Juan Bautista Alberdi polemista

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Carlos Guillermo Frontera

Juan Bautista Alberdi polemista

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Instituci贸n de Magistrados Judiciales de la Naci贸n en Retiro



Juan Bautista Alberdi polemista

colecci贸n conferencias



Instituci贸n de Magistrados Judiciales de la

Naci贸n en Retiro

Juan Bautista Alberdi polemista

Carlos Guillermo Frontera

E der


Frontera, Carlos Guillermo Juan Bautista Alberdi polemista. – 1a ed. – Buenos Aires : Eder, 2010. 72 p. ; 20x14 cm. – (Conferencias) isbn 978–987–26172–2–6 1. Historia Política Argentina. I. Título cdd 982

Fecha de catalogación: 07/12/2010 Edición y diseño: Javier Beramendi © 2010, Institución de Magistrados Judiciales de la Nación en Retiro. Fundada el 19 de diciembre de 1960. Sede en Suipacha 576 – 4° piso, Oficina 1 – Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Teléfonos (011) 4322–4863 y 4322–8658 E–mail: instituciondemagistrados@speedy.com.ar © 2010, eder Perú 89, 5° piso. Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Teléfonos (011) 4–958–4360 / 15–5–752–3843 editorial_eder@yahoo.com Reservados todos los derechos. Queda prohibida, sin autorización expresa de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático. Queda hecho el depósito que previene la Ley 11.723 Impreso en Argentina isbn 978–987–26172–2–6


Consejo Directivo (2009–2011) Presidente: Pedro Alfredo Miguens Vicepresidente 1°: Eduardo José María del Rosario Milberg Vicepresidente 2°: Pablo Federico Galli Villafañe Secretarios: Jorge Raúl Moreno Jorge Horacio Otaño Piñero Tesoreros: Rómulo Eliseo Di Iorio Ernesto Benito Ure Vocales: Jorge Arana Tagle Hortensia Dominga Gutiérrez Posse Carlos Alberto Leiva Varela Mauricio Obarrio Enrique Horacio Alvis Vocales Suplentes: Julio César Dávolos Octavio David Amadeo Carlos Felipe Balerdi Julio Carlos Speroni Juan Carlos Uberto Revisores de Cuentas: Rodolfo Ernesto Witthaus Gerardo Romeo Nani



Presentación

Con la disertación del Sr. Profesor Dr. Carlos Guillermo Frontera realizada en nuestra institución el 25 de agosto de 2010, se ha llevado con éxito una nueva reunión con nuestros asociados, los cuales asistieron a una charla amena e ilustrativa. El tema elegido, Juan Bautista Alberdi polemista, fue un acierto por tratarse de la figura de uno de los mentores de nuestra Constitución Nacional, basamento de nuestra patria republicana. La calidad de polemista, nos acerca a discusiones de la época, verdaderos contrapuntos con personajes pintorescos y respetados que hacen de esta presentación una ilustrada y entretenida adquisición.

Pedro A. Miguens Presidente

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Juan Bautista Alberdi polemista

Comparto y celebro como una justa manifestación de reconocimiento el homenaje que nuestra institución quiere brindar a este gran argentino al cumplirse el segundo centenario de su natalicio y de quien, con justa razón, se dijo que fue “el primer pensador de la patria que razonó y ofreció soluciones concretas a los problemas argentinos”1. 1 Marcelo Urbano Salerno «Las Bases de Alberdi y la influencia de

Pellegrino Rossi» Separata de la Revista Jurídica de Buenos Aires iii, septiembre–diciembre 1975.

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Si bien intentaré abocarme, sin mayores introitos, al tema elegido para esta convocatoria, resulta preciso enunciar brevemente algunos de los rasgos de su conducta y de la profundidad de su pensamiento por cuanto en estas circunstancias puede resultar una inicial explicación el denuedo y firmeza con que Juan Bautista Alberdi defendió sus tesis en sus interesantes polémicas. Debemos recordar que, en el Fragmento preliminar al estudio del derecho, una de sus grandes obras –la única que escribió en su país–, al comentar la polémica sostenida entre Thibauth y Savigny, destaca la argumentación del segundo para oponerse a la codificación en Alemania, que reclamaba Thibauth. Señalaba los conceptos vertidos por el más grande representante de la “Escuela Histórica”; por quien muestra su particular admiración y adhesión. El gran jurista alemán, al igual que Leminier, influyó en su formación jurídica y política; y conforme con esas ideas, en oportunidad de pronunciar el discurso inaugural del Salón Literario expresó: El desarrollo es el fin, la ley de toda humanidad, pero esta ley tiene también sus leyes. Todos los pueblos se desarrollan, necesariamente, pero cada uno se desarrolla a su modo; porque el desenvol-

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vimiento, no se opera según ciertas leyes constantes, en íntima subordinación a las condiciones del tiempo y del espacio.

Dardo Pérez Ghilhou2 dice que nuestro hombre poseía un pensamiento tan personal que no coincidía con ninguno de los de su generación y al respecto señala la influencia conservadora de Chevalier, Sismondi, Royer Coliardt y Guizot; quienes, con sus ideas, habían impulsado el movimiento francés de 1830, que marcó el advenimiento de la monarquía moderada de Luis Felipe, y que repercutieron en él cuando viajó a Francia en 1843. Su pensamiento de base historicista y contenido conservador condujo Alberdi a sostener: Es un error grave y funesto imaginarse que el partido unitario y federal no existen. Estos partidos no morirán jamás porque representan dos tendencias legítimas, dos manifestaciones necesarias de la vida de nuestro país, el partido federal, el espíritu de la localidad; el partido unitario, el centralismo, la unidad nacional. La lógica de nuestra historia está 2 El pensamiento conservador de Alberdi y la Constitución de 1853: Ed. Depalma, 1984.

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pidiendo la existencia de un partido nuevo, cuya misión es adoptar lo que haya legítimo en uno y otro partido, y consagrarse a encontrar la solución pacífica de nuestros problemas sociales con la clave de una síntesis más alta, más nacional y más completa que la suya, que, satisfaciendo todas las necesidades legítimas, los abrase y los funda en su unidad3

Con la misma convicción, en el prólogo de las Bases, sintetizó su ideal afirmando: Todas las constituciones cambian o sucumben cuando son hijas de la imitación; la única que no cambia, la única que acompaña al país mientras vive, y por la cual vive, es la constitución que ese país ha recibido de los acontecimientos de su historia, es decir, de los hechos que componen la cadena de su existencia, a partir del día de su nacimiento. La constitución histórica, obra de los hechos, es la unión viva, la única real y permanente de cada país, que sobrevive a todos los ensayos y sobrenada a todos los naufragios.” Los progresos de su civilización pueden modificarla y mejorarla en el sentido de la perfección absoluta del gobierno libre, pero pactando siempre con los 3 Adolfo Saldias Paginas históricas: La Facultad, 1912. Pág. 67.

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hechos y elementos de su complexión histórica, de que un pueblo no puede desprenderse, como el hombre no es libre de abandonar, su estatura, las condiciones de su organismo, que recibió al nacer, como herencia de sus padres.

