LA VOZ DE LOS SILENCIADOS Inquisici贸n vigente en el siglo xxi
editorial Eder
Martha Wolff
Martha Wolff La voz de los silenciados : inquisición vigente en el siglo XXI. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Eder, 2014. 174 p. ; 23x15 cm. ISBN 978-987-3673-02-3 1. Narrativa Argentina. 2. Novela. CDD A863
Asesora literaria: Alicia Grinbank Corrector: Israel Winicki Pintura de tapa: Transformaciones, de Anita Goldschmidt
©Martha Wolff marthawolff@fibertel.com.ar © 2014, eder Pavón 1923, 7° 4. Ciudad Autónoma de Buenos Aires. editorialeder@gmail.com www.editorialeder.net
Reservados todos los derechos. Queda prohibida, sin autorización expresa de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático. Queda hecho el depósito que previene la Ley 11. 723 Impreso en Argentina
Identidad
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Individuo+sociedad+diversidad+diรกlogo interreligioso
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Convivencia
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PALABRAS PRELIMINARES… por Martha Wolff
Escribí este libro porque encontré una mujer singular. Singular por su sensatez y por irradiar felicidad. Felicidad para descifrar saber quién era. Ella era otra. Me la presentó su amiga. Su amiga me contó su historia. Ella me la detalló. Yo me enamoré de su franqueza, de su simpleza. Ella era otra. Ahora es ella misma. Su padre le confesó su verdadero origen. Ella lo hizo carnadura Bebió de las fuentes de la sabiduría. Halló su identidad. Ella es un Golem femenino.
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LA ESTRELLA DE DAVID NO SE APAGÓ…
Quizás uno de los antepasados de Ana Leiva, sin abdicar de su fe antes de expirar en la hoguera de la Inquisición, y mientras el Santo Oficio lo sometía a las más crueles abominaciones por negarse a la conversión, elevó su mirada al cielo y dejó allí engarzada la Estrella de David de su alma. El mensaje que depositó ese judío español recorrió un largo camino buscando quién lo descifrara: a partir de 1492 esa Estrella de David, a millones y millones de años de distancia, atravesó el espacio para cumplir su destino de alcanzar la Tierra. En su infatigable recorrido esquivó a numerosos enemigos y, custodiada por ángeles aguerridos cerró sus párpados y sólo descansó el Día del Perdón para repetir la pregunta: Dios ¿quién vivirá y quién morirá para poder reencarnarme? Reinscripta en cada centuria en el Libro de la Vida se desplazó por el infinito sin claudicar. Luego de tan infatigable travesía arribó al siglo XXI. Al entrar en la estratosfera padeció dificultad respiratoria por falta de oxígeno, y ya en la atmósfera se mareó con el mapa del universo; pero tenaz y decidida buscó el continente, el país, la ciudad, la calle y el número de su destinatario y aterrizó en Argentina, en la Provincia de Buenos Aires. Sigilosa y anciana de sabiduría abrió la puerta de una casa de la localidad de San Martín; allí le indicó a Ignacio Simón Leiva, el hombre predestinado a ser la Voz de los Silenciados, que llamara a su hija, que la hiciera sentar frente a él y le repitiera lo que aquel ancestro condenado hacía 500 años le había transmitido:"Que los Leiva eran ju9
díos". El elegido, tocado por el ángel de la anunciación, le repitió el secreto a su hija Ana Leiva quien, guiada por esas palabras, dibujó con besos sobre su pecho los dos triángulos de la Estrella de David, uno mirando al cielo y el otro al corazón, diciendo: "Amén".
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CONOCÍ A ANA...
Conocí a Ana Leiva el 14 de junio del 2010, en la presentación de la muestra de pintura de mi amiga Anita Goldschmidt. Entre los invitados había gente conocida y desconocida y al acercarme a un grupo me señaló a una mujer y me dijo: "Tenés que entrevistarla, su historia es muy interesante, ella buscó sus raíces judías y las encontró. Vale la pena escucharla". Me presentó a Ana y le dijo que yo era periodista; intercambiamos teléfonos y sin dudar la invité a mi programa de radio que se llamaba "Documento de identidad", y Ana aceptó venir. El día del reportaje al aire conté a mi audiencia que no sabíamos nada una de la otra. Con ese desafío se abrió la entrevista y Ana se presentó con esta frase: "Supe que era judía por boca de mi padre antes que muriera"; confesión que sentí fue pública en un medio de difusión en el siglo XXI y no como hubiera sido bajo la tortura del siglo XV por orden de Torquemada. Con esa introducción Ana explicó luego el camino que siguió en la búsqueda de su nueva o vieja identidad. Ese encuentro fue mágico porque Ana reveló con valentía cómo tuvo que despejar los cuestionamientos y las dudas que la habían agobiado toda su vida, y más durante los últimos años con respecto a la fe. Personalmente sentí que con ese reportaje ella fue la voz de sus antepasados acallados por la Inquisición, lo que me inspiró a poner el título a este libro. A partir de ese momento no pude dormir. Mi espíritu de investigación me llevó a atar cabos para comenzar a descifrar esta trama. Datos tergiversados, quemados, encubiertos y destruidos 11
que ocultaban una verdad. Fueron los testimonios de Ana y la documentación los que me permitieron armar este mapa de su nuevo ser judío de más de 500 años de historia oculta.
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EXPLICACIÓN BÍBLICA Ana es un nombre hebreo que quiere decir ‘compasión de Dios’. Este nombre se remonta a la Sagrada Biblia. En el Antiguo Testamento el nombre de Ana está referido a la madre de Samuel (1 S 2, 11). La tradición cristiana conoce a la madre de la Virgen María por el nombre de Ana, pero como tal referencia aparece por primera vez en el Protoevangelio de Santiago, evangelio apócrifo de mediados del siglo II, ningún texto del Nuevo Testamento menciona este nombre como Santa Ana. Santa Ana y San Joaquín, padres de la Virgen Maria. Según la tradición Ana era una doncella de Nazaret que se casa con Joaquín, con quien intenta durante 20 años tener hijos. En una oportunidad Joaquín decide realizar una ofrenda en el Templo, pero el sacerdote los rechaza por ser estériles y no incrementar el pueblo de Dios. Ana entregada a orar logra engendrar una niña "María": la madre de Dios. Según la Iglesia, Ana, luego de alumbrar, seguía conservando su virginidad. En el año 1677 el Papa considero herética esta creencia como también la leyenda de que Ana quedó embarazada con un beso de Joaquín. Ana fue madre de Samuel nombre que en hebreo significa ‘Pedido a Dios’. En el Antiguo Testamento fue profeta y último juez de Israel perteneciente a la Tribu de Leví. Su madre fue estéril y obtuvo milagrosamente un hijo al que llamó Samuel y consagró al Señor, dejándolo en el santuario de Silo al cuidado del sacerdote Eli (1Sam 1-2). Muy joven, sintió la vocación de ser juez y profeta del pueblo judío (1Sam 3) y fue quien eligió a Saúl, el primer rey, antecesor de David. 13
Santa Ana es la patrona de Hannover y de Hildesheim y de diversos oficios: bomberos, joyeros, navegantes, ebanistas; patrona también de las mujeres embarazadas y de las amas de casa, etc. Su santo se celebra el 26 de julio.
ANA LEIVA ANUNCIOS Y RESPUESTAS A SU NUEVA IDENTIDAD RELIGIOSA
Nació el 24 de septiembre de 1947 en La Plata, capital administrativa de la Provincia de Buenos Aires y allí vivió hasta los 2 años; luego la familia se trasladó a Tandil, para regresar a La Plata cuando Ana contaba con 5 años. En esta ciudad permanecieron 4 años hasta una nueva mudanza a Junín. A los 19 años, en 1967, Ana comienza la carrera universitaria de Ingeniería mientras trabaja en Fiat Once. En la facultad, una compañera le dijo: ¿Viste? Somos nada más que dos judías en el curso. Cuando estalló la Guerra de los Seis Días una amiga del trabajo, creyendo que era judía, la invita ir a Israel. Ya casada, estando con su esposo en un negocio de Munro el dueño le habló como si ella fuera una "paisana" o sea "judía". En 1972 entró a la Dirección de Rentas como inspectora, y en 1974 pasa a trabajar como empleada administrativa en la filial San Martín que comprende entre otras a las localidades de Villa Lynch y Villa Piaggio, dos puntos de alta concentración de judíos. 14
En 1976/80 conoce al Contador Galanternick, quien trabajaba para las firmas Fibrolim y Linotex de Anita Goldschmidt (la pintora que nos presentó), a quienes reencuentra en el curso de Torá muchos años después. En 1985 comenzó el Ciclo Básico para ingresar a la carrera de Nutrición y se gradúa en 1990. En 1991 entra a trabajar en el Hospital Castex hasta el 2007. En el 2001 fue una de las fundadoras del Templo Hebreo Adventista. En 2004 comienza a estudiar en el Seminario Rabínico Latinoamericano el curso de Abarbanel. Es en mayo del 2005 que su padre le confiesa que los Leiva eran judíos. Después de un año de pensar cómo asumirse como judía decide inscribirse primeramente en el curso de Introducción al Judaísmo en el Seminario Rabínico Latinoamericano. De a poco también empieza a frecuentar el templo y la Comunidad Lamroth Hakol para ir familiarizándose con las tradiciones. Pero la determinación de convertirse fue en el 2007. Cursa los estudios y preparación en el Seminario Rabínico para saber todo sobre religión judía, sus prácticas, historia judía, ciclo de vida, ética, valores, leyes y preceptos, para luego pasar por Tribunal Rabínico (Bet Din) y la Tevilá: inmersión ritual de purificación, mikvé para la mujer y el brit-milá, circuncisión, para el hombre. Frente a la decisión, posterior conversión y conocimiento de los derechos y obligaciones que conlleva ser una judía plena, el 18 de diciembre de ese año Ana Leiva recibe certificado de Judía así como también su responsabilidad de continuarla de por vida. . 15
ANCESTROS DE ANA
Ana Elvira Leiva es, por rama materna, hija de Elvira Gregoria Roldán, hija a su vez de Ana Broderick y Esteban Roldán, descendiente de Catalina Cummis y Miguel Broderick, ambos irlandeses. Por rama paterna es hija de Ignacio Simón Leiva, hijo de Ignacio Leiva y Ana Acuña, la madre de Ignacio fue Elisa Rillo de origen español. De los orígenes de la familia de su padre quedan rastros de que eran descendientes de judíos españoles o criptojudíos que huyeron de la Inquisición para no convertirse. A partir de ese dramático proceso inaugural del siglo XV de eliminación de los judíos considerados herejes por la Iglesia Católica, sus ancestros pudieron haber tomado cualquier ruta real o imaginable para salvarse y volver a empezar. "Según Ana Leiva, el apellido Acuña proviene de la abuela paterna, emparentada con los Leiva porque su papá era Ignacio Simón Leiva Acuña, hijo de Ignacio Esteban Leiva y Ana Acuña, típica costumbre sefaradí de contraer matrimonio endogámico, y se lamenta que no conoció a su abuela Acuña, como tampoco a ninguno de sus abuelos de los que ni siquiera quedaron fotos para saber cómo eran. Su abuela Ana Acuña se casó muy joven. Enviudó cuando tenía 23 años, tuvo que trabajar para mantener a sus hijos menores y al poco tiempo enfermó y falleció. Su papá solía repetir que ella se iba a veces a un lugar descampado y debajo de un árbol se ponía a rezar. En Carmen de Areco, donde vivía, estaba la iglesia católica a la que no asistía. Su padre no supo nunca precisar qué rezaba ni tampoco qué día de la semana lo hacía". Él había nacido el 18 de febrero de 1910 y tenía 13 años cuando su madre murió y no le transmitió muchas cosas, 16
vaya a saber por qué motivo, teniendo Ana la sensación de que nunca iba a satisfacer las preguntas que surgirían de esa falta de comunicación generacional. Pero como un sabueso siguió buscando datos para entender esos extraños comportamientos hasta que descubrió su identidad. "Al acercarme a la biblioteca del Seminario Rabínico consulté el "Diccionario Sefardí de Sobrenombres" y en la página 168 encontré con asombro y satisfacción que el apellido ACUÑA se encuentra entre los apellidos sefaradíes que provienen de Sevilla, Ciudad de México, Inquisición de Lima e Inquisición de México. Con esos datos empecé recoger antecedentes con deseos de saber más de donde eran esos Acuña. ¿Acaso vinieron de España? ¿Escaparon? ¿Sabían su origen? ¿Lo conservaron? ¿Por qué mi abuela iba debajo de un árbol a rezar? ¿Qué rezaba? Lo mío es querer recorrer el camino del pasado con rutas que se truncan, se detienen o desvían muy cerca de la partida, pero yo estaba segura que hubo alguien que había dejado una impronta. Mi obsesión era cómo poder acercarme al origen de todo esto buceando en un pasado que se acalló y que la sordina del tiempo los selló para que no se pronunciara". Al huir, los judíos sefardíes o judíos de España pasaron por diversos reinos y sufrieron devastaciones según la fe dominante en esas tierras y sus suertes oscilaban entre su asesinato, su tolerancia o su rechazo y emigración. Sobre su piel fueron grabadas cruces invisibles como instrumento de dominación de parte de la Iglesia Católica, al igual que en el siglo XX los nazis tatuaron números visibles en los brazos de los judíos para discriminarlos y luego exterminarlos. Pero nada ni nadie logró que los judíos dejaran de serlo, y a todo sobrevivieron. 17
Sus enemigos se llamaron celtas o druidas, vikingos, normandos, cruzados, guerras napoleónicas, imperio musulmán, revolución francesa, era industrial, los estados nacionales supuestos "protectores" por un lado o claros destructores de su existencia, en un doble juego de aceptación o rechazo según las conveniencias políticas y religiosas, donde el primer chivo emisario siempre fue el judío. Para ubicar la historia de la familia materna de Ana nos retrotraemos a Irlanda, donde llegó un minúsculo grupo de judíos pastores- como los antiguos labriegos de la Biblia- que según algunos historiadores migraron de Europa Central y cultivaron sus tierras húmedas en parcelas separadas por piedras; armaron sus cabañas, se alimentaron de su siembra, de la pesca y de las cabras y ovejas que criaban. Así vivieron y salvaron sus vidas cerca de los vientos atlánticos y del Mar de Irlanda, y tal vez, por haber sido los sefaradíes artesanos textiles, se radicaron en esa región de auge industrial inglés y de materia prima irlandesa y escocesa de insuperable calidad y exportación. Pero ya antes a partir del siglo XI gran parte de los refugiados judíos que escapaban del continente, tanto sefaradíes como asquenazíes, se instalaron en Irlanda, en Dublín, donde subsistieron en medio de la lucha entre católicos y protestantes más el antisemitismo de turno. Pero hubo un pequeño grupo que siguió más al sur para encontrar otro lugar donde afincarse. Llegan al Condado de Wexford, cuya capital es Wexford, fundada por los vikingos, provincia de Leinster y desde donde partirían los abuelos de Ana Leiva hacia América del Sur a mediados del siglo XIX.
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PRIMERA REFLEXIÓN SOBRE LA RUTA DE MIS ANTEPASADOS
Ana Leiva "Sefarad, España en judeo-español, tierra que en sus entrañas cobijó tanto a hebreos milenarios en busca de bienestar, como a aquellos otros que, durante el Imperio Romano fueran convertidos en esclavos luego de la destrucción de su gran Templo en el año 70 d. de C. Esos hebreos que por su cuenta o forzados llegaron a sus costas bañadas por el Mar Mediterráneo y el Océano Atlántico, se instalaron en sus praderas doradas y gozaron de sus cultivos, de la ganadería y del rico intercambio de telas, ropas y especies que iban y venían de Oriente. Esos hebreos no sólo se afincaron en tierras abonadas sino que comercializaron sus productos, establecieron escuelas, centros de cultura y de oficios; fueron diseñadores, matemáticos, médicos, literatos, astrónomos, etc., construyendo un conjunto social y próspero. Para ese pueblo y para quienes los circundaban todo florecía cuando el sol despertaba, y cuando caía el atardecer eran bendecidos por el rocío en virtud de su aporte y sabiduría bajo el dominio árabe. Pero en 1391, cuando viven bajo el reinado cristiano, hubo una matanza contra los judíos dentro de las juderías incitada por la Iglesia, que empeoró al instaurarse la Inquisición. La sangre, la muerte y el terror los persiguieron por doquier. Algunos pudieron esconderse y vivir como cautivos en diversos pueblos o ciudades. Cada familia trataba de resolver dónde ir, cuándo y cómo escapar; otros dilataban la partida. Los perseguidos miraban hacia Francia, Amberes, Marruecos, Italia, Portugal; y mientras los años pasaban, también los 19
musulmanes sufrían la persecución al verse desplazados hacia el sur por los Reyes Católicos, que avanzaban obligándolos a replegarse como a todo enemigo que se cruzara en su camino. Querían pureza de sangre, y exigían la conversión al catolicismo. Quien se negaba sabía que caía en los tormentos de la Santa Inquisición. El futuro no estaba previsto; los conversos permanecían cerca de la corte creyéndose a salvo de la terrible suerte que aguardaba a sus hermanos. Las familias cambiaron sus apellidos. Levi sonaba mejor como LEIVA o LEYBA O LAIBA O LAYBA, combinaciones que esgrimieron para tratar de disimular su ser judío mientras se preguntaban: ¿Qué es tener origen? ¿Ser originario es pertenecer a un lugar? Si así era, ellos provenían de las Doce Tribus de Israel, de los leales Levitas del desierto, hijos de Levi y de Jacob. Se avecinaban horas terribles y las familias debían tomar la decisión de quedarse o irse, hasta que llegó el año 1492. Algunos lograron salir vía Portugal, que luego les cerró sus puertas y los lanzó al mar, y otros partieron rumbo a América, sin saber dónde desembarcarían alentados por una sola misión: sobrevivir. Cuatro siglos más tarde, antes del siglo XVIII, descendientes de esos Leiva llegaron a América del Sur donde la Inquisición ya estaba instalada; pero se arriesgaron y se internaron en La Pampa que posteriormente sería denominada la pampa argentina. América del Sur estaba densamente poblada de pueblos originarios que no habían pasado por Europa y que, desde hacía siglos ya habían migrado de otros continentes: eran los dueños del lugar hasta que los españoles los sometieron con su mensaje de "paz", imposición, tortura y muerte. Los conquistadores establecieron líneas de fronteras y partieron de Buenos Aires hacia distintos lugares del interior comen20
zando la lucha de la "civilización" contra los "indios salvajes". En 1812 erigieron el Fortín San Claudio, a 140 kilómetros de Buenos Aires, dependiente legalmente de la administración de Luján. Los Leiva se ubicaron dentro de la zona límite de aquella sociedad donde se relacionaron con el aborigen y el gaucho, y lo más lejos posible del control eclesiástico, era lo mejor para pasar desapercibidos ante la Inquisición que todavía quedaba. Los pueblos originarios los recibieron, y se ayudaron mutuamente; se necesitaban: ambos estaban unidos por la persecución y el exterminio. En el caso de los Leiva y de otros ¿cómo iban a conservar las costumbres de su origen judío ante tanta extrañeza? Los Leiva, quienes sólo podían salvar sus vidas se hacían y se repetían ese cuestionamiento. Tan lejos de sus lugares natales: ¿cómo iban a trasmitir quiénes eran? ¿De dónde venían? ¿Por qué estaban allí? ¿Cuál era su verdadero pueblo? ¿Qué sabían los que los rodeaban de sus raíces y diásporas? ¿De sus costumbres, tradiciones, pensamientos? Esas y otras preguntas se fueron perdiendo en el tiempo de supervivencia, tiempo de ser útil al semejante, hacer y buscar justicia; tiempo de trabajar, de crecer, de pensar que sería mejor confiar a la descendencia su verdad oculta, pero viva. Esa confesión de que los Leiva eran judíos pasó de generación de generación. Y fue en la pampa argentina, donde todo era campo, vastedad y horizonte, cielo tachonado de estrellas y maravillosa luz solar, animado por el canto de las ranas y de las aves, donde se trasmitió el mensaje de padres a hijos. ¿Qué comprendía de lo trasmitido el receptor? Lo importante era que alguien lo escuchara. ¿O lo importante era que alguien lo escuchara cuidando de que llegara a destino? 21
En mi caso, por ser única hija, fui la receptora de esa cadena en el siglo XXI. Y me pregunté: ¿Qué hago con el mensaje? ¿Soy merecedora de recibir el legado de hace 500 años? Lo acepté porque de Sefarad salieron mis antepasados y gracias a ellos estoy viva. Celebro ser descendiente de Abraham."
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SEGUNDA REFLEXIÓN SOBRE LA RUTA DE MIS ANTEPASADOS
Ana Leiva "¿Qué es emigrar? ¿Por qué se emigra? ¿Es necesario que las sociedades emigren? ¿Bajo qué circunstancia se debe emigrar? Preguntas y más preguntas nos hacemos cuando discurrimos en la historia de la humanidad; preguntas sin respuestas, preguntas a las que les adjudicamos respuestas: lo único cierto es que las sociedades emigran y cada siglo tiene las suyas. Corrientes migratorias atravesadas por dolor, tristeza y zozobra tuvieron lugar en todos los continentes a causa de conquistas, guerras, supremacía, intolerancia, hambre, peste, y persecuciones. Siglo XIX: Europa estaba convulsionada tanto de conflictos como de ideales que había dejado el siglo XVIII, en países pobres y ricos. Irlanda tierra de normandos, vikingos, sajones, tierra del más fuerte sobre el menos fuerte; escasa de recursos aunque los tenía, vivía a la sombra de los capitales de la corona británica que privilegiaba sus islas. Irlanda: tierra preciosa de terrenos ondulados, de todos los verdes que tapizaban sus prados, de corderitos pastando en los collados; frío intenso, casas de hornos humeantes de pan, exquisitos tes, conversaciones alegres de sus habitantes, su música celta en cada esquina, tortas de naranja o limón, sándwiches de la media tarde, sus scones con mermeladas, sus merengues y toda la exquisitez de ese sencillo y cálido país. Irlanda, isla pequeña. Dublín, su capital. Wexford, una ciudad del sur agrícola ganadera de activo puerto, rodeado de colinas y detrás de cada ondulación una familia que hace más de un siglo se debate entre irse o quedarse: el país se está hundiendo en 23
la miseria. En Wexford si los lugareños no son pescadores, son ovejeros con grandes rebaños poco rentables, la hambruna del siglo se hace sentir. El país está en guerra entre católicos y protestantes y toda fricción hace más terrible la situación, las políticas británicas e irlandesas tampoco dieron resultados y todo se va agravando. Muchas personas murieron de hambruna y más de un millón tuvieron que huir para sobrevivir. Después de mucho pensar la pareja de Michael Broderick y Catherine Cummins parte desde Wexford rumbo a la Argentina: allá dejan su casa, sus bienes, sus ideales, ilusiones, sus parientes. Ambos, con sus 24 años y con 30, dedicados siempre a cuidar ovejas circundan los mares buscando otro porvenir. Arriban a Buenos Aires, pero no desembarcan; las nubes oscuras los acosan; dudan y el barco entra en el puerto de Montevideo donde ellos, luego de "arreglar" con un dinero a las autoridades del lugar bajan a tierra. No saben el idioma, no entienden el mapa, sienten hambre, angustia ante lo incierto, se preguntan dónde será su nuevo hogar; lejos quedó su tierra, ya no la volverán a ver. Se establecerán en América del Sur. Trabajan un tiempo en Montevideo, tratan de aprender el idioma, de reubicarse, consiguen una carreta y se largan al campo, eso es lo que saben hacer, trabajo de campo; solo quieren trabajar y tener derecho a la vida. Nace una hija en Montevideo en 1869; prosiguen el viaje, les dicen que lo mejor es ir a la Argentina: ya están más armados económicamente. Buscan terratenientes ingleses que los empleen; quieren tener irlandeses cerca como compañeros de vida, y la carreta se pone en marcha con la familia: es una casa rodante, los bueyes tiran 24
forzadamente y con paso lento avanza. Llegan a Entre Ríos y están un tiempo en esos campos, pero su deseo es volver a tener una casa digna, de hacer crecer una familia, de ser felices. La carreta avanza, cruzan de Entre Ríos a la provincia de Buenos Aires, merodean por sus pueblos; les avisan que se cuiden de los malones, preguntan qué es eso, qué significa. Ya iban naciendo más hijos, pero siguen viviendo en la carreta, tienen miedo porque les avisan que las niñas blancas son muy preciadas para ser cautivas: deben cuidarse, deben aprender a escuchar el galope con el oído pegado al suelo por si aparecen los indios. El trabajo fijo no aparece, solo emplean peones jornaleros. Arriban a Carmen de Areco, ahí está el Fortín San Claudio, un fortín de avanzada sobre la pampa bonaerense; en la estancia "El Tatay" cuyo dueño es de origen inglés, Mr. Pearson, toman a Michel como ovejero. Ya termina la odisea de vivir en carreta, ya tienen una confortable casa, los hijos crecen con la alegría de todo niño. La chimenea humea sus panes calentitos, sus ricas tortas, sus scones irlandeses; se sigue hablando el idioma irlandés, vuelve a florecer la alegría ante el porvenir. En síntesis Michael Broderick quedó en este país, su apellido inglés es recordatorio de la dominación inglesa en Irlanda que le siguió a las guerras del siglo XVII y al igual que su esposa Catherine Cummins, nunca regresaron allí. Siempre recordaban su Wexford natal y les contaban a sus hijos cómo era ese puerto, esas colinas; sus ovejas, su ritual del five o´clock tea, el frío, y el trébol, la emblemática flor irlandesa. Ana Broderick aprendió esa cultura que no debía olvidar, ese cariño por el país distante, sus sabores, aromas, conversaciones, sus ropas, su música y la alegría irlandesa tan característica. 25
Contaba mi mamá, que había algunas conversaciones que los niños no debían escuchar. Lo mayores hablaban entre ellos repitiendo que era mejor empezar de nuevo y olvidar el pasado. Y así se fue debilitando la esencia de las viejas tradiciones. Mi mamá quedó huérfana de padre e ignoró muchas cosas, pero sabía que no debía persignarse cuando asistiera a la escuela de monjas: pero el por qué no lo supo nunca. Me pregunto sobre la ruta de los antepasados maternos los Broderick y los Cummins que salieron de Irlanda e imagino que eran propiedad de un reino del cual eran súbditos. ¿Para qué le sirvió a esta, mi familia, emigrar? ¿Para salvarse de morir en la hambruna irlandesa? ¿Por cuestiones de fe? Dos rutas, dos familias, dos dolores, dos destinos que se unieron en punto que se llamó Argentina... Vuelvo a preguntarme: ¿Qué es emigrar? Respondo: el derecho a vivir en paz en un país que los acogiera. Soy afortunada porque de ese peregrinar puedo contar esta historia."
