Martín de Alzaga, precursor de la Independencia Argentina

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MartĂ­n de Alzaga



Mart铆n de Alzaga

Precursor de la Independencia Argentina

Enrique de Gandia Mauricio Goyenechea Isidoro Ruiz Moreno

Fundaci贸n Vasco Argentina

Juan de Garay


Goyenechea, Mauricio Martín de Alzaga / Mauricio Goyenechea ; Isidoro Ruiz Moreno ; Enrique de Gandia. - 1a ed. - Buenos Aires : Fundación Vasco Argentina Juan de Garay, 2012. 160 p. ; 20x14 cm. - (Historia / Jorge Fernando Beramendi; 1) isbn 978-987-25808-4-1 1. Alzaga, Martín de. Biografía. I. Ruiz Moreno, Isidoro II. Gandia, Enrique de III. Título cdd 921

Fecha de catalogación: 14/12/2012 Edición y diseño: Javier Beramendi © 2012, Fundación Vasco Argentina «Juan de Garay» Diagonal Roque Sánez Peña 846, 1° piso, Of. 101/106 (1035) Ciudad Autónoma de Buenos Aires, teléfonos: (54 11) 4-328-6906 /7910 Fecha de Fundación 16 de agosto de 1983. Email: fundacionjuandegaray@gmail.com Sitio web: www.juandegaray.org Reservados todos los derechos. Queda prohibida, sin autorización expresa de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático. Queda hecho el depósito que previene la Ley 11.723 Impreso en Argentina isbn 978–987–25808-4-1


PALABRAS DEL PRESIDENTE1

Señora Delegada del Gobierno Vasco en Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay Dra. Elvira Cortajarena Iturrioz Señoras y Señores: La Fundación Vasco Argentina Juan de Garay no podía pasar por alto esta evocación a la recia personalidad vasca de D. Martín de Alzaga, en el Bicentenario de su muerte, héroe de la lucha contra las Invasiones Inglesas que, por su decidida participación personal y financiera, tuvo un rol decisivo en la Reconquista y la Defensa de la 1. Discurso del Presidente de la Fundaciòn Vasco Argentina Juan de Garay Jorge Zorreguieta en el acto de homenaje a D. Martín de Alzaga por el bicentenario de su muerte, el 5 de julio de 2012, en el salón “Anasagasti” del Jockey Club de Buenos Aires.

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segunda invasión a Buenos Aires e incluso en la retirada del enemigo de Montevideo. Es innecesario señalar sus condiciones de empresario y hombre de negocios al igual que el protagonismo que tuvo en los últimos días del Virreinato del Río de la Plata. Sobre su muerte trágica expondrá el primer orador. Buenos Aires le debe una reparación que destaque su figura en un lugar estratégico de la ciudad. Su personalidad, de carácter enérgico y frontal, representa las virtudes tradicionales del pueblo vasco. Por ello, hemos encargado a un especialista como el Dr. Isidoro Ruiz Moreno el análisis histórico y a nuestro secretario, Lic. Mauricio Goyenechea, la referencia a la actuación de sus descendientes en la sociedad Argentina. Quiero agradecer al Jockey Club, por facilitarnos, una ves mas, su prestigiosa sede para realizar este acto.

Jorge Zorreguieta

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PRÓLOGO

Al cumplirse 200 años de la desaparición del prócer de nuestra historia D. Martín de Alzaga, de recia personalidad y de origen vasco, cuyo fusilamiento fue un suceso trágico que ha dividido a los historiadores en su interpretación, la Fundación Vasco Argentina Juan de Garay, quiere testimoniar su homenaje a través de actos culturales alusivos y en la edición de un trabajo que compila la producción al respecto de historiadores de gran jerarquía, como el Dr. Enrique de Gandia, Enrique William Alzaga, Pedro Fernández Lalanne e Isidoro Ruiz Moreno, que muestran una imagen absolutamente opuesta a la que imperó en el siglo xix sobre su figura. Estaríamos frente a un precursor de la Independencia Nacional y al actor principal en las dos Invasiones Inglesas, ya sea por su participación personal en los sucesos 9


bélicos y/o su apoyo financiero para obtener el resultado exitoso. Probablemente, si Alzaga no hubiera intervenido, nuestro País y el Uruguay, hubieran sido colonias del Imperio Inglés y hoy hablaríamos en la lengua de Shakespeare. Mi humilde trabajo, es una selección de las investigaciones de los historiadores mencionados. Mauricio Goyenechea.

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Alzaga y la Independencia

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ALZAGA Y LA INDEPENDENCIA

Por Isidoro J. Ruiz Moreno1

1 Es Alzaga una figura, hasta hoy, enigmática y controvertida. Pasó durante largo tiempo a nuestra Historia como un personaje leal a la Corona Española, que a consecuencia de ello fue ejecutado como opuesto a la Revolución de Mayo. Pero tiempo después el historiador Enrique de Gandia sostuvo que, por el contrario, había sido Alzaga un precursor de nuestra emancipación. Y luego otro académico, Enrique Williams Alzaga, sumó nuevos datos para sostener esta versión, con mayor rigor científico. 1. Conferencia en el Jockey Club, 5 de julio de 2012.

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El análisis de los sucesos en que intervino esa personaje, con la distancia de los hechos, y una hilación rigurosa de las fuentes que los describieron, permiten –a mi juicio- fijar definitivamente la postura de don Martín de Alzaga en su paso por la política, hasta el momento en que, mezclado en ella, perdió la vida. Me parece más interesante, por lo novedoso, tratar este aspecto, y por razones de tiempo apenas aludiré a otros temas sobresalientes de su conducta. 2 Alzaga llegó muy jovencito a nuestra ciudad desde Vizcaya, hablando únicamente el idioma vascuence, sin saber “una sola palabra de castellano”. Se conoce que los vascos no se sienten muy unidos al resto de la Península Ibérica, y sus arrestos separatistas de la Monarquía Española se agudizan por un dejo de republicanismo, al considerar iguales a todos los nacidos en la región. Estos rasgos deben tenerse en cuenta como influencia ideológica de don Martín. Este hombre se hizo rico y prestigioso en Buenos Aires, aquí se casó y nacieron porteños sus hijos, y alcanzó los más altos rangos del Gobierno local. Es decir, todo lo ataba al Río de la Plata; nada a la Corona de los Borbones. Cuando ocurrió la primera invasión británica en 1806, las ideas de independencia comenzaron a difun14


dirse con cada vez mayor fuerza. El general Beresford, vencido y prisionero en Luján, hizo confidente de esta tendencia al capitán Saturnino Rodríguez Peña, y éste se entrevistó a tal efecto con don Martín, para participarle que aquel impulsaba “el proyecto de poner esta Capital en una independencia formal”. Alzaga no lo denunció, pero un escribano que mantuvo oculto dejó constancia, para la eventualidad de saberse lo sucedido. Existe la corroboración del mismo Beresford. Otro de los prisioneros, el capitán Gillespie, dejó escrito en un libro que el Cabildo –donde Alzaga tenía una gran influencia- podía haberse inclinado a una revolución, “no obstante estar integrado casi exclusivamente de españoles”, puesto que los vínculos e intereses de éstos “estaban identificados con los de América del Sur”, aclaró. En aquel año 1806 Alzaga se quejó por la falta de auxilios ante el ataque inglés por parte de la Junta Central Gubernativa con sede en Sevilla (ya preso y abdicado el ex Rey Fernando VII), pero añadiendo que “España sabía bien que América no necesitaba de ella para nada”. En esta época maduró su propósito de cambiar la situación política, asumiendo él mismo el Poder. Su primer paso fue la celebración de un Cabildo Abierto durante el cual propició el cese del Virrey Sobre Monte, lo que en términos políticos era una auténtica revolución contra la autoridad del monarca que lo había designado. En tal Cabildo Abierto, el Regidor don Antonio Pirán -partida15


rio de Alzaga- expresó “que ya no se debían consideraciones a Su Majestad, después de haberlos abandonado”. Liniers quedó a cargo del Virreinato. Todo esto nos indica que el movimiento de 1810 no fue algo improvisado, sino que su preparación databa de tiempo atrás. Lo referido fue puesto en conocimiento de la Junta Central por el Fiscal de la Audiencia, Caspe, delatando la existencia de un grupo en Buenos Aires compuesto por quienes “aspiran a la conmoción popular, para en ella soltar las especies de independencia, libertad, República”. Sobre Monte acusó a Alzaga de ser “uno de los primeros motores de la insurrección”. Tiempo después (1808) un grupo de criollos contrarios a la Junta Central (partidarios de una Regencia de su hermana la princesa Carlota –que estaba en Brasil-, por tanto opuestos a la idea de Alzaga) ratificó en comunicación a la Infanta: “Desde la ocupación de Buenos Aires por las fuerzas británicas en 1806 no se ha cesado de promover Partidos para constituirse en Gobierno Republicano”. De todo lo expuesto informó a la Princesa su secretario el doctor Presas, observador al efecto. 3 Faltaba poco para que la figura de don Martín se convirtiera en un auténtico conductor de los destinos porteños, toda vez que se avecinaba la tentativa de revancha por parte de Gran Bretaña. Don Martín (ahora Alcalde 16


de Primer Voto) confió en febrero de 1807 a un corresponsal en España: “Nosotros estamos amenazados, sin que aparezca un consuelo de nuestra Europa; quiera Dios darnos acierto. Mis intenciones son de mucho bulto”… Ya advertía la magnitud de las acciones que iba a desarrollar. Ese año la figura de don Martín de Alzaga alcanzó su pico más alto, al convertirse en el defensor de la ciudad de Buenos Aires durante la segunda tentativa británica, tras haber sido derrotado el Ejército porteño en campo abierto. Fue el nervio de la resistencia, adoptando -sin dejarse abatir por la carencia de medios bélicos suficientes- las medidas necesarias, que fueron aprobadas por Liniers al retornar. Son sabidas por todos las heroicas acciones desarrolladas el 5 y 6 de julio de 1807, motivo por el cual no las repetiré; pero si destacar que el Comando de la defensa estuvo instalado en el Cabildo, no en el Fuerte. Y fue Alzaga quien instó y obtuvo que los ingleses, al retirarse, lo hicieran también de la Banda Oriental, venciendo su energía la vacilación de Liniers. Se convirtió desde entonces, abiertamente, en el director de una corriente política que buscaba el Gobierno. Para lograrlo, Alzaga al frente del Cabildo, en 1808 se distanció del Virrey, y acusó injustamente a Liniers de querer someterse al Emperador de los franceses, pero también de no saber administrar al Virreynato del Plata. Don Domingo Matheu asentó en su autobiografía refiriéndose al año 1808: “En todas partes el pueblo está 17


fermentado; quieren un Gobierno propio, nada esperan de bueno de España, cuando no lo puede para sí”. Y Belgrano, en la suya, escribió: “Los mismos europeos aspiraban a sacudir el yugo de España, por no ser napoleonistas. ¿Quién creería que Martín de Alzaga fuera uno de los primeros corifeos?”. Aquellas “intenciones de mucho bulto” de don Martín no era desconocidas: el norteamericano Guillermo White, muy vinculado a los sucesos de entonces, reveló que corría la voz que el Virrey Liniers iba a ser depuesto, y añadió en su comunicación que “le parecía que don Martín de Alzaga trataría de tomar por sí el mando supremo, pues siendo pública o conocida su ambición en estos dos últimos años, y habiendo ya pensado en tratar de la independencia de esta Capital o Provincia respecto de España, juzgaba que sólo aspirando él a tomar el mando supremo podría conseguirlo”. La revolución estalló abiertamente el 1º de enero de 1809, a los gritos de “¡Abajo el Virrey! ¡Junta como en España!”. No fue otro el reclamo de mayo de 1810. Pero como es notorio, el cuerpo de Patricios –parte de él- al mando del teniente coronel Saavedra, y otras unidades, lo sofocaron. A este movimiento destinado a cambiar el destino del Río de la Plata es un error creerlo (con criterio retrospectivo) movido por españoles contra criollos por el hecho de encabezarlo Alzaga y reprimirlo Saavedra. No fue así: acompañaron a don Martín en su intento 18


nada menos que el doctor Mariano Moreno, su abogado, quien sería el Secretario de la futura Junta (como lo fue dos años después), y el prestigioso don Julián de Leiva, nacido en Luján (el otro de los futuros Secretarios), y el presbítero José Lino Chorroarín, y el comandante del III Batallón de Patricios, teniente coronel José Domingo de Urien, mas los Regidores del Cabildo. Sostuvieron la revolución, es verdad, los Tercios de Vizcaínos, Catalanes y Gallegos, pero apoyaron a Saavedra en contra de éstos los Tercios de Cántabros y los de Andaluces, además de unidades americanas como los Húsares y Arribeños. O sea que hubo de todo, de ambos bandos. La simple cuestión del lugar de nacimiento no es válida; y para poner un ejemplo notorio –uno solo, entre muchos-, aludiré a la figura del general Arenales, héroe de nuestra Independencia, nacido en España. La motivación de Alzaga no fue motivo de engaño para sus coetáneos: el 26 de enero de ese año 1809 un Fiscal militar comenzó un sumario cuya carátula es reveladora: “Criminal contra el teniente coronel de Artillería Volante don Felipe Sentenach, el capitán del mismo Cuerpo don Miguel de Ezquiaga, y el vecino de esta ciudad don Martín de Alzaga, acusados de haber querido poner en independencia del dominio de nuestro Soberano a esta Capital”. El propio Saavedra escribió al Gobierno de Sevilla denunciando a Alzaga y sus partidarios de “llevar sus ideas al término de una anarquía, y de aquí al de la in19


dependencia”. Confirmó la intención el teniente coronel Pedro Andrés García, español, comandante del Tercio de Cántabros: “Los cabildantes trataban de independencia”. En el proceso indicado los Fiscales remarcaron en oficio a la autoridad de la Península el móvil que persiguió Alzaga con su frustrado intento: “Trastornar el sistema de Gobierno, y esto una vez conseguido, quedar franco el paso a la independencia, que es el término a que aspiran por aquel medio indirecto”. Exactamente igual que lo comenzado con el Cabildo Abierto el 22 de mayo de 1810. Calificando a Alzaga de “genio inquieto a quien da orgullo su riqueza”, pidieron al Virrey Liniers que lo aprisionara incomunicado, y así resultó, en una celda del convento de San Francisco, bajo guardia armada. A fin de aquel mes de octubre de 1809 Alzaga obtuvo quedar detenido en su propia casa. Su impulso por derrocar al Virrey había triunfado contra Sobre Monte en 1807, y si fracasó momentáneamente a principios de 1809 contra Liniers, a fines del mismo año el Cabildo obtuvo la remoción de este último, por instancias del representante del Cuerpo Capitular en Cádiz, cual era don José de Requena, precisamente uno de los yernos de don Martín.

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4 Así principió el año 10, ya arribado el nuevo Virrey, Hidalgo de Cisneros. A éste se dirigió Liniers desde su retiro en Córdoba, el 19 de mayo, advirtiéndole que “reinan ideas de independencia”, y tan rencorosa como equivocadamente le indicó: “¿No te dije que Alzaga y sus demás coaligados eran unos hombres perversos, que te declarases abiertamente por el Partido más fiel y dominante, que había sostenido la autoridad el día 1º?”. No ocultó el ex Virrey a Hidalgo de Cisneros que “hay un plan formado y organizado de insurrección”. Saavedra, otra vez –en carta de 1811 a Viamonte-, reconoció: “Es verdad que [Rodríguez[ Peña, Vieytes y otros querían de antemano hacer la Revolución, esto es, desde el 1º de enero de 1809, y que yo me opuse porque no consideraba tiempo oportuno”. Todos sabemos lo que siguió en la semana de mayo de 1810. Nada menos que Belgrano y Rivadavia, en una memoria escrita en 1815, aludieron a que unos “europeos”, “aparentando unirse a los patricios (criollos), buscan a los de más influjo, les persuaden de su cooperación y les incitan a deponer al Virrey y crear una Junta, distinguiéndose en estos oficios don Martín de Alzaga y algunos de sus más íntimos partidarios”. Don Santiago de Posadas (hermano del futuro Director Supremo), apuntó que “se había mandado ofrecer con su persona y bienes luego que supo de lo que se 21


trataba”, pero Alzaga no asistió al Cabildo Abierto, y una carta escrita el 26 de mayo de 1810 revela: “Alzaga no quiso asistir por estar arrestado, aunque los patricios lo fueron a convidar”. No hacía falta, porque sus partidarios, encabezados por el general Pascual Ruiz Huidobro, votaron por la cesantía del Virrey. Otro de ellos, Moreno, asumió la Secretaría de la definitiva Junta de Gobierno, como había sido planeado el 1º de enero del año anterior. El ya citado White aludió tiempo después a “la estrecha amistad que conservó [Alzaga] con el difunto doctor don Mariano Moreno”, y fue seguramente por influjo de éste que don Martín recobró la libertad a poco. No dejaron de señalar los ex miembros de la Audiencia (deportados a las islas Canarias por la Junta), el 22 de junio de 1810, que las nuevas autoridades no disimulaban sus ideas, compartidas por “algunos pocos europeos de los implicados en la causa de la independencia durante la invasión de los ingleses, o de los revolucionarios en la conmoción del 1º de enero de al año de 1809”. Sin embargo, ya comenzada la guerra en distintos frentes, ante la resistencia en Paraguay, la Banda Oriental y el Alto Perú, la situación se tornó peligrosa para las autoridades residentes en la Capital de las Provincias Unidas, que extremaron precauciones: las medidas contra los españoles peninsulares comenzaron a aumentar: vigilancia, contribuciones forzosas, destierros. Como Alzaga era un personaje de gran relieve, y se conocían sus 22


aspiraciones de mando, no quedó al margen: en agosto de 1810 la Junta presidida por su enemigo Saavedra lo confinó en el pueblo de Magdalena, próximo a la ensenada de Barragán. Tanto fue su celo que fueron arrestados su mayordomo y su capataz por entrevistarlo. Su amigo Moreno dejó de serlo. En diciembre de 1810 la Junta determinó excluir de todo empleo público “a persona que no haya nacido en estas Provincias”. Y la política acentuó los perfiles, ya que por haber llegado nuevamente a Montevideo el mariscal Javier Elío –su antiguo Gobernador, aliado en 1808 con Alzaga contra el Virrey Liniers-, Martín de Alzaga fue remitido más lejos, a Salto, sobre la frontera con los indios. Tras ocho largos meses pudo volver a Buenos Aires, en octubre de 1811. Otra vez don Martín estaba enfrentado a las autoridades; y esto le hizo resurgir la idea de asumir el control del Estado. Mas no por estar contra la pretensión emancipadora, sino por su postura adversa al Gobierno. Son finalidades diferentes, que no han sido tenidas en cuenta, pero de fundamental importancia para el juicio histórico. 5 Comenzó el año 1812, el del desenlace trágico. Estaba ahora a cargo del Gobierno el primer Triunvirato, 23


del cual formaba parte don Bernardino Rivadavia, otro antiguo antagonista de Alzaga. Este Gobierno se caracterizó por sus medidas extremas, expulsando a los componentes de la Junta Grande y debiendo aplastar la sublevación del Regimiento de Patricios; y recuérdese que fue el Triunvirato el que prohibió a Belgrano enarbolar la bandera nacional que creara en febrero de ese año. Un castigo severísimo fue decretado contra los sindicados de poseer bienes de los enemigos de la Revolución, y a causa de esta medida Alzaga sufrió embargo, lo mismo que varios prominentes vecinos sospechosos: Martínez de Hoz, Sáenz Valiente, Llavallol, Pirán, y otros. No fue lo único contra Alzaga, porque su negativa a entregar la cantidad que se le fijó, hizo que se dispusiera su prisión, cargándolo con grillos en ambas piernas. Alzaga, entonces, comenzó trabajos conspirativos para deponer al Triunvirato, rodeándose de numerosos descontentos. Una vez más debo acentuar el hecho de que no se propuso sostener los derechos de Fernando VII (en cuyo nombre todavía actuaba la autoridad), sino derribar al Gobierno que lo acosaba a él y a muchos de sus amigos. Estuvieron mezclados en la conjura, a más de los ya nombrados, Santa Coloma, Obligado, Díaz de Vivar, Varela, Guerrico, Beláustegui, Bustillo, Quirno, Elía, Las Heras y Oromí, entre los que no pueden individualizar24


se, porque este tipo de operaciones no se registra por escrito. El golpe de Estado quedó fijado para un día como hoy, 5 de julio, aniversario de la Defensa de Buenos Aires que cubrió de gloria al entonces Alcalde de la ciudad. Pero el Triunvirato conoció los planes por una delación, dada por una española, Isabel Torreiro, temerosa por la suerte de uno de los complicados, su yerno Juan Recasens, también nacido en España -quien le confió el secreto-, para salvar la vida de éste. Se advierte que el origen en la Península no fue determinante, como se confunde en el caso de Alzaga. Nunca, a lo largo de las actuaciones que siguieron, se le imputó defender los derechos del monarca hispano (que invocaba el Gobierno, insisto en destacar), sino el de querer apoderarse del mando. Inmediatamente el Triunvirato inició las pesquisas, el 2 de julio. Don Martín se ocultó. Las medidas del Gobierno fueron terribles: la pena de muerte fue ordenada de antemano para todos los implicados, estuvieran o no comprometidos. Por declarar que ignoraba el paradero de don Martín fue ajusticiado su yerno Matías de la Cámara; por sólo informar un hijo que su padre, otro de los detenidos, concurría con frecuencia a casa de Alzaga, también éste resultó ajusticiado. No hubo defensa ni pruebas, ni proceso alguno: se los fusilaba y colgaba sus cuerpos a la expectación pública en la hoy Plaza de Mayo. La acusación pública era que los complotados darían muerte a todos los funcionarios, y dispondrían el 25


destierro de los criollos, para que sólo quedasen en Buenos Aires los españoles europeos: un absurdo. El total de los ejecutados superó a 30. Alzaga fue descubierto cerca de medianoche del día 5. Trasladado al Cabildo, nada reveló, pero le fue comunicada la pena de muerte dictada, “que escuchó con visible indiferencia”, describió un contemporáneo. Al día siguiente por la mañana fue conducido a la esquina del Fuerte, hincándose para rezar y recibir la absolución al cruzar la Recova, y al llegar al banquillo tuvo un último gesto del señorío que lo acompañó siempre: antes de sentarse, con su pañuelo limpió donde debía acomodarse. El deán Funes escribió a su hermano: “Alzaga ha dejado aturdidos a todos por la serenidad y presencia de espìritu con que se presentó al suplicio: no parece sino que, despreciando la muerte, pretendía insultar a los que se la daban”. Pocos meses después, esta vez con éxito, un golpe cívico-militar encabezado por San Martín, el 8 de octubre, derribó al primer Triunvirato. Y a nadie se le ocurre insinuar siquiera que este hecho fue contra nuestra emancipación. Rescatemos, pues, la trayectoria de don Martín de Alzaga, levantando la equivocada tacha que pesa contra su memoria, de haberse opuesto a la Revolución de Mayo, y reverenciémoslo como a un precursor de la Independencia. 26


La supuesta revoluci贸n de Alzaga Enrique de Gandia

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I. MARTÍN DE ALZAGA, PRECURSOR DE LA INDEPENDENCIA ARGENTINA1

Llegados al final de nuestras investigaciones sobre don Martín de Alzaga y algunos problemas políticos de su tiempo, que pronto aparecerán, surgen una conclusión y una pregunta. La conclusión es: Alzaga fue el primer hombre, en el virreinato del Río de la Plata, desde el 1806, que proyectó la independencia de esta parte de América y trabajó por ella todo cuanto pudo. El creó el partido que dio origen al sistema de las Juntas, y a él se deben, en gran parte, la reconquista de Buenos Aires (1806), la defensa (1807), la primera Junta de Montevideo (1808), la primera de Buenos Aires (1809), los movimientos revolucionarios del Alto Perú (1809), los trabajos que pre1.Publicado originariamente en el Boletín Americano del Instituto de Estudios Vascos, N° 27, octubre-diciembre de 1956.

