De reseros y jilgueros
Juan Rosario Perinot
E der
De reseros y jilgueros
colecci贸n versos
Juan Rosario Perinot
De reseros y jilgueros
colecci贸n versos
E der
Perinot, Juan Rosario De reseros y jilgueros / Juan Rosario Perinot ; edición literaria a cargo de Pedro Beramendi. - 1a ed. - Buenos Aires : Eder, 2010. 120 p. ; 20x14 cm. - (Versos) isbn 978-987-26172-1-9 1. Poesía Argentina. I. Beramendi, Pedro, ed. lit. II. Título cdd A861
Fecha de catalogación: 13/09/2010 Edición y diseño: Javier Beramendi Compilación: María Cristina Perinot © 2010, eder Perú 89, 5° piso. Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Teléfonos (011) 4-958-4360 / 15-5-752-3843 editorial_eder@yahoo.com Reservados todos los derechos. Queda prohibida, sin autorización expresa de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático. Queda hecho el depósito que previene la Ley 11.723 Impreso en Argentina isbn 978-987-26172-1-9
A Rosa Por compartir la vida
Los
hermanos y el resero
Yo siempre he sido cantor aunque voz la verdad no tengo, pero, pongo tanto empe帽o y es tanta la pasi贸n sentida, que siempre tengo la medida, por el coraz贸n que tengo. Delante de un papel las ideas vienen a borbotones, arrollan como malones, que viven de la sangre. Yo solo tengo hambre por la verdad, el amor y las ilusiones. Me alimento de la justicia, y mi punto es la verdad; puesto a indagar. No le tengo miedo a nadie, pues yo tambi茅n soy alguien por mi sentido de pensar. 9
La emoción me irrumpe, es mi amor por la belleza; la pasión y la entereza, me llegan como el pampero. Y cuando llega el lucero, apenas si tengo tibieza. Nunca estoy dormido, aunque esté dormido pienso sobre el hombre y su vida, con la trampa, la mentira, el desengaño, el hambre y la desidia, que llegan siempre con el viento. Poeta de ocasión, pensador de viva necesidad, cuando me pongo a cantar, no me para ni el pampero. Hago nido como el hornero, y pienso con velocidad. Lo que tengo que decir lo digo con miramiento. 10
Para mí ya no hay cuento que me pueda hacer creer, luego de tanto ver, hacer al hombre el mismo cuento. El martes, en los corrales del legendario Mataderos, me trajo tantos recuerdos, junto con mi hermano, que el corazón a contra mano salía por un agujero. Con aquel lejano carrito, que alguna vez he cantado, con Pieri a mi lado. Cantando samba y jazz, no nos dábamos paz, aunque por fuera helados. Había tanta pasión en todo lo que hacíamos, metidos en los corrales. 11
Con hacienda inquieta, nosotros ten铆amos una meta, recoger el abono a raudales. Desde esa explanada donde se vende la hacienda, un mozo con poca rienda, montado en un colorado, pas贸 justo a mi lado, y el recuerdo no tuvo rienda. Con mi hermano Pedrito, de genio muy vivo, pero de coraz贸n expansivo, enseguida cambia de humor, se disculpa con dolor por haber alterado el nido. Siempre juntos en el trabajo, con la guada帽a o la horquilla, el atado o la gavilla, la mancera y la rastra. 12
Una orquesta que baraja, El tango con la gramilla. Lo veo a mi lado, aquí junto a mi corazón; pone tanta pasión en el trabajo que se empeña. Así que le den leña, él siempre hace su fogón. Sentados en aquel carrito, con el inquieto cadenero; al tranco, el varero, lo ponía de mal humor. Un chirlo de mi flor sacudía al mundo entero. Con este hermano, he tenido muchas aventuras. No por las galanuras que se puedan pensar, sino por hablar de la vida y sus hermosuras. 13
En lo alto de la noche, con una carga de alfalfares, andando esos andurriales, deseando llegar a destino, tomarse un vasito de vino, y comer los dos iguales. Como dije hace un ratito, desde esa explanada, he tenido una velada, a la luz de mis recuerdos, que venĂan lerdos, al compĂĄs de la tonada. Las palomas y las torcazas, el gorriĂłn bullanguero, lejos, el singular hornero. Cantando sobre su nido, desgranando el amor vivido, con su pico apuntando el cielo. Un solitario limpiador, En las manos, un rastrillo. 14
Limpiando el estrecho camino, yo, pensando con tino que así no se va a cansar, aunque empuje, sin parar, el excremento del camino. Pregunté en la entrada, sobre la calle Tellier, si podía entrar y ver a la luz de mis recuerdos. Uno me dijo muy lerdo, ¿yo?, nada tengo que ver. Entré mirando despacio, ojeando mientras ascendía la explanada que subía. Mirando esos vacunos, un baño de humo, a mis recuerdos venía. El olor de ese ganado me subía lentamente, 15
bañando mi frente, un poco de de transpiración; la emoción invadió mis recuerdos y mi mente. Ya en la plazoleta, donde monta guardia el resero, junto con el mangrullo guerrero. Mirando al cielo, dormido, me puse a hacer mi nido a la vista del mundo entero. Junto con mi hermano Pedrito, lo vi construir; ese lejano sentir hacia el perene paisano, que, mano a mano, nosotros supimos vivir. Esa pequeña recova, frente a un almacén, era el lejano andén 16