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VOLVIENDO A SUS ANCESTROS
Al emigrar de Irlanda a fines del siglo XIX los Cummins Broderick se afincaron en Carmen de Areco, adonde llegaron muchos irlandeses e ingleses y luego italianos. Según el rastreo que Ana realizó el apellido Cummmis es judío y figura en el libro de genealogía que posee el Seminario Rabínico Latinoamericano. Ana fue reconocida de origen judío el 18 de diciembre del 2007. Cabalísticamente, 18 representa Jai: 'vida' en hebreo, devolviéndole ese número más de 500 años de vidas y de voces que murmuran desde el Medioevo Justicia y Memoria. Esa memoria de haber sido elegida para encontrar su verdadera identidad. Ana no fue conversa, ni criptojudía, ni cristiana nueva, ni católica, fue premonitoriamente adventista, la religión más cercana al judaísmo, para aliviar la intriga de saber a qué religión pertenecía. Primero la Oscuridad y después La Luz, primero el Caos y después El Orden, primero La Angustia y después La Revelación. Así se podría sintetizar la vida de Ana quien, desde que recuerda era sorda, como su madre, ante los anuncios que se le presentaban, y silenciosa como su padre, que a pesar de su buen humor y locuacidad, era cerrado como una puerta maciza y clausurada cuya llave Ana encontró cuando él muere. Una llave de hierro antigua como la que los judíos españoles, los sefardíes, llevaron de su casa 27
para regresar algún día, al escapar de la Inquisición. Sorda como su madre que siendo apenas una adolescente huérfana pagó con su sordera el negarse a rezar, a confesarse, a no asistir a misa, cuando la esposa del dueño de la Estancia "El Tatay" (donde trabajaban sus padres) la envió para educarla a un internado de monjas católico irlandés. Su familia nunca había practicado religión alguna y ella se negó a hacer lo que la obligaban; las devotas la consideraron casi una hereje poseída por el mal, y la encerraron en un calabozo húmedo y frío donde sus oídos sufrieron el castigo. Esta anécdota evoca a la de aquellos judíos italianos quienes, para no escuchar la misa a la que estaban obligados, tapaban sus oídos con la cera de las velas que portaban. En ese estado fue devuelta a la estancia y, con el tiempo, conoció a Ignacio, futuro padre de Ana, mientras era Policía del destacamento que cuidaba la propiedad. Su madre fue buena pero distante, y Ana, su única hija, recibió de ella escaso contacto corporal, quizá por la educación de la época o como una manera de protegerse originada en aquellos tiempos en que, a causa de su rebeldía, fuera separada de sus compañeras. Sin embargo esa mujer era alegre; cantaba, leía con voracidad, era hacendosa y a su manera buena madre. Dicen que era muy codiciada por los muchachitos por su piel muy blanca y su pelo negro; y entre aquellos pretendientes se enamoró de un morocho de tez oscura, bien trigueña y juntos formaron una linda pareja. Ana, superando su propia condición de hija única, tuvo cinco embarazos y cuatro hijos a los que junto a su marido adventista eligieron nombres bíblicos por su amor y dedicación a la lectura del Antiguo Testamento. El varón que 28
perdió se habría llamado Obed (nombre del que fuera el único hijo de Ruth, la moabita) y sus hijas: Dina Raquel, Débora Rebeca, Milca Jocabed, Marta Esther. Ana se hizo adventista por unos vecinos de cuando era chica y donde encontró un espacio para reflexionar y pensar, tener fe y estudiar; indagar, saber, creer, pertenecer… y sus padres, que no la dejaban ir a la Iglesia Católica, aceptaron que fuera a la Adventista. Entre las reflexiones que Ana hizo sobre su destino contó que, una tarde, ya siendo abuela, paseando con su esposo mapuche, su nieta y su padre, alguien con quien se cruzaron en el camino, asoció que su marido y su padre eran padre e hijo, y los rotuló como sefaradíes, tal vez como parte de su mayor identificación con él que con su madre encontró un hombre que se le pareciese. La Plata fue su lugar de crecimiento donde concurrió al colegio Mary Graham frente a la Catedral, (colegio estatal de prestigio), por una recomendación que consiguió su padre. Fue bautizada el 4 de enero del 1948: al ser única hija, sus padres por temor a que quedara sola si ellos morían, eligieron para protegerla padrinos reconocidos por su posición en la alta sociedad y en la vida universitaria. Y lo fueron hasta que Ana se negó a tomar la comunión por advertencia de sus padres: esta contradicción entre preservarla y salvarla, remitía a ese mecanismo ocultista atávico de quienes tuvieron que renegar de su fe o convertirse como los judíos ante el Santo Oficio. Sus padres no decían por qué no querían al cristianismo…solamente actuaban de esa forma… En 1954, fiel a esa rebeldía rechaza hacer el curso de catequesis, y se enferma de poliomielitis, situación que apro29
vecha el cura de la capilla del barrio para señalar que "Eso le pasó por ser hereje". Algunos vecinos, influenciados por ese sermón, evitaban pasar por la puerta de su casa y se cruzaban de vereda como signo de rechazo a esa familia apóstata. Pero gracias a otra gente sigue asistiendo a los servicios y clases de la Iglesia Adventista, y finalmente se adhiere a esa grey. Siguiendo el orden cronológico de los anuncios que Ana fue recibiendo por ser como era y actuar como actuaba, en 1957 en el mes de marzo, al comenzar el año escolar y no asistir ella a la clase de catequesis fue clasificada por la maestra de "animal". Es a partir de 2006 que Ana se identifica con los judíos motivada por el libro "La Gesta del Marrano" del escritor Marcos Aguinis. Ana recuerda a su padre con cariño, de buena contextura física, más fuerte que su madre, de tez cetrina típicamente oriental. Lo describe como una persona con sentido del humor, movedizo, buscavida, luchador y triunfador sobre la ignorancia hasta educarse y ser profesional. En 1956 se recibió de Contador después de luchar contra la ignorancia y el analfabetismo hasta los 29 años; pasó de boyero a arreador, gaucho, policía, empleado público provincial hasta el logro de obtener ese título. Fue para ella un ejemplo de vida y también, al igual que su madre, una incógnita. Indicios de que algo se ocultaba en ese andar de familia le rondaba su cabeza; nada se le explicaba, pero ella intuía y se cuestionaba permanentemente. El testimonio de Ana revela cuándo se alivió su alma: Esa revelación sucedió en el dormitorio que ocupaba su padre en la casa de San Andrés, partido de San Martín, 30
casa que era de Ana y Exequiel y que fue su hogar desde que había fallecido su esposa. Típica vivienda con patio delantero, piezas distribuidas alrededor del comedor, patio atrás y azotea. Estaba Ana por salir con el tapado casi puesto cuando su padre le pidió que se sentara: tenía que hablarle de algo muy importante. Lo primero que le dijo para intimidarla fue: "Los Leiva somos judíos, por eso debe ser que siempre andás con judíos". Ana se quedó sin aliento, paralizada, y su corazón comenzó a latir más aceleradamente por su respiración jadeante de asombro. Esa demorada noticia había quedado entre las cenizas del fuego que chamuscara la carne de sus antepasados; ahora esas cenizas inmemoriales danzaban en el aire y se depositaban en cada célula de su árbol genealógico con el pedido de Lizkor, de Recordar (en hebreo). Y fueron también los libros de las Sagradas Escrituras a los que recurrió para que le revelaran La Verdad, Su Verdad. Y fue su padre el que agregó un eslabón más a la cadena de la continuidad al confesarle ese sagrado secreto. "Mi padre tenía 94 años cuando me dijo que los Leiva éramos judíos. Se lo había contado la Tía Clotilde, hermana de su madre que lo crió antes de morir en 1923, cuando el tenía 13 años. Al fallecer el padre de mi padre dejó el secreto a doña Ana Acuña, su madre, y ella lo confió a su hermana Clotilde para que se lo transmitiera cuando ya fuera un hombre". Y fue la tía Clotilde quien un día lo hizo sentar, al igual que su padre a ella, y mirándolo a los ojos, allá por el año 56: "Tu padre dejó un mensaje para vos, para cuando seas grande y me lo retransmitió tu madre antes de irse de este mundo para que te lo diera: "Los Leiva son judíos". Según cuentan el tío Abel, que estaba rondando por ahí, ofuscado gritó: "Nosotros somos católicos. No vuelvan a repetir que 31
somos judíos". Él tampoco nunca se lo mencionó a sus hijos. Pero ellos lo supieron cuando Ana, al morir su padre lo veló con el cajón cerrado, como es la costumbre de los judíos; asimismo se sorprendieron cuando en el entierro se rezó el kadish, rezo por los muertos, a coro con el Pastor adventista que ofició en el sepelio.
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SU PADRE
Ignacio Simón Leiva nació en 1910. Fue hijo de Esteban Leiva y Ana Acuña. En 1917 muere su padre y cinco años después su madre. Ignacio Leiva padre tuvo cinco hijos: Ignacio, Dorotea, Anita, Abel, Sara y al fallecer él su viuda tiene otras dos hijas de otra pareja, Susana y Edelvina. Se crió huérfano, no asistió a la escuela ni tampoco hizo el servicio militar. Después de probar muchos trabajos aprendió de afectos y de traiciones, de la lealtad y de la realidad social en el campo, del poder del estanciero y del sometimiento gaucho, y comprobó injusticias y honradeces; ya baqueano de la vida, se enamoró. En 1935 se casa con Elvira Gregoria Roldán, hija de Esteban Roldán, criollo hijo de españoles, y de Ana Broderick, argentina hija de irlandeses. En 1936 los Leiva se mudaron a La Plata en busca de un nuevo trabajo que le permitiera a él cambiar el de policía que desempeñara en la estancia. Como su hermana era doméstica en la casa del Gobernador Miguens, éste lo ayudó a que comience a estudiar. Trabajó en la Gobernación, en la Municipalidad, en el Ministerio de Economía y en el Tribunal Fiscal. Terminó la primaria en 1941 ingresando entonces a la secundaria y en 1946, a la Facultad. Cuatro años más trabaja de contador en Tandil y, en 1953, volvió con su familia a La Plata donde retomó el estudio y se graduó en 33
1956. El próximo destino de los tres fue Junín, allí trabajó en la Escuela de Comercio, en la Dirección de Rentas y en Tribunales y deviene mentor del Consejo de Ciencias Económicas juninense. Pero como hombre de su tiempo pasó a tener filiaciones políticas diversas: Partido Conservador, peronismo y socialismo relacionadas con Buenos Aires y Santa Fe. Ana tuvo más contacto con los Leiva que con los Cummmis Broderik Roldán, rama familiar de vida diferente a la que eligió su padre. Ese hombre que fue desde boyero hasta contador le dio a Ana cultura, valores éticos y una fuerza interior sin dobleces para conseguir lo que se propusiera. Ana siente necesidad de rastrear en su pasado y decide entonces ir en busca de datos. El 24 de septiembre del 2008, día de su cumpleaños, partió con su esposo, de Buenos Aires hacia Bélgica donde viven tres de sus hijas con sus familias y luego a Irlanda, a buscar información en Wexford, donde habían nacido sus abuelos maternos, Miguel Broderick y Catalina Cummmis, quienes emigraran a fines de la segunda década del siglo XIX. En la Biblioteca Municipal le proporcionaron tres tomos del registro donde constaban los nombres de los que se habían ido hacia la Argentina y a otros países, registro que Ana ya había examinado en los libros de consulta de la Embajada de Irlanda en Buenos Aires. Siguiendo el orden alfabético encontró sus nombres y apellidos. Entre las averiguaciones supo que su abuelo había sido ovejero, trabajo que continuó en el campo argentino. Otra vez fue emocionante sentir que no se había equivocado al seguir el camino del silencio. Con la copia de ese documento Ana y su esposo salieron a caminar por las calles principales de esa pequeña ciudad 34
portuaria y se detuvieron ante una vidriera de una joyería con símbolos judíos. Ana quiso saber qué relación tenía o había tenido ese joyero con los judíos de Wexford. Quería averiguar más de lo que había leído en un artículo que contaba la historia de los judíos de Irlanda que además de tener un antiguo cementerio, una escuela y un museo, algunos fueron alcaldes y ministros, y que uno de ellos, Jaim Herzog, Presidente de Israel, nacido en Belfast, Irlanda del Norte, hijo de un Gran Rabino de Irlanda. Su esposo entusiasmado por ese hallazgo más lo que había leído Ana le sugirió que entraran a la joyería y preguntaran. En escena había un hombre leyendo un libro, casi ensimismado, como orando; en el mostrador, la bandera de Israel; sobre un escritorio, una foto de un hombre barbado de aspecto religioso, que luego supieron había sido el padre del dueño, que era judío, como la mercadería que se exponía: Estrellas de David; Menorot, candelabros de siete brazos; Torot, Rollos de la Biblia; manitos con piedras para la buena suerte, hamsas, lo que revelaba que allí vivían judíos o que por serlo él mismo deseaba exhibirlos. Ana le compró un Maguen David, y, con su escaso inglés, pero con sus expresivas manos, le dijo que era judía y le preguntó cuánto hacía que vivía en Wexford, a lo que respondió que no hacía muchos años. Con su primera Estrella de David y las fotocopias que documentaban una parte de su origen, Ana comenzaba a aliviar su alma ante las voces que desde la hoguera le rogaban rescatar lo que tuvieron que callar o confesar en clave. De regreso Ana también volvió a Carmen de Areco, a 140 km de Buenos Aires, a ver la casa de sus abuelos que fuera aquella estancia de ingleses donde se habían afinca35
do. Frente a lo que quedaba, una tapera, el recuerdo de los Cummins, de los Broderick y luego de los Cummins Roldán, todavía estaba presente. Nadie volvió a habitar ni a trabajar esa tierra desde que murió su abuela en 1936. Pero así como Ana ya había buscado documentación en Wexford hizo lo mismo en la Municipalidad y el cementerio de Carmen de Areco. Y lo que encontró fue la tumba de su abuela irlandesa y no la de su abuelo del que se ignora hasta hoy dónde fue enterrado. A Ana le llamó la atención que las dos tumbas de sus abuelas materna y paterna están casi juntas y no tienen cruces, como tampoco las hubo en su casa, donde ninguno de la familia nunca habló de catolicismo. Este hecho los habrá distinguido dentro de esa sociedad de principios del siglo XX, para la cual era muy importante pertenecer y practicar la fe cristiana para ser aceptados, sobre todo en el interior del país. Por respeto a la confesión que le hizo a Ana sobre su origen su padre él no tiene cruz en su lápida, como así tampoco la de Leonarda Cabrera, su abuela. Estos indicios le llamaron la atención, más la información que pudo recabar en Carmen de Areco de que una parte de la familia no profesaba la religión oficial. Pueblo chico, infierno grande dice el refrán, pero la memoria popular guarda historias que algún día ven la luz cuando alguien como Ana bucea para sacarlas a la superficie. De parte de su abuela, Ana Broderick, que había tenido cinco hijos, no conservó ninguna relación. Eran Mikel, Richard, Víctor, Ana Clara, apodada la Negra, y su mamá Elvira Gregoria. A sus abuelos no los conoció y tampoco tuvo casi contacto con sus tíos. Los visitaban cada dos años en Carmen de Areco. La verdad era que estaban distanciados porque a su padre no le agradaba su comportamiento 36
social. Sus tíos fallecieron. Excepcionalmente, en una ocasión se acercó a una de ellas, inquiriendo sobre su pasado y sus antecedentes judíos y ésta le respondió que "de eso ella no sabía nada."
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MI APELLIDO ACUÑA
Ana Leiva "Mi familia Leiva estaba emparentada con la familia Acuña. Mi papá era Ignacio Simón Leiva Acuña, hijo de Ignacio Esteban Leiva y Ana Acuña. A mi abuela Acuña no la conocí, como tampoco a ninguno de mis abuelos y ni siquiera tengo ninguna foto de ellos para saber cómo eran. Mi abuela se casó muy joven. Enviudó cuando tenía 23 años, según me contaron, tuvo que trabajar para mantener a sus hijos menores y al poco tiempo enfermó y falleció. Mi papá solía contar que ella acostumbraba ir a algún lugar descampado, lejos de la ciudad y debajo de un árbol se ponía a rezar. No era católica ni tampoco iba a la iglesia. Él era un niño y no supo nunca precisar qué rezaba ni tampoco qué día de la semana lo hacía. Mi papá había nacido en 1910 y tenía 13 años cuando quedó huérfano y su madre no le transmitió muchas cosas y tengo la sensación que nunca voy a satisfacer las preguntas que surjan de aquella falta de comunicación generacional. Pero como un sabueso seguí buscando para entender esos extraños comportamientos al descubrir mi identidad. Al acercarme a la biblioteca del Seminario Rabínico consulté el "Diccionario Sefardí de Sobrenombres" y en la página 168 encontré con asombro y satisfacción que el apellido ACUÑA se encuentra entre los apellidos sefaradíes y que proviene de: Lima, Sevilla, Santiago del Estero, Ciudad de México, Inquisición de Lima, Inquisición de México. Con esos datos se acrecentaron las incertidumbres sobre 38
el deseo de saber el origen de esos Acuña que sólo recogen silencio. ¿Vinieron de España? ¿Escaparon? ¿Sabían su procedencia? ¿Por qué mi abuela iba debajo de un árbol a rezar? ¿Qué rezaba? Lo mío es querer y desear recorrer el camino del pasado con sinsabores porque las rutas se truncan, se detienen o desvían muy cerca de la partida, pero yo estaba segura que hubo alguien que dejó una impronta, una señal, un aviso y mi obsesión era cómo poder acercarme al génesis de todo esto buceando en un pasado que se acalló y que la sordina del tiempo selló para que no se pronunciara… Una y otra vez digo y repito que "Se es quién se quiere ser", porque pude elegir en quién creer, dónde estar, con quién estar y en cada amanecer tener el libre albedrío de SER LO QUE DECIDÍ SER".
