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Revista Lavboratorio nº 25, año 14, Revista del Instituto de Investigaciones Gino Germani, de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, cuenta con el apoyo del Departamento de Sociología de la Universidad Nacional de Mar del Plata).

Los artículos, ensayos, reseñas de libros y otros trabajos nacionales y extranjeros publicados en la Revista Lavboratorio, son seleccionados por el Cuerpo de Árbitros de la Revista, detallados al final del presente ejemplar, de acuerdo con la calidad de las mismas según pautas orientadoras del número. Están protegidos por el Registro Nacional de la Propiedad Intelectual, y su reproducción en cualquier medio, incluido electrónico, debe ser autorizada por los editores. Los textos son de exclusiva responsabilidad de los autores y no comprometen necesariamente la opinión del Instituto de Investigaciones Gino Germani, ni del Departamento de Sociología de la Universidad Nacional de Mar del Plata.

ISSN: 1515-6370 Director Responsable Eduardo Chávez Molina Representante Legal Agustín Salvia Editor Editorial Eder Secretario de Redacción Ernesto Philipp Comité Editorial Agustín Salvia, Eduardo Donza, Eduardo Chávez Molina, Ernesto Philipp, Enrique Andriotti Romanin, Gabriel Calvi, Jesica Pla, Pablo Molina Derteano. Base de datos en que está referenciada Lavboratorio: - Dialnet - Latindex

Colaboraciones y Comentarios: Revista Lavboratorio, Instituto de Investigaciones Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales, UBA. Uriburu 950 6º piso oficina 21, Cdad. de Buenos Aires (1114).

LA PR OBLE MÁ DE LA TICA INFOR MALI DAD

e-mail: e_lavbor@sociales.uba.ar Solicítela al Instituto de Investigaciones Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales, UBA. Uriburu 950 6º piso oficina 21, Cdad. de Buenos Aires (1114), o al Departamento de Sociología de la Universidad Nacional de Mar del Plata, Funes 3350, 2º Nivel.

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Autoridades: Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Decano: Prof. Sergio Caletti. Vicedecana: Prof. Adriana Clemente. Director Instituto de Investigaciones Gino Germani: Dr. Julián Rebón. Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Mar del Plata Decana Dra. María del Carmen Coira. Vice Decana Lic. Silvia Sleimen. Coordinador Departamento de Sociología: Dr. Federico Lorenc Valcarce.

Comité Editorial Agustín Salvia (UBA-UCA-CONICET) Almir al Kareh (Universidad Federal Fluminense) Diego Domínguez (IIGG/UBA) Eduardo Donza (IIGG/UBA) Enrique Romanin (UNMP) Ernesto Meccia (UBA) Ernesto Phillip (IIGG/UBA) Ezequiel Ipar (UBA/UNMdP) Federico Lorens Valcarce (IIGG/UBA/UNMdP) Fortunato Mallimaci (CEIL-PIETTE) Gabriel Calvi (UBA) Gabriel Vommaro (UNGS) Gabriela Merlinsky (IIGG/UBA) Germán Pérez (IIGG/UBA) Leandro Sepúlveda (Univ. of Middlessex, Inglaterra) Marcelo Gómez (UNQui) María Laura Canestraro (UNMdP) Mario Gónzalez (Univ. Bolivariana, Chile) Pedro Tsakoumagkos (UBA, UNLu, GESA-UNCo)

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tema principal

Contenido

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dossier

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temas generales

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Presentación

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Informalidad y segmentación laboral desde la perspectiva estructuralista: una aplicación para la argentina (1992-2010) /11 Julieta Vera Formas sociales de estabilización en actividades informales. Cirujas y vendedores ambulantes en la ciudad de Buenos Aires /37 Mariano Daniel Perelman /57

Trayectorias laborales en Argentina: una revisión de estudios cualitativos sobre mujeres y jóvenes Leticia Muñiz Terra, Eugenia Roberti, Camila Deleo, Cintia Hasicic La persistencia de la informalidad en la post convertibilidad.De (in)satisfacciones, ocupación full time y adecuación al contexto /81 Sandra Guimenez Presentación del Dossier (Más allá de las continuidades y las rupturas: herramientas para pensar la estructura social argentina hoy) /102 Pensar procesos de cambio en relación con la desigualdad - igualdad en los últimos 10 años de la Argentina /107 Silvio Feldman Más allá de la heterogeneidad:los desafíos de analizar la estructura social en la Argentina contemporánea /121 Mariana Heredia La politicidad de los sectores populares desde la etnografía: ¿más acá del dualismo? Pablo Semán, M. Cecilia Ferraudi Curto Estratificación y movilidad social bajo un modelo neoliberal: El caso de Chile Vicente Espinoza, Emmanuelle Barozet, María Luisa Méndez

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Políticas sociales y estratificación social. Metodología de análisis y aplicación a un plan de empleo Sandra Fachelli

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Presentación

¿La problemática de la informalidad es la referencia principal de este número, cuyo debate y discusión han dado bastante desarrollo conceptual y empírico en la región. En síntesis, en una lógica de definiciones y aportes conceptuales, podríamos exponer cuatro líneas argumentales sobre la problemática de la informalidad en América Latina y en la Argentina, especialmente, que consideramos relevante destacar: - Por un lado, el carácter integrado que asume la economía en un contexto de observación, fuertemente vinculado en algunos aspectos, con la decisión analítica y sólo analítica de la taxonomía formal- informal. Lo cual por un lado permite encontrar diferencias con respecto a la regulación pública, y en cómo se posicionan en torno a los canales de producción y distribución, - El fuerte peso de los grupos domésticos, que dan pie a encontrar una racionalidad, no necesariamente basada en lógicas de acumulación, lo que impulsa la estrategia reproductiva de las unidades económicas. Por su parte, los miembros del grupo doméstico generan las improntas, las acciones, las

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tramas en el carácter de las prácticas sociales al interior de la unidad económica y del entorno de la feria. - El carácter orgánico con el trabajo formal. El consumidor, en muchos casos, es la clave de estos vínculos, al reproducir su fuerza de trabajo y la de los miembros de su grupo doméstico, con bienes y servicios ofertados por el sector, cuyo precio y calidad, complementada los que podrían ser demandados en el sector formal; situación motivada principalmente por la exigüidad del ingreso, o en otras palabras, por la incompletitud del salario para reproducir al trabajo en todo su forma. - Y por último, la utilidad del concepto de informalidad, por su carácter descriptivo y su capacidad operativa que permite su medición, de acuerdo con algunos parámetros y soslayando algunas paradojas, centrado en la unidad económica, lo cual lo permite su visualización empírica y su apreciación teórica en el análisis del sector. Es en este contexto teórico, en el cual se desarrollan los debates, y por lo cual presentamos una serie de artículos destinados a dar cuenta de estas problemá-

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ticas de la actualidad. En ese sentido, el trabajo de Julieta Vera “Informalidad y segmentación laboral desde la perspectiva estructuralista: una aplicación para la argentina (1992-2010)” analiza algunas de las transformaciones ocurridas en la estructura ocupacional antes y después de la crisis 2001-2002 en la Argentina. En este marco, evalúa los cambios evidenciados en la estructura del empleo, la segmentación del mercado laboral y la disparidad de ingresos laborales bajo distintas condiciones macroeconómicas. Una serie de interrogantes de fondo orientan los análisis abordados en este trabajo: ¿Cuáles fueron las transformaciones de la estructura ocupacional y el mercado de trabajo durante la década de políticas neoliberales? ¿Puede hablarse de un nuevo patrón de crecimiento que impacta en la estructura ocupacional durante el período 2003-2010? Sandra Guimenez nos trae “La persistencia de la informalidad en la post convertibilidad. De (in)satisfacciones, ocupación full time y adecuación al contexto”, el cual aborda la persistencia de relaciones laborales informales en la Argentina actual. Particularmente, aportamos una descripción de aspectos relacionados a la informalidad que coadyuvan a comprender las implicancias de este tipo de inserción laboral para las personas, los cuales no han sido frecuentemente recurridos en los estudios sobre tal fenómeno, como por ejemplo, los grados de (in) satisfac-

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ción con la tarea que se realiza y los usos del tiempo de trabajo y no trabajo. Mariano Daniel Perelman escribe “Formas sociales de estabilización en actividades informales. Cirujas y vendedores ambulantes en la Ciudad de Buenos Aires”. En este artículo, se abordan formas sociales de estabilización en dos actividades consideradas “informales”: los cirujas –recolectores informales de residuos- y personas que se dedican a la venta ambulante en los trenes de pasajeros. El escrito busca mostrar la importancia que tienen las relaciones personales para el mantenimiento de ambas actividades económicas. Más específicamente, se centra en los modos en que generan, mantienen y configuran relaciones entre los actores involucrados y la manera en que ello contribuye a una mayor predictibilidad para obtener los medios necesarios para vivir. Para culminar esta primera sección, Leticia Muñiz Terra, Eugenia Roberti, Camila Deleo y Cintia Hasicic (UNLP/ ICJ), nos presentan “Trayectorias laborales en Argentina: una revisión de estudios cualitativos sobre mujeres y jóvenes”; a partir del año 2003, la recuperación económica y el desarrollo de un nuevo esquema de crecimiento brindaron un contexto inédito para el estudio del mercado laboral. En este marco, numerosos estudios coincidieron en señalar que el desempleo y la precarización laboral continúan afectando de manera más aguda a los jóve-

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nes y a las mujeres que a otros grupos sociales. Partiendo de esta problemática, el presente artículo pretende indagar sobre los aportes que la perspectiva teórico-metodológica de las trayectorias laborales brinda al estudio de la inserción laboral de dos poblaciones vulnerables específicas: las mujeres y los jóvenes. Desde este lugar, realizamos una revisión crítica y una sistematización teórica de un conjunto de investigaciones producidas en Argentina sobre trayectorias laborales de mujeres y de jóvenes realizadas desde una perspectiva cualitativa, con el fin de comprender las potencialidades y contribuciones que posee el enfoque adscripto. El dossier que presentamos se basan en tres trabajos enmarcados en “Más allá de las continuidades y las rupturas: herramientas para pensar la estructura social argentina hoy”, una serie de artículos de Área de Sociología, Instituto de Ciencias, Universidad Nacional de General Sarmiento. El trabajo “Pensar procesos de cambio en relación con la desigualdad – igualdad en los últimos 10 años de la Argentina”, de Silvio Feldman. “Más allá de la heterogeneidad: los desafíos de analizar la estructura social en la Argentina contemporánea” de Mariana Heredia, quien plantea que desde hace dos décadas, numerosas investigaciones pusieron de manifiesto que, con el estancamiento económico, las reformas de mercado y las transfor-

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maciones socioculturales, la sociedad y sus distintos grupos sociales habían sufrido una mutación que los volvía mucho más disímiles y, por lo tanto, más renuentes a las generalizaciones sociológicas. Desde entonces, la heterogeneidad se ha vuelto el santo y seña de los estudios de estratificación social. La intención de este ensayo es presentar algunas condiciones alentadoras para los análisis sobre el tema e identificar algunos de los inconvenientes prácticos y los desafíos analíticos que habría que enfrentar para avanzar más allá de esta caracterización. Más acá del dualismo: Etnografía, historicidades vividas y formas de inserción política de los sectores populares, Pablo Semán y María Cecilia Ferraudi Curto. Por último, en la sección general, el muy buen trabajo de Vicente Espinoza, Emmanuelle Barozet y María Luisa Méndez “Estratificación y movilidad social bajo un modelo neoliberal: El caso de Chile”. Este artículo muestra el cambio en la estructura social en Chile durante las últimas cuatro décadas, y caracteriza, por un lado, la pérdida de eficacia de las políticas públicas destinadas a mejorar las oportunidades de vida dada la menor movilidad social en el seno de los sectores populares y las clases medias y, por otro, el aumento de la distancia entre los polos de la estructura social. Se plantean desafíos para un país rentista por excelencia, que se enfrenta a la reforma de su sistema tri-

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butario como solución a la persistencia y aumento de las desigualdades. Por último en esta sección, presentamos a Sandra Fachelli y su trabajo “Políticas sociales y estratificación social. Metodología de análisis y aplicación a un plan de empleo”. En este trabajo, se propone analizar el impacto de las políticas sociales utilizando como base un modelo de estratificación social definido multidimensionalmente. Particularmente y como caso testigo analizamos el impacto del Plan Jefas y Jefes de Hogar Desocupados (PJyJHD) según estrato social con el fin de mostrar la posibilidad de aplicar esta metodología a otras políticas sociales. Los datos provienen de la Encuesta Permanente de Hogares de Argentina y hemos seleccionado el año

2003 dado que el Plan de empleo alcanzó en ese año la máxima cobertura, producto de la gran crisis económica y social que comenzó en diciembre de 2001 con el default económico del país y se profundizó en enero de 2002 con la devaluación monetaria. Deseamos una buena lectura de estos artículos, y agradeciendo además al numeroso contingente de evaluadores que actuaron como árbitros a una considerable cantidad de artículos presentados para este número, en el cual agradecemos a todos su participación. Asimismo, este número de Lavboratorio también presenta un nuevo diseño, que consideramos notablemente mejor a los números anteriores, como asimismo a la Editorial Eder, responsable de la edición y distribución de la revista.

Eduardo Chávez Molina Director

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Informalidad y segmentación laboral desde la perspectiva estructuralista: una aplicación para la argentina (1992-2010) Julieta Vera

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Resumen Este artículo analiza algunas de las transformaciones ocurridas en la estructura ocupacional antes y después de la crisis 2001-2002 en la Argentina. En este marco, se evalúan los cambios evidenciados en la estructura del empleo, la segmentación del mercado laboral y la disparidad de ingresos laborales bajo distintas condiciones macroeconómicas. Una serie de interrogantes de fondo orientan los análisis abordados en este trabajo: ¿Cuáles fueron las transformaciones de la estructura ocupacional y el mercado de trabajo durante la década de políticas neoliberales? ¿Puede hablarse de un nuevo patrón de crecimiento en la estructura ocupacional durante el período 2003-2010?

Abstract This article examines some of the transformations in the occupational structure that took place before and after the 2001-2002 crisis in Argentina. Within this framework, we evaluate the changes that occurred in the employment structure, the segmentation of the labor market and the income inequality under different macroeconomic conditions. A series of questions serve as guidelines for the analysis carried out in this article: What transformations did the structure of employment and the labor market undergo during the neoliberal policies? Can we speak of the emergence of a new pattern of growth in the economy and the occupational structure between 2003 and 2010?

Recibido: 28.08.2012

Aprobado: 07.01.2013

1.Becaria posdoctoral del CONICET (UCA/UBA). julietavera@gmail.com.

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Presentación Este artículo sitúa sus preocupaciones en las transformaciones ocurridas en términos de estructura ocupacional y mercado de trabajo durante el período 1992-2010 en la Argentina. En este marco se examinan y comparan algunos cambios evidenciados en la estructura ocupacional en dos etapas muy diferentes en materia de funcionamiento macroeconómico y de orientación en las políticas públicas. Por una parte, el período de convertibilidad monetaria, reformas estructurales y políticas neoliberales (1992-2001); y, por otra parte, el período de post-devaluación, mercados regulados y políticas heterodoxas (2003-2010). El tema se aborda a través de la perspectiva estructuralista latinoamericana. Al respecto, cabe señalar que si bien son muchos los estudios y pocas las discrepancias que desde los enfoques heterodoxos suscita la caracterización de las transformaciones ocurridas en materia de estructura ocupacional y mercados de trabajo durante las últimas dos décadas en la Argentina, son escasos los estudios que hayan hecho este balance tomando en cuenta los diferenciales sectoriales/ocupacionales y la calidad de los empleos siguiendo el enfoque estructuralista de PREALC-OIT (1978). Si bien esta perspectiva ha sido criticada debido al modo en que se clasifican los empleos según diferenciales de productividad no ob-

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servados, tiene a nuestro juicio elevada utilidad -sobre todo ante la ausencia de mejores alternativas- para estudiar las renovadas formas de estratificación introducidas en los mercados de trabajo regionales en el contexto de una mayor concentración y globalización capitalista mundial. Por otra parte, diversos especialistas concuerdan con el impacto ocupacional positivo que ha tenido el cambio de rumbo en materia de políticas económicas, laborales y sociales durante el período de post devaluación (Beccaria, Esquivel y Maurizio, 2005; Novick, 2006; Palomino, 2007; Neffa, 2008; CENDA, 2010; Panigo y Chena, 2011; Pérez, 2011, entre otros). Sin embargo, cabe preguntarse si dichos efectos forman parte de un patrón “más inclusivo” de desarrollo, es decir, si estamos en efecto en presencia de un modelo tendiente a la “convergencia” entre sectores dinámicos y rezagados al interior de la estructura ocupacional. Sobre este punto en particular, cabe introducir la sospecha de que las mejoras de bienestar observadas durante la última década hayan sido el resultado de la aplicación de un conjunto más o menos acertado de políticas públicas bajo un contexto macroeconómico favorable, antes que de una transformación cualitativa en la matriz de “heterogeneidad estructural” al interior del mercado laboral argentino. En este marco de análisis, cabe hacerse preguntas específicas tales como: ¿qué

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efectos tuvo sobre la estructura sectorial del empleo la dinámica de acumulación más concentrada y abierta al mercado mundial característica del período de convertibilidad, liberalización económica y reformas neoliberales durante la década del noventa? Y, también, ¿en qué medida el nuevo rumbo heterodoxo en la política económica post crisis y devaluación incidió en una reconfiguración de la estructura ocupacional medida en términos de diferenciales productivos y calidad de los empleos? Tal como se señaló previamente, se abordan estos interrogantes desde la perspectiva del estructuralismo histórico, específicamente la tesis de la heterogeneidad estructural, dado que se asume que la misma cuenta con plena vigencia para explicar el funcionamiento social y económico propio de los países periféricos durante la actual fase de desarrollo capitalista mundial. Se introduce el significado teórico de dos conceptos -variables claves, a partir de los cuales habremos de organizar la evidencia empírica-: a) la informalidad laboral, y b) la segmentación del mercado de trabajo. Tales conceptos se encuentran estrechamente ligados al planteo de problemas teóricos y empíricos que abre la tesis de la heterogeneidad estructural en el marco de este trabajo. El examen empírico se realiza en este trabajo tomando una serie de indicadores (distribución sectorial de los empleos, distribución de la calidad de los mismos y brechas de ingreso entre sectores y segmentos) elaborados a partir

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de los micro datos de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) correspondientes al Gran Buenos Aires (siendo éste el único aglomerado para el cual se contó con información relativamente comparable)2. Los años seleccionados son asumidos como momentos testigos de los períodos históricos estudiados3. El trabajo se estructura de la siguiente manera: en el primer apartado se destacan los aspectos más relevantes del pensamiento estructuralista latinoamericano a los fines del presente trabajo. Asimismo, se introduce el significado teórico de dos conceptos (informalidad y segmentación laboral), los cuales -ligados a la corriente estructuralista- serán útiles como conceptos de alcance medio para organizar la evidencia empírica. En el segundo apartado se evalúan los cambios en la distribución ocupacional del empleo. En el tercer 2. El área del Gran Buenos Aires fue la única región urbana en donde se dispuso de información consistida para el análisis comparativo requerido. Cabe señalar que investigaciones desarrolladas para el total de aglomerados urbanos siguiendo esta misma línea de análisis reflejan que las tendencias durante la post convertibilidad son similares a las que se presentan para la región del Gran Buenos Aires (Salvia, Fraguglia y Metlika, 2006; Salvia y Gutiérrez Ageitos, 2011). 3. Los resultados empíricos aquí presentados han sido también publicados en Salvia y Vera (2012), “Cambios en la estructura ocupacional y en el mercado de trabajo durante fases de distintas reglas macroeconómicas (1992-2010)”, Revista Estudios del Trabajo N° 41/42, pág. 21-51. ASET (Asociación de Especialistas en Estudios del Trabajo), revista ASET. Para mayores detalles acerca de dichos datos y su elaboración, véase el artículo mencionado.

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apartado se estudia la inserción sectorial de las ocupaciones y su vínculo con la calidad de los empleos. El cuarto apartado expone y evalúa brevemente las disparidades existentes en materia de las remuneraciones al trabajo. En el quinto apartado se exponen las reflexiones finales.

1. Perspectiva teórica: el Estructuralismo Histórico y la Tesis de la Heterogeneidad Estructural 4 El concepto de heterogeneidad estructural tiene una larga historia y, por eso, lo que se quiere decir con el mismo varía significativamente en la literatura5. En lo que sigue se hará una muy revisión de la acepción de heterogeneidad estructural que aquí se adopta. El concepto de heterogeneidad estructural tiene sus antecedentes en los primeros escritos de Raúl Prebisch (1949), quien elaboró una caracterización del tipo prevaleciente de desarrollo desigual, subordinado y combinado en América Latina. Para los economistas de orientación estructuralista, la noción de heterogeneidad estructural es un concepto que 4. Un análisis más detallado del marco teórico adoptado puede encontrarse en Salvia (2012) y Vera (2011). 5. Para un desarrollo exhaustivo respecto a la definición del concepto de heterogeneidad estructural a lo largo de la historia, véase Nohlen y Sturm (1982).

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refiere a las complejidades específicas de las naciones periféricas en contraposición a las características de aquellas naciones homogéneamente estructuradas de los países industrializados (Di Filipo y Jadue, 1976; Pinto, 1970; Prebisch, 1976). Simplificando el análisis y remitiéndose únicamente a la productividad del trabajo, dos rasgos distinguen a las economías centrales de los países periféricos de América Latina: el primero es el rezago relativo o la brecha externa que refiere a las asimetrías en las capacidades tecnológicas de la región con respecto a la frontera internacional. El segundo rasgo distintivo es la brecha interna, o sea, las notorias diferencias de productividades que existen entre los distintos sectores y dentro de cada uno de ellos (CEPAL, 2010)6. Dada la condición de periferia, el progreso técnico durante el régimen económico agro-minero-exportador habría penetrado en estos países de manera lenta e incompleta. Sólo algunas empresas multinacionales o algunas actividades lograban avances técnicos importantes, con niveles de productividad similares a los que regían en 6. Al respecto, resulta pertinente mencionar a Marcelo Diamand como creador del concepto Estructura Productiva Desequilibrada para caracterizar a la economía argentina. Un amplio conjunto de investigaciones adjudica la volatilidad del ciclo económico de la Argentina a una estructura productiva integrada por dos grupos de sectores que presentan un diferencial significativo de sus productividades (Diamand, 1972; Villanueva, 1964; Ferrer, 1963; Díaz Alejandro, 1963).

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los países centrales o demandaban los mercados mundiales, pero esto de ninguna manera implicaba “arrastrar tras de sí” a los demás sectores y actividades industriales, en general vinculadas con el mercado interno. Una situación de economía abierta hacía más complicada cuando no imposible la sobrevivencia de la industria local y alejaba aún más toda posibilidad de desarrollo integrado y autónomo. Los bajos niveles de inversión serían el resultado de la imposibilidad de ahorro interno dado -entre otros factores- el deterioro de los términos de intercambio y la transferencia de remesas. La débil dinámica del capitalismo regional conlleva a una baja expansión de la demanda laboral inhabilitando la absorción de la fuerza de trabajo (la cual debe crear su propio empleo en actividades de baja o nula productividad). La presencia de una población numerosa agudiza el problema. Así, los patrones de desarrollo están signados por una marcada heterogeneidad estructural que es la consecuencia de la propagación sólo limitada y selectiva del progreso técnico en las periferias, condicionada por la división internacional del trabajo determinada por los centros (Prebisch, 1952; Furtado, 1972). La heterogeneidad estructural remite a una característica central en materia de desarrollo tecnológico por parte de las economías periféricas: por un lado, la existencia de actividades con una pro-

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ductividad del trabajo de nivel medio, en tanto es relativamente próxima a la que permiten las técnicas disponibles (o si se quiere, elevada, en tanto es relativamente similar a la que prevalece en los grandes centros industriales); y, por otro lado, la presencia simultánea de actividades rezagadas con niveles de productividad muy reducidos, sustancialmente inferiores a los de aquellas otras actividades “modernas”. De estos dos tipos de actividades, las mencionadas en primer término generan empleo, mientras que las segundas albergan actividades laborales de subsistencia. Esa coexistencia de empleo y subempleo constituye una expresión directamente visible de la heterogeneidad estructural. En lo que sigue se realiza una formulación de dos conceptos claves -surgidos del entramado teórico hasta aquí sistematizado- que habrán de organizar el material empírico de este trabajo: a) la informalidad laboral, y b) la segmentación del mercado de trabajo.

1.1 La Tesis del Sector Informal Urbano bajo un contexto de heterogeneidad estructural Las ideas de heterogeneidad estructural fueron retomadas por el Programa Regional del Empleo para América Latina y el Caribe (PREALC) en los años ochenta para dar cuenta de la persistencia del sector informal en los países de América Latina.

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Una de las fórmulas más utilizadas en América Latina para describir y referirse al conjunto de actividades económicas que no formaban parte del llamado sector “moderno o estructurado” de la economía, en un sentido incluso opuesto a la noción de marginalidad, fue la noción de “informalidad laboral” o de “sector informal urbano”. Al igual que la tesis sobre la “marginalidad económica”, la categoría aparece en escena y toma sentido cuando el desarrollo de la economía urbana en la Región, motorizados por las migraciones internas y el despliegue de los procesos de industrialización por sustitución de importaciones, habían sentado las bases para la formación de mercados de trabajo urbanos, los cuales, en forma progresiva mostraban limitaciones y problemas para funcionar como el principal mecanismo de integración social y económica para el conjunto de la población. La PREALC sostenía que el sector informal urbano en la región se generaba por el crecimiento natural de la población en las ciudades y por las migraciones rurales urbanas. El aumento de la fuerza de trabajo resultante no podía ser absorbido en su totalidad por el sector formal de la economía debido a las limitaciones en la reinversión de las utilidades (Cortés, 2011). Ante la necesidad de sobrevivir, esta población excedente debió desempeñar actividades que pudieran proveerle de un ingreso, dado que la inexistencia de se-

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guros u otras compensaciones sociales convirtió al desempleo en un “lugar” al que la población de bajos ingresos no pudo optar (Tokman, 1991). El concepto de “sector informal urbano” -en la acepción dada por el PREALC-OIT (1978) siguiendo la tradición estructuralista- es heredero de las preocupaciones más amplias asociadas al problema del progreso económico y social presente en el debate abierto por el paradigma de la modernización y las teorías del desarrollo. Existiría así, según señala PREALC-OIT (1978) “un pequeño sector conformado por quienes trabajan en los estratos más modernos, que registra alta productividad y elevados niveles de remuneración; y otro sector de mayor dimensión o alcance en la estructura social con menores niveles de ingreso y productividad”. Estas diferencias generarían consecuencias negativas en términos de pobreza y distribución del ingreso. En el sector informal no predomina la división entre propietarios del capital y del trabajo, y en consecuencia, el salario no es la forma más usual de remunerar el trabajo a pesar de que la producción está dirigida principalmente al mercado. Por el contrario, abundan más bien actividades poco capitalizadas y estructuradas, con base en unidades productivas muy pequeñas, de bajo nivel tecnológico y escasa o nula organización empresarial y entidad jurídica. El sector podía ser reconocido a través de dos atributos fundamentales presentes en las unidades

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económicas: i) desarrollo de actividades que utilizaban tecnologías simples de muy baja productividad y mano de obra con bajos niveles de calificación; e ii) inserción de estas unidades en mercados competitivos o en determinados segmentos con facilidad de acceso, aunque con alta rotación. Un aspecto a destacar es que la tesis del sector informal urbano enfatizó el análisis en las características de las unidades económicas y en su heterogeneidad tecnológica, como resultado del excedente relativo de población, y no en el funcionamiento del mercado de trabajo, lo cual era una derivación de lo anterior. Aunque las investigaciones sobre el sector informal tendieron a incluir diferentes dimensiones de análisis, principalmente el mercado de trabajo y el ingreso, dicha tesis predicaba centralmente sobre un sector económico y no sobre el mercado laboral o la pobreza. Si bien con el tiempo los investigadores de PREALC desarrollaron ajustes sobre estos postulados iniciales, se mantuvo siempre la idea de que la informalidad era una “forma de producir” relacionada con la heterogeneidad estructural propia de las economías del subdesarrollo, a partir de lo cual se vinculaban las características de los mercados de trabajo, las situaciones de pobreza de la población y la desigualdad en la distribución del ingreso. Un importante aporte hecho por las investigaciones del PREALC fue mostrar que el sector informal urbano era

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una consecuencia de la heterogeneidad estructural y del excedente de fuerza de trabajo que tenía lugar en la Región. En este marco, una nota característica que acompañó a muchos de los estudios fue concebir al sector informal como un “sector refugio” -de funciones contra cíclicas- frente a las crisis que afectan periódicamente a América Latina en el contexto de las crisis externas7. En este trabajo se ha adoptado la clasificación ocupacional desarrollada por PREALC-OIT (1978), la cual se define como una medida “proxy” de la productividad de los empleos según características de las unidades económicas. Para su construcción se consideraron las variables categoría ocupacional, tamaño del establecimiento y calificación profesional de la tarea. Los criterios empleados para definir cada uno de los sectores y sus categorías ocupacionales se presentan en el Anexo A.