de los antiguos paisanos, que unidos de la mano tenían al mundo en la sartén. Nos parecían antiguos guerreros, el facón, para los entreveros; la mirada en la lejanía, ¡vaya si tenían hidalguía! Montados en el pampero. Me puse a mirar al resero, mientras la emoción contenía; el pasado que venía: yo, junto a mi hermano Pedrito. Pero no lancé un grito por la gente que había. Ese paisano eterno, que mira el largo camino por donde llegaba la hacienda, que levanta las riendas 17
y golpea con los talones los flancos del caballo, y soporta con paciencia. Leí la fecha de su inauguración, nueve de Julio de mil novecientos treinta y siete. Fue como si un barrilete remontara mi ilusión. El museo de los corrales, recinto que alberga numerosos recuerdos de paisanos lerdos, lentos para arrancar y de parco hablar. Comparados con sus “patrones”, hay tanta diferencia; los primeros, con su ciencia, de mucho hablar; 18
los segundos, con su cantar, de mucho penar. El haber soportado Las heladas y el aguacero, el barro y el estercolero, chapalear en el pantano, hizo al paisano capaz de enfrentar a su patr贸n en un mano a mano. En el canto de la vida, donde se bifurcan los caminos, el paisano con su tino elige, para ir montado, el amor que se ha ganado, carajeando con el destino. En la ciencia del vivir, no se vive solo por ilustrado, sino por haberse ganado la sabidur铆a desde abajo. 19
AcompaĂąada de muchos carajos, para no ser enterrado. Levantando la mirada, junto a ese membrudo paisano, con Pedrito, mi hermano, nos juntĂĄbamos en los caminos. Los mismos destinos que no marchan a contramano. En el fondo de mi alma, junto con el fecundo arado, llevo algo acabado, que me viene de generaciones; las contrariedades y las pasiones, me mantienen bien plantado. Soy muy vivo en el decir, cosa que no lamento, aunque digo lo que siento, mantengo un respeto. 20
Mi razón sí es un reto. ¡Y no me vengan ya con cuentos! Volviendo al recuerdo que me trajeron los corrales, ellos abrieron canales en mi forma de sentir. Y lo que tengo que decir es para hombres atemporales. Recordando al resero, de mirar tan vivo; aún medio dormido. Tambaleándose en el recado, se sabe mantener erguido por el lujo de estar vivo. Viviendo en esos callejones, donde fluye la vida, el resero es también parte de nuestro pasado, 21
el mío, el de al lado y de la Nación Argentina. El caballo es un símbolo. Unido al hombre desde tiempo inmemorial forman una pareja ideal, en la cual, hasta el hombre más corto, en su lomo, es General. Eso da una idea del porqué es la unidad, donde esa estupenda afectividad entre el hombre y su caballo: Por los carriles donde solo navega el amor y su verdad. Animando a tantos recuerdos en mi forma de haber vivido; he tenido un latido para ese hombre tan usado. 22
En ciertas fechas, ¡apenas recordado! Tan luego, muerto en su olvido. Forma con el labrador el pulso y la razón. Son frutos de la pasión que dan un sentido creador, y a los hombres hace honor desde mucho antes de la creación. Terminando con estos recuerdos, de tiempos ya idos, no quiero dejar en el olvido cosas en sí tan importante, cuando tantos atorrantes son recordados con el busto erguido. De los corrales de mataderos, quedará apenas un recuerdo. Es una forma en que el hombre rescata del mísero olvido, 23
después de haberle absorbido, hasta el caracú, en su nombre. Este largo relato, dicho en forma poética. Con las heridas aún abiertas, pues son apenas cinco días y para un alma como la mía, la verdad, ¡hay cosas muy ciertas!
24
Un a
mañana otoñal
¡Oh!, poeta que errabundo, soñador de soñadores, pues la luz de tus fulgores alumbran tus sueños diurnos. Buceador, en lo profundo, observador, de los mejores, al alba tus ardores, llevan paz a nuestro mundo. El azar, que marca tu rumbo, es tu alegría, la que contagia ardores, espejas luz; aun en los dolores, solidario con el hombre de este mundo.
25
La
fe en mi madre
Cuando me puse a recorrer el mundo en un carrito; ese fue mi primer grito, de un largo amanecer. Mi madre, al nacer, me bes贸 largamente y me estruj贸 fervientemente, d谩ndome un seguro acontecer. Quise yo corresponder a esa fe de mi madre; yo quise ese conocer.
27
Solidaridad
aun en
la precariedad
Siempre he vivido rodeado de una sutil realidad. Es esa solidaridad que recorre el mundo alado. Todo mi ser se ha agrandado a pesar de la contrariedad, en esa singular precariedad que me ha sido dada. Absorber de todos lados esa generosa afectividad y devolver solidaridad. Ese, ÂĄes mi mundo soĂąado!