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IRLANDA*
Durante muchos años se ha creído que los irlandeses son de origen "céltico". La reciente evidencia del ADN demuestra que la gente en el oeste de Irlanda y de Gales (y en menor grado en Escocia e Inglaterra) tienen muchos rasgos genéticos en común con la población del norte de España, conocida en época romana como Gallaecia. De hecho, el origen etimológico de la toponimia de Galicia, Gales, Galia y Galizia (Polonia) es el mismo: proceden todos de la raíz Gael que derivó en Celt bajo el dominio del latín en Europa. El grupo religioso más numeroso pertenece a la Iglesia Católica Romana y la mayor parte del resto de la población adhiere a diversas denominaciones protestantes, siendo la principal la Iglesia de Irlanda de la Comunión Anglicana. Por la inmigración fue aumentando la comunidad musulmana irlandesa. La isla también cuenta con una pequeña comunidad judía, aunque ésta ha descendido en los últimos años. La fiesta nacional es el 17 de marzo en honor al patrón de Irlanda: San Patricio (Saint Patrick en inglés o Pádraig en irlandés), que fomentó el cristianismo en la isla y realizó importantes conversiones dentro de las familias reales y a través de las escuelas monacales; introdujo asimismo la palabra escrita (en latín). Con la muerte de San Patricio, la cúpula religiosa irlandesa era letrada y registraba su historia por escrito. Irlanda se transformó casi exclusivamente en 40
cristiana y en centro de erudición y cultura, pero la mayor parte de este legado fue destruido durante las incursiones vikingas de los siglos IX y X. El arpa, que aparece en el escudo de la provincia de Leinster y el trébol de tres hojas, son símbolos con los cuales se identifica a los irlandeses, así como también a los irlandeses inmigrantes alrededor del mundo. Según San Patricio el trébol de tres hojas es símbolo de La Santísima Trinidad De estas dominaciones e influencias religiosas los judíos, errantes expuestos a las cambiantes políticas sociales, económicas y religiosas, tuvieron múltiples éxodos, y se afincaron en casi toda Europa e islas como Irlanda. Muchos sefardíes se dedicaron al comercio y establecieron un mercado entre los de Marruecos e Inglaterra y, una vez enriquecidos con la política a favor, se establecieron en el Reino Unido. Muchos fueron capitalistas de los reyes, financiando guerras, siendo algunos estafados por los mismos para no pagarles sus deudas. Las Cruzadas, los guetos y el rechazo hicieron que volvieran a Francia de donde habían llegado con Guillermo El Conquistador hasta que Oliverio Cromwel los toleró en el siglo XVII. El judío era una importante fuente de ingresos para los reyes quienes lo consideraban propiedad privada, lo gravaban a su conveniencia y regulaban su presencia de acuerdo con sus conveniencias. La población judía vivió en Inglaterra desde la conquista normanda hasta que fueron expulsados en 1290 por un decreto de Rey Eduardo I quien promulgó el Estatuto de Judaísmo por el cual prohibía la usura e incentivaba al pueblo hebreo a dedicarse a otras actividades. Se les ordenó asistir a sermones especiales de 41
los frailes dominicos con la esperanza, finalmente inútil, de convertirlos y el rey se apropió de sus préstamos y propiedades, además de obtener un capital político con un nuevo subsidio del Parlamento, medida esta que acrecentó su poder y bienes. Los judíos en el Reino de Inglaterra: En 1070 unos 300 judíos se afincaron en Inglaterra. En 1290 son expulsados de Inglaterra, pero algunos se esconden. En 1656, Oliver Cromwell permite su entrada en Inglaterra, Gales y Cornualles. En 1691, David Brown es el primer judío conocido que vive en Edimburgo. En 1701, se crea la sinagoga sefaradita de Bevis Marks, en Londres. En 1762, se crea la sinagoga askenazí de Plymouth. En 1816, primera congregación en Edimburgo. En 1825, primera congregación en Glasgow. En 1848 se crea la sinagoga en Merthyr Tydfil, Gales. En 1861 hay 52 judíos en Irlanda del Norte. En 1881 hay 78 judíos en Irlanda del Norte. En 1882, hay 46.000 judíos en Inglaterra. En 1891 hay 273 judíos en Irlanda del Norte. En 1893, primera congregación en Aberdeen. En 1901 hay 763 judíos en Irlanda del Norte. En 1905 llegaron 8.000 judíos. En 1919 hay 250.000 judíos. En 1929 hay 519 judíos en Irlanda del Norte, los demás emigraron a EEUU. De 1938 a 1945 arribaron 80.000, y llegaron a ser 42
500.000 judíos. En 1939, Sir Nicholas Winton (británico) evacuó a 669 niños, en su mayoría judíos, de Checoslovaquia al Reino Unido. En 1967 hay 1.350 judíos en Irlanda del Norte. En el 2008 hubo 112 ataques antisemitas. En el 2009 hubo 374 ataques antisemitas. La República de Irlanda es oficialmente un 86.8% católica romana, En 1995, tras una prohibición de casi 60 años, los votantes decidieron volver a legalizar el divorcio en la República. Aun así, el número de practicantes es superior a la media europea. La religión católica en Irlanda es símbolo de identificación nacional. Tras haber experimentado un descenso durante la mayor parte del siglo XX, ha ganado recientemente feligreses, según el censo de 2002, al igual que lo han hecho otras denominaciones cristianas menores y el Islam. Comunidades judías vivieron en Irlanda durante la Edad Media, y una comunidad sefardí se asentó en Dublín en 1660. Según el censo de 2006, el número de personas que dijeron que no pertenecían a ninguna religión era de 186.318 (el 4.4%). Las 1.515 personas adicionales se declararon agnósticos y 929 ateos. Por lo tanto, el total no religioso es del 4.5% de la población. Irlanda es miembro de la Unión Europea. Conserva tres de sus cuatro provincias históricas: Leinster, Connacht y Munster siendo gran parte de la restante, Ulster , conocida como Irlanda del Norte, parte del Reino Unido. Su capital es Dublín. En el año 1949 se declaró el Estado irlandés como la República de Irlanda. Los celtas denominaban Éire a la población irlandesa, 43
por lo que la tierra comenzó a llamarse tierra del Éire o Éireland, cuya derivación acabó siendo Ireland (Irlanda). La población total de Irlanda es de 4.239.848 que viven en la República de Irlanda (1,7 millones aproximadamente en el Gran Área de Dublín ). En 1841 la población era de 6,5 millones de habitantes, y pasó a 5,1 millones en 1850 después de la Gran hambruna irlandesa acompañada de una emigración masiva. La población siguió decreciendo hasta los años 1960. En 1901 la población era de 3,2 millones de habitantes y en 1961 de 2,8 millones, pero a partir de este momento volvió a crecer. Desde 1990 la inmigración ha aumentado. Irlanda ha estado habitada durante por lo menos 9.000 años, aunque poco se sabe sobre los habitantes paleolíticos o neolíticos de la isla. Los expedientes históricos y genealógicos tempranos observan la existencia de diversos pueblos (Cruithne, Attacotti, Conmaicne, Eoganachta, Erainn, Soghain y otros). Durante los pasados 1.000 años, ha habido influencias de normandos y de vikingos, que fundaron varios puertos, incluyendo Dublín. Sin embargo, la mayor parte (el 80%) de la población irlandesa desciende de los habitantes originales de la isla que vinieron después del final de la edad de hielo. Muchos en el norte de Irlanda son descendientes de los colonos de Gran Bretaña, sobre todo de Escocia (Ulster-Scots). Desde el ingreso de Polonia en la UE en el 2004, los polacos constituyeron el mayor caudal de inmigrantes de Europa central, seguidos por otros de Lituania, la República Checa y de Letonia. La buena economía, los altos salarios y la alta calidad de vida atraen a muchos migrantes de los países nuevos de la UE: Irlanda ha tenido un número sig44
nificativo de inmigrantes rumanos desde los años 90. Estos últimos años, los chinos han estado llegando a Irlanda masivamente. Los nigerianos, junto con la gente de otros países africanos han supuesto un gran número de inmigrantes que no son de la Unión Europea. Después de Dublín (con 1.661.185 habitantes en el Gran Área de Dublín), las ciudades más grandes de Irlanda son Cork (380.000 habitantes en el área metropolitana), Limerick (93.321 habitantes en el área metropolitana), Galway (71.983 habitantes en la ciudad) y Waterford (45.775 habitantes en la ciudad). La composición étnica actual (censo 2006) es la siguiente: • Europeos: 96,0% (irlandeses 88,8% + otros europeos 7,2%) • Asiáticos: 1,1% (mayoría de chinos) • Africanos: 0,8% (mayoría de nigerianos) • Americanos: 0,5% (mayoría de estadounidenses) • Australianos y neozelandeses: 0,1% • Otros o sin censar: 1,5% Entre las costumbres irlandesas permanece la de los enamorados y amistades verdaderas que sellan su alianza con el Anillo de Claddagh. Místico y hermoso, tiene su origen hace 300 años en una antigua aldea pesquera en Claddagh, en las afueras de la ciudad de Galway, en la costa oeste de Irlanda. El anillo se entrega como símbolo de amistad o como arras nupcial. El día de después de Navidad, el 26 de diciembre, se celebra San Esteban. El 1 de febrero es la fiesta celta del Imbolc, la fiesta de la fertilidad de la Tierra y de la diosa Bríd, la diosa del fuego; hoy en día, es la fiesta de Santa Brígida (Saint Brigid en inglés o Bríd en irlandés), la segunda 45
patrona del país. Los irlandeses ponen las cruces de Santa Brígida en sus casas para impedir el fuego. Otras celebraciones pre-cristianas conservan sus nombres paganos en irlandés y lleva el nombre de algunos de los meses del año: Bealtaine (mayo) la fiesta del principio del verano, Lunasa (agosto) la fiesta de la cosecha. De la mitología del pueblo irlandés pervive la leyenda de los míticos duendes Leprechaum, representados por un sabio adinerado que en caso de ser atrapado regala su oro para que lo dejen en libertad, y la de Tristán e Isolda, los amantes hasta la muerte de los relatos de los Caballeros de la Mesa Redonda de la Edad Media, clásicos del folclore celta que Wagner inmortalizó con su ópera. ORÍGENES DE LOS CELTAS
Según la teoría irlandesa, los celtas nacieron en Irlanda, e Isla de Man, de donde empezaron a emigrar a Inglaterra, Gales, Cornualles, Escocia, y después a Francia, a los países de Europa Oriental, a España, y a Turquía (Los Gálatas). Esta teoría se sustenta en hallazgos y en datos paralelos hallados en la misma fecha en relación a los gallegos, a excepción de una vasija con una decoración que al parecer resulta ser proto-celta y es de unos 700 años antes. La vasija, o mejor dicho, el fragmento de la vasija está sumamente dañado, por lo cual no se sabe bien su origen, pues hasta donde se sabe, los primeros y casi los únicos habitantes de Irlanda eran celtas. Otra prueba contundente es la mitología celta, que a pesar de que no se puede tomar como prueba fundamental por el simple hecho de ser "Mitología", se nos habla de que antes que el mundo naciera, los celtas poblaban 46
Irlanda. Claudio Portés en su libro "La Expansión Céltica en Europa" nos da una interpretación de este fragmento de la mitología diciéndonos, que los celtas probablemente, sabían a la perfección que sus orígenes eran irlandeses, y se refiere al hecho de que "Antes de que hubiese celtas en Europa Continental ya los había en Irlanda". Se considera que esta teoría sería la única que se podría comprobar o refutar en un corto lapso, ya que las fuentes celtas en Irlanda son amplias y poco manipuladas. *(Sintetizado de Enciclopedia Wikipedia)
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MI NIÑEZ
Ana Leiva "Nací en La Plata el 24 de septiembre de 1947 y viví con mis padres en la calle 51 casi esquina 23 de esa ciudad hasta que tuve dos años y medio; por eso poco recuerdo de esa etapa. Luego nos mudamos a Tandil donde sí me recuerdo corriendo en el hotel "9 de Julio", frente a la plaza, que queda a una cuadra de la entrada del Parque Independencia. Cada vez que regreso vuelvo a ese viejo hotel de mi infancia. Su dueño, el Sr. García, para mi era un ogro que mis padres usaban para asustarme cuando yo no quería comer; pero cuando me portaba bien me contaban cuentos y después me premiaban dejándome ir a jugar a la plaza. Mis padres habían alquilado una casa, amplia, soleada, con un gran fondo donde me entretenía parloteando con los pollitos y las gallinas que eran como mis hermanitos. Yo tenía dificultad para hablar: pronunciaba mal, y armaba las frases con dificultad; el médico a quien consultaron dedujo que lo que me sucedía era consecuencia de la sordera de mi mamá. Además aconsejó que me llevaran al jardín de infantes para relacionarme con otros chicos. Y así fue que entré al jardín donde jugaba mucho; era bastante traviesa, pero me daban todos los gustos y me dejaban hacer lo que quería. Desde chica andaba sola por todos lados. En el año 50 mis padres compraron un terreno y edificaron una linda casa al pie del Cerro Independencia con un gran terreno. Por suerte, en la casa lindera había una nena con la que terminamos siendo inseparables amigas. En el fondo mi mamá cultivaba verduras para la familia, y allí 48
también armaron un gallinero donde seguía jugando con los pollitos, además de ir al jardín. A los cuatro años papá me enseñó a atender el teléfono y a hacerle entender a mi mamá quién había llamado y el mensaje que comunicaban. Mi vecinita se llamaba Beatriz Liernur y jugábamos en su patio bajo los árboles con muchos juguetes en una casita de muñecas. Pero los sábados no la dejaban jugar porque eran adventistas, pero yo insistía y me dejaban entrar. Un día me invitaron a ir con ellos a la iglesia con la anuencia de mis padres; ese fue mi comienzo en ese credo donde encontré más amigos. Por esa época mi padre fue despedido de su trabajo en la Municipalidad de Tandil porque se negó a participar de malversaciones y coimas; ante esa crisis empezó a hacer remates de muebles y antes de mudarnos de Tandil remató objetos de nuestra casa, desde mi juego de dormitorio y mis juguetes hasta la jaulita de mi canario compañero. Mi padre regresó a La Plata en busca de trabajo y a terminar Ciencias Económicas. Nosotras dos nos arreglamos para subsistir. Mi madre se puso un taller de costura, y yo me convertí en su intérprete debido a su sordera. Bajo su consejo llevaba las prendas terminadas con la advertencia de que no las dejase si no me pagaban primero. Fui cobradora y vendedora antes de los cinco años hasta que mi papá volvió y los tres partimos juntos a La Plata. Me ubicaron en un jardín de infantes. Esa casa no me gustaba, comparada con la que habíamos tenido en Tandil donde yo había tenido mi dormitorio completo, un baño y mis cosas; en una pieza grande dormíamos los tres, había una cocina chiquita donde nos bañábamos, separada de la habitación por una galería abierta y en el fondo del terreno un baño con pozo como letrina. Para alegrarme me compraron una hermosa perrita blanca, raza westin terrier. En el terreno me trepaba a los árboles frutales 49
como un varón; mi preferido era la higuera de la que, de una rama, colgaba una hamaca hecha por mi papá. El resto del tiempo corría con mi perrita disfrutando de ese espacio. Mi papá debía terminar la facultad y había pocos ingresos; para colaborar mamá cultivó el terreno con plantas florales, y yo, que estaba en primer grado inferior, salía a venderlas. Primero ella las cortaba y yo armaba los ramos como lo había visto hacer a un florista, luego los ponía en una canastita y salía a la calle a tocar el timbre o a golpear puerta por puerta. Ese dinero que traía nos ayudaba para los gastos. Mi perrita llamada Polilla, comprada en la famosa veterinaria Casa Paul, sucursal La Plata, entró en celo y le consiguieron un macho de su raza para procrear. La noticia de que iba a ser mamá vino acompañada de la aclaración de que no debía encariñarme con la cría porque iba a ser vendida. Cuando nacieron, los más lindos fueron comprados enseguida, y yo debía salir a vender a los menos agraciados. Aquel barrio de La Plata era tranquilo; a dos cuadras estaba el Regimiento 7º de Infantería. Todas las mañanas los soldados salían a hacer sus prácticas y yo me sentaba en la puerta de casa para verlos marchar y observar sus ejercicios de rutina. Enfrente de casa, separados por la rambla, vivían varios chicos amigos y el cura párroco de la capilla: ese mismo cura fue el que, en la misa del mes en que caí enferma de poliomielitis, dijo que eso me había pasado porque no había tomado la comunión, y que yo y mi familia éramos herejes. Fue por él que los padres de los chicos del barrio cruzaban a la vereda contraria de mi casa y golpeaban las manos como ahuyentando al diablo por ser nosotros "impuros" Sin embargo, a pesar de mi tristeza, a la semana ya estaba jugando otra vez, corriendo, saltando, buscando mis amiguitos, 50
pero muy pocos respondieron a mi llamado por influencia de los dichos del párroco. Mi perrita me hacia compañía y alegraba mis días, yo seguía feliz, vendiendo las flores, estudiando; me iba bien en la escuela, una escuela a la que sólo iban los hijos de personas distinguidas de la sociedad de entonces, porque mi padrino, católico, profesional e influyente me consiguió una vacante. Viajaba sola en tranvía a la escuela ida y vuelta; al regresar merendaba, después iba a hacer los deberes y a jugar. Fue una época preciosa, sin embargo, como era tan traviesa, la maestra hizo llamar a mi padre y le dijo que me querían echar: él pidió que no lo hicieran porque pronto nos íbamos a mudar. Una mañana fría me despertaron a la madrugada, y mi mamá, cargada con una bolsa con pan, carne y agua, me abrigó y los tres partimos hacia el campo mientras escuchábamos explotar bombas, gritos y estruendos, encandilados con los fogonazos como si estuviéramos en una guerra. Había caído Perón y se realizaban fusilamientos en el cuartel: esa fue la despedida platense antes de mudarnos otra vez. Mi papá había comprado una casa en pleno centro de Junín, yo obtuve el pase a la escuela normal donde continué con mi mala conducta, además de un comportamiento incorrecto con una compañera discapacitada por el que fui expulsada del nuevo colegio. Para mis padres lo que yo había hecho era muy grave dado que ellos siempre me habían enseñado a hacer el bien. Tuve amigas, pero en el barrio casi todos eran varones con quienes me entendía muy bien, como los hermanos García, Héctor Lebenshon, Salocco. En cuarto grado, al comenzar el año escolar, los chicos que no habían tomado la comunión debían comenzar catequesis y mis padres no me dejaron tomarla. La maestra para ofenderme me comparó con un animal al no seguir el curso y llorando 51
de indignación sentí que el animal era ella al proceder así. Mi padre me defendió ante la directora del colegio y nunca más me molestaron. Pero las cuestiones religiosas siempre surgían, como cuando llegaban las fiestas de fin de año. En Navidad me ponía triste cuando veía las casas de los vecinos, con luces, arbolitos, regalos y las familias sentadas alrededor de la mesa con comidas copiosas. Sin decir una sola palabra obedecía a mis padres que me mandaban a dormir, pero disimuladamente me quedaba en la cama escuchando los ruidos y voces que provenían de los alrededores; cuando ellos se dormían espiaba por la ventana para ver cómo los otros celebraban. Esa noche nuestra comida era igual a la de los demás días y no había ningún adorno alusivo a la celebración. Para el 31 de diciembre sí había fiesta en casa porque venían amigos de mis padres. Después, cuando llegaba Reyes yo me sentía contenta porque me permitían poner los zapatitos donde me depositaban un regalo, aunque al día siguiente me decían que ellos eran los Reyes Magos… y el resto fantasía. A los diez años era la secretaria de mi papá, iba Tribunales a buscar o entregar expedientes, citaciones y exhortos. Todos me conocían. Fui emprendedora y enfrenté las situaciones difíciles con destreza y alegría. Solía conversar con mi mamá sobre lo que debía ser en la vida. Ella me hablaba de los valores, de la educación, del estudio y contaba que ella se había frustrado por no poder escuchar. Le gustaba que practicara tenis, hablaba de la esgrima, y me daba un gran consejo: "Que nunca dejara de ayudar a los demás, y que nunca dejara de estudiar" Me hablaba de su mamá, de sus abuelos que habían venido de Irlanda, de Wexford, que allá era muy lindo, me decía. Nos gustaba ir a ver películas inglesas y tomar el té a la inglesa: yo 52
debía tener la mesa puesta a las cinco en punto de la tarde, tenía que calentar la tetera con agua bien caliente, después tirarla y volver a llenarla con agua bien caliente sin hervir y té en rama; tapar y cubrir la tetera con un cubre tetera que ella había tejido, disponer una jarrita con leche y que no faltaran las Bay Biscuit, pan tostado o las galletitas. A veces me fastidiaba todo ese ritual ingles/irlandés que ella llevaba en su sangre, como los pulovéres bordados y los vestiditos plato, también tan irlandeses. Fui educada por mi padre para tener responsabilidades y valores; trabajar, no mentir, no robar, sostener la palabra empeñada; aprender de su ejemplo de hombre intachable, querido y de pocas palabras, de mirada penetrante, pero a la vez amable y respetuoso como había sido él. A los 10 años comencé a estudiar baile español, clásico, y folclore como así también dibujo, pintura, guitarra, y piano. Me preparaba sola para entrar al Conservatorio López Buchardo y recibía felicitaciones por mis estudios cuando rendía libre los exámenes; en enero y febrero me hacían estudiar costura y bordado: hoy sé que aquellos cursos me fueron muy útiles para desenvolverme como mujer y madre. A los doce años tuve mi primer alumno de guitarra, aunque seguía jugando a las escondidas, corriendo, haciendo teatro con la cortina de la galería de casa… pero nunca supe andar en bicicleta. Puedo decir que tuve una infancia feliz. Los viernes, al regresar de la escuela primaria, mamá me esperaba con una riquísima torta de limón para tomar la merienda, después charlaba con mis padres, y cenábamos temprano. Como quería seguir jugando y divirtiéndome me decían: "No debemos reír los viernes a la noche porque mañana podemos llorar"; ante mis dudas y la certeza de ellos temía que al día siguiente pudiera ser cierto. "Recuerdo las conversaciones que mantenía con mi madre sobre las costumbres ancestrales vividas por la familia en Irlanda. 53
Se hablaba de la comida, de la ropa, del paisaje y de los trabajos. De la ropa se citaba la calidad de la lana, su textura, y el diseño de las sedas, gasas y otros tejidos que venían de Inglaterra. Sabíamos que Irlanda era un país más pobre pero que igualaba a la moda inglesa en sus dibujos y tejidos; mamá tejía y bordaba mis prendas para que luciese como una irlandesita. Íbamos siempre a las grandes tiendas Harrods y Gath & Chaves a comprar o a deleitarnos con esa mercadería tan maravillosa; también tomábamos el té con sándwiches y masas finas. Las vueltas de la vida hicieron que después repetiría ese ritual llevando a mis hijas. Esas costumbres volvieron a mi mente cuando viajé a Irlanda; aterricé en Dublín y pisé la tierra prometida, ésa que en mi infancia evocaba mi madre a través de los relatos. Cuando llegué me puse a llorar y quise ver todo a través de mis lágrimas: había esperado ese momento 60 años. Habíamos tomado el avión en Charleroy, Bélgica, donde viven mis tres hijas actualmente, y al llegar Dublín lo primero que hice fue buscar esos tejidos tan queridos de mi infancia. Ya cuando tomamos café en el aeropuerto me llamó la atención la abundante leche en la jarra de vidrio, y recordé que mi madre insistía que ese alimento nunca debía faltar, seguramente porque era abundante en ese país y después nos fuimos con Exequiel a Wexford, que queda a cuatro horas por autopista de Dublín. Tomamos un ómnibus y al dejar la ciudad yo estaba ansiosa por ver lo que mamá me había dibujado en palabras, sobre los campos de Irlanda, su suelo ondulado, sus matices de verde, las ovejas pastando, sus casas simples, ordenadas, llenas de flores, todas con sus chimeneas para paliar los crudos inviernos de viento y nieve. En el ómnibus escuché hablar irlandés, ese inglés que yo había escuchado y parloteado de chica y que no coincidía con el inglés clásico de 54
los angloparlantes, tal cual mi marido lo había notado: en ese viaje nos dimos cuenta que mi inglés era mi irlandés. Alternando con esa melodía idiomática que me había acunado y el paisaje que se sucedía a través de las ventanas, observé la campiña de prados y ganado lanar y las grandes plantaciones de frutilla. Esa región, según me enteré, era la mayor exportadora de frutillas del país. Mientras miraba pensaba qué era igual y qué diferente entre el ayer y el hoy de las ovejas que moteaban los pasturajes como blancos manchones y reflexioné que antes era más aprovechada su materia prima para la industria textil, ya que en la actualidad es reemplazada por fibras sintéticas aunque nunca podrán competir con las británicas por su calidad. Otra emoción fue probar el típico scon irlandés, enorme, húmedo y con pasas de uva: para nuestra sorpresa, supimos que se untan con manteca y mermelada de frutilla, reemplazando a nuestra típica tostada o medialuna. Ya estaba en el lugar donde habían vivido mis bisabuelos, caminando sobre sus pasos; con la valija a cuestas fuimos al puerto. Ese puerto rodeado de casas iguales, sencillas, pintadas de colores que se reflejaban en el río que desemboca en el Atlántico. Y me senté a mirar ese paisaje que habían mirado mis antepasados y lo sentí familiar y querido. Melancólicamente pensé en los miles de irlandeses que partieron de esa costa hacia otros lugares como Estados Unidos, en su mayoría, Australia y Sudamérica, en busca de vaya a saber qué esperanzas, emigrando por hambruna, guerras, o percusiones. Al igual que al arribar a la estación de trenes que quedaba al lado del puerto nos sentamos para ver a la gente pasar. Observé caminar a los que pasaban y trataba de encontrar en sus rostros los mismos rasgos que caracterizaban a mis tíos y primos maternos; la piel blanca, sus pecas, sus cabellos rubios o pelirrojos y 55
sus cuerpos robustos semejantes a mis familiares. También vi a muchos inmigrantes que no tenían nada que ver con el prototipo irlandés; habrían llegado allí seguramente atraídos por el progreso económico e industrial de Irlanda de esos años. Entre los conocidos y los desconocidos yo buscaba. Buscaba, buscaba, buscaba… mis raíces. Dejamos la valija en el hotel y, para cumplir con nuestro objetivo, fuimos a encontrar personalmente los datos de los Broderick Cummins, que ya habían verificado Débora y Marta, mis hijas radicadas en Bélgica, y mi nieta Nicole de Argentina cuando viajaron antes a Wexford, rastreando y hallando los nombres de mis bisabuelos en los registros de la Biblioteca Pública. Pero nosotros queríamos saber si todavía quedaba alguien que hubiera escuchado hablar de los Broderick Cummins, pero nadie los conocía. Hasta que llegamos a la Biblioteca Pública, muy moderna, bulliciosa, llena de estudiantes enfrascados en sus libros; allí una colombiana nos escuchó hablar en castellano y nos ayudó. Al igual que lo hicieran mis hijas y mi nieta mayor obtuve las fotocopias que confirmaban que ellos habían nacido en Wexford, que fueron ovejeros y que habían emigrado alrededor de 1870. ¡Qué fantástico fue para mí! Tenía en mis manos documentos que sumaban hojas perdidas de mi genealogía. Había encontrado gotas de mi sangre: estaba rehaciendo la ruta de los Broderick Cummins. Esos papeles hablaban por sí mismos: en parte hablaban y en parte callaban. Mi esposo se sentía feliz porque yo lo ayudé a buscar sus orígenes y él me ayudaba a encontrar los míos. Y recién supe que eran judíos cuando lo comprobé en un libro de apellidos del Seminario Rabínico. De los Leiva nunca lo había sospechado hasta que mi padre lo confesó. De esta manera fui armando el rompecabezas de mi vieja pertenencia ignorada; 56
siempre me había importado quiénes habían sido mis antecesores. Tumbas y silencio, muertos y más silencio. De la familia de mi mamá casi todos habían fallecido. Pero yo no me di por vencida y hasta compré un escudo real con el apellido Cummins con la ilusión de haber pertenecido a alguno de los reinados irlandeses. En Irlanda los negocios abren temprano y cierran a las 17 horas; ese día era muy frío con un cielo límpido recibiendo los últimos rayos de un sol desfalleciente del invierno; y nosotros seguíamos caminando por sus calles despobladas. Los lugareños habían vuelto a sus hogares, sólo se escuchaban las voces de los parroquianos en las tabernas saboreando la infaltable cerveza vespertina y sidra. Solitarios y sin saber inglés para comunicarnos nos fuimos a dormir para regresar a Dublín a la mañana siguiente. Vimos como comían el irish stew y panceta con col, el boxty, un plato tradicional, el coddle dublinés cocinado con salchichas de cerdo, que también se sirve en el desayuno con papas fritas. En los bares, otros bebían la crema Baileys, una mezcla de crema de leche con whisky irlandés de bajo volumen alcohólico. Nosotros tomamos café con leche porque los adventistas no ingieren alcohol; todo este panorama en medio de la música celta tradicional y moderna. Llegamos a Dublín, ciudad en la que permanecimos dos días, y nos alojamos en un hotel del Barrio Temple Bar, donde están todos los pubs de siglos; almorzamos en pleno centro. Busqué negocios de tejidos para volver a ver los pulóveres bordados que añoraba y en una vidriera estaban expuestos tejidos iguales a los que me había tejido y bordado mamá y comprobé que se conservaba esa costumbre. De regreso a Bélgica agradecí a mis hijas el viaje que me habían regalado por mis 60 años, coincidiendo todos en que Wexford era hermoso, no solo por su belleza sino por su significado. 57
Lo que es particular para mí es que mis tres hijas se fueron a vivir a Bélgica, país que queda casi enfrente a Irlanda, como rehaciendo el camino inverso al de mis bisabuelos, como acercándose al punto de partida de esta historia. La primera que se fue a vivir fue Débora que se casó con un belga franco parlante que había venido a la Argentina con la intención de enamorarse de una joven morocha típica con rasgos indígenas y de ascendencia europea… y la encontró, porque Débora es alta, con mucha presencia, con pelo pesado, largo y renegrido, de ojos almibarados de mirada profunda y piel cetrina, Se conocieron en una exposición donde ella vendía cursos de inglés; aunque él hablaba castellano esgrimió la excusa que necesitaba una profesora; después de salir un mes juntos mi hija se enteró de que lo hablaba perfectamente ya que su madre había nacido en España y su padre era franco belga. Cuando Vincent Geri conoció nuestra familia y se cumplieron sus expectativas se casaron y se fueron. Él tenía 30 años, muy alto, robusto, rubio, de ojos celestes; introvertido, pero muy preciso con sus palabras; formó junto a Débora una linda pareja y partieron en el año 2001. Débora, en Bélgica, aprendió el idioma, estudió diseño de ropa e instaló una empresa de vestidos de noche y sombreros y organiza desfiles en Europa desde Cannes a Buenos Aires. El negocio lleva su nombre: Débora Rebeca Velásquez, queda en Bruselas, y viven en Zaventem, cerca del aeropuerto. A pesar de su éxito comercial extrañaba a la familia y sobre todo a sus hermanas porque siempre fueron muy unidas. Vincent ayudó a encontrar trabajo a su tercera hermana Milca y a su marido, Jorge Kranevitter, descendiente de alemanes del Volga y padres de Marlene, para irse a radicar allí. Ella enfermera y él cocinero ni bien llegaron tuvieron trabajo, casa y auto y se instalaron en Esneux, a una hora de Bruselas, en la provincia de Lieja : corría 58
el año 2002. Al año se mudaron a su casa propia en Mons, a pocos kilómetros de la frontera con Francia. Tuvieron dos hijas más. A mis dos hijas en Bélgica les siguió Marta, primero fue de visita, pero en otro viaje se enamoró y se quedó. En Argentina ella había estudiado nutrición y me ayudaba cocinando en una pizzería que teníamos; se fue con esa profesión y se juntó con un flamenco de apellido Koen De Ryck al que llaman Kun fonéticamente. Él trabaja en un banco y es periodista, un rubio de 1.90 cm, de estampa bien flamenca, y Marta es baja, mide 1,50 cm., comparada con la estatura de mis otras hijas; trabaja como cocinera cerca de Amberes, donde viven. Dina, mi hija mayor, casada, tiene dos hijos, da clases de música en escuelas y su marido es jefe de una editorial de la iglesia adventista. Es la única de mis hijas que va a la iglesia con su esposo. Tenía un nene de seis años que murió, eso fue para todos una gran desgracia. Todo este plantel familiar que acabo de describir vio positivamente mi búsqueda, pero no fue una novedad porque la sospecha o la asociación de que éramos judíos siempre aparecía de parte de los demás; además por nuestros nombres bíblicos era común que nos confundieran, y también porque los adventistas tienen muchos puntos en común con el judaísmo. Yo colaboré y formé parte del Templo Hebreo Adventista, donde aprendí que esa iglesia tiene diferente creencia con los judíos porque ellos esperan nuevamente al Mesías. A esa iglesia asistían judíos que se habían plegado a ese movimiento; lo judío o la palabra judío rondaba siempre nuestras vidas. Tal es así que luego del atentado a la AMIA, una amiga de mi esposo, me dio el pésame; según ella cuando nos casamos supo por la feligresía que Exequiel se había casado con una mujer judía. Este cambio se lo iba comunicando a mi familia. 59
En la latente curiosidad por saber más y más y buscar y buscar, llegó el día" tan esperado por mí, el del examen de conversión, en el que recibiría mi certificado. Fui sola, ya que Exequiel a pesar de apoyarme le costaba aceptar mi decisión. Esa mañana me levanté más temprano que de costumbre y me preparé el bolso para el baño ritual de purificación y reconocimiento como mujer judía. De regreso a casa con ese papel en mano que tantas cavilaciones y luchas me había costado supe de la fidelidad absoluta que había asumido a practicar mi vieja y nueva religión."