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pararon el ambiente contrario a Napoleón en 1810 y la misma caída de Cisneros (22 de mayo de 1810). La documentación acumulada por nosotros sobre estos hechos es definitiva, clara, no admite dobles interpretaciones y no creemos pueda ser refutada. La pregunta es la siguiente: ¿Fueron conocidos por los contemporáneos de Alzaga sus intentos democráticos, republicanos, revolucionarios y separatistas de España? Nótese que calificamos, a propósito, sus intentos, como democráticos, republicanos, revolucionarios y separatistas de España. Para que no se trate de interpretaciones o suposiciones nuestras, debemos exhibir documentos, de contemporáneos de Alzaga, donde aparezcan, precisamente, las palabras que hemos mencionado. Pues bien: ahora van a venir los documentos necesarios. Esta precisión, esta severidad, con que procedemos en nuestros estudio, nos ha sido impuesta por el escepticismo de nuestros colegas, por el ambiente intelectual de nuestra Patria, aferrado a una historia que causa un gran daño al país con su odio a España y a la verdad histórica. En primer término, va a darnos la razón un testigo insospechable: Lord Strangford, Ministro inglés en la corte de Río de Janeiro. Sus conocimientos, respecto de la política que se desarrollaba en Buenos Aires, eran inmensos. Estaba informado, a la perfección, por los agentes portugueses y otras personas que remitían informes secretos a Río de Janeiro. Y, además —y esto es lo im30


portante—, estaba en contacto con los hombres que preparaban la independencia antes del 25 de mayo de 1810. Es él mismo que lo dice en una nota del 10 de junio de 1810 al marqués de Wellesley, Ministro de Relaciones Exteriores de Gran Bretaña, dada a conocer, hace años, por el doctor Norberto Piñero y reproducida, últimamente, por el doctor Carlos Alberto Pueyrredon en su obra sobre el 1810. Lord Strangford se refiere a acontecimientos anteriores al 25 de mayo y pregunta qué lenguaje debería usar con los jefes del partido de la independencia, “quienes mantienen comuni­caciones confidenciales conmigo”. Los partidarios de la vieja historia suponen, con buenos motivos, que los jefes del partido de la inde­ pendencia, en Buenos Aires, eran los que mencionan todos los ma­nuales. El hecho, en cambio, para sorpresa de cualquier lector, es muy diferente. Los jefes del partido de la independencia eran Martín de Alzaga y sus amigos. Los jefes que la historia tradicional ha inven­tado, o sea, Saavedra, Belgrano y otros muchos, no querían ninguna independencia, se oponían a ella con todas sus fuerzas y pedían, en cartas impresionantes, que viniese a reinar en Buenos Aires el infante don Pedro. El Ministro portugués, Rodrigo de Souza Coutinho, dio cuenta a Lord Strangford de lo que contenían las continuas solicitudes, hoy bien conocidas, de esos señores: “Esta es la esencia de ella: que el Príncipe don Pedro sea enviado a las colonias españolas provisto de plenos poderes e instrucciones 31


de Su Alteza Real, la Princesa del Brasil, para arreglar los desacuerdos que existen entre las autoridades locales y para impedir la difusión de principios revolucionarios y la posible transformación del gobierno colonial en una República licen­ciosa y desordenada”. En el Brasil y en Gran Bretaña, se sabía a la perfección que quienes difundían principios revolucionarios y querían transformar el go­bierno colonial en una República licenciosa y desordenada eran re­publicanos españoles. Saturnino Rodríguez Peña, contrario a ellos, lo había hecho saber a Rodrigo de Souza y éste se lo había transmitido a Lord Strangford. El Ministro inglés lo había repetido inmediatamente a Jorge Canning: “Don Rodrigo de Souza me informó últimamente, en la más estricta confianza, que Sir Sidney Smith se había permitido asegurarle que mi oposición a la partida de la Princesa tenía por origen únicamente mi simpatía por la causa de los republicanos es­pañoles y que un tal Peña le había informado que yo sostenía una correspondencia secreta con los jefes de ese partido en Buenos Aires”. Felipe Contucci, el 15 de noviembre de 1808, también había informado al Ministro de Relaciones Exteriores de Río de Janeiro que en Buenos Aires podían ocurrir estas tres cosas: La llegada de una fuerza francesa al Rio de la Plata para unirse con Liniers. 2) Liniers, adulando al populacho, organiza un partido bastante fuerte para proclamarse Rey, como se ha imaginado. 3) Creación de 32


Reconquista de Buenos Aires.

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una República, para cuyo fin se hacen ahora grandes esfuerzos. Debemos, ahora, traer el testimonio terminante, la palabra indis­cutible que nos diga quiénes eran los jefes de ese partido de la independencia que podía transformar el gobierno colonial en una República licenciosa y desordenada. Es otra vez Lord Strangford quien habla, para que no queden dudas de sus palabras, cuando dijo que los jefes del partido de la independencia “mantienen comunicaciones confidenciales conmigo”. Dijo, pues, Lord Strangford: “Los procedimien­tos del Virrey Cisneros no son menos alarmantes: Su Excelencia está bien informado que mientras él persigue a las personas que se supone están interesadas en la Princesa del Brasil, mantiene una ininterrum­pida amistad con los jefes del Partido de la Independencia, como Alzaga, Villanueva y el resto. Combina este hecho con la circunstancia de que la independencia fue ofrecida actualmente a las colonias por Bonaparte y el resultado será obvio” (Foreign Office, de Londres. Portugal. VoL 84). Hemos llegado, pues, a demostrar de un modo incontrovertible que los jefes del partido de la independencia, que trabajaba en Bue­nos Aires, no eran los que han supuesto tantos historiadores, sino Alzaga y los hombres del Cabildo. Otros agentes portugueses, como Possidonio da Costa, informaban, en mayo de 1810, que “o partido da independencia” se reunía en el convento de San34


to Domingo, que sus ideas estaban influenciadas por las teorías de Helvecio y de Rousseau, y que otros hombres tenían reuniones en la casa de Rodríguez Peña. Es la confirmación de todo cuanto hemos sostenido al estudiar estos problemas en otras páginas y al analizar las ideas teológicas y filosóficas que inspiraron los movimientos separatistas de la historia argentina. Pero ahora lo que se trata de confirmar hasta lo increíble es la importancia que tuvo Alzaga como primer hombre que concibió la independencia de esta parte de América. Lo increíble también vamos a exhibirlo. Es la palabra de testigos a quienes nadie se atreverá a contradecir: Juan José Castelli, Antonio Luis Berutti, Hipólito Vieytes, Nicolás Rodríguez Peña y Manuel Belgrano. Todos ellos se dirigieron a la infanta Carlota Joaquina, el 20 de setiembre de 1808, para ha­cerle saber que el Cabildo de Buenos Aires había rechazado su re­gencia “con pretextos demasiado débiles, por motivos realmente in­trigantes y con miras ocultas...” (Ariosto Fernández, Manuel Belgrano y la Princesa Carlota Joaquina. 1808, en la revista Historia, Buenos Aires, enero-marzo, 1956, año I, núm. 3). El Cabildo, como es notorio, estaba presidido por Alzaga y compuesto por los hombres que rea­lizaron la revolución del 1° de enero de 1809. Estas miras ocultas están muy bien aclaradas a continuación. Los próceres mencionados agrega­ban que, a su entender, el Cabildo había hecho muy mal en reconocer a la Junta 35


de Sevilla y no a la infanta. Los derechos de la hermana de Fernando VII, a su juicio, eran superiores a los de la Junta de Sevilla. Además, este reconocimiento, hecho por el Cabildo que presi­día Alzaga, era una excusa “para prepararse una forma de Gobierno que jamás se hallaría nombre en la política con que expresarla. ¿Se quiere más claro? Siguen Castelli, Berutti, Vieytes, Rodríguez Peña y Belgrano: “Desde la ocupación de Buenos Aires por las fuer­zas británicas en 1806, no se ha cesado de promover partidos para constituirse en gobierno republicano so color de ventajas, inspirando estas ideas a los incautos e inadvertidos con el fin de elevar su suerte sobre la ruina de los débiles...”. Las palabras transcriptas son la síntesis de todo cuanto hemos demostrado: los esfuerzos de Alzaga y su grupo para crear un gobierno republicano y declarar la independencia de esta parte de Amé­rica desde las invasiones inglesas. Pero si todo esto aún fuera poco y algún negador sistemático, cuyo escepticismo merecería una califi­ cación que no puede imprimirse, exigiera más pruebas aquí vienen. Es, otra vez, la palabra del gran Belgrano, que pide al Ministro de Relaciones Exteriores de Río de Janeiro la partida del infante don Pedro para impedir, en Buenos Aires, la ejecución de un proyecto de independencia demócrata que iba a causar un gran daño a la hu­manidad en la América del Sud. En una carta que Belgrano escribió a Rodrigo de Souza Coutinho, el 13 36


de octubre de 1808, le ruega “que se digne influir en el ánimo de la Serenísima infanta doña Carlota Joaquina, Princesa de Portugal y Brasil, Nuestra Señora, el que no se defiera un instante la venida del Serenísimo Señor infante don Pe­dro Carlos, pues que conceptuamos que hay peligro en la dilación y tememos, con justa causa, que corra la sangre de nuestros hermanos, sin más estímulo que el de una rivalidad mal entendida y una vana presunción de dar existencia a un proyecto de independencia demó­ crata, no reflexionando que faltan las bases principales en que debería cimentarse. Son muy extendidas las ocupaciones de Vuestra Excelencia y mucho más sus luces para discernir lo que importa y penetrar los medios de desbaratar en sus principios unas ideas de cuya ejecución se resentirá la humanidad en toda la América del Sur...”. Todo se une. Ahora sabemos por quiénes estaba informado Ro­drigo de Souza, cuando hablaba con Lord Strangford, acerca de los planes de independencia de los republicanos españoles de Buenos Aires, y cuánta razón tenía Lord Strangford al informar al Ministro de Re­laciones Exteriores de Gran Bretaña de que Alzaga era el jefe del partido de la independencia. Es a él y a los otros hombres del Ca­bildo, por tanto, a quienes Lord Strangford aconsejó que no se preci­pitasen en declarar la independencia, pues Gran Bretaña no la vería con buenos ojos: problema, éste, que analizaremos en un libro nuestro dedicado a Gran Bretaña y la Independencia de América. 37


Nuestra próxima obra dedicada a Alzaga, habrá cumplido su mi­sión: revelar, por primera vez en la historia argentina, la labor que Martín de Alzaga realizó, desde el 1806 al 1810, para conseguir la independencia del virreinato. Nadie podrá discutirle sus títulos de Pre­cursor de la Independencia Argentina. En un libro publicado en 1955, Napoleón y la Independencia de América, hemos analizado la actuación de Alzaga en la supuesta conspiración de italianos, franceses y negros de 1795. En otra obra próxima a publicarse, Historia del 25 de Mayo de 1810, mostraremos cómo la idea de Alzaga y el sistema de las Juntas, por él creado en esta parte del Nuevo Mundo, produ­jeron los inmortales sucesos de Mayo, y en otro volumen, La leyenda de Martín de Alzaga, exhibiremos las pruebas terminantes de que la conspiración de 1812 no existió en ningún instante como labor de Alzaga, que murió inocente, perseguido por sombríos odios políticos, sino como conspiración del General José de San Martín, Holmberg, Alvear, Monteagudo y demás autores de la revolución del 8 de octubre de 1812 que derribó al llamado Triunvirato. En esta forma habrá concluido el gran ciclo de Alzaga en la historia argentina y habrá comenzado el estudio de sus ideas y de su acción política que dieron vida real al gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo en la patria de los argentinos.

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II. EL ESTALLIDO DE LA SUPUESTA CONSPIRACIÓN DE ALZAGA1

En agosto de 1812, el llamado Triunvirato y el pueblo de Buenos Aires creían que la conspiración atribuida a Alzaga había sido descu­bierta y deshecha y que todo peligro de revolución había desaparecido. El gobierno, junto con las denuncias fantásticas, unas, e infantiles, otras, había recibido noticias realmente serias, que hablaban de un des­contento popular entre los españoles y los mismos criollos. El Triun­virato era impopular. Sus hombres y los que los rodeaban habían te­nido el don de atraerse infinitas antipatías. Los crímenes cometidos con Alzaga y demás españoles en julio y agosto habían entusiasmado a la plebe sanguinaria e ignorante, pero habían estremecido de horror a todas las personas sensatas. La expulsión de los españoles solteros, intentada en 1811, 1. Publicado originariamente en el Boletín Americano del Instituto de Estudios Vascos, N° 29, abril-junio de 1957.

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había sorprendido a la ciudad. Los odios surgidos en la Junta del 25 de mayo de 1810, entre los saavedristas y morenistas y la revolución del 5 y 6 de abril de 1811, que había dado un gran poder a Saavedra, habían dividido a la población en bandos. Por úl­timo, la creación del denominado Triunvirato, trajo un poder despó­tico sobre la ciudad. Este Triunvirato nació de los odios surgidos en la última Junta, o sea, la del 25 de mayo, transformada posteriormente en Junta Grande y en Junta Conservadora. Por ello, el Triunvirato terminó por disolver la Junta llamada conservadora y actuó de acuerdo con una política despótica que extrañó al pueblo de Buenos Aires. Chiclana, Paso y Sarratea fueron los primeros miembros del Triun­virato. Los odios, siempre presentes, empezaron por dividir a Juan José Paso y a Feliciano Antonio Chiclana. La Asamblea de abril de 1812 había resultado un fracaso. Los diarios se combatían duramente. Entre tantos desacuerdos y temores de invasión desde el Norte y Mon­tevideo, había aparecido la supuesta conspiración de Alzaga. Ahogada la conspiración, hubo que acallar las protestas de los exaltados que querían más sangre. La oposición al gobierno era grande. La Sociedad Patriótica, fundada a mediados de enero de 1811, y la Logia Lautaro, de carácter masónico, creada por el general don José de San Martín, el general Carlos de Alvear y otros hombres, a mediados de 1812, veían también con malos ojos los actos del Triunvirato. San Martín y Ri40


vadavia comenzaban a incubar la enemistad política y personal que los separó toda la vida. Juan José Paso era otro descontento. Había obligado a Chiclana a renunciar. Vuelto Chiclana al gobierno, Paso siguió sembrando alarmas y desconfianzas. En las quintas y en muchas partes se hablaba de derrocar al gobierno antes y después de la su­puesta conjuración de Alzaga. Dentro del llamado Triunvirato, Juan Martín de Pueyrredón y Feliciano Antonio Chiclana se odiaban pro­fundamente. Chiclana detestó toda su vida a Pueyrredón. Eran odios de ideas y odios personales. La Logia Lautaro trabajaba en la sombra en contra del gobierno. Había en Buenos Aires una tensión extrema que muchos historiadores, por lo confusa y difícil de analizar en los incontables documentos, han preferido pasar por alto. Juan Canter es el autor que más ha profundizado estos pormenores. Sus trabajos, publicados en la Historia de la Nación Argentina, editada por la Aca­demia Nacional de La Historia, de Buenos Aires, detallan los pormenores y los grandes hechos. Recordamos sus monografías Las sociedades se­cretas y literarias y El año XII, las Asambleas Generales y la revolución del 8 de octubre. En ellas se encontrará una bibliografía agotadora y un relato perfecto de los acontecimientos. No corresponde, pues, a estas páginas repetir lo que está bien hecho, sino mostrar de los hechos lo que hasta ahora nunca se dijo. En efecto: no se ha notado la rela­ción de los sucesos políticos que podríamos llamar “criollos”, 41


para entendernos, con los que se ha querido denominar “españoles”. En efecto, no se ha visto la relación directa entre la política criolla y la supuesta conspiración de españoles atribuida a Alzaga. Ningún histo­riador ha advertido el hecho de que las noticias de conspiración que llegaban al gobierno y lo alarmaban locamente no se referían a una conspiración española, imaginaria, sino a una conspiración criolla, muy cierta e indiscutible. La relación o identificación no surgió en ningún crítico por dos razones fundamentales y explicables. En primer tér­mino, las noticias que descubrían la conspiración de Alzaga no hacían más que repetir las calumnias que contra él habían comenzado a circular en 1809, a raíz de la intentona revolucionaria del 1° de enero. Todo historiador y todo político contemporáneo saben muy bien con qué rapidez se forman leyendas de conspiraciones u otros hechos políticos, cómo arraigan en las conciencias y lo que supone o inventa un individuo corre y penetra como una verdad en todas las capas sociales. El fenómeno no es nuevo y en 1812 se produjo en forma típica. He­mos visto, al analizar las declaraciones de la supuesta conspiración, cómo no se pudo confirmar uno solo de los hechos denunciados, có­mo no se halló una sola arma ni se comprobó la realidad de una sola afirmación contraria a Alzaga y a los demás ahorcados; Esto lo com­prueba la critica histórica a más de un siglo de distancia, con el aná­lisis sereno de los procesos; pero en aquellos instan42


tes el gobierno recibía denuncias de conspiraciones y no podía distinguir entre los ru­mores que se referían a las leyendas contra Alzaga y los que se re­ferían al auténtico descontento que existía en la población creado por los enemigos del Triunvirato: por la Sociedad Patriótica, por la Logia Lautaro, por el grupo de Juan José Paso, por el general San Martín, por el general Carlos de Alvear, etc. Además, el gobierno tenía una pista que lo llevaba a la confusión más profunda, que lo desviaba de la verdad y lo hundía en el crimen inconsciente más grande de nuestra historia. Era la confesión del catalán Francisco Cudina, emisario se­creto de los españoles del Alto Perú, que se había dirigido a Monte­video y había tenido en Buenos Aires una entrevista con el Obispo don Benito de la Lué y Riega. El descubrimiento de la misión de Cudina no dejó dudas al gobierno de que entre los españoles podía existir una conspiración. Por ello procedió contra ellos con la seguri­dad de no equivocarse. No obstante, la misión de Cudina era individual y particular, nada tenía que ver con Alzaga y no pasaba del trabajo de entregar unas cartas del Alto Perú al gobernador de Montevideo. A este primer error, se sumó otro que, en realidad, no pasa de men­tira, de falsedad o de invención. Fue el de suponer que Alzaga estaba en relación con los portugueses de la Banda Oriental para que cayesen sobre Buenos Aires. Esta monstruosidad presentaba a Alzaga como a un perfecto traidor que se ponía en tratos con el 43