29
Solo,
hombre
Si la flor, que rodea al hombre tocara su mundo sensitivo tendría de sobra un motivo. ¡De ser nada más que un hombre! Él sufre y se corrompe, al divinizarse in vivo; eso le da todo su sentido a su drama y agonía, sin nombre. Si se manejara, solo con su nombre, eliminando todos los apelativos, entonces, sí estaría vivo. Así de simple, ¡sería otro hombre!
31
De
n u e vo e l c i r c o
Luego de veinte años, ¡un circo! Después. ¡Qué!... un mito. Los otros medios de difusión, ¡proscriptos! Pues solo hay lugar para un circo. Nada puede suplir a un rito que nos viene desde lejos… ¡A gritos! La gracia y el valor, descriptos, con la belleza y el candor de un mito. Nos habla del amor invicto entre el hombre y el animal. Un singular contacto Que rescata el circo… ¡A gritos!
33
Domingo
otoñal
Un domingo crepusculoso roza a mi ventana empañada, mientras un cercano álamo enraizaba sus hojas de antaño verdoso. Un matiz de verde perezoso, la luz apenas reflejaba, mientras mi alma se solazaba, disfrutando de ese día, para mí, jubiloso. Con su vestir de mendigo andrajoso, el Otoño, a ese verde, despreciaba, mientras que el sol solo atinaba reprimir un desgano quejumbroso.
35
El
viento del
Oeste
El viento del Oeste que empuja esas nubes aisladas y ofendidas, incoherentes, dispersas y hasta desmedidas, en domingo otoĂąal que acongoja. El sol, postulante que afloja, su ardor, ante ese viento que lo humilla. Una tarde de junio que mancilla ese viento del Oeste que deshoja. Por momentos, en rĂĄfagas quejosas, las nubes se agrupan en seguidillas; esa tarde que ya luce amarilla, sin retorno para el verde de las hojas.
37
La
respuesta
Si la sustancia del amor es positiva, en la relación de los seres con sus cosas, así de simple, ¡crecerán las rosas! ¡Y se abrirán a afinidades afectivas! Si todo tiene esa honda perspectiva, respetando su relación con independencia [afectuosa, solo entonces, ¡las rosas serán rosas! Sin esas espinas que lucen despectivas. La reciprocidad ya no sería llamativa, ante esa sutil verdad que sonroja, de una diferencia que apenas arroja. ¡Con una afinidad que no conoce inventiva!
39
¡A
mi pequeña, de
lu c e s e n c e n d i d a s !
Mi pequeña, de luces encendidas, tiene al afecto como símbolo de sus cosas. Ella, siempre, siembra sus rosas, que entrega con las manos extendidas. No siempre halla su perspectiva; la respuesta suele ser perezosa, pero ella tiene esas cosas, que derrama sin tener medida. Así de simple anda por la vida, así de agreste fecunda sus rosas, quitando las espinas de las cosas, armonizando las cosas de esta vida.
41
¡Hija
mía!
Hija mía, una etapa está cumplida; Hija mía, una nueva, ya asoma, Son los senderos que el amor retoma, Restañando a las almas con heridas. Tú navegas con las velas tan henchidas, De ese optimismo que todo lo perdona, Sembrando sonrisas que jalonan Tu fe, por todos admitida. Tu amor por los seres de esta vida Tiene en ti a un ser que razona, El dolor, ante esa fe, se desmorona Y la razón de vivir está cumplida.
43
¡Hijo
mío!
Hijo mío, cierro este cuaderno con unas palabras mías muy sentidas, dichas para ti, en una medida. ¡En que eres un ser sin otro dueño! Te quiero y respeto tus sueños, tú ya sabes, amo la armonía de esta vida. Creada con la fe, siempre admitida; ¡que solo la libertad tiene un dueño! Por el amor que tienes por mis ensueños, sembrados con las manos extendidas. Para ti, mi alma ya estremecida; al abrigo de mis sueños con tus sueños.
45
Pa s i ó n Cuando me puse a cantar al compás de mi garganta, el caudal que decanta y que surge a borbotones, salpicando de aluviones al poeta en mí que canta. Es un recuerdo que atraganta y que ignoran los mirones, adscriptos a los cánones, sin la perspectiva que levanta. Es la rutina que imanta a esos preocupados corazones, que no viven las repercusiones de la alegría y el amor que agiganta.
47
¡El
mirto!
Pariente del inigualable canario, de la astuta cachirla y el valiente jilguero, de un marrón mimético, terroso, que cubre su verde etéreo. De vuelo breve y ondulado, con paréntesis de entrecortados aleteos. Su canto, de un caudal millonario; esto cuando vuelve a su hipogeo. En el sauce o en la flor del cardo, se empina en elegantes floreos. Responde un contracanto multitudinario que culmina en sociable cuchicheo. El recuerdo de tu armónico canto; con una flor de alfalfa te veo, de la suma de tus encantos, ¡la poesía en ti sí creo!