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LA IGLESIA ADVENTISTA Y LA SINAGOGA
"Ana, que devino judía por convicción por conversión eligió asistir los viernes por la noche a los oficios religiosos de Shabat a la Comunidad Judía Lamroth Hakol que ya frecuentaba y los sábados por la mañana a Shajarit (oración matutina de Shabat). Ella y su esposo, después de 39 años de haber ido juntos a la iglesia adventista, siguieron de común acuerdo cada uno su camino de elección religiosa, unidos por el amor de pareja, de familia y de hogar. Según una hermosa frase de Ana: "Una va en busca de lo que no sabe que busca hasta que lo encuentra". FUNDAMENTOS DEL ADVENTISMO*
La Iglesia Adventista del Séptimo Día (comúnmente abreviada Iglesia Adventista) es una grey cristiana distinguida por su observancia del sábado, el séptimo día de la semana judeocristiana, como el día de reposo, el Shabat, y por su certeza de la inminente segunda venida de Jesucristo. Esta Iglesia ocupa el octavo lugar entre las organizaciones internacionales cristianas. Gran parte de su teología corresponde a las enseñanzas evangélicas, tales como las de la deidad y la de la infalibilidad de la Biblia. Una de las diferencias con la religión judía consiste en el estado inconsciente de los muertos y la doctrina de un "juicio investigador" y una similitud es que también es 61
conocida por su cuidado en la dieta y la salud, su comprensión holística de la persona, su promoción de la libertad religiosa, y sus principios y estilo de vida conservadores. Para los adventistas, la Biblia es la fuente por excelencia de la verdad acerca de Dios, y el testimonio de Jesucristo el estilo real y verdadero de vida. Los adventistas creen que el sábado es el séptimo día de la semana (lo cual contradice el calendario gregoriano, que lo considera sexto), y debe ser considerado como el verdadero día de descanso. Esta creencia se basa en la declaración bíblica: "Acuérdate del día de reposo". Toman este día como uno de 24 horas, de puesta de sol a puesta de sol, comenzando el viernes por la tarde y por ende terminando el sábado por la tarde. Cabe destacar, sin embargo, que ellos creen en la Salvación por Gracia y la justificación por Fe en Cristo. Obedecen los Diez Mandamientos que Dios escribió con su dedo, como ley inmutable Jesucristo no cambió las leyes Judías ni el día de reposo; con la muerte en el Calvario de Jesucristo, la profecía de Isaías fue cumplida. Es importante considerar que los adventistas guardan el día sábado para reconocer que Dios es el Creador, y piensan que, como lo declara el Eclesiastés, "los muertos nada saben". Esta ideología sostiene que una persona no tiene forma consciente de existencia hasta su resurrección, que ha de darse en la ocasión de la segunda venida de Jesús (en el caso de los justos) o luego del milenio del Apocalipsis (en el caso de los impíos). Los adventistas deben su única regla de fe a la Biblia, la cual no supone vida después de la muerte sino que sólo al momento de la resurrección, ya sea para la vida eterna o para la muerte. 62
Los adventistas del séptimo día practican el bautismo de los creyentes por inmersión completa, de manera similar a los bautistas. Argumentan que el mismo requiere consentimiento por entendimiento, y responsabilidad moral. El bautismo significa confesar la fe en la muerte y la resurrección de Cristo, y testifica la muerte al pecado y la intención de caminar en una vida nueva reconociéndolo a Él como Señor y Salvador, convirtiéndose en Su criatura, y pasando a ser miembro de su iglesia. El bautismo es símbolo de la unión con Cristo, del perdón de los pecados, y de la recepción del Espíritu Santo. También Creen que la segunda venida de Cristo, es inminente y visible en todo el mundo, y que será precedida por una angustia temporal en la que los justos serán perseguidos, y un anticristo exhibirá gran poder sobre la tierra. Las actividades típicas del sábado de un adventista del séptimo día comienzan normalmente en la tarde del viernes con el culto de puesta del sol en el hogar o en la iglesia. Los adventistas practican la cena del Señor (conocida en otras denominaciones como eucaristía): es un servicio abierto, basado en el capítulo 13 del Evangelio según San Juan. El servicio incluye una ceremonia de lavado de los pies y la participación de la Cena del Señor que consiste de panes sin levadura y jugo de uva no fermentado. Esta grey propone un mensaje de salud recomendando el vegetarianismo y la abstinencia de carne de cerdo, sangre, crustáceos, y otros alimentos proscritos como «animales inmundos» en Levítico 11; asimismo la abstinencia de alcohol y tabaco u otras drogas. Muchos adventistas se abstienen de tales alimentos con el deseo de mantener un estilo de vida saludable; además se aplican a progresar y escuchar lo que dice la Ley (nombre que le dan a los cinco primeros 63
libros de la Biblia), especialmente el Levítico. Además, alientan el entrenamiento físico orientado a generar un balance armónico entre cuerpo y mente. FUNDAMENTOS DEL JUDAÍSMO*
El término judaísmo se refiere a la religión o creencias, la tradición y la cultura del pueblo judío. Es la más antigua de las tres religiones monoteístas más difundidas (junto con el cristianismo y el islamismo), conocidas también como "religiones del libro" o "abrahámicas", y la menor de ellas en número de fieles. Del judaísmo se desglosaron, históricamente, las otras dos. Éstos son algunos de los principios sobre los que se basa la religión judía: El judaísmo venera al Tanaj, compendio de 24 libros que cuenta la historia del hombre y de los judíos, desde la Creación hasta la construcción del Segundo Templo, e incluye también preceptos religiosos, morales y jurídicos; filosofía, profecías y poesía, entre otros. Sus cinco primeros libros, la Torá o Pentateuco, son considerados escritos por inspiración Divina y por ende sagrados, y su lectura pública en la sinagoga los días lunes, jueves y sábados, es parte fundamental del culto judío, lo que le ha valido al pueblo judío el nombre de «Pueblo del Libro». La Torá es la fuente primera de los siete preceptos morales básicos que obligan a todo ser humano como tal («Los siete preceptos de los hijos de Noé» o Preceptos Noájicos); Génesis (9,1-7), y de los 613 preceptos religiosos que obli64
gan a los judíos: 365 que imponen abstenerse de acción —uno por cada día del año— y 248 preceptos que obligan positivamente a hacer —uno por cada parte del cuerpo—. Los preceptos bíblicos son comentados, explicados, ampliados e implementados por las diferentes exégesis que plasmaron por escrito las tradiciones orales: la Mishná y el Talmud. Los preceptos jurídicos, éticos, morales y religiosos que emanan de la Torá, y que junto a su explicación de la Mishná conforman el corpus jurídico principal del judaísmo, el Talmud, son conocidos como la ley judía o Halajá (camino); cuya fuente principal es reconocida por los judíos de todo el mundo —amén de una riquísima y amplia literatura —el Shulján Aruj ("La Mesa Servida"). Los mandamientos de la Halajá comandan el ciclo íntegro de la vida judía observante, desde la circuncisión al nacer (Génesis 17,10), pasando por la alimentación (el kashrut, Levítico 11,1-47), la vida íntima (Levítico 12,1-8), la vestimenta (Levítico 19,19), y así todos los hitos principales de la vida del hombre, hasta su muerte. La plegaria más solemne de la religión judía, que plasma la esencia misma de la creencia monoteísta, aparece en el quinto y último libro de la Torá: "Oye, Israel. Dios Nuestro Señor es nuestro único Dios" (Deuteronomio 6,4). Los creyentes la recitan dos veces por día, en las oraciones de la madrugada y del atardecer, y es el último rezo en boca de un judío, antes de morir. El símbolo judío de nuestros días por excelencia, es la Estrella de David ("Escudo de David"), llamado así por la creencia de que el rey David lo adoptó como símbolo de armas en su escudo de guerra y el de sus soldados; aunque 65
aparece con su significado actual muchísimo más tarde, hacia la Edad Media. El símbolo conocido más antiguo del judaísmo, es el candelabro de siete brazos (Menorá), emplazado antiguamente en el Tabernáculo (Éxodo 25,31-40), y luego en el Templo de Jerusalem (1 Reyes 7,49). La vida judía se rige por un calendario sui generis, basado en la combinación del ciclo mensual lunar y del año solar, cuyos orígenes se remontan a tiempos bíblicos, y por el cual se rigen las festividades y ritos de la religión hasta el día de hoy. La festividad judía más venerada es el Shabat (sábado, "reposo, cese de actividad", Génesis 2,2-3), considerado sagrado y superado en solemnidad sólo por el Día del Perdón o Yom Kipur, precisamente llamado también "Sábado de Sábados". Su relevancia en la vida judía es tal, al punto de incluirse entre los Diez Mandamientos, que se estiman palabra Divina (Éxodo 20,8-11, Deuteronomio 5,12-15). El liderazgo de la comunidad judía tradicional está en manos del rabino, persona culta y docta en la Halajá, que conduce a sus acólitos no sólo en lo espiritual y religioso, celebrando el culto judío, sus festividades y celebraciones; sino que se gana el respeto de su grey como autoridad moral y líder comunitario, brindando consejo, solucionando problemas y dirimiendo conflictos que se suscitasen entre sus miembros. El culto judío se celebra en el templo o sinagoga, que sirve asimismo de lugar de reunión y encuentro comunitario, para el rezo en público requiere de un mínimo de diez varones (Minyán). La sinagoga sustituye en tal función al Templo de Jerusalem, destruido en el año 70 y lugar único de oración y peregrinación hasta su desaparición física. Del mismo modo, los sacrificios rituales que allí se efectuaban, 66
fueron reemplazados por sendas plegarias, que el judío piadoso eleva tres veces al día: al amanecer (Shajarit), por la tarde (Minjá) y al anochecer (Arvit). En días festivos se agrega una cuarta a media mañana (Musaf), y sólo en Yom Kipur se cierra la celebración con una quinta plegaria (Ne’ilá). La religión y el pueblo judío, consagraron desde siempre a la tierra de Israel como uno de sus ejes principales, ya desde sus mismos albores (Génesis 12,7), convirtiéndose ésta en parte integral de la idiosincrasia judía: el mundo se divide entre la Tierra Santa y todo el resto, llamado diáspora. Así, las sinagogas de todo el mundo se construyen de cara a Israel; los rezos y festividades concuerdan con su clima y sus estaciones; gran parte de los preceptos pueden cumplirse sólo al pisar su suelo, por nombrar algunos pocos. Dentro de la tierra de Israel, ocupa Jerusalem un lugar único en la devoción judía; y dentro de la ciudad, los restos del Templo de Salomón, el llamado "Muro de las Lamentaciones", es considerado el más sagrado de los sitios. Comparten con Jerusalem su condición de santidad, en menor medida, también las ciudades de Hebrón, Safed y Tiberiades. El pueblo judío se identificó desde un principio con la lengua hebrea, considerada "lengua sagrada" en la que está escrita la Torá y la gran mayoría de la literatura hebrea. Relegada a la condición de lengua muerta durante siglos, reservada a la oración, la literatura y textos jurídicos y teológicos, fue recuperada como lengua hablada y modernizada con el surgimiento del Sionismo y adoptada como lengua oficial del Estado de Israel. *(Conceptos sintetizados de Wikipedia)
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MI ADOLESCENCIA
"Con alegría y dinamismo llegué a la adolescencia. El ingreso a la secundaria significó dejar atrás momentos plenos de juego para comenzar a ser ‘señorita’, etapa de cambios corporales y espirituales, reflejados en la ropa que usaba y en mi cabecita de púber. El espejo me devolvía un cuerpo que se iba transformando, estirando y modelando… pero no mostraba lo que pasaba por mi revolución interior. Era el momento exacto del reloj biológico en el que se armaban las salidas con amigas y muchachos, los bailes, los asaltos en casas; la mía era la más concurrida: cuando mis compañeros de escuela pensaban en una, yo era la primera en ofrecerla. Mi mamá enseguida amasaba pizzas o preparaba sándwiches; los varones traían las bebidas y las chicas alguna torta… y empezaba la diversión donde no faltaban los famosos colados, los no invitados amigos de mis amigos. Como vivía en Junín, y mi casa quedaba en el centro, venían todos. De vez en cuando alguno llegaba con algún familiar del "campo" y solíamos, con aires de superioridad discriminarlo con gestos o alguna mueca de desprecio, conducta de la que hoy me avergüenzo. Alternábamos las reuniones en las casas con ir a divertirnos al Automoto Club también céntrico. Nos juntábamos los cuatro colegios públicos: Normal, Bachiller, Técnico y Comercial, y esa barra era un hervidero de chismes. Competíamos a ver quién iba mejor vestida, a quien la cabeceaban más los muchachos y elegían para bailar al ritmo del Club del Clan, Palito Ortega, 68
Leo Dan, Los Wawanco de la década de 1960, o rock and roll, twist, tango, milonga y cumbias. A mí me gustaba bailar y no me importaba qué ritmo, el asunto era que me sacaran a bailar. Siempre fui inquieta sin música y más movediza con música. Puedo sintetizar que en la infancia jugué y en la adolescencia bailé. Para no quedarse sin mesa y estar cerca de la pista había que reservar. Las primeras veces fui con mi mamá porque era un poco tímida y no sabía cómo comportarme hasta que me desinhibí y me las arreglé sola. Me ayudó la presencia de estudiantes que cursaban la universidad en la ciudad. Los fines de semana venían a Junín a visitar a sus familias y aparecían por casa a pedirle asesoramiento o consejos profesionales a mi padre. Recuerdo que en esa etapa de mi adolescencia hablaba mucho con mi mamá de familiares que habían venido de Irlanda; y supe de todas las peripecias que debieron vivir tentando suerte para ubicarse. Y cuando me casé con Exequiel, que es mapuche, recién llegué a comprender también el drama de los indígenas, la injusticia que sufrieron al haber sido despojados de sus tierras. Mi papá me hablaba de principios morales: de ser honesto, trabajador y que siempre había que responder con el doble de ahínco y dedicación a lo que a uno le pidieran, nunca mentir, mantenerse fiel como la brújula hacia el norte, estar limpio y bien presentable, ayudar a todos los que necesitaran, y repetía: ‘Haz el bien sin mirar a quien’. Pero mis padres no sólo eran teóricos, sino prácticos porque me llevaron a un asilo de ancianos y de niños para que aprendiese a ser solidaria Me explicaron que esos ancianos y niños no tenían familias, que debíamos apiadarnos de ellos y llevarles un poco de alegría para mitigar su tristeza. A partir de esa visita, cada semana mamá hacía empanadas que ayudaba a cocinar, las poníamos en una canasta 69
y yo era la encargada de llevarlas a ese hogar-asilo. Recorría pieza por pieza, las entregaba y me despedía de ellos con un beso: las sonrisas y los abrazos que me brindaron nunca los olvidaré por esa buena acción que aprendí gracias a mis padres. Ese fue el principio de mi participación comunitaria a través de la cual aprendí a conocer las necesidades humanas; porque aparte de las empanadas, ellos me esperaban para que les leyera una revista o alguna carta que recibían, otros querían charlar, otros querían jugar a las cartas. Trataba de complacerlos a todos. Recorría el barrio para conseguirles ropa usada o nueva: no tenían a nadie que les acercara ni siquiera un caramelo y terminé siendo su amiga. En el asilo de niños mi experiencia fue más triste porque como me veían tan jovencita querían que los llevara a mi casa, y alguna vez lo hice por cariño y pena. Entre la preparación ética que recibía de mis padres también me advirtieron que, si ellos morían, yo debía saber que el Juez de Menores iba a atender mi causa, me internaría en un lugar como ese en donde debería ser obediente y al cumplir los 22 años, cuando llegara a la mayoría de edad, iba a salir de allí. Mi papá repetía otra frase famosa: ‘Esfuérzate y triunfarás’. Para prepararme en la vida y saber defenderme me enseñó a arreglar enchufes, a hacer instalaciones eléctricas, pintar paredes, macetas, de todo un poco. Me decía que no había tareas de hombres o de mujeres, que todas eran para todos. Que las mujeres podían quedar viudas o sus esposos enfermarse, o podían divorciarse y debían estar preparadas tanto para hacer las tareas domésticas como dirigir personal. Terminé la secundaria sin saber hacia dónde rumbear con el estudio. Quería seguir Ingeniería, pero tenía presente que, en el momento de ingresar al secundario, yo había elegido una escuela técnica y mis padres no me lo permitieron y se sumaron a la 70
opinión de un profesor de físico-química que, junto con el director de la escuela de comercio donde mi papá era docente, opinaban que estudiar ingeniería era sólo para varones. Ese prejuicio arruinó mi proyecto y pasé un año trabajando en Tribunales para aspirar a un nombramiento por mis altas calificaciones. No fue así, me cansé y empecé a trabajar en una concesionaria de autos, aprendí lo concerniente a ese rubro hasta que decidí irme a Buenos Aires a buscar mi camino. Ya tenía 19 años pero ellos quisieron llevarme en el auto, fuimos a la casa de unos primos que no conocía, donde me hospedé por un mes. Después fui a una pensión para estudiantes del Ejército de Salvación en el barrio de Once. Comencé la Facultad de Ingeniería, en el turno noche, me encantaban las matemáticas, la física, la química. Me iba muy bien… Paralelamente había vuelto a la Iglesia Adventista, y mi suerte cambió. Un sábado, a la salida de la reunión, un joven delgado, con ojos alegres y picaros, se presentó y me dijo que se llamaba Exequiel, me pidió el número de teléfono, y me invitó a un picnic para el día siguiente. Después del picnic pasó un mes y me invitó a ir al río por Vicente López. Pasamos una tarde muy linda, las salidas fueron vez más frecuentes hasta ponernos de novios. Al año nos casamos y ya llevamos más de 45 años juntos".