1.2 La Segmentación del Mercado de Trabajo La categoría de segmentación del empleo ha servido y continúa sirviendo a diferentes perspectivas teóricas para nombrar una amplia gama de fenómenos que ocurren en el contexto de relaciones sociales de producción capitalis7. Para una revisión más exhaustiva del concepto “informalidad laboral”, en particular, desde la perspectiva de la PREALC-OIT (1978), véase Salvia (2012).

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ta. Por lo mismo, el concepto dista de tener un significado unívoco si no es en el marco de proposiciones teóricas más generales en donde corresponde interpretar su sentido. La mayor parte de los enfoques sobre el concepto se desarrollaron en la década de los años sesenta en respuesta a la teoría neoclásica del capital humano, la cual fue considerada como incompleta e insuficiente para explicar la dispersión salarial, la persistencia de la pobreza y el desempleo, el fracaso de las políticas de educación y entrenamiento y la discriminación en el mercado de trabajo. Una consideración importante para hacer aquí es que no corresponde confundir los conceptos de segmentación del mercado de trabajo con el de heterogeneidad estructural (ni con su medida proxy de sectores económico-ocupacionales). La heterogeneidad estructural remite al dominio de la estructura productiva, mientras que el concepto de segmentación laboral remite al espacio de regulación del mercado de trabajo, en donde se relacionan ofertas y demandas de empleo o autoempleo de las unidades productivas a partir de ciertas reglas de intercambio y regulaciones públicas. Según Espino Rabanal (2001), es posible reconocer denominadores comunes en los enfoques que abordan el tema de la segmentación del mercado de trabajo. Por ejemplo: i) el mercado de trabajo es incapaz de equilibrarse por sí mismo y todo

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equilibrio es transitorio; ii) el mercado de trabajo es mejor representado por segmentos con características diferentes en lo que respecta a mecanismos de determinación de salarios y nivel de empleo, condiciones de trabajo, rotación de los trabajadores, oportunidades de promoción, etc.; iii) las instituciones son más importantes que las fuerzas de mercado como mecanismos de asignación y distribución; iv) en la determinación de los salarios, las características de los puestos de trabajo son más importantes que las de los trabajadores que los ocupan; v) hay escasa movilidad de trabajadores entre segmentos; y vi) la pobreza, el subempleo y la discriminación son subproductos inherentes al mercado de trabajo y a sus imperfecciones (Solimano, 1988; Taubman y Wachter, 1986). Según el enfoque de esta investigación, la segmentación laboral no descansa en distorsiones introducidas exógenamente a las relaciones sociales de producción sino que se funda en características endógenas al sistema de producción y al modelo de desarrollo. Esto quiere decir que la segmentación no se genera en las relaciones de mercado ni en las reglas institucionales, sino que, en todo caso, ambas instancias constituyen una expresión de fenómenos más estructurales (Mezzera, 1992). En este sentido, es importante señalar que son las unidades económicas y su marco de relaciones sociales con la fuerza de tra-

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bajo las que están segmentadas, y no la fuerza de trabajo tomada a partir de los atributos personales8. Es decir, la segmentación a la que nos interesa hacer alusión aquí es estructural, sucede cuando trabajadores con la misma productividad potencial tienen diferente acceso a oportunidades salariales, de trabajo o de entrenamiento, dependiendo del sector en el que se insertan (entendido en términos de la tecnología utilizada y su productividad). El análisis de la segmentación del mercado laboral se aplica aquí distinguiendo distintos tipos de empleo, cada uno de los cuales correspondería a mercados laborales regulados por diferentes reglas asociativas o normas de intercambio: a) Empleos estables y regulados y b) Empleos precarios o extralegales. Cada uno de estos tipos de empleo exhibe características particulares, las cuales son genéricamente expuestas a continuación9: a) Empleos regulados y estables (Segmento Primario): Se trata de empleos asalaria8. Los autores neoclásicos también aceptan la existencia de mercados de trabajo segmentados o grupos no competitivos, pero ésta es una segmentación que se basa en las características de los individuos: algunas personas entran a la fuerza laboral con distintas ventajas en términos de conocimientos, habilidades y actitudes (Weitzman, 1989). 9. Para mayor especificación acerca de las variables consideradas en esta clasificación en las distintas ondas de la EPH, véase Anexo B.

issn

dos que participan de las regulaciones laborales (seguridad social) o empleos independientes no asalariados con capital propio con relativa estabilidad laboral y satisfacción ocupacional. b) Empleos extralegales o precarios (Segmento Secundario): Se trata de empleos asalariados no comprendidos por la seguridad social o empleos independientes no asalariados sin capital o herramientas propias o sin estabilidad laboral o satisfacción ocupacional. Si bien es probable que la estratificación del empleo esté asociada con la manera en que los sectores productivos segmentan las ocupaciones -dada su participación en diferentes tipos de mercados tanto laborales como mercantiles-, este vínculo no tiene porque ser determinado a priori. Justamente, el nivel de articulación entre la estructura sectorial de las ocupaciones y la calidad de los empleos -sean ofrecidos o autogenerados-, constituyen un indicador del grado de segmentación que presenta un mercado de trabajo. Será estrecha esta articulación en la medida que la heterogeneidad ocupacional tienda a segmentar las relaciones sociales, tanto de producción como de intercambio, así como a crear formas particulares de regulación para cada campo de relaciones de producción. En este sentido, la tesis de una “heterogeneidad estructural” creciente o persistente tenderá a fortalecerse si los empleos extralegales alcanzan un piso

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histórico concentrándose en las actividades informales. Por el contrario, saldrá fortalecida la tesis de la “creciente convergencia” si los mismos tienden a descender y nivelarse entre los diferentes sectores.

2. Heterogeneidad estructural: cambios en la distribución sectorial del empleo en el mercado laboral del Gran Buenos Aires10 A los fines del presente trabajo, resulta pertinente preguntarse acerca de cuál ha sido la efectiva capacidad de las unidades económicas de los sectores modernos más dinámicos para absorber empleo improductivo. Con este propósito, se aborda el estudio de la evolución de la estructura sectorial y ocupacional del empleo durante las últimas dos décadas para la región del Gran Buenos Aires (véase cuadro 2.1). En primer lugar, si se evalúan los cambios en términos de composición 10. Tal como se mencionó anteriormente, los datos presentados en este trabajo fueron publicados y analizados -con mayor nivel de detalle- en Salvia y Vera (2012), “Cambios en la estructura ocupacional y en el mercado de trabajo durante fases de distintas reglas macroeconómicas (1992-2010)”, Revista Estudios del Trabajo N° 41/42, pág. 21-51. ASET (Asociación de Especialistas en Estudios del Trabajo), revista ASET. Para mayores detalles acerca del análisis de dichos datos, véase el artículo mencionado.

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del empleo durante el período neoliberal de reformas estructurales (19922001) se verifica que la formalidad disminuyó levemente su peso relativo -debido principalmente a un descenso de las actividades asalariadas en dicho sector. En contraposición, la informalidad incrementó ligeramente su participación. Asimismo, la información hace evidente que la estructura sectorial del empleo habría sido afectada por la crisis 2001-2003. La crisis económico-financiera de 2001-2002 tuvo un fuerte impacto sobre el nivel de empleo en general y la estructura ocupacional en particular. Si bien ya en 2003 había comenzado un proceso de reactivación, la situación en ese momento todavía muestra el fuerte deterioro que experimentó el sector formal. En efecto, las inserciones ocupacionales que tuvieron entre 2001 y 2003 una mejora relativa en el nivel de empleo fueron las correspondientes al trabajo cuenta propia informal, el sector público, los programas sociales de empleo e, incluso, la actividad no asalariada del sector formal. Los puestos más afectados fueron sin duda los del empleo asalariado del sector privado formal, el cual quedó muy rezagado con respecto a su propio nivel al inicio de la serie, en el año 1992. Durante el período de crecimiento económico post convertibilidad, en el marco de la aplicación de políticas heterodoxas orientadas al mercado interno pero fuertemente dependientes del

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Cuadro 2.1 Participación de los sectores y categorías económico-ocupacionales en el total del empleo. Gran Buenos Aires: 1992/2010. En porcentajes con respecto al total de ocupados. Período neoliberal

Ciclo de crisis y recuperación

Período post devaluación

1992

1994

1998

2001

2003

2003 (3°T)

2004

2006

2010

Sector Formal

44,5

43,2

43,2

42,3

35,3

37,1

37,9

41,3

44,2

Asalariados

41,9

40,6

39,9

39,4

32,0

33,0

34,4

38,0

40,5

No asalariados

2,7

2,6

3,4

2,9

3,4

4,1

3,6

3,4

3,7

Patrones formales

1,4

1,3

1,4

1,4

1,6

1,6

1,6

1,5

1,9

Cuenta propia profes.

1,3

1,3

1,9

1,5

1,8

2,5

1,9

1,9

1,9

Sector Público (exc. Prog. Soc.)

11,2

9,2

10,9

10,0

10,7

12,0

11,1

11,9

12,4

Programas sociales de empleo

0,1

0,1

0,8

0,8

6,3

5,4

3,9

2,3

0,3

Sector Informal

44,2

47,5

45,1

46,9

47,4

45,5

47,1

44,5

43,1

Asalariados

20,2

21,0

20,6

20,9

19,5

18,3

20,6

17,9

17,0

No asalariados

24,0

26,5

24,5

26,0

27,8

27,2

26,5

26,6

26,1

Patrones informales

2,0

2,5

2,0

1,9

1,8

1,9

2,4

2,3

2,4

Cuenta propia informales

14,9

16,8

15,1

16,2

19,5

18,0

17,4

17,0

16,5

7,1

7,2

7,4

7,9

6,5

7,2

6,8

7,3

7,2

Total de empleos

Servicio doméstico

100

100

100

100

100

100

100

1000

100

Tasa de Ocupación sobre PEA

93,2

89,1

80,2

76,8

77,4

80,4

82,2

86,5

89,7

Aclaración: El primer dato del año 2003 corresponde a los datos del 1er semestre de 2003 obtenidos a través de la “base especial de empalme” entre la EPH “puntual” y la EPH “continua”. Estos datos se han utilizado para el empalme propio realizado hacia atrás (1992, 1994, 1998 y 2001). El segundo dato del 2003 corresponde a los datos del 3er trimestre de 2003. Es la primera base disponible del conjunto de bases de datos republicadas por el INDEC a fines del año 2009. Para los años subsiguientes (2004, 2006 y 2010) se expone la información referida a los 2dos trimestres. Fuente: Programa Cambio Estructural y Desigualdad Social, IIGG-FCS-UBA, con base en datos de la EPH, INDEC (GBA; Mayo 1992, 1994, 1998, 2001, 1er semestre de 2003 (base de datos de empalme); 3er trimestre de 2003; 2do trimestres de 2004, 2006 y 2010).

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sector externo, tuvo lugar un aumento significativo en el nivel de empleo en la región del Gran Buenos Aires (Salvia y Vera, 2012). En términos de composición sectorial, la intensidad de crecimiento del empleo fue diferente entre las categorías y sectores, lo cual generó un ligero cambio en la participación sectorial a favor de los sectores público y privado más dinámicos. En efecto, entre 2003 y 2010 tuvo lugar un aumento significativo de los empleos asalariados tanto en el sector privado formal como en el sector público; a la vez que el crecimiento de los empleos asalariados en el sector informal fue menos acelerado. En este marco, a pesar del también fuerte incremento que experimentaron los empleos no asalariados informales, la participación de este sector en su conjunto se redujo a los mínimos históricos. Por este mismo proceso, la participación del empleo en el sector público (excluyendo los programas sociales) alcanzó su nivel máximo y el peso del sector privado formal logró superar la fase de crisis y recuperar los valores de la década del noventa. En contrapartida, la cantidad de ocupados en programas sociales de empleo descendió considerablemente a lo largo del período, alcanzando también esta categoría niveles similares a los de la década anterior.11 11. En este sentido, cabe destacar la nueva concepción de políticas sociales que tiene lugar a partir del 2003; en la cual pierden relevancia

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Pero más allá de la evidente reactivación post-crisis y la fenomenal reducción que tuvo el desempleo, es evidente que el mayor dinamismo experimentado durante este período por los sectores modernos de la economía -sobre todo debido al empleo asalariado tanto privado como público- no se tradujo en un cambio cualitativo en su participación. Un balance de la evolución sectorial del empleo entre los años 1992-2001 y 2003-2010 permite inferir la vigencia de un comportamiento pro cíclico persistente por parte del sector informal en materia de empleo durante ambos períodos. Esto habría ocasionado que el crecimiento económico -cualquiera haya sido su modalidad- no se tradujera en una “modernización” significativa de la estructura ocupacional en términos sectoriales. Por lo mismo, si bien durante el período de políticas heterodoxas post-convertibilidad la dinámica económica habría sido más favorable para la creación de empleo en las unidades económicas más dinámicas, el fuerte crecimiento de los empleos no asalariados informales, confirma la persistencia de barreras estructurales en la dinámica de acumulación que impiden un cambio más sustantivo en la distribución sectorial del empleo. los programas de empleo y ganan preponderancia las políticas de transferencia de ingresos más ligadas al sistema de seguridad social y al incremento y extensión de pensiones contributivas y no contributivas (Danani y Beccaria, 2011; Andrenacci, 2007).

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Pero el hecho de que se confirme que se haya mantenido casi sin cambios la estructura sectorial del empleo como resultado de la rigidez de un sector informal que sobrevive y crece acompañando al sector moderno, no permite inferir nada acerca de los cambios ocurridos en la calidad de los empleos en uno u otro sector. Sin duda, un escenario de “convergencia” sería aquel en donde la calidad de los empleos en las unidades del sector informal resulten en niveles crecientemente similares a los que presentan los sectores más modernos, público o privado, ambos competitivos de la fuerza de trabajo disponible en el mercado laboral.

3. La inserción sectorial de las ocupaciones y su vínculo con la calidad de los empleos durante las últimas dos décadas político-económicas. Con el objetivo de evaluar los cambios en la calidad de los empleos según la clasificación de sectores y categorías ocupacionales analizadas en el apartado anterior, se retoman aquí una serie de perspectivas teóricas referidas a la “segmentación de los mercados de trabajo” que han sido aplicadas en otros contextos, pero que son complementarias a la tesis de la heterogeneidad estructural (Kerr, 1954; Doeringer y Piore, 1979).

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A los fines del presente trabajo, resulta pertinente analizar en qué medida se verifica una correspondencia entre los sectores económico-ocupacionales y los segmentos del mercado de trabajo, y, en tal caso, cabe también preguntarse acerca de la forma en que evolucionó esta relación a partir de los cambios macroeconómicos y las variaciones de los ciclos económicos. En este sentido, el análisis de la información (véase cuadro 3.1) arroja evidencia relevante sobre los cambios que experimentó la segmentación del mercado laboral en la región del Gran Buenos Aires durante los períodos comprendidos en este estudio, según su vinculación con la estratificación sectorial del empleo. La información muestra en términos generales una caída significativa del empleo regulado durante el período de convertibilidad y políticas de flexibilización laboral (1992-2001), un agravamiento de esta situación con la crisis (2001-2003), y, finalmente, una recuperación de los empleos de calidad en un contexto de políticas heterodoxas activas en materia de protección y regulación laboral (2003-2010). Pero esta tendencia no sólo no fue homogénea al interior de la estructura ocupacional, sino que mantuvo siempre una estrecha relación con determinados sectores y perfiles económico-ocupacionales. La mayor posibilidad de acceder a empleos regulados tendió a concentrarse, cualquiera fuera el escenario

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Cuadro 3.1: Participación del empleo por segmento del mercado de trabajo según sectores y categorías económico-ocupacionales. Gran Buenos Aires: 1992/2010 - En % del total de ocupados de cada sector o categoría económico-ocupacional-.

Ciclo de Crisis y recuperación

Período de reformas

Período post devaluación

1992

1994

1998

2001

2003

2003 (3° T)

2004

2006

2010

Sector Formal

Regulado

72,3

73,2

66,6

67,5

45,8

55,8

63,5

68,2

69,7

Extralegal

27,7

26,8

33,4

32,5

54,2

44,2

36,5

31,8

30,3

Asalariados

Regulado

72,7

74,0

67,8

67,9

47,2

56,4

64,4

67,6

69,8

Extralegal

27,3

26,0

32,2

32,1

52,8

43,6

35,6

32,4

30,2

No Asalariados

Regulado

65,3

60,1

51,8

61,9

32,5

51,4

55,0

74,4

68,2

Extralegal

34,7

39,9

48,2

38,1

67,5

48,6

45,0

25,6

31,8

Sect. Público(1)

Regulado

77,4

75,4

67,0

72,9

62,7

70,4

78,8

80,7

80,7

Extralegal

22,6

24,6

33,0

27,1

37,3

29,6

21,2

19,3

19,3

Sect. Informal

Regulado

35,8

32,5

22,4

21,5

13,0

17,1

19,8

24,2

24,5

Extralegal

64,2

67,5

77,6

78,5

87,0

82,9

80,2

75,8

75,5

Asalariados

Regulado

22,6

24,2

16,5

18,7

13,4

18,2

18,5

21,6

23,6

Extralegal

77,4

75,8

83,5

81,3

86,6

81,8

81,5

78,4

76,4

No Asalariados

Regulado

46,9

39,1

27,4

23,8

12,7

16,4

20,8

25,9

25,1

Extralegal

53,1

60,9

72,6

76,2

87,3

83,6

79,2

74,1

74,9

Total de

Regulado

56,7

54,0

46,1

46,0

29,1

36,9

42,2

48,6

51,4

Ocupados

Extralegal

43,3

46,0

53,9

54,0

70,9

63,1

57,9

51,4

48,6

No incluye el empleo público de asistencia o de programas sociales de empleo. Esto debido a su naturaleza laboral “atípica” bajo formas extralegales. Fuente: Programa Cambio Estructural y Desigualdad Social, IIGG-FCS-UBA, con base en datos de la EPH, INDEC (GBA; Mayo 1992, 1994, 1998, 2001, 1er semestre de 2003 (base de datos de empalme); 3er trimestre de 2003; 2do trimestres de 2004, 2006 y 2010). (1)

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político-económico, en los sectores más modernos de la economía. Esto ocurrió sobre todo en las categorías de asalariados -tanto en el sector privado formal como en el sector público-, y, en alguna medida, entre los profesionales y empresarios formales. En sentido inverso, a lo largo de las dos décadas de análisis, fue el sector informal el que presentó mayor propensión de generar empleos extralegales. Esta relación tendió a estrecharse durante el período de políticas neoliberales y se hizo más marcada durante el período de crisis, y si bien tendió a debilitarse durante la etapa de políticas heterodoxas, no es fácil concluir que haya tenido lugar un cambio sustantivo en materia de segmentación laboral. Durante el período 1992-2001, la proporción de empleos regulados en el sector formal pasó de 72% a 67% como resultado de una caída de los empleos regulados tanto entre los asalariados como los no asalariados. Durante la crisis, se agravó aún, cayendo la participación a 46%. A partir de 2003, en el contexto de crecimiento económico y políticas laborales activas, esta tendencia se revierte, llegando a 68% en 2006 y a casi 70% en 2010. Igual tendencia, aunque con valores más altos, se registra entre los asalariados del sector público (excluyendo los empleos generados por los programas sociales). En este caso, la participación de los empleos regulados parte en 1992 de un 77%, para caer a 67% en 2001 y

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a 63% después de la crisis, y, finalmente, superar ligeramente el 80% tanto en 2006 como en 2010. La situación de los empleos extralegales en el sector informal -siempre mayoritarios en este sector- sigue igual tendencia. Durante el período neoliberal estos empleos pasan de una participación de 64% a 78% al interior del sector, estando principalmente motorizado este deterioro por los empleos no asalariados, hasta ese momento relativamente mucho menos afectados por la extralegalidad laboral en comparación con los asalariados informales (53% contra 74% en 1992). Igual proceso se registra durante la crisis, donde la participación de los empleos no regulados llega a un 87%, siendo similares los valores tanto entre los asalariados como entre los no asalariados. Por último, durante la etapa de crecimiento de la demanda agregada de empleo, esta tiende mejorar, aunque a un ritmo mucho menor que lo sucedido en los sectores público y privado formal. En 2010, los empleos extralegales representan el 76% de los empleos asalariados y el 75% de los empleos no asalariados al interior del sector informal. Es importante destacar que las políticas laborales durante la etapa de convertibilidad y de reformas neoliberales (1993-2001) se caracterizaron por un debilitamiento deliberado de las instituciones encargadas la protección y la regulación de las relaciones laborales. Esto comprendió tanto medidas de

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flexibilización laboral como de debilitamiento de las organizaciones gremiales y abandono de las negociaciones colectivas, en un contexto de caída en la demanda agregada de empleo (Neffa, 2008). Por el contrario, durante el período de post-convertibilidad y recuperación económica (2003-2010), el aumento de la demanda de empleo estuvo acompañado de una política laboral activa a favor de regularizar las relaciones laborales clandestinas, elevar el salario mínimo, promover la negociación colectiva, entre otras medidas (Novick, 2006; Palomino, 2007; Neffa, 2008). Es decir, si bien a lo largo de las dos décadas la proporción de empleos regulados experimentó a nivel agregado variaciones significativas, la situación fue siempre relativamente más favorable -y sobre todo durante el último período- al interior de las unidades económicas de los sectores modernos. En sentido contrario, la mayor proporción de empleos extralegales fue siempre un rasgo dominante del sector informal, aumentando incluso su brecha con respecto a los sectores formales durante el último período. En otros términos, la tesis de la “creciente convergencia” no parece haberse cumplido en ningún momento. En primer período (1992-2001) la precariedad laboral tendió a nivelarse intersectorialmente pero en un contexto de aumento de la extralegalidad. Durante el último período (2003-2010), si bien

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la extralegalidad laboral cayó en ambos sectores, la disparidad aumentó de manera significativa. Es decir, la tesis de una “heterogeneidad estructural” persistente -en un contexto de segmentación de los mercados laborales- parece dominar en el marco de este escenario de análisis.

4. Disparidades sectoriales, ocupacionales y laborales en materia de remuneraciones al trabajo En el marco de este trabajo, cabe no perder de vista que la heterogeneidad estructural hace referencia a una desigual concentración de capitales, recursos humanos y progreso técnico entre unidades económicas. Siendo este un factor explicativo central en la sistemática divergencia sectorial que experimentan las remuneraciones laborales horarias, la cual se ve agravada por el grado de segmentación que experimentan los mercados laborales. De esta manera, la evolución de las brechas de ingresos entre los empleos de los diferentes sectores-categorías ocupacionales y segmentos laborales mostraría el modo en que los diferenciales de productividad convergen o divergen. La información del cuadro 4.1 muestra una creciente divergencia entre los ingresos del sector moderno -formal y público- en comparación a aquellos

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percibidos en el sector informal durante la década de los noventa y que no se resuelve en la fase de post convertibilidad. Sin embargo, esta tendencia no fue similar en todas las fases económicas ni fue homogénea en el interior de cada sector, sea por el tipo de categoría laboral o segmento de empleo. Durante el régimen de convertibilidad (1992-2001) los datos revelan que se fue perdiendo la relativa equidad funcional existente al comienzo de la década. En el año 1992, las remuneraciones horarias de los sectores modernos (privado y público) y las correspondientes al sector menos estructurado de la economía no diferían significativamente del ingreso horario promedio del mercado laboral. Sin embargo, luego de los ciclos de corto crecimiento ocurridos durante la convertibilidad, en el año 1998 -así como también en el año de agotamiento del régimen (2001)- las brechas de ingreso entre sectores son superiores en comparación al año de inicio. La mejora de la brecha del sector privado formal durante este período proviene, principalmente, de lo ocurrido entre los no asalariados (y específicamente, no asalariados en el segmento primario del mercado de trabajo). Por el contrario, si se evalúa al interior del sector informal, se evidencia que tanto los asalariados como no asalariados habrían provocado que el sector menos estructurado obtenga remuneraciones cada vez más desfavorables en com-

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paración a la media general. Y adicionalmente, cabe señalar que tanto los empleos regulados como no regulados al interior de la informalidad compartieron esta tendencia. En el período de crisis de la convertibilidad y comienzo de reactivación (2001-2003) persisten e incluso se intensifican algunas tendencias del período anterior. Los sectores modernos continúan mejorando en términos relativos sus retribuciones por sobre la media general, siendo el sector público el que presenta un mayor distanciamiento positivo con el promedio de remuneraciones del mercado de trabajo. En este marco, la brecha correspondiente al sector informal –en el contexto de un aumento de estos empleos- no evidenció cambios significativos entre el 2001 y el 2003. Durante el período de reactivación y crecimiento heterodoxo post devaluación (2004-2010), algunas tendencias anteriores tendieron a revertirse. Sin embargo, cabe diferenciar para este análisis los cambios ocurridos entre 2004-2006 de aquellos experimentados entre 2006-2010. En la primera fase de crecimiento económico post convertibilidad, se evidencia una persistencia e incluso intensificación de la heterogeneidad estructural. Si bien la brecha del ingreso del sector privado formal no se modifica entre 2004 y 2006, se incrementa positivamente la correspondiente al sector público regulado y negativamente la del sector informal

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(fundamentalmente entre los no asalariados). Durante el período 2006-2010 se evidencian algunas alteraciones en estos comportamientos. Entre estos años, bajo un contexto inflacionario, se observa cierta invariación o disminución en la brecha de ingresos en los sectores y categorías laborales de los sectores modernos, aunque esto tiene lugar sobre todo entre los no asalariados y los empleos extralegales (tanto del sector privado formal y del público como del sector informal). En lo que respecta al sector informal, se observa la permanencia o leve disminución de la brecha de ingresos con respecto a las remuneraciones promedio, esto último sobre todo entre los empleos asalariados tanto del segmento regulado como extralegal. Pero a pesar de esta evolución menos “heterogénea” durante el último ciclo (2006-2010), lejos se está de poder afirmar la existencia de un cambio de tendencia hacia un proceso de “creciente convergencia” entre las diferentes productividades -expresadas en ingresos horarios- que se registran al interior de la estructura ocupacional del mercado laboral del Gran Buenos Aires.

5. Reflexiones finales El trabajo ha aportado elementos a favor de la tesis que señala que bajo las condiciones socio-económicas de una economía periférica de desarrollo

30

heterogéneo, desigual y combinado se hace evidente un proceso de agravada o persistente heterogeneidad en la estructura económica-ocupacional tanto durante el período de reformas estructurales como durante la posterior recuperación con crecimiento del empleo. De este modo, se contradice la idea de que la dinámica político-económica, sea bajo reformas neoliberales o políticas heterodoxas, haya favorecido un proceso de convergencia entre sectores de diferente productividad funcional y formas de participación en el mercado laboral. Si bien durante la etapa de políticas heterodoxas, sobre todo durante el último ciclo económico (2006-2010), no es tan clara la posibilidad de sostener la idea de una intensificación de las “divergencias” en la distribución sectorial de los puestos de trabajo y la calidad de los mismos, tampoco es posible exhibir un debilitamiento cualitativo de tales desigualdades. Las brechas continúan siendo estructuralmente elevadas a nivel agregado, a la vez que especialmente graves cuanto más informal y extralegal son los empleos; los cuales, mantienen niveles destacados de participación en el mercado laboral. Así, se sostiene que aún cuando se hayan exhibido mejoras en la creación de empleos y en la calidad de los mismos durante el período de políticas heterodoxas, las mismas no estarían respaldadas por una transformación cualitativa en la estructura sectorial del empleo, en di-

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Cuadro 4.1 Evolución de la brecha de la remuneración real horaria por sectores-categorías ocupacionales y segmentos del mercado de trabajo respecto al total del empleo. Gran Buenos Aires: 1992/2010. -Ingreso medio horario= 1-

Período de reformas

Ciclo de Crisis y recuperación

Período post devaluación

1992

1994

1998

2001

2003

2003 (3°T)

2004

2006

2010

Sector Formal

1,01

1,06

1,07

1,09

1,17

1,18

1,20

1,20

1,13

Regulado

1,14

1,19

1,30

1,32

1,53

1,50

1,34

1,37

1,28

Extralegal

0,81

0,86

0,79

0,80

0,89

0,78

0,95

0,86

0,79

Sector Formal- Asalariados

0,92

0,99

0,93

0,98

1,04

1,03

1,07

1,08

1,05

Regulado

1,05

1,14

1,16

1,21

1,42

1,36

1,27

1,24

1,21

Extralegal

0,69

0,72

0,62

0,68

0,74

0,61

0,71

0,75

0,67

Sector Formal- No Asalariados

2,22

2,11

2,48

2,39

2,35

2,46

2,43

2,54

2,07

Regulado

2,61

2,43

3,04

2,81

2,83

2,70

2,09

2,59

2,06

Extralegal

2,04

2,13

2,08

2,19

2,10

2,18

2,85

2,39

2,10

Sector Público (1)

1,17

1,30

1,50

1,58

1,61

1,34

1,39

1,43

1,37

Regulado

1,33

1,53

1,70

1,80

1,84

1,55

1,47

1,53

1,52

Extralegal

0,92

0,94

1,24

1,25

1,26

0,85

1,09

1,00

0,81

Sector Público de asistencia

0,64

0,85

0,52

0,53

0,57

0,54

0,53

0,40

0,65

Sector Informal

0,96

0,90

0,83

0,80

0,81

0,82

0,79

0,73

0,76

Regulado

1,10

1,09

1,05

1,00

1,16

1,16

1,16

1,07

1,08

Extralegal

0,88

0,79

0,76

0,74

0,76

0,76

0,70

0,62

0,64

Sector Informal- Asalariados

0,74

0,73

0,59

0,65

0,61

0,67

0,61

0,62

0,67

Regulado

0,84

0,80

0,77

0,76

0,91

0,94

0,92

0,89

0,90

Extralegal

0,73

0,73

0,56

0,64

0,57

0,61

0,54

0,54

0,61

Sector Informal- No Asalariados

1,12

1,01

1,00

0,91

0,96

0,93

0,93

0,81

0,82

Regulado

1,21

1,21

1,16

1,13

1,33

1,32

1,32

1,17

1,19

Extralegal

1,05

0,86

0,94

0,84

0,90

0,85

0,82

0,68

0,69

(1)

No incluye beneficiarios de programas sociales de empleo.