Es en los párrafos transcriptos donde Alberdi pone de manifiesto su auténtico espíritu conservador al vincular de manera imprescindible tradición y progreso, que contiene como supuesta la idea del devenir histórico y su perfeccionamiento mediante un mejoramiento gradual de los elementos con que se cuenta. Cuando le tocó intervenir en los acontecimientos que derivaron en el derrocamiento de don Juan Manuel de Rosas –al cual contribuyó con sus ideas y escritos–, brindó todo su esfuerzo intelectual en apoyar a Urquiza por considerar que era el camino hacia la definitiva organización nacional. Muchos de los hombres que compartieron con él la lucha contra el Gobernador de Buenos Aires se fueron apartando y se convirtieron –en particular Mitre, Alsina, Sarmiento y Vélez– en enemigos del vencedor de Caseros, a quien consideraron una nueva versión de Rosas. Lejos estuvo Alberdi de compartir la reacción que tuvo por eje a Buenos Aires y ante el rechazo del Acuer15


do de San Nicolás, no solo brindó su apoyo personal a Urquiza, sino también, junto con otros compatriotas fue el inspirador en Chile del llamado Club de Valparaiso, fundado el 16 de agosto de 1852, cuya acta inaugural fue suscripta por 59 adherentes4. La referida acta fundacional, redactada por Alberdi, da a conocer los fines del Club, que respondían a la convicción de los firmantes de que –pese a encontrarse lejos de la patria–, querían asistir con sus votos de apoyo, a los anhelos de concretar el gran propósito de la pasificación y organización nacional sin distinción de partido, sin miras de oposición, sin obstaculizar a nadie, con la decidida intención de proteger toda tendencia, todo acto que condujera a hacer realidad tan elevados propósitos. Al día siguiente de esa fundación, el 17 de agosto de 1852, se difundió una circular en apoyo a la política de Urquiza y que avalaba el golpe de estado dado por este en Buenos Aires el 24 de junio de 1852. El 1º de septiembre, el Club acordó patrocinar las ideas sobre constitución expuestas por Alberdi. Poco tiempo después, al tomar conocimiento del movimiento revolucionario del 11 de septiembre de 1852, que conllevó a la separación de Buenos Aires de 4 Ver apéndice.

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la Confederación, el Club, condenando el suceso, reafirmó, mediante una declaración, su apoyo a Urquiza. Frente a la actitud asumida por Alberdi y el Club de Valparaíso, Sarmiento, también residente en Chile, dio, en cambio, su apoyo al movimiento separatista del 11 de septiembre, ofreció sus servicios y puso de manifiesto en sus declaraciones su profundo rencor contra Urquiza5. El 19 de Octubre de 1852, fundó en Santiago el Club argentino, el cual le editó dos folletos: uno en contra de la política de Urquiza en San Juan y otro en contra del Acuerdo de San Nicolás. Alberdi y Sarmiento habían mantenido hasta entonces una relativa y formal amistad, con algunas discrepancias que no habían llegado a alterar la relación. El último de los folletos mencionados motivó que el 26 de octubre de 1852, Alberdi replicara a Sarmiento a través de un artículo en el Diario de Valparaíso, en el que se preguntaba si el Pacto de San Nicolás no existía; si había caducado la autoridad del Director; y cuál era la razón y si una sola provincia podía abrogar lo que habían sostenido las otras. Sarmiento respondió a esos interrogantes mediante un escrito en el que definía su postura. 5 Sarmiento se había pronunciado en apoyo de los hombres de Buenos Aires y manifiestamente en contra de Urquiza, razón por la cual no fue invitado a integrar el Club Valparaíso.

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Todo con Buenos Aires, nada con los caudillos provinciales incapaces de comprender la justicia y la libertad.

A ese primer escarceo sucedió la publicación hecha por Sarmiento el 12 de noviembre de 1852, titulada “La Campaña del Ejército Grande”, donde revelaba, en toda su magnitud, su resentimiento hacia Urquiza por no haberlo tenido en cuenta ni escuchado. Al propio tiempo, incluyó una dura crítica de las Bases y desdiciéndose con ello de sus anteriores elogios de ribetes desmesurados tales como: Su constitución es un monumento. Su constitución es nuestra bandera. Nuestro símbolo.

Las bases de una fuerte polémica estaban echadas y no tardó en concretarse. Alberdi habría de expresar su pensamiento con dureza, pero utilizando un lenguaje digno de sus características personales, a través de las llamadas Cartas quillotanas (fueron escritas en Quillote, localidad chilena) y que llevaron por título Cartas sobre la prensa y la polltica militante en la Republlca Argentina. En ellas, le fue señalando a Sarmiento: 1. Desde el derrocamiento de Rosas la política ha dejado el poder a la prensa, una polémica que ya no 18


tiene objeto. Hoy le pide paz, la Constitución, la verdad práctica de lo que antes era esperanza. 2. Ocupados muchos años en destruir es menester aprender edificar, destruir es fácil, no requiere estudio. Todo el mundo sabe destruir en política como en arquitectura. Edificar es obra de arte. 3. Toda postergación de la Constitución es un crimen de lesa patria, una traición a la República. Al respecto decía también que se había considerado criminal a Rosas al postergar la organización después de acabar con los unitarios, ahora sus enemigos imitaban su ejemplo postergando el arreglo constitucional del país hasta la conclusión de los caudillos. Particularmente, enrostraba a Sarmiento: 1. Que el soldado retirado de la antigua prensa igual grita: ¡A las armas! Se pone de pié. Finge la existencia de un verdadero Rosas aparente. Le da las calidades del tirano caído, establece su identidad y así legitima el empleo de sus antiguos métodos. 2. Le imputa que la prensa, como elemento y poder político, engendra aspiraciones, lo mismo que la espada. 3. Asimismo le señala: a) Que había concebido esperanzas de encabezar el partido liberal contra Rosas y las dejó traslucir más de una vez. 19


b) Había publicado su biografía en un grueso volumen encomiástico. c) Escribió a publicistas franceses pidiéndoles su apoyo para esa aspiración. d) Cuando estalló la revolución buscó la inmediación del Jefe quien no le dio importancia. e) En el Ejercito grande emprendió dos campañas: una conta Rosas y otra latente contra Urquiza: una contra el obstáculo presente, otra contra el obstáculo futuro. f ) Su arma contra Rosas fue el “Boletín”. Su espada contra Urquiza fue:”EI Diario de la Campaña”. Respecto del menosprecio de Sarmiento al gaucho, que se manifestó a través de frases como: “Su sangre solo servía de abono”. Alberdi le replica: 1. Debía darse garantías al caudillo y respetar al gaucho. Sin querellas garantías para todos. 2. Le recalcaba la necesidad de considerar al país tal cual es y no tal cual no es. 3. Por último, calificaba a Sarmiento de ser un “Caudillo de prensa”, agregando: “La prensa, como el salón, como la tribuna, como la academia misma, está llena de gauchos o guasos de exterior inglés o fran20