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MIS 20 AÑOS
"Fui al picnic al que me había invitado Exequiel: la cita era en la puerta de la iglesia adventista a la que concurríamos. Ese domingo de primavera amaneció precioso: el sol brillaba radiante en un cielo azul pleno, la temperatura era cálida, y todos los jóvenes, muy contentos porque el tiempo pintaba bueno, partimos hacia la estancia donde pasaríamos el día. Después del almuerzo nos anunciaron que íbamos a realizar una caminata. Pasamos la tarde entre risas y cánticos. Reinó la alegría hasta que llegó el final del paseo. Me había sentido muy bien con los nuevos amigos, pero con uno especialmente. Pocos días después recibí su llamado y a partir de ahí nuestros encuentros y salidas fueron en aumento hasta concretarse el romance en matrimonio. De esa primera etapa tengo hermosos recuerdos, y también de los inolvidables momentos que compartimos después de casados. A fines de 1968 supe que estaba embarazada y con gran felicidad nos preguntábamos qué nombre le pondríamos, si sería nena o varón, qué color de piel tendría, qué tipo de cabello y tono sacaría de nuestra mezcla Mi panza crecía y a medida que crecía nuestras expectativas eran proporcionales a esa redondez. Los dos trabajábamos y juntos compramos lo que iba a necesitar nuestro primer hijo. Recuerdo cuando le compramos la cunita, el colchón, y le cosí las sabanitas y ropitas. Al fin llegó el parto. Habíamos elegido 72
el nombre y se llamaría Dina Raquel Velásquez Leiva. Pesó 3.450 Kg. Esa beba creció tan rápido que cuando me di cuenta ya éramos madre e hija jugando, y la hacía reír cuando ella se veía reflejada en el espejo, tal vez creyendo que era su melliza u otra nena. Al año siguiente, con dos días de diferencia a su primer año, nació Débora Rebeca, a quien esperamos con las mismas expectativas y ansiedades. Exequiel y yo nos asombrábamos de lo rápido que crecían y, con ellas, otra en mi panza. Débora desde pequeña fue muy activa, segura en todo a pesar de sus pocos añitos. Dina era la suavidad y Débora un remolino que se hacía sentir pidiendo de comer y comer; y protestaba porque quería hacer las cosas sola: ‘Shola, shola’. Por ese entonces comencé a trabajar en la Dirección de Rentas en el Ministerio de Economía en La Plata. Vivíamos en Villa Adelina. Debía hacer un largo recorrido para llegar a mi trabajo y a veces me llevaba a las nenas conmigo para que no estuvieran tan solitas. Me costaba despegarme de mis dos muñequitas y les convertía mis vestidos de soltera en primorosos vestiditos. Cada vez que salíamos a pasear me preguntaban dónde los había comprado y orgullosa respondía: ‘Los hice yo’, gracias a aquellas clases de costura que, como tantas otras cosas que había aprendido, me permitieron estar preparada en la vida. A medida que fueron creciendo seguía cosiéndoles hasta sus uniformes de colegio. Yo trabajaba de inspectora impositiva de la Provincia de Buenos Aires y me destinaron al conurbano bonaerense: a La Plata, Tandil, Junín, Ayacucho. Me llevaba las nenas y a regreso mi esposo nos recibía contento. 73
A los 25 años quedé embarazaba nuevamente y la ilusión de tener una gran familia se acrecentaba. Pero mi salud comenzó a flaquear, debía guardar reposo, había peligro de perder el bebé: a los cinco meses de embarazo de un varoncito que se iba a llamar Obed Esteban, se despidió de nosotros, y nubes negras cubrieron nuestro hogar. El tiempo siguió y así como sigue el tiempo sigue la vida, y la esperanza volvió con vigorosidad, porque iban a ser tres nuestras chancletas. Por fortuna nació nuestra tercer hija Milca Jocabed, tan preciosa como las hermanas. Tanto Dina como Débora se peleaban por jugar con ella como si fuera una muñeca y ella dormidita en el cochecito... ella era una muñeca dormidita paseada por sus hermanas mayores. A los dos años de tener ese ramillete de florcitas quedé nuevamente embarazada. Ya casi cerca de mi parto, Milca contrajo hepatitis A y todas nos contagiamos, menos Exequiel. Ya repuesta de la enfermedad vino el parto que fue muy doloroso, pero gracias al esfuerzo del médico nació Marta Esther nuestra cuarta hija. Ella fue la más pequeña en talla pero no por eso la menos valiente y alegre de la casa. Recuerdo qué lindo era salir juntos. Me sentía mamá con mayúsculas. Paralelamente a mi importante función de mamá y ama de casa, porque disfrutaba de las tareas hogareñas, también trabajaba como empleada interna en la Dirección de Rentas de San Martín; gracias a mi dedicación me ascendieron a encargada en la parte de expedientes y asesoramiento de las grandes industrias de esa localidad; era una tarea delicada ya que debía conocer las leyes impositivas. Por ese desempeño recibí una alta calificación de la Provincia de Buenos Aires y eso para mí fue muy importante. Seguí el consejo que me dieron mis padres sobre lo que era responsabilidad y criterio; comencé a relacionarme con contadores, abogados, escribanos e industriales. Algunas personas me decían que con mis 74
condiciones debía estudiar; y quería hacerlo para no ser siempre una empleada más de oficina… pero tenía cuatro criaturas y un marido para atender. Decidí esperar e intentarlo cuando mis hijas fueran más grandes; mi esposo siempre apoyó mis emprendimientos. En el año 1984 una amiga me tentó para que estudiara Nutrición. Era el último día de inscripción: sin titubear tomé mi certificado de secundario y corrí a anotarme. Y todo cambió. Comenzaron las expectativas, las ilusiones de estudiante y cuando me quise dar cuenta ya estaba instalada en un asiento en el ciclo básico de la UBA. Mi hobby había sido y era la cocina, entonces me decía a mí misma que no era por casualidad que había elegido esa carrera; me interesaba saber cuáles eran los alimentos para crecer, la composición de los alimentos y el porqué de las enfermedades. El plan de estudio eran cinco años y en ese plazo lo terminé, sólo que mi esfuerzo era doble porque trabajaba, no descuidaba la casa ni a mi esposo ni a mis cuatro hijas. Logré lo que me propuse después de tanto esfuerzo. El título fue posible por mi tenacidad y gracias a mi gran compañero que tuvo que trabajar y debatirse con las tareas del hogar y cuidar de las hijas . Pero el gran secreto de esa unión y comprensión fue y es el amor que tenemos de pareja. Apenas recibida de la Escuela de Nutrición me contacté con una gran persona Silvia Wasser que sin conocerme, generosamente me derivó al Director General de Personal de la Gobernación de la Provincia de Buenos Aires. Al cabo de seis meses ya estaba en el Hospital Eva Perón del Partido de San Martín y me sentía una nutricionista total. Fue algo muy placentero desempeñarme en ese cargo porque si bien la comida está muy ligada a las necesidades orgánicas, también incluye lo social y 75
pude entonces asistir a muchos pacientes con grandes problemas. En esos 16 años hospitalarios cumplí como una buena profesional para que cada una de las personas a las que asistía estuviera bien tratada. Tenía a mi cargo el área de internación, y los consultorios de alto riesgo de pacientes oncológicos; los que más me gustaba atender eran los pacientes de infectología, en especial enfermos de Sida o HIV; y a los que no tenían recursos les daba clases de cocina para que supieran comer a bajo costo. Cuando tomé la decisión de jubilarme me costó, pero era hora de volver a estar en casa. Extrañaba compartir la mesa con Exequiel, comer, tranquilos, amenos, pensar en nuestras vidas juntas, recordar nuestras hijas, alegrarnos con nuestro abuelazgo. Nuestra primera nieta cumplió 18 años; con su nacimiento me recordé embarazada de su madre, mi primer hija; la historia se repetía porque le tocaba a ella esperar también a su primogénita, mi primer nieta pataleando adentro suyo. Sus padres, Dina y Juan Sánchez eligieron el nombre Micol Abigail. Fue la mimada de la familia por un corto tiempo hasta que Dina nos contó que otra vez íbamos a ser abuelos y a los nueve meses nació nuestro nieto Matías Daniel, que sólo vivió seis añitos. Cuánta tristeza y cuánto dolor cuando se enfermó repentinamente: un lunes amaneció con dolor de cabeza, fiebre y al atardecer también empezó el atardecer de su vida. Había entrado en coma profundo, una fulminante meningitis hizo estragos en su cerebro, y la esperanza de sobrevivir se desvanecía. Sentí que debía acompañar más que nunca a mi hija y a Juan mientras Micol era cuidada por su tía Martita y mis otras hijas Débora y Milca que vinieron de Bélgica a compartir el duelo; el 11 de septiembre del 2003 lo lloramos sin consuelo. Se había truncado una vidita, nos quedaban los momentos lindos vividos junto a él , sus 76
sonrisas, sus chauuu… que nos prodigaba mientras manejaba el tractor junto a su papá cuando cortaban el césped de su casa, o cuando jugaba con la carretilla que le había hecho Exequiel. A pesar de su partida eterna sigue vivo entre nosotros. Milca se casó con Jorge Kranevitter, entrerriano; ella comenzó a trabajar de enfermera desde antes de recibirse y Jorge de ayudante de cocinero en un restorán de la calle Florida. Y fue el 6 mayo 2001 el día del parto que la familia estaba reunida para acompañarla. Qué alegría fue saber que mi tercer hija también tendría a su primera hijita y seguiría creciendo la familia. Éramos un montón pujando junto a ella y nació la esperada Marlene Gretel, un pimpollito tranquilo y bonachón que nos conquistó de entrada. Poco tiempo después Milca y Jorge se fueron a radicar a Bélgica y allá Milca, el 13 septiembre del 2004 tuvo a Gwendoline Yessi, otra bebota calma y risueña. La historia se repetía porque las nenas se hacían compañía unas a las otras como había sucedido con mis hijas. Se hicieron grandes compinches en sus juegos mientras, en este continente, el 18 de julio del 2004 hacía su entrada oficial a la familia Judith, la hermana de Micol. Esa criatura vino a llenar un gran vacío por la desgracia que habíamos pasado. Tenía una hermosa cabellera, de colores rojizos y castaños: al principio fue una sorpresa para la familia tener una muñeca bicolor; hoy parece teñida y la gente la mira pensando que está a la moda, ella contesta que nació así y corta el tema de cuajo. El tener nietos nos hizo mirar nuevamente al antiguo continente, precisamente hacia Bélgica, donde nació otro pimpollo de Milca, el tercero, el 13 de septiembre del 2004, la pequeña Audrey Astrid que nos brindó más amor y felicidad. Concluyendo puedo afirmar que los cinco pimpollitos que adornaban el jardín de nuestros corazones son el regalo más grande del mundo hasta 77
que nació la sexta en el 2013, Jolien Ayelén de Marta y Koen De Ryck que viven en Amberes, en una hermosa zona de neerlandeses o flamencos, trabajan, disfrutan de la vida y son grandes compañeros. En Bruselas Débora y Vincent Gerin tienen una vida plena de actividades, proyectos y emprendimientos, están siempre dispuestos a estar en familia y no tienen hijos. Nosotros en casa con Exequiel estamos permanentemente en contacto con nuestras hijas y nietas sin dejar de lado a nuestros yernos. Con esta familia que supimos conseguir Exequiel y yo cambié la que tuve en mi infancia: sólo de a tres, como el trébol de tres hojas símbolo Irlanda. A pesar de que nuestras hijas están lejos acepto lo que Dios me dio y da porque yo no soy quién para recriminarle mi destino sino agradecérselo. También le agradezco los momentos lindos y los desagradables porque El con su sabiduría me guía como un padre a su hijo para que crezca en paz".
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HOY YO…
"Los últimos años pasaron rápido con mi nueva identidad, con nuevos sentimientos y pensamientos y también un nuevo lugar donde compartir lo que día a día descubría de mí ser judía. Fue un aprendizaje haber llegado al templo de la Comunidad Lamroth Hakol: conocer el edificio, su rabino, sus empleados, sus concurrentes el viernes por la noche para esperar el Shabat y los sábados a la mañana para Shajarit. Me fui familiarizando con sus instalaciones, su gente, sus risas, sus voces, su compañerismo, y sigo aprendiendo a compartir esos espacios. Después de casi dos años asistiendo a Shajarit, me inscribí en un curso, llamado "La Movida —Omar Zayat", como su nombre lo indica fue movilizador para mí, física y espiritualmente: sumé nuevos compañeros que me recibieron muy bien, y juntos nos reímos, bailamos, reinventamos situaciones, cantamos, y realizamos actividades relacionadas con el crecimiento personal. Otra clase que me interesó fue Torá, en el grupo coordinado por el rabino Fabián Skornik, donde fui descubriendo versículo tras versículo esas enseñanzas milenarias y sus interpretaciones para el hoy, el aquí y el ahora. También me cautivó la historia del Islam, donde pudimos conocer el comienzo y expansión del Islam, la Edad Media y las Cruzadas. Este año agregué clases de hebreo que había abandonado; además estudio Torá en otro lugar con un grupo interesado en profundizar más sobre judaísmo. Los viernes asisto al Cabalat Shabat. De mi vida hoy puedo decir que me siento muy bien en el lu79
gar que estoy, pero, por sobre todas las cosas, siento como siempre la presencia de Dios junto a personas que también lo buscan, y más aún, aunque no lo buscara se que está presente porque sin saber lo que buscaba lo encontré. Para completar esta felicidad de haber descubierto mis orígenes me falta saber de qué región de España era mi familia y viajar a ISRAEL* junto a mi esposo."
* Sueño que realizó en el año 2013.
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MAILS DE IDA Y VUELTA CON LAS HIJAS DE ANA BUENOS AIRES-BÉLGICA
Estimadas hijas de Ana: ya sabrán por mami que soy la periodista y escritora que se interesó sobre la búsqueda de sus raíces; después del reportaje que escucharon por radio en Internet quiero también contactarme con ustedes. Me gustaría pedirles unos recuerdos de cómo era ella con ustedes, con su madre, con su padre y familiares. Y también lo que fueron sintiendo a medida que mamá seguía yendo y viniendo para saber más sobre su historia judía. Martha Wolff
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SOY DÉBORA
Con respecto a mi mamá y la búsqueda de sus raíces, sentí que el cambio de pensamientos y hábitos fue muy brusco y rápido, pero entiendo que haya querido buscar su identidad, y me pone contenta porque la veo disfrutando de una nueva etapa. Ella fue siempre super trabajadora, diría EMPRENDEDORA, intentando superarse cada día a nivel trabajo y buscando el dinero para ayudar a sustentar a la familia. ¿Cómo fue mi abuelo? Ignacio fue sobre todo una persona, y si tuviera que decir solo una palabra, diría RESPETUOSO, con los otros, con sus ideas y pensamientos. No era muy demostrativo ni cariñoso conmigo, pero siempre tenía una palabra y sonrisa cada vez que le hablábamos. Usaba dichos risueños y le gustaba escribir. Leía con una lupa grande que sostenía con sus manos gigantes. Siempre admiré su vida, porque de la nada, llegó a ser un profesional. Creo que para resumir diría que mi abuelo Ignacio y mi mamá tuvieron un gran empuje para resolver cosas en la vida y superarse, estudiando y cumpliendo metas. Yo trato de imitarlos: soy diseñadora de moda, y me sigo proyectando con esta empresa para progresar. Desde aquí tengo presente a mis padres por todo el sacrificio que hicieron y siguen haciendo por nosotras cuatro. 82
SOY MILCA
Recuerdo dos épocas de mis abuelos: la primera y la que menos me gusta recordar es a mi abuelo Ignacio con mi abuela Elvira. Después de varios años, recién cuando ella murió, lo descubrí cariñoso, chistoso, e instruido, tolerante y abierto. Mi abuela murió siendo yo adolescente; cuando me avisaron estaba en el colegio secundario y no sabía si tenía que llorar. Ella no fue muy afectuosa con nosotras, pero íbamos a visitarla; cuando estaba enferma el abuelo nos decía que debíamos saludarla y nos hacía entrar a su pieza: el ambiente era monótono y para distraernos mirábamos la televisión. Cuando estaba sana nos reuníamos en el comedor pero no podíamos dialogar con él porque ella acaparaba la conversación. Lo mejor de la tarde en su casa era la abundante y rica merienda que nos preparaban comparada con la de nuestra casa más humilde. Mi mejor recuerdo de mi abuelo es de la época en que quedó viudo, vino a vivir a casa luego de bastante insistencia de mi parte. Me parecía que la casa tendría momentos diferentes con un abuelo presente que nunca había ejercido esa función. Hasta ese día nunca había tenido abuelos. Nunca había penetrado un pedacito de calor de parte de ellos en mi corazón. Nunca sentí que nos buscasen como nietas. Por eso me intrigaba saber qué sería vivir con él en casa 24hs. al día. El abuelo aceptó. Mamá le prometió que su casa que83
daría intacta y que volvería las veces que quisiera, con sus cosas, sus recuerdos… por lo tanto él vivió durante el día en nuestra casa y de noche regresaba a la suya. Sus días tenían dos entornos: el familiar y el de sus pertenencias. Creo que mi abuela murió en 1992, y en 1994 decidí irme a estudiar a una Universidad Adventista en Entre Ríos. Para mi decepción sólo me aceptaban como interna y no como estudiante externa, porque no podía vivir sola; ante mi insistencia mis padres presionaron a las autoridades para que me lo permitiesen: sólo me aceptaban si un adulto me acompañaba. En esto se me ocurrió preguntarle a mi abuelo si me acompañaría y de inmediato me respondió que sí. De nuestra parte y de la institución todo estaba okey. Gracias a mi sociabilidad nuestro departamento estaba lleno de amigos y el abuelo era el que nos cebaba mate cuando nos quedábamos a estudiar hasta tarde. Una vez que entraba en confianza contaba historias ricas de aventuras y se lanzaba con chistes verdes, entre mateadas y conversaciones. También participaba en las salidas grupales, y aunque no quería interferir, con sus 84 años era el abuelo de todos. Contaba sus andanzas de su juventud y nos hacía reír y pensar. Me di cuenta con esa convivencia de que él era muy importante en mi vida; más que un abuelo canoso y con arrugas, era un amigo. Y esto lo digo porque cuando me iba a dormir a la casa de mi novio me decía "Pásala bien, si tu mamá llama le diré que estás durmiendo". Y temerosa también le preguntaba: "¿y si llega a llamar e insiste en hablar conmigo?" Me respondía: "No te hagas problemas, ella es Mi Hija. Si se pone insistente la voy a parar rápido… soy el papá y además está a 500 km de acá" y se reía de su travesura y nuestro compañerismo. 84
Después de un tiempo mi esposo me confesó que cuando era mi novio, en unas de esas largas charlas animadas que tenía con mi abuelo le dijo: "Sólo te pido que no dejes embarazada a mi nieta… que eso no sabría cómo remediarlo con Ana". Sus historias de campo rondaban sobre sus hermanos y sus padres muertos que tanto le faltaron, y especialmente su madre. Mientras gesticulaba con sus manos de trabajador y su cabeceo de sabio, hablaba de su vida de gaucho, de cómo se la había ganado montado a caballo y remando solo la cuesta de las necesidades, de su voluntad de prosperar, de su amor por la justicia, de cuando trabajó de policía, de su fidelidad a la palabra, de cuando le prometió matrimonio a la abuela, "Ese negrito de patas sucias", como se autodenominaba, finalmente había construido su vida con honradez, estudiando, trabajando y pagando sus deudas. Fue una persona maravillosa que he reencontrado tarde porque antes de morir la abuela era otro, y después fue un abuelo humilde, alegre y vital. También hemos tenido puntos de vista diferentes, pero no nos enojábamos, por el contrario nos reíamos cuando comprobaba mi enfado. A veces nos quedábamos hasta tarde juntos. De los consejos que de él recibí, el que más me gustaba era el de cumplir con la palabra dada. Cuando estaba melancólico se remontaba a la época en que él y la abuela no tenían dinero para comprar en la despensa, el almacenero le fiaba porque sabía que Don Ignacio era de palabra y no andaba por la pulpería tomando copas. Es así que hasta hoy repito sus consejos a mis hijas cuando les digo por ejemplo que cuando uno da la palabra debe cumplirla. 85
Fue un ser especial que nunca olvidaré. Lástima que la vida tiene una ida sin retorno porque me gustaría volver a verlo. Recuerdo a Mamá: llena de pecas y cabello oscuro. Nosotras somos todas más morochitas; ella es de piel tan blanca que si se expone al sol queda colorada. Mamá es muy dinámica, siempre está haciendo cosas para las hijas, para la gente que necesita… y claro, para papá. Mama poule (gallina), como se dice en francés, siempre solucionaba todo en un periquete. No la recuerdo pasiva; de hecho, a veces hubiese querido que estuviera más quieta como las otras mamás. Nunca bajó los brazos para realizar lo que pretendía hacer. En un segundo podía estar en San Martín y al instante en Once y luego volver a casa como si fuera el Tour de France. Otro rasgo de su estilo era que nunca hablaba de los demás. Llevaba adelante su vida de casada, con cuatro hijas, su trabajo, sus estudios universitarios y sus actividades de inclusión social. El encuentro con las raíces judaicas fue muy positivo para ella. Le interesó saber, investigar y estudiar sobre el judaísmo. Ese momento de su vida no lo viví de cerca porque yo ya estaba instalada en Europa; pero las fotos y los charlas telefónicas acerca de su participación en el ámbito judío me llamaban la atención. Sus nuevas vivencias y conclusiones filosóficas me hicieron descubrir otra mamá. Antes su espiritualidad estaba fundada en el adventismo que le fue inculcado de pequeña y que a mí nunca me interesó. Esta nueva espiritualidad vista desde otro ángulo me pareció más interesante y más libre que el pensamiento ad86
ventista. Mamá estaba más abierta y eso me gustaba. Papá, de a poco, se iba abriendo también. No los veía tan herméticos. Mamá podía diferir con otro pensamiento y no debía sostener una "sola verdad": ahora las "verdades" eran discutibles. Yo siento que encontró sus raíces, una espiritualidad que necesitaba tener, algo más de conciencia y no de obediencia. Por eso digo que veo el judaísmo más abierto, que una misma cosa se puede mirar de diferentes ángulos sin tener una respuesta sino varias a la vez. Creo que mamá repitió varias modelos de la vida del abuelo. Mi abuelo empezó su vida de cero, huérfano y sin ayuda de nadie se las rebuscó, trabajando en el campo, en la policía, en el gobierno, el ministerio, etc. Si bien mamá no fue huérfana, al casarse con papá su vida también empezó de cero. No obtuvo ayuda de mi abuelo; la única ayuda creo que fue obtener su empleo en Rentas. Se las rebuscó en todo: criar, amar, trabajar, estudiar y ayudar. Yo soy enfermera; trabajo junto a un pequeño equipo en el que todos tenemos algo de judío. Nuestro jefe es mitad judío, dos colegas lo son cien por cien y otros dos del grupo no. Cuando cuento mi historia a mis pacientes les resulta interesante la de mi madre y la búsqueda de sus raíces. Hace poco me tocó trabajar de noche y tuve dos pacientes judías de alrededor de 30 años que no se conocían. Cuando terminé la guardia nos reencontramos en la cafetería las presenté y nos pusimos a charlar. A ellas les había contado sobre mi mamá mientras las preparaba para un estudio y las unía el judaísmo porque tenían en común haber ido al mismo club y hablaban palabras extrañas que supe después eran mezcla de hebreo y francés. 87
A veces me invitan a algunas fiestas religiosas, pero a mí no me interesan las religiones; de hecho no tengo ninguna ni trato de inculcárselas a mis hijas. Este país es bastante agnóstico y en la escuela pueden elegir entre Moral, Religión, Filosofía Musulmana, Judaica o Protestante. Para mis hijas prefiero Moral. Trato de hacer lo contrario a mamá, que nos envió a colegios religiosos; opino que no son malos pero quiero que mis hijas decidan libremente lo que quieran ser. Para mí es un poco confuso el ser judío o no serlo. Mi abuelo era de origen judío pero mi madre tuvo que hacer la conversión para ser lo que es. Para mí ella es Ana, la conversión no sé bien en qué le cambia... ¿Para decir que es judía? ¿No lo era antes? Eso es medio borroso. Para mí las cosas son más simples. Por eso cuando un colega me preguntó: ¿Y vos que sentís? Yo le dije me siento Milca: tengo sangre judía de parte de madre y soy mapuche de parte de padre. Yo no sé nada sobre la cultura mapuche, no sé hablar en mapuche pero siento esas raíces con mucha honra. Pero con los judíos es diferente. Sin conocer esa cultura debo decir soy judía porque lo llevo en la sangre. Me gusta saber que mi abuelo lo era pero no me gusta tener que dar tantas explicaciones. Tal vez a alguien que tenga una historia parecida le pase lo mismo... Por ahí no entiendo si el ser judío es un pueblo o un estilo de vida. Si es un diploma o son los genes...