Fuente: Programa Cambio Estructural y Desigualdad Social, IIGG-FCS-UBA, con base en datos de la EPH, INDEC (GBA; Mayo 1992, 1994, 1998, 2001, 1er semestre de 2003 (base de datos de empalme); 3er trimestre de 2003; 2do trimestres de 2004, 2006 y 2010).

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rección a un sistema económico-ocupacional más integrador de los distintos segmentos de la fuerza de trabajo. Si bien se considera que la ampliación de las regulaciones laborales tiene un alto impacto positivo en lo correspondiente al funcionamiento más equitativo del mercado de trabajo y la calidad de los empleos, es factible argumentar que la misma no parece tener los resultados esperados cuando se interviene sobre estructuras productivas heterogéneas y mercados de trabajo segmentados. Encontrar el camino del desarrollo significa repensar la estructura del sistema económico existente y el mercado de trabajo que la misma origina. Se sostiene así que son necesarias, por ende, transformaciones significativas en el sistema de producción que se trasladen al conjunto del mercado de

trabajo, de manera tal de mejorar las condiciones de los empleos ofrecidos y las oportunidades de acceso a los mismos. De este modo, -entre otras formas de intervención posible- políticas sostenidas de subsidios que incrementen los niveles de inversión en el sector informal, y -consecuentemente- la productividad del mismo, contribuirían a la reducción de la brecha intersectorial y, por esta vía, a cambios favorables en la estructura económica y social. Por último, es importante señalar que la evidencia obtenida es específica al particular contexto y el tiempo histórico estudiado, y, por lo tanto, no es generalizable ni histórica ni regionalmente. Sin embargo, cabe sospechar que los hallazgos y reflexiones constituyen un aporte significativo para abordar y comprender procesos “similares” ocurridos en otros países latinoamericanos.

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Anexo A Tabla A.1 Desglose de los sectores y categorías económico-ocupacionales de la ocupación principal SECTOR Y CATEGORÍA DE LA OCUPACIÓN PRINCIPAL La EPH define como ocupación principal aquella a la que el individuo le dedica habitualmente más horas de trabajo. Los ingresos de la ocupación principal comprenden aquellos generados como empleados o directivos del sector público, como perceptores de programas sociales y como asalariados o no asalariados del sector formal e informal. SECTORES

CATEGORÍA / SECTOR

OPERACIONALIZACIÓN DE CADA CATEGORÍA/SECTOR

SECTOR PRIVADO FORMAL

Asalariados

Actividades laborales de elevada productividad y altamente integradas económicamente a los procesos de modernización. Se las define habitualmente como aquellas que conforman el mercado más concentrado o estructurado. En términos operativos, son ocupaciones en establecimientos medianos o grandes o actividades profesionales.

Obreros o empleados que trabajan en establecimiento privado con más de cinco ocupados.

No Asalariados

Cuenta propias profesionales.

SECTOR PRIVADO INFORMAL

Asalariados

Obreros o empleados no profesionales que trabajan en establecimientos privados con hasta 5 ocupados.

No Asalariados

Utilidades como cuenta propia o ayuda familiar sin calificación profesional.

Actividades laborales dominadas por la baja productividad, alta rotación de trabajadores, inestabilidad y su no funcionalidad al mercado formal o más estructurado. En términos operativos, son ocupaciones en establecimientos pequeños, actividades de servicio doméstico o actividades independientes no profesionales.

SECTOR PÚBLICO

Patrones profesionales o de establecimientos con más de cinco ocupados.

Patrones de establecimientos hasta 5 empleados con calificación no profesional Trabajadores que prestan servicios domésticos en hogares particulares. Asalariados

Actividades laborales vinculadas al desarrollo de la función estatal en sus distintos niveles de gestión. Es decir, ocupaciones en el sector público nacional, provincial o municipal.

Obreros o empleados ocupados en el sector público. Beneficiarios de programas sociales que realizan contraprestación laboral para el sector público.

Fuente: Programa Cambio Estructural y Desigualdad Social, Instituto de Investigaciones Gino Germani (IIGG)FSC-UBA, con base en datos de la EPH-INDEC.

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ANEXO B Tabla B.1 Desglose de los segmentos del mercado de trabajo. Clasificación operativa de la calidad del empleo

EMPLEO ESTABLE/ REGULADO

SEGMENTO PRIMARIO DEL MERCADO DE TRABAJO EPH puntual

EPH continua

Incluye a los asalariados con trabajo permanente e integrados a la Seguridad Social (con descuento jubilatorio), a los patrones o empleadores con ocupación permanente que trabajan más de 34 hs o trabajan menos y no desean trabajar más horas y a los cuenta propia con ocupación permanente que trabajan más de 34hs y no desean trabajar más.

Incluye a los asalariados con trabajo permanente e integrados a la Seguridad Social (con descuento jubilatorio), a los patrones o empleadores que trabajan en esa ocupación hace más de 3 meses, y a los cuenta propia con más de 3 meses de antigüedad en la ocupación que trabajaron más de 35 hs y no buscaron trabajar más horas.

EMPLEO INESTABLE / NO REGULADO

SEGMENTO SECUNDARIO DEL MERCADO DE TRABAJO: Empleos extralegales (incluye empleos de indigencia)

*

EPH puntual

EPH continua

Incluye a los asalariados sin jubilación o sin trabajo permanente, a los trabajadores independientes (patrones o cuenta propia) que no tienen un empleo permanente (es decir, son changas, empleos inestables o trabajos temporarios) o a aquellos trabajadores independientes con empleo permanente pero que trabajan menos de 35hs y quieren trabajar más. Se incluyen también los trabajadores familiares sin salario.

Incluye a los asalariados sin jubilación o sin trabajo permanente, a los trabajadores independientes (patrones o cuenta propia) que están hace menos de 3 meses en ese empleo o a los cuenta propia que estando hace más de 3 meses trabajaron menos de 35 hs o trabajaron más de 35 hs y buscaron trabajar más horas.Se incluyen también los trabajadores familiares sin salario.

Adicionalmente, incluye a todos aquellos empleos (de cualquier categoría ocupacional, exceptuando a los trabajadores familiares sin salario) cuyo ingreso horario percibido no alcanza el nivel del ingreso horario necesario para cubrir los gastos alimentarios de una familia tipo*

Adicionalmente, incluye a todos aquellos empleos (de cualquier categoría ocupacional, exceptuando a los trabajadores familiares sin salario) cuyo ingreso horario percibido no alcanza el nivel del ingreso horario necesario para cubrir los gastos alimentarios de una familia tipo*.

La canasta básica se definió como los ingresos necesarios para cubrir las necesidades alimenticias y otras de subsistencia de una familia tipo en cada uno de los años considerados en el estudio. Hasta el año 2007 se emplearon los datos de la Canasta Básica Alimentaria según la estimación oficial del INDEC. Sin embargo, dada la conocida intervención al INDEC posterior al 2007, se utilizó una estimación alternativa de Canasta Básica Alimentaria obtenida a través de información de consultoras privadas. Para la estimación del límite de ingreso horario de indigencia se divide el ingreso mensual de la Canasta Básica Alimentaria para una familia tipo por 160 horas mensuales trabajadas. Nota: En las bases de datos de los años 1992 y 1994 no se disponían de las variables empleadas para la evaluación de la calidad o estabilidad del empleo. En estos casos, la evaluación de la estabilidad laboral se aproxima, para los trabajadores no asalariados, a través de indicadores de subocupación, el deseo de trabajar más horas semanales y la búsqueda de otro empleo. A través de ejercicios de comparación en las bases de los años 1998 y 2001 con ambos métodos de evaluación de la calidad del empleo, se obtuvo un coeficiente para el ajuste de los datos correspondientes a 1992 y 1994. Fuente: Programa Cambio Estructural y Desigualdad Social, IIGG-FCS-UBA, con base en datos de la EPH-INDEC. 37 issn 1515-6370 / Otoño de 2013 / Nº 25- Año 14 - Revista Lavboratorio


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Formas sociales de estabilización en actividades informales. Cirujas y vendedores ambulantes en la ciudad de Buenos Aires Mariano Daniel Perelman

1

Resumen En este artículo se abordan formas sociales de estabilización en dos actividades consideradas “informales”: los cirujas –recolectores informales de residuos- y personas que se dedican a la venta ambulante en los trenes de pasajeros. El escrito busca mostrar la importancia que tienen las relaciones personales para el mantenimiento de ambas actividades económicas. Más específicamente, se centra en los modos en que generan, mantienen y configuran relaciones entre los actores involucrados y la manera en que ello contribuye a una mayor predictibilidad para obtener los medios necesarios para vivir. Palabras Claves: Cirujas – Vendedores ambulantes – Buenos Aires Abstract This article addresses social forms of stabilization in two activities considered as “informal”: cirujas (scavengers), and ambulant vendors that work on passenger trains. The article seeks to explain the importance that personal relationships have in order to maintain economic activities. More specifically, the article focuses on the ways in which actors create, maintain and configure relationships between them, and how this contributes to the creation predictability and the obtaining of necessary means for a living. Key Words: Scavengers – Ambulant Vendors – Buenos Aires

1.Doctor de la Universidad de Buenos Aires, área Antropología Social. Investigador Asistente del CONICET con sede en el IIGG (UBA). Contacto: mdp1980@yahoo.com.ar

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Introducción En este artículo se abordan formas sociales de estabilización en dos actividades desarrolladas en Buenos Aires consideradas “informales”: el cirujeo –recolección informal de residuos- y la venta ambulante en los trenes de pasajeros. El escrito busca mostrar la importancia que tienen las relaciones personales en el mantenimiento de ambas actividades económicas. Más específicamente, se centra en los modos en que se generan, mantienen y configuran relaciones entre los actores involucrados (cirujas, vecinos e intermediarios en un caso; y vendedores, compradores, trabajadores de las empresas concesionarias de los trenes, personal de seguridad en otro) y la manera en que ello contribuye a la existencia de un mercado. Y muestra cómo, a partir de la concreción de una mayor predictibilidad en relación a la capacidad de obtener los medios necesarios para vivir, se genera la estabilización de los actores en las tareas. Este escrito tiene por objetivo, entonces, contribuir a la comprensión de los modos en que se estructuran las actividades denominadas “informales” desde una perspectiva centrada en los vínculos entre actores. Esta mirada, que se aleja de las corrientes normativas, permite cuestionar algunas nociones que han sido vistas como características de este tipo de actividades y que muchas veces son también planteadas por los mismos actores: que son relativamente “libres”, que “se entra y se sale fácil” de ellas o que requie-

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ren pocos conocimientos. Al indagar en las relaciones que se establecen entre las personas que se dedican a estas tareas y que van construyendo previsibilidad, es posible observar que aquella estructuración lábil de las actividades adquiere un nuevo cariz. En este escrito, interesa mostrar cómo las relaciones personales, los imaginarios en torno las actividades, a los modos de reproducción social van construyendo los circuitos de comercio (Cf. Zelizer, 2011) dentro de cada una de las actividades. Si bien los intercambios económicos “informales” estructuran una red de relaciones, resulta necesario pensar las transacciones en el marco procesos e imaginarios más amplios en donde adquieren sentido. Como recuerda Collins (2002) la antropología hace mucho tiempo entendió que los mercados laborales están socialmente construidos, profundamente arraigados a las instituciones y prácticas locales. Existe una amplia literatura que se ha encargado de debatir con las visiones separatistas de los campos de la realidad social (entre ellos lo que dan cuenta de cómo lo ‘cultural’ moldea lo económico [cf. Seligmann, 2004; Zelizer, 2011; Dufy y Weber, 2009; Mitchell, 2002]). Esto no quiere decir que cada una de estas esferas no tenga sus reglas, sus tiempos, sus actores, sus imaginarios, etc. sino que no existen como formas puras ni pueden ser definidas a priori. El esfuerzo que los actores hacen por demarcar las fronteras y los lími-

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tes entre los diferentes tipos de esferas demuestra no sólo su constructo social sino también la importancia de dotarlas de características propias. Ahora bien, resulta importante reconocer cómo esas esferas son constantemente (re) construidas por los actores y cómo las relaciones personales ocupan un lugar central. En esta línea, la propuesta de avanza en el modo en que cotidianamente se construyen mercados (que podrían denominarse) informales dando cuenta de las formas que adquieren los sistemas de trabajo en la actualidad. De este modo se pretende dar cuenta del modo en que las relaciones capitalistas se desarrollan en el día a día2. El texto está organizado a partir de las prácticas de dos personas: un busca y un ciruja. Parafraseando a Geertz (2003: 27) busco comprender lo normal –sin renun2. Algunos estudios relativos a (los) neoliberalismos han dado cuenta de sus expresiones locales, de la forma en que diferentes actores se apropian del proceso con diferentes capacidades de intervención, del modo en que las desigualdades y la explotación se estructuran territorialmente (ver por ejemplo, Lane, 2011; Collins et. al, 2008; Ong, 2006; Harvey, 2005). De su implementación en Argentina ver, entre otros, Grassi (2003; 2004), Svampa (2005), Basualdo (2001). Así, no se pretende desconocer los procesos de desigualdad social y de diferenciación que existen entre formas de trabajo y los modos en que la explotación ocurre. Por el contrario, el artículo presenta la necesidad de comprender estos procesos a partir de la perspectiva de los actores y dar cuenta de las formas culturales (y de los argumentos morales) en que se expresa la desigualdad.

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ciar a lo particular- en una cultura/ configuración determinada. O sea, no intento centrarme en la particularidad (que toda vida, que toda historia, que toda persona tiene) sino, por el contrario, busco iluminar los procesos sociales, las relaciones que ellos (y aquí el término incluye no sólo a los dos protagonistas de los relatos sino a los buscas y a los cirujas con los que hice trabajo de campo) entablan. Y esto es posible porque las reflexiones aquí vertidas se basan en dos investigaciones etnográficas que como tal, han requerido una larga estadía en el campo, realizando observaciones, entrevistas, teniendo conversaciones, etc.. El primero de los casos es una indagación que comencé en 2011 y que se encuentra en pleno desarrollo. En ella, me interesa comprender el modo en que se estructura la actividad y la forma en que se construyen territorialidades que posibilitan la venta. Para ello, he realizado trabajo de campo en dos líneas de trenes (la Roca y la Mitre). Mi investigación en torno al cirujeo se llevó a cabo entre 2002 y 2010 y se centró en personas que cirujeaban en la ciudad de Buenos Aires con el fin de comprender el modo en que los recolectores construían al cirujeo como un modo legítimo de ganarse la vida. El artículo comienza abordando la venta en trenes para luego dedicarse a los cirujas. En las conclusiones esbozo algunas comparaciones para mostrar la importancia que tiene pensar complejamente –y más allá del componente meramente económico- las actividades informales.

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La venta en los trenes En todas las líneas de trenes urbanos, la presencia de personas vendiendo productos (medias, termómetros, tijeras, bolsos, biromes, cds, alfajores, chicles, gaseosas, caramelos, chocolates, etc.), tocando instrumentos a cambio de dinero a voluntad o mendigando es notoria. Es posible ver Buscas y mangueros en las estaciones y durante los viajes3. La venta ambulante es una actividad que no tiene regulación estatal. Las personas que la realizan no cuentan con un contrato laboral que los una a un patrón o jefe. Muchas veces, son los mismos actores los que ponderan la libertad que tienen para manejar horarios y recorridos o las bondades de no tener que rendir cuentas a nadie. De hecho, los vendedores se autodenominan buscas (busca vidas) para no sólo nominar a la actividad sino algo más, un modo de vida relativamente libre e impredecible, que requiere de picardía, paciencia y coraje. Sin embargo, todo esto no implica que no esté regulada. Atrás de ese acto de ofrecer hay una serie de relaciones que 3. En tanto el trabajo etnográfico está centrado en la perspectiva de los actores (Balbi, 2007), para una clara exposición y para distinguir “la terminología del investigador de la de cualesquiera terceros que sean mencionados” (Balbi, 2007 en Pita ,2010) intentando “no traducir” ya que las formas de hablar y de decir con sus particularidades y su riqueza “ofrecen una dimensión más que hacen al conocimiento y a la comprensión –en el sentido filosófico- de los múltiples mundo sociales coexistentes” (Pita, 2010: 5) he decidido utilizar las itálicas cada vez que empleo un término utilizado por los nativos.

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hacen posible que pueda llevarse a cabo. Desde la compra de la mercadería hasta el territorio están signados por una serie de relaciones que posibilitan realizar la tarea asiduamente. Mauss (2006) distinguía entre las economías de mercado y “las formas primitivas de intercambio” donde prima la economía del don. Decía “en nuestras sociedades occidentales, el contrato está rigurosamente determinado por el objeto, por la fecha y por la ejecución del contrato: compro un pan, mis relaciones con el panadero empiezan y terminan allí. Por el contrario, en todas las sociedades sin mercado, el intercambio se hace entre personas vinculadas de una manera más o menos permanente, a veces absoluta y total” (170-171). Una de las características del don (dar, recibir y devolver) es que su carácter de obligatoriedad aparece para los actores como voluntario (Mauss, 1979)4.Es posible, sin embargo, reconocer 4. Así, es importante dar cuenta de lo que se intercambia así como de las obligaciones que se establecen entre los actores involucrados. Ahora según Karsenti (2009), el carácter de ficción social, de mentira del carácter voluntario del don no queda sólo en él. De aquí que resulta importante retomar las “explicaciones nativas” sobre el porqué se devuelve. En el ensayo de los dones, según Karsenti, “se trata de sobrepasar la temática de la obligación, de romper con su función explicativa exclusiva, para acceder a una problemática de la determinación que actúe precisamente como libertad” (Karsenti, 2009: 34). Aquí es necesario realizar dos aclaraciones importantes. En primer lugar que si bien la antropología puede centrarse en describir el punto de vista del nativo, o en comprenderlo, los resultados no van

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que las relaciones personales y del don adquieren sentido en la economía de mercado. Si el don instaura un tipo de relación social que vincula a los hombre de un modo específico (cf. Bourdieu, 1991; Karsenti, 2009; Sahlins, 1981; Sigaud, 1999) que trasciende el acto del dar, dentro de un marco de producción capitalista ello conlleva sentidos diferentes a los que instaura en la economía del don. Cacho, trabaja en uno de los ramales del tren Roca, vende gaseosas y golosinas, es un busca de alimentos5. Llega a media tarde a Constitución y suele ir a tomar un café en uno de los bares cercano. Allí charla con mozos, otros vendedores y algunos pasajeros que lo conocen. En esas conversaciones se distiende hablando del clima, de futbol, de mujeres, de la quiniela. Pero también se entera sobre cuestiones relativas directamente al trabajo como si es un buen día para la venta, si hay alguna oferta de golosinas, si hubo algún conflicto entre buscas y pasajeros o guardas del tren. Cacho tiene cuarenta y dos años y hace más de veinte que está ligado al mundo de los trenes. Con apenas doce años, su padrastro le armó una caja de lustrar zaa ser de los nativos sino de los antropólogos. En este sentido, y como segundo punto, las visiones, interpretaciones de de los actores que puedan diferir de la de los investigadores no las hace “falsas”. El caso de la libertad es particularmente fructífero para pensar este problema, las contradicciones, las valoraciones, las motivaciones, las comparaciones de los actores. 5. Los vendedores suelen dividir la categoría de busca en función de lo que venden.

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patos para que trabajase en la Estación de Constitución. Lo hizo durante un tiempo, aunque con dificultad porque lo iban corrieron los vendedores más grande y con más experiencia. Luego, comenzó a subirse a los trenes, primero para vender diarios y luego maní con chocolate. Un vecino que tenía un kiosco en una estación del conurbano le enseño como hacerlo. A partir de entonces, las golosinas y los trenes han formado parte de su vida. Por algunos períodos se dedicó a otras tareas. Fue, por ejemplo, repartidor de leche en los primeros años de la década de 1980 y más recientemente guardia de seguridad. Sin embargo, la venta ambulante seguía siendo parte de su ingreso. Nunca se terminó de adaptar a los otros trabajos y cuando lo despidieron de su último empleo formal en la década de 1990, decidió volcarse nuevamente de lleno a la venta ambulante, a un modo ligado a la “busca vida” que los vendedores suelen ponderar. Volvió entonces al Roca. Recuerda que “los pibes me decían porque no venía acá, y entonces cuando iba a casa compraba algunas gaseosas y las vendía. Al principio tuve problemas. Un día vino uno y me dijo ‘tomátela de acá ¿vos quién sos? ¿Sos nuevo, nunca te vi?, yo le respondí ‘¿vos quién sos?, nuevo sos vos, yo hace diez años que estoy acá”. Cacho me relata el recuerdo de un diálogo que implicó además de este cruce de palabras, la intervención de los otros vendedores y el uso de la violencia para recuperar el territorio. En el relato el conocimiento personal adquiere un lugar central como elemento legitimador de la posibilidad de ser vendedor. Este hecho

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ocurrió hace más de diez años y a partir de entonces no buscó otro trabajo6. Fue reconstruyendo o apelando a los contactos realizados para poder dedicarse a la venta de gaseosas en el tren. Fue armando su recorrido (hace los trenes que parten en el mismos horario y que se prolonga por once estaciones). Cacho conoce a todos los que trabajan en la actualidad y todos lo conocen a él, lo respetan y se considera un tipo con códigos. Con esa palabra resume una serie de reglas tácitas que existen entre los vendedores. Respetar los trenes de los otros, cuidar la mercadería, defenderse entre ellos ante la inclusión de un outsider, son algunos de los momentos donde se ponen a prueba las lealtades, la pertenencia y los códigos. Estos actos van generando “deudas” que aparecen como inmaculadas por la moralidad (Cf. Pita, 2010) y de allí obtienen gran parte de su eficacia.

Conseguir, estar y vender I Como ha sido desarrollado para otras actividades y configuraciones que pueden considerarse “informales”, la confianza contribuye a la construcción de lazos duraderos sobre prácticas económicas (Cf. 6. La idea de que él es un busca y que ese es su oficio aparece constantemente en sus relatos. Una tarde, mientras caminábamos me dijo “sabes, ahora en noviembre cumplo 30 años de trabajar acá”. En esa frase marcaba su trayectoria ligada completamente a la venta ambulante.

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Chávez Molina, 2010; Perelman, 2011b). Posibilita la generación de cierta predictibilidad en los actores involucrados7. En este caso, los buscas intentan establecer relaciones de afinidad con los diferentes actores presentes: en este caso, vendedores, proveedores, personal del ferrocarril y pasajeros. Cacho abre la puerta superior de un armario ubicando entre dos andenes. El candado es grande “ahí es donde guardo las gaseosas en esa heladerita y esa es para el hielo, en esa [otra] puerta están las golosinas” dice mientras cierra la pequeña puerta verde. El armario es del kiosquero. Se hicieron amigos en los años que lleva vendiendo en el andén. Ello le permite a Cacho no tener que cargar todos los días desde su casa (en Monte Grande) las golosinas y las gaseosas que le sobran. Puede, a su vez, comprar por mayor y dejarlos en un lugar accesible. Como una de las puntas de su ruta de trabajo es Constitución, esta relación también le posibilita reponer durante su horario de venta sin tener que cargar una gran cantidad de gaseosas de un lado al otro. Durante varios años, Cacho le compró al mismo mayorista “el Tano”, ubicado en las cercanías de la Estación. Esto no quiere decir que sólo le compraba a él sino que siempre adquiría algo. Si bien al7. Lomnitz (1991) se centra en las establecidas por relaciones de parentesco y da cuenta de cómo ciertos valores (amistad, confianza) son centrales para la constitución y mantenimiento de las redes. Éstas tienen un reflejo directo en las estrategias tanto en la obtención de bienes y servicios como en las ocupaciona­les.