cés”. Le expresaba también que pese a Defender las garantías privadas contra los ataques del sable, parecía olvidar que el hogar puede ser violado por la pluma. Por último, le expresaba que estigmatizar al gaucho por hacer maneas con la piel del hombre tenía semejanza cuando él sacaba el pellejo al rival político con pretexto de criticarlo. A las cartas quillotanas, Sarmiento respondió con cinco cartas que denominó Las ciento y una. A diferencia de Alberdi utilizó un lenguaje grosero y ofensivo no exento de calumnias. En la primera carta decía: 1. En la olla podrida que ha hecho Vd. de “Argerópolis”, “Facundo”, “La Campaña…” etc. etc., condimentados sus trozos con la vistosa salsa de su dialéctica saturada de arsénico, necesito poner orden para responder y restablecer cada cosa en su lugar. 2. Lo acusaba de demoler su reputación. 3. “En la introducción a las quillotanas está la tablilla de Fígaro”, avisando a los parroquianos que allí donde hay una mano pintada con lanceta, se sacan muelas”. 4. “En Buenos Aires, no lo consultaron nunca ni lo reconocen hoy otra cosa que escritor de periodiquines: La Moda, Figarillo; compositor de minuetos, templa21


dor de pianos, que era su ganapán antes de hacerse abogado en Montevideo”. 5. “Vd tiene Alberdi un título que es también un ambo en la lotería de la vida; abogado de Montevideo y Chile, pero en su patria no es ni doctor, ni licenciado, ni abogado siquiera, y cuando vaya tendrá que rendir exámenes públicos para recibirse. Le adjudicaba también a Alberdi que defendía a Urquiza para obtener un empleo público. Por esa razón, en agosto de 1852 empezó a escribir periódicos en Valparaíso. Además de las expresiones transcriptas Sarmiento utilizó otros calificativos y epítetos tales como: insigne camorrista; pillo de la prensa periódica; saltimbanqui, por sus pases magnéticos; mujer, por la voz; escuálido y entecado de la Constitución; tonto; estúpido; raquítico; jorobado de la civilización; botarate insignificante; telaraña humedecida con la baba de la envidia; hipócrita de la rabia astuta, de la codicia sórdida y de la ambición rastrera. Alberdi puso fin a la polémica diciendo: Escribo en 1853, por el mismo móvil que me hizo escribir en 1851, antes que Urquiza fuese vencedor de Rosas. Lo que recibí entonces recibo hoy; digo

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mal, hoy tengo la renta al mes de nueve mil insultos del señor Sarmiento de un género desconocido en la época de la Gaceta Mercantil. Justicia sea hecha a los caídos. Rosas no degradó la prensa hasta la destrucción privada.

Juan Bautista Alberdi y Dalmacio Vélez Sarsfield protagonizaron otra polémica a la que podemos titular, a diferencia de la anterior, celebre y fecunda. Como sabemos, la causa de ella fue el proyecto de Código Civil que tuvo especial relieve y trascendencia tanto por el tema como por la dimensión intelectual de los protagonistas. Alberdi aporto su genio fecundo y su estilo vivas, Vélez, por su parte y en su carácter de creador del proyecto, se mostró pletórico de argumentos de alto contenido jurídico. Dado los tiempos que corrían, corresponde destacar que esa polémica debe contemplarse no solo a la luz de las ideas jurídicas que se debatieron, sino también por las diferencias surgidas en las largas luchas políticas que ubicaron a Vélez Sarsfield y a Alberdi en posiciones opuestas. Recordemos en tal sentido el apoyo de Alberdi a la Confederación y a la Constitución de 1853 y la actitud de Vélez al pronunciarse por la secesión de Buenos Aires. 23


Conviene recordar que el Poder Ejecutivo encomendó a Vélez la redacción de un proyecto de código civil para la Nación y le hizo saber, a través de claras directivas, que debía anotar en cada artículo la conformidad o discrepancia con el derecho vigente en el país y con los principales códigos del mundo. Asimismo, debería exponer los motivos de las resoluciones que alterasen el derecho vigente dando razón de ello. Al respecto Vélez expresó: Una colección de buenas leyes civiles solo podrá obtenerse por los estudios y observación de muchos jurisconsultos, por la experiencia de los tribunales y por el verdadero convencimiento del estado actual de las costumbres y creencias religiosas de la república6.

Vélez Sarsfield remitió al Poder Ejecutivo el primer libro del proyecto redactado el 21 de Junio de 1865. En el oficio que lo acompañaba decía que el primer libro era la parte más difícil de la legislación civil y que ello determinaba introducir importantes reformas en las leyes vigentes. 6 Cabral Texo, Pág. 78.

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A continuación, enunciaba las fuentes que había utilizado y que le sirvieron de base. En tal sentido, se remitía a todos los códigos de Europa y America, a La legislación comparada del Sr. Seoane; al proyecto de Código Civil para España de García Goyena; al Código de Chile; a el proyecto para Brasil redactado por Augusto Texeira de Freitas, de quien admitió haber tomado muchos artículos y las doctrinas de Savigny, Zachariae y Story. Cabe señalar que, de todo lo que menciona Vélez, Alberdi solo conoció el oficio de remisión del primer libro del que no surgía el pensamiento del codificador. Es a partir del aludido oficio que Alberdi formula su crítica. Al respecto decía que el proyecto pretendía sostener costumbres brasileñas para insertarlas en la cultura Argentina. Que ello era fruto de la política brasileña para extender sus dominios sobre los pueblos del Plata y en tal sentido afirmo: “Si el modelo predilecto entre todos los códigos conocidos para la composición de su proyecto ha sido, según nos declara él mismo, un proyecto de código civil para el Imperio del Brasil, era porque la política de los hombres de Buenos Aires había llevado al país a la alianza permanente con el Brasil en el que el presidente nominal tiene que buscar 25


el poder real. El tratado de alianza del 1° de mayo de 1865 y el proyecto de Código Civil, que enfeudan a la República Argentina al Imperio del Brasil. No ven más que el resultado lógico de esa situación de cerca”7. Para, luego, agregar: «La adopción de un código brasileño, con preferencia a tantos otros códigos célebres y acreditados por la experiencia acaba de confirmar la natural conjetura de que el Código argentino en la obra de la política del Brasil más bien que la de la política argentina y que si el padre de ese Código es Mitre, don Pedro II es el abuelo»8. Sostenía también, Alberdi, que el Código habría de resultar motivo de desorden y escándalo en las familias y en la sociedad. Al margen de tales afirmaciones y en lo sustancial afirmaba que su crítica no estaba dirigida a un análisis del contenido del proyecto, sino que estaba encaminada a poner en descubierto su espíritu. Así, de sus propias afirmaciones se desprende que su interés se había centrado no en el aspecto normativo, sino en la oportunidad de la codificación, en el método utilizado y en las fuentes. 7 Juicios Críticos sobre el proyecto de Cóodigo Civil Argentino. Buenos Aires, 1920, Pág. 219. 8 Ídem, Pág. 220.

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Respecto del primer aspecto enunciado sostenía que si bien reconocía como necesaria la reforma de la legislación, se oponía a que ella fuese realizada por vía de codificación, por cuanto si bien entendía necesario reglamentar a través de la ley la organización de la familia y de la sociedad conforme los principios contenidos en la Constitución Nacional, tal reforma no debía hacerse a través del Código, sino de manera parcial y gradual. Todo ello lo llevaba a afirmar que no eran códigos los que necesitaban las repúblicas americanas, sino gobiernos estables que garantizasen, el orden, la paz y la seguridad para el ejercicio y goce de sus derechos. En otro orden, sostenía que un código de contenido unitario y centralista “(...) es incompatible con la idea de un país compuesto de muchos estados soberanos o semisoberanos”9. A su juicio, el Código Civil debía ser un cuerpo metódico que organizase los derechos civiles contenidos en los artículo 14 a 20 de la Constitución. Reclamaba también la necesidad de que el Código debía ser corto por cuanto esa idea “representa en sí misma la necesidad de abreviar, simplificar y reducir 9 Ídem, Pág 165.