enemigo para en­tregar la ciudad de Buenos Aires y poder llevar adelante sus planes descabellados. No es posible concebir un embuste, más grande y estúpido. Basta conocer ligeramente las ideas políticas de Alzaga para com­prender que semejante idiotez es un absurdo atribuirla a un hombre como él. Si había un enemigo definido y terrible en Buenos Aires en contra del gobierno portugués era Alzaga. En 1808 combinó con Eiío un plan para invadir Rio Grande del Sur. Cuando Contucci hizo una lista de carlotistas y pedriatas en la cual figuraban los hombres más destacados de Buenos Aires, el único que quedó ausente fue Alzaga. Los informes secretos de Guezzi a Uniera presentan a Alzaga como a un enemigo de la corte de Rio de Janeiro. Por otra parte sabemos que fue siempre un opositor a la infanta Carlota y a los planes de expansión del Brasil. No existe un indicio ni una prueba que permita considerar como plausible la mentira de que Alzaga podía estar de acuerdo con el general portugués Diego de Souza para una traición semejante. El cuento o calumnia proviene de Agrelo, personaje poco serio, odiado por infinidad de gente, pintoresco en sus maneras y enemigo personal de Alzaga. Ningún documento ni la más insignificante alusión en el proceso, repetimos, alude a esta mentira. Agrelo la consignó largos años después de los sucesos en su Autobiografía. Escribió que se había levantado una suscripción entre los españoles de Buenos Aires para ha44


cer llegar los portugueses a Buenos Aires apenas estallara la revolución. El disparate no resiste al análisis. Una combinación de esa trascendencia no podía resolverla un general por sí solo, necesitaba autorización superior, de su gobierno, y no existe la más mínima prue­ba, insistimos, de que Alzaga haya tratado con el gobierno de Río la invasión de Buenos Aires por el general Diego de Souza. Por otra par­te, si el general Souza hubiera sido invitado a cometer un acto seme­jante no era él quien debía denunciarla al enviado portugués, Rademaker, para que la hiciera saber al gobierno de Buenos Aires. Lo lógico era que la revelara a su gobierno de Río de Janeiro y que éste la transmitiera a Rademaker para que la pusiera en conocimiento del gobierno de Buenos Aires. Nada de esto se hizo ni Rademaker re­veló el hecho al gobierno de Buenos Aires, como se repite. Es Agrelo quien cuenta que Rademaker contó todo ello a terceras personas para que éstas lo hicieran saber al gobierno de Buenos Aires. La especie, divulgada por Agrelo, para justificar las muertes de Alzaga y demás españoles, fue creída en los primeros momentos y no faltaron cónsules extranjeros que la transmitieron a sus gobiernos como un hecho real; pero quienes estuvieron cerca de los acontecimientos y de los hombres se rieron de semejante invención. Uno de ellos fue Domingo Matheu. En su autobiografía, llena de revelaciones interesantes, declaró rotun­damente, como dice Canter, que esa empresa no sólo era “descabelea45


da”, sino que “fué magnificada por el genio travieso de Agrelo”. Podemos afirmar, sin temor de equivocarnos, que los planes de Alzaga con los portugueses fueron una invención del genio travieso de Agrelo, como reconoció Matheu y demuestra la crítica más elemental. Agrelo sin duda imaginó tal cosa, para disculparlo en cierto modo de su invención, del hecho de que el general Souza, siguiendo la eterna política de espera y retardo del gabinete de Río, tardó en poner en práctica, o no pudo realizarlo antes, el convenio de retirarse del Uruguay. En síntesis: las confusiones y oscuridades del momento, los odios existentes y otras causas —como ser los discursos de Monteagudo y la acción de la Logia Lautaro que acusaban al gobierno de debilidad y desviaban su atención hacia los españoles— convencieron al Triunvi­rato de que la única conspiración existente era la de Alzaga y otros euro­peos. Y una vez ahogada en sangre esa conspiración imaginaria, siguieron llegando noticias de conspiraciones; pero el gobierno supuso que se trataba de simples sospechas o errores como los que se habían cometido con muchos de los acusados como cómplices de Alzaga y desoyó los rumores. Lo que preocupaba enormemente era la situación en el Norte donde Belgrano debía hacer frente a los criollos enemigos que amenazaban arrollar todas las resistencias y caer sobre Buenos Aires. El gobierno, sin saber qué hacer, reunió una Junta de guerra el 22 de setiembre de 1812. En esa Junta se hallaron presentes 46


Azcuénaga, San Martín, Chiclana, Alvear, Monasterio, Ocampo. Huiz Huidobro, Lezica, Lecoq, Anchorena, Luzuriaga, Irigoyen, Gómez, Díaz de Bedoya, Montes de Oca y otros. Las opiniones fueron variadas: unos propusieron un envío de refuerzos; otros simplemente, el envío de armas, y otros, la reunión de todas las fuerzas militares para hacer frente a los hoy llamados españoles. Bien sabido es que Rivadavia y Pueyrredón habían ordenado a Belgrano retirarse sin combatir, pues las deserciones que había sufrido y la situación desastrosa en que se hallaba su ejército no hacían creíble un triunfo sobre los denomina­dos españoles. Chiclana había arrojado al suelo esta orden, sin querer­la firmar, y la orden de Rivadavia y Pueyrredón había salido hacia Tucumán para que Belgrano, inmediatamente, abandonase todo in­tento de batalla. Dos veces recibió Belgrano orden de retirarse; pero su desobediencia gloriosa cambió el curso de la historia argentina. El 24 de setiembre Belgrano logró que las fuerzas de Pío Tristán, general criollo absolutista que lo atacaba desde el Norte, fuesen vencidas en Tucumán y emprendiesen el regreso al Alto Perú. No es nuestra his­ toria crítica de la independencia argentina una historia militar; pero creemos necesario decir dos palabras acerca de la famosa batalla de Tucumán. La batalla de Tucumán ha sido analizada por estudiosos y crí­ticos antiguos y modernos. Sobre ella hay pareceres distintos, porque las fuentes son escasas, malas y 47


confusas. Este juicio sobre las fuentes pertenece al general Bartolomé Mitre, el cual, en su Historia de Bel­grano y de la independencia argentina dice en el capitulo XIX, nota 25: «Nueve relaciones se han escrito de la batalla de Tucumán y ninguna de ellas completa. El parte oficial de Belgrano es deficíente. Los apuntes que empezó a escribir, sobre ella nunca los terminó. La narración que hace Paz en sus Memorias es algo cofusa y adolece de algunos vacíos; sin embargo, es de los mejo­res. Lo que dice el coronel Lugones sobre ella son generalidades aplicables igualmente a todas las batallas. Las notas del general La Madrid refutando a Paz son ininteligibles, y después de leer­las se diría que la batalla estuvo reducida a una sola carga de caballería. Los historiadores españoles Torrente y García Camba traen algunas particularidades respecto del ejército español; pero son inexactas en su mayor parte. El parte de Tristán sólo explica la derrota de su costado izquierdo y de parte de su infantería. El marqués de Concordia (Abascal) en su Manifiesto, en que dice escribir con documentos oficiales a la vista, ha sido copiado por García Camba.» Mitre reconstruyó la batalla con los informes anteriores. Después de él otros eruditos han intentado reconstrucciones críticas e ideales. Nosotros podemos ofrecer el décimo relato de la batalla de Tucumán. No ha sido conocido porque se trata de una carta del jesuíta Diego León 48


de Villafañe a su amigo don Ambrosio Funes. El original hállase en el archivo del Colegio Máximo de la Compañía de Jesús, en San Miguel (Provincia de Buenos Aires) y nos ha sido facilitado gentilmente por el eminente jesuíta don Guillermo Furlong Cardiff, a quien agradecemos su colaboración. Hemos sacado copia fotográfica del mis­mo. El jesuíta Diego León de Villafañe fue el único de los jesuítas expulsos que logró volver al virreinato y quedarse en las tierras del Tucumán hasta años después de la independencia. Sus ideas no eran las de un liberal exaltado, pero tampoco eran las de un absolutista. Su correspondencia con don Ambrosio Funes es un tesoro de datos históricos, políticos y sociales. Esta correspondencia da principio a fines del siglo XVIII y termina el 9 de febrero de 1824. La carta en que Diego León de Villafañe dice lo que fue la batalla de Tucumán está fechada en Santa Bárbara el 9 de noviembre de 1812 y está escrita en respuesta a una en que Funes le pedía noticias. Rogamos a los lectores que no se escandalicen de algunos términos de esta comunicación. Vi­llafañe escribía en confianza a un amigo, empleaba expresiones co­munes y no soñaba que su carta seria, algún día, presentada como el relato más concreto de la célebre batalla. La había presenciado, no tenía amigos ni enemigos y exponía sinceramente sus impresiones. En cuanto a los temores que atribuye a algunos personajes históricos, tam­poco debemos alarmarnos. Ellos van por cuenta del autor de la carta. 49


Ni nosotros ni ningún lector puede creer en ellos, porque nadie tiene facultades extraordinarias para penetrar en los corazones ajenos y sa­ber si palpitan de temor o de prudencia, si están desorientados u obran conscientemente. Leamos, pues, este curioso documento: «Señor don Ambrosio Funes: Dueño y Señor en Cristo Jesús. Quiero satisfacer al deseo que Vuesamerced muestra de tener una relación verídica de la acción del día 24 de setiembre y de la victoria que consiguió Tucumán sobre el ejército con que la aco­metió el general Tristán. El ejército enemigo vino por la parte de los Lules y se acercó abriéndose en dos alas, una hacia el Norte de la ciudad, y otra por el Sur. El Barón, sin darle tiempo para bajar de sobre las mulas ni siquiera un cañón, empezó la acción con un cañonazo, y sin dar lugar al enemigo se fueron acercándoseles los nuestros, de modo que se vino a las armas blancas. Esto se evidencia por los muchísimos heridos que se re­cogieron, los más de sables, etcétera, pocos de balas. Es cierto que el ejército enemigo estaba compuesto de gente muy disciplinada y destrísima en el manejo del fusil. Nuestra caballería de los guardamontes los desconcertó. Ayudó a desconcertarlos una partida de Vallistas que llegaron aunque desarmados; pero por las espaldas. El enemigo creyó otra cosa y se desordenó. Los Vallistas recibieron su descarga, murieron algunos y los demás echaron a correr y los vimos pasar a todo galope de retirada a sus casas y huyendo por delante de esta 50


nuestra casa de Santa Bárbara, sin querer acercarse por más que los llamábamos. Tal era el julepe que llevaban a cuestas.» Aquí están descriptas y explicadas la acción y la victoria. El ejército del criollo Tristán se presentó rodeando la ciudad de Tucumán en dos alas. El Barón de Holmberg decidió desde el primer instante el éxito, pues sin perder minuto lo recibió a cañonazos y cayó sobre los criollos absolu­tistas en un ataque a la bayoneta y a puro sable. Los absolutistas se desconcertaron ante una reacción tan rápida y eficaz, sobre todo, al verse atacados por las espaldas por un cuerpo que se acercó casualmente al lugar. Los hombres del Valle o Vallistas estaban desarmados y al recibir la primera descarga emprendieron la fuga; pero la gente de Tristán ya estaba detenida. Sigue Villafañe: «El enemigo después de la acción de la mañana se reunió y estuvo haciendo fuego toda la tarde, aunque no continuo. Toda la noche del jueves 24 estuvieron haciendo fuego, como dando tiempo para la retirada que efectuaron. El general Belgrano se vio perdido y se había retirado con unos pocos soldados al lugar que llaman el Rincón, que esta dos leguas distante de la ciudad, hacia el Sur; aquí se le fueron agregando otros soldados de a caballo con un cañón. Es prueba de lo asustado que estaba, por­que el viernes siguiente al día del combate, muy de mañana, aparecieron unos soldados en Santa Bárbara trayendo el dicho cañón como temiendo que el enemigo 51


se los cogiese. Diasveli (Días Vélez) en la ciudad trataba de esconderse y salvar su persona, co­mo lo ha dicho el Barón, testigo de vista. La cosa estuvo en es­tado que si el ejército enemigo viene esa noche del ataque a la ciudad, la coge sin remedio. Se debe concluir que Dios ha querido humillar el orgullo del enemigo y como me lo dijo el general Belgrano: deposuit potentes de sede et exaltavit humiles. En la iglesia matriz se había hecho una novena a los santos apóstoles Simón y Judas y se hacía la novena a San Miguel Arcángel. La victoria la debemos al cielo por la intercesión de nuestros Santos protectores. Esto es lo cierto.» La visión es clara. Tristán, al sentirse fuertemente rechazado, creyó prudente emprender una retirada en forma tranquila y segura. Al efecto resistió un día y una noche y se encaminó hacia Salta sin desbandarse. Dice Villafañe: “El general Tristán hizo su retirada con orden y man­tuvo intrépido su puesto como lo confiesan los desapasionados”. La his­toria no debe recoger las suposiciones —ciertas o falsas— de que Díaz Vélez trataba de esconderse y de que Belgrano se vio perdido y buscó un cañón con que defenderse. Estos pormenores y estas atribuciones no interesan. Además, es preciso reconstruir la batalla con todos los otros testimonios. Belgrano preparó la defensa y dio órdenes decisivas. No obstante, muy pronto empezaron las rencillas y rivalidades. Holmherg y Díaz Vélez sin duda discutieron. Dice Villafañe que: “El 52


Barón partió a Buenos Aires, bien disgustado. Dicen del resultado, sabremos o no sabremos”. También da detalles muy interesantes acerca de la entrega del bastón de mando por Belgrano a la Virgen y otros hechos. En nuestra historia de las ideas políticas el lector podrá profundizar todo cuanto se refiere a Villafañe. Saquen ahora los críticos, con este nuevo documento, las consecuencias que crean más justas. La gloria de Belgrano, repetimos, no disminuye.

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III. LAS ARMAS DE LA CONSPIRACIÓN ATRIBUIDA A DON MARTÍN DE ALZAGA1

Los denunciantes de la conspiración llamada de Alzaga estuvieron concordes en sostener que los revolucionarios disponían de miles de fusiles y grandes cantidades de pólvora y balas. El gobierno, convencido por tantas afirmaciones, hizo esfuerzos tenaces para hallar las armas de los conspiradores. Repetidos bandos habían ordenado a los españoles europeos entregar las armas que tuviesen en su poder. To­dos, desde el año 1810, habían cumplido con esa orden. Sólo algunas personas, por ignorancia o creer que las armas que guardaban eran viejas o inservibles, mantuvieron alguna carabina, algún sable roto y algún cuchillo de cocina. La obsesión de la conspiración agudizó el afán descubridor de todos los criollos y partida1. Publicado originariamente en el Boletín Americano del Instituto de Estudios Vascos, N° 25, abril-junio de 1956.

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rios del gobierno. Personajes, funcionarios, simples ciudadanos y esclavos negros no descuidaron opor­tunidad para observar todos los movimientos de los españoles, denun­ciar cualquier arma vieja que viesen en sus casas y calumniarlos cuando querían perderlos. Muchos españoles, desde tiempo atrás y en cum­plimiento de los bandos, habían enterrado o destruido sus armas. Esos restos fueron buscados y desenterrados como si con ellos pudiese derribarse al gobierno. Superfluo es consignar que los esfuerzos enor­mes del Triunvirato y de la población adicta al sistema liberal para hallar las armas con que se decía contaba la conspiración no dieron el más mínimo resultado. Las armas de la conspiración eran tan fabulosas como la misma conspiración. En síntesis, todas las armas que se lograron hallar en Buenos Aires fueron las que vamos a mencionar a continuación. También hay que consignar el hecho de que ninguna de ellas fue encontrada en poder de gente sospechosa de haber cons­pirado. Una prueba más de que los conspiradores no poseían armas y no eran, en realidad, verdaderos conspiradores. El 15 de julio de 1812 fue descubierta una pistola sin la llave de bala y también se encontró un sable reyuno en la casa del europeo Francisco Pérez. Este explicó el 18 de julio que el sable lo había ofrecido en venta al sargento Miranda y la pistola había sido hallada debajo de unos trapos en una hamaca que no era suya, sino del herrero Cliarabón. Además ignoraba la prohibición de tener ar56


mas. El herrero Quesada Cliarabón dijo que la pistola no le pertenecía; que podía ser del contramaestre del bergantín Santa Ana, que había pa­rado en su casa y se había ido tres meses antes a Montevideo; que nadie había andado con la hamaca; que no había tenido noticia do esa arma; que no suponía quién habría podido limpiarla; que no ig­ noraba el bando y que había dado orden, en su casa, que nadie tu­viese armas. Francisco Pérez volvió a declarar que el sable se lo había dado el gallego Manuel Labandeyra para que lo tuviese en su poder, pues era extranjero y quería ser cívico. Labandeyra dijo que no dio nuncio el sable porque Pérez le aseguraba que era oficial, “y Pérez calló la boca sin responder”. El Triunvirato comprendió que Pérez se había querido lucir con su compañero y mandó poner a todos en libertad el mismo día 18 de julio, no por la inocencia de esos españoles, sino porque el término para manifestar las armas había sido prorrogado. El 17 de julio, a la una de la mañana, el oficial de cívicos, don Pablo Hernández, sorprendió a don Francisco Isach con un sable en la cabecera de su cama. Isach juró que el sable no era suyo, sino del teniente alcalde de su manzana, don Enrique Viera, americano de nacimiento, el cual se lo había entregado diez días antes, para salir de patrulla, diciéndole que se sirviese de él. Por ello se lo habían en­contrado. No ignoraba que estaba prohibido bajo pena de la vida a los europeos guardar armas. El había obedecido al capitán. 57


El 18 de julio, don José de Ugarteche dio parte a la una del día, haber encontrado “un sable rifle que acababa de recoger de un euro­peo pulpero llamado Andrés Fernández”, “con la circunstancia de que éste pretextó la retención del sable con decir lo tenía con licencia del teniente de su manzana y haberlo éste negado afirmando ignorarla”. La averiguación de la verdad llevó un poco de tiempo. El 23 de julio don Mariano Santos declaró que el sábado 18 preguntó a Gabino Benavente si recordaba que el pulpero Andrés Fernández tenía un sable y “habiéndole dicho Bcnavente que efectivamente se acordaba haberle visto a aquel pulpero en tiempos anteriores un sable cuando salían de patrulla, se dirigió a su casa, se lo pidió y luego al punto se lo entregó, y el que manifestó en el acto, diciéndole entonces el pulpero que lo tenía Con consentimiento de su teniente de barrio”. El teniente de barrio, don Cosme González, aclaró que había permitido al pulpero conservar una espada quebrada y creía que le había entregado el sable. El pul­pero explicó que tenía el sable porque el teniente alcalde le conten­taba que lo empleaba para las patrullas. Ignoraba el bando por estar enfermo. El sable, además, era suyo, y hacía mucho tiempo que los cabos Juan Soria y Ambrosio García lo tenían empeñado a un mozo en catorce reales y medio que hicieron de gasto en su pulpería estando de guardia en el presidio. No había dado parte a los jefes porque todos los días los cabos le decían que lo iban a sacar, “además de que el empeño del 58


sable fue instantáneo, pues cuando lo dejaron a su mozo le dijeron los cabos que en aquel mismo día y luego que salieran de la guardia lo habían de sacar”. Los cabos declararon que todo era cierto y que el sable no era de servicio, sino de propiedad de uno de ellos. Vieytes informó que el pulpero presentaba un aspecto enfermizo y que, por ello, sólo podría multársele en doscientos pesos para pa­gar “a los escribanos que día y noche han trabajado incesantemente en la organización de los sumarios, y en parte del urgente afán y fa­tiga que han impendido con este motivo, pues dos de ellos acaban de recibirse de notarios y no han tenido tiempo de lucrar cosa alguna desde su ingreso a este oficio”. El Triunvirato fue más bondadoso y el 29 de julio condenó al pulpero Fernández, víctima de un olvido o confusión del teniente alcalde de su barrio, a pagar cien pesos de multa. El 22 de julio de 1812, el subteniente del Regimiento Número Dos, don Benito Maura, dio cuenta haber hallado una “pistola cargada, aun­que sin piedra”, en la chimenea de la cocina de la casa de don Tomás Salas, capitán (sic) del extinguido tercio de Andaluces. El teniente coronel (sic) Salas reconoció que se le había encontrado la pistola, que no había ignorado el bando, que por ello había manifestado un sable que tenía y no lo hizo con la pistola porque no suponía que existiese en su casa. En ella entraban peones y tenia casados y no sabía si alguno lo quería mal y la había colocado allí para dañarlo. 59