49
La
eternidad de una
búsqueda
Bajo las esferas en que transcurre el tiempo, el hombre implora por su eternidad. Nunca cesa de inventar, en su temporalidad, las creencias afines a este, su más caro sueño. Toda su vida gira ante ese empeño, que incluso genera sus actos de maldad. Al no realizar la elemental bondad, que aunque se dude… ¡Está en sus ensueños! Para desentrañar esa esquiva realidad, su razón de desaforada gime de irrealidad; que vaga confusa y solitaria sin dueño. Ha creado la religión con esa finalidad; tampoco con ella alcanza perennidad, que cristalice su paraíso de milenios.
51
La
soledad por una
armonía
La soledad, buscador insistente; es una respuesta ante preguntas no selladas, que el hombre se formula ante una alborada, por un acaso en su visión inconsistente. En su alejamiento da impresión de penitente. Parece una aventura en sí descabellada; es apenas una actitud acallada, ante una angustia de su ser disidente. La gran ciudad, en su vida inclemente, que le ofrece una fachada dorada; ¿y el precio que paga displicente? Si se mostrara por una vez exigente, rechazando lo superfluo y decadente, renacería su amor por la decisión tomada.
53
Cristina Cuanto tiempo hace ya que asomaste a la vida; me parece recordar las ansias mías a la espera de tu venida. Nuestros sueños se encontraron en octubre de aquella antesala, mientras yo tenso aguardaba el desenlace de tu llegada. Mamá, sola allá esperando, con su cuerpo y alma cansada. Y yo no poder estar a su lado, para tomar su mano de madrugada. Hoy se cumplen treinta y un años del nacimiento de tu venida. Y yo, aprisionando los instantes de esas horas de vigilia.
55
Al conjuro de esos recuerdos, es cรณmo dos almas se mantienen vivas, pues nada se pierde, todo se transforma, si las alas no estรกn dormidas. Ya has formado tu nido con Pedro, desde tu salida; yo me alegro por ambas cosas. Y me digo: ยกSerรกn nuevas vidas!
56
Un
paralelo ejemplo
Un paralelo quiero destacar sobre mi madre y mi compañera; las dos con una estela, de índole muy particular. Son de marzo, en especial. Ni siquiera una semana separa su vida humana de su nacimiento inicial. Tienen un don especial, de captación sin medida, una pasión bien sentida, por el amor y el hogar. ¡De los hijos, ni que hablar! Son el don de sus vidas, la intuición presentida, de cada necesidad particular.
57
Eso les ha permitido penetrar donde otros, apenas de oídas, a los tumbos y sin cabida, nunca se saben ubicar. Un cariño las ligaba, se comprendían sin hablar, por el tono y sin modular, ¡sabían de qué se trataba! Con voz bien timbrada, con un suave deslizar; un coloquio en especial, surgía de la nada. Mi madre que captaba cualquier matiz diferencial, de mi Rosa, en particular, un ramillete sí formaba. Dos mujeres destacadas que honran a cualquier hogar, 58
¡las veo juntas en el andar y ni el tiempo las separa! Dos imágenes decantadas que el tiempo no puede olvidar. Mientras haya amor y hogar, son mujeres señaladas. Compañeras abnegadas, alegría del hogar, un recuerdo emocional, con esta poesía encantada. La verdad descarnada; apenas si es recordar. Si no es con el tono pasional, de la intuición develada.
59
La
perennidad
del amor
Siendo abuela y muy querida, alma de madre, permanente. Su presencia consecuente, ¡es un canto a esta vida! Si toma, da la medida, ¡desbordando cual torrente! En un adagio displicente la hará stacatto diferida. Su presencia bienvenida, oportuna y aliciente. ¡Sus manos, siempre ardiente, con su sonrisa preferida! Pasa casi desapercibida, sin embargo está, y se siente; sus nietos la presienten y dicen: ¡Mi abuelita querida! 61
Un a
espera ya
milenaria
Con la disolución del Imperio Romano quedan islas creadas por la espada. Europa, presta y ya esquilmada, para la creación del feudo cristiano. La resistencia al bárbaro mahometano, que impulsó la primera cruzada, con la fe y la espada tremolada, a la luz de un dios hecho humano. Irrumpe en el solar mahometano, a lo largo de la Siria asombrada, dejando una tierra escaldada, con imitación al espíritu romano. De un siglo, de flujo y reflujo, rayano, al desnudo de la fe inmolada, la muerte de la gran cruzada a la vera del dios mahometano. 63
La muerte del estado romano, la pasi贸n de Europa, desorbitada. El feudo, nacido de la espada, prepara el Renacimiento Italiano. El hombre, ya casi es humano, por la cultura y la libertad ganadas sobre la fe y la espada, que no supieron hacer un ser humano.