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una legislación numerosa y complicada”10. Rechazaba enfáticamente la idea de Vélez acerca de que un Código pudiese ser una expresión de derecho científico y afirmaba: la ciencia y la ley no van al mismo fin. La ciencia investiga la verdad desconocida. La ley sabe la verdad que le conviene y la promulga para que se observe no para que se discuta.

Más adelante agregaba: (...) en su vocación política la ley se aparta a menudo de la verdad científica y se acomoda a la preocupación, si ella puede servirla para ser mejor conocida, comprendida y observada.

En otro aspecto referido a la misma crítica decía: Las leyes, como los ríos, se acomodan en su curso al modo de ser del suelo en que hacen su camino. Una vez formado su lecho lo conservaban, aunque la geometría les demuestre que el camino recto es el más corto. El mundo moderno ha tomado al pasado el método y planta de sus códigos como el de sus ciudades y edificios no por su perfección abso10 Ídem, Pág. 184-185.

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luta y abstracta, sino mecánicamente, sin examen como una parte de su educación y un legado de su modo de ser11.

La más punzante crítica es la relativa a las fuentes que, de manera particular, Vélez había mencionado en su informe y al respecto le dice: (...) eI Dr. Vélez a tenido presente para su obra todos los códigos de los dos mundos, todas las doctrinas de la ciencía, ecepto las fuentes naturales del Derecho Civil Argentino12.

Avalaba la crítica precedente afirmando que existían fuentes argentinas más valiosas y abundantes que las de España y Brasil. Agregaba en tal sentido que en país existían dos vertientes de fuentes: las provenientes de los conquistadores europeos, por un lado, y las que se habían desenvuelto con la república independiente de España, por lo que en consecuencia la legislación existente era adecuada y ajustada de suyo en su contenido y al respecto agregaba: Además de la legislación hispano-argentina la Nación tiene también su legislación intermediaria, in11 Ídem, Pág. 190. 12 Ídem, Pág. 186-187.

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tensamente patria y Argentina, promulgada durante la revolución la cual se compone de sus constituciones y sus leyes administrativa, de sus tratados, de sus leyes comerciales y civiles modernas13.

A la crítica que hemos transcripto, respondió Vélez, acusándolo a Alberdi de no haber leído su obra, limitándose a la consideración del oficio enviado al gobierno que acompañaba el primer libro de su proyecto. Defendía la codificación afirmando que ella era el producto científico surgido de la alianza del elemento histórico y el elemento filosófico. Por cuanto su proyecto era el resultado de lo que quería la razón y lo que habían practicado los antepasados. En el concepto de Vélez, un código moderno debía contener: el derecho existente; la reforma que exigía la experiencia y las nuevas leyes que contemplacen las exigencias de la sociedad actual. Respecto de la crítica que Alberdi formulaba sobre las fuentes, y en particular sobre la obra del brasileño Freitas, afirmaba que si Alberdi hubiera leído el proyecto se habría dado cuenta de que la primera fuente que se valió eran las entonces vigentes, como así también otras fuente de las que se había servido eran: Las Parti13 Ídem, Pág. 188-189.

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das; El Fuero Real y Las Recopilaciones; Asimismo le destacaba que le habían guiado con mayor frecuencia: Savigny, Zacharie, Ortolan, Aubry Rao, Potehier, Duranton y otros, que no escribieron para Brasil. En cuanto a la atribución que podía corresponder a las Provincias para dictar los códigos coincidía en principio con esa observación pero señalaba que el estado actual de la situación y la tradición de unidad legislativa resultaba conveniente que la Nación dictase un Código Civil general sin perjuicio de que en un futuro el congreso otorgase a las Provincial el derecho de dictar su propia legislación civil. Luego de la respuesta de Vélez, en septiembre de 1868 apareció un nuevo escrito de Alberdi que fue conocido y publicado póstumamente. En aludido escrito, Alberdi insistía en sus críticas y justificaba haberlas fundados en el oficio de remisión pues este en realidad era nada menos que el prefacio que todo código debe llevar y en el que se exponen las ideas sobre las que se asentaba la obra codificadora. Que su interés era dar un juicio general y por eso le bastaba leer ese prefacio para sostener el rechazo del Código. Insistía sobre la inconstitucionalidad y sostenía que, al adoptar la constitución, la reforma introducida en 31


1860 se había asimilado el modelo norteamericano y, en consecuencia, se había abandonado la posibilidad de sancionar códigos con alcance nacional en razón que para sancionarlos debía burlarse la Constitución retornando a la concepción centralista. En el mismo sentido recordaba que el propio Vélez había admitido que un código nacional era incompatible con la Constitución al punto de sostener que su vigencia sería precaria. Una vez más, insistía en que acudir como fuente al proyecto Freitas era alentar los proyectos imperialistas del Brasil, dado que los códigos son la mejores máquinas de conquístas14. La polémica entre ambos juristas se cerró con esta misma réplica. A favor de Vélez queda la prolongada vigencia del Código por más de 139 años en tanto que a favor de Alberdi, su constante celo en defensa de un autentico federalismo. Las polémicas de este argentino ilustre que han sido motivo de esta exposición constituyeron solo un aspecto de su notable personalidad. Alberdi fue, como sabemos, escritor, destacado abogado, notable jurista y agudo periodista que incluso fue autor de obras musicales conocidas e interpretadas en los salones de su tiempo. 14 Ídem, Pág. 307.

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Pese a que, por diversas circunstancias, vivi贸 gran parte de su vida fuera de su patria, volc贸 en todos los actos de su existencia su acendrado amor de argentino. La Argentina que motiv贸 a sus inquietudes y fue objeto de sus desvelos intelectuales es el legado que hemos recibido las generaciones que le hemos sucedido. A la Argentina que hoy es debemos concretar aquel legado que reclamaba la Argentina que debe ser y a la que se ha de llegar por el camino de la concordia y del respeto, haciendo de las controversias un modo de construir el futuro con total desprendimiento de un pasado que genere odios o rencores.

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ApĂŠndice



Acta De Instalación Del Club Constitucional De Valparaiso Valparaíso, 16 de agosto de 1853. Los abajo firmados, ciudadanos argentinos residentes en la República de Chile, no pudiendo permanecer indiferentes e inactivos en los solemnes momentos en que nuestro país se ocupa de la obra grande y difícil de su organización; penetrados de que todos los argentinos, sea cual fuere la distancia en que residan, tienen el derecho de asistir con sus votos y anhelo a la realización de tan alto propósito, hemos creído conveniente y oportuno asociarnos con el fin de unir nuestros medios ‘de influencias por débiles que sean, en apoyo de la obra de la pacificación y organización nacional; sin distinción de partido político, sin mira de oposición, ni de hostilidad a nadie, con la decidida intención de proteger toda tendencia, todo acto que lleve tan nacional y elevado propósito. “Hemos convenido también, en la sesión de esta fecha, después de ocuparnos de las promociones de orden económico de la asociación, en suscribir ésta los presentes, dejándola abierta para suscribirse por todos 37


los demás compatriotas residentes en Chile, que adhiriesen a nuestro pensamiento”. GREGORIO GOMEZ, presidente. Carlos Lamarca, secretario. Signatarios de la misma acta en Copiapó: Francisco San Román Alejandro Carril Felipe Cobo José León Argüello Ramón del Prado Belísarío García Julián León Guillermo Dávila Francisco Borja Correa Manuel Moreno Carlos María Balbastro José Moreno Federico Moreno