La denuncia la había hecho un negro esclavo de Salas al pulpero cochabambino José Rebollo. El juez Agrelo sospechó que el negro denun­ciante pudiese estar resentido con su amo por su venta y libertad. Hizo comparecer al pulpero y éste expresó que el negro le había dicho que su patrón tenía un sable, una pistola sobre la chimenea y una ca­rabina sobre la cómoda. Traído el negro, dijo haber hablado una vez con el pulpero. Esté sostuvo que dos. Por último el negro reconoció que había hablado dos veces. Luego dijo que no vio cuando su amo colocó la pistola en la chimenea; pero en ese instante entró el sar­gento mayor de granaderos montados, don Carlos Alvcar, el cual dijo que esa mañana había examinado al negro sobre lo mismo en presen­cia de don José Vicente Chilavert, y el negro había asegurado que había visto él mismo a su amo cuando le había puesto. El negro quiso sostener que Alvear se equivocaba. El subteniente don Benito Maurín aseguró que cuando revisó la casa fue notable la serenidad con que Salas y su mujer so prestaron al reconocimiento. Agrelo informó que un arma de fuego, cargada, puesta en una chimenea y las contradic­ ciones del negro demostraban lo inverosímil de que Salas lo hubiese ocultado. El 24 de julio el Triunvirato dispuso poner en libertad a Salas y vender el negro con destino fuera de la ciudad. El 23 de julio, don Manuel Carana informó al juez Agrelo que el patrón de la lancha, Pedro Castillo, ocul60


taba una daga de “cabo negro con la extensión de media baza”, que había dado a afilar al barbero Francisco Chico Duran. Interrogado Castillo dijo que el arma era suya, que su mujer la había dado a afilar para cortar carne en la cocina y que se la había regalado cuatro meses antes el herrero Claudio para que le sirviese a bordo con el objeto de cortar cañas y varas y como no había navegación la tenía en su casa. Agregó que él no ignoró los bandos; pero que no era español, “sino americano, na­tural de Campeche, en el otro reino, y que sólo lo han reputado por español a causa de haber andado navegando con ellos”. No tenía ningún documento que acreditase su nacimiento. Residía en Buenos Aires desde treinta y siete años y tenía en su contra “el concepto gene­ral de ser enemigo de nuestra causa”. El Triunvirato ordenó ponerlo en libertad el 24 de julio. El mismo día 23 de julio de 1812, don Pedro Estefani de Banfi, comisionado por el Excelentísimo Gobierno para la aprensión de los euro­peos españoles sospechosos en la presente revolución, da parte a los señores jueces comisionados en dicha causa que hoy, a las siete de la noche, pasé acompañado de mi segundo don Domingo Martínez y otros tres sujetos que voluntariamente quisieron seguirme, a la casa pulpería de Bernardo Fernández y habiéndola registrado exactamente encontró don Manuel Blanco, teniente retirado del Regimiento Número Uno, una pistola de ordenanza cargada, aunque sin bayoneta, bajo del colchón de la cama 61


del mozo de dicho Fernández, llamado Grego­rio Vázquez, la que acompaño, conduciendo a ambos a la cárcel; tuvo el atrevimiento el Fernández de ofertar a don Domingo Martínez veinticinco pesos por su libertad y habiendo sido rechazada su oferta, como era regular, incorporado a mí el expresado Fernández me dijo des­caradamente que alguno de los que me acompañaban le había puesto la pistola; los dos existen en la cárcel separadamente. Buenos Aires, julio 23 de 1812. Pedro Estefani de Banfi. Gregorio Vázquez declaró al día siguiente que la pistola no era suya ni de su patrón y que creía que un hombre a quien no conoce y que le han dicho vive por la Plaza Nueva, la hubiese puesto en el paraje que se encontró ayer a las once y media de la mañana, por haber entrado a esa hora y el día antes a hablar con su patrón. Don Bernardo Fernández confirmó que la pistola no era suya ni de su mozo y que pudo colocarla allí un hombre llamado José Gonzá­lez que el día anterior estuvo en la pulpería, para hacerle mal, “o que asimismo lo habrán ejecutado los de la misma patrulla que le prendieron, pues él está cierto que en su casa no había tal pistola ni otra arma alguna”. Nunca tuvo riñas con González y hasta ayer no sabía cómo se llamaba. González le había dicho que sabía “que estaba delatado en el Gobierno y que él podría prenderlo; pero que procuraría mediar la cosa como amigo”. Reconoció ser cierto haber ofrecido veinticinco pesos por su libertad. 62


Hallado el José González, éste dijo llamarse realmente José An­tonio Espinosa, no tener ninguna amistad con el pulpero y su mozo y conocerlos por haber estado dos veces en la pulpería. Sólo había dicho a Fernández que sabía que él y su mozo estaban delatados por muy sarracenos y se apresurasen a entregar armas si las tuviesen. En su casa tenía una pistola que le había dado el capitán de su partida para salir de patrulla como cabo que era. El 25 de julio declararon don Domingo Martínez, don Manuel Blanco, don Fernando Blanco y don Francisco Mena, componentes de la partida, que el parte de Banfi correspondía a la verdad de lo ocurrido. Era, pues, cierto que la pistola había sido hallada en la hamaca de la pulpería; pero lo que no se puso en claro es si la escondían el pulpero y su mozo o la había co­locado en ese lugar el sujeto que se hacía llamar González para lo­grar alguna ventaja o dádiva del pulpero. El Triunvirato, sospechando esta última posibilidad, sentenció lo siguiente: “Visto: póngase en libertad a Bernardo Fernández bajo apercibi­miento de que en lo sucesivo vele y cuide de su casa con más esmero sin dar lugar a reincidencia y póngase en libertad a Gregorio Vázquez» Esta sentencia está firmada después de largo tiempo: el 29 de agosto. Posiblemente se haya descubierto, por otra vía, que el pseudo González era un aventurero. El 25 de julio de 1812, el señor Comisionado don Hipólito Vieytes, dejó constancia que el moreno Fran63


cisco Moris, esclavo de don Antonio Morís, dijo haber visto “a tiempo que hachaban leña en el corral de la pulpería de José Fernández, unas armas enterradas”. El comandante de la partida de la plaza, halló dos fusiles con sus baquetas y abra­zaderas y las cajas, aunque podridas, y un trabuco sin baqueta, pero entero y sano. Estas armas fueron desenterradas en presencia de va­rios testigos y del pulpero Fernández. Este “dijo que él no ha tenido armas ningunas, que no sabe cómo han aparecido enterradas las ar­mas que se le ponen delante”, que hace cinco años que vive en la casa, que es del señor Moris; pero que no sabe si éste tiene armas ocultas y sólo oyó decir a los mismos que lo prendieron que en la noche de ayer se sacaron de la casa de Moris unas armas que tenían ocultas. Agrega que conoció al Padre Fray José de las Animas, que era «primo de la madrastra del que declara», pero no sabe si visitaba a Moris. El Triunvirato lo puso en libertad condenándolo a pagar las costas "por los indicios" y ño haber dado aviso de unas armas cuya existencia des­conocía. El 26 de julio fue traído preso, desde su chacra de las Cañuelas, don Joaquín Fernández, por habérsele hallado una carabina, un par de pistolas y un sable, “sin que se hayan podido encontrar otras armas blancas que se sospecha tiene siendo vecino de esta ciudad y habiéndose retirado con el sólo efecto de ocultarlas según sospecha, sin embargo de que tiene para ellas una licencia del Superior Gobierno muy atrasada”. Firma este parte don Pedro 64


Sáenz Cavia. El oficial aprehensor vio las armas y juró ser las que se hallaban como cuerpo del delito. Agregó que fue a la chacra de Joaquín Fernández porque tiempo antes, en ocasión de estar en dicha estancia el que declara, llegó de la ciudad el dicho Fernández y preguntándole que noticias corrían, le dijo que el ejército de Artigas estaba destrozado por los portugueses; que continuando la conversación sobre los trabajos de la partida celadora de la campaña, les añadió: Pronto se mudará todo esto y si la cosa sale como pienso se acabarán sus trabajos de ustedes y yo me rio de la ciudad; pero si así no fuese yo me quedo aquí; hago una capilla y se acabó el negocio; que él ha manifestado y dijo que tenía una li­cencia del Superior Gobierno para estas armas, pero que sin embargo de ello lo condujo preso hasta que la presente. Inmediatamente, declaró don Julián Gándara. Dijo que una carabina que se le mostró había sido suya y que “había sobre tres años que se la había dado a don José García, dueño de una estancia en Sanborombón; que no la denunció porque García “la tenía para defensa de su persona en el campo”. El 27 de julio, Joaquín Fernández declaró que las armas que se le mostraban “las conoce, que son suyas, que han sido encontradas en su estancia, donde las tenía con licencia del Superior Gobierno desde mucho antes de las justicias”. Por su ausencia, no se había enterado de los bandos que prohibían las armas a los europeos. Agre65


gó que el oficial aprehensor, Ahumada, había faltado a la verdad y sólo le había dicho que pensaba hacer una capilla. Careado con Ahumada, cada cual se empeñó en sostener su declaración. Un testigo, Francisco Almiron, dijo que “era cierta con conversación y que dijo que dentro de pocos días volverían las cosas a su tranquilidad, lo que oído por Fer­nández negó constantemente que tal hubiese dicho”. El pardo Esteban Fernández declaró que su amo le mandó llevar dos machetes envueltos en una jerga. Agregó que los llevó hacia un mes. El juez le hizo notar que entonces no estaban prohibidas las armas y tal vez las hubiese lle­vado después de las justicias. El pardo contestó que “podría ser”, pero “que no se acuerda bien”. Preguntado Fernández por qué no manifestó los dos machetes que denunció su esclavo, dijo que cuando la partida le preguntó qué armas tenía creyó que no se trataba de armas blan­cas y, además, las tenía con licencia del anterior gobierno. No había tenido malicia alguna en hacer llevar los sables envueltos en jerga». El Triunvirato, a nuestro juicio, fue injusto con Fernández. No obs­tante las declaraciones expuestas, sentenció el 5 de agosto: Visto: en la parte relativa al reo Joaquín Fernández con los an­tecedentes de su disposición hostil contra los derechos de la Patria en la conjuración que anunció a la partida celadora de la campaña desde el mes último de junio y por las armas que extrajo clandestinamente de la ciudad después de principiadas las justicias y prohibido 66


su uso a los españoles, a más de las que tenía ya de antemano en su chacra, se le condena en la pena ordinaria de muerte de horca, la que se ejecute precedida de degradación de los honores militares que inde­bidamente disfrutaba, siendo un enemigo conocido de estos países. Fe­liciano Antonio Chiclana. Juan Martín de Pueyrredón. Bernardino Rivadavia. Fernández fue ejecutado en la Plaza de la Victoria, el 6 de agosto, a las diez de la mañana. El 26 de julio, Gabino de Cueli dio parte que en virtud de la orden que V. S. me confió, pasé en compañía de don Pedro Lacasa, de don Jacinto Salses y de don Francisco Montes, a reconocer los co­munes de la casa de don Francisco Ortigosa, y resultó encontrar en ellos una pistola, un sable, un espadín y dos dagas, todo lo que remito a V. S. para que tome las medidas que se hallan por conveniente. Al día siguiente, el alcalde Cueli juró ser verdad su parte y puso como testigo a don Pedro Lacasa, “que presenció la extracción”. Don Javier Lozano juró ignorar de quiénes eran las armas “que se han sacado ayer noche de la casa donde habita de los lugares comunes’’ Francisco Ortigosa declaró lo mismo. El Triunvirato dió su sentencia tres días después: Vistos: en la parte relativa a los retirados Francisco Ortigosa y Francisco Javier Lozano, por las armas que se han encontrado en los lugares de la casa de su habitación, 67


a saber: un sable, un espadín y dos dagas, con más una pistola corriente y de buen uso todas ellas, como ocultadas en estos últimos días, según los reconocimientos que se han practicado, se les condena a la pena ordinaria de muerte de horca como incursos en los reiterados bandos que se han publicado en la materia; la que se ejecute precedida de su degradación si tuvieren el goce del uniforme y honores militares. Antes de morir, Francisco Ortigosa dijo que tenía que declarar para descargo de su conciencia, que las armas que se le han encontrado son suyas, que las mantuvo con ánimo de defenderse de unos y otros, esto es, de criollos y europeos, y que después las echó allí por no manifestarlas, en lo que erró, mediante a que le dijeron que el plazo del bando estaba cumplido; que él pensó defenderse como ha dicho porque Lozano le dijo que había oído en una pulpería que se que­rían levantar los europeos, que ésta es la verdad, y lo firmó. Una vez más comprobamos cómo la leyenda de la conspiración era una simple voz de pulpería. Ortigosa había creído en el levanta­miento y, para defender su vida, precisamente en contra de los su­puestos españoles revolucionarios, había guardado unas armas. El y Lozano fueron ahorcados en la Plaza de la Victoria el 30 de julio, a las diez de la mañana. El 27 de julio de 1812, el alcalde José María de Arzac dio parte que Pedro Guerreros se había mudado a 68


un cuarto de doña Juana Rodríguez, ocupado anteriormente por el europeo Antonio Pérez, y que en él había encontrado varias piezas de armas y un fusil. Interrogado Pérez, dijo “que él no vio sino las piedras y una llave vieja, pero que no supo nada de los fusiles y que él vino del campo a vender un poco de trigo a principio del mes pasado desde la cañada de Morón”. Preguntado si no sabía nada de los bandos y por qué no denunció lo que había en el cuarto, “dijo que los tuvo por unos chismes inservibles”. El Triunvirato, para mantener su severidad, lo multó en cincuenta pesos. A fines de julio fue interrogado Roque Alvarez para averiguar a quién pertenecía el arma encontrada al europeo Julián Gándara. Refi­rió que a él le tocó prenderlo en una chacra, cerca de la laguna de Barragán, porque le habían dicho que en ella se hallaba un europeo con un arma. Al entrar, el hijo del dueño le dijo: “En mi casa no tengo arma alguna y la carabina que hay es del señor”, señalando a Jnlián Gándara. Este se la entregó, vacía, y le dijo que paraba en esa casa y no quería ir a Buenos Aires “por las bullas que había”. No teñía licencia para poderse ausentar de la ciudad. Traído Gándara, rectificó la declaración de su aprehensor. Dijo que él había contestado que el arma no era suya, sino del dueño de la casa, “sobre lo que se contentaron todos y quedó cada uno afirmado en su dicho bajo repetidos juramentos que se les exigió a este fin”. Nadie quería reconocerse dueño de una carabina. Además, el 69


alférez de la partida celadora, don Fran­cisco Ahumada, denunció que don Romualdo Cáneva en compañía de don Francisco Bermúdez le pidió que no hiciese constar en el parte el hallazgo del arma hecho a Gándara. José García declaró, en seguida, que la carabina era suya y se la había dado Gándara hacía un año y medio. José García era el padre del joven que había acusado a Gán­ dara. Insistió que su hijo en realidad no había acusado a Gándara y que quien hizo la acusación fue un tal Severino que estaba allí. Aclaró que Gándara se hallaba en su casa desde dos meses y que la partida le había robado un poncho blanco. El 7 de agosto fue llamado a de­clarar Juan García. Dijo que la carabina hallada en su chacra era de su padre, don José García, “a quien hace tiempo que se la conoce y que la llevó de la ciudad”. Un soldado llamado José Antonio Olmedo de­claró que García dijo que el arma era de Gándara. García insistió que quien dijo eso fue Severino Fulco. Llamado éste, dio la razón a García. Total: discusiones, confusiones, rectificaciones y juramentos en torno a una carabina hallada en una chacra próxima a la laguna de Barragán. El Triunvirato procedió con su habitual severidad: Visto: en la parte relativa al reo Julián Gándara se le condena por el fusil con que fue aprehendido con consideración a la variedad de los asertos de los testigos examinados, en quinientos pesos de multa para los gastos de la guerra, y que salga veinticinco leguas distante de la 70


ciudad y las costas tierra adentro, apercibido de la última pena en caso que se le note la menor falta de cumplimiento a esta orden y se le aprenda. Esta sentencia fue dada el 6 de agosto de 1812. Gándara manifestó que le era imposible pagar esa multa. El 29 de agosto, Chiclana, Pueyrredón y Rivadavia dieron una segunda sentencia: Visto nuevamente por la imposibilidad que ha representado Julián Gándara de cumplir con la condena pecuniaria que se le hizo, se le conmuta en dos años de destierro a Famatina, para donde deberá salir inmediatamente dejando fianza a satisfacción del regente de la Cámara de presentarse allí dentro de un mes con el pasaporte y orden que se le dará por secretaría oportunamente. El 3 de agosto de 1812 fue preso el gallego Santiago Martínez por habérsele encontrado tres fusiles enterrados con algunas municiones. El alcalde Diego Mansilla dio parte que las armas las desenterró don José Ramón Laiño, cuñado del reo, que fue quien dio aviso de ellas por habérselo dicho una tía suya, que el referido tenía armas y no sabía dónde las había puesto, temerosa de un contraste en la casa. Un negrito, a quien Martínez había castigado, contó a la tía del cuñado de su patrón que éste las había enterrado tres o cuatro meses antes. Martínez juró que las armas se las habían dejado unos hom­bres que habían venido cuando el armisticio con Montevideo y las había tirado 71


al corral ocho o nueve días antes; que había ido dos veces a declarar las armas a la casa del alcalde Mansilla y no lo había encontrado, y que en esos ocho o nueve días había estado ocupado en Barracas. El alcalde Mansilla dijo que en su casa nunca faltaba gen­te; que una vez había encontrado a Martínez y habría podido hablarle de las armas. Martínez aseguró que no había enterrado las armas y que el negrito les echaría un poco de tierra encima. No hubo más aclaraciones. A los dos días, el 5 de agosto, el Triunvirato condenó a Martínez “en la pena ordinaria de muerte de horca”. Fue ejecutado el 10 de agosto en la Plaza de la Victoria a las diez de la mañana. El mismo día 3 de agosto, en que fue aprehendido Martínez, el juez Agrelo dejó constancia que acababa de presentársele el oficial don Juan Manuel Pardo “que ha conducido presos a esta Real Cárcel, de orden del Excelentísimo Superior Gobierno, a don Ramón Freyre, un mozo suyo llamado Manuel, un soldado, dos capataces y un negro con va­rias armas y municiones a consecuencia de antecedentes de sospecha que mediaron sobre su conducta”. El oficial declaró que se trasladó unos días antes a la estancia de la Tortuga, de Freyre, por orden del Gobierno, y que al preguntarle por las armas que tuviese, después de muchas amenazas, le confesó que a distancia de media cuadra del rancho, dentro de una zanja, tapados con unos cardos, estaban dos fusiles y una pistola; que una cuadra más arriba sobre la tierra de la misma 72


zanja, tapados con unos cardos, estaban forrados en un cuero dos esmeriles; que al lado del corral, entre unos huesos secos, estaba montado en una carroñada un cañón de seis cuartas; que dentro del rancho, en un rincón, estaba una espada y un machete, y debajo de la cama un saco de municiones de toda especie; debajo del colchón otro fusil y otra pistola, y por último en una petaca un tarro de mu­niciones y otro con piedras y balas; con más un rifle con pólvora que estaba debajo del colchón. Frcyrc había dicho al oficial que él conocía el bando que prohi­bía a los europeos tener armas; “pero que el las tenía en su estancia para defenderse de los indios; que le hizo cargo por que las tenía ocultas, y dijo que porque le habían dicho que venía una partida de los ranchos buscando armas y que para que no se las encontrasen las había escondido así”. El oficial denunciante dio otros datos. Según los capataces, Freyre, siempre que oía cañonazos, decía: Fuego a esos criollos, el viento está bueno y el humo basta para dar fin con ellos. Freyre le había ofrecido cien pesos y las armas, “con tal de que no lo prendiese, respecto de que dichas armas eran el único delito con que se consideraba”. Un negrito de doce a catorce años, llamado Ci­ríaco, “que dijo saber la doctrina cristiana, declaró que su amo solía decir en la cocina al mozo Manuel que con las armas que tenía había de venir a matar los criollos de la ciudad... que 73


cuando se calentaba con la bebida quería matar a todos los de su casa... que hace dos me­ses que halló en la costa del río un cajón que lo trajeron a la cincha de las islas a su pulpería que allí tiene... que cuando oía cañonazos decía siempre: que se mueran los criollos... que al mozo Manuel lo llevó por fuerza a la estancia para que de allí pudiesen unidos venir a matar a los criollos... El juez hizo declarar también a los peones. El peón Manuel José Gómez de Saravia declaró que le consta “la oposición decidida que (Freyre) ha manifestado siempre a nuestra causa” y que entre otras conversaciones, “le dijo varias veces que ya llegaría tiempo en que él compondría a los del lomo negro con cuya expresión denotaba a los criollos incluyendo en esta misma amenaza a los de la Junta”. Tenemos, en la expresión “lomos negros”, aplicada por este ene­migo del sistema liberal a los criollos y al gobierno que sostenían el sistema, un antecedente desconocido de la misma denominación que Juan Manuel de Rosas daba a sus enemigos. Ya sabemos, pues, qué significaba “lomos negro”’ para este hombre y para Rosas: era un insulto popular de los absolutistas, enemigos de la libertad y autonomía de gobierno, a los liberales, primero, y a los federales liberales, después. El 4 de agosto hubo otras acusaciones en contra de Ramón Freyre. Sus capataces José Sosa y Jacinto Luducña dijeron no haber sido: cita­dos para ninguna conspi74