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SOY DINA
Recuerdos de mis abuelos, tengo pocos. Me viene a la mente su casa en Junín. Teníamos un dormitorio para Débora y para mí con baño y eso me encantaba. Me gustaba la torta de zanahorias que hacia la abuela. Me gustaba subir al auto de ellos que nosotros no teníamos. Íbamos a veces a la Laguna y recuerdo que en una oportunidad pescamos a lo loco. Nunca tuve una relación fluida con mi abuela, me parecía autoritaria y me dolía la forma en que trataba al abuelo. Sufrí mucho en una ocasión en la que discutió con mi papa y creo que fue en ese momento que perdí mi cariño por ella. Mi abuelo me daba lástima. Parecía que deseaba hacer otras cosas pero estaba condicionado a sus órdenes y sus gustos. Después que mi abuela falleció, vino a vivir con nosotros y compartí con él sólo un año aproximadamente porque al siguiente me casé. Al morir la abuela se bautizó en la Iglesia Adventista del Séptimo Día porque ella no se lo había permitido. A los dos los recuerdo con alegría. Con respecto a mi mamá puedo afirmar con todas las letras que siempre fue muy luchadora, preocupándose por cada detalle ínfimo en la vida de su esposo y de sus hijas. Le gusta dar sorpresas y agradar a los demás. Aunque tuvo momentos que debido a sus estudios, familia, tareas hogareñas, no la vi sonreír en mucho tiempo, pero en la actualidad, valoro muchooooo lo que ha hecho junto a mi papa por nosotras. Espero que mi humilde aporte sirva para algo. A las órdenes... 89
SOY MARTA
Lo que más puedo rescatar de mis recuerdos es de cuando yo tenía 5 años. Cuando hacía calor Íbamos a Junín, donde vivían nuestros abuelos, en una clásica casona con una larga galería que conectaba las habitaciones. Atrás tenían siempre algo sembrado y gallinas; por ser la última nieta me daban para jugar huevitos minúsculos acorde a mi estatura. Mi abuela sonrió hasta sus últimos días; era una mujer con carácter, jovial y picarona. Creo que fui la nieta más cercana a ella. A mi abuelo lo recuerdo sentado, a la entrada de la casa donde había dos sillones con un espejo de pared en el medio, leyendo su diario, libros y papeles. A los dos les gustaba leer y repetir frases que, a mi edad, me resultaban graciosas. Rondando mis 10 años se mudaron al Partido de San Martín, a una casita esquinada donde reinaba el color naranja con el que habían pintado hasta las macetas y latitas con plantas del jardín. A mi abuela, que de jovencita había perdido la audición, le habían instalado un llamador eléctrico: al pulsar un botón se encendía una lamparita en la cocina y en su habitación; no quería perderse nada de lo que sucedía a su alrededor. Sabía leer perfectamente los labios, miraba televisión y podía mantener una conversación normalmente, pero gritaba al hablar. Le gustaban las crónicas de los diarios y recuerdo que compraba siempre "Semanario", que leía de principio a fin, sin saltearse el horóscopo. También le gustaban las películas de terror inglesas y nunca 90
perdió esa lengua adquirida de niña; sufría de diabetes. Mi abuelo se sentaba en la cocina esperando que mi abuela le diera la comida que él nos llevaba a la habitación donde pasábamos el tiempo entre cartas españolas y la televisión. Le decíamos: "Nacho, tráenos coca" o "Nacho, ¿ya fuiste a comprar masitas?" Era tranquilo, sereno al andar y dulce con sus nietas; un pensador y decidor de dichos y repetía que a pesar de ser un "patita negra" (así se apodaba), había llegado tan alto. Nunca se jactó de su nivel académico, para él era natural ser lo que era. Le gustaba buscar palabras nuevas en el diccionario y tenia la enciclopedia señalada en varias páginas. La relación entre mi mamá y sus padres reflejaba cómo la habían criado; desde niña la ayudaron para que se valiera por sus propios medios y, al cumplir la mayoría de edad, la estimularon a crear sus propias ideas, a formar su carácter y a valorar la libertad. Y mi mamá devolvió esa enseñanza siendo independiente con respecto a ellos: no iba todos los domingos a comer con sus padres, como podía esperarse de un hijo de descendientes de inmigrantes; aunque estaba siempre atenta a sus necesidades. Cuando yo tenía 15 años falleció la abuela y el abuelo pasó a formar parte de la vida de nuestra casa, sólo estaba por las noches pero como no quiso perder su autonomía de día iba a la suya donde, silenciosamente, echaba de menos a su compañera mientras guardaba su luto y se iba acostumbrando a la viudez. Era celoso de sus cosas, tenía dos roperos, uno de ellos con candado y yo nunca supe por qué. A todo él le ponía un "Yo" de propietario. Escribía muchos refranes y frases. Recuerdo dos de sus dichos: "Échale la culpa al más pobre", refiriéndose a él y "Sos una insolente": una vez me lo dijo y 91
esas palabras me penetraron hasta el tuétano porque nunca me retaba. También decía: "Cuando me muera quiero que me tiren donde pasan las vacas", o algo así: "¿Negrito, querés café? No, gracias, quiero tanguito para bailar". LA RELIGIÓN DE MIS ABUELOS:
Mis abuelos no tenían religión Yo sólo sabía que ellos creían en un ser superior que coordinaba la vida de todos los terrestres. Ahora, de grande, me doy cuenta de que en su casa no estaba la clásica foto de la hija tomando la comunión, que cada familia luce con orgullo. Mi abuela creía en el bien y el mal, tenía muchos libros de misterio que cuidaba con recelo. No quería saber mucho de los católicos; con el tiempo supe que se debió a que, cuando de chica perdió su sentido auditivo estaba en un internado de monjas. Mi abuelo no profesaba ninguna religión, aunque en su ancianidad se bautizó en la iglesia adventista adónde iban mis padres. El asistía a la iglesia, siempre leía La Biblia, como mi abuela, pero nunca les escuché ningún pensamiento sobre sus puntos de vista religiosos. Fue en unas vacaciones en Las Toninas, cuando mi abuelo me comentó que, aunque de pequeña habían decidido bautizarla católica a mi mamá, nunca más habían pisado una iglesia; también supe por él lo que pasó cuando el cura no permitió pasar por delante de la casa de los Leiva por ser pecadores. Me enteré que mis abuelos le dieron permiso a un vecino para que llevaran a mi mamá a la Iglesia Adventista del Séptimo Día porque, según ellos, ella hacía mucho ruido en la siesta. Dado que mucha gente tiene temor de otras 92
religiones que no sea la tradicional, esta manera de proceder de mis abuelos me llevó a preguntarme por qué siendo mi mamá tan chica la autorizaron a ir cada sábado con los vecinos. Quizá lo descubrí con el tiempo. Cómo viví el descubrir de las raíces de mi mamá: Varias veces supe que a mi mamá la creían judía. Me acuerdo, una de las tantas, pero para mí fue la primera, en el Barrio del Once donde habíamos ido a comprar a una sedería conocida en la que le dijeron que era judía y ella lo negó. Nosotros íbamos a la iglesia adventista desde siempre, hasta que hace un par de años se comenzó a organizar una iglesia o templo para judíos cristianos, en barrios con vecinos judíos de la Capital Federal; desde el principio acompañé a mi mamá sin saber nada, pero me gustaba aprender a leer La Biblia de otra forma y saber de nuevas costumbres. Al poco tiempo de que mi abuelo le diera la noticia que era sefaradí marrana, alguien me comentó que en el Barrio de Belgrano había un centro de la colectividad para la juventud, y fui allí para saber más sobre lo confesado por mi abuelo. Me aceptaron y me anoté en el curso de cocina judía donde pasé papelón porque todos conocían los platos típicos menos yo. Llegó el verano, fui a la pileta, me hice amigos y siempre surgía la pregunta. "¿A qué templo vas?" Me quedaba muda, sólo a dos les dije que iba al templo judío adventista y que intentaba conocer más del judaísmo. Y cuando publicitaron unas vacaciones en Mar de las Pampas también me anoté. Al compartir un bungalow con unas chicas tampoco tuve éxito cuando expliqué para qué había ido. Reconozco que mis respuestas las confundían un poco. Pero me alegro de que ella sepa el origen de nuestras raíces. Nunca habíamos conocido nada de los ancestros: saber 93
de dónde uno proviene forma a la persona. Si hasta cuando a uno le regalan una mascota se pregunta de qué raza es. Todos necesitamos saber quiénes fueron los que nos antecedieron, es una modo de saber quiénes somos.
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HISTORIAS MAPUCHES
por Exequiel Millanao Vélasquez**
MAPUCHE Cruzaste los mares, montes y valles, Llegaste a tierras lejanas. La cordillera fue tu amiga, tu estirpe de jinete de nubes y vientos Te llevaron lejos, no conociste los aviones y trenes, No los necesitaste, El mar fue tu sendero, tu camino. Las velas te llevaron lejos. El sur te esperaba; tú venías del oriente viejo. Con años de canas y de experiencia. Acá en el sur fundaste tus rucas, creció tu simiente Y de color azul tu marca pusiste Bajo los riñones. Marca de tu raza, de tu trayectoria y tus luchas. ¡Oh digno mapuche! Conoces tu suelo y tu amada Mapu, Cuidaste los ríos, el mar y las vegas. Nada ensuciaste ni contaminaste. Respetuoso eres de todo tu ambiente. Por eso te canto pueblo milenario, Pueblo engañado, pueblo sufrido, Pero nunca te has rendido ¡Siempre libre! ** Poema y texto autorizado por su autor del libro Los colores de las vida (editorial Eder, 2011).
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Jamás de rodillas ante el enemigo. Tus viejos baluartes Caupolican, Lautaro, Tucapel, el astuto Colo Colpo, Llenaron de gloria sus loncos, sus sienes, Para como herencia legarte, fortaleza y sueños, Para que no aflojes y nunca enmudezcas; Tu boca no calle al reclamar lo tuyo: tus tierras, Tus valles y cerros nevados. Y al final de todo, en el fogón caliente, lleno De alegría y pleno de entusiasmo, Comer del pehuén sagrado, el piñón sabroso. Toquemos el kultrún, la dulce Pifilica y la sonora Trutuca. Canten los niños mapuches con sus voces puras, Y la piel cobriza, Entonen a coro con todo los peñis, La canción anhelada de las sabias machis, Que sucumbieron a la muerte, pero no a la lucha. Esperando triunfos, esperando vida, Esperando Justicia.
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GENTE DE LA TIERRA
El pueblo mapuche vivió por siglos en el centro y sur de Chile y en la Argentina habitaban desde toda la provincia de Buenos Aires hasta el extremo sur. Cuando los españoles vinieron a conquistar sus tierras, este pueblo valiente e indómito opuso una tenaz resistencia. Será porque en mapudungun —lengua de la tierra— ellos se denominaron precisamente mapuche, que significa gente de la tierra, Mapu=tierra y che= gente. Si existe un pueblo que ama el lugar que habita, ese es el pueblo mapuche. Los padres les enseñan a sus hijos que no deben contaminar los ríos porque es una fuente de vida, no deben cortar un árbol por mera diversión sino porque necesitan su madera para hacerse sus rucas –casas— o para cocinar sus alimentos o calentarse en época de invierno, respeta la tierra de tal forma que cuando la van a roturar le piden permiso a Nguenechen —Dios— para hacer sus cultivos. Los mapuche están gobernados por un jefe que se llama Lonco= cabeza y, en caso de guerra los escuadrones de combate están dirigidos por los toquis. Las familias están constituidas por el cacique, que puede tener varias mujeres, la figura de éste es muy respetada, al igual que la machi en el orden espiritual. La machi es la sacerdotisa, su acción es múltiple porque a su acción espiritual le suma curar con remedios naturales a los enfermos, asistir los partos y, fundamentalmente, hacer las rogativas 97
en los machitún —ceremonia donde se pide por la salud de un enfermo, como también cada año nuevo cuando se reúnen todos los peñis —hermanos para dar gracias por el año transcurrido y pedir protección y bienestar por el que comienza. Esa ceremonia se denomina Nguillatún. El año nuevo mapuche comienza entre el 21 y el 24 de junio, porque en esa fecha encontramos el día más corto del año. Para festejarlo se acostumbra bañarse en las aguas frías de algún río, también a los niños apenas nacen se los sumerge en el río más cercano. Se dice que de esa manera tendrán mejor salud durante su existencia. ¿De dónde vinieron los mapuches? Según algunos investigadores descienden de los mongoles. Los niños mapuches al nacer tienen una mancha azulada o morada en la parte baja de la espalda cerca del ano, esa mancha después desaparece. Se la conoce como la mancha mongola. Hay estudios realizados con etnias que habitan actualmente desde el Golfo de México hasta el cabo de hornos y todos ellos tienen algo en común con los asiáticos en las plaquetas sanguíneas, no así los que habitan al norte del Golfo de México. En cuanto a las creencias, los mapuches creen en un ser creador y además dicen que "arriba en el cielo" existe otra tierra que es una réplica de la que habitan. Los mapuches por otra parte fueron los que más resistencia opusieron a los huincas —no mapuches— que invadieron sus territorios. En el caso de Chile el cacique Lautaro dio muerte a Pedro de Valdivia que era el encargado de conquistar todas las tierras que ellos por siglos habitaban y cuidaban. En sus muchas batallas contra el invasor español algunas ganaron y otras no, pero cada vez que triunfaban se lleva98
ban cautivas a las españolas con las cuales procreaban y ahí nació ese nuevo habitante al cual llamaban "champurria". Hasta el año 2012 existen en Chile 1.300.000 descendientes de los mapuches y unos trescientos mil en Argentina.
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TESTIMONIO DE EXEQUIEL Buscó sus raíces como lo hizo Ana "Soy mapuche, aunque mi primer apellido, Velásquez, no lo es, sí el segundo Millanao, que significa "puma de oro": milla quiere decir oro y nao, puma. Todos los nombres mapuches son compuestos como el mío. Yo nací en tierra mapuche, la Araucanía, cerca de Temuco en el sur de Chile. Me crié ahí y fui discriminado como indio por los huincas, los blancos, por ser lo que soy; desde niño llevé esa mochila y no sabía por qué. Mientras me portaba correctamente, hacía las cosas bien sentía en carne propia la diferencia. Yo tenía un amigo que ya falleció, el Loco Jiménez, con el que hacíamos travesuras juntos, pero cuando alguien nos retaba se dirigía a mí y a él no porque era blanquito. Ese indiecito que era sufría mucho, hasta el tuétano. En mi casa siendo mi papá y mi mamá mapuches, mi padre especialmente no permitía que sus ocho hijos pronunciáramos ni siquiera una sílaba en la fonética mapudungun, lengua mapuche, para no ser discriminados en la escuela o entre los otros niños. Esa medida me perjudicó porque hoy no sé nada más que alrededor de cincuenta palabras. Ese desprecio del huinca me hizo cubrirme de un barniz de protección, y quise superarme para ser el mejor en la escuela. Nadie sabía que pensaba así y cuando llegaba fin de año mi boletín de calificaciones era el mejor. Esto me sucedió donde vivíamos, en Quitratúe, que quiere decir donde se lava la ropa; a fin de año en la escuela, con la presencia de los padres, entre los alumnos el primer lugar lo tenía Exequiel Velásquez Millanao. Claro, a los huincas no les parecía gracioso que un indio, un 100
mapuche, le ganara a sus hijos. Eso sucedió durante toda la primaria y nunca me pudieron enrostrar que era un indio atrasado y analfabeto, les hubiera gustado, pero no pudieron. Mi padre murió cuando yo tenía cinco años y fue mi madre la que tuvo que supervisar mis estudios: estaba orgullosa de mí, y mis tíos, que sabían que era muy estudioso, opinaban: "Este les pisó el poncho a los huincas". En ese contexto me crié cuando cursaba la escuela primaria. A pesar de haber sido discriminado, con el tiempo me di cuenta que todos discriminamos, como solía decir un amigo, porque la contrapartida la vivía en casa cuando mi tía, Rosa Millanao, después de darle la mano a un blanco inmediatamente se la lavaba porque todos los huincas eran sucios según ella… y por otro lado los huincas decían que todos los mapuches lo eran. Yo estaba en medio de esa guerra de prejuicios entre chicos blancos e indios. Iba a una escuela del estado, de mañana para nenas y de tarde para los varones. Mi infancia transcurrió en ese lugar. Pero quiero contar algo particular que sucedió en mi familia con respecto a la religión adventista que abracé después. Nací en 1940, pero cuentan que dos años antes, la tía Rosa Millanao LLanchilef que se lavaba las manos cuando le daba la mano a un huinca, empezó a ver visiones, sumergida en éxtasis, creíamos que recibía mensajes directos de Dios y una de las cosas que ella repetía martillando la cabeza de los parientes era que no había que trabajar el sábado, que Dios no quería que ese día trabajasen: porque el sábado era de Dios. Era tal la fama que tenía por esas visiones que hasta de un diario de Temuco fueron a cubrir esa noticia, que fue una burla porque la titularon "La trastornada mapuche". Con esa visión nació la congregación y el templo adventista que permanece hasta hoy en mi pueblo y que respeta el sábado como los judíos. Mis padres eran de la cosmo101
visión de la religión mapuche y algunos concurrían a la iglesia cristiana. Yo me pregunto si esa visión que tuvo mi tía no fue porque Dios la iluminó. En ese tiempo un vendedor de libros religiosos, un colpotor, llegó al pueblo y participó el sábado de la ceremonia en la que la tía repetía sus consejos; dijo que eso lo respetaban los adventistas como él y empezó a dejar libros: La Biblia y uno de primeros auxilios que se llamaba "El consejero médico del hogar". Mi madre también lo tenía y desapareció, estaba escrito por un médico adventista muy práctico para asistir enfermedades en el campo, ya que los centros de salud quedaban lejos. Por ese colpotor se formó el grupo adventista que existe hasta hoy. Con respecto al adventismo de mi pueblo se fueron sucediendo paralelamente otras cosas sumadas a las visiones de mi tía y al colpotor; como por ejemplo, la llegada de unos suizo-franceses, la familia Vallett que trajo su religión protestante de un movimiento llamado Iglesia Cristiana y Misionera. Los llamaban aliancistas e instalaron su iglesia, repartían folletos y un grupo de los adventistas, entre ellos mis padres, se plegaron; otro grupo minoritario se quedó con mi tía Rosa. Esa división se debió a que los aliancistas no observan el sábado y los que adhirieron a ellos estaban más contentos porque podían trabajar los sábados y los domingos. Nosotros, los adventistas, no trabajamos ni una hora, ni un minuto los sábados ni en la agricultura ni en ninguna otra cosa, pero a mi padre le convino pertenecer a esa otra fe. Yo había nacido con la religión de los aliancistas, pero le pedía a la tía que me enseñara cómo eran las reuniones de los adventistas. Un sábado por la tarde fui a la casa de mi abuelita cuando estaban practicando el culto, yo desde arriba de un árbol comía cerezas y cantaba canciones mexicanas: boleros, guapangos, corridos, canciones muy comunes en Chile; y como los mo102
lestaba mi tía me invitó a participar de la reunión. Tenía 10 años y me gustó la forma en que leían La Biblia y la comparé con los aliancistas en la que la palabra la tenía un solo hombre mientras que allí repasaban, leían y preguntaban todos. Estaban en plena escuela sabática estudiando al Profeta Isaías, capítulo 53, capítulo que coincide en la creencia de los protestantes y los evangélicos sobre la persona de Jesús. Después de eso fui a estudiar a un colegio secundario adventista en Chillán y terminé el ciclo en Santiago de Chile. Así transcurrió mi adolescencia. En Santiago de Chile tuve la prueba de fe de quién era yo frente a mi obediencia religiosa. Como era un colegio privado, para que tuviera validez nacional nuestro estudio teníamos que rendir seis materias, porque sino perdíamos el año. Las comisiones venían a tomar los exámenes los sábados a las dos de la tarde y yo, que ya era adventista y me había bautizado hacía un año en Chillán, no podía ni debía transgredir ese día sagrado. Un amigo que llegó a ser Rector del colegio Adventista de Chile me dijo: "Mirá Exequiel, nuestra religión puede llegar a ser baladí, vaga, si no nos probamos como dijo el Profeta Malaquías: "Probadme ahora". Tienes que probar, como también lo dijo: "Dios, mostrad y ved"; si te ponés del lado de Dios los jóvenes de nuestra iglesia van a orar para que algo milagroso suceda". El sol se ponía a las 20.20 hs. en el Pacífico y yo me propuse que las 20.30 hs. daría los exámenes en mi colegio, el Liceo Portugal. Fue un pastor para mediar por mí con el Rector y éste le dijo que no podían hacer nada, pero estaba presente la secretaria que me apreciaba como buen alumno, quien me ayudó entreteniendo a los profesores, alargando su estadía para que cuando yo llegase me tomaran examen… y así fue. Entre tecitos chilenos, que son como el mate para los argentinos, y juegos de entretenimiento rendí y aprobé 103
todas las materias y fui fiel a mi creencia de no mancillar el día sábado. Esa actitud consolidó mi ser adventista y así feliz continúo hasta ahora. En 1960 llegué a la Argentina y mi madre quedó en Chile donde murió. Como hijo de mapuches tengo el orgullo de decir que los chicos mapuches son muy respetuosos por la enseñanzas que reciben, no son mal hablados, no dicen palabras obscenas y son respetuosos de la naturaleza: no ensuciar el agua de los arroyos, dar gracias a Dios por los alimentos, por el sol, por lo que la tierra nos brinda: porque no somos sus dueños sino sus meros administradores. -*Por eso somos gente de la tierra, título al que hacemos honor. Yo me crié con esa educación. Los pueblos originarios siempre han respetado ese principio; han sido los blancos que vinieron con sus conquistas a ensuciar los mares, los ríos, los arroyos. De mis orígenes puedo decir cosas lindas: que pertenezco a un pueblo de valientes, indómito, que valora su fortaleza; que como mapuche no hay que dejarse vencer, no hay que ceder, que hay que vivir y morir con la Verdad. Así pasó con Lautaro, con Caupolican, con todos los toki, con todos los héroes mapuches que se mantuvieron firmes cuando fueron muertos con la espada y la cruz. Y es un pueblo que tiene 500 años de lucha, reclamando actualmente el derecho a sus tierras desde que llegó Colón a América y Pedro de Valdivia a Chile. Ganamos y perdimos batallas con los españoles hasta que pactamos estableciendo una frontera en Temuco. Igual la lucha siguió con las provocaciones que padecimos de los huincas, que se quedaron con lo nuestro. Esta lección fue enseñada en nuestros hogares. Los mapuches eran para los españoles, por los informes que enviaban al rey, salvajes y bestias… y así nos trataban. Me crié por un lado con esas ofensas y por el otro nutriéndome de la cultura, de la música y de las ceremonias que son practicadas 104
por mujeres sacerdotisas llamadas machi. Los hombres iban a la guerra a defender su gente, su tribu y la mujer se hacía cargo de las cosas espirituales y del hogar, y con un kultrún, una especie de tambor, realizaba ceremonias. La más conocida es el machi Tun, en la que se ponía al enfermo en el centro de una sala y ella improvisaba cánticos para curarlo o exorcizar el mal que lo aquejaba. Me acuerdo que eso lo hicieron con mi papá, y a los más chicos nos mandaron a dormir, quedando los hijos mayores. Ese golpeteo todavía retumba en mis oídos. Esa noche, dentro de mi imaginación de niño, escuchaba la voz gutural que me envolvía y se elevaba al infinito junto con el alma de mi padre, que se iba para siempre con esas lamentaciones. Mi primo Gregorio, que no creía en esas cosas porque había dejado de lado la cosmovisión mapuche, tratándose de su tío colaboró con el ritual. De noche se subió a nuestro techo de dos aguas y, desde allí, llamaba a mi padre por su nombre para que subiera con él para salvarse de la muerte. Esa voz de la machi y ese grito retornan hasta hoy a mi en medio del silencio de la noche. Yo vivía en el campo porque todavía se respetaban las propiedades de los mapuches. Mi padre y tíos tenían 10 o 15 hectáreas cada uno y todos vivíamos cerca. Había un valle con casas esparcidas de totoras, de madera y paja, y otras de material como la nuestra de madera, de machambre y piso. No teníamos luz eléctrica y se cocinaba en un rescoldo sobre una llanta grande en desuso, allí mi madre avivaba un fuego de día y lo apagaba de noche. Otra cosa que también recuerdo es cuando se mataba un animal: no se hacía con un golpe en la cabeza, sino muy parecido a como lo hacen los judíos religiosos para obtener la carne casher. Se lo degollaba con un cuchillo filoso para que el animal no sufriera tanto; y para que los perros no comieran la sangre se la dejaba caer en un recipiente que luego se llevaba a la cocina para 105
preparar el ñachi, sangre coagulada con perejil y cilantro picado que se comía con cuchara. Nunca lo probé, pero mis parientes sí y los adventistas no lo comen porque La Biblia no lo permite, como tampoco a los judíos. En una ocasión los dos perros de mi hermano, Pito y Fiel, salieron conmigo al campo y uno cazó una liebre que salvé de sus fauces y la llevé a mi casa para comer; una señora que vivía en casa, y que no era mapuche, le dijo a mi madre que sabía hacer un guiso de liebre para chuparse los dedos y un día, cuando llegué a casa, la liebre ya estaba guisada. No la pude comer como tampoco carne de cerdo. Creo que la razón es por lo que mi padre al nacer yo vaticinó que me llamaría Exequiel, con x como se dice en Chile a la z, y que sería adventista. Así puedo afirmar que nací signado para guardar el sábado y es por eso que no comí la liebre y continúo comiendo carne casher hasta hoy. Me encanta mi nombre, y con respecto a mi apellido Velásquez, ahora que Ana conoce su origen judío, estoy averiguando de donde proviene el mío. Tal vez también puede ser que lo sea porque experimenté algo muy particular cuando en el 2006 decidí ir solo para la fiesta patria de Chile al lugar donde nací. Quería gozar de mi chilenismo y me fui a ver mis mapuches, mi origen, mis tierras. Fui a la escuela a visitar a una sobrina que se puso muy contenta de verme y aprovechó para preguntarme por qué los Velásquez que eran mapuches, eran los únicos que habían terminado la escuela secundaria e ingresado a al universidad. Yo le dije que no sabía por qué pero supe después que muchos judíos habían emigrado al sur de Chile para refugiarse, que habían cambiado sus apellidos y que se mezclaron con los mapuches para eludir persecuciones permaneciendo allí. Y tal vez por esa mezcla tengo de ellos la influencia del amor por el estudio. 106
De niño había escuchado la palabra judío para discriminar y había escuchado este dicho: "A judío, judío y medio". Había leído en La Biblia sobre el Reino de Judá, pero en el contexto social judío era sinónimo de usura, término que no entendía. Un día llegó al pueblo un judío de Alemania, vivía en el campo y tenía una casa pintada de negro con alquitrán para curar la madera, pero se le atribuyó ser masón o brujo por ignorancia y prejuicio. También cuando fui al cementerio vi algunas tumbas judías, que me señaló el cuidador, con la Estrella de David, y otras sin nada como son las adventistas. En Quitratúe recordé a mi papá que tenía campos y un taller de herrería donde fabricaba implementos de labranza, porque había cursado la secundaria y algunas materias de un colegio industrial, a comienzos del 1900. Tal vez por eso los Velásquez, como decía mi prima, eran diferentes. Terminé mi escuela secundaria en una academia y me dediqué en Buenos Aires a estudiar liquidación de impuestos; me recibí y me especialicé en eso, pero sabía cortar zapatos porque había trabajado tanto en Santiago de Chile como en Vicente López con un zapatero armenio adventista. Hasta que formé pareja con Ana. De chico era muy lector de La Biblia, y de un libro de poesías que se llamaba "El libro del huaso chileno" que el Ministerio de Cultura y Educación regalaba a todos los chicos, y yo me lo devoraba. Como también me gustaba escribir, a los 10 años participé en un certamen literario y gané un libro que se llama "Los náufragos de Pandora", mi escrito versaba sobre el ahorro: cómo ahorrar para comprar casa, campo, caballo: todo lo que hacía al mapuche. Fui el único premiado de mi clase. Leía libros que tenía mi padre, los sermones que él predicaba y, por medio de mi tía, me hice adventista a los 17 años cuando me bauticé en el río en Chillán con las abluciones correspondientes. 107
No teníamos cine y una vez que fui me pareció y me sigue pareciendo aburrido, al igual que cuando le regalaban a algún chico de mi pueblo un palito con una cabeza de cartón de caballo y lo montaba imaginariamente: y yo lo miraba pensando que lo tenía de verdad porque a mi yegua Canela la montaba desde los tres años: en una ocasión, en plena cosecha, mientras mis hermanos trabajaban en el campo, tuve que llevar a la estación por un viaje a mi padre, que tenía tuberculosis y diabetes, y bajo sus indicaciones volví sano y salvo a casa. Era muy admirado porque también era el recitador del pueblo, con una memoria prodigiosa que gracias a Dios conservo. Era muy espiritual, gracioso, inquieto y así me fui formando para ser un mapuche sin complejos. Jugaba con los perros porque no existe un mapuche sin perro. Mi primer perro me lo había regalado mi madre y le hice la cucha de madera como un carpintero profesional y le puse de nombre Nerón, nombre bien fuerte para que fuera guardián. A pesar de mi espíritu pacifista me gustaba ver luchar a los toros con sus astas; y yo también peleaba cuando despectivamente me decían indio".