Diomedes Ruíz Agustín Varas Julián San Román Cornelio Moyano Juan José Cobo Gervasio Baz Ignacio Baz Francisco Guzmán Luis, Aberastain Manuel Carril Juan Zaballa ¡ Mariano Fragueiro Francisco Vídela Echegaria

Signatarios de la misma acta en la Serena: Abelino Ferreira Manuel Padilla Camilo Padilla 38

José de la Vega Policarpo González Ramón de la Vega


Pedro José Baigorri Juan Antonio Carmona Fortunato Garrocho

David Soral Francisco Vega

Signatarios de la dicha acta en Quillota: Manuel J. Torres Nicolás Godoi José Joaquín Sayomca Cesarlo Gardel

Santiago Figueroa Ramón Calle Manuel E. Sayanca José Lascano

Signatarios en San Felipe y en Santa Rosa de los Andes: Domingo Pizarro José María Alvarez Anacleto Morales Adrián Marín Pedro Sueldo Tomás Malbrán José María Videla Torres Peregrino Lacerna Mario Videla Irene de la Vega Carlos Videla Francisco Videla Correa

Carlos González Ricardo Garai Angel Espinosa Enrique Jurado Romualdo Eerrán Robustiano Allende Juan Buston Felipe Videla Manuel Laciar Prudencio Santander Antonio de la Fuente

Signatarios en Illapel: Matías Godoi Segundo Bergelín José María Zamora

Angel Godoi Custodio Godoi 39


Señores que firmaron dicha acta en Cobija: Manuel Solá Pedro Rodríguez del Fresno Ignacio Segurola Sergio García Manuel Tula

Nicolás de la Torre Ramón Elizalde Anacleto Puch Manuel Alvarez

Signatarios de dicha acta en Lima: Alejandro Villota Rufino Guido Manuel de Puch Eladio López Patricio Quincoz Melecio Frías Miguel G. Quintana Venancio Grande Baltazar Aguírre Manuel José Zapata José Antonio de Savalía Diego Fair Mariano Alvarado Ramón Saravia Benito Cornejo Federico de Puch Demetrio Olavegoyen

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Lorenzo Pedrasa Doroteo Molina Juan José Sarrea Cosme Padilla J osé Miguel Vera Florentino Arenales Félix D. Ramallo .Vicente Doldán Ignacio Alvarez y Tomás Miguel Díaz de la Peña Jorge T. Pinto Daniel Araos Telésforo Padilla José L. Pizarra Onofre Herrera Ramón Fernández Justino Peralta


Continuación de las firmas de los señores que firmaron en Lima: Adrián Fernández Cornejo Raimundo Arana Felipe A. Alvarado Mariano de Salas

Signatarios en el Cerro de Pasco: Jerónimo Puch Martín Güemes J. Gabriel Mur Antonino Miguel Araos José María Ceballos Mariano Cruz José Manuel Millán Cayetano Heredia

Jerónimo Espejo Antonio M. Alvarez Manuel López Camelo L. Padilla Carlos María Pizarro Ignacio Irigoyen J osé María Ortíz Demetrio Nadal

nota: Faltan las actas de Illapel, ‘I’acna y el Cerro de Pasco, que han prometido remitir del primer punto, don Juan Prudant; del segundo, don Pedro J. Portal; y del tercero, don Jerónimo Puch.

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Programa De Los Argent1nos Del Club Constitucional De Valparaiso Valparaíso, Noviembre 16 de 1852.

Señores: Los individuos del Club Constitucional Argentino, hemos recibido y tomado en consideración los actos colectivos que nuestros compatriotas de Santiago han tenido a bien someter a nuestro examen, y correspondiendo a una conducta tan fraternal y amistosa hemos acordado dirigirles en respuesta una reseña de los antecedentes, trabajos y miras de nuestra asociación, que servirá de natural explicación del propósito firme en que estamos de permanecer en nuestro sendero primitivo y del deseo que aún alimentamos de ver a nuestros compatriotas de Santiago adherir a nuestro pensamiento de organización y pacificación por los medios que han ‘preparado los grandes acontecimientos sucedidos a principios de este año, en el Río de la Plata y que no está en la mano de nadie contrariar sin violencia ni desviar de su curso sin sacrificios estériles. Tuvo lugar el pensamiento y realización de nuestra reunión en ese período hermoso, en que nuestra repú43


blica marchaba uniformada en opinión como un solo hombre hacia la obra de su Constitución nacional. No pudiendo ser indiferentes a esta patriótica mira, deseosos de ayudarla con nuestros votos desde la distancia, nos reunimos bajo la paz más perfecta con el designio de servirla y de apoyar, sin oposición a nadie, todo movimiento, todo acto tendiente a la organización nacional. Tomamos por divisa el constitucionalismo, y se llamó nuestro Club, Constitucional Argentino. La idea de su instalación fue debida al señor doctor Villanueva, individuo de nuestro seno, y casi al mismo tiempo al señor Barbón, personas ajenas de ambición política, como fueron todos los individuos invitados a formar el Club que se compone de hombres de orden, sujetos honorables y gentes de industria, sin que exista un solo ambicioso en su seno. Nombramos, por mayoría absoluta, para nuestro presidente al señor don Gregario Gómez, servidor de la República desde 1810 y proscripto de 14 años por la tiranía de Rosas. Entonces aparecía el general Urquiza rodeado de toda la Confederación, sin excepción de una sola provincia, iniciando los grandes propósitos de un Congreso y de una Constitución nacionales; a cuyo pensamiento adherían todos los argentinos sin excepción de uno solo. 44


Invitamos a suscribir nuestra acta de asociación a nuestros compatriotas de Santiago, y obtuvimos, entre otras, las firmas y adhesión de los señores doctor don Gabriel Ocampo, don José Antonio Alvarez Candareo, don Manuel Barañao. Otros, sin desaprobar nuestra idea, confesando al contrario que era patriótica, rehusaron suscribirla, expresando motivos que no les han impedido más tarde asociarse en un círculo como el nuestro pero independiente. Mejor acogida tuvo nuestra invitación en la generalidad de nuestros compatriotas residentes en las repúblicas del Pacífico, pues adhiriendo a nuestro programa se han reunido en varios círculos, como el nuestro, tomando por base y regla de conducta los principios contenidos en nuestra acta de asociación, como aparece de los documentos que se acompañan. Dos meses después de creado nuestro Club, fuimos sorprendidos por la noticia de la revolución estallada en Buenos Aires el 11 de setiembre. Primer asomo de desquicio y división de la unidad de miras que hasta ese día ofrecía la república, nos produjo una detestable impresión. Lo calificamos de motín militar, porque así fue presentado por la primera noticia venida a Chile, equivocación en que incurrió el mismo Director provisorio estando cerca del terreno de la escena. Como 45