ración. El segundo recordó que Freyre, “cuando se fue de las islas, oyendo unos cañonazos, se puso a bailar dicien­ do: ahora sí que con el humo solamente abrasaran los marinos a los de la ciudad. El mozo Samuel Fernández depuso que Freyre nunca le habló en contra del gobierno ni le dijo por qué tenía las armas ocultas. Sebastián Mariano Corucho, de una estancia vecina a la de Freyre, dejó constancia que apenas lo había conocido y nunca oyó hablar de la conspiración. Ramón Freyre volvió a explicar que estas armas las tenía hace mucho tiempo para defensa de su persona y de aquella es­tancia distante setenta leguas de esta ciudad del otro lado del Salado contra las invasiones de los indios; que no sabía del bando y prohibi­ción de que los españoles tuviesen armas y que por esto no las había entregado, pues allí no se ha leído bando ni orden alguna. Reconvenido por qué había ocultado las armas cuando había una conspiración de españoles encabezada por su amigo don Martín de Alzaga, contestó que el haber ocultado las armas ha sido una ignorancia y miedo porque siempre creyó que viniesen a dar parte de ellas y que a Martín de Alzaga solamente lo conoció cuando estaba desterrado en casa del cura de las Islas, pero que no lo ha comunicado ni tratado en cosa alguna. Además, hizo juramento de no ser enemigo de los americanos. Bien analizado este pequeño proceso surge la evidencia de que Freyre guardaba esas armas para de75


fenderse de los ataques de los indios y que, posiblemente, era enemigo del sistema liberal. Como él había miles de personas en las campañas y en las ciudades. No tenía nada que ver con la supuesta conspiración. Insistir sobre la veracidad del peligro de los indios sería más que superfluo, pues el hecho, de tan conocido, no necesita demostraciones. Como simple curiosidad, transcribimos un documento que se refiere a los orígenes de Juan Manuel de Rosas, como estanciero, del año 1820, y que demuestra cuán graves eran los continuos asaltos de los indios a las estancias. El gobierno, al igual que ocho años antes, seguía empeñado en regatear las armas a los estancieros que vivían haciendo frente a los malones de los indios. Don Juan N. Terrero, Rosas y Compañía ha representado a esto Gobierno el peligro en que se hallan las haciendas de la estancia de los Cerrillos propia de dicha Sociedad por las incursiones de los indios, solicitando en consecuencia un corto número de tropa y dos piezas de artillería de campaña, cosa de poder ocurrir también en caso ne­cesario a proteger los intereses de los demás establecimientos circun­vecinos: la causa pública a más de la particular parece constituyen al Gobierno a proveer de conformidad en la materia; en cuya virtud he creído deber suplicar a V. S., como lo hago, se franqueen a dicho Te­rrero siquiera un cañón de a cuatro con cincuenta tiros de bala y metralla y otro de fierro con igual número de tiros que sirva para señales y reunión del vecindario 76


en caso de invasión, pues nuestras circunstancias deben decidirnos a empeñar los medios posibles en la conservación de la campaña, única de que dependeremos por muchos años en la sucesivo, según el estado de aniquilamiento en que se halla la del Norte. Dios guarde a V. S. muchos años. Buenos Aires, 13 de enero de 1820. Eustaquio Díaz Vélez. Señor Brigadier Gefe del Estado Mayor General. (Archivo General de la Nación: X-ll-9-5). En el caso de Ramón Freyre, el Triunvirato dictó su sentencia el 5 de agosto de 1812. Visto y con consideración a que no obstante la circunstancia de tener el reo Ramón Freyre su estancia fronteriza a los indios no debió retener entre el armamento que se le ha sorprendido los tres fusiles que resultan contra los repetidos bandos que se han publicado para la manifestación y entrega de esta especie de armas del Estado; y a que su conducta hostil y notoriamente enemiga de la Patria y sus hijos por las circunstancias particulares que se le han justificado en este proceso, unida al fraude y malicia que denota la ocultación y resistencia a manifestar las armas, lo constituyen formalmente reo y acreedor a la última demostración proporcionada y correspondiente a los enemigos del país, por un efecto de consideración se le mitiga el rigor de la pena y se le condena en dos mil quinientos pesos do multa para las urgencias del estado; quinientos por cada uno de los tres fusiles, y mil por la ocultación y su conducta, y pónganse 77


todos en libertad con prevención de que se restituyan a sus domicilios aper­cibidos de su sucesiva comportación. El 20 de agosto de 1812, doña Manuela González avisó reservada­mente “que había oído que en el pozo de la pulpería de Manuel Vé­lez que se ha abierto ahora cuatro o seis días había algunas armas arrojadas”. Miguel de Azcuénaga comisionó al cabo de la partida de la plaza que sacase toda el agua del pozo e hiciese un reconocimiento. Hecho, se encontraron un cañón de carabina, dos baquetas, una pis­tola, un sablecillo, una canana con veinte cartuchos y una piedra de chispa. El pulpero Vélez se hallaba en San Borombón. Agrclo informó el 2 de setiembre que Vélez había salido de Buenos Aires antes de los bandos, por lo cual no le comprendía la pena contra los ocultadores de armas. En cambio, el secretario Herrera lo condenó dos días después en una multa de quinientos pesos por haber vuelto de su confinamiento sin licencia. El 12 de setiembre de 1812, el alcalde del cuartel número dieciséis dio cuenta de haber preso al europeo Antonio Martínez por habérsele hallado una espada toledana y un espadín de munición, “las cuales, por casualidad de ir un vecino a tirar agua de un pozo de balde del referido Martínez, salió la dicha espada enredada en el balde”. El alcalde de barrio hizo bajar al pozo y se encontró el espadín. El mismo alcalde tuvo la nobleza de reconocer que esas armas eran de un sargento veterano 78


que estaba expatriado; pero como Martínez se le había desvergonzado lo había hecho llevar preso. El pozo tenía comunicación con la casa del sargento, de modo que aquél pudo echar­las allí. El 22 de setiembre, Martínez fue puesto en libertad. Vamos a poner fin a la búsqueda de armas en Buenos Aires y sus alrededores para verificar la realidad de la conspiración atribuida a Alzaga. Hemos visto lo que se halló y hemos comprobado, en con­secuencia, cuan fácil era hablar de miles de fusiles y cuán difícil resultaba encontrar cuatro o cinco. Los esfuerzos del gobierno no die­ron más que resultados ridículos. Fueron ahorcados y multados algu­nos individuos por no haber obedecido los bandos que ordenaban dar cuenta de las armas que existiesen en poder de españoles; pero no se halló ninguna cantidad de armas apreciable ni la búsqueda reveló verdaderos preparativos para llevar a cabo una revolución. Tampoco se descubrió ningún dato o indicio que demostrase la existencia de un auténtico proyecto revolucionario. Las investigaciones prácticas pro­baron, de un modo incuestionable, que en Buenos Aires nadie se había preparado para combatir y que todo cuanto decía la leyenda de la conspiración atribuida a Alzaga no pasaba de una enorme y trágica fantasía.

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IV. LOS PRESOS POR LA SUPUESTA CONSPIRACIÓN DE ALZAGA1

El Gobierno no tuvo miramientos con los habitantes de Buenos Aires cuando creyó que en la ciudad se tramaba una conspiración. La más insignificante denuncia, la más ligera sospecha, eran causas suficientes para que se ordenase la prisión de cualquier ciudadano. Los alcaldes de barrio y tenientes alcaldes procedían con rapidez suma. Las cárceles estaban llenas y los presos entraban y salían de acuerdo con los informes que se obtenían sobre sus ideas y su conducta. Hay varias listas de detenidos, la mayoría sin fecha; pero todo dejan comprender que los encarcelamientos comenzaron desde los primeros días del mes de julio, aumentaron a mediados del mismo mes y declinaron 1. Publicado originariamente en el Boletín Americano del Instituto de Estudios Vascos, N° 37, abril-junio de 1959 y N° 38, julio-septiembre de 1959.

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con los últimos días. El 11 de julio de 1812, una nota al señor Juez de la Cámara dice: Habiendo ido a la Cárcel a ver a un preso encontré en ella también preso a un cabo que he conocido de la marina y de Belén llamado Pedro Cabrera; le participo a V. S. por preso interesante en el asunto del día. Buenos Aires, julio 11 de 1812. Otro sí digo: Que en el día conviene que al Calafate Potela se le tome declaración sobre que hay testigo que hará de un mes buscaba cuchillos flamencos grandes para barricas pa’ comprar; y para su prisión hizo mucha fuga. Fernando Mascareno. Los alcaldes informaban a los jueces sobre todos los pormenores que creían interesantes para esclarecer la supuesta conspiración. El 17 de julio consta que en el Regimento número dos de Patricios la Guardia de Prevención, había trece presos. Al día siguiente, don Miguel de Azcuénaga daba cuenta al Gobierno que en la Real Cárcel Pública había setenta y siete presos. Hallamos, pues, en dos lugares solamente, un total de noventa presos. Otro documento contiene lo si­guiente: «Relación de los individuos enemigos del sistema y que se hallan complotados en la Plaza de Lorea: Pedro Morón, Ramón Bayán, García, Pepe Bouza, Atanasio Ronquillo, Manuel Cáceres, Castro. De los individuos subscriptos se sabe lo siguiente: Que Pedro Mo­rón es el principal y el que capitanea en dicha Plaza, pues así lo anunciaba un pasquín que se encontró bajo de los por82


tales de Cabildo; y a más se sabe que en dicha casa de Morón es la Junta y punto de reunión de todo enemigo a nuestro sistema, pues así lo acreditan bajo de sus firmas los que a continuación se subs­criben: José Mateo López, Clemente Rico, Pedro José Rico.» Las denuncias eran firmadas, como la anterior, y anónimas, como el pasquín hallado bajo los portales del Cabildo. Los alcaldes lleva­ban a la cárcel a personas cuyos nombres a menudo ignoraban, sólo por ser señaladas por algún enemigo o parecer sospechosas por haber nacido en España. He aquí un papel suelto, sin fecha, que contiene es­ta lista de nombres: «Don Joaquín Alcina. Un europeo, rubio, de la capilla de Merce­des, y aun se cree vive con él. Un talabartero catalán Buso. Por­tugués don Pedro Antonio. Un portugués viejo gordo Pesidonio. Don Domingo Azcuénaga: éste dirá cómo se llama el portugués viejo. Don Mauricio Bertanga. Un clérigo Pereda. Un andaluz vie­jo, flaco, alto, hermano de Tintorero, que gasta capote barragán y sobre verde. Calderón. El zapatero de enfrente. Antonio, el som­brerero. Un don Joaquín Fernández, cochero. Don J. Islas. Don N. Sierra, catalán: éste es muy pícaro. El clérigo Reyna, y don Nicolás del Campo, cuando bajan de la costa. Un catalán que vi­ve en casa de Azcuénaga y estuvo antes empleado en el correo y fingió la Gaceta de Campo verde, diciendo ser de Montevideo. El ciego Baquero. Un Frutos. Un tal Críspín, alto, bisojo, que fué 83


ganadero del Regimiento fijo y vive para la Plaza Nueva. Un catalán gordo, albañil, que hizo la casa de Marull.» Estas personas eran denunciadas. No faltaba un ciego. El afán de hallar cómplices de Alzaga no podía ser mayor. Entre los nombres ci­tados no hay uno de importancia. Los presos eran, más o menos, de la misma categoría. Hay una lista que trae nombres de presos y de quienes los aprisionaron. Los presos son éstos: «Ramón Barros, Juan José Arregui, José Lorenzo Pórtela, Antonio Amengua, José de Castro, Pedro Morón, Ramón Mayllan, Manuel Casales, Esteban García, Asencio Serraveites, Lorenzo Gonzáles, Juan Luis de Arrazuna, Tomás de Grategui, Francisco de Iriarte, Juan de Jóvenes, Pedro Aguirre, Lino José Asque, Antonio Leira, Lorenzo Gavila, Manuel del Corral, Francisco Dieguez, Fernando Castaño, Francisco Barreda, Pedro Flaque, José Mauriño, Alejan­dro Rosado, Diego Cazero, Juan Bautista Selalla (sic por Zelaya), Pedro Bao, Matías de Otero, José Adrogué, Manuel Gomes, José Giraldos, Andrés Feliz Verto, Juan Antonio Selalla. Ambrosio Fer­ nández, Baltasar Suárez, Manuel Nogueira, José Arosa, Santiago Otero, Bernardo Posadas, Manuel Bensecreida, José Balivian, Ig­nacio Torres de Bilarrosa, Joaquín Rubio, Salvador Fernández, Bartolomé Pórtela, Miguel Rico, Marcelino Galinde, Bernardo de Caros, Manuel, esclavo de dicho don Bernardo.» Otro papel, suelto, sin fecha, trae estos nombres: 84


MartĂ­n de Alzaga (AGN)

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«Eusebio Revilla, Agustín Suárez, Francisco Atursa, Pedro Pablo Urgucoya, Manuel González, Juan Vicente Ladilla, Manuel de la Sota, José Matías Pastor, Vernardo Sánchez, Juan Ventura Adrope, Clemente García, Juan Hernández, Miguel Fundarena, Lucas Otaegui, don Bartolomé Jasón, Miguel José Antonio Baliña, Ma­nuel Ayoles, Bautista Rombarte, Juan José Paso, esclavo de don Juan Paso, Juan Antonio Cuesa.» En otra lista, sin fecha, hallamos las siguientes personas: «Cuartel de Granaderos Montados. No hay de la causa del día. En la cárcel: Leonardo García, José Martines, José Barzen, don Gavino Cuelí, Cristóbal Guliavan, Juan Gravero, Cristóbal Escuti, don Juan Ezcurra, Juan Antonio Hisa, Francisco Casal, Pedro Foraejo, Josef Fernández, Thomas Pérez, Miguel Germada. Antonio Rodríguez, Pascual Domínguez, Juan Cayetano González, José Periza, Francisco Laraela, Manuel Escrivano. Relación de los individuos de los presos que se hallan en el cuar­tel del dicho Regimiento: Don Domingo Guerra, don Juan Benito Nogueira, don Ramón Basqucz, don Jerónimo Agudelo, Pedro An­tonio Barcia, Antonio Romero, fué conducido por el teniente dou Marcelino Losa por haberlo encontrado disfrazado con un manteo de clérigo. Cuerpo cívico: Antonio Morí, Juan Costa, Francisco León, Tomás Pita, Juan Miralles, Miguel Carrión. Relación de los presos que se hallan en la Cuna: Don Bernardo de las Heras, don José Martínez de Hoz, don 86


Pedro Antonio Cullet, Francisco Meza, Isidro Illa, José Vivas, Domingo Agrela, Juan Crispín García, Antonio Verdugo, Juan Requesens, Domingo Mar­tínez, Gerardo Antonio Pose, Rafael Cabrera, José Patricio Gon­zález, José Baldivia, Manuel Riverosa, don José Díaz, don Manuel Palomino, don Raymundo Real, Luis Goytia, Francisco de Mora, Francisco Baldepares, Matías Sierra, Francisco Grimandes, Nicolás Galva (moreno), Jorge González, don Pablo Villarino, Domingo Sereso, Francisco Arzona, José Ramón Medina: al dicho se le encontró correspondencia que llevaba a Montevideo.» Estos nombres nos son conocidos, algunos, por los procesos a que fueron sometidos. Otros fueron puestos en libertad al no comprobárseles ninguna relación con la supuesta conspiración. No faltaban los deteni­dos por dirigirse ocultamente a Montevideo. Las hostilidades con la Banda Oriental no detenían, por cierto, los viajes, de una a otra orilla, de quienes estaban interesados en trasladarse de un punto a otro. Además, había personas que se encargaban especialmente de lle­var correspondencia del Uruguay a Buenos Aires y de esta ciudad a Montevideo. Correos secretos que conducían simples cartas de fami­lia y contrabandistas que pasaban correspondencia comercial y artícu­los prohibidos. Las familias de los presos empezaron a protestar y a pedir la libertad de los detenidos sin causa aparente. Muchos de los mismos presos hicieron valer sus derechos en notas que explican 87


su inocencia. Muchos de estos escritos se conservan. Son súplicas redacta­das por notarios y abogados que en los días del mes de julio y agosto tuvieron mucho trabajo. El 13 de julio de 1812, Lorenzo Luque, preso desde el día 8, en su pulpería “que está situada en el barrio del Alto y esquina de las Piedras, en circunstancias de hallarme vendiendo efectos procedentes de mi giro”, pidió su libertad por notoria inocencia. El alcalde de barrio, en un informe, expresa que la orden con que se procedió a su detención “fué ninguna”. Empezamos a comprobar cómo se hacían muchas detenciones: sin ninguna orden, por simple sospecha del alcalde de barrio o denuncia de alguna persona desconocida. El 15 de julio Francisco Uriarte, Tomás de Garastegui y Luis de Resola dijeron en un escrito que se hallaban presos por habérsele ocurrido imaginar al alcalde “tener nosotros alguna complicación en la causa que se le ha seguido a don Bartolo Jazón” y pidieron su libertad. El mismo día, Pilar Alvarez de Hurtado escribió que el día 7 su marido, Felipe Hur­tado, fue llevado a la cárcel y que ni él ni ella saben por qué. “Sus relaciones no han desmentido un ápice la obsecuencia que debe todo ciudadano al Gobierno liberal que rige las Provincias Unidas”. Pide su libertad. Bartolomé Pórtela, preso el día 6 de julio, sin saber por qué, pide su libertad. En un informe anterior, del día 10 de julio, consta que sobre Pórtela no hay ninguna queja “y sólo por un acaloramiento de un vecino fue conducido a la cárcel sin 88


orden alguna ni parte”. Siempre en la misma fecha, otro detenido, José Antonio Rodríguez, es­cribe que es, “como consta, un infeliz que apenas con mis jornales y personal trabajo alimento y sostengo mi familia como yo, y por esta razón había querido mi desgracia que me conchavase con los Padres Bethlemitas en su quinta, ignorando los acaecimientos que en el día suceden y por esta causa verme preso”, siendo en todo inocente. El 16 de julio, don Francisco de Neyra y Arellano declara al Go­bierno que se halla en quiebra y no puede pagar la multa que se le impuso. El 3 de agosto se le condenó a pagar solamente dos mil pesos de multa. El 17 de julio, Teresa Delgado, mujer de Baimundo Real, pide la libertad de su marido, preso el domingo, 5 del mismo mes, sin sa­ber por qué. El 21 de julio, Paulina Barríonuevo, mujer de Lorenzo González, dice que desde el día 5 de ese mes, su marido se halla preso “sin otro motivo que el de ser europeo: la causa fué que habiendo ido a acompañar una mujer que se hallaba de visita en su casa, a su re­greso a ella fué encontrado por dicha patrulla y preguntándole qué hacía a aquellas horas en la calle, le contestó manifestándole de adon­de venía, en el momento fue conducido preso sin haber intervenido en otra cosa como lo puede verificar con testigos fidedignos que acredi­tarán su buena conducta y comportamiento en servicio de la Patria”. El 22 de julio, Ramón de Arvides, presenta un escrito en que solicita su libertad y 89


la de su patrón, Ciríaco Barranda. No sabe por qué los han detenido el día 8 de julio. En un informe sobre estos sujetos consta que están presos por denuncias del vecindario. Barranda había sido sentenciado a destierro; pero no aparece en este papel la razón de la causa. Conclusión El 22 de julio, Francisco Muñiz dice que no habiendo hallado un fiador para instalar a medias, con un amigo, una pulpería, fue llevado preso, con la excusa de no tener empleo, y pide su libertad dado que su mujer está por dar a luz. Este hombre tuvo que repetir el pedido el 31 de julio y el primero de agosto de 1812. Esta vez hizo constar que había sabido la causa de su prisión: ser europeo. El 24 de julio, sin causa, pide su libertad. Se hallaba preso desde el día 4 de julio. El mismo día 24 de julio, Juana Gómez, mujer legitima de José Alcina, se presenta a pedir la libertad de su marido, aprisionado por haber tenido amistad con Juan Ramos. Dice que su marido no se trataba con Ramos desde hacía largo tiempo y se constituye, con sus bienes, en fiadora de su inocencia. Justo y santo —dice— es, Señor Escelentisimo, el que se cas­tiguen los delitos y más siendo la clase de los que hoy se persi­guen, pero también soy natural de esta ciudad y aunque en lo natural parezca más propio del amor del marido sofocase el de la Patria, tengo bastante 90