64
A
mi vida
Con su espĂritu de timbre dominguero es como mi amor anda por la vida, sembrando mieses en la medida que requiere el surco venidero. Cantando coplas, tangos y boleros, mientras teje en su knittax preferida, toma el pulso y dibuja las medidas con primores de colores aventureros. Se preocupa por los demĂĄs, primero. Su responsabilidad es firme y medida; de sonrisa y manos extendidas, su hospitalidad de argentina verdadera. Comprende los puntos, comas y peros. Ama los seres, los porquĂŠ y la vida.
65
¿Abuelita, pasar?
me dejás
¡Abuelita!, ¿me dejás pasar? Dicen Diego, Roxana y Guillermito. Les contesta: ¡Esperen un poquito!; Ellos: ¡Apurate, que queremos entrar! Ellos: Abuelita, ¿qué tenés acá?, mientras tocan y revuelven un poquito, ¡cuidado!, que se rompe, Guillermito. Y Roxana con las llaves de mamá. Dice Diego: ¡Yo me pongo a llorar! Guillermito, entonando sus cantitos; Roxana, haciendo dibujitos, con Valeria que empieza a llorar. Mientras Pina se larga a cantar y Guillermo esgrime el San Benito, los chicos, todos en un grito: ¡Abuelita, que queremos entrar! 67
Todos entran a la par, la abuela, protegiendo a sus nietitos; ellos: ÂĄYo no fui, fue Guillermito! Y la paz ha vuelto al hogar. Ese es el largo trajinar del amor, las corridas y los gritos. AsĂ se hace la vida, despacito, a la luz del eterno caminar.
68
Mi
padre y un
j ul i o d e
14
de
1966
En una mañana invernal, de tu cercana partida, cuando allí dabas tu medida, de tu impronta personal. Te recuerdo por igual, en las décadas presentidas, las proporciones de una vida, en el vivir intemporal. El 14 de julio, no es casual, tal vez fuera el deseo de tu salida, con la marsellesa como despedida, que acompañara tu sentir personal. Esa fecha tan principal que rescata a las justicias perdidas. Allá en tu larga vida, ¡su principio cardinal! 69
Armonía La armonía interna es indispensable para cierto tipo de creación; es inimaginable con una alteración, que surja algo perdurable. Los extremos no son aconsejables, conmueven de suyo la disposición. Es esa sublima aspiración, de la certidumbres aspirables. En las personalidades emocionables, donde se conjuga la razón, el sentido de la proporción alcanza el punto deseable. En las investigaciones destacables, donde el clima de la proposición, requiere la máxima atención, para las combinaciones entrañables.
71
Por eso no son criticables como algunos suponen que son, la admirable combinaci贸n de esas dos facultades incuestionables. Cuando crees que supones y dejas de suponer es cuando puedes saber ese saber que supones.
72
Cubre
tu cuerpo las
alas de la poesía
De la poesía encantada al lirismo seductor, hay tonos y un gran amor por la verdad apasionada. Ella espera inmaculada y se cubre por pudor, salvando así el honor de la belleza ponderada. Es de suyo prejuiciada si la alienta el rubor. Su capullo es una flor, ¡con sus alas desplegadas!
73
La
razón de la
sinrazón
El fanatismo y la superstición no se erradican con la razón; aunque al parecer diferentes, también son parientes de la idolatría y la religión. El signo de la razón es su neta aparición; del pasado y del presente, racionalmente, diferente del dogmatismo y la razón. El sueño de la razón es purificar la mente de los sofismas prevalecientes, que han matado por la razón. Queda como colofón, un enigma de lo existente. 75
Que la luz se haga presente en la raz贸n de la sinraz贸n.
76
Roberto: ¡un
hombre!
Sentados en la cama bien poblada de artículos y libros del asunto, con paciencia y pasión por este mundo, le daba una forma acabada. Cuantas noches albergaba, robando a su descanso de errabundo, no queriendo privar al mundo de su pasión y luz esperanzada. Con Roberto, el mundo se ensanchaba, incursionaba en todos los asuntos, destejía y tejía punto por punto que su lúcida razón enhebraba. ¡Cuántas cosas anhelaba! No para él y su mundo, sino para aquellos de todo el mundo; visión de vidas desoladas.
77
Su razón siempre atinada, despojaba de fraudes el mundo, quedaba limpio y a punto, la razón con una verdad adosada. Quedábamos hasta la madrugada; yo, en silencio profundo, sin ojear las hojas de mi mundo, recogía su razón de cantar. Era, Roberto, de forma atildada, de pulcro tono de errabundo. Dejó para siempre en mi mundo la luz de la hora señalada. Recuerdo su sonrisa esbozada, los ojos de un azul profundo, mi afecto de tono profundo, lo llevo en mi alma esperanzada. Roberto, amigo de la espada, cuando esta debe reformar el mundo, 78
el respeto al hombre y a su mundo, esta poesía acrisolada. Después de décadas destempladas, de andar y pensar en el mundo, lo tengo cerca de mi mundo, ¡al amigo de la pasión eternizada!