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gunos trabajos han marcado que la mercadería en la venta ambulante se paga indefectiblemente en efectivo (cf. Pires, 2010), durante mi trabajo de campo he visto formas de “adelanto de mercadería” basadas en el conocimiento personal del dueño del local sobre el comprador fomentado en actitudes prolongadas en el tiempo. El conseguir fiado o adelantado, no sólo permite adquirir mercadería a primera hora cuando todavía no ha comenzado la venta (ya que muchos buscas suelen comprar mercadería con el dinero obtenido de la venta). Remite también a los imaginarios en torno a la violencia y persecución que en otros tiempos eran moneda corriente. Varios vendedores de la línea Roca recuerdan, por ejemplo, el momento de la privatización del ramal y la persecución policial sobre ellos. En esos tiempos recuerda Cacho que “venía la policía. Entonces te levantaban todo, te llevaban a la comisaría, acá en la estación y te hacían limpiar algo. Una vez, nos hicieron bajar unas baldosas de este tamaño [hace un gesto abriendo ambas manos] desde el primer piso. Estuvimos toda la tarde haciendo eso, después nos largaron. Nos confiscaron toda la mercadería (…) No tenía qué vender. Y se compra con lo que se vende. Así que como no había vendido nada no tenía un mango para comprar mercadería. Pero le pedía al tano y me fiaba, una caja de gaseosas, sabía que después, cuando vendía se la pagaba” En este contexto, ser conocido por los mayoristas era un reaseguro para los vendedores. Ahora, para mantener esta posibilidad, debían no sólo “ganárselo” sino

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también mantener la relación a partir de actos cotidianos. Como dije, Cacho no le compraba todo “al Tano” porque es común conseguir ofertas en productos (en especial golosinas) en locales del conurbano bonaerense. También aprovecha ofertas que otros buscas le comentan. Una tarde salíamos del andén hacía el hall central de Constitución cuando nos cruzamos con Carlos. Traía doce cajas de alfajores en los brazos. Cuando nos vio se frenó, nos saludó y después le comentó a Cacho (en tono confidente) que había en oferta un chocolate “grande” Nestlé que vencía en seis meses. La respuesta fue que lo había visto y que le agradecía por el dato. La circulación de este tipo de noticias es habitual entre los que tiene códigos y posibilita el acceso a productos. Retornando la relación de Cacho con el mayorista de bebidas y golosinas. El mantener la relación de compra venta y de cordialidad con el mayorista, le permitía que le fíen o guarden mercadería. Si bien ello no siempre ocurría (o sea no siempre recibía según él una actitud similar del establecimiento) Cacho estaba interesado en mantener la relación. “Yo llego a comprar a última hora. Y como me conocen, me atienden [se ríe] con mala gana, me ponen una cara de orto, se quieren ir los pibes. Y a veces llego y no me guardaron un pack de latas de cerveza. Y ahí los re puteo, les digo ‘si sabes que yo te compro todos los días, por qué no me guardaste un pack. Sebés que yo te compro en verano y en invierno’”. La relación con el negocio mayorista, y las ventajas de ser conocido, si bien tiene

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sus límites, le permitía y le ha posibilitado adelantos de mercancía. La confianza entonces tiene un lugar central. Ella se construye a partir de actitudes como el comprar regularmente (por parte del busca), guardar mercadería o adelantar (por parte del mayorista) y pagar la deuda adquirida (por parte del busca). Mientras estaba redactando este escrito, Cacho cambió de proveedor. Resultó significativo que ello ocurriese ya que me permitió apreciar los límites de lo que Cacho consideró tolerable en una relación. Como ya ha sido analizado, los actores mantienen las relaciones mientras consideran que vale la pena hacerlo (Cf. Sigaud, 1996). Y con ello no refiero a un interés económico. En el caso de Cacho, por ejemplo, fueron una serie de actitudes (no se sintió respetado) –sumadas a la aparición de un nuevo proveedor- lo que hicieron que la relación se rompa. II Así como los buscas intentan construir una relación duradera con los vendedores también pretenden hacerlo con los compradores y con el personal de seguridad. Dije que los vendedores tienen rutas, vueltas o jurisdicciones. Estas son territorios construidos a partir de la generación de relaciones (de afinidad y de enemistad) con otros vendedores, con guardas de estación, con comerciantes de las estaciones, etc. Los recorridos son al mismo tiempo personales y grupales. O sea, si bien cada busca tiene un territorio, un ho-

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rario y un producto que ofrece determinado, ello sólo es posible a partir de las relaciones que se generan intra grupalmente. La confección de recorridos en forma colectiva y a la vez individual tiene algunas implicancias. Una de ellas es el “respeto” por el otro y los compromisos por defender tanto el espacio personal como el del compañero. Ello se produce a partir de una reciprocidad (mecanismos de solidaridad) que se expresan cotidianamente no sólo ante el conflicto (como que aparezca alguien que quiera ingresar en la línea) sino también en pequeños actos cotidianos que cimentan al grupo como cuidar la mercadería, pasarse datos o meramente conversar en momentos de descanso. A la su vez se genera toda una competencia interna. Si bien los buscas se dividen los trayectos grupalmente, dentro del mismo territorio es posible que varias personas vendan el mismo producto. Los recorridos de los vendedores pueden (y suelen diferir) del de los pasajeros, por lo que los buscan generan formas singulares de vender y de buscar generar confianza con los pasajeros más allá de los rituales de venta (Cf. Perelman, 2011c). Cacho hace todos los días los mismos trenes. Previo a subirse al transporte, vende golosinas en el anden. Mientras el ferrocarril se encuentra parado a la espera de salir, los pasajeros consumen salchichas, gaseosas, café, golosinas. Para el aprovechamiento de este negocio, la empresa ha concesionado la venta de estos productos. Es así que en el mismo andén donde él ofrece golosinas, también

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lo hacen empleados de la concesión. A diferencia de los ambulantes, éstos llevan uniforme. Son los que tienen la prioridad de venta. Cacho me cuenta que él vende luego de ellos y ofrece productos que la concesión no, este es el pacto. Vender después implica dejar que los de la concesión recorran los vagones primero y luego los hace él. Como es amigo de los chicos empleados, a veces le dejan hacer algún vagón primero y que otras veces les corta alguno. Cortar es hacer primero el vagón aunque no le corresponda. Es una práctica que también ocurre entre los vendedores y muchas veces es motivo de peleas. Al hacer siempre los mismos trenes, tiene cierta clientela fija. En diferentes observaciones lo he visto charlar con ellos en el que notaba que existía un conocimiento mutuo. Una tarde me dijo, “el otro día no vine y al otro día [se refiere al día posterior] un cliente me dijo ‘¿qué te pasó ayer que no viniste? Me morí de sed todo el viaje’”. Más allá de la veracidad de esta frase, me interesa rescatar la idea de que Cacho cree tener clientes a quién debe cumplirles. Varias veces me ha dicho que dependen de él para tomar algo, que lo esperan para comprarle una gaseosa mientras vuelven a sus casas. Los inspectores y los que controlan la entrada de pasajeros a los andenes posibilitan que los vendedores entren y salgan sin problemas. Una tarde, mientras salíamos del andén rumbo al hall, un hombre intentó pasar sin boleto. El chico encargado del control lo paró y el hombre comenzó a insultarlo, y si no fuese porque los otros inspectores los separaron el en-

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cuentro hubiese terminado a las piñas. No pude contraponer esa imagen con el recuerdo de los que nos había ocurrido unos minutos antes a Cacho y a mi cuando entramos al andén. Él venía delante de mí, saludó al inspector y luego se dio vuelta y dijo “él [por mi]está conmigo”. Fue así que recibí un saludo. Una comparación del comportamiento de los inspectores para con tres personas sin boleto, da cuenta del conocimiento que ellos tienen de Cacho y que es una persona a la que se le permiten algunos comportamientos como transitar libremente por la estación. También me referí a la relación con el kiosquero también le permite a Cacho poder guardar la mercadería y no tener que trasladarla todos los días y así como reponerla durante las horas de trabajo. Esto es un hecho importante porque las compras de productos suele ser al por mayor. Tener un lugar donde guardar les posibilita no sólo no tener que trasladarla todos los días, sino también poder reponerla en caso de que se les acabe durante la vuelta. Así, las relaciones personales van configurando y estructurando una red de relaciones económicas que los vendedores buscan mantener para poder realizar la tarea. A partir de los circuitos de confianza, anclados en lo territorial, logran entablar relaciones con personas que pertenecen a otros grupos sociales. Es un circuito de comercio en el que circulan productos (y dinero), lealtades, valores morales, conocimientos y reconocimientos. La afinidad se establece con una serie de personas

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que permite que se formen grupos en el que se protege a los que forman parte de él. Y para ello es necesario comportarse de formas específicas. Todo ello va posibilitando la realización de la tarea y hacer de la venta ambulante una actividad laboral que les permita sobrevivir.

para recolectar. Más aun, es en los barrios con mayor densidad de población de clase media y alta en dónde las basuras son de mejor calidad y más abundantes. Esta localización implicó el florecimiento de una serie de establecimientos de compra y venta apostados en lugares estratégicos.

El cirujeo en la ciudad

Recolectar8

Los cirujas hacen de la basura una mercancía a través de la recolección informal. Es en la selección que ciertos materiales (generalmente papel, cartón, metales, vidrios y plásticos) y posterior acondicionamiento (lavado, diferenciación, secado, limpiado) que los desechos adquieren valor. Estos materiales son vendidos a depósitos que, a su vez, venden a uno mayor (especializados); y éstos, a su vez, a la gran industria que los recicla y reutiliza como materia prima para nuevos productos de consumo masivo. El actual sistema de recolección tiene su origen en 1977 con los cierres de los basurales y la creación de la Coordinación Ecológica Área Metropolitana Sociedad del Estado (CEAMSE). A partir de entonces, la recolección formal se ha realizado “puerta a puerta” de domingo a viernes en el horario nocturno. Una vez recolectada la basura, ésta es enterrada en los rellenos sanitarios ubicados en el conurbano bonaerense, que son lugares casi inexpugnables para recolectar. Es por ello que los cartoneros buscan en los barrios céntricos, en sus aceras, la basura

Javier, un ciruja de 40 años, se bajaba en la Estación de Colegiales en la Ciudad de Buenos Aires a media tarde y volvía a la misma estación alrededor de las 22 hrs. para esperar el tren que lo llevaba a José León Suárez en el Conurbano bonaerense. De las ocho horas que pasaba fuera de su casa, menos de la mitad las utilizaba para recolectar en los barrios de Belgrano y Colegiales. Los cartoneros suelen construir recorridos estables en función de personas o establecimientos que les guardan mercadería. A ellos, los cirujas refieren como clientes a quienes diferencian de los “vecinos”. Por lo general suelen ser porteros de departamentos, aunque también vecinos de casas de familia, encargados de comercios minoristas o mayoristas o guardias de seguridad privada. Claro está que los recorridos intentan confeccionarse sobre zonas “ricas” y a partir de ello y generando relaciones personales con los vecinos transformándolos en

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8. Las dos secciones siguientes son versiones ligeramente modificadas de un artículo previo (Perelman, 2011b).

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clientes. Pero también es necesario tener acceso a la zona y evalúan la posibilidad de trasladarse para vender lo recolectado. La generación y mantenimiento de estas relaciones personales es una práctica que potencia la capacidad de obtener materiales, genera seguridad y permite el acceso a otros beneficios, como ropa que los vecinos ya no quieren, comida o cuando se descarta algún mueble. Javier contaba con 12 clientes, muchos de éstos porteros que sólo tenían las bolsas después de las 20 hrs., luego de pasar a recogerlas por los departamentos. En general, mientras esperaba a que los porteros le bajen o le saquen la basura, visitaba a los comercios minoristas, charlaba con sus encargados y recibía cartones, papeles y otros materiales de ellos. Estos eran los clientes que primero visitaba. En su camino, recorría unas treinta cuadras en casi cuatro horas. No todos los clientes eran de la misma calidad ni tenían la misma modalidad de entrega. Algunos lo hacían diariamente, otros juntaban para darle algún día de la semana. Sin embargo, ello no implicaba no pasar a saludarlos o charlar con ellos los días que no recibiría nada. Parte de la recolección es entablar relaciones con los porteros de los edificios y ello lleva tiempo y cotidianeidad. Tomaba unos mates, fumaba un cigarrillo con él o simplemente charlaba de futbol, del clima o de algún acontecimiento destacado de la semana. Luego de seleccionar lo que le servía, Javier intentaba cuidadosamente dejar todo limpio, lo que era valorado por los

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porteros de los edificios. Uno de los parteros me decía que la actitud de Javier era antagónica a la de los que pasaban los fines de semana. El “buen comportamiento” era para el encargado del enorme edificio un componente importante en la justificación de por qué le guardaba los cartones a Javier. También lo era que se detuviese a charlar con él. Me decía “está sin laburo pobre, pero es un buen tipo”. La idea de que es un buen tipo remite a un conocimiento personal que se fue creando con el paso de los días, con las charlas cotidianas, con los saludos y a partir de la observación de las acciones que desplegaba Javier al recolectar. Javier intenta ser cordial y respetar a los vecinos y eso lo hace a los ojos de ellos, un “buen tipo”. Los imaginarios en torno a comportarse bien fueron generando modos de actuar, y haciendo de Javier un buen cartonero “Yo no dejo todo roto cuando revuelvo las bolsas, porque si no, no me dan más, tengo que dejar todo limpio, tengo que estar presentable, ser amable, los que rompen todo son los que no tienen recorridos fijos” De la misma forma, Javier esperaba que los vecinos se comportasen de una determinada forma con él: no sólo que les guardasen residuos sino también ropa, medicamentos, comida, etc. Además le gustaba que lo reconozcan y que los “acepten”. A la inversa del comportamiento de Javier, observé varios cirujas que pasaban por las cuadras rompiendo las bolsas. Ellos se habían ganado el “odio” de porteros, vecinos y de algunos cartoneros. Cuando preguntaba a los vecinos por qué le guardaban cosas a Javier y no lo sa-

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caban a la calle, las respuestas se referían al conocimiento personal que tenían de él así como que sabían que iba a pasar9. Ahora, también el “guardar” tenía su límite. Ni los vecinos ni los porteros suelen están dispuestos a guardar estos elementos por días. Este “pacto” está supeditado a que el ciruja –en este caso Javier- pase en busca de los desechos. Las acciones de este recolector son ilustrativas de tantas otras que he presenciado por cirujas que hacen de la recolección su principal fuente de ingreso. Los cartoneros también eligen a los clientes por el trato y por el respeto a los tácitos pactos que existen. Es necesario destacar que en estos contactos no sólo circulan deshechos. Los vecinos de los barrios considerados de clases medias (como Colegiales, Belgrano, Palermo) no sólo ven en los cartoneros que pasan regularmente a una persona que puede ayudarlos a deshacerse de elementos que no desean (lo cual es valorado). También generan seguridad: una vez pasado el miedo y la desconfianza causada por la aparición masiva de personas hurgando bolsas en las puertas de sus casas, se fue generando un conocimiento personal que pudo ser transformado –en muchos casos- en una sensación de seguridad10. El ser reconocido para los 9. Esta práctica se diferencia de la que suelen realizar mujeres y niños de tocar los timbres de los edificios solicitando ropa en desuso. Javier no suele pedir sino simplemente recibir. 10. Cabe aclarar que esta percepción suele generarse con cirujas hombres de entre 35 y 55 años mientras que existe una fuerte desconfianza hacia los jóvenes.

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cartoneros también les genera una seguridad con respecto a posibles conflictos con otros vecinos o con la policía11. Otra de las formas que sirven para mantener las lealtades y los buenos comportamientos es la generación de expectativas de ascenso social dentro de la cadena productiva. Los cirujas ven a los vecinos como personas que los pueden sacar del cirujeo empleándolas en otras tareas. Para ello, dice uno de los recolectores, hay que “mostrar lo que uno es, que uno es bueno, trabajador, un hombre decente”.

Vender Los cirujas van a los depósitos para vender lo recolectado. El procedimiento es similar en todos los lugares de compra venta en los que hice trabajo de campo. El recolector llegaba con su carga, era atendido por el encargado de la balanza quien controlaba que todo lo que sería pesado sea del mismo material o forme parte del grupo, que estuviese en el estado requerido y que no se haya ocultado nada para aumentar el peso. Una vez pesado, se anotaba en un papel el kilaje y el ciruja iba a la caja a cobrar. Generalmente, los precios variaban en los depósitos en pocos centavos por kilo. 11. Quizás uno de los “pactos más tácitos” que existen es el saber que cirujas transitan por las calles, lo cual suele ser tolerado, no así el asentarse y transformarse en un vecino del barrio. Ver Cosacov y Perelman (2011).

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Así como la relación vecino- ciruja, la que se establece entre éstos y depositeros o intermediarios no se funda sólo en la compra- venta. Se producen diferentes tipos de intercambios que van produciendo la estabilidad de las personas en la tarea. Aquí el conocimiento personal también es central. A partir de estos contactos se generan toda una serie de relaciones que dan seguridad a los actores, con una apropiación de beneficios de forma desigual. Los cirujas intentan crear una red que les permita a ellos también obtener algún grado de estabilidad, que no sólo logran a partir de la creación de recorridos de recolección sino también en el proceso de venta. Los depostieros, al mismo tiempo, intentan garantizarse que un grupo de cirujas les venda lo recolectado de manera asidua. Las acciones de cada actor contribuyen a delimitar las posibilidades de acción de los demás, haciendo posible ciertas prácticas e imposibles otras. Si bien los cartoneros no suelen ser empleados de los depósitos, en este intento recíproco de asegurar la estabilidad se genera una interdependencia como si lo fueran. Una de las forma en que se establecen obligaciones recíprocas es a partir del alquiler y préstamo de carros. La utilización de un carro del depósito implica cierta sujeción pero también permite a los cirujas no tener que invertir (tiempo, dinero) en su confección. Armar un carro se requiere un conocimiento que se adquiere en la calle y al mismo tiempo significa un paso a la estabilización en la

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actividad ya que implica una inversión. A su vez “alquilar” o tener un carro prestado permite la posibilidad de no dejarlo visible estacionado en la puerta de la casa, a la estigmatizante vista de los vecinos. Muchos de los cartoneros fueron haciendo su carro con elementos encontrados (o robados) en la calle, conociendo la manera de confeccionarlos y sabiendo las necesidades que se tienen a la hora de recolectar. Ahora bien, no es sólo una cuestión de “conocimiento” o de capacidad económica lo que se pone en juego a la hora de construir el carro. Porque si bien alquilar implica una sujeción con el depósito, la posesión de un carro conlleva un mayor compromiso personal con una tarea. Así, que los depósitos estén ubicados en los barrios cercanos a donde viven los cartoneros favorece el ingreso a la actividad: otorgan un carro sin más inversión que una relación de deuda. Durante el trabajo de campo constaté que los cirujas solían recurrir al depostiero ante la necesidad de resolución de alguna dificultad. Los casos más típicos versaban sobre el préstamo o alquiler de carros, adelantos monetarios, petición de alimentos, la necesidad de guardar los carros en el depósito, pedir prestados los lienzos y hasta sobre algún problema habitacional. Ahora, para que estos requerimientos fueran resueltos debía haber una contraprestación que se prolongara en el tiempo, más allá de la relación de compra y venta. Al igual que en lo que se puede observar en relación a la venta ambulan-

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te esos pequeños gestos van configurando deudas que deben pagarse a riesgo de una ruptura de la actividad12. Son los pedidos a los depositeros que crean las condiciones de posibilidad para la inauguración de un ciclo de relaciones de intercambio entre éstos y los cirujas. Venderle al mismo depósito toda la mercadería y no guardarse “la buena”, no “robarle al depósito” son acciones valoradas por los depositeros que van generando el campo de posibilidad para el acceso a otras contraprestaciones. Cirujas y depósiteros “saben” que si el don no es restituido puede convertirse en una deuda, una obligación duradera y hasta puede conllevar a la desaparición de la relación, lo que perjudica a ambas partes. La capacidad de mantenerla se debe a la posibilidad y la voluntad de mantener sus obligaciones. Se pone en juego la fidelidad personal o el prestigio, que se aseguran cuando se da. Al decir de Bourdieu (1991), en tal universo no hay más que dos formas de retener a alguien duraderamente: el don o la deuda. Los depositeros realizan una intensa reconversión del capital económico (que logran a partir del manejo de ciertos planes sociales del gobierno y de la capacidad de 12. Se sigue la conceptualización de Marcel Mauss (1979) en relación a la teoría del don y la importancia que tiene el tiempo como elemento de generación de un una deuda (Bourdieu, 1996). En este sentido, no hace falta que la contraprestación se genere de manera inmediata sino que la deuda puede perdurar y su retribución puede adquirir una fisonomía particular (Cf. Malinowski, 1995).

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acopio) en capital simbólico, que produce relaciones de dependencia económicamente fundadas aunque disimuladas bajo el velo de relaciones morales. En este caso, se puede dar mediante la capacidad de otorgar otros beneficios (como plantes sociales). En este sentido es pertinente recordar que el acto de donar instituye una doble relación entre el que dona y el que recibe: una relación de solidaridad, y una de superioridad. La diferencia instaurada puede en algunos casos transformarse en jerarquía. Si ésta ya existía, el don viene a expresarla y legitimarla; sino, la crea (Godelier, 1998). Es por ello que la compra y venta no puede ser entendida sólo como un acto individual, sino que debe comprenderse en el marco más amplio de las relaciones sociales en las que está inserta. Otra contraprestación y por la que los depósitos son valorados por los cirujas (y por la gran industria), es que la presencia de estos establecimientos posibilitaba no tener que realizar largas distancias para vender lo recolectado. Así lo marcaba Daniel: Imaginate que yo termino acá [por la estación Colegiales de la Línea Mitre] a las diez y media, once [de la noche], y después tendría que hacer no se cuanto más para vender. O ir al otro día, ¡te imaginas! [se ríe]¡Pierdo todo el día y además me sale un huevo! También la posibilidad de ascenso social está presente en la relación entre ciruja y depositero. Aquí, se genera lealtad a un establecimiento ante la posibilidad de ingresar como trabajador. Muchas de las personas empleadas en los depósitos solían ser clientes de éstos. Para ser elegido,

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hay que ser fiel: vender asiduamente, toda la mercadería que se tiene (no guardarse lo bueno para uno que pague mejores precios13), no “robarle a los depósitos”. Esta concepción sobre al imaginario de ascenso, ligada a la de ser un trabajador más estable, permite que los depósitos cuenten con una mano de obra dispuesta a ser fieles. En varias entrevistas realizadas a cirujas apareció la idea de tener su depósito o trabajar para uno de ellos. Algunos veían en ello una mayor seguridad material: “es un trabajo” con un mayor status social. La proposición de trabajar en un depósito era percibido como un reconocimiento a los saberes sobre la actividad. Los cirujas veían en los depositeros personas que, sin salir de la actividad, habían logrado ser reconocidos y obtuvieron una seguridad material importante. Es así que se va consolidando una suerte de mercado interno de trabajo donde existe un imaginario de carrera interna14. Las formas recíprocas de actuar marcan caminos posibles. Para ello, hay que hacer las cosas de manera segura, comportarse de una forma esperable. Sin necesidad de credenciales externas, más que la confianza y la lealtad se van marcando 13. Es habitual que los que viven en el conurbano vendan parte de lo recolectado en la ciudad y reservarse algunas cosas para hacerlo en los depósitos de la provincia. No se benefician tanto con el precio sino con la posibilidad de volver a recolectar camino a su casa. 14. Se toma este concepto de Burawoy (1989) en relación a la manera en que se genera consentimiento en las grandes fábricas a partir de la creación de un mercado interno.

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caminos posibles de ascenso cuyo techo es el del depósito propio, y el trabajar para uno de ellos parece ser una condición de paso. Los depositeros, por su parte se ven favorecidos al tener un grupo de cirujas que, siguiendo las reglas de lo esperable, venden lealmente su mercadería. También se ven beneficiados al tener la posibilidad de emplear personas que conocen tanto de la actividad como a los que allí van regularmente a vender. Se produce una forma de “tranquilidad” tanto hacia arriba como hacia abajo: para los cirujas es parte de la confianza de que “no les van a robar (…) el que trabaja en el depósito ahora estuvo de este lado, tiene códigos”, como decía uno de ellos.

Palabras finales Este artículo abordó dos actividades que suelen englobarse bajo la denominación de “actividades informales”: la venta ambulante en trenes y el cirujeo en la ciudad de Buenos Aires. Dio cuenta de cómo en ellas las relaciones personales generan una serie de actitudes que posibilitan –y a veces “obligan” a- una cierta estabilidad y regulación social de la actividad. El abordar dos actividades permite iluminar una serie de procesos que contribuyen en la comprensión de la construcción de los modos en que se configuran relaciones económicas de actividades “informales” que se realizan en el espacio público. Durante el trabajo de campo realizado di mucha importancia a las interaccio-

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nes y a los intercambios entre los distintos actores que conforman el circuito de comercio. A partir de ello, he mostrado que tanto en la venta ambulante como en el cirujeo los intercambios –incluso cuando refieren a la compra y venta de productos- no son sólo “hechos económico”. He dado cuenta de que los diferentes actores están constantemente activando relaciones de afinidad van produciendo interdependencias entre ellos15. Son estas relaciones las que posibilitan que se vaya produciendo un mercado de circulación, de consumo de bienes y un circuito de comercio. Son estas relaciones las que van produciendo “derechos” mutuos investidos de moralidad que contribuyen a la estabilización de los mercados de producción y consumo. En ambos casos me he centrado –a partir de las relaciones que establece una persona- en los “trabajadores informales”: en un vendedor y en un ciruja. A partir de allí es posible percibir una serie de similitudes y diferencias que permiten pensar el modo en que se configuran las actividades económicas a partir de las configuraciones particulares que se producen en las relaciones específicas y reales. El modo en que se construye el territorio, por ejemplo, tiene fuertes implicancias en el modo en que se regulan las actividades. En el caso del cirujeo, son los 15. Conviene aclarar, recordando lo planteado en la nota al pie 7, que los sujetos implicados en estas relaciones no hablarían de predictibilidad ni de estructuración de las relaciones ni de argumentos morales. Estas son construcciones realizadas a partir de las observaciones

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recolectores los que individualmente van confeccionando sus recorridos a partir de la generación de clientes. Ellos son “posesión” individual y requieren un constante trabajo de mantenimiento de confianza. Los vendedores ambulantes, en cambio, construyen colectivamente el territorio. Si bien cada uno cuenta con un trayecto y con la posibilidad de vender un determinado producto, el territorio pertenece al grupo. Es un espacio abierto que es “cerrado” por un grupo y dividido. Ello les posibilita poder tener una menor regularidad en la asistencia pero genera obligaciones con los otros actores que conforman la configuración. El ir a vender algunos días si y otros no perjudica al que no va. Ahora, como forman parte de un grupo y de un circuito también tienen que cumplir con las obligaciones que toda relación grupal exige. En el caso del cirujeo, los clientes (y el territorio y la calle) deben cuidarse estando allí y de manera mucho más individual. No es lo mismo no venderle una gaseosa a alguien que no pasarle a recoger los residuos. Ello tiene implicancias en la forma en que se estructuran las relaciones entre los sujetos y, por consiguiente en las obligaciones y relaciones morales que se ponen en juego. La forma en que compran/ vende hace que las relaciones con los proveedores de mercadería/ venta de residuos sean diferentes. En esta relación la confianza es un componente central. Para acceder a otros “beneficios” como un adelanto de mercadería en el caso de los vendedores o para poder

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obtener adelantos económicos, medicamentos, el préstamos de carros en el caso del cirujeo es necesario que exista un conocimiento personal entre ambos actores. Ello beneficia (aunque de forma desigual) a ambos actores. Para los proveedores es el aseguro de tener una clientela, paras los vendedores es la posibilidad de obtener adelantos a veces requeridos. Pero para que esto ocurra deben ambos comportarse de una forma determinada que contribuye a la estabilización en la tarea. Por último quiero referirme a las expectativas, a los imaginarios que circulan y que contribuyen a la estabilización de los actores en la actividad. Los cirujas se transforman en “mejores cirujas” a partir de las deudas morales que se generan con clientes y con depositeros. Muchas de estas actitudes están basadas en la posibilidad de salir del cirujeo (en las relaciones con los vecinos) o en ascender en la tarea (en su relación con los establecimientos de acopio). Este modo de estabilización está

estrechamente ligada a los imaginarios ligados al cirujeo en tanto actividad liminar entre ser un trabajo y no serlo. Y sobre todo es una actividad que ha sido conflictivamente internalizada por los propios recolectores –en espacial los nuevos cirujas- que la fueron construyendo como un modo legítimo de ganarse la vida (Cf. Perelman, 2011a). Los vendedores ambulantes, en cambio, no suelen tener un conflicto con la actividad que realizan. Y no suelen buscar salir de ella. Por lo cual las expectativas suelen referirse a ser reconocidos dentro de la configuración y sobre todo de construir legitimidad dentro del grupo. De esta forma, actividades que suelen ser vistas como libres” (puede ser de horarios, de días de trabajo, de no tener patrón) se encuentren en gran medida estructuradas. Son en gran parte los contactos e interacciones, los imaginarios sociales y grupales los que hacen que estas actividades permitan el acceso a la vida de momo más o menos estable para miles de personas.

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Trayectorias laborales en Argentina: una revisión de estudios cualitativos sobre mujeres y jóvenes1 Leticia Muñiz Terra (CONICET/IdIHCS)2; Eugenia Roberti (CIC/IdIHCS)3; Camila Deleo (CONICET/CEIL)4; Cintia Hasicic (UNLP/ ICJ)5 Resumen A partir del año 2003, la recuperación económica y el desarrollo de un nuevo esquema de crecimiento brindaron un contexto inédito para el estudio del mercado laboral. En este marco, numerosos estudios coincidieron en señalar que el desempleo y la precarización laboral continúan afectando de manera más aguda a los jóvenes y a las mujeres que a otros grupos sociales. Partiendo de esta problemática, el presente artículo pretende indagar sobre los aportes que la perspectiva teórico-metodológica de las trayectorias laborales brinda al estudio de la inserción laboral de dos poblaciones vulnerables específicas: las mujeres y los jóvenes. Desde este lugar, realizamos una revisión crítica y una sistematización teórica de un conjunto de investigaciones producidas en Argentina sobre trayectorias laborales de mujeres y de jóvenes realizadas desde una perspec1. El presente artículo se enmarca en el proyecto “Los estudios de caso en las ciencias sociales: sobre sus orígenes, desarrollo histórico y sistematización metodológica”. Programa de Incentivos docentes del Ministerio de Educación de la Nación, dirigido por el Dr. Juan Ignacio Piovani y radicado en el Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales (UNLP-CONICET). Una versión preliminar del mismo fue presentado en el Primer Seminario Internacional sobre Movilidad y Cambio Social, 4 y 5 de noviembre de 2011. Mar del Plata, Argentina. 2. Doctora en Ciencias Sociales (UBA). Investigadora de CONICET con lugar de trabajo en el Centro Interdisciplinario de Metodología de la Investigación Social / Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales (UNLP-CONICET). Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (FaHCE). Universidad Nacional de La Plata (UNLP). E-mail: lmunizterra@conicet.gov.ar 3. Licenciada en Sociología (UNLP). Becaria de la CIC con lugar de trabajo en el Centro Interdisciplinario de Metodología de las Ciencias Sociales / Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales (CONICET-UNLP). Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (FaHCE). Universidad Nacional de la Plata (UNLP). E-mail: eugenia.roberti@hotmail.com 4. Licenciada en Sociología. (UNLP). Becaria doctoral CONICET con lugar de trabajo en el Centro de Estudios e Investigaciones Laborales (CEIL- CONICET). E-mail: camiladeleo@yahoo.com.ar 5. Licenciada en Sociología (UNLP). Becaria de Iniciación a la Investigación de la UNLP con lugar de trabajo en el Instituto de Cultura Jurídica. Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales. Universidad Nacional de La Plata. E-mail: cintiahasicic@yahoo.com.ar

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tiva cualitativa, con el fin de comprender las potencialidades y contribuciones que posee el enfoque adscripto.

Palabras Clave: Trayectorias laborales – mujeres – jóvenes. Abstract Since 2003, economic recovery and development of a new growth model provided an unprecedented context for the study of labor market. In this context, several academic studies agreed that unemployment and job insecurity keep affecting more young people and women than other social groups. This article attempts to investigate the contributions that theoretical and methodological perspective of the labor paths offered to the study of employment of these specific vulnerable groups by a critical review of a set of researches in Argentina on labor paths for young and women from a qualitative perspective, in order to understand the strengths and contributions that focus has seconded. Keywords: Labor paths – women – young. Introducción A partir del año 2003, la recuperación económica y el desarrollo de un nuevo esquema de crecimiento brindaron un contexto inédito para el estudio del mercado laboral argentino. Con el abandono del régimen de convertibilidad y la consecuente expansión de la actividad económica, se experimentó una contracción en la tasa de desempleo. Este escenario derivó en el desarrollo de diversas investigaciones sobre el mercado de trabajo, en las cuales las problemáticas laborales adquirieron nuevos matices vinculados a la calidad del empleo y la persistencia de nichos de desocupación en poblaciones específicas (Miranda, 2009). 60

En este marco, numerosos estudios coincidieron en señalar que el desempleo y la precarización laboral continúan afectando de manera más aguda a los jóvenes6 y a las mujeres que a otros grupos sociales. Partiendo de esta problemática, el presente artículo busca analizar las particularidades que adquiere la vinculación de dichas poblaciones vulnerables con el mercado de trabajo. 6. Cuando nos referimos a los jóvenes, hacemos alusión tanto a varones como a mujeres. Esta aclaración la haremos extensiva a todo concepto y colectivo que nombremos a lo largo del artículo, como un modo de visibilizar las diferencias sexistas ocultas en el lenguaje que empleamos.

