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LA EDAD DE ORO DE LAS PIRÁMIDES
CONTENIDO
PREFACIO 7
PRIMERA PARTE
DE RE DE HELIÓPOLIS A LA PIRÁMIDE ESCALONADA
CAPÍTULO 1
Heliópolis, ciudad de la luz y fuente de la espiritualidad egipcia
CAPÍTULO 2
Y se hizo la luz: el resplandor de Re 13 19 27 45
SEGUNDA PARTE
EL TEMPLO
CAPÍTULO 5
El templo, centro vital
CAPÍTULO 6
La construcción del templo 57 63
TERCERA PARTE LAS CIENCIAS
SAGRADAS
CAPÍTULO 8
Una ciencia diferenciada
CAPÍTULO 9
La ciencia del cielo
CAPÍTULO 10
La magia de heka, ciencia de la energía
CUARTA PARTE
CAPÍTULO 14
La dinastía de los hijos de la luz 151 189
Una nueva edad de oro: la IV dinastía
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 3
III dinastía: Dyoser, Imhotep y la pirámide escalonada
CAPÍTULO 4
Arte ritual y artesanos
CAPÍTULO 7
Los elementos del templo 69
CAPÍTULO 11
Alquimia y transmutación
CAPÍTULO 12
La ciencia del Número
CAPÍTULO 13
Una medicina sin fronteras
CAPÍTULO 16
La revelación suprema: Los Textos de las Pirámides 197
QUINTA PARTE
LUZ DE LA INICIACIÓN
CAPÍTULO 17
La iniciación, valor central y camino hacia el conocimiento
CAPÍTULO 18
Una iniciación para los vivos
CAPÍTULO 19
El ritual iniciático
SEXTA PARTE
CAPÍTULO 20
El viaje celeste
CAPÍTULO 21
El ser de luz (Aj), última etapa de la iniciación
DEL FIN DE LA EDAD DE ORO DE LAS PIRÁMIDES A LA PRIMERA INVASIÓN
CAPÍTULO 22
La VI dinastía: de Teti a Nitocris
CAPÍTULO 23
Una crisis, pero ¿de qué índole?
CAPÍTULO 24
Luces de la XII dinastía
CAPÍTULO 25
La primera invasión: los hicsos
SÉPTIMA PARTE LA CONDICIÓN HUMANA: DE LA EXISTENCIA
A LOS ELEMENTOS ESPIRITUALES DEL SER
CAPÍTULO 26
Naturaleza humana y nacimiento del mal
CAPÍTULO 27
De la existencia humana a la vida divina
CAPÍTULO 28
La condición femenina
EPÍLOGO
REFERENCIAS
Mapas
dinastías
alfabeto jeroglífico
año y las estaciones
CAPÍTULO 29
Los elementos espirituales del ser
CAPÍTULO 30
Un camino de plenitud para los seres humanos
ANEXOS
Principales fuentes utilizadas
Bibliografía básica
Índice
Contenido de:
El Egipto faraónico
Un reino de luz (tomo 1)
Contenido específico
Osiris es el símbolo de la Gran Obra de la alquimia (Alejandría, Museo de Alejandría).
CAPÍTULO 11
ALQUIMIA Y TRANSMUTACIÓN
La Tierra negra
Egipto se conocía como la «Tierra negra», kemet, y del árabe al-kemet proviene nuestra palabra «alquimia», ciencia misteriosa que se practicó durante mucho tiempo en Occidente.
Los antiguos coinciden en afirmar que la alquimia había sido «inventada» en Egipto, y nosotros vamos a constatar que esta excepcional ciencia de la transmutación ocupaba, en efecto, un lugar preponderante.
Para los egipcios, el color negro no es sinónimo de tinieblas y de duelo sino, al contrario, de fecundidad espiritual y material. Osiris, referencia principal de los alquimistas, puede tener una cara negra, al igual que el dios Min, Osiris resucitado. Una estatua alquímica de Mentuhohtep II ilustra los tres colores de la obra: vestimenta blanca, piel negra y corona roja.
La raíz kem significa «negro», pero también «ser completo, alcanzar repitiendo la creación original», que es uno de los propósitos de la alquimia. En cuanto a una determinada hierba, kimiya, «la negra», poseía la facultad de transformar los metales en oro.
Transmutar es la palabra maestra de la alquimia, tanto espiritual como material. Transmutar un profano en iniciado, un bloque de piedra en estatua vivien -
Templos bajos y altos y calzadas con paredes decoradas con bajorrelieves sublimes, según los escasos restos que escaparon a la destrucción, Dahshur era un vasto dominio rebosante de vida al que las mujeres, que representaban las provincias, llevaban sus riquezas. Con la ayuda de Seshat, la patrona de los constructores, Esnofru edificó los santuarios y celebró allí su fiesta de regeneración. Unos vestigios conmovedores son los trozos de un piramidión que ha podido ser reconstruido y expuesto. Es el único superviviente de la edad de oro en este estado.
Al norte del lugar, «Aquella que aparece brillando», destaca una pirámide lisa con una altura de ciento cuarenta metros, y una pendiente de 46º 34’. Se la conoce como «la Roja», ya que cuando su revestimiento de caliza blanca fue arrancado quedaron a la vista los bloques de este color.
