidas Mínimas” organizado por la Universidad de Salamanca y la UNAM. En 2018 ganó el tercer lugar en el III Concurso Internacional de Escritura Creativa Skribalia. Ha publicado cuentos, poemas, minificciones y reseñas en las revistas Ágora (Colegio de México), Laberintos (FFyL/UNAM), Enchiridion (UAQ ), Espora (UDLAP), Nota al pie (UAM-I), Revista Asalto, Penumbria y en la revista canadiense The Apostles Review. Formará parte de la antología de cuento Exploraciones quiméricas del Grupo Editorial Lectio. Nació en la Ciudad de México en 1994.

14 El Hilo de Ariadna


Julio César García León, finalista, originario de la Ciudad de México.

María Magdalena Fuentes Angulo, finalista, originaria de la Ciudad de México.

Rocío del Carmen Juárez Azuara, Rosée, finalista, Originaria de la Ciudad de México.

Marcela Magdaleno Deschamps, finalista, radica en Metepec, Estado de México.

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José Fernando Rosas Cartas, finalista, originario de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.

José Antonio Bautista, finalista, originario de la Ciudad de México.

Papá de Elizeth Ávila Fuentes, finalista, originaria de la Ciudad de México.

Manuel Herrera Martínez, finalista, originario de Monterrey, Nuevo León.

16 El Hilo de Ariadna


Laura Verónica Vargas, participante, originaria de la Ciudad de México.

Fabio Zesati Villarreal, participante, originario de la Ciudad de México.

Juan de Dios Marcial, participante, originario de Colima, Colima.

Víctor Benjamín Rábago Pacheco, participante, originario de la Ciudad de México.

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selene lizbeth araiza velasco ganadora del Premio Ariadna de Ilustración 2018

EL MINOTAURO, ARIADNA Y TESEO, MITO GRIEGO

D

Fragmento

esde que desembarcaron en las playas de Creta, una mujer joven se sintió muy atraída por Teseo, lo observaba desde lejos, seguía cada uno de sus movimientos, se sentía conmovida y lamentaba que alguien con ese porte, con esa gallardía fuera a ser sacrificado. El dios Eros lanzó su flecha, y la mujer quedó profundamente enamorada de aquel desconocido. Ella era Ariadna, la sacerdotisa, la joven princesa, hija de Pasífae y del rey Minos, hermana del talentoso Andrógeo y media hermana del bestial Minotauro.

18 El Hilo de Ariadna

Ariadna era una joven curiosa, muy inteligente, estaba ansiosa de salir de Creta y tenía la edad suficiente para entregarse de lleno al amor. Dispuesta a ayudar a Teseo, del que aún no conocía su nombre, le pidió a Dédalo que le confesara si el laberinto tenía oculta alguna salida. El constructor le dijo que sólo había una manera de escapar del laberinto: Amarrar en la entrada, la punta del hilo de un ovillo e ir desenredándolo conforme se avanzara; luego, para regresar sólo debía volver sobre sus pasos siguiendo el hilo. Al terminar de darle el


consejo, Dédalo le entregó un ovillo rojo, el cual le permitiría llevar a cabo su plan de salvar a Teseo. Cuando los catorce vírgenes iban a adentrarse en el laberinto, Ariadna, ocultándose de los guardias, se acercó a Teseo, le dijo que había una manera de escapar con vida del laberinto, que se la diría si le prometía que al salir, la llevaría en su barco lejos de Creta y se casaría con ella. Teseo, dispuesto a aprovechar cualquier oportunidad, le respondió que sí. Por lo cual, ella le entregó el ovillo rojo y con ternura puso sus labios sobre los de él, como sellando su pacto. Los jóvenes que serían devorados por el monstruo de Creta, fueron obligados por los guardias a internarse en el laberinto. Teseo no perdió ni un momento, amarró la punta del hilo en la entrada y corrió, dispuesto a enfrentar al Minotauro. La oscuridad del laberinto lo absorbió; por momentos tropezaba con cráneos y pedazos de cuerpos en descomposición. El olor a sangre putrefacta lo debilitó momentáneamente, pero recobró su fuerza y avanzó con la firme decisión de enfrentar a la bestia lo antes posible. Conforme se adentró, los bramidos del Minotauro se intensificaron, escuchó que algunos de los

jóvenes eran atacados por el monstruo, sus desgarradores gritos harían derrumbarse de miedo a cualquiera, menos a Teseo, hijo de Poseidón, el dios del Mar, quien lo protegía. Cuando Teseo estuvo frente al Minotauro, el hedor del hocico de éste casi lo hizo trastabillar, sintió náuseas y profundo deseo de vomitar, pero al recordar su misión se sobrepuso. Sacó una espada que había traído oculta entre sus ropas y, ágilmente, se lanzó contra el monstruo, quien, a pesar de su voluminosa figura y su peso bestial se defendió hábilmente y esgrimió con precisión una enorme hacha. Invocando la fuerza de su padre divino, Teseo arremetió ferozmente contra la bestia y le enterró la espada en el cuello. El Minotauro cayó debilitado, y con todo el coraje que un héroe puede sentir contra el enemigo, indignado por el sometimiento en que había vivido Atenas, Teseo lo hirió repetidamente a lo largo del cuerpo. El Minotauro lanzó furiosos gruñidos de angustia, de agonía, de impotencia, parecía que los muros del laberinto se desplomarían, y poco a poco se fue quedando sin fuerzas, sin aliento, cerró los ojos mientras se desangraba, hasta que terminó postrado en la tierra del laberinto, sin un solo ápice de vida...

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Finalistas del

Premio Ariadna de IlustraciĂłn 2018

Citlali Ortiz GarduĂąo, finalista, radica en Banderilla, Veracruz.

20 El Hilo de Ariadna


Lidia Toledo, finalista, radica en Morelia, Michoacán.

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DISPONIBLE EN KCHINK https://www.kichink.com/buy/2131857/www-editorialariadna-com/premio-ariadna-de-ilustracion-2018

22 El Hilo de Ariadna


Miguel Ángel Sánchez, finalista, originario de Celaya, Guanajuato.

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Editorial ariadna convoca a

escritores e ilustradores

de todas las nacionalidades, que radiquen en méxico, a participar en los

PREMIOs Ariadna 2019 ¡CICLO PRIMAVERA!

Poesía Cuento Ilustración

¡Los únicos en los que todos ganan el libro! Consulta las bases en

www.editorialariadna.com

24 El Hilo de Ariadna


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