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La gravedad de la situación laboral de la juventud argentina es un tema central en las discusiones de la nueva cuestión social, que requiere ser abordado a partir de estudios específicos. Precisamente, los jóvenes se representan como uno de los grupos vulnerables que, desde las últimas décadas, están experimentando crecientes dificultades para insertarse de manera estable en el mercado de trabajo. Este fenómeno se vislumbra en sus altas tasas de desocupación, que duplican al conjunto de la población económicamente activa, permaneciendo en niveles superiores al 20%, aún frente al importante crecimiento económico iniciado tras la devaluación de la moneda (Jacinto y Chitarroni, 2010; Pérez, 2010).7 Desde inicios del 2003, la devaluación del tipo de cambio tuvo fuertes implicancias en la generación de empleo. En un contexto de alto crecimien7. “A comienzos de 2007, la tasa de desempleo de los jóvenes (23.9%) excede el doble de la tasa general (9.8%) y supera tres veces la correspondiente a los trabajadores adultos (6.9%)” (Pérez, 2010: 2). Incluso, siguiendo con el autor, estas desigualdades se profundizan en el período de posconvertibilidad en relación a la etapa previa a la crisis 2001-2002, cuando el desempleo masivo alcanzó a todos los sectores etarios. El crecimiento de la actividad económica a partir del 2003, develó la persistencia de condiciones laborales adversas en ciertos grupos sociales, particularmente la vulnerabilidad de la población juvenil. Esta situación se agrava cuando se considera que durante el período de recuperación económica disminuyó la participación laboral de los jóvenes.

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to y de modificación de la estrategia económica, los estudios sobre inserción laboral juvenil fueron señalando nuevas problemáticas, vinculadas ya no tanto a la desocupación sino específicamente a la precariedad y a la alta rotación de las ocupaciones juveniles que caracterizaron a los años posteriores a la crisis (Miranda y Zelarayan, 2011). En este nuevo escenario, el ingreso de los jóvenes al mercado de trabajo adquirió rasgos específicos vinculados a períodos de búsqueda más largo, mayor inestabilidad y tasas más elevadas de desempleo como de rotación, que la correspondiente a la población adulta (Pérez, 2007). No obstante, la característica más marcada en la relación de los jóvenes con el mercado de trabajo fue la precariedad de sus inserciones laborales. Precisamente, una tendencia que parece persistir aún en períodos de crecimiento económico es aquella asociada a la baja calidad de sus ocupaciones. Los jóvenes suelen acceder a empleos inestables, sin protección laboral y con bajos salarios, incluso cuando se insertan en el sector formal de la economía (Jacinto, 2002). Por otra parte, las mujeres se presentan como otro de los grupos vulnerables que experimentan fuertes adversidades en su inserción al mundo laboral, razón por la cual, su estudio ha motivado un gran interés en un número creciente de investigaciones en nuestro país. Esta literatura señala que la participación femenina en el mercado de trabajo se

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ha concentrado tradicionalmente en el sector servicios y en actividades no reguladas, caracterizadas por su precariedad e informalidad (Cerrutti, 2000; Cortés, 2003; Lobato, 2007). Esta vulnerabilidad se ve además profundizada tanto por las inequidades de género y la discriminación laboral, presentes al interior de los establecimientos en los que se incorporan las mujeres (Esquivel, 2007), como por las dificultades que persisten respecto a su inserción en el trabajo remunerado (Castillo y otros, 2008). Si bien, la participación de las mujeres en el mercado de trabajo argentino, y concomitantemente en la distribución sexual del ingreso, muestra una tendencia de largo plazo creciente, esto no significa que su situación haya mejorado. En este sentido, resulta interesante observar que aunque en la última década la brecha entre géneros ha disminuido, esto no se ha traducido en una mejor condición de las mujeres en el mercado de trabajo, sino en un empeoramiento de la situación de los varones (Sorokin, Agis, Kostzer y Panigo, 2010; Informe Aportes para el Desarrollo Humano PNUD, 2011). Por esta razón, entendemos que los análisis referidos al colectivo de mujeres son inescindibles de los efectuados sobre los varones en los diversos ejes que se propongan, en este caso, el laboral. La perspectiva de género es la herramienta analítica que posibilita un conocimiento más cabal e integral del

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grupo social que pretendemos abordar, a partir de la visibilización de los estereotipos de género y la relación dinámica que se establece entre varones y mujeres. Considerando estas problemáticas, el presente artículo busca indagar sobre los aportes que la perspectiva teórico-metodológica de las trayectorias laborales brinda al estudio de la inserción laboral de dos poblaciones vulnerables específicas: las mujeres y los jóvenes. Desde este lugar, realizamos una revisión crítica junto a una sistematización teórica de un conjunto de investigaciones producidas en Argentina desde una perspectiva cualitativa, con el fin de comprender las potencialidades y contribuciones que posee el enfoque adscripto. Como desarrollamos a la largo del artículo, la particularidad de la perspectiva de las trayectorias laborales radica tanto en la articulación de las diferentes dimensiones de análisis que propicia como en la centralidad que le otorga a la cuestión temporal. El estudio de las trayectorias procura una orientación procesual y dinámica, alejándose de los análisis que adoptan enfoques sincrónicos y/o destacan la linealidad y continuidad de los rumbos laborales. De esta manera, consideramos que posiblemente la introducción de miradas longitudinales constituya un abordaje privilegiado para estudiar las nuevas relaciones que estos grupos vulnerables establecen con el mundo

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del trabajo, identificando sus formas típicas y aportando elementos para comprender su complejidad. Trayectorias laborales: definición y perspectivas metodológicas cualitativas El estudio de las trayectorias laborales de los actores sociales es una perspectiva que propone analizar la vida laboral de los sujetos a lo largo de un período determinado. Ya sea desde abordajes metodológicos cuantitativos o cualitativos, o a partir de una articulación de ambos, esta perspectiva se caracteriza por ser diacrónica. Esta coincidencia no significa, sin embargo, que los estudios de trayectorias estudien y comprendan la problemática de la misma manera, pues mientras las investigaciones que aplican métodos cuantitativos utilizan encuestas y realizan análisis de paneles, las investigaciones cualitativas emplean entrevistas en profundidad considerando especialmente las representaciones y los significados que los actores sociales le atribuyen a sus acciones y decisiones a la largo del tiempo. De esta forma, los estudios cualitativos tienen la particularidad de permitir reconstruir en la temporalidad “el encadenamiento de los sucesos ocurridos en los caminos ocupacionales articulando los proceso de decisión llevado a cabo por los sujetos y los contextos históricos, sociales, temporales y espa-

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ciales en los que las trayectorias tienen lugar” (Muñiz Terra, 2012: 17). Los estudios cualitativos suelen abordar las trayectorias laborales a partir de perspectivas prospectivas como retrospectivas. Los análisis prospectivos realizan entrevistas en profundidad a los actores sociales en un momento determinado y repiten las mismas en distintos períodos del tiempo. Es decir, toman a una población, establecen un punto de partida, y desde allí, realizan entrevistas de una manera diacrónica permitiendo observar a los actores en diferentes momentos (Longo, 2011). Los estudios retrospectivos, por su parte, permiten reconstruir la vida laboral de los actores sociales a posteriori, interesándose en las entrevistas por el trayecto anterior de la vida de los sujetos y dando preeminencia al relato de sus recorridos pasados (Muñiz Terra, 2012). Ahora bien, más allá de que se aplique un estudio prospectivo o retrospectivo, lo importante es que la metodología aplicada permite aprehender la gran cantidad de dimensiones que atraviesa la construcción de las trayectorias laborales y su compleja articulación a lo largo del tiempo. De esta forma, dado que esta perspectiva posibilita comprender la compleja articulación de dimensiones presentes en los caminos ocupacionales de los actores sociales, en este artículo revisamos una serie de investigaciones cualitativas sobre trayectorias laborales con la idea de desentrañar la enmara-

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ñada trama de esferas que pueden explicar la vulnerabilidad experimentada por jóvenes y mujeres en sus itinerarios laborales. La reflexión que presentamos aspira a efectuar una lectura conjunta de las contribuciones que estos estudios pueden realizar. Se trata en particular de una selección arbitraria y no exhaustiva de textos que sirven exclusivamente para ilustrar el propósito de este artículo. Las conceptualizaciones de la juventud y de las mujeres que subyacen en los artículos pueden orientarse al análisis de las trayectorias en una u otra dirección. Es decir, que el estudio de los caminos ocupacionales puede variar en función de la categorización que las investigaciones tengan en torno al “ser joven” y al “ser mujer”. Por este motivo, para finalizar esta presentación teórico-metodológica, a continuación desarrollamos las nociones que en líneas generales adoptan las investigaciones que analizamos en los apartados siguientes. Los estudios sobre trayectorias de jóvenes seleccionados conciben a la juventud como una construcción social, histórica, cultural y relacional (Chaves, 2005; Margulis, 2008). De esta manera, lo que se entiende por juventud varía a lo largo del tiempo, de una sociedad a otra y, dentro de una misma formación social, de un grupo a otro. En este marco, una cuestión clave en los estudios sobre la inserción ocupacional de los jóvenes es analizar las diferencias entre

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aquellos que, teniendo la misma edad, no sólo delinean trayectos diferentes sino que conceden sentidos diversos al trabajo. Por esta razón, muchos estudios señalan que resulta más adecuado hablar de “juventudes” en lugar de referir a “juventud”. Como señala Bourdieu (2002), si definimos a los jóvenes a partir de una edad biológica, categoría que los designa como una unidad social, como un grupo constituido que posee intereses comunes, se ignora que las divisiones entre edades son arbitrarias y también se desconoce las diferencias entre las juventudes. Por otro lado, los estudios sobre trayectorias de mujeres escogidos realizan análisis que se inscriben directa o indirectamente en la perspectiva de género. Aquellos que adoptan directamente este enfoque conceptualizan al género como una construcción social que, a partir de las diferencias biológicas, adjudica roles y funciones predeterminadas a cada sexo en la reproducción social. El género se expresa en actitudes, comportamientos y representaciones sociales acerca de lo femenino y lo masculino como atributos naturalizados en las relaciones sociales así como en las relaciones de poder y subordinación entre varones y mujeres en la sociedad. Supone definiciones que abarcan tanto la esfera individual (incluyendo la subjetividad, la construcción del sujeto y el significado que una cultura le otorga al cuerpo femenino y masculino) como la esfera social (que influye en la división

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del trabajo, la distribución de los recursos y la definición de jerarquías entre unos y otros). Como construcción social, posee una historicidad propia y es por lo tanto modificable por el accionar humano. Esta construcción permea las esferas micro y macrosociales a través de las instituciones y los actores sociales involucrados (Checa y Erbaro, 1995). Otros artículos utilizan de manera indirecta la noción de género suponiendo que este concepto constituye una manera más “académica” de referirse a mujer Es decir, asocian la idea de mujer a la de género, sin inscribirse necesariamente en esta perspectiva. Por ello creemos importante recordar que la idea de género refiere tanto a las mujeres como a los varones, enfatizando la dinámica relacional entre el universo femenino y el masculino, permitiendo comprender la lógica de la construcción de identidades y las relaciones de género como parte de una determinada organización de la vida social que involucra a ambos sexos (Checa, 2003).

Los estudios sobre trayectorias laborales de mujeres El trabajo asalariado de las mujeres ha sido parte de la discusión sobre las condiciones de la participación femenina en la actividad productiva en las sociedades contemporáneas. Los planteos desde la perspectiva económica femi-

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nista hacia los enfoques tradicionales de la economía y la participación laboral, pusieron de manifiesto la necesidad de explicar las desigualdades laborales y salariales entre los sexos señalando que el abordaje analítico de los mercados de trabajo desde categorías económicas generales no incluía en el debate las relaciones de género que están involucradas en la producción (Mingo, 2011). Los aportes de la perspectiva de género mostraron que las estructuras de los mercados de trabajo, las relaciones laborales y los procesos organizativos se inscriben en la base de las diferencias genéricas. En este sentido, la inclusión del sexo como variable social constituyó uno de los elementos más importantes de la reconceptualización del trabajo durante la década del 70. En esta línea se incluyó dentro del concepto de trabajo, al trabajo doméstico, no profesional, no asalariado y no remunerado. Estos avances visibilizaron una dimensión de la problemática del campo laboral vinculada a la división del trabajo entre varones y mujeres tanto en la esfera profesional como en la doméstica (Mingo, 2011). Las problemáticas que enfrentan las mujeres en el mercado laboral no pueden ser entonces únicamente explicadas por la estructura o la dinámica del mercado, sino que exigen la introducción en el análisis de ciertas dimensiones entre las que se encuentran las representaciones sociales acerca del

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trabajo doméstico y extradoméstico, el rol de la mujer, la división del trabajo al interior del hogar y los estereotipos de género8 que regulan las prácticas sociales. En este marco, el especial interés que ha cobrado en el ámbito de las investigaciones el análisis de las trayectorias laborales femeninas, vino de la mano de las transformaciones que ocurrieron en el mundo del trabajo y en los estereotipos de género en las últimas décadas. Estos estudios nos permiten comprender las particularidades de la inserción de las mujeres en el mercado de trabajo desde una mirada diacrónica que combina los acontecimientos externos con el mundo de las decisiones que ellas realizan en su camino laboral. A partir de una serie de investigaciones seleccionadas para este artículo, observamos que los estudios sobre trayectorias laborales femeninas desde una perspectiva metodológica cualitativa, utilizan generalmente métodos retrospectivos y se preocupan funda8. Estos estereotipos dan cuenta de las nociones culturalmente construidas a partir de la diferencia sexual que imprimen al hecho de ser mujer o varón de significaciones precisas, e incluyen los atributos y las conductas socialmente deseables para cada sujeto. Esto se ha configurado históricamente atribuyendo un rol subordinado a la mujer respecto del varón. Por medio de ellos se le asigna a la mujer la responsabilidad y el cuidado del mundo privado y la esfera doméstica, considerados con un valor social inferior al de la esfera pública, espacio dominantemente masculino (Longo, 2009).

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mentalmente por comprender las representaciones laborales y de género que poseen las mujeres y cómo estas concepciones son puestas en juego en sus trayectorias. Entre estos estudios encontramos investigaciones que comparan las miradas sobre el trabajo de dos o más generaciones de mujeres. La idea central de estos trabajos es que en los últimos años se tornó evidente la existencia de nuevas construcciones sociales sobre el “ser mujer trabajadora” que vinieron de la mano de la reconversión social de la concepción de género. Esta reconversión incluye la idea de que aunque existe una marcada influencia de la historia familiar en la construcción de imágenes y representaciones tanto sobre el rol de la mujer como acerca de los tipos de trabajos que ésta debe realizar, las mujeres tienden a resignificar el legado familiar y a construir caminos alternativos (Cragnolino, 2003; Gattino, 2003). De esta forma si bien las representaciones se transmiten de generación en generación, las mismas sufren en este tránsito resignificaciones. Los vínculos que se establecen entre las generaciones no se configuran como una repetición cíclica, sino que en la transición cada generación produce sus propias percepciones y estrategias. En otras palabras, aunque las investigaciones señalan que las nuevas generaciones son receptoras de valores y patrones tradicionales de género, poseen al mismo tiempo la capacidad de

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reconvertir esas imágenes, ello a raíz de dos factores: el proceso histórico en el que están inmersas y el espacio en el que se desarrollan (Gattino, 2003). Las resignificaciones generacionales muestran así que mientras las generaciones adultas sostenían que las mujeres debían concentrar sus actividades en el ámbito doméstico, las generaciones jóvenes cuestionan dichos mandatos genéricos internalizados en el seno familiar (Cragnolino, 2003). En síntesis las investigaciones que utilizan el método de comparación intergeneracional para analizar las trayectorias laborales de género ponen de manifiesto la presencia de una redefinición en relación a la idea que en la familia el varón tiene fundamentalmente un rol de proveedor de los recursos materiales mediante la presencia en el ámbito público, es decir mediante su inserción en el mundo del trabajo, y las mujeres tienen como rol central las responsabilidades del trabajo doméstico (la maternidad, el cuidado de los hijos y la organización del hogar). Esa redefinición propicia habitualmente el despliegue de trayectorias laborales femeninas que incluyen tanto el trabajo doméstico como extradoméstico. Esta situación no significa, sin embargo, que las características de las inserciones de las mujeres hayan mejorado sustancialmente. Como sostiene Abramo (2003) las ocupaciones femeninas continúan teniendo menos prestigio, son peor remuneradas y con-

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llevan menores oportunidades. Las resignificaciones en torno al género y sus consecuencias en el despliegue de las trayectorias laborales femeninas se tornan particularmente evidentes cuando se analizan historias laborales de mujeres pobres que desarrollan desplazamientos geográficos (Balan, 1990; Dandler y Medeiros, 1991; Freidin, 1996; Bucafusca y Serulnicoff, 2005; Magliano, 2007; Curtis y Pacceca, 2010). Los estudios sobre trayectorias de mujeres que desplegaron una migración interna sostienen que la misma se caracteriza por continuas rotaciones entre ocupaciones en trabajos rurales y urbanos constituyen campos de experiencias que propician transformaciones en el significado y el reconocimiento del trabajo. El paso del tiempo y los cambios en las posiciones que la mujer ocupa en el ámbito doméstico y extra-doméstico a lo largo de su vida colaboran en las redefiniciones que realizan respecto del ser mujer y trabajadora (Freidin, 1996). Las resignificaciones identificadas se explican así tanto por la migración interna desplegada a causa de las necesidades económicas como por los distintos roles que la mujer asume en su vida (Betrisey Nadali, 2006). Las representaciones del trabajo van cambiando según las etapas vitales que transitan estas mujeres, pasando de ser jóvenes que migran para trabajar informalmente con la intención de colaborar

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en la economía familiar, a ser esposas y madres que se ocupan principalmente de la organización doméstica, y ante la desocupación o subocupación del esposo, se reinsertan laboralmente de manera inestable y/o circunstancial para ayudar o solventar los gastos familiares. Esta revalorización femenina se despliega a su vez en las trayectorias laborales de las mujeres inmigrantes de países limítrofes. Los estudios que abordan la problemática de estas trabajadoras enfocan la mirada en las causas de los desplazamientos de mujeres paraguayas, peruanas y bolivianas hacia la Argentina y en las particularidades que adquieren sus trayectos laborales (Bucafusca y Serulnicoff, 2005; Magliano, 2007; Courtis y Pacecca, 2010). Estos trabajos estudian al género como categoría estructurante en el proceso migratorio hacia nuestro país, abordando el mismo como una dimensión central para analizar la decisión de migrar, las posibilidades de inserción laboral de las mujeres como empleadas domésticas o trabajadoras rurales, la gestión y el financiamiento del viaje, la instalación en el país de destino, el reenvío de remesas y la reunificación familiar. En este punto resulta necesario hacer una distinción entre la mujer boliviana que habitualmente migra acompañando el desplazamiento de su marido y/o el grupo familiar (Magliaro, 2007; Courtis y Pacecca, 2010) y la mujer peruana o paraguaya quien

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asume en la migración un rol central como gestora de su propia migración, colaboradora en la migración de otra mujer -quedando al cuidado de los hijos de quién migra- o alojando y consiguiendo trabajo para la migrante en el país de destino (Courtis y Pacecca, 2010; Sanchís y Rodríguez Enriquez, 2010). Para paraguayas y peruanas, el “ser mujer” se constituye en un principio organizador central de relaciones y oportunidades en la migración internacional. La decisión de migrar está directamente ligada a la percepción de la mujer de sus responsabilidades como madre, ya sea como proveedora de bienestar material para la familia y/o como responsable de las oportunidades educativas de los/as hijos/as, y es propiciada por redes de parentesco conformadas mayoritariamente por mujeres. El camino laboral desplegado en la nueva sociedad de residencia propicia “cambios en la identidad cultural y de género que traían de sus países de nacimiento, aunque existe cierta preservación de pautas culturales específicas que permean la asignación de roles, expresando en algunos casos una continuidad en las dimensiones de género” (Magliaro, 2007: 12). En esta línea, Caggiano (2003) sostiene que los contextos posmigratorios suelen ofrecer a los migrantes la posibilidad de contrastar sus formas convencionales de percibir y valorar sus experiencias con otras formas de percepción y valoración, y

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que el género, en tanto eje identitario, puede ser significado y experimentado de manera original. Otra problemática que se vincula con las trayectorias laborales femeninas es la relativa a las particularidades que asume el trabajo de la mujer en el mercado laboral y las consecuencias que ésta situación tiene tanto en su percepción del “ser mujer trabajadora” como en el desarrollo de sus trayectorias. Las investigaciones realizadas en este sentido abordan tanto los presupuestos sexuados de las empresas en el reclutamiento y selección de las trabajadoras como las percepciones que éstas tienen de sus posibilidades laborales en el mercado de trabajo, ya sea en el marco del sector formal o informal de la economía (Gallart y otros, 1992; Mauro, 2004; Faur y Zamberlin, 2007; Cutuli, 2008; Longo, 2009). Los condicionamientos impuestos por las empresas a la hora de definir qué trabajos son convenientes y adecuados para cada género constituyen una línea de indagación que ha abordado específicamente cómo el acceso a los puestos y regímenes de reclutamiento y contratación, las lógicas de promoción y ascenso, y las prioridades de capacitación y formación para el trabajo configuran estereotipos de género inherentes a las empresas que regulan la movilidad de las trabajadoras en el mercado, condicionando de este modo sus carreras laborales (Mauro, 2004; Longo, 2009).

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La segregación vertical y horizontal de género en las distintas ramas productivas a las que pertenecen las empresas influye así en las representaciones que tienen las trabajadoras sobre sus posibilidades laborales reales. Las investigaciones muestran por un lado, la existencia de una percepción femenina de cierta segregación de ocupaciones según el sexo, particularmente en los puestos más bajos de la escala ocupacional (que se justifica en las diferencias corporales o culturales entre varones y mujeres) y, por otro lado, que las responsabilidades familiares (asignadas especialmente a las mujeres) operan en diversos sentidos en la desigualdad de condiciones de las trabajadoras (Faur y Zamberlin, 2007). Otros estudios abordan las características de las trayectorias de mujeres que tienen inserciones laborales precarias o informales enfocando la mirada en las transiciones de distintos grupos de trabajadoras pobres y con bajo nivel educativo (Gallart y otros 1992; Cutuli, 2008; Salvia, 2009). En líneas generales estos trabajos exploran las distintas actividades económicas que desarrollan las mujeres indagando especialmente en los obstáculos que enfrentan a lo largo del tiempo para obtener y/o mantener su trabajo y la sobrecarga de responsabilidades que tienen como consecuencia del desempeño combinado de tareas domésticas y extradomésticas. Es en este sentido que Hirata (2001) ha señalado que la flexibilidad

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laboral que se viene implementando desde hace un par de décadas es sexuada, en tanto la flexibilidad interna –polivalencia, rotación, integración de tareas y equipos- concierne fundamentalmente a la mano de obra masculina. En cambio, la flexibilidad externa es obtenida principalmente por la mano de obra femenina y se expresa en empleos precarios, trabajo a tiempo parcial, horarios flexibles, etc. Así, la precariedad e informalidad a las que se ven expuestas las mujeres derivan tanto en una discontinuidad en las posibilidades de inserción laboral como en cambios continuos en la carga horaria laboral y en variaciones permanentes en los ingresos obtenidos, situaciones que conllevan transformaciones en la organización doméstica de sus familias y en sus trayectorias laborales (Gallart y otros 1992; Cutuli, 2008; Salvia, 2009).

Los estudios sobre trayectorias laborales de jóvenes La inserción laboral de los jóvenes es un tema central en las discusiones de la nueva cuestión social. Numerosos estudios se han orientado a reconocer, analizar y problematizar el particular impacto que ha tenido entre las juventudes el proceso de precarización del mercado laboral argentino ocurrido en las últimas décadas. Sin desconocer las diferencias de clase y de oportunidades

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de acceso a la formación, las diversas investigaciones acuerdan que el desempleo y la precarización laboral afectan de manera más aguda a los jóvenes que a otros grupos sociales. Desde la crisis del modelo de “pleno empleo” y el aumento de la desocupación a partir de los años ochenta, la inserción laboral de los jóvenes ha devenido un proceso problemático, asociado a tasas de desempleo que duplican las de los adultos, incluso en los momentos de expansión económica (Jacinto y Chitarroni, 2010; Pérez, 2010).9 En este marco, el especial interés que ha cobrado en el ámbito de las investigaciones sociales el análisis de las trayectorias, vino de la mano de las transformaciones que ocurrieron en el mundo del trabajo de las últimas décadas. En contraposición a los estudios clásicos que analizan la inserción ocupacional desde un punto en el tiempo, la relevancia de estos estudios radica en la perspectiva diacrónica que implementan para comprender la nueva condición juvenil. La introducción de miradas longitudinales sobre la relación con el trabajo se vincula fuertemente a la comprensión de la “inserción” como un proceso.10 Desde este lugar, 9. Según datos de la EPH, en nuestro país el período de reactivación económica durante los años 2003-2006, mostró una disminución general del desempleo, pero al mismo tiempo, evidenció la persistencia del desempleo juvenil comparativamente alto y la baja calidad del empleo entre los jóvenes (Jacinto, 2010). 10. En este punto es importante resaltar que el pro-

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el valor de los estudios que investigan trayectorias ocupacionales juveniles se encuentra en la posibilidad de acceder a un análisis procesual de los recorridos laborales en un determinado tramo de la vida de los jóvenes, centrándose de manera usual en las transiciones de la escuela al trabajo. Dentro del campo de la juvenología, el estudio de las transiciones entre la educación y el trabajo ha ido adquiriendo un lugar importante en las investigaciones sociales de nuestro país, tanto desde enfoques cualitativos como cuantitativos. El desarrollo de esta perspectiva de análisis encuentra como trasfondo los cambios en los procesos de inserción laboral. Durante las últimas décadas del siglo XX, se producen transformaciones culturales y socioeconómicas que tuvieron grandes implicancias sobre los itinerarios que delinean los jóvenes en su entrada al mundo laboral (Miranda, 2006). Como consecuencia de estas intensas transformaciones sociales, se origina una alteración en los modelos de análisis de las transiciónes: se deja de lado pio concepto de inserción ha sido cuestionado a causa de las dificultades para determinar las fronteras de un período que se creía de límites nítidos. Con las transformaciones en curso, se refuerzan las fronteras difusas entre la educación y el trabajo, ganando consenso la teoría de la transición. Sin embargo, “el concepto de transición también tiene sus debilidades en especial cuando se plantea cuál sería el punto de llegada. Por ello, la utilización del plural “transiciones” atiende más a las formas contemporáneas de conformación de las biografías” (Jacinto, 2010: 20).