79
Solamente,
talento
Los hombres que dejaron algo en lo largo del ser nacional tenĂan un solo capital, que se llamaba talento. Enhebraron con ese tiento y castigados sin piedad, como si fuera una maldad, querer ser argentino un ciento por ciento. Pero tenĂan el aliento de los grandes de verdad que luchan por su verdad aunque los azoten los vientos.
81
Po r
una eterna
pubertad
Nuestro ser argentino tiene una dificultad y también, la facultad para entrever su camino. Plantearse ante sí mismo, una cuestión de dignidad, que excluya la necedad como también el desatino. Es una cuestión de dinamismo como tiene la pubertad, que crea por necesidad a pesar del cretinismo.
83
La
n o c h e i n ve r n a l
En esos largos y fatigados inviernos, la alfalfa, con un manto de rocío, se protege del helado frío amparada por su mismo sufrimiento. Cuando sopla un fuerte viento y la escarcha tapa al rocío, tiritando, la alfalfa, con ese frío, le invade un invernal desaliento. Allí, son siempre vanos los intentos de crecer con renovados bríos, aún con sueños de opacos estíos, la alfalfa sufre un abatimiento.
85
Po r
un sentido del
honor
Nunca he sido patriotero, sino un gran soñador que aspira para la Argentina una vida en tono mayor. Nunca me han preocupado los nombres, sino la razón, que abreva en el sentimiento para crear una gran nación. Que sea de estirpe argentina, pero sin imitación. Tenemos valores genuinos, que nos abrigan con calor. Un dilatado territorio, para el más soñador, donde todos los hombres encuentren su sentido del honor. 87
Silencio
i n ve r n a l
Desde un julio largo y tenebroso, el poeta en silencio ya vivía; el azar y la hora lo asía a tal punto tenue y borroso. Despertó un día de su acoso en que la luz y la lumbre preveía, mientras su mano tocaba y sentía dos pichones de calandria revoltosos. Allí, sí revivió en libertad, venturoso, pues esa larga noche fenecía, caminando entre abetos que exponían sus plumones de un verde luminoso. Un par de pinos, altos y añosos, las penas de su alma enternecía; las estrías marrones de sus hojas caían sobre un tronco triste y pesaroso.
89
Era pues el fin de sus largos años mozos; el invierno por siempre ya vivirían, un camino que vigilaban y cedían a palmeras de origen muy dudoso. El chingolo, acompañante primoroso; a lo largo del camino, yo oía su canto, de cadencias y melancolía, y una paloma de timbre melindroso. El hornero albañil ventajoso, en el ombú, trabajaba y renacía; con su pico de cucharas y armonías, a un mirlo, su escucha silenciosa. La ratona, en oculto Mato Grosso, sus estridencias y reclamos distendía, mientras en jilguero, en un ciprés le respondía a un mixto de redoble caudaloso. El cabecita desde un castaño dudoso, al zorzal acompañaba y aplaudía, 90
la perdiz de la espesura que salía y el gorrión peleador y revoltoso. Las manteras, de andar presuroso, un conjunto disperso componían, mientras la calandria imitaba y discutía sobre un abeto de un origen muy costoso. La camelia, un vestal misterioso, un capullo blanco encubría, mientras el no me olvides entreabría enfrente de un jardín anheloso. La magnolia, de un marrón delictuoso, cerca de un olmo que destejía sus pesares y hondas melancolías, a la vista de un olivo vigoroso. El banano, pobre y andrajoso, a un quinoto cargado le sonreía, un peral sin luz que parecía un fantasma de las lilas amorosas. 91
Un cedro con estatura de rebeldía miraba a un nogal triste y lastimoso; una japonia de oscuro tumultuoso a un níspero abrazaba y protegía. De las flores, el rosal airoso, al frío de la noche languidecía. Como la rana del estanque que decía, ¡que se vaya el invierno oprobioso! Primavera y el parque despertaba verdoso. Los pájaros lo surcaban y lo vivían, a la vista del candor y la armonía, el invierno se retiraba culposo. Los senderos, de caminos pedregosos, un círculo perfecto, daban y definían. El calor al espíritu distendía con el sol, empinado, fuerte y airoso.
92
Un
eucaliptus en el
poblado de
Pa s o
del
Rey
Un ĂĄrbol, en un lugar poblado, atrajo desde siempre mi mirada. Es un eucaliptus, a la entrada de un Paso del Rey que lo tiene ignorado. Los gorriones lo usan como tablado para reuniones sociales programadas en las tardes de tintes soleados: la algarabĂa da su toque emplumado. Discuten todos los llamados, pelean por la ramita deseada, se cruzan como una luz engalanada, al reflejo de un sol ancho y debilitado. Sus chillidos y gorjeos atolondrados cesan con la noche iluminada, son cientos de gargantas silenciadas al conjuro de ese sueĂąo consumado. 93
Cuando la noche se ha esfumado, alrededor de las seis de la mañana, comienza la ronda que desgrana a todo ese mundo aún naturalizado. Se retiran de a uno, varios o agrupados, se dispersan por la zona aledaña, buscando su comida cotidiana, llamando a compartir a compañeros alejados. Tienen sus banquetes en el orden privado, pero prefieren la compañía y la jarana. Manera de imitar a la humana, con una salvedad, sus gorjeos consumados. Su canto, de un torpe desgranado; su voz, un chillido de roldana; sus plumas, de un marrón porcelana; su vuelo, de saltos parcos y alucinados. Pero, aún y así, son encantadores por la gracia y la unidad que derraman. 94
Pues todos bien gorditos, en su rama, le cantan alegres a este mundo desanimado.