discernimiento para conocer que a este interés ninguno debe aventajarle y por ello si yo siquiera sos­pechase que mi esposo tenía la menor parte, lejos de solicitar su alivio sería su principal acusador, pero como vivo segura de su inocencia por eso es que imploro la piedad de V. E. a efecto de que se sirva tenerla de una familia desolada que no tiene otro recurso para sus diarios alimentos que el trabajo personal de aquel. El 24 de julio José Ballivián, preso, pide su libertad. Recuerda que el lunes, 6 de julio, a las tres de la tarde, el alcalde del barrio me aprendió en mi propia casa, sin más antecedentes que el haber yo cerrado la puerta de mi pulpería por un tumulto de muchos que estaban en la esquina inmediata a mi expresada pulpería, ignorando que el citado alcalde viniese con ellos, por cuya razón mandó le abriese las puertas sin haber yo delinquido en lo más leve. El 29 de julio, Pedro Espadí invoca su libertad, pues fue aprisio­nado sin otra causa que la de “haber venido a ver a un conocido eu­ropeo”. En la misma fecha, se encuentra un escrito de cierto interés para conocer las ideas políticas del momento y la forma de juzgar los acontecimientos de esos años y el nuevo sistema de gobierno. Es el siguiente: «Don Jorge González y don Francisco del Mazo, ante V. E. con toda sumisión dicen: Que el origen del hombre como accidente de la naturaleza no depende de su elec91


ción o deseo. Los conocimientos liberales le señalan por Patria todo el mundo, al ave todo el aire y al pez todo el mar, y es por esto que lo benéfico del suelo radique su existencia, cautive su voluntad y le determine sus deberes. Ellos nacieron en España y están destruidas todas las obligaciones de su origen. El brazo fuerte la subyuga: a la voz de Napoleón cede la obediencia de los pueblos, de las provincias, de los ejércitos. Sólo ha quedado la Isla de Cádiz, sin autoridades legítima­mente constituidas. No hubo un diploma de estilo que habilitase las del anterior reinado. Crearon Juntas según el arbitrio de los déspotas congregados. Variaron de gobierno y los progresos de todos esos Conciliábulos han sido a la paz del mundo vergonzo­sos y criminales. A presencia pues de esos irreparables males y de unas Cortes cuyos apoderados impugnaron la voluntad y quie­tud en que viven los pueblos a quienes representan, no les queda obligación alguna por razón de su origen. Lo dejaron por su elección y tuvieron la felicidad de conducirse a esta deliciosa Capital, y besando su fértil suelo abundante con frutos y en arbitrios lo miraron como su descanso y como Su verdadera Patria. Sus sucesos han sido prósperos para reconocerla por tal, según el testimonio del político Séneca: Patria est ubiqumque bene est. El primero encontró un enlace santo, y la dignidad de sus descendientes recomienda el mérito del Padre. El segundo sentó plaza de soldado en el Regimiento 92


número dos de donde fue rebajado contra su voluntad. Con este motivo se unieron en una fraternidad social, trabajaron acordes y correspondiendo las ventajas a sus desvelos, tienen casa propia y un principal con que giran y se sostienen con moderación. Todo lo deben a la Patria y han manifestado su reconocimiento en su conducta irreprensible, en los activos servicios de la recon­quista y defensa de la ciudad, en su adhesión a la justísima causa de la libertad del hombre, en el horror con que han mirado la conjuración de los malvados, en la prontitud y voluntad con que han contribuido a los prorrateos públicos; en una palabra, en poner al arbitrio de V. E. sus personas y sus bienes sin ambi­güedad, ni reservas. Nada tienen que no sea de la Patria; reconocen como interés personal y público derramar su sangre por la independencia americana. Lo protestan a presencia del Cielo y de la Patria y añadiendo vínculos a vínculos lo juran al Supre­mo Lcx con la señal de la redención del género humano. Así lo ofrecen y lo certificará el Alcalde del Barrio para que con esa constancia se sirva la bondad de V. E. admitirlos y reconocerlos de un modo legal por sus humildes hijos para coronarse con la gloria de Americanos. Por tanto. Así lo expresan del noble y piadoso corazón de V. E. Jorge González de la Puente, Fran­cisco del Mazo.» Estos españoles liberales se consideraban pertenecientes al género humano y reconocían como patria, de acuerdo con el precepto de Sé­neca, el lugar de la tierra 93


en que hallaban su bien. Habían formado sus hogares en Buenos Aires y tenían hijos y negocios en esta ciudad. Por tanto estaban al servicio del gobierno y de los ideales de esta tierra. España la veían perdida bajo el dominio de Napoleón. Amé­rica se gobernaba independiente del déspota francés. La independencia americana era un hecho que ellos estaban dispuestos a defender. No tenían otro delito que el de haber nacido en la Península. El 30 de julio, el subteniente de las milicias provinciales de ca­ballería del partido de San Antonio de Areco, Ambrosio Fernández, refiere que con motivo de un pleito y ser apoderado de su mujer, tutora de sus hijos políticos, se trasladó a Buenos Aires y mientras se hallaba comiendo con dos mujeres, el lunes, 6 de julio, el alcalde del barrio, con una patrulla de paisanos, lo condujo amarrado a la cárcel, sin que él supiese por qué. Pide su libertad. El 31 de julio, Manuel Bentureya dice que cada preso sin causa conocida desde hace veintitrés días en la cárcel, “adonde fui condu­cido en pelotón por el alcalde de barrio don José María Arzac”. Pide que se le ponga en libertad. El mismo día pide también su libertad Pedro Cabrera. Estaba trabajando en la estancia grande de Rodríguez, el Pago de la Magdalena, desde hacía tres meses, cuando el día 6 de julio, a las cinco de la tarde, lo tomaron “tres guardas y me trajeron preso a esta ciudad ignorando hasta la presente el motivo de mi prisión, pues no tengo delito alguno”. 94


El primero de agosto de 1812, pide su libertad José Martínez. No sabe por qué está detenido. Fue aprisionado quince días antes, mientras estaba “ayudando en el despacho de una pulpería a otro amigo suyo”. El mismo día. Hilario Amoedo. natural de Buenos Ai­res y socio de Juan Ermida en la botica de la viuda de Marull, dice que Ermida, enfermo de epilepsia, fue preso y es inocente e incapaz de cualquier pensamiento en contra de la Patria, por lo cual pide su libertad. El 3 de agosto, Segundo Nicolás Pérez, natural de Santa Cruz de Tenerife, islas “adyacentes a las Américas”, fue aprisionado al salir de oír misa de la iglesia de San Miguel, sin motivo alguno, y pide su libertad. El mismo día, Juan Vicente La villa dice que está preso desde hace veinte días por el delito de ser español europeo. No dio motivos de ninguna especie y no se explica el porqué de su prisión. Pide que se le devuelva la libertad. Don Nicolás Marull expone que diecinueve días antes fue llevado preso, con escolta, al cuartel de arribeños, “don­de se me hizo sufrir treinta y seis horas de cepo”, y luego a la prisión de la Cuna, donde está incomunicado. También fueron aprisionados su hermano don José y el dependiente don José Amoedo. La botica de su hermano, “qué está junto al Convento de monjas Catalinas”, quedó cerrada y sus dependientes pasaron a su oficina. Un huésped, el doc­tor don José Tilbe, que acababa de llegar de Córdoba, a empicarse, sin ningún 95


conocimiento, también fue aprisionado. Pide la libertad de todos. El 4 de agosto, Hipólito Vieytes ordenó la libertad, dentro de la ciudad, de don Ciríaco Sainz de Baranda por no habérsele comprobado amistad con fray José de las Animas. Vieytes le fijó la ciudad por cárcel “hasta las últimas resultas de los presentes negocios”. El 5 de agosto, Miguel de Mundarena, carpintero de ribera y obra blanca, pide su libertad, pues se halla preso desde el 5 de julio sin saber por qué. Fue aprehendido en su habitación, estando en la casa pulpería de un paisano llamado Juan de Urrutia. El mismo día, Juan Antonio López, preso y condenado a dos años de destierro en la Ca­rolina y a una fianza de mil pesos, sin saber por qué causa; manifiesta que se somete a la condena, pero pide que se le libre de la fianza por ser pobre, no tener el dinero y no hallar quien se lo preste. El juez no había accedido la primera vez y López pide nuevamente. El 14 de agosto. Herrera decreta que salga inmediatamente a su destierro y se le aplique “la última pena si por relevación de la fianza dejase de presentarse en él como está mandado con el pasaporte que debe dársele”.El 7 de agosto, doña María Exequiel Roberto pide la libertad de su marido Manuel Reguera, preso desde un mes por sospechoso en la causa de la conjuración, y afirma que su marido es inocente y ella no puede vivir sin su trabajo personal, por lo cual pide su libertad. 96


El 10 de agosto, Santiago Otero dice que fue preso el día 6, lu­nes, a las dos de la tarde, en su pulpería, por una partida de paisanos, que nada tiene que ver con los asuntos del día y pide su libertad. El día siguiente, Pedro Francisco de la Rúa, preso desde el 6 de julio por una partida del cuerpo de cívicos, en el barrio de la Recoleta, donde vive, pide su libertad. Al otro día —12 de agosto— José Moure, vecino del puerto de Zarate, preso desde tres meses y medio en la cár­cel de Buenos Aires por “habérseme imputado inteligencia o comuni­cación con los de Montevideo cuando invadieron aquel puerto”, se declara inocente, como lo prueban las investigaciones realizadas y dice que fue denunciado por envidias y odio a su condición de europeo. Luchó en las invasiones inglesas y está “decidido completamente por el sistema de la santa causa de su libertad civil que sostienen sus hijos y a que yo aspiro y aspiraré siempre”. Pide su libertad. El 13 de agosto, Francisco Benito Barbeyto deja constancia que cuando el alcalde de la Santa Hermandad del partido de la Magdalena “me in­timó una orden dimanada por la superioridad de V. E. con el fin de que dentro de tercero día todos los vecinos europeos de aquella ju­risdicción nos retirásemos tierra adentro por los acaecimientos sucedidos en esta ciudad el mes próximo pasado, y habiendo cumplido exactamen­te con la orden y puesto en camino para separarme quince leguas de aquel destino, tuve la precaución de pedir... el correspondiente pa­saporte”. Se 97


le contestó que no era necesario, se puso en marcha y a una legua o dos antes de llegar a su destino una patrulla celadora lo prendió y trajo a Buenos Aires. Pide su libertad. El 14 de agosto, Cle­mente García también pide su libertad, pues fue preso el día cinco, “estando yo trabajando de jornalero”. El mismo día, Ramón Barros, preso, pide su libertad, pues el día cinco del pasado fue aprisionado por siete u ocho soldados del cuerpo de cívicos, “estando yo despachando en la pulpería en que me hallaba de mozo”. El 17 de agosto, Narciso Marull, “asentista de medicina”, dice que el catorce del mismo mes fue puesto en libertad “bajo la pena de exhibir tres mil pesos de multa, según me hizo saber, el juez comi­sionado, doctor don Pedro José Agrelo”, sin ninguna razón. En ese momento se le exigía el pago o la cárcel. No tenía ese dinero ni podía conseguirlo, “ni dable el proporcionarlo en ninguna manera por la es­casez notoria en que está el pueblo”. El Estado le debía catorce mil pesos en acciones liberadas y por ello rogaba que se le rebajasen. El 16 de setiembre pidió que se le trasladase de calabozo, pues había sido preso por haber retirado de la administración de correos una carta de un individuo que vivía en Montevideo. Herrera decretó su libertad “ba­jo el cargo de lo acordado”. El mismo día 17 de agosto, Juan Ignacio Terrada, capitán retirado, graduado de teniente coronel del Regimiento de Artillería Volante, dice que el 14 de ese mes 98


se le comunicó la sentencia de destierro a la Carolina y pide unos días para preparar su viaje y verificar algunas cobranzas y buscar un capataz que dirija su horno de ladrillos, único ramo de su subsistencia durante su destierro. Dos días después, el 19 de agosto, Ignacio Fariña, preso, pide su libertad, pues no hizo más que pasar a la Punta de San Isidro con el objeto de tomar sus aguas medi­cinales en atención de hallarme enfermo de la pierna derecha y de un brazo de resultas de un mal vilioso que hasta ahora pa­dezco, sucede que en unión de otros más que con casualidad nos juntamos, fuimos prendidos y conducidos a esta cárcel. Hemos visto que todavía en el mes de setiembre de 1812 había pedidos de libertad o cambios de sentencias. En fechas que no constan hallamos una solicitud del preceptor de la Escuela de San Carlos, Ru­fino Sánchez, en que pide la libertad del suegro de su hermana, don Narciso Calvento, que había venido de la costa a vivir a Buenos Aires por temor de caer en manos de los de Montevideo. En otro escrito sin fecha, doña María Nicolasa Conesa pide la libertad de su marido, José de Santiago, “de nación gallego”, preso “estando quietos y tran­quilos en nuestra pobre choza, rodeados de cinco tiernos hijos”. En esa oportunidad llegó una partida y lo llevaron preso, “quitándome un mate de barilla que estaba sobre la mesa, única alhaja en algún valor que temamos”. Su marido no tenía amigos, “no anhelando otra cosa que a 99


estar en la quintita con la azada en la mano todo el día”. Doña María Nicolasa estaba segura que su marido no sabía absoluta­mente nada de la conjuración. En la misma forma hablaban todos los detenidos. Cierto es que muy rara vez se halla un hombre culpable que confiesa por sí mismo su delito; pero en el caso de esta conspiración es preciso reconocer que los jueces no probaron uno solo de todos los hechos que atribuían a los cientos de presos. La conspiración vivía en todas las conversacio­nes, como una pesadilla; pero no se encontraba en la realidad.

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V. ACCIÓN DE GRACIAS POR EL DESCUBRIMIENTO DE LA SUPUESTA CONSPIRACIÓN DE DON MARTÍN DE ALZAGA1

Las ejecuciones ordenadas por el Triunvirato asombraron y horro­rizaron a Buenos Aires. La población entera creyó en la verdad de las calumnias. Tan firmes parecían las denuncias y tan seguras estaban las autoridades, que las vacilaciones no eran posibles. Nadie, excepto Juan Martín de Pueyrredon, se atrevió a protestar por las muertes precipitadas, sin verdaderas pruebas para fundarlas y sin dar tiempo a los acusados para defenderse. Los cadáveres aparecían colgados en la plaza mayor y las gentes los contemplaban llenas de infinitas im­presiones. Un fenómeno psicológico especial, propio de todos los casos en que la sangre abunda y la muerte cae sobre gran número de per­sonas, hace que muchas de ellas, en vez de 1. Publicado originariamente en el Boletín Americano del Instituto de Estudios Vascos, N° 34, julio-septiembre de 1958 y N°35, octubrediciembre de 1958.

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sentir compasión hacia los ajusticiados, sientan una emoción tan extraña que les despierte odio hacia los muertos y nuevos deseos de sangre, sin que para ello tengan ninguna razón especial. Así se explica cómo la mayoría de las matan­zas encuentran seres que hacen esfuerzos sobrehumanos para detener­las y otros que se acercan a quienes ordenan las muertes para pedirles nuevas condenas. Estos sentimientos no sólo se descubren entre los que presencian las ejecuciones, sino que despiertan en quienes las juzgan años después de realizadas. Es por ello que la supuesta conspiración de Alzaga ha contado con tan pocos defensores y, en cambio, con tan­tos acusadores. Fiscales gratuitos se han levantado en todas partes, sin más pruebas que su ignorancia, para echar barro sobre Alzaga y demás víctimas y acusarlas de infinitos proyectos criminales. La historia de ha ido de este modo, robusteciendo, y hoy parece absurdo que se pretenda acusar a los jueces y absolver a las víctimas. Buenos Aires vio durante largos días muchos cadáveres de hombres fusilados colgados de horcas en la plaza pública. Un recuerdo de estos hechos lo conservó durante toda su vida el coronel don Manuel A. Pueyrredón. En sus Memorias inéditas, publicadas con prólogo y notas por Alfredo G. Villegas (Buenos Aires, 1947), escribe estas líneas: “En el año 1812 sucedió la conjuración de Alzaga. Después de fusilados, fueron colgados en la plaza pú102


blica. Aquellos fueron los primeros fusilados y colgados que he visto. Pero yo era tan decidido por la Patria que, a pesar de mi corta edad y de ser los primeros, ninguna impresión me causó ver colgados a don Martín de Alzaga, Cámara, Valdepares, Tellechea, Sentenach; éste fue el único que me impresionó un tanto, porque era el maestro de la Academia de Matemáticas, de que mi padre era Segundo, y quedaba sin director aquella escuela.” El panorama más completo, realista y exacto de las muertes que se sucedieron en Buenos Aires lo ha dejado trazado, para la posteridad, don Juan Manuel Berutti, en sus Memorias curiosas o Diario, publicado en la Revista de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires (véase el tomo XII, N° 33, primer trimestre de 1945, Buenos Aires, 1945, págs.. 150-157). Diariamente, el notable cronista anotó lo que veía y los juicios que surgían en su mente. Es un espejo fiel de lo que ocurría bajo sus ojos. Así, el 4 de julio de 1812 consignó el primer dato: “De resultas de una conjuración tramada en contra de la Patria por los europeos, se fusilaron y después fueron colgados en la horca a la expectación pública, tres de elloscomprendidos en este atentado, y fueron don Matías Lacámara, comerciante, yerno de don Martín de Alzaga; Pedro Latorre, comerciante, y Francisco Lacarra, carretillero.” 103


La muerte de alzaga, el 5 del mismo mes, es objeto de una pintura inolvidable. No merece comentarios, pues ninguna reflexión de nuestro tiempo puede acompañarla. “Por comprendido en la misma conjuración y ser cabeza principal de ella, fue fusilado y después colgado en la horca a la expectación pública, Martín de Alzaga, cuyo individuo, después de tantas glorias adquiridas, pudiente y lleno de satisfacciones y honras, vino a los cinco años de ellas a morir por traidor a la Patria, afrentosamente, en una Horca, en medio de la Plaza Mayor, en la que en el tiempo citado se coronó de glorias. Fué su muerte muy aplaudida, que cuando murió se gritó por el público es­pectador Viva la Patria repetidas veces, y Muera el tirano, rom­piendo en seguida las músicas militares el toque de la canción patriótica. Fue tal el odio que con este hecho le tomó el pueblo al referido Alzaga, que aun en la horca le apedrearon y le proferían a su cadáver mil insultos, en términos que parecía un Judas de Sá­bado Santo. Salió al suplicio de la Cárcel pública con su propia ropa, sin gri­llos y sin sombrero, advirtiéndosele mucha serenidad que no parecía que iba a morir. No ha recibido hombre ninguno en esta Capital, después de Liniers, mayor nombre por sus hechos que éste; pero tampoco se le ha quitado en los 300 años de su fundación la vida a otro al­guno con mayor afrenta o ignominia de su calidad que a el, en términos que como 104


ora el cabeza de la perfidia, así también fué odiado, llegando el contento que recibió el pueblo, luego que fué preso (pues se había escapado y ocultado en un rancho más adelante de la casa de ejercicios en donde fué preso), y ejecutada su muerte, a poner tres noches iluminación general en la ciudad en celebridad de haber concluido con el mayor enemigo de la Patria y de la libertad que tan justa y santamente defendemos todos los americanos; habiéndose excedido a tal la alegría del público con la justicia que se hizo de este hombre que se tiró públicamente dinero a la gente común en celebridad, en la Plaza, por varios individuos, y fué enterrado en el Campo Santo de la iglesia de la Santa Caridad, en donde se entierran los ajusticiados.” Buenos Aires, inconscientemente, se iluminó como en un día de fiesta, se alegró con músicas, y algunas personas arrojaron monedas de oro y plata a la muchedumbre para celebrar el asesinato político del precursor de la independencia argentina y del hombre que por dos veces salvó a la ciudad de caer en manos enemigas. Berutti nos traza su retrato físico. Es el único que la historia con­serva como descripción. Sus rasgos coinciden con los de una miniatura en poder de sus descendientes: Este hombre era alto de cuerpo, flaco, seco, muy blanco, muy tieso y sólo sí algo inclinado para adelante; la cabeza cana, pues tenía más de sesenta años y de una cara y aspecto muy respetuoso. 105