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los modelos de transición lineales para propiciar un renovado interés sobre las trayectorias juveniles. Durante la mayor parte del siglo pasado, salir de la escuela, ingresar en un empleo y/o continuar estudios superiores, eran hitos de un proceso predecible. En el marco de las profundas transformaciones socioeconómicas y culturales de las últimas décadas, se quiebra el pasaje institucionalizado que marcaba una transición lineal de la educación al trabajo. En este contexto, el ingreso al mercado de trabajo no puede considerarse como un “momento”, ya que es un prolongado y complejo camino hacia un empleo estable, si es que finalmente éste tiene lugar (Jacinto, Wolf, Bessega y Longo, 2005; Jacinto y Chitarroni, 2010). La ruptura de las relaciones directas entre nivel educativo e inserción ocupacional, manifiesta que se está lejos de modelos lineales de paso de la escuela al trabajo, tanto porque ambas etapas pueden convivir temporalmente, como porque sus secuencias son complejas. La multiplicación de maneras con que se realiza la inserción laboral evidencia una diversidad de transiciones, caracterizadas por pasajes reversibles de la ocupación a la desocupación, del desempleo a la inactividad, de un empleo estable a otro en diferentes condiciones y niveles de precariedad, etcétera (Jacinto, 2010). Ante esta alteración de secuencias laborales desvinculadas unas de otras, se desdibujan las certidum-

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bres en torno al trabajo y las formas de pasaje a la vida adulta (Pérez Islas y Urteaga, 2001). Es importante señalar que las múltiples formas de transición de la escuela al trabajo se diferencian por las posibilidades que poseen los jóvenes en relación a una estructura desigual de opciones. Tales opciones se relacionan con los recursos económicos, educativos y simbólicos del núcleo familiar de origen (Otero, 2011; Filmus, Miranda, Zelarayan, 2003). Así las investigaciones que se preocupan por la transición de la escuela al trabajo dan cuenta de cómo se componen los recorridos laborales juveniles, a partir de la descripción de su situación ocupacional y de la indagación de las percepciones que los jóvenes tienen en torno al trabajo. Es importante destacar que dichas investigaciones han abordado el análisis de las trayectorias laborales desde diferentes métodos: se ha utilizado, por un lado, entrevistas retrospectivas (Otero, 2011) y, por otro lado, se ha recurrido a análisis prospectivos mediante el uso de estudios de panel (Longo, 2011). La construcción de tipologías de trayectorias que utilizan estudios recientes, traslucen la complejidad y heterogeneidad en las formas de ser joven, así como también las desventajas estructurales que se inscriben en los diversos recorridos juveniles. Desde esta mirada, las transformaciones estructurales acaecidas en el mercado de trabajo argentino en los últimos años, han pro-

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piciado en los jóvenes pertenecientes a las clases populares el desarrollo de trayectorias laborales precarias e informales, conformadas de múltiples ocupaciones y “rebusques” de escasa calificación. La exclusión o vulnerabilidad laboral de estos jóvenes, que no cuentan con un capital socio-cultural de donde pueda provenir un empleo estable y protegido, refleja una marcada segmentación intra-generacional que se profundiza a causa de las dispares formaciones educativas, a la cual tienen acceso los jóvenes según su condición social (Weller, 2007; Jacinto, 2010; Otero, 2011). Frente a este reforzamiento de las tendencias reproductoras, la educación secundaria pierde valor como protección contra el desempleo y como vía de acceso al empleo de calidad (Jacinto, 2010). Para abordar esta problemática, desde la sociología de la juventud se ha buscado establecer la relación de las trayectorias laborales con otras dimensiones de la vida social, relativas al origen social, la formación educativa, los capitales heredados y adquiridos, los cambios culturales y las oportunidades ofrecidas por el mercado de trabajo. Desde esta perspectiva, la multiplicidad de formas de inserción laboral que desarrollan los jóvenes son el resultado de la combinación dinámica de condicionantes estructurales y elementos subjetivos, que explican los altos niveles de desempleo y subempleo, como también de precariedad e inestabili-

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dad en sus condiciones de trabajo. En este marco, la perspectiva cualitativa de las trayectorias ha venido ganando consenso frente a las transformaciones contemporáneas. Los factores biográficos adquieren un gran peso explicativo a la ahora de comprender la heterogeneidad en la que se desenvuelven los itinerarios juveniles en la etapa actual (Longo, 2010). La revaloración de la dimensión biográfica trasluce la complejidad y variabilidad de recorridos laborales que, lejos de ser lineales, son fluctuantes, personalizados e imprevisibles. Para la comprensión del fenómeno, un conjunto de investigaciones recientes muestra interés en analizar los aspectos subjetivos de la construcción de las trayectorias, habitualmente dejados de lado, ante la primacía que adquirieron las condiciones del mercado de trabajo a la hora de explicar las altas tasas de precariedad laboral de los jóvenes (Jacinto y Chitarroni, 2010).11 El Los trabajos de los últimos años se centraron principalmente en el análisis de la evolución de los indicadores laborales de los jóvenes, brindando información sobre su condición económica construida en base a estadísticas y a su relación con el mercado de trabajo formal e informal. En unos pocos casos, los estudios han abordado las visiones y valoraciones de los jóvenes respecto al trabajo. Este panorama abre un campo de indagación para las investigaciones cualitativas que reconstruyan las trayectorias laborales juveniles, indaguen sobre sus percepciones sobre 11.

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abrupto crecimiento de la pobreza a principios de los años ‘90 confluyó en los primeros estudios sociales específicos sobre juventud y trabajo en sectores vulnerables. En este marco, numerosas investigaciones han indagado acerca de la relevancia que adquieren los factores biográficos en la construcción de las trayectorias, a partir del análisis de los sentidos subjetivos que los jóvenes en situación de vulnerabilidad otorgan al trabajo; se busca conocer los significados que le conceden a sus experiencias laborales y el lugar que éstos ocupan dentro de sus estrategias de inserción (Jacinto, Wolf, Bessega y Longo, 2005; Marín y Gómez, 2009). De este modo, se explican las formas en que los jóvenes se insertan en el trabajo más allá de los condicionantes estructurales, al incorporar categorías de análisis que incluyan dimensiones subjetivas referidas a las expectativas e indaguen acerca de las tomas de decisión(es) a lo largo de diferentes etapas. Por consiguiente, la valoración acerca del trabajo refleja una representación compleja y multidimensional que va modificándose en el transcurso de los recorridos laborales de cada joven según una configuración de experiencias, significados y condiciones objetivas. Desde la sociología del trabajo, los aportes conceptuales y analíticos de los estudios sobre socialización e identidala vida laboral e incluyan en este punto la valoración que establecen respecto del trabajo (Infantino y Peiró, 2009).

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des profesionales en contextos de precarización laboral (Dubar, 1991), han permitido comprender los cambios en las relaciones de los jóvenes con el empleo. En nuestro país, un conjunto de investigaciones ha indagado acerca de la diversidad de sentidos subjetivos que adquiere el trabajo para aquellos jóvenes que sólo alcanzan una inserción laboral precaria, examinando especialmente el peso diferencial que presenta el trabajo como espacio de construcción de identidad (Longo, 2003; Freytes Frey, 2009). Tales estudios muestran el desarrollo de una pluralidad de sentidos en torno al trabajo que vislumbra la diversidad de experiencias laborales que los jóvenes delinean a lo largo de su vida. Para aquellos jóvenes que viven en condiciones de pobreza y desarrollan actividades situadas en el extremo de la precariedad, se evidencia que aunque el trabajo continúa ocupando un lugar central, lo que se ha desdibujado es la posibilidad de desarrollar su sentido simbólico -búsqueda de reconocimiento, gratificación, desarrollo de la vocación-, pasando la dimensión instrumental a ocupar el primer plano. Se establece un vínculo instrumental con el empleo, el cual pierde su fuerza como referente identitario. A su vez, se observa una pérdida del sentido colectivo del trabajo. El mismo aparece como una empresa fundamentalmente individual, orientada a satisfacer necesidades propias o del núcleo familiar más cercano.

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Como se enunció precedentemente, la juventud se representa como uno de los grupos más afectados por la desocupación y la precarización del empleo. En el marco de esta problemática, numerosos estudios abordan en la actualidad la temática de las políticas y de los programas de apoyo a la inserción laboral juvenil. Pese a ello, en nuestro país pocas investigaciones han indagado sobre el pasaje de los jóvenes por dispositivos de apoyo a la inserción.12 Al interior de estos estudios, algunos trabajos se han orientado a analizar la incidencia de los Centros de Formación Profesional en el recorrido laboral de los jóvenes (Jacinto y Millenaar, 2010), otros en cambio han problematizado el papel de las pasantías (Jacinto y Dursi, 2010). Tales líneas analíticas examinan la incidencia que los dispositivos de acercamiento al mundo del trabajo tienen sobre las trayectorias de inserción juveniles. Asimismo, estas investigaciones indagan acerca de cómo el pasaje de los jóvenes por dichos dispositivos (pasantías en el nivel secundario y cursos de formación profesional) va cobrando nuevos sentidos y contribuyen a la construcción de nuevas subjetividades. 12. Entendemos por “dispositivo” al tipo de programa o servicio público orientado a mejorar las oportunidades de inserción laboral de los jóvenes (Jacinto, 2010: 15). En la Argentina, los dispositivos de inclusión laboral juveniles se crearon a principios de los noventa como parte de las políticas activas de empleo para hacer frente al alto desempleo que sufren.

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Desde este lugar, las incidencias de los dispositivos sobre la inclusión laboral posterior son ilustrativas de cómo un diferente punto de partida produce un diferente punto de llegada. Las diversas condiciones institucionales e individuales se traslucen en las distintas modalidades en que se produce la trayectoria laboral ulterior de los jóvenes, que manifiestan tanto el tipo de dispositivo al que acceden como la calidad de su inserción ocupacional posterior. Sin embargo, también aportan a la creación de oportunidades al desarrollar recursos y brindar herramientas para activar su utilización a jóvenes con problemas de empleo. En consecuencia, la incidencia del dispositivo comprende no sólo las posibilidades de acceso a ocupaciones de calidad, sino también las huellas que dejan sobre las subjetividades y los saberes de los jóvenes en torno al trabajo, como son la construcción de un proyecto ocupacional a futuro y la ampliación del capital social. Es importante destacar que el análisis de trayectorias constituye el marco adecuado para examinar la incidencia de los dispositivos, al ofrecer una perspectiva temporal que permite comparar distintos momentos en la trayectoria educativo-laboral del joven. Durante esa transición la capacidad de agencia de los jóvenes sobre su propio recorrido se ve tanto acotado socio-estructuralmente, como favorecido a través de las mediaciones institucionales puestas en juego.

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Reflexiones finales En este trabajo hemos analizado un conjunto de investigaciones realizadas en Argentina sobre trayectorias laborales de mujeres y de jóvenes que aplicaron un abordaje metodológico cualitativo con la idea de desentrañar de qué manera podía el estudio diacrónico de las trayectorias profundizar la comprensión de la vulnerabilidad que experimentan estos actores sociales en el mercado de trabajo. El análisis presentado nos permite sostener que dado que la perspectiva de trayectorias laborales concibe a los actores sociales como sujetos contextualizados biográfica y estructuralmente, la principal virtud que la misma posee para complejizar los estudios de los senderos ocupacionales de los actores sociales escogidos estriba en su propuesta de articulación de elementos subjetivos y objetivos, temporales y espaciales. Las investigaciones analizadas en este artículo muestran así que para comprender la vulnerabilidad que enfrentan las mujeres y jóvenes en el mercado de trabajo se torna propiciatorio reconstruir la combinación diacrónica del marco contextual y las decisiones subjetivas que van construyendo a lo largo del tiempo y el espacio. En particular, los estudios sobre mujeres permiten observar que las primeras representaciones de género ligadas al universo de la socialización primaria de la mujer se articulan a lo largo del

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tiempo con las actividades, las estrategias laborales y los acontecimientos externos (Nicole-Drancourt, 1992), propiciando una resignificación de las mismas que puede a la vez condicionar cambios en sus trayectorias laborales. La conjunción de la mirada femenina respecto a la vida doméstica y extradoméstica -que es a la vez el resultado de una construcción individual, social e histórica-, las distintas decisiones y resignificaciones que la mujer va construyendo en el camino y la recurrente discriminación sexuada que debe enfrentar en el mercado laboral se fusionan condicionando el despliegue de sus trayectorias. La articulación de estas dimensiones de manera diacrónica muestra sin duda un conjunto de elementos que son importantes considerar para comprender en profundidad el proceso constante de vulnerabilidad que experimentan en el mercado de trabajo. La literatura analizada sobre jóvenes, por su parte, puso de manifiesto el proceso de inserción ocupacional de los jóvenes y las complejidades que enfrentan en su tránsito debido a la alternancia entre períodos de desocupación, empleos precarios y pasantías que sufre particularmente este grupo etario, en razón de las adversidades de los condicionamientos sociales y contextuales del mercado laboral. Pero, a su vez, develó las decisiones y elecciones que configuran las particularidades que adquieren las trayectorias laborales juveniles. Desde este lugar, las investigacio-

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nes seleccionadas posibilitaron desentrañar la multiplicidad de formas con las que los jóvenes se relacionan con el mundo del trabajo, dando cuenta de la diversidad de transiciones y experiencias posibles. Así, las investigaciones sobre jóvenes permiten dar cuenta que el análisis conjunto de dimensiones estructurales y biográficas en forma diacrónica presentan una serie de elementos que deben ser considerados para comprender y desentrañar la vulnerabilidad que dicho grupo experimenta en el mundo laboral. A modo de cierre, queremos señalar que los estudios sobre trayectorias laborales nos permiten comprender la heterogeneidad de concepciones existentes sobre el hecho de ser mujer trabajadora o joven trabajador/a y nos brindan la posibilidad de analizar cómo estas representaciones son puestas en juego en los distintos momentos de las trayectorias. Asimismo propician la observación de la multiplicidad de factores externos que intervienen en una biografía, y cómo dichos factores se van entrelazando en los recorridos laborales. De esta forma, hablar de trayectorias laborales de mujeres y de jóvenes significa hablar de las representaciones y las decisiones que éstos van tomando en su camino ante la situación del mercado laboral en el que se insertan, en su vida doméstica, en los grupos sociales con los que se relacionan y en las instituciones en las que desarrollan sus actividades.

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La persistencia de la informalidad en la post convertibilidad. De (in)satisfacciones, ocupación full time y adecuación al contexto1 Sandra Guimenez2

Resumen En el presente artículo se aborda la persistencia de relaciones laborales informales en la Argentina actual. Particularmente, aportamos una descripción de aspectos relacionados a la informalidad que coadyuvan a comprender las implicancias de este tipo de inserción laboral para los sujetos, los cuales no han sido frecuentemente recurridos en los estudios sobre tal fenómeno como por ejemplo, los grados de (in) satisfacción con la tarea que se realiza y los usos del tiempo de trabajo y no trabajo. Palabras claves: “trabajo informal”, “satisfacción”, “uso del tiempo”

Abstract This article discusses the persistence of informal labor relations in Argentina today. In particular, we provide a description of the informal aspects which help to understand the implications of this type of employment for the subjects, which have often been challenged in studies of this phenomenon such as the degrees of (in) satisfaction with the task being performed and the use of time working and not working.

Key words: informal work, satisfaction, time use

1. Este artículo presenta brevemente algunos de los tópicos abordados en la tesis de doctorado de la autora titulada “Condiciones laborales en el capitalismo actual en la Argentina. Fragilidad de las relaciones laborales y el problema de la autonomía de los trabajadores/as”, presentada y defendida en el año 2010 en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. 2.Doctora en Ciencias Sociales. Docente de la Carrera de Sociología de la UBA.

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Introducción El espacio del mundo del trabajo considerado informal es profusamente heterogéneo en el sentido que pueden ser y son consideradas “informales”, una variedad de posiciones laborales suficientemente amplia que incluye desde trabajadores que, a primera vista, podrían clasificarse como independientes, pero que en verdad, están empleados de forma más o menos permanente por un tercero cuya unidad económica suele desempeñarse en un marco de informalidad, hasta trabajadores que desarrollan algún trabajo bajo la forma de autoempleo de sobrevivencia, pasando por trabajadores de oficio. Esta heterogeneidad se refleja en la disímil cantidad de horas trabajadas, en la cantidad de ocupaciones que deben sostener los trabajadores y en los niveles diferenciados de ingresos, productividad y capital físico, social y cultural de que disponen en relación a los trabajadores insertos formalmente. La perspectiva analítica que asumimos para analizar las relaciones laborales informales, comprende a éstas dentro de lo que consideramos como relaciones laborales precarias. Para entender la precariedad, tomamos la definición de Adriana Marshall (1990) de “empleo incierto” para identificar aquella relación laboral que descansa en una situación de continua incertidumbre para el trabajador en relación a la duración del empleo; relación y

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condición que, por otra parte, se ha visto obligado a aceptar. Así, entendemos a la precariedad y dentro de ésta a la informalidad, caracterizadas como lazos contractuales inestables, frágiles, inseguros e inciertos, y consideramos importante incluir para una más acabada comprensión del fenómeno, los efectos prácticos y simbólicos que dicha situación de inestabilidad implica. Aspectos como la satisfacción con la tarea, la concreción de un proyecto de vida, la planificación presente y futura de la vida personal y familiar, las aspiraciones personales, son – a nuestro entender- claves que deben formar parte de su definición. Estos aspectos no han sido tomados en cuenta en los estudios ni sobre precariedad, ni particularmente sobre la informalidad, por lo que nos resultó interesante dentro de la amplia gama de temas en que un abordaje sobre esta cuestión podría tener, aportar algunos tópicos sobre las consecuencias que conlleva para los sujetos la inserción en relaciones laborales de este tipo. La existencia de relaciones laborales informales puede verificarse en Argentina desde mediados de la década de los `60, aunque las características del sector no homologaban el comportamiento de la informalidad en otros países latinoamericanos. Es a partir de las reformas estructurales implementadas en el año 90, en que no sólo el sector informal experimenta un crecimiento muy considerable, sino que además se

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“latinoamericaniza”, estructurándose o consolidándose como sector refugio para aquellos trabajadores que no son absorbidos por el sector formal de la economía. Consideramos que, además, el ciclo neoliberal contribuyó a producir culturalmente una nueva normalidad en relación al hecho de tener trabajo, que llevó a los sujetos a intentar insertarse/ mantener un empleo a cualquier costo y condición sin importar demasiado los términos en que esa relación de empleo se desenvuelve. Es decir, a través de las reformas estructurales se llevaron a cabo medidas particulares sobre el mercado de trabajo que apuntaron a instalar la flexibilidad del trabajo. Esto último, nos despertó el interés por indagar entre aquellos trabajadores que se insertaban en relaciones laborales informales la manera en que viven la vinculación lábil con el mundo de trabajo, qué percepciones construyen a partir de su situación en torno al trabajo en tales términos, qué identidades se forjan en tal proceso y las implicancias que a nivel subjetivo ello ocasiona. El desarrollo de estos aspectos dan forma al objetivo central de este artículo que reside en ampliar la mirada sobre los efectos que la relación laboral informal plantea para los trabajadores. El supuesto que subyace es que dicha inserción implica para esos trabajadores – a diferencia de los trabajadores que se insertan formalmente- una dedicación a tiempo completo al trabajo y que

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ello deriva en una dificultad manifiesta para realizar actividades que no tengan que ver estrictamente con el trabajo; lo que en definitiva deviene en un borramiento de las fronteras entre el tiempo de trabajo y el de no trabajo. Ambas cuestiones: la dedicación y disposición full time a trabajar, así como la falta de tiempo e interés en desplegar actividades de esparcimiento y recreativas, redunda también en un retraimiento respecto de sus proyectos de vida. La información y análisis que aquí presentamos la obtuvimos a partir de una serie de entrevistas mantenidas con trabajadores3 que se insertaban laboralmente en condiciones de informali-

3. Nuestra tesis de doctorado se alimentó para el caso de trabajadores insertos en relaciones laborales informales, de la información recogida en el marco del Proyecto Ubacyt “Política social, condiciones de trabajo y formas de organización socio-política”, del cual esta autora formaba parte. En el marco de ese proyecto, durante el año 2005 se llevó a cabo un trabajo de campo que consistió en la realización de entrevistas a trabajadores de diferentes condiciones laborales. Entre las personas que fueron entrevistadas en esa investigación, se contaban algunas que podían considerarse casos testigo de la “precariedad típica”, definición que utilizamos en la tesis referida para aludir a los trabajadores que se desempeñaban bajo condiciones de informalidad. Esas personas se hallaban localizadas en la Ciudad de Buenos Aires y en el Conurbano Bonaerense y fueron entrevistadas largamente a través de un cuestionario que indagaba sobre aspectos del trabajo, la vida familiar, el cuidad de la salud y el uso del tiempo.

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dad en el año 20054. Si bien el contexto económico-social y político-cultural del momento en que se realizaron dichas entrevistas es diferente al actual, la persistencia de un porcentaje de informalidad aún importante, permite validar el aporte que realizamos en este artículo, en razón de que si bien el contexto laboral es más fructífero que en aquel momento, las implicaciones subjetivas a que hacemos referencia pueden mantenerse vigentes. Proponemos una serie de conceptos que el trabajo empírico nos permitió delinear que consideramos relevantes y pertinentes en términos epistemológicos, aún a pesar del tiempo transcurrido.

1- El abordaje académico sobre la informalidad

El trabajo se estructura de la siguiente manera: en el primer punto traemos algunas referencias bibliográficas en relación a la informalidad que permiten destacar su importancia como fenómeno social. En el punto siguiente, se comentan algunos aspectos particulares sobre la informalidad en nuestro país, que ponen en perspectiva la necesidad de estudiar una problemática que permanece vigente. En el tercer punto nos adentramos en el análisis de las entrevistas realizadas, haciendo foco particularmente sobre la (in) satisfacción con la tarea que ponían de manifiesto los entrevistados y sobre los usos del tiempo que desplegaban estas personas. Por último, trazamos algunas líneas a modo de conclusión.

El fenómeno de la informalidad laboral no es exclusivo de Argentina sino que ha sido característico en toda la región latinoamericana. En ésta, dicho fenómeno social es de larga data, pudiéndose rastrear sus orígenes allá por los años sesenta. Ya en aquel momento, los puestos de trabajo generados en el sector informal de la economía se hallaban considerablemente extendidos en el mercado de trabajo, por lo que los análisis del campo académico buscaban explicaciones a la problemática. Así, la atención de los especialistas se dirigía hacia la existencia de una elevada proporción de la población activa que se encontraba por fuera de los beneficios del desarrollo económico. Es decir, existía un conjunto no menor de trabajadores que permanecía al margen del sistema productivo formal y, por lo tanto, de las protecciones sociales que un puesto de trabajo protegido y estable deparaba. La búsqueda de explicaciones de este fenómeno ampliamente extendido por el continente latinoamericano, entonces, dio lugar a distintas teorías. La primera de ellas fue la efectuada por DESAL (1965; 1969; Cabezas, 1969; Giusti, 1973; Vekemans, 1970), cuya línea teórica se inscribía en la teoría de la modernización5 y la cual se apoyaba en

4. Se entrevistaron a diez personas, 4 varones y 6 mujeres.

5. En Argentina, Gino Germani (1962) es exponente de esta corriente.

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gran parte en la teoría rostowiana (Rostow, 1960). La teoría desaliana concebía a la sociedad escindida en dos sectores: uno “tradicional”, y otro “moderno”, y sostenía que en el marco del proceso de modernización de la sociedad, los flujos migratorios del campo a la ciudad producían desajustes de “asimilación urbana”. Por esa razón, esta teoría proponía identificar a los individuos que, por sus valores tradicionales, no se integraban al proceso modernizador y quedaban “marginales” al mismo. Frente a esa mirada, surgió otra lectura desde el marco teórico marxista. La teoría de la marginalidad económica –que contó con exponentes como José Nun y Anibal Quijano–, según la cual la causa de dicha situación residía precisamente en las características del “modo de producción capitalista”, que generaba excedente de fuerza de trabajo bajo la forma de “una masa marginal”. De acuerdo con Nun (2003) en el caso de los países latinoamericanos, existía una masa de trabajadores que era población excedente y por lo mismo, no necesaria para el proceso de acumulación de capital: es decir, era marginal al mismo, en tanto tal categoría aludía a las “relaciones entre la población excedente y el sistema que la origina y no a los agentes” (Nun, 2003: 256). La condición de marginalidad residía en la inserción de estos trabajadores en las relaciones de producción capitalistas y en la imposibilidad de vender su fuerza de trabajo. Respecto a si el conjunto de población

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excedente era marginal, Nun señalaba una distinción de aquélla por su carácter funcional, afuncional o disfuncional. Claramente, en relación a la población funcional, el autor afirmaba que ese conjunto se constituyó en la reserva de fuerza de trabajo y, por lo tanto, cumplía un papel de disciplinamiento para los trabajadores activos; en ese caso, no eran marginales ellos ni su papel. A su vez, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) desarrolló en los años setenta la perspectiva del Sector Informal Urbano (SIU), más como categoría empírica que como categoría conceptual. De acuerdo a la visión dualista de la OIT de aquellos años, existía un sector de subsistencia –“atrasado”– y otro sector capitalista –“moderno”– (Tokman, 1979 en Cortés, 2003). En el marco del Programa Regional de Empleo para América Latina (PREALC, 1979), se realizaron algunos desarrollos de índole teórico para dar cuenta de las desigualdades de los mercados de trabajo latinoamericanos que, de alguna manera, superaron la visión dualista de la OIT de los años setenta. Desde este enfoque, se señalaba que el proceso de desarrollo de América Latina se caracterizaba por un escaso ritmo de creación de puestos de trabajo productivos. Dicha insuficiencia encontraba explicación en la utilización de tecnologías inapropiadas para la realidad latinoamericana, las cuales demandaban una reducida fuerza de trabajo en un momento en el que aumentaba

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aceleradamente la oferta laboral y se registraban incesantes procesos migratorios del campo a la ciudad (Gutiérrez Ageitos, 2007: 40). Aunque la actividad industrial experimentaba en ese momento un desarrollo considerable en la región, no alcanzaba para absorber la totalidad de la fuerza de trabajo por lo que un sector creciente de la PEA se “refugiaba” en el sector informal urbano (Giosa Zuazúa, 2005) que, por otra parte, no podía permanecer desempleada frente a un seguro de desempleo que fue, si no inexistente, cuando menos poco desarrollado6. Hacia fines de los años setenta y principios de los ochenta, surge en esta discusión otra corriente de corte neo marxista, de la cual Portes constituye uno de sus principales exponentes. Ese enfoque caracterizaba la informalidad como actividades que funcionaban fuera del mecanismo de regulación o de protección estatal, como resultado último de la nueva división internacional del trabajo. Para Portes, el sector informal urbano no sólo no constituía un fenómeno nuevo, sino que tampoco representaba un residuo de los modos de

producción capitalista. Distanciándose de la definición dual de PREALC/ OIT, asumía a la economía de manera unificada, de tal forma que la economía informal ofrecía a las empresas del sector formal/moderno la posibilidad de reducir costos de producción por medio de la subcontratación de pequeñas empresas que tenían a sus trabajadores en situaciones precarias7. En términos operacionales, este enfoque incluía a los trabajadores independientes y sus familiares “así como a asalariados cuyos empleadores no respetan las regulaciones laborales, independientemente de la escala, nivel de productividad o capacidad de acumulación de la unidad productiva”8 (Gutiérrez Ageitos, 2007: 41). Hacia mediados de los años ochenta, se suma a estos distintos análisis, la perspectiva neoliberal, que considera que las actividades informales se reproducen como resultado de la excesiva regulación del Estado que oprime y traba el libre desarrollo del mercado. Se concibe al informal como un actor que porta un capital humano que le permi-

6. Por ejemplo, para el caso argentino el modelo de pleno empleo fue asumido como una característica propia del proceso económico, por lo tanto, históricamente, no se contó con un seguro de desempleo, ni se construyó un sistema de políticas activas de empleo. Sólo existió la contratación de mano de obra excedente por el sector público, pero, no se trató de una política formal sino más bien anárquica (Lo Vuolo y Barbeito, 1998).

8. Este enfoque dio lugar a una clasificación de la informalidad en tres tipos: economías informales de subsistencia (producción directa o venta en el mercado para la subsistencia), economías informales de explotación dependiente (búsqueda de flexibilidad gerencial y reducción de costos laborales) e informales de crecimiento (pequeñas empresas sustentadas en sus relaciones solidarias y bajos costos) Portes (1999) en Gutiérrez Ageitos, 2007: 41.

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7. Con pagos de mínimos salarios y evadiendo a la seguridad social entre otras privaciones.

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tiría competir en el mercado, pero que debido a aquella excesiva intervención estatal, no logra desarrollarse. La informalidad sería consecuencia de que el cumplimiento con las reglamentaciones, acarrea un costo más alto que los beneficios esperados de la actividad (De Soto: 1987).

2- Algunas notas sobre la informalidad argentina En nuestro país, el sector denominado informal presentó características de funcionamiento considerablemente estables en el período que va desde la posguerra hasta la década de los ochenta, exhibiendo una productividad discreta, ingresos adecuados para los trabajadores, porcentajes no muy elevados de subocupación y antigüedades relativamente estables en el puesto de trabajo. Durante la década de los ochenta -momento de grandes desequilibrios macroeconómicos- esta especificidad argentina comienza a mutar, y la informalidad adquiere características más acordes a aquel proceso “típico” propio de los países latinoamericanos, antes mencionado de “actividad refugio”9. 9. La problemática del mercado de trabajo en Argentina, así como el aumento de la informalidad y la precariedad ha sido abordada por distintos autores de nuestro país. Entre otros mencionamos a Orsatti y Beccaria, 1988; Torrado,

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Dadas estas particularidades más latinoamericanas, es que históricamente esas relaciones laborales han sido identificadas como “precarias”, tanto por el mundo académico como por las autoridades políticas de gestión, principalmente en virtud del carácter de vulnerabilidad al que quedan sujetas las personas insertas en tales relaciones. Adicionalmente, puede señalarse que las condiciones macroeconómicas impulsadas bajo el paradigma neoliberal, contribuyeron a profundizar aquellas características de vulnerabilidad y precariedad de las condiciones y posiciones en el sector: más precarias son las condiciones de acceso y participación, y mayor la cantidad de población que progresivamente tiende, ya no a refugiarse temporariamente, sino a establecerse por tiempo indefinido en tal tipo de relaciones laborales. En el año 2003, las probabilidades que tenía un trabajador de este sector de insertarse en un empleo estable era 4 veces inferior a la de un trabajador del sector formal; en 2006 esa brecha había sufrido un incremento de casi un punto porcentual. En términos de ingresos, dicho segmento percibía en 2003 una remuneración horaria 37% inferior a la de un trabajador inserto en la formalidad, en tanto que en 2006 esa diferencia se elevaba a 44% (Simel, 2007). Es decir, la inserción en el mercado informal de trabajo implica para dichos trabajadores una 1992; Monza, 1993; Beccaria y Lopez, 1996, Lopez y Romeo, 2005.