95
El eucaliptus del Rey dominguero Un eucaliptus, que un rey dominguero olvidó arrancar de un denso poblado, tuvo el honor y el agrado de ser refugio y ancho dormidero. Los gorriones, que lo descubrieron primero, llevaron la noticia al mundo alado, y claro, estos ufanos y encantados, llenaron con su nueva a los compañeros. Desde todos los ámbitos y derroteros, el mundo recibió la nota alborozada, pensando que ese refugio cálido y privado llenaba una necesidad al ruido callejero. Y así creció y se extendió el dormidero, pero solo para gorriones alucinados. Nada de parientes y ocasionales aprovechados. Solo el gorrión, social, prolífero y bullanguero. 97
Para los paseantes y apresurados pasajeros, todo ese mundo feliz y diversificado, pasa de frente o de soslayo sin inquietar la premura del viajero. No saben que en ese mundo, sabio dormidero, se gesta y mantiene un bien primario, el de la poesĂa y el ensayo societario, pero, donde la individualidad es el don primario.
98
En
la estaci贸n del
viejo
Mo re n o
En la estaci贸n misma del viejo Moreno, en una esquina de su plaza con historia, viven juntos, cedros, palmeras y magnolias, albergando a mirlos, gorriones y jilgueros. En la plaza, el eficaz e industrioso hornero, secundado por el chingolo de vasta memoria, el le帽atero, en su fugaz trayectoria, y la calandria silbando como el jardinero. He visto al mirlo, que no es ya agorero, llegar en grupos y mezclarse con la gloria, salpicar de blanco, las pulidas hojas de magnolia. En ese breve y fecundo terreno, un denso dormidero, sin pena y con gloria, edifica la paz en natural historia.
99
El
ombú y su extraña
personalidad
El ombú es un ser de exótica irrealidad; su corpulencia, de arraigo y rusticidad, deja una impresión de candor y perplejidad que necesita de perspectiva por su [excentricidad. Su flor alargada, cayendo en gravedad, me recuerda al nogal sin su nuez, de utilidad. Presenta tanta incongruencia y levedad, pero es innegable, esa es su grandiosidad. De raíces caprichosas, de cuevas y oquedad, sus ramas, cual tronco, espesor y asiduidad, de brotes absurdos, de forma y claridad. ¿Qué tiene el ombú? ¿Cuál es su singularidad? Fuerza, asombro, energía, es más, plasticidad. Otra cosa, ¡un símbolo nuestro de [argentinidad! 101
Un r o s t r o A m i v i d a Su óvalo perfecto, de sutil armonía, de ojos firmes y dulzura insistente, denotaban airosa y sabia presencia, de serenidad y densa hidalguía. De preceptos ubicuos y audaz serranía, no abjuraba nunca su razón de inteligencia, discutía el pro y contra de la vivencia, admitiendo, así, la verdad que inquiría. La proposición justa de su fe mantenía, empero que el azar alteraba con renuencia. La unidad interior tenía su correspondencia. Entre el decir y el hacer, que comprendía, no acataba lisonjas de presta indulgencia; la unidad última, su razón de verdad y [benevolencia.
103
De
la casa a la
casona
A doscientos metros de Victorica, la costanera en mitad de camino, entre la siete y la Gaona, con media manzana, sosegada y querendona, se alza una casona tan esbelta como ligera. En lejanos tiempos, dominaba el área entera; el frente con pinos de altura mandona, con paredes de sesenta y cuarenta, ¡la madona! Las trancas y cerrajes del interior, de primera. Un alero la cubre del sol, la lluvia y la ceguera; una piecita roma de forma socarrona, de blanco percal, en forma de corona. Cumpleaños. ¡Ciento cincuenta primaveras! A cien metros nomás, una digna compañera, de paredes blancas y rejas coquetonas, aljibe espigado, altillo que no desentona, restos de un palomar, al pie de la tranquera. 105
Esta última, de manzana entera; su edad, ciento veinte, o sea, mocetona. Revocada y acicalada, como prima dona, aún se oyen crujir las chatas por la barrera. Los adoquines de la entrada, en forma [arrabalera; el portón de madera, de reciente intentona; la higuera sanjuanina y la parra solterona, con el loro perico, llamando a la cocinera. Estas dos muchachas, de verdes anteojeras, miran el presente con actitud de comadronas; un suspiro largo esparcen por la zona. Es un hondo pesar por las formas venideras. Es de esperar que la Nación señera, mostrando su estirpe de sabia cicerona, rinda su culto a la casa y casona para dialogar con la nostalgia y la quimera.