motín militar lo reprobamos con toda la energía de nuestro amor al orden, en una circular de 12 de octubre que fue expresión de nuestro voto unánime. Pero antes de que esa circular fuese a Mendoza tuvimos la noticia de que el pueblo de Buenos Aires había adherido al movimiento de 11 de setiembre y sustituimos entonces aquel documento por otros del 19 y 22 de octubre, en que lamentando el hecho como un principio de división, desaprobándolo como medio violento y peligroso de mejora y respetándolo sin embargo como obra del pueblo, emitíamos la esperanza de ver cortado en su origen, el progreso de la división y conciliados los intereses opuestos, por el empleo de una política de concesiones honradas y patrióticas, de una y otra parte. A la aparición del nuevo estado de cosas en la República Argentina, cuando esa deplorable divergencia de intereses y miras estalló entre las provincias que componen nuestra patria… entonces y sólo entonces concibieron el pensamiento de buscarse y asociarse nuestros compatriotas de Santiago, como se expresan ellos, por los motivos y con las miras que expresaron en su acta de asociación de 19 de octubre. En ella aparece quedando por separada de los negocios públicos la persona del general Urquiza y por caducados los acuerdos, 46


autoridades y política emanados del pacto celebrado en San Nicolás, a consecuencia del pronunciamiento armado de la provincia de Buenos Aires, acordaban interponer sus ruegos a los pueblos y gobiernos argentinos, para que no se dejaran arrebatar por pasiones de localidad, por el deseo mismo de llevar rápidamente la organización a cabo; y entrando en una vindicación innecesaria de las intenciones de la revolución, de la prensa y de los sentimientos de Buenos Aires y dando ya por caducados los hombres que hasta entonces habían aparecido como iniciadores de la organización, se anunciaba la aparición de otros hombres, de otros medios, de otros caminos, al servicio de esa idea; y parecía inducirse a los pueblos y a los gobiernos a entrar por el camino estallado en Buenos Aires. Publicaciones salidas del seno de la reunión de Santiago, y autorizadas por ella en cierto modo, no nos dejaron duda de que este último era el designio de aquella asociación. Entonces vimos dividida nuestra población Argentina residente en Santiago y Valparaíso, en dos círculos que correspondían por sus opiniones acerca de los hechos actuales de la República Argentina, a la división pendiente entre la política de Buenos Aires y la política de las provincias; los de Santiago apoyando el movimiento, la actitud y propósitos 47


de la revolución de Buenos Aires, y los de Valparaíso conservándose adictos al orden de cosas anterior a ese movimiento en que estaba la república, cuando se reunieron en Club y en que ella continuaba siempre con la sola excepción de Buenos Aires. Invitados por nuestros compatriotas de Santiago para suscribir su acta de asociación, rehusamos, como era natural, porque siendo conocido por nosotros su propósito contrario del nuestro, no podíamos pertenecer a los dos círculos sin apoyar el pro y el contra de la cuestión de actualidad que divide nuestro país. No podíamos estar a la vez por el orden de cosas emanado del pacto de San Nicolás, que apoyábamos desde el tiempo en que nadie lo atacaba, y por la revolución de Buenos Aires, que desconocía la legitimidad de ese orden de cosas, apoyado por nosotros. Las actas de uno y otro círculo hacían aparente cierta unidad de propósito por la invocación que en una y otra se hacía de las divisas de fraternidad y de Constitución. Pero desde que una daba por caducado el orden de cosas que la otra apoyaba desde tiempo atrás; desde que el acta de Santiago inducía a los pueblos en el sentido del movimiento de Buenos Aires y nuestras circulares de la misma fecha pedían a esas provincias que marchasen inalterables a la constitución por el 48


mismo camino en que iban, la oposición de miras era evidente. Lo que la hacía Indudable, era el mal efecto que las publicaciones sostenedoras de nuestros propósitos producían en nuestros compatriotas de Santiago y el de igual clase que en nosotros causaban las publicaciones salidas de aquel Club. Si el Diario hubiese atacado nuestras miras, en vez de sostenerlas, habría tal vez coincidido en ideas con nuestros compatriotas de Santiago, y habría tenido la aprobación que han dado a publicaciones reprobadas por nosotros. Con tal disposición no podía ser dudoso que nos encontrábamos en completa oposición de opiniones sobre los hechos actuales de nuestro país. En presencia de la situación creada por el movimiento del 11 de setiembre, ¿qué pensamos, qué hicimos nosotros? Amigos de la paz, deseosos de ver logrado el propósito de constituir el país, nosotros desaprobamos la política de Buenos Aires en lo relativo a la cuestión general, por una sola y exclusiva causa, a saber: porque venía después de otra que estaba aceptada ya por todas las provincias, y venía reclamando el lugar de ésta. No el gobierno de 11 de setiembre, no sus hombres, no el pueblo de Buenos Aires, considerados en sí mismos; sino la idea de un cambio, de una sustitución de 49


gobierno general, era lo que desaprobábamos y hasta hoy desaprobamos en el movimiento de Buenos Aires; porque no podemos concebir la realización de ese cambio sin pérdida de un tiempo esencial al progreso y sin guerra civil desastrosa. Si el Gobierno de Buenos Aires hubiese tenido desde el principio la iniciativa y dirección en la política de organización general, y el general Urquiza, u otro gobernante, hubiese venido después levantando cabeza para arrebatarla, nosotros habríamos estado contra el general Urquiza y habríamos sido adictos al gobierno que, anterior a él, hubiese debido su creación a la acción de las cosas y tenido la sanción uniforme del país. Como conservadores, como amigos del orden, como enemigos de toda alteración capaz de encender la República en guerra civil, es únicamente que hemos visto con dolor levantarse en Buenos Aires una política armada, que protestaba contra la existente desde la caída de Rosas y reclamaba su lugar en todo el país. Esto no quiere decir que anhelemos el orden hasta olvidar la libertad; y que por tal de tener paz y constitución, prescindamos de la justicia y de la dignidad de ciudadanos. No: significa solamente que, a nuestro ver, se hubiesen podido remediar los males de la situa50


Juan Bautista Alberdi.


ción por una política paciente y hábil con la eficacia que no se obtendrá por el rompimiento y la violencia. ¿Por qué ha existido primero la iniciativa constitucional del general Urquiza y no la del Gobierno de Buenos Aires? Por la obra de los acontecimientos; su campaña felicísima y victoriosa contra el Dictador de la Confederación, le dio un crédito y un ascendiente indisputados y naturales en todas las provincias libertadas por él en la batalla de Caseros, y de ahí emanó su iniciativa para la constitución del país. La República oficial confirmo esa promoción dada por la victoria, y el pueblo argentino la ratificó uniformemente. Pues bien, un ascendiente que abraza todo el país y que ha sido obra de un acontecimiento tan general como era el despotismo de Rosas derrocado por él, no puede ser anulado por el movimiento de una provincia, que no ejerce poderes ni atribuciones nacionales, por legítimo que sea. El movimiento de 11 de setiembre, es esencialmente local y no puede ejercer, el influjo del triunfo contra Rosas. El 3 de febrero sucumbieron 14 gobernadores que existían por Rosas; el 11 de setiembre sólo caducó el de Buenos Aires. El 3 de febrero fue vencido y arrojado sin poder fuera del país el Dictador; el 11 de setiembre, ha dejado el vencedor de Caseros al frente de trece provincias, que le reconocieron por jefe. 52