El papel principal de esta pirámide perfecta y deslumbrante es disipar las tinieblas, recoger el brillo del sol resucitado y propagarlo. Situada a una treintena de metros por debajo del suelo, la entrada da acceso a un itinerario interior que discurre por un largo pasillo de ochenta metros. Dos salas con bóvedas falsas parecen ser el corazón de la pirámide; pero este Dos procede de la Unidad, una tercera sala a la que se alcanza al tomar un nuevo pasillo.
La pirámide lisa, conocida como «la Roja» de Esnofru en Dahshur.
La segunda pirámide de Esnofru en Dahshur es un caso único. Conocida como «Romboidal», presenta la particularidad de tener una doble pendiente: 54º 15’ en la parte inferior, y 43º para la superior, con una altura de unos cien metros.
La teoría oficial, todavía muy extendida es el de un lamentable fracaso del maestro de obra. Al llegar a media altura se habría percatado de su error. Entonces, cambió el ángulo de la pendiente para que el edificio no se derrumbara. Y sin embargo, esta pirámide está impregnada de la perfección que Esnofru quería alcanzar. El montaje de las hiladas de piedra demuestra un conocimiento destacable del ensamblaje de los bloques, las uniones son de una finura digna de la Gran Pirámide. En cuanto a la línea de separación de las dos pendientes, es de una horizontalidad rigurosa.
Dos entradas (una al norte, la otra al oeste), dos pasillos que conducen a dos conjuntos de salas, dos cámaras de resurrección, la omnipresencia del Dos en los solados, los rastrillos y las puertas, y finalmente dos pendientes. ¡El maestro de obra realmente no pudo hacer más para encarnar la dualidad creadora en piedra!
Alexandre Varille fue, me parece, el primero en comprender la verdadera naturaleza del edificio. Fue mal visto por sus colegas y no se le consideró creíble. El objetivo de Jacques Vandier, autor de un famoso manual de arqueología egipcia, admite que esta pirámide «en su estructura misma, insiste de una manera más precisa que las otras en la dualidad de la persona real». JeanLouis de Cenival estima que la pirámide de doble pendiente fue así concebida desde un inicio y que «su forma estaba destinada a añadir la imagen de la piedra de Heliópolis a la de las escaleras de los monumentos anteriores».
La pirámide de doble pendiente de Esnofru, conocida como «Romboidal», en Dahshur.
Izquierda
El «ser perpetuamente regenerado», Osiris, es el soberano de los justos de voz que han accedido a la luz (Valle de los Reyes, tumba de Horemheb).
CAPÍTULO 21
EL SER DE LUZ (AJ), ÚLTIMA ETAPA DE LA INICIACIÓN
Sobre la importancia de la luz
El tema de la luz, como ya hemos constatado, está omnipresente en el pensamiento egipcio, y nos parece pertinente recordarlo. A los ojos de los antiguos egipcios, no se trata de un fenómeno físico, sino metafísico. La luz es espiritual y sobrenatural, antes de volverse corpórea. Nacida de ella misma, aparece en el océano de energía, expresando la fuerza mágica del Creador. Como elemento misterioso que rige el universo, ella contiene el secreto de la vida, conjunto de mutaciones permanentes de la luz, que revelan las Letanías de Re , inscritas en la morada de eternidad de Tutmosis III y en otros textos, como el Libro de las Cavernas .
La luz crea fuerzas divinas que son percibidas por los «maestros de luz». Es ella la que construye al iniciado, es su radiación la que engendra y fecunda. «Oro, plata, lapislázuli, turquesa y piedra- chehenet constituyen la luz creadora, síntesis de todos los minerales», escribe Sydney Hervé Aufrère. «Es la luz en el alba del mundo, aquella en la que se encuentra el germen de toda existencia divina, la de los dioses que evoca la noche estrellada». Geométricamente, la luz alquímica de los minerales y de los metales se concreta bajo la forma de un triángulo, y las pirámides son su culminación arquitectónica.
Las pirámides no eran tumbas, sino matrices de eternidad que han «cansado al tiempo»... Esta revelación esencial de la época de oro de la civilización faraónica es la que nos relata Christian Jacq con su incomparable pluma. En una obra ricamente ilustrada, nos invita a descubrir la extraordinaria aventura de estos constructores que se alimentaban de las ciencias sagradas: la astrología, la magia, la alquimia. Nos explica por qué ningún esclavo trabajó en la edificación de las pirámides o por qué estas últimas no han ocultado nunca un cuerpo mortal, ya que la pirámide es la encarnación de Osiris.
A lo largo de este relato apasionante, Christian Jacq también nos permite percibir el significado profundo y el alcance de los rituales iniciáticos que animaron el alma de los constructores. Nos muestra cómo los antiguos egipcios se enfrentaron a los desafíos de la vida cotidiana y también a la muerte, a la que no temían, porque se abría hacia la eternidad. Christian Jacq nos recuerda lo que afirmaba la primera frase de los Textos de las Pirámides: «El faraón no ha partido muerto, ha partido en vida».