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QUITRATÚE, MI PUEBLO
No tiene rascacielos, torres, subterráneos ni aeropuerto, pero a cambio posee paz, cordialidad y amistad. ¿Acaso los ruidos y los rascacielos nos traen beneficios? No, rotundamente no. Mi pueblo no quiere crecer, se niega a hacerlo. Y está bien, para qué cambiarlo ¡si es tan lindo así! Pequeño y acogedor, yo quiero verlo siempre pequeño y lindo. No lo cambio por ninguna ciudad grande que contamina con los ruidos de bocinas el espacio, altera los nervios y mata la paciencia. Es cierto, no tiene mar, pero tiene el río que lo acaricia con aguas limpias, cristalinas, donde las truchas y salmones viven de fiesta en fiesta en las tardes calurosas del verano y saltan para saludar al sol. Mi pueblo tiene La Aguada como reserva natural, ahí los árboles no sufren sino que cantan y ríen junto a los pájaros que se encaraman en las ramas y fabrican sus nidos. La vertiente generosa regala ese agua dulce y limpia. ¡Qué hermosa sincronización de la naturaleza! Desde lejos vigila la cordillera de Los Andes con las nieves que le dan el frío al pehuén para comer los piñones más sabrosos. La escuela es amplia, cómoda, limpia. El patio grande, los recreos —los largos y los cortos— son cómplices de juegos y amistades de niños que algún día serán grandes. Las casas pintadas de alegres colores conforman un paisaje único. No será famoso mi querido Quitratúe, pero las madres mapuches, las que vivían antes de la existencia del 109
pueblo, eligieron al río Puyehue para lavar las ropas con sus aguas limpias. Las calles sirven de estacionamiento a las carretas con los bueyes y a los caballos que esperan a sus dueños que se fueron a beber un vaso de chicha dulce en la cantina en verano y del tinto de las uvas del norte en el frío invierno. Allá arriba en el cerro, como un centinela que mira en silencio y vestido de blanco está el cementerio que guarda las historias de caciques y huincas, todos enmudecidos y sin discriminarse, por eso también es un lugar de paz. Conozco muchas ciudades de este globo terráqueo, pero como tú Quitratúe no encontré ninguna que me guste tanto. Tú eres mi lugar. Por eso te recuerdo".
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EXEQUIEL, MAPUCHE ADVENTISTA, Y ANA, JUDÍA
"Los cambios de Ana me produjeron una sensación extraña. No fue fácil aceptarla y, hasta el día de hoy, no estoy totalmente convencido. Las convicciones mapuches son profundas como las de los judíos, y renegar de ellas produce crisis. En el hogar que formamos nos preparábamos para hacer el culto adventista de los viernes para recibir el sábado; mi hija mayor tocaba el piano, hacíamos la lectura de La Biblia y cantábamos alabanzas a Dios. Nos sentíamos unidos y felices pasando el sábado en la iglesia. Cuando Ana comenzó a conocer sus raíces las cosas cambiaron. Yo no me opuse, pero al tomar el baño ritual y ser reconocida como judía fue un choque tanto para mí como para algunas de mis hijas. Aunque estaba habituado a compartir ideas con judíos, por nuestros intercambios sobre La Biblia, debo admitir que éste costó. Los viernes por la noche en nuestras oraciones pedimos a Dios en el nombre de Jesús para bendecir los alimentos, y se reza por el bienestar de la familia, por los pobres, o rezamos otras plegarias, pero Ana dejó de invocarlo. Una de mis nietas, de sólo cinco años, se dio cuenta de que las oraciones de la abuela eran ahora más breves y no lo nombraban. Reconozco que no me fue grato al principio, pero después lo entendí y llegué a comprenderla. Hay que reconocer que no es nada fácil que alguien de la familia se convierta de religión cuando, por más de cuarenta años, se ha practicado otra. La noticia de que era judía llegó de boca de su padre estando solos en su casa un sábado por la tarde. Me imagino que habrá 111
sido muy emocionante ese momento; a mí me alegró esa confesión que pertenece a un secreto, y así debe ser transmitido: en la más íntima soledad. Pudieron llorar padre e hija y eso me recordó al momento en que mi abuelo le eligió novia a mi padre; lo llamó aparte, cerca del corral de las ovejas y, apostado en una estaca, le dijo: "Hijo, tienes que casarte con una chica de la familia tal…", y ése también es un código que se pacta privadamente. Cuando Ana me contó la escena con su padre me dije: entonces estoy casado con una judía. Ambos casos fueron pactos de heredad. Después de esa confesión nunca hablé sobre este tema sagrado con mi suegro y mantuve la distancia y el respeto que los mapuches tenemos por el otro. Mi suegro tenía 95 años cuando se lo dijo a su única hija y yo hubiera hecho lo mismo con las mías porque son la continuación de nuestros pueblos. Ese tema no fue tocado en vida, pero cuando murió, murió como un judío; fue enterrado en Carmen de Areco, donde había nacido, con una ceremonia judía, el cajón cerrado, y el manto y la Estrella de David encima del ataúd. La ofició un pastor egresado de la Universidad Adventista del Plata, Licenciado en Teología, especializado en temas judaicos. Fue para la familia algo que nunca había imaginado. Por suerte no se llevó a la tumba ese secreto que yo no escuché, aunque sí participé de otros que lo mostraban como un hombre sufrido y sobrio, pero charlatán cuando se presentaba la ocasión. Esa otra historia de su identidad judía, no la contaba. Y no faltó oportunidad en la que me confundieran con su hijo por nuestro color de piel. Tenía por él un amor reverencial y guardo su Biblia subrayada y comentada muchas veces entre ambos. Ana, al descubrir que era judía, no hizo mayores diferencias al preparar la llegada del sábado para guardar ese día de descanso. 112
Sabiendo ya de su identidad ella, con su temple tan activo, hizo averiguaciones sin contarme nada de nada o haciendo apenas comentarios sueltos. Durante cinco años se fue formando en el judaísmo hasta obtener el certificado de judía mientras yo estaba muy ocupado yendo y viniendo a Carmen de Areco para instalar una iglesia. Inclusive nunca vi ese certificado, me dolería mucho y prefiero ignorarlo. Al ser mapuche tengo principios fuertes pero no hostiles, y Ana manejó bien esa noticia porque me la fue dando dosificada, pero llegué a comprender qué sola estuvo cuando se convirtió, cuando participé con Ana en la de una amiga que estuvo acompañada por familiares y amigos. Ana encontró otra luz y no tengo nada que reprocharle. Hemos llegado a un entendimiento mutuo con intercambios muy positivos para cada uno" Después del entierro de su padre Ana buscó y encontró datos de sus familiares en las actas de defunción del Cementerio de Carmen de Areco y fotografió las tumbas y sus placas para saber más de su pasado. Acta 42-1938-) Broderick de Roldán Ana, 65 años, viuda de Esteban Roldán, argentina, hija de Miguel Broderick y Catalina Cummins, irlandeses. Acta 48-1917-) Leiva Ignacio, 41 años, argentino, casado con Ana Acuña, nacida en 1876, hijo de Ignacio Leiva, argentino, fallecido, y de Elsa Rillos, argentina. Acta 50-1907-) Catalina Cummins, 67 años, irlandesa, viuda de Miguel Broderick, hija de Juan Cummins y de Catalina Cummins, ambos irlandeses. Lo que Ana constató es que ninguno tenía cruz. 113
SIMILITUD DE COSTUMBRES ENTRE SEFARADIES Y MAPUCHES…
El: Espíritus creadores primordiales (En la visión Mapuche, los El representan la esencia creadora de las cosas que existen en el mundo). Al igual que en hebreo cuando se habla Dios se lo nombra El (superior). Con respecto al ánima de las creencias mapuches tienen semejanza con las de los sefaradíes quienes, al huir de España, merced a sus mujeres guardaron y retransmitieron la cultura hispanojudía en lo concerniente a cuidarse de los malos espíritus para proteger al hogar y a sus habitantes. No sólo a través de talismanes, oraciones, fórmulas, creencias, y símbolos sino también a la autoridad que detentaban. En la diáspora sefaradí fueron llamadas prikanteras, encantadoras, las mujeres que practicaban esa ceremonia, y conjuraban espíritus malignos por medio de fórmulas orales o pensamientos basados en textos sagrados: protegían enfermos, espantaban los maleficios y curaban el mal de ojo. Estas encantadoras de hechizos guardaban en secreto su poder como algo misterioso que se transmitía de generación en generación. Sus prácticas tenían como fin atraer al Creador con su bondad para liberar a los poseídos por los malos espíritus. Cuando se encerraban en la casa del condenado por el huerco, diablo, sacaban, ante todo, los símbolos judíos para que esos malos espíritus no creyeran que había un doble juego sino un camino limpio para actuar. 114
La prikantera los llamaba en voz muy baja para endulzar sus oídos y así, al elevarse, ella hacía el trabajo de exorcizarlos. (Extraído del libro Sefárdica Nº 18/2010/Costumbres Sefaradíes-Compilación María Cherro de Azar). El ritual de las prikanteras es muy parecido al que contó Exequiel en el relato de su infancia cuando, antes de morir su padre, su primo subió al techo y montado en las dos aguas del mismo llamaba a su tío Anselmo para distraerlo y salvarlo de la muerte. Esta ceremonia podría acercarnos a pensar qué tienen en común Ana, de raíces sefaradíes, y Exequiel de raíces mapuches, y que tal vez el querubín del amor los haya reunido en el andar de la vida. Tales similitudes entre culturas tan dispares me hicieron reflexionar sobre las persecuciones, las asimilaciones, los cambios, las oportunidades y las defensas de algunos destinos en su lucha por sobrevivir. Sobrevivir a la barbarie, al despotismo, a la dictadura, a las conquistas, a las imposiciones y dominios de las religiones, a los dioses terrenales dueños del absolutismo; al extermino de judíos, indígenas, negros: todas minorías temibles para las mayorías. Vaya saber si sefaradíes que partieron del Puerto de Palos en 1492 no terminaron siendo mapuches o vaya a saber cuántos mapuches son hoy mestizos de aquellos entrecruzamientos. En la teoría de todo lo posible la pureza de sangre no existe. Para los ortodoxos de cualquier religión es un castigo el haberse mezclado, pero de la experiencia de Ana que dice "Se es lo que se es aunque no se sea", ratifica que la pesadilla de la imposición de un Dios o Dioses enajena lo propio porque las raíces son tan fuertes que en algún momento se movilizan como terremotos que piden piedad, que piden. 115
MI SANGRE MAPUCHE
"Primero "debo sacarme el sombrero", ahora sí voy a contar la historia de mis ancestros. La rica historia de mi abuelo Anselmo Velásquez, ese abuelo cacique que se dejaba acariciar por tres mujeres y a las cuales él mantenía llenas de amores y de hijos. El viejo era un duro Pellín (árbol existente en el sur de Chile, nacido en el año 1820 y fallecido en 1930. Debo aclarar que la última esposa que tuvo al quedar viudo fue a los 100 años mientras la novia contaba con tan solo treinta. Este cacique era poseedor de alrededor de trescientas hectáreas de tierras en un valle fértil, aptas para el cultivo de trigo, maíz, cebada, papas y todo tipo de hortalizas. De todos los hijos que tuvo anotó a uno solo en el registro civil: lo llamó Anselmo Segundo, y fue su preferido. Le sucedió como al patriarca Iaakov —que tenía predilección por su hijo Iosef —a quien hizo estudiar el secundario, algo poco usual para esa época de principios del siglo XX. Mi padre tenía 24 años y el cacique consideró que tenía que encontrarle una novia mapuche para darle continuidad a la raza. Mi otro abuelo no era cacique (tenía una sola esposa) pero era el Lonko (dirigente, jefe) de varias familias. Su apellido seguramente lo obtuvo por esa condición ya que Millanao significa "puma de oro" y el oro siempre representó a los jefes en la historia. Este abuelo tenía unas cien hectáreas que besaban la costa del río Puyehue. Mis abuelos paternos, viajando un día a caballo, a paso lento, 10 kilómetros desde el pueblo de Gorbea hasta Quitratúe acor116
daron unir en matrimonio a Anselmo Segundo y a Isabel. Mi mamá me contaba que a ella primero le habló su madre, y a mi papá, como correspondía, fue el cacique que le comunicó el deseo y el pacto que habían celebrado en el camino y frente al portón de la casa de mi abuelo Pedro Millanao. Ella me decía que no había otra alternativa, a los padres no se los podía contradecir, y aceptaron el deseo de mis abuelos. Eso sí, la mujer tenía que llegar virgen al matrimonio, caso contrario se deshacía todo lo convenido. Mis padres se conocieron recién el día que ambas familias y los jefes presidieron la ceremonia, día en que los unieron como marido y mujer. En aquel tiempo las autoridades del gobierno no prestaban mucha atención al poder y la verdadera autoridad la tenían los Lonkos y Caciques. Ellos casaban y se regían por las leyes no escritas y por las costumbres del pueblo mapuche. El mismo día en que concurrieron al registro civil, recién instaurado en la provincia, celebraron la fiesta que duró hasta tarde en la noche, tanto que se carnearon dos vaquillonas mientras los invitados regaban sus gargantas con una especie de chicha llamada Muday. Corría el año 1928 y al año siguiente nació mi hermano Juan Antonio. El bautismo lo hicieron mis abuelas Isabel Llanquilef y Juana Painén (ésta era machi o sea la sacerdotisa) que fueron a juntar las aguas de la confluencia de dos ríos y sentenciaron: "Este nieto deberá tener muchas mujeres", augurando la abundancia. El deseo de que un nieto tuviera muchas mujeres se explica por la necesidad que había de tener hijos varones para ir a la guerra contra el invasor que primero fue el español y luego el llamado chileno. Muchos de los nuestros hasta el día de hoy no aceptan llamarse chilenos, hacen una diferenciación entre mapuches y chilenos, lo mismo ocurre en Argentina con mi pueblo. 117
Aún hoy seguimos reclamando nuestras tierras que nos fueron usurpadas y nunca devueltas. Esta es la breve explicación de mis orígenes. Pertenezco a ese pueblo valiente, indómito, pueblo que no se compra ni se vende. Yo fui el hijo número siete y me llamaron Exequiel porque mis padres eran creyentes."
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EL MOISÉS DE LOS IRLANDESES
Irlanda devino cristiana en el siglo V de la era común por un misionero inglés, de origen celta romanizado, de padre diácono y abuelo clérigo, que a los dieciséis años fue capturado por piratas irlandeses. Durante años cuidó de rebaños hasta que escapó a su tierra y se internó en un monasterio para ser sacerdote. Una noche recibió la orden divina de destituir la religión pagana en Irlanda e instaurar el cristianismo; de esta manera se convirtió en el patrono de los irlandeses quienes, el 17 de marzo, día de su fallecimiento, celebran el Día de San Patricio. Este patrono introduce la religión de Cristo, única luz que brillará eternamente comparada con la idolatría del sol que adoraban los celtas como única verdad. El encendió el primer fuego Pascual venciendo la omnipotencia del Rey; por tal hazaña fue reconocido como héroe y rey a su vez. Se le atribuyeron también poderes mágicos en relación al cambio del clima y se lo consideró hacedor de milagros. Se lo describía como un nuevo Moisés, triunfador sobre los poderosos irlandeses semejantes a faraones y a tiranos bíblicos. De él se refieren muchas historias: dicen que con un báculo golpeó una roca e hizo brotar manantiales para poder bautizarlos; también que pasó cuarenta días y cuarenta noches ayunando para obtener, de la gracia de Dios, privilegios para aquellos irlandeses que acudían a él en busca de consuelo; asimismo que desterró de Irlanda a las 119
serpientes que representaban los demonios del paganismo druida. Les explicó a los irlandeses mediante un trébol de tres hojas llamado shamrock que las hojas nacían de un mismo tallo, como La Trinidad de un mismo Dios. Dicen que fue quien dio órdenes a los taberneros de ofrecer bebidas baratas el día de su santo. Si relacionamos la vida y el destino de Ana, su pasado irlandés y judío, se podría decir que siempre hay una anunciación del más allá: un profeta, un pueblo sojuzgado por otro, ya sea por guerras de conquista o religiosas, un Moisés libertador, un milagro y un misterio que hacen a la historia. Patricio fue esclavo, liberado y elegido por Dios para salvar a los irlandeses de su idolatría y fue, como dijimos, el que hizo brotar agua de una roca para bautizarlos. Moisés fue elegido por Dios para separar las aguas del Mar de las Cañas para salvar a los judíos de la esclavitud al cruzarlo. Ana fue elegida por Dios para atravesar los mares y preservar los nombres de su ascendencia judía convertidos por la Inquisición y deformados por la dispersión. Exequiel, a través del baño ritual adventista de inmersión lacustre, fue elegido para continuar la cosmovisión mapuche por algún antepasado que se reencarnó en él. Y las costumbres de los pueblos son un signo de hábito que perduran y que tienen sus explicaciones: por ejemplo así como los judíos ponen mezuzot*** para bendecir sus hogares, los irlandeses colocan en los suyos cruces de Santa *** Plural en hebreo de mezuzá: se coloca en los dinteles de las puertas de las casa judías y consta de un estuche y de un pergamino con dos pasajes de la Torá (la Biblia) que dicen: "Las leyes que te prescribo hoy grabarás en tu corazón…las escribirás en las entradas de tu casa y de tus ciudades" . Se enrolla el papiro y tiene que verse la palabra escrita SHADAI OSHIN o SHADAI que significa "Guardían de las Puertas de Israel".
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Brígida, segundo patrono del país, para salvarse de incendios; y a la manera del calendario hebreo celebran los meses del año por los cambios de la naturaleza. Así es cómo los amigos y los enamorados sellan sus alianzas, mediante el Anillo de Claddagh, mismo nombre de la aldea pesquera de la costa oeste de Irlanda, tradición que data de más de 300 años. Y los mapuches adoran a los llamados canelos, peldaños que tallan en los troncos, que son escaleras sagradas y representan la esperanza de que los espíritus protectores bajen a la tierra para darles bondad y tranquilidad, y en esa unión encontrar amor y plenitud.