Si creyésemos que nuestras súplicas habían de ser bastante eficaces para decidir a las provincias a dejar el gobierno general que se han dado, o a los gobiernos locales a abdicarse en beneficio del de Buenos Aires, nos abstendríamos de emplearlas, porque no creemos tampoco que la iniciativa y dirección de la organización nacional pueda ser eficaz en manos de un gobierno inseguro por su modo de ser y por el estado de cosas de Buenos Aires. Un trabajo como la organización nacional, no puede llevarse a cabo sino bajo el amparo del orden, que supone siempre la existencia de un poder aceptado y respetado en toda la extensión del país que debe constituirse. Ese poder existe en manos del general Urquiza por la obra de grandes y felices acontecimientos, y debilitándole no se hace otra cosa que malograr el más poderoso medio de organización. Ese poder existe todavía, si no con el vigor y plenitud de medios de ahora 5 meses, al menos sin rival en toda la República. Sus medios de acción y de influjo están hoy donde antes estaban; no precisamente en las provincias interiores que le dan su apoyo moral, sino en el litoral del Paraná. Antes de febrero, Rosas, a la cabeza de Buenos Aires y de todas las provincias, no pudo destruir al general Urquiza en su localidad, 53


y antes bien, de allí salió él para cambiar la faz de la República de un extremo a otro. Hoy, más que antes, la acción decisiva de la suerte de nuestro país está en el litoral, pues el interior sólo se mueve por su influjo. Pues bien, la figura prominente, el ascendiente más indisputable que hoy ofrece el litoral, es el general Urquiza, Director provisorio de la Confederación no sólo en él título sino en la realidad. Entre la política dirigida a combatirlo y destruirlo en su influjo nacional, y la encaminada a sostenerlo y dirigirlo como instrumento de organización, ¿cuál es preferible? Nosotros hemos estado y estamos por esta última. La experiencia ha probado que es la mejor. Es la misma política que en 1850 dejó de hostilizarlo como general de Rosas, y lo puso en camino de destruir a este tirano y de libertar la República Argentina, como lo ha conseguido. Si su antiguo color político, si las condiciones de su carácter y persona, no han impedido que sirviese para lograr ese, grande resultado de libertad, ¿por qué no sería igualmente posible emplearle en la sanción de una Constitución valiéndose del mismo sistema? ¿Se puede racionalmente temer de que abuse de la organización para tiranizar, cuando existiendo de hecho el poder en sus manos, busca la sanción de una 54


Constitución, que sería un medio de limitarlo y no de extenderlo? En el caso de que su intención fuese mala, siendo sus medios de influjo y de ascendiente un hecho inevitable, ¿sería político estorbar que él mismo pusiese un freno a su poder? ¿No debemos por lo mismo inducirle a la promoción de una ley, que de algún modo ponga fin al gobierno dictatorial e ilimitado, que ha regido en el país por 20 años? Una Constitución, una regla, un orden, aunque no sea perfecto. Las constituciones no empiezan por la perfección, acaban por ella; ningún pueblo empieza por ser perfectamente libre desde el primer día de su organización. El tiempo debe perfeccionar la obra que tendrá que empezar defectuosa. La actitud de Buenos Aires, ¿sería un obstáculo de tal modo irremediable que hiciese imposible la Constitución de toda la República, bajo el influjo del general Urquiza? Creemos que no; y nos parece útil trabajar para poner en paz el gobierno de Buenos Aires con el gobierno general del Director provisorio. Nos parece posible ese avenimiento, por medio de un pacto adicional al acuerdo de San Nicolás, que el Congreso mismo, antes de ocuparse de la Constitución o durante su discusión pudiera celebrar con el fin de remover las dificultades racionales, no apasionadas, que retrajesen 55


a Buenos Aires de asistir a la obra de la Constitución por el actual Congreso constituyente. Ese convenio, obtenido por mutuas concesiones patrióticas y honradas, haría desaparecer la división entre los enemigos de Rosas, que puede servir a la restauración de este tirano, o cuando menos de un riesgo de caer en poder de un tirano verdadero por escapar de un tirano presunto. Lo dicho hasta aquí explica ya bastantemente los motivos de convicción honrada y leal que nos mantienen firmes alrededor del hombre, del pensamiento y del orden de cosas que existían al tiempo de instalarse nuestro Club. Vamos ahora a especificar los motivos de nuestro disentimiento franco y leal con cada uno de los siete artículos del credo, que tienen la bondad de someter a nuestra consideración los honorables compatriotas de Santiago y que sin exponernos a incurrir en apostasía o contradicción no podemos apoyar en la forma en que vienen propuestos. La libertad del pensamiento, el derecho de todo escritor para opinar sin censura y sin coacción es un artículo del dogma político de mayo, que es nuestro dogma. Pero tratándose de cuestiones prácticas y de hechos dados, no vemos cómo se pueda formular un credo común, dejando al mismo tiempo la libertad de 56


disentir. Cuando se adopta un credo o una fe común, se lleva el objeto de evitar la divergencia de opiniones entre los creyentes. Si a pesar del credo cada uno ha de poder opinar con independencia, ¿de qué sirve el acuerdo? Si el acuerdo es una verdad, ¿a qué dejar la libertad de disentir? Un acuerdo de opiniones y de acción en esa forma nos parece ineficaz, y no podemos aceptarlo. Sobre lo que debe entenderse por organización nacional, creemos aventurado y peligroso establecer definiciones sacramentales. Por organización entendemos simple y vulgarmente la sanción de una Constitución y de las leyes necesarias para poner en práctica sus disposiciones. En cuanto a su espíritu y carácter hemos adoptado la doctrina contenida en el libro de nuestro socio el Dr. Alberdi por un voto especial acordado en sesión extraordinaria de 1° de setiembre. Esta obra es nuestro programa en la materia; ella contiene nuestro credo constitucional y orgánico. Pero, teniendo en vista el pasado y las necesidades de nuestro país, creemos que él no debe prolongar su larga guerra civil por diferencias de forma constitucional, y que con tal que tenga una, que consagre la responsabilidad del poder, su origen popular, la participación del país en el gobierno, y algunos principios 57


de régimen externo, que importan a su población y educación por la acción de las cosas europeas no debemos malograrla, retardarla ni impedirla por pretexto alguno. Conforme a aquella doctrina y a la opinión dominante en la República, estamos por la organización de las provincias en un solo y grande Estado, en una sola y grande nación, pero no indivisible, no unitaria, como la pedía un partido de 1826 y la proponen ustedes en su nota de 3 de noviembre sino en un solo cuerpo de nación, en un solo Estado consolidado u multíplice a la vez, en un solo Estado dividido en provincias, sistema mixto de unitario y federal que hermana los partidos, que concilia los intereses generales y de localidad , que han aconsejado los ministros de mayo Moreno y Paso; y que lejos de hacernos una excepción del derecho público adoptado por la cristianidad, nos coloca en la tradición constitucional de los Estados Unidos, de la Confederación Helvética y del Brasil, unidad federativa que hacer honor a nuestra América del Sur. En cuanto al territorio, miramos su desmembración como crimen de lesa-patria. El suelo argentino es sagrado a nuestros ojos. Manifestación material y sensible de nuestra grande y hermosa patria, su c mutilación sería la dispersión fratricida de nuestra gran 58


Alberdi, archivo Witcomb.