Su edad era, en realidad, de cincuenta y siete años, pues había nacido el 11 de noviembre de 1755, en la parroquia de San Martín de Salgo, hoy, San Martín de Ibarra de Aramayona, en la provincia de Alava. Berutti creyó ciegamente en los planes que el gobierno atribuyó a los conjurados. En estas atribuciones vemos flotar las leyendas que comenzaron a circular en torno a Alzaga en enero de 1809, cuando fra­casó en su propósito de crear la primera Junta de Buenos Aires. Di* ce Berutti: La empresa de la conjuración y dirección del proyecto estaba confiada a él, de cuyo carácter turbulento y emprendedor tenían los europeos repetidas pruebas. El plan era el más sanguinario y atroz que se ha visto ni oído decir, pues sólo los demonios del infierno podían ejecutarlo, y era conseguida la victoria, arrestar, fusilar y colgar inmediatamente todos los individuos del Gobierno, los primeros magistrados, los ciudadanos americanos de cré­dito y patriotismo y los españoles más adictos al sistema. Pos­teriormente serían enviados a Montevideo y a otros puntos todos los hijos del país, los indios, las castas y los negros, porque el proyecto era que no hubiese en esta capital un solo individuo que no fuese español europeo. La capital sería mandada en jefe por el autor de la conspiración, Martín Alzaga, sin reconocer depen­ dencia del Gobierno de Montevideo hasta la decisión de las Cor­tes; porque el fin era restablecer el ascendiente de 106


los españoles y volver a los americanos a una situación mil veces más servil que la pasada. Todo esto, como dijimos, era lo que se había echado a correr en 1809, cuando Liniers envió a Alzaga y demás componentes del Cabildo a Patagones. Vienen, ahora, los detalles inventados por el pueblo: El golpe había de haber sido después de media noche, como a las dos de la noche, y según se dice estaba determinado para el cinco del presente, para cuya empresa contaban principalmente con el cuerpo de inválidos veteranos que eran sobre mil hombres, pero dos días antes fué descubierta la maldad por un negro es­clavo que oyó la conversación a su amo, que incautamente se produjo con otro de los conjurados, el cual negro comunicó a una persona de su confianza lo que acababa de oír y por este conducto llegó a noticias del gobierno. Ultimamente, si hubiesen logrado su maldita empresa, habrían concluido con esta gran Capital, pues la envolvían en sangre estos tigres del abismo; pero Dios, que vela sobre el justo, atajó el golpe, haciendo que tres días antes de ejecutarse su inicuo y ti­ránico plan, se descubriera y el autor de él, Alzaga, con catorce hijos, lleno de caudal y respetado, por sólo su ambición de man­dar, perdiese, como se ha visto, la vida en un cadalso, la haya hecho perder a otros, afrentar la familia y quedar la suya en­vuelta en llanto y abochornada, aunque con conveniencias, pues el Superior Gobierno ha castigado el deli107


to de los culpados, pero no ha confiscado sus bienes, por no arruinar sus familias inocen­tes. Aprendan los europeos a ser generosos y desinteresados, que si la suerte nos hubiera sido contraria, todos los bienes de los patricios los habrían confiscado, dejando en la indigencia a sus familias, como en La Paz y otras partes ha sucedido, pues con capa de justicia les han quitado sus bienes y no ha sido otra cosa sino la ambición del oro la que ha ello les mueve, pues su ídolo y Dios que los domina es el dinero y por él por lo que han cometido tantas y tan grandes crueldades y tiranías inau­ditas que cuenta la historia han hecho desde su conquista en este Nuevo Mundo en los 300 años que le han dominado y este mis­mo interés es el que les mueve a no querer perder la prepotencia que tenían; pero se concluyó el pájaro y no lo volverán a pa­ sear más en la jaula. Conclusión La leyenda negra ya estaba en circulación desde el siglo XVIII y tenía convencidos a criollos y españoles. No interesa, ahora, las ideas culturales de ciertos hombres; pero es indudable que ellas influye­ron en sus juicios y en sus estados de ánimo. Existía la creencia de que los españoles habían esclavizado a los americanos desde los tiem­pos más remotos y que su fin era tenerlos siempre en una condición humillante. No faltaban políticos que 108


difundían este modo de pensar. El odio al español y a lo español crecía constantemente. No debe sor­prender si todo Buenos Aires creyó en las fantasías que se hicieron circular acerca de los supuestos proyectos de Alzaga y demás ajusti­ciados. El Gobierno fue el primer convencido y tomó fuertes medidas de precaución. Mil inválidos, de los cuales so sospechaba, fueron en­viados a las fronteras de Luján. Dice Berutti: De estas resultas han salido desterrados sobre mil hombres invá­lidos a las fronteras del Luján, una de las principales fuerzas con que contaban; habiendo salido también desterrado el cura de la parroquia de Nuestra Señora de la Concepción, don Nicolás Cal­vo, gallego de nación, fuera de esta capital a los desiertos de Mendoza, por comprendido en la conjuración, perdiendo su cu­rato y beneficio, sus bienes y privado de todas sus funciones sa­cerdotales de confesar y predicar. A los pocos días hubo otras ejecuciones. El 11 de julio de 1812 fueron fusilados y después colgados en la horca por comprendidos en la misma insurrección José Diez, quintero; Francisco Valdeparea, contador ordenador del Tribunal de Cuentas; Francisco Tellechea, comerciante; Miguel Marcoy, quintero, todos gallegos de nación, y el catalán Felipe Sentenat, teniente coronel de artillería de Ejército y actualmente director de escuelas de matemáticas para la instrucción de los cadetes de las tropas del Ejército, con dos mil pesos de sueldo 109


al año, al que antes de morir se le quitó la casaca siendo deshonorado pú­blicamente; y se sacó sobre un caballo a la vergüenza a que presenciase las muertes de sus compañeros al comerciante de na­ción gallego, Francisco Neyra y Arellano, que va desterrado a la Punta de San Luis, jurisdicción de Córdoba. Las ejecuciones seguían aterrorizando y exaltando a la población. Murió el primer sacerdote condenado por causas políticas. El 13 de julio de 1812. Por el mismo motivo y ser uno de los nombrados General de Caballería, fué fusilado y después col­gado en la horca fray José de las Animas, religioso lego hospita­lario de la religión bethlemítica, de nación gallego, siendo el primer religioso que se ha decapitado en esta capital desde su fundación. Otras muertes se produjeron en los días siguientes: El 16 de julio de 1812. Por la misma causa fueron fusilados y colgados en la horca siete hombres, todos europeos, los que se llamaban Alfonso Castellanos, alférez, que fué antes de morir deshonorado públicamente, habiendo hecho esta ceremonia, co­mo la pasada de Sentenat, el primer ayudante de plaza, don An­tonio Manterola; el segundo y los restantes fueron Luis Purrua, Domingo Mebra, Benito Riobó, Felipe Lorenzo, Valentín Sopeña y Antonio Gómez, y dos más que salieron a caballo a la ver­güenza y presenciar la justicia: de los que no sé el nombre, si­no de uno, Francisco de Neyra. 110


El 23 de julio de 1812. Se fusilaron y colgaron en la horca ocho europeos, comprendidos en la misma insurrección, siendo uno de ellos Hoque Laurel, capitán do artillería graduado de teniente coronel, el que fué antes de morir, públicamente deshonorado. Las medidas alcanzaron también a muchos religiosos que pron­tamente fueron desterrados. Dice Berutti: De resultas de esta conjuración o por comprendidos en ella o por sospecha u otros motivos que el Gobierno tendrá reservados, han salido fuera de esta Capital para distintos conventos expa­triados, todos los religiosos europeos y algunos patricios de los conventos de esta ciudad de Franciscanos, Recoletos, Dominicos, Mercedarios y Bcthlemitas. Los dueños de pulperías, nacidos en España, fueron obligados a venderlas en cualquier forma a personas nacidas en el país. El 28 de julio de 1812. De orden superior se dispuso a los espa­ñoles europeos que tengan pulperías o casas de abasto, que den­tro de tres días las han de poner a cargo de individuos america­nos, en la inteligencia que de no verificarlo se les impondrán las penas a que haya lugar. Cualquier persona que tuviese un arma en su poder era fusilada y ahorcada sin apelación. No se olvide que las armas que se suponía en poder de los conjurados nunca se hallaron. El 30 de julio de 1812. Por habérseles encontrado armas a dos europeos, soldados retirados, han sido en este día fusilados y puestos en la horca. 111


El 6 de agosto de 1812 fueron fusilados y después colgados dos europeos por comprendidos en la conjuración y haberles en­contrado armas, los que fueron... (espacio en blanco) y Joa­quín Fernández, que antes de ser fusilado fué deshonorado pú­blicamente del grado de oficial, pues era teniente de Granade­ros de Fernando 7° que obtenía.. Estas muertes a algunas personas parecían una salvación. Había quien estaba contentísimo de las medidas que tomaba el Gobierno y hacía votos para que se descubrieran y castigasen todos los culpables. Ante un mal grande como podía ser el de la conjuración, era natural que se desease su exterminio. El 10 de julio de 1812 el doctor Fran­cisco Bruno de Rivarola se presentó al Excelentísimo Ayuntamiento, «a nombre de varios vecinos naturales de esta ciudad», para dejar constancia que: excitados del más profundo reconocimiento, ternura y religión hemos entrado en el pensamiento de tributar a la Beatísima Trinidad, Patrona especialísima y titulada de esta Ciudad, una ac­ción de gracias por los innumerables beneficios con que nos colma por los inexplicables males de que ha librado a este pueblo y familia, de la secreta horrorosa conspiración descubierta prodi­giosamente. Al efecto deseaba destinar un domingo para este acto de religión en la Santa Iglesia Catedral donde se solemnizaría con patencia de todo el día, sermón y Te Deum; pero como para determinar el día fijo que pueda anunciarse al público y proceder a las demás diligenciad que 112


oreemos indispensables, necesitamos el permiso de V. E. para evitar cualquier impedimento que pudiera ocurrir al Gobierno Superior o a V. S., esperamos por lo mismo que poniéndose de acuerdo ai fuere necesario nos franquee su resolución para proceder a la nuestra. El mismo día, el Cabildo contestó, con las firmas de Riglos, Lezica, de Jonte, Sarratea y Anchorena. que más adelante fijaría el día para la acción de gracias. El Cabildo aprecia sobremanera los piadosos sentimientos que se expresan dignos de tan beneméritos patriotas y en su virtud consultará oportunamente al Superior Gobierno para anunciar de acuerdo el día propicio a rendir tan justo y plausible homenaje. (Documento original en el archivo particular del doctor Mario César Gres, a quien agradecemos su lectura). El triunfo sobre los pobres inocentes asesinados debía ser feste­jado primero por el Gobierno y luego por los particulares. Por ello no se contestó en seguida a los ciudadanos que deseaban agradecer a Dios tan necesario derramamiento de sangre. El 7 de agosto Chiclana, Pueyrredón y Rivadavia dieron el siguiente bando: El Gobierno Superior Provisional de las Provincias Unidas del Río de la Plata, a nombre del Señor don Fernando VII: Por cuanto ha determinado que el próximo domingo 9 del corriente se celebre en la Santa Iglesia Catedral una solemne función de acción de gracias al Ser Supremo, por la muy especial protec­ción que se ha 113


dignado dispensar a la Patria en el descubrimien­to de la horrorosa conjuración que iban a ejecutar contra este ilustre y benemérito pueblo algunos españolea malvados y ene­migos del nombre americano, para disolver el Estado, destruir su gobierno y entregar las provincias a la venganza de los tira­nos, después de haber derramado la sangre de los ciudadanos más recomendables por sus virtudes patrióticas: Por tanto, man­da el Superior Gobierno que concurran a un acto tan debido todas las autoridades, vecinos y habitantes de esta capital, solem­nizando su regocijo con iluminación general extraordinaria en los días 8, 9 y 10 del corriente, y con demostraciones de patrio­tismo en que se guarde el orden y se consulte el decoro y digni­dad que forma el carácter del pueblo de Buenos Aires, que se haga saber esta determinación por bando que se publicará y fi­jará en la forma de estilo. (Fué publicado por José Antonio Pillado, en Golpe en vago, Buenos Aires, 1903). La gran función se celebró el 9 de agosto en la Catedral. Berutti se refiere a ella en su diario y dice: «En la Catedral se hizo una solemne función con Te Deum en acción de gracias a la magestad divina por el singular beneficio de haber librado a esta ciudad de la terrible conjuración tra­mada por los europeos enemigos de nuestra causa; a la que asistió el Excelentísimo Superior Gobierno y demás autoridades; ha­biendo habido tres noches de iluminación general que se prin­cipió ayer 8 y acaba mañana 10. 114


Los festejos continuaron. Mientras unas familias lloraban por las muertes injustas de sus padres, hijos o hermanos, acusados falsa­mente de conspiradores, el populacho y las familias que se habían li­brado de la calumnia o la fantasía festejaban la supuesta salvación de la Patria. El Gobierno, siempre generoso con quienes podían sos­ tenerlo, resolvió indultar a los desertores y dar otras gracias. El 13 de agosto promulgó, por tanto, el siguiente bando: El Gobierno Superior Provisional de las Provincias Unidas del Río de la Plata, a nombre del Señor don Fernando VII: Por cuanto: en celebridad del triunfo de la Patria sobre los conju­rados que intentaban aniquilar su existencia, ha determinado este Superior Gobierno que se pongan en libertad todos los oficiales y soldados de los cuerpos de la guarnición que se hallen actualmente presos por delitos que no tienen señalada la pena de muerte, in­dultando a todos los desertores que se presenten dentro de un mes desde la fecha de esta disposición. Por tanto y para que llegue a noticias de todos, se publicará por bando en la forma ordinaria, fijándose ejemplares en los parajes de estilo e injer­tándose en la Gaceta.» El 18 de agosto el mismo Rivarola, que deseaba con tanto empeño festejar los triunfos del Gobierno, volvió a dirigirse al Cabildo: en reverente solicitud suplicando se digne V. E. manifestarme su resolución y acuerdo prevenido en decreto de 10 de julio que acompaño y si po115


dremos asignar para este público religioso ho­menaje el día 30 del presente mes, no sólo por ser ese día se­ñalado con la gloriosa memoria de una grande Santa, natural de nuestra América del Sud, sino muy principalmente porque de­seando no retardar los sentimientos en que vivimos de gratitud a la Beatísima Trinidad por los visibles prodigios que obra en nuestro beneficio y por la justa causa en que nos hemos empe­ñado. Por esto es que a V. S. suplico se digne determinar lo que pareciere más conveniente y conforme a los deseos de mis re­presentados. El mismo día, el Cabildo contestó: «No hay inconveniente en que el representante haga celebrar la fiesta que se expresa.» (Documento original en el archivo particular del doctor Mario César Gras). No sabemos en qué fecha se realizó el Te Deum preparado por el doctor Francisco Bruno de Rivarola, pero, en cambio, Berutti nos detalla con pormenores los festejos que se llevaron a cabo en la pa­rroquia de San Nicolás. El 23 de agosto de 1812. En la Parroquia de San Nicolás se hizo una solemne función, de acción de gracias dedicada a la Santí­sima Trinidad, Patrona titular de esta Ciudad, con su divina magestad manifiesto todo el día, en debido reconocimiento de ha­ber librado a este pueblo, con el descubrimiento que se hizo, de la conjuración tramada por los europeos españoles, cuya función la costeó el vecindario del cuartel N9 12, para el cual recojo de limosna fué nombrado su Alcalde de Barrio de dicho 116


cuartel N° 12, don Juan Manuel Berutti que la promovió, y se efectuó con la mayor magnificencia posible en estos términos: Toda la torre en sus cuatro perillas estaba puesta una bandera celeste y blanca de seda y cubierta por los cuatro frentes de una iluminación espléndida, como también lo demás del frontis de la iglesia de cuya ventana del coro salía otra igual bandera si­guiendo dicha iluminación toda la feligresía (a quienes se les había suplicado la pusiesen) que sus vecinos a porfía se esme­ rasen en ponerla en abundancia, siendo esto la víspera a la noche como varias ruedas de fuego que en diversas ocasiones ar­dían, de hermosas luces, cohetes voladores, bombas artificiales, cohetes de mano y masas que iluminaban el frente del templo. También el mismo frente de la iglesia se puso un hermoso ta­blado adornado de tapices de damasco y faroles de cristal en donde había una famosa orquesta de música que acompañaba a cuatro niños que vestidos de indios con su bandera en la mano uno de ellos y otra en el tablado cantaban de tiempos en tiem­pos varias canciones llanas y por punto de solfa, con mucha gra­cia y primor, alusivas a la libertad de la Patria. La iglesia se adornó con la mayor esplendidez y grandeza posi­ble. Cantó la misa el Provisor don Diego de Zavaleta, predicó fray Mariano Piedra Buena, religioso franciscano, el señor Go­bernador intendente Azcuénaga, los dos señores alcaldes de Ca­bildo y el Comandante de las tropas auxiliares de Chile con su oficialidad. 117


Concluida la función se echó al público desde el coro de la iglesia por la calle a la gente una porción de papeletas dibu­jadas de colores, con un letrero que decía en unas «Viva la Pa­tria y su independencia», en otras «Viva la América del Sud», y así a este tenor las demás, y desde el tablado se gritó: «Viva la Santísima Trinidad, Viva la Patria y Viva nuestras autoridades», tirándose en seguida al público mucho dinero, lo cual se repitió a la tarde después de la reserva; de manera que en todo, inclu­yendo dos músicas más que había y la espléndida comida que dió el Alcalde a los de la misa, predicador y varios ciudadanos de condecoración, con el refresco general que se puso en uno de los cuartos de los curas de chocolate, biscochos y bebidas de licores, se gastaron más de 600 pesos. En esta descripción, interesante para conocer las costumbres de nuestra ciudad, hay un dato de suma importancia, olvidado por los historiadores que se han dedicado al estudio de los orígenes de nues­tra bandera y de sus colores. En ella consta que el 23 de agosto de 1812, en las cuatro perillas de la torre de la iglesia de San Nicolás, de Buenos Aires, ondulaban cuatro banderas de seda con los colores celeste y blanco: «una bandera celeste y blanca de seda». No consta en qué forma estaban dispuestos estos colores; pero lo indudable es que estos colores se usaban en Buenos Aires mientras se había prohi­bido su uso a (Manuel Belgrano. Sabido es que Belgrano enarboló 118


en la población del Rosario una bandera con los mismos colores el día 23 de febrero de ese mismo año de 1812. Las banderas enarboladas en Buenos Aires nada tenían que ver con la de Belgrano. El hecho demuestra que en Buenos Aires esos colores eran usuales, corrientes y simbólicos de lo nacional y de la independencia. Quién confeccionó las cuatro banderas celestes y blancas, de seda, que flamearon en Buenos Aires el 23 de agosto de 1812, es un misterio. Esos colores eran los de las escarapelas autorizadas por el Gobierno. La ciudad tuvo que ver, todavía, otras ejecuciones. Dice Berutti que el 16 de. Setiembre se ahorcaron tres gallegos y un portugués que prendieron en un bote en el rio de las Conchas por piratas y por haber echado al río vivos con una piedra en el pescuezo a varios hombres que estaban haciendo leña en los montes de las islas del Paraná, los cuales piratas salieron a este fin de la plaza de Montevideo. Como consta por el proceso que se les levantó y hemos analiza­do, el hecho de haber arrojado a los leñadores al río con una cuerda al cuello y una piedra no figura en el mismo. Es una prueba más de que el Gobierno, para justificar sus ejecuciones, agregaba o inven­taba los detalles que más necesitaba.

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MartĂ­n de Alzaga y su descendencia

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MARTÍN DE ALZAGA Y SU DESCENDENCIA1

Nació el 11 de noviembre de 1776 en el pueblo de San Martín de Ibarra en el Valle de Aramayona, provincia de Alava País Vasco Español, hijo del Hidalgo José Francisco Alzaga y Manuela Olavarría. El apellido significa en euskera “abundancia de árboles de especie alisos”. Por decisión de su padre, a los 12 años de edad salió para América, haciendo el recorrido a pie hasta el puerto de Portugalete, próximo a Bilbao, donde embarcó hasta la Coruña en Galicia y luego a Cádiz de donde partían los navíos hacia Buenos Aires. Aquí será recibido y protegido por el importante comerciante vasco Gaspar de Santa Coloma, quién casado con Da. Flora de Azcuenaga será su amigo dilecto y padrino de la boda con María Magdalena de las Carreras Inda de 15 años de edad en 1780 a los 25 años de edad. 1. Discurso del Capitán (R) y Lic. Mauricio Goyenechea en el acto de homenaje a D. Martín de Alzaga por el bicentenario de su muerte, el 5 de julio de 2012, en el salón “Anasagasti” del Jockey Club de Buenos Aires.