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situación de vulnerabilidad y fragilidad de sus condiciones de vida, tanto en términos materiales como simbólicos. Es de destacar que, en estos últimos años (el período que se extiende desde 2003 a la actualidad), el porcentaje de trabajadores informales se ha reducido notablemente, aunque aún persiste un porcentaje importante que no responde de manera elástica a la evolución de las variables macroeconómicas y que ronda actualmente el 34% (`Página 12, marzo de 2012). Dicha persistencia conforma un desafío para las políticas públicas de empleo, a la vez que justifica la profundización de su estudio y análisis, principalmente porque se hallan peor posicionados que los trabajadores formales.

3- Implicancias subjetivas de la informalidad El análisis que presentamos a continuación, se apoya enteramente en la materia prima discursiva que proporciona la realización de un extenso trabajo de campo que efectuamos para nuestra tesis de doctorado (en la cual no sólo incluimos trabajadores informales). De esta manera, presentamos los resultados de un grupo de casos que seleccionamos por su significación, en tanto concentran una serie de rasgos que los constituye en “paradigmáticos” respecto de la vida en la informalidad. A través de esos distintos testimonios 90

(directos e indirectos), pretendimos “capturar lo que Nun (1987 y 1991) denomina dialéctica de estructuras y estrategias, poniendo en relación “condiciones” (objetivas y exteriores a la voluntad de los sujetos) y “experiencia”, socialmente constituida” (Danani, 1996), enfocándonos en relaciones laborales establecidas predominantemente en condiciones de informalidad. A continuación presentamos algunas de las dimensiones en que concentramos el análisis y que nos permiten trazar un mapa más claro de la posición que estos trabajadores adquieren en relación al carácter informal de su inserción, hecho éste que permea sus vidas restándoles autonomía para la dedicación de sus vidas a otras cuestiones más allá del trabajo. 3.1.- Trabajo informal y satisfacción

Para introducir el tema de la “satisfacción” debemos hacer mención a que en la investigación que realizamos para nuestra tesis, este aspecto lo trabajamos asociado a la definición de “proyecto de vida”, al cual definimos como un horizonte trazado imaginariamente en relación a metas, deseos y aspiraciones al que se pretende arribar en algún momento de la vida. Una primera cuestión que hallamos en la narrativa de estos trabajadores, es que el hilo conductor de sus vidas estaba signado en mayor medida por la imposibilidad (objetiva en general a quienes debemos vender nuestro trabajo) de manifestarse y pensarse si no es

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en relación al trabajo. Tal imposibilidad se presentaba en los argumentos y en las prácticas como su reverso, como la posibilidad –a través del trabajo- de alcanzar cierto bienestar y la satisfacción de las necesidades propias y de la familia. Sin embargo, no es la pura sobrevivencia o la simple necesidad el argumento primordial que refiere y sostiene al trabajo como esqueleto de estos proyectos de vida. La normalidad en esta sociedad en la que vivimos actualmente, se halla caracterizada por la disposición y voluntad de las personas a vender su fuerza de trabajo y obtener por ello un ingreso que permita acceder a distintos bienes y servicios. Ese acceso y realización brinda a la persona un primer nivel de satisfacción, aunque ésta no se agota únicamente en ello ni encuentra explicación sólo en ello. Cuándo, cómo y por qué una persona alcanza algo parecido a un nivel de satisfacción consigo mismo y con su vida, varía ciertamente según los distintos lugares sociales que ocupan y también según las aspiraciones y expectativas. En función de ello decimos que no existe una medida justa, objetiva y unívoca respecto de tal satisfacción. En nuestra sociedad actual, se halla enraizada la construcción del trabajo como la palanca que posibilita cierto ascenso social si se pone empeño y esfuerzo en ello, conjuntamente con la expectativa de una recompensa posible, por lo menos si no para el traba-

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jador en su presente, para los hijos en el futuro. Ahora bien, cuando en la vida no se hizo otra cosa más que trabajar, cuando se realizaron sacrificios en pos de las recompensas que el mismo traería en el futuro, la percepción y esperanza de ayer se transforma en la decepción de hoy, cuando el deterioro y precariedad de las condiciones de trabajo y de vida deja la concreción de los proyectos al azar de los avatares económico-sociales. Es así que se opera un nivel de insatisfacción con lo que efectivamente resulta, que hemos denominado “insatisfacción por expectativas”. La expectativa construida en torno al trabajo como tendiendo un puente entre el progreso personal en el presente y garantía para alcanzar una estabilidad y goce futuro, colisiona cuando ese futuro se realiza en un contexto socio-político y económico cultural que no es estable, sino que se transformó en una arena movediza más que en un camino asentado y seguro. Y no estamos diciendo con ello, que el trabajo era o fue por un tiempo un puente seguro e inamovible, aunque sí destacamos que durante unas pocas décadas atrás acercó bastante esa posibilidad de mejora de las condiciones de vida, como resultado de fuertes intervenciones institucionales llevadas a cabo por el Estado. Dicha intervención mejoró considerablemente la situación de los trabajadores y aunque ello no se extendió por un largo tiempo, es de resaltar que para

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las generaciones hoy adultas, quedó impresa simbólicamente la expectativa de que era posible alcanzar un futuro mejor para todos si había sacrificio a través del trabajo. Así, en algunos de nuestros entrevistados la insatisfacción se halla relacionada con lo que se esperaba que el trabajo brindara y no brindó; se evidencia que luego de años de resignaciones y puro trabajo no se logra alcanzar la posición social esperada/proyectada, la cual devendría en relación proporcional al esfuerzo realizado en la juventud. Entonces, la “insatisfacción por expectativas” se hace evidente y pone en cuestión las certezas que se tenían y que acompañaron la práctica tantos años. Esa insatisfacción socava doblemente la vida: por un lado, el mundo que se había construido imaginariamente no es aquel que se esperaba y, por otro lado, la vida que está por venir se torna incierta en tanto la práctica ensayada tanto tiempo no dio el fruto esperado, por lo que hay que barajar y dar de nuevo. La insatisfacción que deviene de realizar una actividad laboral que no es totalmente del agrado personal, nos permite aludir a otro nivel de insatisfacción que surge en los testimonios y que denominamos “insatisfacción por no realización”. Además de reconocer en el trabajo un medio de vida y de posibilidad de progreso, las personas esperamos poder desplegar a través de él nuestras capacidades, demostrar lo que sabemos

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hacer y “lo que somos capaces”. En ese sentido, la realización por el trabajo implica que su ejecución no es sólo “sacrificio”, sino también la posibilidad de demostrarle a la sociedad y sí mismos el propio potencial. La “insatisfacción por no realización”, alude al desagrado e incomplacencia que proviene de no poder desarrollar, agotar, explotar y demostrar todo ese potencial que se considera aún inexplorado. En algunos de los trabajadores entrevistados, detectamos que las personas se emplean en los puestos de trabajo que logran conseguir, no pudiendo elegir y desarrollar aquella actividad para la que se consideran más preparados, lo que se suma a un contexto laboral más exigente que torna inviable la oportunidad de poder explotar ese potencial. Así, la “insatisfacción por no realización” se torna en desaliento y frustración. Este tipo de insatisfacción fue mayormente expresado por trabajadores de mediana edad que contaban con una trayectoria laboral de larga data, y que, en las condiciones económico-sociales en que los entrevistamos no visualizaban como posible cambiar de actividad según su gusto sino dispuestos a adaptarse a ese contexto. Y podríamos agregar que, la actual recuperación de los indicadores del mercado de trabajo, no alcanza para incorporar a estos trabajadores informales de manera formal y haciendo uso de sus saberes. Porque si bien hay una recuperación general, es evidente que el mercado de trabajo se ha vuelto más exigente en cuanto a

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la formación, preparación, etc., por lo que estos trabajadores que llevan toda su vida en la senda de la informalidad no reúnen los requisitos que el mercado demanda. Hemos hallado también que para aquellas personas cuya situación económica y de vida llegó a ser desesperante en los años 2001-2002, frente a lo cual ensayaron opciones para obtener ingresos que nunca hubieran imaginado (como dedicarse al cartoneo), “se encontraron a si mismos” en el sentido de que descubrieron que podrían afrontar cualquier situación y cualquier trabajo para salir adelante. Así, esas personas trazan un umbral elevado de satisfacción con la situación que vivían cuando los entrevistamos. Esta situación la denominamos “satisfacción por potencialidad”, en términos de que se reconocen satisfechos consigo mismos, por hallarse capaces y encontrar la manera de enfrentar dignamente la pobreza. Una situación límite, desesperante, que contribuye a develar elementos que quizás se desconocían como propios o cuanto menos, que no habían tenido necesidad de desplegar. Hallamos otro plano de análisis en relación a la satisfacción, en el cual se visualiza que, dando por descontado que hay que trabajar para proveerse de los medios de vida necesarios, el nivel de satisfacción emana de la posibilidad de lograr aspiraciones de otro orden. En relación a ello, encontramos dos niveles diferenciados de satisfacción.

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Para analizar el primero de ellos que denominamos “satisfacción por el buen hacer”, traemos a Sennett quien aporta una definición amplia de “artesanía”, la cual nos permite comprender lo que sienten esos trabajadores cuando refieren a su satisfacción al concluir su trabajo cotidianamente, “su obra”. Sennett sostiene que en el trabajo artesanal se pone el énfasis en la “objetivación” que refiere a aquella dimensión de “una cosa hecha para que importe por sí misma”. Es ese espíritu de objetivación que se puede verificar incluso en trabajadores que no hacen un trabajo cualificado, se sienten bien consigo mismos por el resultado de su trabajo, en tanto el eje estuvo puesto en una ejecución bien realizada por más simple o sencilla que ésta pueda resultar. Y sin idealizar esta práctica, lo que resalta es la habilidad puesta en hacer algo bien hecho que, a su vez, se mide con un patrón concreto e impersonal (Sennett, 2008: 92-93). Así, entre nuestros entrevistados, algunos manifestaban sentirse muy conformes con el trabajo que realizaban, rescatando de su oficio el aspecto más concreto que poseía, en tanto una vez finalizado el resultado de su obra se podía ver y palpar. Esta concretitud bien hecha es construida con un doble efecto positivo: mejora la vida de quien encargó y pagó por el trabajo, y provee de satisfacción al propio trabajador, en tanto allí queda objetivado lo que es capaz de hacer en su condición de hombre.

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Asimismo, identificamos otro nivel de satisfacción que denominamos “satisfacción por realización”, para aludir a aquella situación en la que el trabajador realiza una actividad que le resulta placentera, que incluso la puede planificar, e introducir los cambios que considere convenientes. Este tipo de satisfacción, resultó evidente en trabajadores que desarrollaban su trabajo de manera independiente, sin patrón aunque en condiciones de informalidad. La situación de precariedad en que realizan su trabajo en una pequeña unidad económica informal, no parece constituir un obstaculizador de su potencialidad en tanto sujetos. Más bien parecían hallar en esta situación la ventaja de moverse solos. Lo interesante en estos relatos, fue deconstruir que la permanencia en la situación de informalidad resultaba ser una elección de la propia persona que se justificaba en tanto no había otros alicientes (en el sector formal) que las llevaran a buscar otros horizontes (como el de buscar un trabajo en condiciones de formalidad).

3.2.- Trabajo informal y usos del tiempo

La idea de un tiempo de no trabajo, de un tiempo destinado al descanso como momento indispensable para la vida humana, ha formado parte a lo largo de la historia de distintas reflexiones filosóficas, religiosas y políticas. En ese transcurso, la manera de concebir tal “tiempo de no trabajo” fue sufriendo

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variaciones en cuanto a su contenido ideológico y en cuanto a los alcances sociales y políticos establecidos por cada sociedad. Si bien en este artículo no ahondaremos en esta cuestión por problemas de espacio, diremos que en la modernidad capitalista se fue configurando una división del tiempo cotidiano de los trabajadores separado en tres grandes momento, uno para trabajar, otro para descansar y un tercero para el esparcimiento10. Según Angel (2001), estos dos últimos debieron subsumirse a la lógica del capital en función de adaptarlos y sujetarlos al tiempo de trabajo y terminaron fusionándose en un solo tiempo, el de “no trabajo” y que a partir de esa fundición es que cobra vida la noción de “tiempo libre”. En el largo proceso de desarrollo productivo y tecnológico se produjo la separación entre el tiempo de trabajo y el tiempo de no trabajo, esfera ésta última a la cual se circunscribe el tiempo dedicado a la familia y los pasatiempos, aunque como señala Angel (2001), ese tiempo se halle subsumido por las necesidades del capital, lo cual pone en cuestión la denominación corriente de “tiempo libre” dado que éste incluye trabajo de reproducción. En los últimos treinta años, no sólo las reformas de cuño neoliberal en las relaciones laborales y las políticas sociales, sino también las transformaciones de 10. Para profundizar este tema se sugiere consultar Angel, 2001.

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orden cultural, dieron lugar a cambios profundos en los modos de vida. En ese proceso de transformación, la separación de las esferas pública y privada comenzó a manifestarse de manera más difusa; en tanto las mutaciones en el mundo del trabajo (como la creciente informalidad y el desempleo), la insuficiencia de ingresos e incluso las nuevas estrategias de gestión del trabajo en algunos sectores productivos y de servicios, impactaron material y culturalmente en los modos de trabajar y en los modos de vivir la vida. La apropiación y reproducción de esas transformaciones ha implicado cambios en el cómo se trabaja, en cómo se organiza la vida cotidiana propia y de la familia. Al no estar tan claramente definidos el cómo, el dónde y el cuándo, o al estar definidos de manera diferente a las pautas vigentes décadas atrás, las vidas de las personas se encuentran orientadas, mayormente por la disposición a trabajar y (más) supeditadas de alguna manera a esos dónde, cómo y cuándo del trabajo. Así, en algunos sectores de actividades y para algunos sectores sociales, esa mutación se traduce en un disgregamiento de las fronteras que delimitan dónde comienza y cuándo termina el “trabajo” de carácter remunerado. Dadas esas condiciones de precariedad, esos trabajadores desenvuelven sus vidas de una manera que no responde a la clásica separación entre tiempo de trabajo y de no trabajo; ya que las condiciones que caracterizan sus ocupacio-

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nes constriñen o limitan el desenvolvimiento de ese tiempo/espacio fuera del trabajo. Es en este sentido que nos interesaba explorar acerca de los usos del tiempo de no trabajo entre los trabajadores informales bajo la presunción de que las características de su inserción laboral obstaculiza por lo menos la utilización de ese tiempo “ocioso”. Una primera cuestión que resaltamos es que, dado que los proyectos de vida de estos trabajadores informales están mayormente orientados a sostener un empleo para obtener ingresos, adquieren relevancia significativa las responsabilidades familiares y el lugar otorgado a ellas. El peso práctico y simbólico de esa responsabilidad no es menor, ya que conduce a que estos hombres y mujeres –en su mayoría-, ocupen gran parte de su tiempo en articular las acciones que les permitan cumplir satisfactoriamente con las mismas. La magnitud que adquiere esta cuestión en la vida de estos trabajadores, deriva en una “disposición” full time al trabajo, ya sea para desarrollarlo o para buscarlo. Las condiciones laborales y de vida a que se hallan sujetos orienta la organización de sus rutinas del día a día hacia aquella disposición, por lo que el tiempo dedicado al trabajo, a buscarlo o a esperar que surja, subordina el tiempo de descanso y recreación. Aún cuando no trabajen una gran cantidad de horas, las características de esas

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condiciones laborales y de vida transforma su disposición en full time y, por lo tanto, su preocupación por la reproducción impide desde un punto de vista práctico y cultural, el uso del tiempo en otros órdenes de la vida no laborales. Lo que acabamos de decir, se entiende además si destacamos otros elementos que hacen a la especificidad que conlleva desempeñarse en el sector informal de la economía. Así, por un lado, resalta la sobrecarga de tareas de quienes se hallan ocupados en distintos ámbitos laborales; no sólo los reducidos ingresos (que generalmente son más bajos que los que perciben los trabajadores insertos en el sector formal11), sino también la probable intermitencia en los empleos lleva a que estos trabajadores informales “estén obligados” de alguna manera a tomar los trabajos que surjan y a sobrecargarse para cubrir las necesidades y, si es posible, guardar un resto para los momentos de estancamiento. Por otro lado, la intermitencia propia de estos empleos conduce a estar pendientes de nuevas convocatorias, y por 11. Al respecto, Lopez y Romeo sostienen lo siguiente: “La caída salarial que promueve el trabajo informal es doble: en su sentido más obvio promueve salarios muy bajos [...] en un sentido de más largo alcance, maximiza la tasa de ganancia de las grandes empresas al inducir a la baja el conjunto de la masa salarial, disminuyendo también los niveles remunerativos de los asalariados formales que compiten con un ejército de trabajadores informales dispuestos a realizar la misma actividad por un salario muchísimo menor” (Lopez y Romeo, 2005: 24).

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ende, a mantenerse atentos y dispuestos a responder rápida y efectivamente a las oportunidades que surgen. Esa “dependencia” (de las convocatorias) en la independencia, genera una situación particular para estos trabajadores, ya que estar a la espera de esas alternativas imposibilita una planificación más o menos regular de actividades de de otro tipo (como por ejemplo estudiar)12. En relación a esto, indagamos acerca de qué otro tipo de actividades realizaban nuestros entrevistados además de trabajar, es decir, si participaban en algún tipo de actividad cultural, deportiva, social y/o política. A partir de sus relatos quedaba claro que no existía en sus vidas cotidianas espacio para este tipo de actividades y que, en los casos en que manifestaban la inquietud ello estaba sujeto a que pudieran estabilizarse en el empleo. En relación a este punto, en nuestra tesis concluíamos que la sobrecarga, la intermitencia y/o la disposición full time que caracteriza sus inserciones, coadyuvan a la formación de lagunas de tiempo ocioso que no se invierte en ninguna actividad por la circularidad en que estos aspectos se retroalimentan; hecho que, en definitiva, deriva en una subutilización de sus capacidades por la dinámica propia de la vida 12. Uno de nuestros entrevistados más jóvenes, lo advierte de la siguiente manera: “vos sabés que tenés un trabajo fijo, en el sentido que vos sabés que si el tipo te necesita vos estás, pero a la vez, vos tenés que estar disponible todo el tiempo y no sabés cuando te va a llamar nuevamente”.

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en que se hallan insertos. Es decir, sus vidas transcurren en una suerte de péndulo, que se mueve a la hiper actividad cuando se emplean simultáneamente en varios trabajos para no desaprovechar las oportunidades y garantizar que los vuelvan a convocar. A su vez, el péndulo se mueve a la “ocupación en la inmovilidad”, cuando quedan a la espera de los llamados y no planifican otras actividades porque tienen pocas certezas respecto de su futuro.

A modo de cierre Nuestro principal objetivo al indagar en la vida de estas personas que se desempeñaban en el ámbito informal de la economía, radicó en develar las implicancias que este tipo de inserción tenía para ellos, teniendo en cuenta que el fenómeno de la informalidad dista de desaparecer de la escena del mercado de trabajo argentino. Y si bien no incluimos aquí el testimonio de trabajadores formales, la consideración de ese tipo de inserciones formó parte del análisis todo el tiempo como el espejo de una situación que aquí valoramos como más favorecida por el tipo de beneficios que perciben desde 2003 en adelante no sólo en términos económicos sino también simbólicos. Así, analizamos el grado de satisfacción que estos trabajadores manifestaban en relación a lo que aquí denominamos “proyecto de vida”, es decir

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aquel horizonte imaginario al que se pretende llegar depositando deseos y aspiraciones para lo cual se desarrollan una serie de acciones a lo largo de la vida para alcanzar dicha meta. En relación a ello, detectamos es que estos trabajadores en general no contaban con más proyecto de vida que poder trabajar para garantizar la satisfacción de las necesidades de reproducción de la familia. No surgía en sus relatos un proyecto plagado con otras aspiraciones; si había existido en algún momento un proyecto, éste se había desvanecido a la luz del deterioro económico-social del país en general y de la vida personal en particular. De ahí, que algunos de ellos planteaban grados de insatisfacción con la actividad que se hallaban realizando, a la que habían llegado como producto de un derrotero que había ido reduciendo sus opciones y observaban una subutilización de sus capacidades y de su potencial. No obstante, aunque en general lo que se observaba en sus prácticas era una sobrecarga de tareas (más marcada en las mujeres quienes además eran las principales de la realización del trabajo doméstico en sus hogares), y una no concreción de sus proyectos de vida, se observaba también que algunos de ellos podían transformar su situación revalorizando lo que hacían (satisfacción por el buen hacer), o reivindicaban el caudal que habían descubierto de sí mismos (satisfacción por potencialidad). Por otro lado, destacamos las fronte-

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ras borrosas entre el tiempo de trabajo y el tiempo de no trabajo, en tanto las características de este tipo de actividades informales no permite una planificación y práctica de actividades que escapen al puro trabajo. En definitiva, hallamos elementos conceptuales que, a pesar del tiempo transcurrido de las entrevistas efectuadas, pueden permitir conocer más y mejor las implicancias de la informalidad y delinear líneas de acción en función de ello. Si bien destacamos la implementación de la Asignación Universal por Hijo que está destinada a personas de este segmento, creemos que faltan mayores incentivos para mejorar su posición social. Muchos de ellos necesitan recapacitarse o culminar sus estudios13, y si eso se logra, es preciso establecer mecanismos que les aseguren su empleabilidad, o cuanto menos su seguridad futura. En definitiva, la previsibilidad que otorga un trabajo formal con derecho al acceso a una serie de protecciones y del amparo de la ley, les está negada a estos trabajadores informales y por ello, su estudio y atención especifica desde las políticas públicas resulta ineludible. 13. Es verdad que entre los lineamientos del Programa Argentina Trabaja, implementando desde el año 2009 sobre todo en el territorio de la Provincia de Buenos Aires, se establece la capacitación en oficios y la terminalidad educativa y que muchos jóvenes y adultos están haciendo uso de esas opciones. Pero está claro, que aún quedan segmentos importantes de esta población que se inserta informalmente que requiere de otras políticas específicas.

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Dossier: Más allá de las continuidades y las rupturas: herramientas para pensar la estructura social argentina hoy

Coordinadores/as: Mariana Barattini

(mbaratti@ungs.edu.ar)

Pablo Bonaldi

(pbonaldi@ungs.edu.ar)

Carla del Cueto

(cdelcuet@ungs.edu.ar)

María Florencia Gentile (fgentile@ungs.edu.ar) Mariana Luzzi

(mluzzi@ungs.edu.ar)

Área de Sociología, Instituto de Ciencias, Universidad Nacional de Gral. Sarmiento

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Presentación Hace diez años la Argentina atravesaba una profunda crisis social y política, punto culminante de las transformaciones estructurales que tuvieron lugar a lo largo de la década de 1990. Las preocupaciones de las ciencias sociales en esa década se centraron principalmente en los efectos de las políticas neoliberales sobre la integración social y su manifestación en los distintos espacios, grupos y prácticas. Como parte de esa producción, a mediados del año 2002 se publicaba el libro Sociedad y sociabilidad en la Argentina de los 90, en el que se presentaban los resultados de la investigación colectiva del Área de Sociología de la Universidad Nacional de General Sarmiento1. Allí se prestaba especial atención a los lazos sociales, y se exploraban las transformaciones de las relaciones entre las clases y grupos sociales a partir del ajuste estructural. Al mismo tiempo se llamaba la atención sobre fenómenos que habían surgido o se habían profundizado en el período: las transformaciones del mundo del 1. Los autores que participaron de la publicación fueron Luis Beccaria, Silvio Feldman, Inés González Bombal, Gabriel Kessler, Miguel Murmis y Maristella Svampa.

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trabajo, el crecimiento de las urbanizaciones cerradas, la difusión de los clubes de trueque y las nuevas formas del delito. En ese contexto, y explicitando un interrogante que de algún modo atravesaba al resto de los trabajos, una de las autoras reflexionaba: “En los orígenes de la sociología en la Argentina, Gino Germani nos mostraba por primera vez las transformaciones de la estructura social argentina con estadísticas que dejaban traslucir su fascinación por una vertiginosa movilidad social ascendente que se verificaba entre una generación y la siguiente. Me pregunto ahora, ¿cuántos años de bonanza económica hicieron falta para alcanzar tal logro? Pensando en procesos inversos, ¿habrán sido más o menos de los que llevamos en la crisis actual?”2. Las preguntas que impulsaron los trabajos que presentamos aquí pueden pensarse como una reformulación de aquellas reflexiones. Diez años después, y tras una nueva década de grandes cambios sociales, nuestra 2. González Bombal, Inés, (2002) “Sociabilidad en clases medias en descenso: experiencias en el trueque”, en AA.VV Sociedad y Sociabilidad en la Argentina de los 90, UNGS-Biblos, Buenos Aires, página 127.

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intención –y el desafío que planteamos a los colegas convocados para este dossier- continúa siendo reflexionar sobre aquellas categorías o esquemas conceptuales que pueden ayudar a pensar el modo en el que se ha reconfigurado la sociedad argentina en los años recientes. Si los procesos ocurridos en décadas anteriores pudieron ser comprendidos a partir de la postulación de nociones como “fragmentación social”, “nuevas desigualdades”, “heterogeneidad de la pobreza”, “exclusión social”, “territorialización de los sectores populares”, “precarización laboral”, “descolectivización”, “debilitamiento de las capacidades estatales”, “clientelismo” o “pérdida de ciudadanía”, ¿cuáles podrían ser las categorías o figuras capaces de jugar un papel clave en la comprensión del período más reciente?3. 3. Motivados por estas preguntas, realizamos una mesa de debate en la que participaron los autores con intervenciones que dieron origen a los artículos de este dossier. La mesa tuvo lugar en el marco de las VII Jornadas de Sociología de la UNGS, realizadas el 24 y 25 de abril de 2012. Las preguntas que trataron los distintos grupos de trabajo de las jornadas respondieron a las líneas de investigación desarrolladas actualmente en el Área de Sociología: ¿Cuáles son las transformaciones de la Argentina en los últimos diez años? ¿Cómo pensar la emergencia de nuevos actores políticos y sociales? ¿Cómo se modifica-

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La crisis de 2001 marcó un punto de inflexión en la sociedad argentina, tanto si se piensa en el funcionamiento de la economía, como en el rol del Estado y la dinámica política (a nivel tanto institucional como de las relaciones interpersonales, como ilustran Pablo Semán y Cecilia Ferraudi Curto en el artículo de este dossier). Ese quiebre tiene que ver tanto con la gravedad de los efectos de la crisis como con las transformaciones que se pusieron en marcha en los años posteriores, marcados por una recuperación económica relativamente rápida. Así, si bien las evaluaciones acerca de los procesos que se iniciaron con la crisis son divergentes, todas coinciden en identificarla como un punto de ruptura respecto del pasado inmediato. En lo que respecta a la estructura social, el impacto de la crisis de 2001 fue sin dudas devastador: los niveles de pobreza e indigencia, en aumento desde mediados de la década de ron las relaciones laborales? ¿Qué implicancias tiene el modelo de agronegocios? ¿Cómo se configuran hoy las prácticas sociales de ahorro, crédito y consumo? ¿Cómo se expresan los conflictos socioambientales? ¿De qué manera se construyen las identidades sociales? ¿Cuáles son las experiencias y prácticas de niños y jóvenes en condiciones de vida desiguales?

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1990, alcanzaron en ese entonces sus picos más altos. Lo mismo ocurrió con los índices de desempleo. Como resultado de ello, los años que siguieron a la crisis estuvieron signados por un considerable empeoramiento de la distribución del ingreso que profundizó las desigualdades no sólo entre las clases sociales sino dentro de las mismas, al imbricarse con las desigualdades de género, etarias y las generadas por la segregación espacial. Al mismo tiempo, las desigualdades regionales, profundizadas a lo largo de una década marcada por la descentralización administrativa (como señala Mariana Heredia en su artículo), la desregulación de servicios y los procesos de privatización, se vieron magnificadas por la profunda crisis económica nacional4. La recuperación económica posterior, cuyos primeros signos fueron percibidos hacia finales del 2002, contribuyó a revertir algunos de estos efectos –sobre todo en lo que refiere a la situación del empleo, abordada 4. Durante la crisis, estas desigualdades regionales fueron expresadas de manera peculiar en la multiplicación de monedas provinciales que, con niveles de aceptación y cotización extremadamente variables, se observó en más de la mitad de las provincias del país entre 2001 y 2003.