106
AsĂ se hace la patria verdadera, con el presente y el pasado que no perdonan, el olvido de la verdad que dimensiona y la belleza en su continuidad austera.
107
Hijo
mío, de tu
padre
En el difícil camino del decidir Sobre cuál es el sendero que uno ha de [transitar, nunca pude siquiera imaginar que mi intento sería el de interferir. Por eso, hijo mío, en mi largo sentir sobre cómo hacer, actuar y llegar; desde siempre, me puse a meditar en la preciosa libertad del vivir. Fue así, en ese milagro del revivir y mi respeto por la libertad de crear, que en ti pude imaginar y situar; esa, mi modalidad en la forma de latir. Mi amor por ti me hizo sentir la sabia libertad del encauzar; 109
esa, que no necesita del programar, pero sí más respetar que influir. Hijo mío, que tu forma de inquirir en el amor, el vivir y también el llorar tuviera tu timbre personal de respirar, que fuera tu genuina forma de presentir. Ese fue todo el cielo que logré reunir en mi largo vivir y peregrinar. El orgullo de poder decir y pensar: ¡mi hijo es un hombre!, en su decidir. Fue mi sueño y la razón del hondo insistir alcanzar la plenitud del sabio mirar. En lo largo de un duro y firme batallar y decir: mi hijo es todo un hombre y sabe [vivir. Eso ahora lo puedo pensar y sentir. Me siento orgulloso de podértelo [manifestar; 110
sabiendo que eres tĂş mismo en cualquier lugar para respetar, amar, vivir y decidir. Por eso, me siento orgulloso en el decir y afirmo todo esto para terminar. Eres un hombre que sabe caminar, todo por sĂ mismo, eso se llama ÂĄvivir!
111
A
mi vida, en el día
de la madre
Amo en ti a la madre estupenda que tuve. Veo en ti a la madre alada que entiende. Admiro en ti a la generosa madre presente. Intuyo en ti a la eternidad de lo que fluye. Aprecio así a la bondad que distribuye a todos el amor, con un manto que extiende a los suyos y otros amados ausentes, para crear, así, la perennidad de lo que huye. Reencarna, así, la dulzura que no disminuye, para que el hombre de maldad latente halle en la madre del hombre diferente y respete, así, las ideas y bondad que se [atribuye. Llegará, así, el paraíso que siempre huye, que la madre aquí se esfuerza en hacer [presente, 113
para que el amor sea, así, vigente y halle, aquí, el lugar que intuye. Por esa razón, que la razón disminuye; por esa verdad, que la madre tiene in mente; por la justicia, lejana y ausente. La madre en sí, es la que la constituye. Por esa presencia, que la madre restituye, la vida y el amor que lo hacer patente. La madre es símbolo veraz y viviente, guarda la eternidad de todo lo que fluye.
114
Índice Los
hermanos y el resero
Un a
mañana otoñal
La
fe en mi madre
Solidaridad Solo, De
aun en la precariedad
25 27 29 31
hombre
n u e vo e l c i r c o
Domingo
9
otoñal
Oeste
33 35 37
El
viento del
La
respuesta
39
¡A
m i p e q u e ñ a , d e lu c e s e n c e n d i d a s !
41
¡H i j a
mía!
43
¡H i j o
mío!
45
Pa s i ó n
47
¡E l
49
mirto!
La
eternidad de una búsqueda
51
La
soledad por una armonía
53
Cristina
55
Un
paralelo ejemplo
57
La
perennidad del amor
61
Un a
espera ya milenaria
63
A
65
mi vida
¿A b u e l i t a , Mi
67
me dejás pasar?
padre y un
14
d e j ul i o d e
1966
69
Armonía
71
Cubre
73
La
tu cuerpo las alas de la poesía
Roberto: ¡un Solamente, Po r La
77
hombre!
81
talento
83
una eterna pubertad
85
n o c h e i n ve r n a l
Po r
un sentido del honor
Silencio Un
75
razón de la sinrazón
89
i n ve r n a l
eucaliptus en el poblado de
Pa s o
del
93
Rey
97
Mo re n o
99
eucaliptus del
En
la estación del viejo
El
ombú y su extraña personalidad
Un
rostro.
De
la casa a la casona
Hijo
A
Rey
dominguero
El
A
87
mi vida
mío, de tu padre
mi vida, en el día de la madre
101 103 105 109 113
Escritos en las altas horas de la madrugada de 1979 y 1980, en el refugio de su hogar, en el barrio de Reconquista, Merlo, provincia de Buenos Aires, estos versos plasman lo que la poesía representa para Juan Rosario Perinot: un medio capaz de manifestar su amor por la naturaleza, los recuerdos, los acontecimientos cotidianos y los lazos familiares. Juan Rosario Perinot, más conocido como Nino, diminutivo de Giovannino (‘Juancito’), es un autodidacta que ama los libros y la cultura. Estudió siempre con ansias y con avidez, robándole el tiempo de estudio al descanso.
colección versos
E der