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LOS CONVERSOS Y SUS APELLIDOS Posible origen de Leiva por María Cherro de Azar
Una de las primeras conversiones conocidas la había practicado Maimónides, en el siglo XII, cuando en la Península Ibérica los almohades amenazaban con la persecución a los judíos. En 1391 se desató en Sevilla una revuelta antijudía que terminó con la matanza de los integrantes de su comunidad de aproximadamente 4500 habitantes, habiendo sido el comienzo de una campaña que prosiguió con conversiones obligadas. Después de la Disputa de Tortosa, en 1413, cuando los rabinos se sometieron a confrontaciones teológicas difíciles de superar, no por falta de fe o conocimiento sino por las intimidaciones a las que fueron expuestos, nuevamente la conversión fue la salida para sobrevivir. Trasladarse a otros pueblos o ciudades formaba parte de las estrategias de los amenazados judíos conversos. Tales desplazamientos duraban poco porque eran los delatores los vecinos quienes, además, obtenían empleos u otras gracias de los perseguidores, y como los decretos funcionaban a la perfección la corona se enriquecía al confiscar sus bienes. Las conversiones eran de conveniencia: la figura del judío convertido se utilizaba para librarse de males mayores pero, en secreto, seguían profesando su fe. La sociedad española forjó imágenes de los conversos 122
para diferenciarlos, tomó decisiones políticas diseñadas para llevar a cabo severas medidas a partir de 1449, decretando los estatutos de limpieza de sangre, exigiendo testigos que confirmaran su antigüedad en la fe católica, testimonios que había establecido la Inquisición en 1480, para luego decretar la expulsión de los judíos, edicto firmado por los Reyes Católicos en 1492. Algunos autores endilgan a los conversos atributos tales como ser perversos, codiciosos, traidores, judaizantes e identifican al judío con los mismos rasgos. Los llamaron "marranos", que significa los que marran, los que envilecen la fe cristiana, y "tocinos" aludiendo a la prohibición judía de esa ingesta. Adolfo de Espina, en su libro "Fortalitium Fidei", escrito en 1458, denomina a los conversos judíos ocultos, y les adjudica los mismos rasgos que a los judíos públicos: malignos, mercenarios, blasfemos, traidores… Proponía para ambos grupos soluciones concretas: la Inquisición encargada de castigar a los judíos ocultos, cuyas transgresiones tenía clasificadas; y la expulsión para los judíos públicos. Estas propuestas fueron implementadas por los Reyes Católicos en 1492 y sus definiciones adoptadas por los inquisidores. Las acusaciones provenían de sectores populares que los declaraban herejes según observaran o no la realización de ritos judaicos: ayunos, celebración del sábado, encendido de candelas, vestir ropas limpias el día de descanso, etc. Para fundamentar su exclusión de los cargos públicos "El Memorial" contra los conversos, de Marcos García de Mora, escrito tras el motín de 1449, los retrata como judaizantes infieles, traidores. 123
Los conversos utilizaron diferentes estrategias para sobrevivir: cambiar apellidos, sobornar a testigos para que declararan su condición de cristianos, desplazarse hacia otras ciudades, comprar cargos públicos o títulos de nobleza. Hay ejemplos patéticos de algunos autores que describen a los judaizantes como aquellos que no debieran estar entre los grupos inasimilables, ya que si bien es cierto que muchos mantuvieron en secreto sus antiguas creencias, otros hicieron lo imposible por arrancarse cualquier vestigio que delatara su condición o la de sus antepasados. Para mantener u ocultar su fe usaron nuevos apellidos, judíos y conversos, y los instrumentaron de diversas fuentes: Según la tribu de origen, así se llamaban Cohen, Levi o Israel, lo convirtieron al cargo correspondiente al español, así el Cohen se cambió por Sacerdote, y alternando también el orden de las letras de Israel, por Riales. Así, el apellido Leiva, de origen español riojano, de la villa de su nombre en el partido judicial de Santo Domingo de la Calzada, pertenece al linaje descendiente de Alvar García que, en el año 970 era el Señor de la Villa de Leiva de donde proviene ese apellido. Una rama pasó a Milán, donde ostentó los títulos de Príncipes de Ascoli, Marqueses de Atela, y condes de Monza cuyo escudo de Armas es un campo de Azur con un castillo jaquelado de oro y gules, color azul usado en heráldica con barras verticales. Otras variaciones de los apellidos sefaradíes pueden ser: Toponímicos, por la ciudad de pertenencia: Toledo-Toledano- Bejar Bejarano- Soria- Soriano. Patronímicos: según el nombre del padre, agregaron la partícula ez, que significa hijo. Fernando-Fernández. 124
Patronímicos según el nombre de la madre: (AlegríaAlegre). Según los oficios: Herrero – Carbone –Iglesias-. Apellidos con cualidades morales: Morales, Blanco, Bueno, Según un atributo físico: Rojo, Moreno, Rubio. Los cambios de los apellidos fueron infinitos y tortuosos del andar de la Historia para conocer los orígenes, lo que admite la libertad de asociar hechos e historias de forma legítima e interminable.
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LA PUREZA DE SANGRE fuente autorizada: Porisrael.org por Moshé Vainroj-7-/2010
Este rimbombante título encierra en su contexto, quizás la más aberrante legislación que la sociedad humana haya sido capaz alguna vez de maquinar en detrimento de grupos humanos minoritarios. El concepto de "limpieza étnica" se refiere a varios modos, hipotéticamente legales, de eliminar de un territorio a seres humanos de un grupo débil de la población, utilizando leyes leoninas, que obligan a tal grupo a la migración forzada, a renegar de sus creencias e ideologías y que, generalmente, termina con la deportación, el asesinato y el genocidio. Tal deleznable hecho tiene como ejemplo la persistente persecución a que se sometió a los judíos que habitaban la península Ibérica desde tiempos probablemente anteriores al reinado de Salomón en el Gran Templo de Jerusalem. Es totalmente erróneo pensar que "los estatutos de pureza de sangre" fueron llevados a la práctica tan solo desde el nacimiento del cristianismo, ya que pruebas evidentes y concretas existen sobre su utilización miles de años anteriores a los jerarcas del Vaticano, en la Roma Imperial y en otros imperios de la antigüedad. El origen de los asentamientos hebreos en la península Ibérica está sumergido en una nebulosa impregnada de leyendas e historias no muy comprobables, aunque los más 126
importantes centros académicos y serias escuelas arqueológicas, aseveran que la llegada de los judíos a Sefarad, data de tiempos anteriores a la destrucción del Segundo Templo. A principios del Siglo VII, España estaba gobernada por los reyes Visigodos, que portaban en su abultado historial de conflictos, persecuciones, traiciones e infamias sociales y económicas de las que hicieron culpables a los judíos a quienes comenzaron a perseguir, a encarcelar y a asesinar masivamente; no conformes con la fuerza de sus medidas, se basan en el famoso "Código de Teodosio II", y dictaminan cuantiosas leyes contra las minorías, a las que se le cercenan los más elementales derechos, provocando en ellos el comienzo de una huida forzada, en dirección a las cercanías de las fronteras del Norte español . En el año 695, los judíos son abiertamente acusados de conspiración contra la corona en razón de la supuesta colaboración hebrea en la acción subversiva que "habría de facilitar" la "Pérdida de España" a manos de las primeras oleadas de las hordas invasoras musulmanas. Valiéndose de los edictos y leyes dictaminados por el XVII Concilio de Toledo, a los judíos les fueron confiscados todos su bienes, se los forzó a la conversión bautismal bajo pena de cárcel y torturas, les arrebataron a sus hijos a efectos de someter a los niños judíos a una educación en el seno de familias cristianas que fuesen poseedoras de certificados de no ser heréticas ni tener ramificaciones judaicas en su seno. España entra entonces en una vorágine de intenso odio racista y discriminatorio, en la que se atiza al vecino, se denuncia al amigo y en la que aquel que no posea certificados de "Pureza de Sangre", no tendrá la menor posibilidad de 127
una existencia normal y terminará en la hoguera. Los judíos se sienten horriblemente amenazados y comienzan a dispersarse tratando de huir hacia los reinos norteños en los que las leyes de pureza de sangre aún no habían sido aplicadas. Los judíos son siempre los culpables de todo... Y los vientos tormentosos manipulados por los enjoyados jerarcas de la iglesia católica, los arrastran desde España hacia el norte de África, a Grecia, a Turquía y a todo aquel país que aceptase su presencia. Los marinos Genoveses que los transportaban a través del "Mare Nostrum", les robaban sin conmiseración alguna; los musulmanes con los que tropezaban a su paso, convencidos de que los judíos hacían tragar joyas y gemas preciosas a sus pequeños, les atacaban despiadadamente y no dudaban en abrir sus vientres en la búsqueda de aquellos supuestos tesoros. En 1412, es cuando más fuerte se hace la batalla por la reconquista de España de manos de los moros, y las fuerzas de los reyes cristianos progresan en su lucha por arrebatar las tierras de Al Andalus; el odio al judío se hace más vivaz y violento y esto se manifiesta en la aparición de una ordenanza real, según la cual, los judíos deben retirarse y vivir recluidos en barrios separados, en guetos. Tenían totalmente prohibido el ejercer cualquier cargo público; no podían ejercer el comercio de carnes u otros comestibles y debían vestir largas vestimentas negras, que les cubrieran hasta los pies. Este fue el resultado de aquella pavorosa "tempestad antijudía" que se había iniciado en 1491, un año exacto antes de la firma del real decreto de expulsión, cuando el 128
Pogrom de Sevilla sembró de muerte las calles, cuando la comunidad judía de Barcelona es exterminada y cuando toda España se entrega al vandálico pillaje, al asesinato impune. Estos hechos son justificados por un cristianismo que ignora la misericordia y el amor al prójimo; fue la hora en que las hordas enloquecidas de odio y rencor se entregan a la depredación, al saqueo, a la masacre descontrolada. Solo logran salvarse aquellos que imploran se les permita ser bautizados y adoptan la religión católica apostólica romana aunque más no fuese de labios para afuera, renegando de la ley Mosaica y transformándose en los nuevos cristianos, llamados los criptojudíos. España se jacta con jolgorio de haber quedado libre de esa lacra deicida que eran los judíos. Pero en sus territorios, naves y dominios, continúan vivos y a veces practicando en secreto la ley Mosaica; eran los "Nuevos Cristianos, los renegados": esos "criptojudíos". Y para ellos y por ellos, para combatir y eliminar su condición de traidores congénitos, comienza a funcionar la ley de "Pureza de Sangre". Los colegios y las universidades prohíben la entrada a sus aulas de todos aquellos que tuvieran el menor "rastro" de sangre judía y se expulsa a todo aquel que en esas condiciones se encuentre en su plantel. Los estatutos de la pureza de sangre "emigran " a los territorios conquistados en América Latina, y allí "los ministros del amor y la misericordia celestial" comienzan a hacer estragos, manejados siempre por "benignos sacerdotes católicos" que entregan con especial dedicación sus víctimas al Inquisidor después de "cazarlos como a fieras infectas." Recordemos que los "Estatutos de Limpieza de Sangre" 129
son un instrumento punitivo del que se valen la iglesia y la monarquía para fustigar y perseguir a los judíos conversos, muchos de los cuales adoptaron la nueva identidad religiosa para conservar sus vidas: incluso llegaron a convertirse en sacerdotes y monjes de las diferentes cofradías siendo acusados entonces de herejía y del diabólico acto de difundir en secreto los preceptos judaicos engañando a los "viejos y puros cristianos". A pocos años de concretarse el establecimiento de las colonias en América, comienzan a aparecer disposiciones que prohíben a todo aquel que estuviere enraizado con orígenes hebreos, embarcarse hacia el Nuevo Continente. En el "Archivo de Indias", se pueden leer los documentos por los cuales se habrán de impedir que los conversos del judaísmo y sus más lejanos descendientes, puedan llegar a América. No obstante, importantes grupos de hebreos llegaron con éxito a las costas americanas, donde volvieron a crear y construir. Si bien esto comienza con las matanzas y expulsiones que hacen explosión a partir de 1491, todo se prolonga y agudiza hasta cientos de años mas tarde sin interrupción. Así es que aquellos que se habían convertido al cristianismo se vieron sometidos a reglamentaciones que los separaron de puestos y cargos de todas las instituciones oficiales, expulsados y confiscados sus bienes. El 5 de julio de 1449, Sarmiento el Gran copero del Rey, proclama la llamada "Sentencia del Estatuto", que expulsa a todos los conversos de origen judío de todos los puestos importantes de Toledo, como ser concejales, jueces, alcaldes y con especial saña a las escribanías y alcaldías manejadas 130
por conversos que estaban capacitados públicamente de "dar fe". La inquisición realiza una gran "caza" de descendientes judíos que se habían asimilado y refugiado en la orden de Los Jerónimos y, en un procedimiento represivo de gran envergadura, procede a la "limpieza de falsos cristianos", somete a la pena de horca a todos los frailes que se habían refugiado en el convento de Guadalupe; al resto que pudo escapar de la cacería, los aprisiona más tarde y los condena a ser quemados en la hoguera de Toledo en 1485. Cada institución implementaba su propio sistema de "probanza de la limpieza de sangre", así como la cantidad de generaciones que debían transcurrir hasta que un individuo fuera considerado "LIMPIO". El rey , manipulado por el Papa , los cardenales y los obispos, nombra al dominico Torquemada gran inquisidor de Aragón, Valencia y Castilla y éste, necesita mas de diez años para afiatar su maquinaria criminal, operación apocalíptica que llevaría a España a quedar despoblada de judíos y sometida a una furibunda epidemia de antisemitismo. Ya expulsada la población Hebrea, el argumento inquisitorial es imparable: ahora la herejía se denomina: "pureza de sangre". Y los "impuros" eran los conversos, los criptojudíos, que laceraban la fe cristiana y que debían ser purificados y castigados por el ardor de las llamas. El papa Sixto IV emite en 1478 una bula en la que se determinan cuales fueron las prácticas judías confesadas por los conversos después de ser sometidos a las más horripilantes torturas. Los denunciados, los acusados y condenados son cien131
tos, miles de judíos conversos que no pudieron probar su "pureza de sangre". Ante todo este engendro demoníaco de persecución enajenada y violenta, con la esperanza de retornar al imperio de la dignidad y escapar de la ignominia, se produce el primer brote sionista, hecho que poco se ha dado a conocer: a principios del Siglo XVI, David Reubeni (1490–1542) se dirige al papa Clemente VII y le propone una operación para permitir que los judíos retornen a la Tierra Prometida, para restaurar allí el Reino de Judá. Mas todo queda en burlas y desprecios y se continúa con la práctica de "la Pureza de Sangre". ¿Será verdad que los estatutos de "La Pureza de Sangre" han sido abolidos ? ¿O tal vez continúen activos latiendo solapadamente, como una comedia circense más en el drama de esta humanidad en la que el hombre continúa siendo el lobo del hombre? Cuantos descendientes de aquellos conversos por la fuerza, de aquellos criptojudíos pasean hoy día por las calles de las ciudades españolas, luciendo sobre sus pechos grandes cruces de oro labrado, sin saber quiénes son ni de dónde vienen. Y lo más grave: ¡Viviendo un falso jolgorio que no les enseña el saber hacia dónde van!...
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Bibliografía S. Wittmayer. A social and religeus history of the jews. C. Roth. Historia de los marranos. R. Garcia Villosada. Los Judíos en la Edad Media. P. Rassinier. Le drame des juifs europeens. F. Torroba. Los judíos españoles. Madrid, 1967. Albert A. Sicroff. Los estatutos de limpieza de sangre. José Amador de los Ríos. Historia social, política y religiosa de los judíos de España. Bat Yam, julio 14 de 2010
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UTOPÍA Y REALIDAD, EXEQUIEL Y ANA EN EL SIGLO XX
A través de las almenas de la aljama donde moraban los judíos españoles, y en el valle donde habitaban los mapuches se conocieron, pero no se podían entender porque los dos hablaban idiomas incomprensibles. El recorte de las paredes de la morada de Ana dejaba a los curiosos ver sus costumbres y oler sus guisados, y los cueros de las paredes de los mapuches desprendían el hedor de los animales salvajes y el aroma de sus comidas autóctonas. Los indígenas espiaban para fisgonear a esas mujeres blancas con largos cabellos recogidos con flores o peinetones, con abundantes polleras superpuestas al estilo zíngaro y ajustados corsés del que sobresalían sus dos gracias enriqueciendo sus colores la blancura de la aljama, y cuando se topaban por casualidad entre sus menesteres y mercados con los del valle, les dirigían algunas palabras intercambiando expresiones y miradas, arrastrando la z tan castiza española mientras ellos le hablaban en mapundungun, su idioma. Pero ellas también los curioseaban y balanceaban sus cuerpos examinando esos torsos musculosos, su piel curtida al sol, con sus cabellos largos, pesados y azabaches con típicas vinchas y luciendo sus vestimentas tejidas a telar. Entre los intrusos que curioseaban se encontraba el mapuche Exequiel que sabía que una huinca no era para él, pero la miraba como mira un hombre más allá de los man134
datos. Desde su ruca la saboreaba a esa tal Ana que con las faldas inquietas le avivaba el deseo cada vez más. Ambos iban y venían en carros, a caballo, a pie recorriendo los predios donde se habían asentado. Los españoles habían llegado cruzando el mar, y los mapuches la cordillera. Unos eran hijos de climas calurosos por los vientos del Desierto del Sahara y otros de la tierra agreste y gélida castigada por la nieve y el hielo cordillerano chileno. Ambos habían encontrado un lugar en el mundo donde asentarse. Los dos bandos buscaban mejores condiciones para vivir en paz. Ambos perseguidos, sus tierras usurpadas, sus costumbres preservadas. Ana y Exequiel se fueron acercando y venciendo los temores entrecruzaron sus destinos, fue como si el Este y Oeste se fueran fusionando en un punto cardinal. Sus corazones fueron un shofar y un cultrún componiendo una melodía tan particular como sus orígenes. El amor pudo tejer entre ambos coincidencias tales como creer en un solo Dios, celebrar el día sábado, comer carne desangrada y pescados con escamas, reunirse los viernes para celebrar en familia agradeciendo a Dios lo recibido y bendecirlo. Pero Cristo era para Exequiel el Mesías que había venido y retornaría, mientras que para Ana llegaría algún día por primera vez. Sin embargo concibieron hijas y les enseñaron a amar, a respetar, a creer y a trabajar. Esta utopía hecha cuento es tan fantasmagoría como la misma realidad. La historia de los pueblos y la mezcla entre los seres más dispares embellecieron a la raza humana más allá de la conservación de las costumbres de cada uno enriqueciendo a la Humanidad. 135
TESTIMONIO DE MARTA VELÁSQUEZ "La sangre no se hace agua"****
Tejiendo la historia mapuche "Cuando yo tenía seis años acompañé a mi padre a visitar a un señor y mientras ellos hablaban me quedé con la señora de la casa que estaba tejiendo crochet. Eso me llamó la atención porque mi mamá nunca tejía, y como la observaba con interés, me ofreció enseñarme a manejar la aguja y la lana. A partir de esa iniciación nunca dejé de entretenerme con esa labor. Muchas veces cuando no tenía a mano una aguja tejía con un palito y cualquier trocito de lana o hebra **** Refrán traducido del idioma ídish para expresar la continuidad judía.
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que encontraba. Me gustaba manipular y crear objetos con todo tipo de material y llegué hasta hacer prendas en mi adultez. El haber aprendido a tejer fue para mí una gran compañía en mi tiempo libre. Pasaron años practicando ese hobby y al visitar la Exposición Rural de Palermo descubrí que había otro tipo de tejido que era el telar. Nunca lo había visto. Me maravilló la técnica del entretejido. Ese sube y baja de un huso enhebrado con lana que logra una tela me gustó tanto que decidí ir a un taller para aprender esa técnica. Quedé tan impresionada por ese milagro que les pregunté a mis padres si existía un curso para aprender a tejer en telar y me lo consiguieron. En medio de esa búsqueda mi padre con jactancia dijo que yo saqué el don de su pueblo tejedor. Y fue cuando tenía ocho años con ese comentario que descubrí mi sangre mapuche. Me convertía así en la reencarnación del arte de las mujeres mapuches que no conocía y que vivía latente en mí. Fue mi maestra una señora catamarqueña que luego se mudó y continué como autodidacta tejiendo sola. Cuando pude viajar con mi padre al sur de Chile, a la Patagonia chilena, a visitar a su familia comprobé que los mapuches están modernizados. Sólo un primo sigue siendo tejedor de mimbre ante el cual me sentí identificada porque los dos seguimos esa tradición. Yo como mujer me siento la continuación de esas mapuches que pasaban la vida tejiendo todo para vestir y cubrir a su familia. Me sentí muy cerca de mis raíces que ignoré hasta que por un telar supe que por mis venas corría esa sangre. Mi padre retaceaba esa información porque había sido educado para integrarse a la nueva sociedad y ocultar 137
Colección Débora Velásquez y tejidos de Marta Velásquez
su identidad; y yo a través de un huso, lanas y un rectángulo de madera volví a tejer una urdimbre entre el pasado y el presente orgullosa de ser parte de esa identidad. Parece ser que como Penélope que tejía y destejía esperando a su amado Ulises yo esperé sin saberlo a un amor, llamado Mapuche, a través de mis entramados, al que también se sumó la influencia irlandesa del tejido y bordado de prendas que recibí de mi abuela. Así las dos influencias de las ramas familiares hicieron de mí una tejedora de recuerdos. Débora, mi hermana, en Bruselas hizo una colección de modas con un diseño mestizo irlandés-mapuche a la que le 138
incorporé mis tejidos. Ese día fuimos embajadoras de nuestra cultura y como siempre guardianas de nuestra herencia y tradiciones." La ropa negra es característica típica de la mujer mapuche que usa para los grandes eventos luciendo «trapelacucha». joya tradicional.
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PALABRAS FINALES…
Ana y su historia me conmovieron. Su búsqueda y su encuentro me motivaron. Madre y esposa, creyente y practicante, sola abrió un surco en la tierra de sus ancestros y sembró su pertenencia hasta ver florecer su identidad. Mi libro para ella es un regalo a su valentía y otro para mí por haberla escuchado. Decidir convertirse para ser judía por haber sido extraviada por centurias su fe en un mundo de renuncias y conveniencias es haber agregado a mi ser judía un regalo. Ana, es la teshuvá (retorno a sus raíces) aquí en Buenos Aires. La voz de los silenciados sigue buscando alguien que la escuche, alguien que no los olvide, alguien que como Ana volvió a su origen: una epopeya del siglo xxi. Martha Wolff
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Ă lbum de Ana
Abuelos maternos con madre de Ana.
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Ana y sus padres.
Padre de Ana. 143
Madre de Ana.
Ana en la escuela. 144
Ana a los 15 a単os.
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Ana y sus tĂos paternos. 146
Ana y sus primos.
Ana y su guitarra.
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Ana con amigas y amigos.
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Graduaci贸n de Ana.
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Casamiento de Ana con Exequiel.
Padres de Ana con los novios. 150
Ana y Exequiel con sus hijas.
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Padre de Ana con su familia.
DĂŠbora y su esposo, Vincent, en BĂŠlgica. 152
Milca y sus hijas en BĂŠlgica.
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Hijas de Milca.
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Marta y Jolien AyelĂŠn.
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Milca, Marta y Marlene.
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Micol.
DĂŠbora, Dina, Micol y Yudith.
Dina, Juan, Micol y Maty. 157
Diploma del padre de Ana.
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Diploma de Contador del padre de Ana.
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Padre de Ana con colegas.
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Reconocimiento a su padre.
Su padre en el campo donde trabaj贸. 161
Su padre en el rancho donde se cri贸.
Tarjeta postal de mujeres mapuches tejiendo. 162
Exequiel en su casa de Chile.
Marta junto a un familiar mapuche artesano. 163
Ruca: casa tĂpica mapuche.
Familia mapuche de Exequiel. 164
Madre de Exequiel con nietas.
Tarjeta postal de Irlanda, paĂs de sus abuelos. 165
Exquiel y Ana en Dublin.
Cartel de la ciudad natal de sus abuelos maternos. 166
Exquiel y Ana en Wexford.
Ana en el puerto de Wexford. 167
Ana buscando sus raĂces.
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Certificado de conversi贸n de Ana.
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Viaje a Israel junto a Exequiel, 2013. 170
Ana en Jerusalem, en el Muro de los Lamentos. 171
Índice Palabras preliminares.............................................................. 7 La Estrella de David no se apagó............................................ 9 Conocí a Ana....................................................................... 11 Explicación bíblica............................................................... 13 Ana Leiva............................................................................. 14 Volviendo a sus ancestros...................................................... 27 Su padre........................................................................................... 33 Mi apellido Acuña................................................................ 38 Irlanda.................................................................................. 40 Mi niñez............................................................................... 48 La iglesia Adventista y la Sinagoga........................................ 61 Mi adolescencia.................................................................... 68 Mis 20 años.......................................................................... 72 Hoy yo................................................................................. 79 Mails de ida y vuelta con las hijas de Ana............................. 81 Historias mapuches.............................................................. 95 Testimonio de Exequiel...................................................... 100 Quitratúe, mi pueblo......................................................... 109 Exequiel, mapuche adventista, y Ana, judía........................ 111 Similitud de costumbres entre sefaradies y mapuches.......... 114 El Moisés de los irlandeses.................................................. 119 Los conversos y sus apellidos.............................................. 122 La pureza de sangre............................................................ 126 Utopía y realidad, Exequiel y Ana en el siglo xx.................. 134 Testimonio de Marta Velásquez.......................................... 136 Palabras finales................................................................... 140 Álbum de Ana.................................................................... 141
Este libro se termin贸 de imprimir en el mes de febrero de 2014 en Imprenta Dorrego, Av. Dorrego 1102, caba.