Cuando llegan a Kchyqzmat, no imaginan encontrarse en una ciudad habitada exclusivamente por pasajeros de vuelos desaparecidos. Al arribar, el dulce sonido de unas flautas los recibe, y luego se recuestan sobre el jardín atravesado por un arroyo con pequeñas cascadas, lugar donde permanecen hasta la noche. A la mañana siguiente, a cada uno de ellos les viene solicitado elegir entre dos senderos: uno se interna en las sierras y el otro acompaña el cauce del arroyo hasta perderse en el horizonte. Sin importar la opción que cada uno elija, los caminos conducen siempre a los mismos lugares: a los hombres hacia ranchos alejados de toda civilización, mientras que las mujeres son remitidas al pueblo, donde se les ofrecerá una casa, un empleo y la posibilidad de integrarse a la estimulante vida social y a sus diversiones. Sin conocer el destino de los demás, cada ex pasajero acepta el que le ha tocado.