familia. ¡Maldición al Caín que rompa en dos partes, la patria de 1810 y que convierta en extranjeros unos de otros a los hermanos de Maipo, de San Lorenzo, de Tucumán y Salta! ¡Maldición al que reniegue la bandera que tremolaron nuestros padres sobre los colores de Carlos V! ¿Qué argentino consentiría en ser desheredado de la bandera de Mayo? Nuestro Club contiene muchos hijos de Buenos Aires, que se dejarían mutilar antes que despojar del nombre de argentinos, y muchos de las provincias, que vivirían sin patria, eternamente si una desmembración del suelo común los privase del nombre argentino. He ahí la expresión religiosa de nuestro dogma patrio sobre el territorio. Pero la sanción de una Constitución sin el concurso de una provincia que rehúsa asistir, ¿es una desmembración del suelo? ¡No, una y mil veces! Cuando los Estados Unidos acordaron que se constituirían a pesar del disentimiento de uno o más Estados, ¿intentaron por eso desmembrar su gran familia? Se constituyeron sin el concurso de más de un Estado; y ¿qué resultó? Que éstos adhirieron más tarde por patriotismo al orden consagrado por la mayoría. Una Constitución es una ley y los que no están por ella no dejan por eso de pertenecer a la familia, que forma una sola patria por otra ley anterior, no escrita, pero superior a las leyes escritas. 60


No queremos la exclusión de Buenos Aires; deseamos verla en su rango en el Congreso de Santa Fe. Opinamos que el patriotismo del Congreso debe ante todo remover las trabas que alejen a Buenos Aires; y que esa noble y gloriosa hermana mayor de las provincias argentinas, satisfecha ya en sus instintos e intereses locales, debe hacer sacrificios dignos de su cultura y patriotismo, en obsequio de la necesidad de formar un cuerpo de nación, de ver sancionada una Constitución para todas, dejando al tiempo el mejoramiento pacífico y gradual de imperfecciones de que humanamente no podrá desprenderse un orden constitucional que encuentra por únicos antecedentes, el coloniaje, la anarquía y un despotismo de 20 años. La Constitución no será obra de un día; la harán los tiempos; empezará por ser mala y acabará por ser perfecta. Si la esperamos perfecta desde el primer día, no la tendremos jamás. Para llegar a ese término, hemos aconsejado la paz en todos nuestros actos, conforme a un voto fundamental de nuestra reunión. Hemos protestado volver a la vida privada y no pensar en política el día que se dispare una bala. Hemos maldecido y maldeciremos al primero que lance esa bala de división, sea del campo que fuere. Queremos, como única política argentina para lo venidero, la que resuelve las dificultades por el 61


sacrificio honrado y generoso, y no por las bayonetas que nada resuelven y que todo lo complican. En vista de la indigencia, del atraso y pobreza de nuestra patria estacionaria por tantos años de tiranía, hemos creído que todo lo que no sea pensar en poblarla, pacificarla, enriquecerla y educarla, es política de atraso, de traición a sus grandes destinos. Para ahogar los celos estúpidos de localidad, herramienta de tiranía que nos legaron los virreyes militares y que han conservado nuestros tiranos, hemos olvidado entre nosotros el nombre de provinciales; y nuestro Club no tiene sanjuaninos, ni porteños, ni cordobeses, sino ARGENTINOS, es decir, hijos y hermanos de la familia ilustre que es dueña del suelo situado entre el Cabo de Hornos y la frontera meridional de Bolivia. No podemos declarar que el convenio de San Nicolás no es en derecho un acto consumado. Ese acto, de carácter político, como la situación y la necesidad de que es expresión, y excepcional como ellas, no debe ser reglado en sus condiciones de validez, por los principios civiles que rigen los pactos privados. Habiendo estado en ejecución por espacio de seis meses, con asentimiento de toda la República, mal puede sentarse que no esté consumado. Pero .esto no quita que lo consideremos reformable y adicionable por otros ulteriores, 62


como es toda Constitución por consumada y antigua que sea. No seríamos partidarios del progreso si creyésemos que hay ley alguna que no pueda ser reformada por el sistema de mejorar anulando sino reformando, sin anular, lo existente. Debiendo cesar el pacto de San Nicolás el día que se sancione la Constitución; destinado solamente a vivir unos pocos meses, lo único que se puede hacerlo duradero es la discusión sobre su validez. ¿Sería discreto pelear diez años sobre la validez de un acto que debe durar algunos meses? Por otra parte, estando ese acto reconocido y observado por 13 provincias de la república, no podríamos desconocerle y darle por caducado, sin hacernos responsables de rebelión. Le hallamos existente al instalarnos en Club; forma él la regla transitoria de existencia política interior de nuestro país, en la totalidad de sus provincias, excepto una; y no nos creemos por lo tanto facultados para cambiar nuestra primitiva, tranquila y desapasionada de considerarle. La navegación libre de los ríos interiores, la nacionalización de las aduanas, y en general los principios fundamentales de nuestra creencia política, no son materia de división ni discusión entre los argentinos, que felizmente a ese respecto pensamos todos como un solo hombre. Se refieren únicamente a los hechos, a los 63


hombres, a las cosas del momento, nuestras diferencias de opiniones, y esta causa transitoria y efímera de desinteligencia no debe hacernos olvidar que somos no solamente hermanos y compatriotas de un solo país, sino correligionarios en principios, y que por causas del momento no debemos olvidar los intereses de toda la vida, ni comprometer por ellas los destinos de toda la República. He ahí, señores compatriotas nuestros, la expresión franca, leal y desapasionada de nuestros disentimientos con ustedes. Sólo esperamos de la cultura de nuestros compatriotas de Santiago la excelente costumbre política de respetar y salvar la intención de cada uno, para estimar las opiniones que tenemos el derecho, confesado por ustedes mismos, de profesar sin coacción ni traba intolerante de género alguno. En el caso inesperado de que Vds. rehúsen admitir la justicia de nuestra marcha, contamos por lo menos con el mismo respeto para nuestras opiniones, que prometemos guardar para con las suyas, dando en esta parte a las divisiones de nuestra patria el ejemplo del respeto mutuo en el disentimiento, de la dignidad en la discusión, de la gentileza en el debate, sin cuyas calidades es imposible tener vida parlamentaria o de honrada y libre discusión. 64


Dios y la Patria nos protejan y guarden a Vds. Muchos años. GREGORIO GOMEZ

CARLOS LAMARCA

A los señores general don Juan Gregorio de las Heras, don Gabriel

}

Ocampo, don Domingo F. Sarmíento y don Juan Godoy.

SANTIAGO.

Secretario.

EN COMISION.

65





Índice

Presentación Alberdi polemista

9 11

Apéndice

Acta De Instalación Del Club Constitucional De Valparaiso

37

Programa De Los Argent1nos Del Club Constitucional De Valparaiso

43


Este libro se termin贸 de imprimir en el mes de diciembre de 2010 en Imprenta Dorrego, Av. Dorrego 1102, caba.



La Institución de Magistrados Judiciales de la Nación en Retiro tiene el honor de presentar en el marco de los festejos del cincuentenario de la institución –19 de diciembre de 1960– la conferencia del Señor Académico miembro doctor Carlos Guillermo Frontera.

colección conferencias

E der

Institución de Magistrados Judiciales de la Nación en Retiro


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