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De este matrimonio nacieron 26 hijos de los cuales 13 murieron casi al nacer. Con apoyo económico de Santa Coloma inició sus actividades comerciales en forma independiente, especialmente en el trafico marítimo con Cádiz y también por tierra con Chile y el Perú, lo que lo hizo en poco tiempo el hombre mas rico del Virreinato y probablemente de toda la América Española. Su agente en Cádiz era Agustín Arribillaga y, por única vez, Alzaga viajó a España en 1783. Alto, delgado, era tenaz , intransigente , generoso, solemne y duro al igual que altivo. Otro Alzaga, de origen Vizcaíno, había llegado al Río de la Plata antes y era Mateo Ramón de Alzaga, nacido en Castro Urdiales en 1732 que alcanzó prominentemente situación social y económica en la sociedad colonial. Un sobrino de éste, José de Urquiza y Alzaga, casó en 1762 con Cándida García cuyo penúltimo hijo fue el Gral. Justo José de Urquiza, vencedor en Caseros de Rosas y primer Presidente Constitucional en Argentina. La señora García, viuda en 1786 de José de Urquiza y Alzaga, volvió a casarse con el Brigadier Cornelio de Saavedra, luego Presidente de nuestra primera Junta de Gobierno Patrio. Todas estas familias vivían en el barrio de San Ignacio junto con los Santa Coloma, Basabilbaso, Telechea y Azcuenaga. 124


De los hijos de D. Martín de Alzaga: Referiré aquellos que tuvieron protagonismo histórico, tal es el caso de: CECILIO DE ALZAGA

Su primogénito nació en Buenos Aires en 1785, educado en el Real Colegio de San Carlos, al cual se podía ingresar con prueba de “Limpieza de Sangre”. Acompaña a su progenitor en los negocios y marchó a Cádiz en 1805 en la fragata “La Lucia” de su padre, regresando a Buenos Aires después de la Reconquista de la misma. En 1811 ante la situación de intemperancia y persecución a los españoles europeos del Gobierno Revolucionario, emigró a Montevideo donde gobernaba el vasco amigo de D. Martín, Francisco Javier de Elio, que luego será el último Virrey del Río de la Plata, dejando a su novia Myriam hija de D. Santiago Altolaguirre en Buenos Aires. Participó en la Defensa de Montevideo ante el sitio del gobierno porteño. Luego en 1812 ante la muerte de su padre vuelve a Montevideo y abandona para siempre a Buenos Aires. Realiza allí negocios ganaderos con Cádiz, se casa con Luisa Francisca Martínez, santafecina, con la cual tuvo 3 hijos, y luego se traslada a Río de Janeiro entre 1814 y 1818. Quiso organizar la recuperación de 700 prisioneros que se encontraban en Dolores (provincia de Buenos Ai125


res) después de la caída de Montevideo en 1814. Luego se trasladó a Cádiz donde estaba su hermana Lucia casada con José de Requena, quien estaba a cargo allí de los negocios de la casa Alzaga. En 1825 preparó para la Corte un plan de reconquista del Virreinato y también la defensa de la isla de Chiloé en Chile que aún continuaba leal a la Corona, sin que dichos proyectos se concretaran. También preparó un proyecto de Código de Comercio para Uruguay en 1836. GRAL. FÉLIX DE ALZAGA

Segundo hijo de D. Martín nacido en 1792, educado en el Real Colegio de San Carlos de Buenos Aires, a los 21 años casó con Cayetana Pérez con quien tuvo 6 hijos y vivía en la actual calle Belgrano frente a la Iglesia de Monserrat, también en un ambiente de persecución se hizo cargo de los negocios y de las propiedades rurales de la familia. Era gallardo, arrogante, altanero, e inteligente, logró superar la crisis de la casa Alzaga en Lima y tuvo al apoyo permanente del Sr. Martínez de Hoz. Alzaga viajó a España en 1817 y luego apoyó el Directorio de Posadas y integró en 1828 la Junta de Representantes de Buenos Aires. Estuvo al mando del batallón de pardos y morenos y como Coronel fue comandante del IV batallón, sus socios en el negocio marítimo eran 126


Félix de Alzaga

José Aguirre, José Julián Arriola y Vicente Casares entre otros. En 1822 el Gobierno de Buenos Aires, le encomendó una misión a Chile para reclamar a O’Higgins la deuda originada por la emancipación de dicho país que no tuvo resultado y por lo cual también fue al Perú para plantear el tema a Bolívar, asimismo llevaba la propuesta de nuestro gobierno para que firmaran una “Convención preliminar de paz con España”, que tampoco prosperó. Apoyó los gobiernos de los Generales Viamonte y Balcarce y a Rosas en su primera gestión, cuestionándolo a éste cuando su gobierno evolucionó a un autoritarismo. Inició la recuperación de los bienes de la familia ante 127


el Gobierno de Buenos Aires y constituyó una sociedad minera con Riglos, Sarratea y Ambrosio Lezica. Se le otorgó en el Gobierno de Martín Rodríguez por enfiteusis grandes extensiones de campos con lo cual, mas las adquisiciones que realiza, tiene 300.000 hectáreas en la provincia y 136 leguas cuadradas de la Primera Sociedad Rural en la Argentina de la cual fue Presidente, casi todas pobladas con ovinos y vacunos. También reclamó las propiedades rurales que la familia había perdido en el Uruguay. En 1839, al participar sus hijos Martín Gregorio y Félix Gabino en la Revolución de los Hacendados denominada “Libres del Sur”, deben huir ambos hermanos al Uruguay ante el eminente peligro de ser degollados por Rosas. Dicho suceso motivó la confiscación de todas las propiedades rurales e inmuebles de la familia, poniendola en situación de quebranto. Recién Rosas en 1846 comenzó a devolver los bienes a la familia, falleció en Buenos Aires en 1841. Era vivaz, tenía genio y buen nivel intelectual, siendo también hombre de empresa. MARTÍN GREGORIO DE ALZAGA

Era el mayor hijo del Gral. Félix de Alzaga y nació en Buenos Aires en 1814. Como se dijo, tras la Revolución de los Hacendados, debió huir al Montevideo y luego 128


Felicitas Guerrero de Alzaga

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pasó a Brasil a Río Grande do Sul, teniendo una relación sentimental con la señorita María Caminos, con la cual tendrá varios hijos. Regresó a Buenos Aires con la autorización de Rosas en 1846. Recuperó las estancias perdidas y las haciendas robadas, constituyéndose en poderoso hacendado, siendo dentro de las estancias emblemáticas “La Postrera” con 4.000 hectáreas que inspirará al poeta Hilario Ascasubi el poema de “Santos Vega” y “Laguna de Juancho” en el pago del Tuyu de 33 leguas. A los 48 años, Martín Gregorio se enamoró de una niña bellísima de 16 años, Felicitas Guerrero, hija de un español, con la cual se casó y tuvo un hijo Félix Francisco Solano que falleció a los tres años en 1869 y luego el segundo falleció el día del nacimiento. Esta boda que conmovió a toda la sociedad y los sucesos posteriores a la misma, tras el fallecimiento en 1870 de Martín Gregorio, originará novelas y películas ya que se trataba del casamiento de la fortuna más importante de Buenos Aires con una señorita de medianos recursos que quedará como heredera universal de los bienes por testamentería. El suceso trágico al morir la viuda por asesinato del despechado Ocampo ante el anuncio de compromiso con Sáenz Valiente, tiene un carácter sobre el cual no me voy a extender. La Iglesia de Santa Felicitas en Barracas, recuerda, por donación de los Guerrero el suceso mencionado. Su hijo con María Caminos, “Martín de Alzaga (h)”, nacido en 1852 y muerto en 1892, se casó con Ernestina 130


Pérez Arana, hija del Dr. Roque Pérez, fallecido en 1871 con la epidemia de la fiebre amarilla, y de Mercedes Arana Belaustegui. Fue abogado, liberal, tuvo activa participación política, fue Ministro de la Provincia y terrateniente. Una estación del ex Ferrocarril Sur, lleva el nombre de su hija Mercedes. Perteneció a la alta sociedad porteña al igual que sus descendientes. FÉLIX GABINO DE ALZAGA

Hermano de Martín Gregorio, nacido en 1815 en Buenos Aires, segundo hijo de Félix y Cayetana Pérez, como se dijo, participó en la Revolución de los Hacendados y regresó al país con la autorización de Rosas en 1846, se dedicó a la ganadería y los campos de la familia. Casó con Celina Piñeyro de 17 años. Las propiedades de su esposa en el actual partido de Magdalena, eran de 20 leguas cuadradas entre las cuales se encontraba, una de las estancias más antiguas de la Colonia “El Rincón de Noario”, que originalmente perteneció a María Ignacia Echeverria, vivieron en la calle florida y tuvieron 14 hijos. Alzaga era gentil y generoso y Celina su viuda vivirá en la mansión de Av. Alvear y Rodríguez Peña, que aún subsiste, y donde nació Emilio Félix de Alzaga.

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Félix Gabino de Alzaga (p.)

MARÍA CAROLINA DE ALZAGA

Hermana de Martín Gregorio y Félix Gabino, nació en 1822 y casó con el poderoso comerciante y terrateniente salteño y de origen vasco D. José Gregorio de Lezama, quien también tenía inclinaciones filantrópicas. Rosas fue el padrino de la boda, Lezama se casará con su cuñada Ángela de Alzaga, quien por herencia de su esposo será propietaria del palacete donde hoy se encuentra el Museo Histórico Nacional en el Parque Lezama que 132


donará, en parte, a la Municipalidad con todo el terreno colindante. Murió en 1904.

Unión de la familia Alzaga con los Unzue RODOLFO JORGE DE ALZAGA:

Hijo de Félix Gabino y Celina Piñeyro, casó con Ángela Unzue, hija de Saturnino Enrique Unzue y Concepción Cristina Capdevila en 1877, quién falleció sin sucesión a los pocos años, tras lo cual se volvió a casar con el hermano mayor de su ex marido y cuñado Félix Gabino en 1884. A su vez su hijo Emilio Dionisio de Alzaga Piñeyro (el menor) casó con María Florentina Moreno en 1908 de cuyo matrimonio será nuestro ex Miembro y caballero a carta cabal D. Emilio Félix de Alzaga Moreno, la belleza de la señoritas Moreno era tal que el célebre poeta modernista Rubén Darío les dedicó el siguiente poema: a María Isabel Moreno: “Ayer el pavimento sonoro de Florida sintió trotar el tronco de potros de Inglaterra que arrastraban la victoria donde el amor convida la faz de la morocha más linda de la tierra”. Y a María Florentina: 133


“El coche se perdía camino de Palermo cuando pasó a mi vista sentada a su cupe una divina rubia que como un niño enfermo tendrá triste y pálida su faz de rosa té”. Nuestro inolvidable Emilio de Alzaga, era culto, vasquista, su hermano Fernando fue Coronel del Ejercito y Marcelo mañana cumple 90 años. Cabe señalar, también que el ex Presidente de la Nación Dr. Manuel Quintana, era bisnieto de D. Martín de Alzaga por parte materna, quién murió en ejercicio del poder en 1906. VOLVIENDO A LOS UNZUE:

D. Francisco de Unzue y Echeverria, nació en Tirapu, cerca de Pamplona en el Reino de Navarra en 1778, en un pequeño pueblo que era tierra de labradores y lobos. Fue Regidor del Cabildo de Buenos Aires y exitoso comerciante, llegando al Río de la Plata a fines del siglo xviii. En 1877, como se dijo, su nieta Ángela Unzue casó con Rodolfo de Alzaga y tras la muerte de éste, con su hermano Félix Gabino 1884. Asimismo, los Unzue, estaban emparentados con los Alzaga de Vizcaya, ya que Santos Unzue se caso con una bisnieta de Mateo Ramón de Alzaga, eran poderosos estancieros y tuvieron activa participación política, también en sus campos fueron arrasados por los malones de los indios., eran banqueros y empresarios con gran figuración social, y 134


dieron apoyo a la Campaña al Desierto del Gral. Roca. La hija de Saturnino Enrique Unzue y de Concepción Capdevila, nacida en 1886 casará con Carlos Casares en 1893. Estamos ante una dinastía de enorme relieve en la sociedad argentina, con los mayores patrimonios familiares posiblemente de toda nuestra historia y dueños de la manzana de la Av. Alvear, Cerrito, Libertad y Posadas (ex quinta de Otarola) donde, en parte de la misma, se encuentra el prestigioso Jockey Club que hoy nos cobi-

María Unzue de Alvear y Ángela de Alzaga Unzue (AGN)

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ja y que perteneció en el último tiempo a Concepción Unzue de Casares (Cochonga) y a su hermana María Unzue de Alvear, quienes aparte de las estancias tienen propiedades importantes en San Isidro, Mar del Plata y Paris, compartieron la vida social de la Belle Époque, junto con otras familias de estirpe vasca, con los Aguirre, Anchorena, Apellaniz, Riglos, Uribelarrea, Lezica, Elia y Pereyra Iraola y también de otro origen como los Alvear, Madero, Ocampo, Aldao y se dedicaron a realizar una extraordinaria obra de caridad y beneficencia cuya enumeración requeriría un estudio específico. FÉLIX SATURNINO DE ALZAGA UNZUE

Nació en 1885 en la mansión de la calla Florida y vivió también en la misma, siendo hijo de Félix Gabino de Alzaga Piñeyro y de Ángela Unzue, fue un gran deportista de pelota vasca en la Plaza Euskara, practico el fútbol, tiro, remo, y helipismo al igual que la cría de caballos de carrera. Fue Miembro Fundador del Automóvil Club Argentino y participó en los orígenes de la aviación militar junto al Ingeniero Horacio Anasagasti. Integró las comisiones directivas del Jockey Club, tuvo stud en Argentina y Francia (Chantilly) al igual que los Atucha, Zubiaurre y Madariaga, vivió mucho tiempo en Paris, casó con Elena Peña Unzue, siendo también estanciero muy importante, participó en la Liga Patriótica y en 136


la Legión Cívica en 1934, fue Presidente de éste Jockey Club desde 1935 a 1940 y luego otra vez desde 1945 a 1950, tuvo la satisfacción de inaugurar el Hipódromo de San Isidro, en la ex chacra de Aguirre, falleció en 1974. Vivió también en esta casa.

Félix S. de Alzaga Unzue y Sra. en la rambla de Mar del Plata (AGN)

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RODOLFO DE ALZAGA UNZUE

Nació en 1896, hermano del anterior, casado con Agustina Rodríguez Larreta en 1920, fue directivo de la Sociedad Rural Argentina y tuvo una entrañable amistad con monseñor Miguel de Andrea. Fue Presidente del Banco de la Provincia de Buenos Aires en 1944 y falleció en 1956.

María Florentina Alzaga Moreno (AGN)

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MARÍA UNZUE DE ALVEAR

Hermana de Concepción, fue gran benefactora y organizadora del Congreso Eucarístico de 1934. El Vaticano le otorgó el título de Marquesa Pontificia. Dueña también de esta casa. MARTÍN MÁXIMO PABLO DE ALZAGA UNZUE (Macoco)

Hijo de Félix Gabino y de Ángela Unzue, todo un personaje de la época, aficionado al deporte, nadador y boxeador y sobre todo automovilista de las primeras épocas en las carreras de nuestro país, Monza en Italia e Indianápolis en EEUU, vivía en París en la Av. Foch. Era un “playboy” y una persona muy querida, falleció en Buenos Aires en 1960. RODOLFO DE ALZAGA UNZUE (Rolo)

Sobrino de Macoco, nació en 1930 y fue un gran automovilista, falleció en 1994. EMILIO FELIX DE ALZAGA MORENO

Como dijimos fue una figura de gran señorío y cultura de Buenos Aires, conferenciante, con participación activa en nuestra Institución, estaba casado con Magda139


Entraa de la Avenida Alvear 1345, residencia de テ]gela Unzue de Alzaga y Concepciテウn Unzue de Casares (AGN)

Vista interior de la Residencia de la Sra. テ]gela Unzue de Alzaga, en Av. Alvear 1345 (AGN)

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lena de Elia Costa Paz, alguno de sus hijos se encuentran presentes esta noche. ENRIQUE WILLIAMS ALZAGA

Hijo de Orlando Enrique Williams Alcorta y de Delia Alzaga Piñeyro, nieto de Félix Gabino de Alzaga y de Celina Piñeyro, y desdendiente de D. Martín de Alzaga. Escritor y autor de importantes trabajos históricos. Entre sus libros, figuran los siguientes títulos: >Cartas que nunca llegaron : Guadalupe Cuenca y la muerte de Mariano Moreno (Emecé Editores). >La Pampa en la Novela Argentina (Emecé Editores, 1955). >Vidas y paisajes (Emecé Editores). >Cinco relatos (Emecé Editores). >Fuga del Gral. Beresford, 1807 (Emecé Editores). >Martín de Alzaga : En la Reconquista y Defensa de Buenos Aires (1755-1812) (Emecé Editores).

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Finalizamos esta breve síntesis de los descendientes de D. Martín de Alzaga, destacando su permanente presencia en la vida argentina, sus sentimientos religiosos y caritativos, su carácter caballeresco al igual que el mayor prestigio social. Realmente, honraron al Prócer de quien descendían y que hoy evocamos. Mauricio Goyenechea.

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Sobre los autores

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ENRIQUE DE GANDIA

Enrique de Gandia (Buenos Aires, 1º de febrero de 1906 - 18 de julio de 2000) fue un historiador y sociólogo argentino, autor de más de un centenar de libros. Por haber nacido en una familia con buena posición económica, hijo de un español y una italiana, vivió en su juventud en Francia (Niza), Italia y España. Su regreso a la Argentina tuvo lugar a la edad de 19 años. A los 23, volvió a Europa, estudió en la Universidad de La Sorbona de París y en la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid. Su estancia en España le permitió acceder a importantes bibliotecas y archivos en Madrid y Sevilla, como el Archivo General de Indias, por lo que alcanzó gran profundidad en el estudio de la América hispana. En aquellos años, se interesó también por la Edad Media y pasó una temporada en el benedictino Monasterio de Silos. Vuelto de nuevo a Buenos Aires, publicó, en 1927, Dónde nació el fundador de Buenos Aires y, en 1928, Nuevos datos para la biografía de Juan de Garay. Empezó a destacar en el campo de los estudios históricos cuando publicó, en 1929, Historia del Gran Chaco y, posteriormente, Historia crítica de los mitos y leyendas de la conquista americana. Ejerció la docencia, siendo profesor de la Escuela Nacional de Bellas Artes (1948), de la Universidad de 145


Morón (1960) y de la Universidad de Belgrano (1967), habiendo sido cofundador de estas dos últimas. También ocupó la cátedra de Ciencia Política en la Universidad Kennedy (1991). En 1948 fue director del Museo Municipal de Buenos Aires (hoy Museo Histórico de Buenos Aires “Cornelio de Saavedra”). Su trayectoria fue reconocida con la designación como miembro de número de las academias nacionales de Historia (1930), Ciencias Morales y Políticas (1938), Geografía (1985), y de la Academia Nacional de Ciencias (1987). Fue miembro correspondiente de la Real Academia de la Historia de Madrid y, en 1930, como numerario. En 1933 participó en la fundación del Instituto Nacional Sanmartiniano. En 1930 fue cofundador del Instituto Paraguayo de Investigaciones Históricas; esta institución y el Instituto Histórico y Geográfico del Paraguay lo designarían miembro honorario. Recibió numerosos premios y reconocimientos, entre ellos el Premio Konex 1984, la designación del gobierno de Portugal como Comendador de la Orden de Enrique el Navegante (1991), doctorados honoris causa de la Universidad Nacional de Asunción y de la Universidad del País Vasco. Asimismo, fue Miembro Fundador de la Fundación Vasco Argentina Juan de Garay, de la cual recibió una distinción por su trayectoria en el año 1988. Fue considerado por Paul Gallez, miembro y fundador de la Escuela Argentina de Protocartografía. Fue el 146


primero en especular que la cuarta península de Asia (a veces llamada Península de Cattigara) en los mapas antiguos fuera América del Sur, en su libro Primitivos navegantes vascos. Está enterrado en el cementerio de la Chacarita de Buenos Aires.

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LIC. MAURICIO GOYENECHEA

Bachiller y Diploma de Honor en el Colegio San José de Buenos Aires.Capitán de Caballería, retirado por accidente de servicio en 1974. Durante el período militar, fue Oficial de la Escuela de Caballería e Instructor de los cadetes del Colegio Militar de la Nación. Secretario de Embajada del Consulado Argentino Bilbao, fundador en Bilbao del Instituto Vasco Argentino Juan de Garay. Licenciado en Ciencias Políticas y Sociología en la Universidad Complutense de Madrid (1981). Secretario Privado del Ministro del Interior (1982-1983). Secretario y Miembro Fundador de la Fundación Vasco Argentina Juan de Garay en Buenos Aires. Empresario de Turismo Rural.

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ISIDORO RUIZ MORENO

Es Doctor en Derecho y Ciencias Sociales. Ejerció la profesión de abogado durante treinta años y fue profesor titular en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. Es profesor en la Escuela Superior de Guerra del Ejército, miembro de número en la Academia Nacional de la Historia y en la Academia Nacional de Ciencias Políticas, e integrante del Consejo Superior del Instituto Nacional Sanmartiniano. Autor de numerosas obras sobre Historia Política, Derecho Constitucional, Relaciones Internacionales e Historia Militar, siendo premiada La lucha por la Constitución por la Facultad de Derecho, y Relaciones hispano-argentinas, por la Academia Nacional de la Historia. Ha dirigido la Revista de Historia Entrerriana, y la Revista Histórica, editada por el Instituto Histórico de la Organización Nacional, que fundó y presidió. Sus últimos libros comprenden las operaciones militares argentinas desde 1776 hasta 1884. Pertenece a la Orden de Caballería del Santo Sepulcro, de la cual fue Lugarteniente en Argentina, habiéndosele concedido la Gran Cruz de la misma. También es Comendador en la Orden de Servicios Distinguidos del Ejército, y Caballero en la Orden al Mérito de Italia. Posee las Palmas Sanmartinianas otorgadas por la Secretaría de Cultura de la Nación (Instituto Nacional Sanmartiniano). 149


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Índice M artín

de

A lzaga

Precursor de la Independencia Argentina Palabras del Presidente.............................................. 7 Prólogo........................................................................ 9 Alzaga y la Independencia....................................... 11 La supuesa conspiración de Alzaga i. Martín de Alzaga, precursor de la Independencia argentina.................................................. 29 ii. El estallido de la supuesta conspiración de Alzaga........... 39 iii. Las armas de la conspiración atribuida a don Martín de Alzaga...................................................... 55 iv. Los presos por la supuesta conspiración de Alzaga.......... 81 v. Acción de gracias por el descubrimiento de la supuesta conspiración de don Martín de Alzaga............ 101

Martín de Alzaga y su descendencia.................... 121 Sobre los autores.................................................... 143

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