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en este dossier por el trabajo de Silvio Feldman. Además, a lo largo de la última década, la reorientación de las políticas públicas -y sobre todo la redefinición de la política social- aportaron también en este sentido. Sin embargo, investigaciones recientes no dejan de señalar que, sobre todo respecto de algunos indicadores –como la distribución del ingreso-, los progresos obtenidos son remarcables respecto de la crisis de 2001, pero aún insuficientes en relación con la situación de comienzos de los años ’90, antes de la implementación del llamado ajuste neoliberal. Y es que, en efecto, las huellas de la crisis se inscriben en un proceso más vasto, iniciado con las reformas implementadas desde mediados de los ‘70, cuyo resultado más emblemático fue la profundización de las desigualdades sociales y cuyas secuelas conllevan efectos generacionales que no se revierten necesariamente con el cese de las políticas que les dieron origen. La estructura social, en suma, registró los efectos de un largo proceso que culminó con la crisis de 2001. Ahora bien, una década después, ¿cuánto y cómo ha cambiado la estructura social argentina? ¿Y cuáles son las

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herramientas más adecuadas para dar cuenta de esas transformaciones, es decir, para relevarlas e interpretarlas? Una fórmula frecuente de las ciencias sociales para pensar el presente ha sido la de buscar “continuidades y rupturas”, establecer puentes con el pasado para constatar qué permanece, qué se modificó y qué fenómenos nuevos se produjeron. Este ejercicio resulta estimulante, aunque muchas veces el esfuerzo por mantener una perspectiva comparativa con períodos anteriores lleva a desatender los aspectos más novedosos de lo que se está gestando. Es que pensar en las transformaciones de la estructura social supone dar cuenta de los procesos y transformaciones que afectan a los distintos grupos sociales y sus relaciones, tanto como revisar las categorías utilizadas para comprenderlos. En este dossier se proponen diferentes miradas sobre la sociedad Argentina de este nuevo milenio, con distintos alcances según las intenciones de conocimiento que guían cada uno de los artículos que lo componen. Tomando a la sociología como herramienta para comprender

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y abordar críticamente la realidad social, con diferentes escalas, instrumentos, preguntas y distancias, estos artículos ofrecen una variedad de interpretaciones y explicaciones sobre las transformaciones recientes y los modos de reflexionar sobre ellos. En el afán de precisar y jerarquizar las dimensiones relevantes para analizar estos cambios, Silvio Feldman propone cinco ejes para rastrear los procesos de igualdad-desigualdad a lo largo del período, a partir del análisis de la distribución del ingreso, la evolución de los niveles de pobreza e indigencia, el empleo y los ingresos salariales, el sistema previsional y las asignaciones familiares. El análisis de la evolución de estos indicadores se completa con la reflexión sobre las condiciones sociales, políticas y económicas que permiten u obstaculizan a los distintos grupos sociales incidir en la mejora de sus condiciones de vida. Con la mirada centrada en las herramientas analíticas necesarias para comprender la estructura social argentina en la actualidad, Mariana Heredia se pregunta provocativamente, si el énfasis en su heterogeneidad da cuenta de un atributo irreductible, o se

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trata más bien de la dificultad de las miradas sociológicas para identificar nuevas regularidades. En el artículo que integra este dossier, Heredia propone revisar los desafíos prácticos y analíticos de esta empresa: la necesidad de una mirada interdisciplinaria, la dispersión de las modalidades de producción de información sobre los grupos sociales, las dislocaciones y superposiciones de distintas escalas y temporalidades de los procesos y los análisis, son algunos de los caminos sugeridos por la autora para repensar las categorías analíticas pertinentes. Pablo Semán y Cecilia Ferraudi Curto se interesan por el análisis de las nuevas formas de politicidad de los sectores populares en el marco de estas transformaciones. Señalan que desde las ciencias sociales con frecuencia se las interpretó a partir de una grilla de lectura que alternaba entre el clientelismo y la autonomía. Su aproximación etnográfica

da cuenta de matices que habilitan interpretaciones menos duales, al tiempo que permite tomar distancia de las visiones normativas acerca de las prácticas sociales y políticas de los distintos grupos que componen la estructura social. En conjunto, los tres artículos que integran este dossier nos llevan a revisar críticamente algunos de los supuestos que organizaron el debate de las ciencias sociales sobre la estructura social en la década precedente: la comparación con un pasado idílico homogéneo, integrado y con actores con conciencia de clase. De esta manera, constituyen una invitación para complejizar los análisis, ir más allá de las rupturas y continuidades y precisar el impacto de las últimas transformaciones, brindando elementos que también resulten útiles a la hora de pensar políticas de reducción de las desigualdades sociales.

Mariana Barattini, Pablo Bonaldi, Carla del Cueto, María Florencia Gentile, Mariana Luzzi

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Pensar procesos de cambio en relación con la desigualdad – igualdad en los últimos 10 años de la Argentina1 Silvio Feldman2

Introducción Me propongo aquí pensar sobre algunas transformaciones sociopolíticas que experimenta en el último decenio la sociedad argentina, respecto de cuestiones conectadas con la desigualdad y ciertas nociones o conceptos que permitan caracterizar esta etapa. Sin duda es un tema socialmente relevante y que desde la perspectiva académica, conceptual, de investigación, fue y es particularmente central en las actividades del área de sociología de la UNGS. Durante buena parte de nuestra trayectoria como área de Sociología hemos investigado acerca de las transformaciones de la sociedad argentina. Este tema es tan importante como sensible. Por muchos motivos supone considerar cuestiones que nos involucran de diversas maneras y se relacionan con perspectivas, visiones, sensibilidades e intereses diferentes si bien presentes entre quienes participamos de los ámbitos académicos y en la sociedad de la que somos parte; varias de dichas visiones sabemos que están en tensión o conflicto. De tal modo que se hace necesaria una reflexión, un debate que no nos resulta fácil sostener en y, al mismo tiempo, sobre esta década de transformaciones de la sociedad argentina, para poder brindar algunos ejes de análisis sobre cuestiones particularmente delicadas. Considero que este desafío es una buena oportunidad para sistematizar un conjunto de aspectos que en algunos casos venía siguiendo, y en otros casos me pareció de interés actualizar. Me propuse otro desafío, acerca del modo de abordar la cuestión, porque, por el tipo de perspectiva que me gustaría transmitir, el abordaje requeriría una aproximación sistemática para la cuestión 1. Este artículo es una versión adaptada de la exposición del autor en la Conferencia de cierre realizada en el marco de las VII Jornadas de Sociología de la Universidad Nacional de General Sarmiento, el 25 de abril de 2012, incluyendo referencias puntuales a dos cuestiones que allí no fueron presentadas. En esta adaptación participaron, junto con el autor, las sociólogas Carla del Cueto y M. Florencia Gentile, integrantes también del Área de Sociología, Instituto de Ciencias, UNGS, a quienes agradezco sus sugerencias. Las opiniones vertidas en este texto son de exclusiva responsabilidad del autor 2. Investigador Docente, Instituto de Ciencias, Universidad Nacional de General Sarmiento, Director del Programa de Posgrado en Ciencias Sociales UNGS - IDES.

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particularmente compleja del debate acerca de la manera de conceptualizar y comprender las transformaciones de la sociedad argentina. En este espacio acotado he optado por la estrategia de concentrarme en algunas pocas cuestiones y desarrollarlas, más que asumir la pretensión de sistematizar demasiadas cuestiones sin la suficiente profundidad. Me ocuparé del tema de la desigualdad a partir de cinco cuestiones: a) la distribución del ingreso, b) la evolución en estos años de los niveles de pobreza e indigencia, c) el empleo y los ingresos salariales, d) el sistema previsional y e) las asignaciones familiares. Otro campo decisivo -y que merece destacarse- de transformaciones en la sociedad argentina en relación con la igualdad en este decenio es aquel referido a la ampliación de derechos, pero este tema no será abordado en el marco de este artículo, aunque está implícito en el desarrollo del mismo. Una última observación antes de abordar cada dimensión. En vista de que la información utilizada es uno de los aspectos actualmente discutidos en lo que respecta a la caracterización de tales transformaciones, prefiero utilizar fuentes menos controvertidas, que usan metodologías sistemáticas que no se han elaborado ni se han modificado pensando centralmente en nuestro país ni en estas coyunturas, como los datos aportados por la CEPAL y trabajos de investigación específicos que abordan cada una de estas dimensiones.

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Distribución de los ingresos Cuando pensamos las transformaciones de la sociedad argentina, resulta ineludible referirse a la crisis del 20012002, sobre la que existe bastante consenso en caracterizar como una de las más importantes que experimentó nuestra sociedad. Crisis que confluyó en la rápida e importante devaluación que se promovió como salida a algunas de las cuestiones que ella expresaba, y que tuvo efectos de una significación difícil de exagerar. Muchas de las referencias, entonces, van a tener como un momento clave de comparación, como un horizonte, el año 2002. Pero por ése y otros motivos, es importante brindar información de referencia acerca de su evolución en períodos previos, que constituyen otros momentos clave. ¿Qué sabemos de los cambios en la distribución del ingreso, en tanto se trata de una dimensión importante de la desigualdad? Hay bastante consenso en que el coeficiente de Gini es un indicador fuerte al respecto y bastante ilustrativo para mostrar la evolución de la desigualdad en los ingresos. En este caso, al igual que respecto a la indigencia y la pobreza, tomaré en cuenta cifras de la CEPAL3. Lo que se observa en la evolución de este coeficiente es que en el ámbito urbano de la sociedad argentina se registra un pico, un fuerte aumento de la 3. CEPALSTAT, disponible en http://websie.eclac. cl/sisgen/ConsultaIntegrada.asp

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desigualdad en los ingresos en el 2002, que se sostiene hasta el 2004, como se puede visualizar en el Cuadro 1. Y que luego declina paulatina, pero significativamente hasta el presente (en rigor los datos disponibles se extienden hasta el 2010 inclusive). En este caso, pues, tenemos un punto de partida en el 2002 para el que se registra una expresión de alta desigualdad en la distribución de ingresos (0,578)4 y una sistemática y paulatina mejora en los años posteriores. ¿Hasta dónde llega esa mejora? En el caso de la distribución del ingreso, los niveles de mejora que se alcanzan en el año 2009 (0,510) y 2010 (0,509), siempre según la evolución del coeficiente de Gini, calculado por la CEPAL, hacen que recién se encuentren valores equiparables en el año 1990 (algo mejor incluso en ese año). Es decir, en períodos previos a la incidencia de las políticas neoliberales, impulsadas fuertemente en dicho decenio.

Pobreza e indigencia Con respecto a la difusión de la pobreza y la indigencia, en el 2002 se alcanzan niveles de una amplitud que impresiona en relación con la experiencia Argentina. Su evolución -que se presenta en el Cuadro 2- permite apreciar también 4. Los valores del coeficiente de Gini varían entre 0 y 1; la desigualdad es más alta a medida que el valor del índice se acerca a 1.

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una sistemática reducción, en este caso más rápida, que baja prácticamente algo más del 23% del nivel máximo alcanzado hacia el 2004 y más del 12 % respecto del valor de ese año en el año siguiente. Y en los años 2009 y 2010 se llega, también según los cálculos de la CEPAL, a niveles de indigencia y de pobreza que recién se encuentran en el año 1994. En efecto, en este caso, se registra un pico en el nivel de pobreza de 45,4% en el 2002, y de 20,9% en el nivel de indigencia, niveles sin duda extraordinarios para la sociedad argentina. Para el año 2010, los porcentajes respectivos se calculan en el 8,6% y 2,8%, siempre según la sistematización que hace la CEPAL. Los datos, en diferentes sentidos, son bastante elocuentes en relación con la situación crítica experimentada, y con los cambios al respecto. Me importa indicar que la metodología de la CEPAL contempla un ajuste por sub-declaración de ingresos, que da lugar a porcentajes estimados de pobreza e indigencia sensiblemente menores para los diversos países de América Latina que los originados en otras fuentes sobre la base de metodologías que no incluyen el referido ajuste. Otro aspecto a explicar es que se calcula sobre la base de la variación del índice de costo de vida que se elabora por el organismo oficial en cada país, en nuestro caso por el INDEC. Por lo cual, los porcentajes calculados para el año 2007 y subsiguientes son menores que aquellos que se obtendrían si se to-

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Cuadro 1. Evolución de la distribución del ingreso Coeficiente de Gini. Ámbito urbano

1990 1994 1997 1999 2002 2004 2005 2006 2009 2010 Notas:

(2) (3) (4) (5) (4) (4) (6) (6) (6)

(1) (2) (3) (4) (5) (6)

Fuente:

Coeficiente de Gini 0,501 0,515 0,530 0,539 0,578 0,578 0,558 0,549 0,510 0,509

(1)

Área Metropolitana Veinte aglomerados urbanos Gran Buenos Aires Veintiocho aglomerados urbanos Treinta y dos aglomerados urbanos Treinta y un aglomerados urbanos

CEPAL (CEPALSTAT)

mara las variaciones calculadas para el conjunto de los ámbitos urbanos, incluyendo los elaborados por los organismos provinciales que los desarrollan para sus respectivas jurisdicciones.

Empleo e ingresos salariales En cuanto al empleo y los ingresos salariales, diversos indicadores concurren a poner de manifiesto una sistemática mejoría en la ocupación, y algunos aspectos que hacen a las características del empleo. Enumerando rápidamente,

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dan cuenta de: un aumento significativo en la tasa de empleo; un aumento de la tasa de asalarización hasta niveles que son máximos históricos en muchas décadas; la disminución sensible de la tasa de desempleo, la tasa de sub empleo y la tasa de empleo no registrado. Este último dato es muy significativo en relación con la calidad de los empleos, por las implicancias de este indicador en cuanto al acceso a diversas protecciones, a la seguridad social, así como respecto de ciertas condiciones que tienen los trabajadores para promover y defender sus derechos e intereses.

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Cuadro 2. Población urbana en situación de pobreza e indigencia Porcentajes de población en hogares pobres y en hogares indigentes (Los porcentajes de población en hogares pobres incluyen a los indigentes)

(1991) 1994 1999 2002 2004 2005 2006 2009 2010 Notas:

Pobreza (21,2) 16,1 23,7 45,4 34,9 30,6 24,8 11,3 8,6

(1) (2) (3) (4) (3) (3) (5) (5) (5)

(1)

(2) (3) (4) (5)

Indigencia (5,2) 3,4 6,6 20,9 14,9 11,9 9,6 3,8 2,8

Área Metropolitana; la incidencia -porcentaje- de pobreza e indigencia registran valores inferiores a los correspondientes al conjunto de aglomerados urbanos; Veinte aglomerados urbanos; Veintiocho aglomerados urbanos; Treinta y dos aglomerados urbanos Treinta y un aglomerados urbanos

Fuente: CEPAL (CEPALSTAT)

¿Qué pasa con los ingresos salariales? En este caso me basé en las contribuciones de la tesis de doctorado de Mariana González (2011)5. En los datos que presenta se advierte que el salario real promedio mejora sensiblemente y de manera sistemática hasta 2006 y en la 5. Este trabajo desarrolla un importante análisis y esfuerzo de sistematización de información, combinando series muy diversas y en períodos distintos, lo que requiere de cuidadosos ensambles. Agradezco la autorización de la autora para realizar las referencias a su tesis y por facilitarme datos congruentes con los de las bases construidas por ella para poder continuar las series.

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actualización de sus series (realizada con la misma metodología, utilizando información proporcionada por la autora) se constata que ello continúa en los últimos años, incluso hasta el último (2011). En este caso, disponemos de datos hasta el 2011; pero hay una diferencia sustancial con la evolución de los datos correspondientes a otras variables que acabo de presentar. A diferencia de los datos previos, los niveles de recuperación del salario real han permitido superar sensiblemente los niveles alcanzados en 2002, pero no han alcanzado a mejorar los promedios de los

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‘90. En cuanto a distribución del ingreso, así como a la pobreza e indigencia, en cambio, las mejoras alcanzaban niveles que recién se encuentran en años previos a aquellos a los que registran los impactos de las políticas neoliberales. Este trabajo permite poner en perspectiva la significación de estos datos en términos históricos más amplios. Allí se da cuenta de que los niveles de salario real han experimentado disminuciones, se han deprimido, y en su evolución nunca han alcanzado los máximos históricos alcanzados en torno de los periodos 1950-57 y 1970-75. En el transcurso de ese período histórico tan prolongado, los aumentos de la productividad del trabajo han sido muy significativos, en particular en los períodos en los que creció sensiblemente la producción de bienes, y más específicamente en la industria. Mariana González destaca algo sobre lo que me interesa detenerme: que para la capacidad de los trabajadores de defender sus ingresos, en términos reales, es muy decisivo el tipo de patrón de crecimiento, y muy particularmente el aumento del empleo. Es decir, en los contextos en que hay un patrón de crecimiento que estimula y facilita la capacidad de generación de empleo, los trabajadores están en condiciones de sostener mejor la defensa de sus ingresos reales. Lo cual se verifica en base al análisis de las series desde los año ‘50 hasta la actualidad, con correlaciones de largo plazo.

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Sistema previsional y asignaciones familiares El cuarto aspecto se vincula con otro conjunto de perceptores de ingresos, que son los beneficiarios del sistema provisional, un componente relevante del sistema de seguridad social. Se trata de sistemas sin duda muy significativos, en los que se ha experimentado cambios decisivos. En efecto, a lo largo de estos últimos años se han producido cambios muy claves y muy claros. En este caso contamos con una referencia muy sistemática e interesante, el libro coordinado por Claudia Danani y Susana Hintze (2011). En primer término, en relación con el sistema previsional, hay que destacar que se ha extendido de una manera decisiva la cobertura previsional, básicamente a través de las moratorias establecidas. Primero se han dado aumentos sucesivos, y luego se ha establecido un sistema de actualización, lo que había sido bastante reclamado. Luego se produjo un cambio legislativo que tendía a promover la incorporación en el Sistema de Reparto, y limitar y cambiar una lógica previa del sistema, que tendía a favorecer de manera sistemática al sistema privado de capitalización y a las AFJP. Y por último se produce el proceso de estatización, con la eliminación del pilar privado. Este proceso dio lugar a un nivel de cobertura muy importante, que implicó

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una ruptura con el proceso previo que limitó la capacidad de acceso a los beneficios. Según distintos indicadores, estamos en niveles de cobertura entre 85% y 93% según se tome sólo la situación previsional de cada beneficiario, si es por hogares donde hay otros beneficios, o si se considera la situación previsional y los ingresos de otro miembro del hogar. Además que en mi criterio, y así lo mencionan Claudia Danani y Alejandra Beccaria (2011), ha implicado cambios decisivos en el sistema previsional. Desde distintos espacios, los debates al respecto se suelen centrar en discutir si se trata sólo de un cambio o de una ruptura radical respecto del sistema anterior. Me inclino por apreciar que, en efecto, implica una ruptura decisiva por muchos motivos. Y que el término de “(contra) reforma” que las autoras utilizan resulta, muy pertinente. Con respecto al seguro de desempleo, se trata del tipo de cobertura que menos se ha desarrollado, que menos cambios ha registrado, tal como es señalado en el referido artículo. Además, hay sectores que quedan habitualmente menos cubiertos, como ocurre con las diferentes formas de trabajo asociativo, que el sistema previsional no contempla apropiadamente en su singularidad. Entre los campos cuya forma de regulación y sistema de protección se modificó sustancialmente en el marco de las orientaciones neoliberales, está el referido a los accidentes de trabajo y las enfermedades profesionales. Es este

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un campo en el que las modificaciones registradas en el último decenio han sido menos decisivas. Los cambios al respecto se han visto más contenidos o trabados, y los registrados fueron producto de los fallos de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, en los que dictaminó la inconstitucionalidad de aspectos determinados de la ley sancionada en 1995. Estos fallos fueron adoptados luego de los cambios en la forma de selección de los miembros de esta Corte, lo que dio lugar a su nueva integración, que también considero que son parte de las transformaciones relevantes en este decenio. Al momento de escritura de este artículo se avanza en una modificación legislativa que en lo central incrementa las indemnizaciones por accidentes de trabajo, establece un sistema de actualización dos veces al año, reduce los plazos para cobrar, y prevé la vía judicial en el fuero civil para quienes opten por rechazar las indemnizaciones pautadas para la determinación del resarcimiento. Esta iniciativa ha sido caracterizada por algunos de sus defensores más destacados como una reforma parcial del sistema de riesgos del trabajo. En igual sentido, en su tratamiento se ha dado en identificarla como “ley corta”, para significar que hay aspectos importantes del sistema -entre ellos, el referido a la prevención y a la consideración que reciben las enfermedades profesionales-, que no son abordadas en dicha iniciativa de modificación legislativa.

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Asignaciones familiares Por último, me interesa presentar la cuestión de las asignaciones familiares, ya que también en relación con ellas en estos años se ha experimentado un cambio, al cual se lo ha identificado y destacado socialmente como un cambio de política. Este era un tema que se discute desde hace tiempo, incluso desde antes de que se impulse la extensión del sistema de asignaciones familiares para sectores que no estaban cubiertos por el sistema a través de la Asignación Universal por Hijo. Este es un cambio muy significativo, como también señalan Danani y Beccaria (2011), no sólo por lo que implica en términos de la transferencia directa de ingresos, que es importante, sino además por lo que implica como modificación sustancial del tipo de política, por su impronta universal (aunque imperfecta) y su articulación con otros campos y actividades de la política social. Se señala con razón que esta cobertura aún no alcanza una plena universalidad porque hay segmentos que se pretende cubrir que no están efectivamente cubiertos; aunque de todas maneras alcanza cifras muy importantes. Condiciones para impulsar mejoras en relación con la igualdad Revisamos en este artículo los datos que tienden a destacar situaciones de mejora, con distintos alcances, en relación

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con la desigualdad de los ingresos, en el empleo, los salarios y condiciones de trabajo, y en algunas de las coberturas de la seguridad social que combinan transferencia de ingresos con otros tipos de beneficios. Me interesa ahora subrayar algunos aspectos que relacionen estos resultados con ciertos procesos sociales que requieren ser pensados con tanta o más fuerza que los alcances de las mejoras registradas en esos aspectos en términos cuantitativos, tal como la información disponible nos permite evaluarlas o visibilizarlas hoy en día. Me refiero a un tema que me parece decisivo poner en consideración en relación con los cambios que se viven actualmente; ya que es un tema complejo para evaluar pero no por eso menos fundamental. Se trata de las transformaciones en las condiciones en las que los distintos sectores pujan por participar en la mejora de su situación, o en la distribución de los recursos sociales. Modificaciones en las que se avanza de una manera despareja y muy conflictiva, como suele ocurrir en procesos relacionados con ese tipo de cambios. Comenzaré en orden inverso al que he seguido en relación con estos aspectos. En materia de seguridad social es quizás donde de manera más evidente está claro que se registraron modificaciones, y que ha habido enfrentamientos con resultados diversos. Esto es lo que muestran los elementos presentados, y también los

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términos en los que se debate en la agenda pública. En ese sentido, cabe apuntar además que la Asignación Universal por Hijo está ligada a la modificación en el sistema previsional. Si analizamos las razones, está ligada no sólo por el organismo que la administra y gestiona (ANSSES) sino que está ligada también por la fuente de recursos que es indispensable movilizar para atender ese tipo de políticas. Está ligada por último por el hecho de que rompe con reglas y criterios que limitaban las solidaridades entre distintos sectores sociales, entre generaciones, entre clases. Por eso, como afirmé anteriormente, entiendo que el cambio en el sistema de seguridad social es un cambio que tiene una importancia muy decisiva. A medida que se producían algunas de estas modificaciones, cabía preguntarse hasta dónde socialmente se iba a avanzar, o hasta dónde el gobierno en ese momento entendía que había condiciones sociales para ello, e iba a avanzar con, sus iniciativas y decisiones. Pregunta que cobra toda su relevancia porque unos meses antes de la estatización del pilar privado, hubo una iniciativa legislativa, que fue aprobada en el Parlamento, pero donde no se avanzó con la estatización. Se cambiaron las reglas para promover el sector de reparto y el sector público, pero no se llegó hasta la estatización. Por lo tanto, como parte de quienes habíamos apreciado críticamente estos cambios en los años ’90, por

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entender que tenía implicancias decisivas en términos del tipo de relaciones y reglas sociales que constituían -y pensábamos que su modificación resultaba clave-, surgía el interrogante de hasta dónde se iba a avanzar, en un contexto social donde no muchos sectores pedían tal estatización. De allí que, a mi juicio, el avance en los términos que finalmente se hizo resulta algo a destacar y celebrar. Es tan decisivo porque quizás esto ilustra a qué me refiero con cambio de reglas de juego. El sistema de privatización de la seguridad social expresaba claramente un cambio de lógica social: así, en lugar de promover un sistema solidario para atender las situaciones propias de las etapas en que no se puede trabajar, o las eventualidades y avatares de la vida que inhiben a las personas de poder hacerlo, o a las que están en situaciones de especial vulnerabilidad, se había convertido en un sistema donde predominantemente se estimulaba que cada uno se cubriera a sí mismo. El sistema privado de capitalización implicaba que cada uno acumulaba obligatoriamente, y se protegía a sí mismo para la etapa de la vida en que no podría hacerlo. Los otros componentes compensaban aportes en períodos previos, o sistemas de solidaridad que tenían horizontes de cobertura muy bajos o parciales. Por otro lado, la reforma estuvo pensada para estimular el mercado de capitales, antes que para promover o asegurar la seguridad social o la solidaridad. Aunque cabe acotar que incluso

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en relación con este objetivo resultó un fracaso completo, ya que alrededor de los dos tercios del incremento del stock de la deuda externa hasta el 2001 se explica por el déficit fiscal provocado por la pérdida de los recursos de la seguridad social6. Finalmente: ¿Qué tipo de sujeto social promovía este esquema, además del mercado de capitales? Pues, un individuo que tendría que vivir calculando todo el tiempo dónde invierte, cómo maximiza, en qué compañía lo hace para protegerse para el futuro, y todo eso como lógica de un sistema de seguridad social. Considero que cambios de este tipo dan la posibilidad de cambios societales de la máxima importancia. Además, la estatización del pilar privado supuso tomar participación en una treintena de empresas de primera línea, en términos del fondo de garantía, que estaban acumuladas antes en las AFJP, en el sector privado, y que pasaron ahora a este fondo de garantías que viene a sostener el sistema de seguridad social. Un elemento complementario es que los cambios en el sistema de seguridad social también ponen de relieve que avanzar con cualquier esquema de transferencia orientado hacia sistemas más igualitarios, supone una disputa por 6. Emilia Roca (2005) estimó que el costo fiscal de la reducción de las contribuciones patronales a la seguridad social y la reforma del régimen previsional alcanzo al 62% del incremento del stock de la deuda pública generada hasta 2001.

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recursos. Todos seguramente tenemos presente lo problemático que es nuestro sistema fiscal. Desequilibrado, no equitativo.7 Al mismo tiempo, las dificultades para transitar hacia su transformación, la disputa que en cada momento supone la transferencia de recursos de rentas extraordinarias; pero son disputas que permiten cierto tipo de políticas que de otro modo son muy difíciles o bien imposibles de llevar adelante. Por consecuente no resulta sorprendente el tipo de enfrentamientos sociales que se suscitan cuando se avanza de manera muy significativa en este tipo de decisiones, y esto independientemente de que pueda estar mejor o peor logrado, o considerarse más o menos oportunas. Sobre las cuestiones vinculadas con el trabajo, brevemente puede señalarse que ha habido varios cambios significativos que tienen que ver con la perspectiva de que existan condiciones de determinación de las condiciones de empleo menos asimétricas. En primer término, un patrón de crecimiento, y un aumento sostenido del empleo, con una fuerte baja del desempleo que facilita que los trabajadores pujen por mejorar sus ingresos en condiciones más favorables. En segundo lugar el cambio en algunas de las reglas del juego, que tienen que ver con la negociación colectiva, que son facilitadoras, y que vienen 7. Sobre la evolución de la relación entre el régimen fiscal y la desigualdad económica en Argentina ver el articulo de Nun, José (2012)

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a trastocar la lógica que se fue profundizando drásticamente en los ’90 (e impulsada desde antes) tendiente a debilitar la capacidad de negociación del sector laboral en beneficio de facilitar o impulsar los procesos de reestructuración y de la así llamada competitividad. En este campo resulta clave uno de los elementos ya mencionado: el tema de la transferencia de recursos para sostener el patrón de crecimiento, y sobre todo, el costo de los bienes salario, que se conecta con el tipo de cambio. No es posible explicarlo en el espacio acotado de este artículo, pero es un tema decisivo, y lo resalto no tanto para señalar lo hecho sino para destacar las dificultades vividas en los últimos 2 o 3 años. Porque el colchón del tipo de cambio en beneficio del sector empleador, que existió hasta 2006, fruto de aquella gran devaluación, se fue estrechando. Y se hace crecientemente más restrictiva y más compleja su disposición y la capacidad relativa para ser más receptivos a demandas de incrementos sistemáticos de salarios reales, del nivel que hubo en los primeros años después del 2004 hasta el 2006. Un tema clave que está en la agenda pública es sostener, junto con las políticas orientadas a la redistribución progresiva del ingreso, las políticas en relación con el crecimiento y con asegurar los recursos para importar los bienes de capital o los insumos para seguir creciendo. Lo que ocurre en relación con YPF, ilustra el tipo de problemas que seguramente se ha tenido en cuenta al mo-

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mento de avanzar con estas decisiones actualmente. A mediados de los años ‘70, con el golpe del ’76, se inicia un proceso de intento de reconfiguración de la sociedad argentina de una envergadura muy difícil de exagerar. Esto está bien presentado en el libro que coordinan Gabriel Kessler, Inés González Bombal y Maristella Svampa (2009). En la introducción, esto queda claro en primer término, por lo que supuso la represión, el terrorismo de Estado, para cortar el ciclo de movilización social que se desarrollaba en la Argentina. Recientemente, una figura tan terrible como es Jorge R. Videla, declaró que con las normas establecidas antes del golpe las Fuerzas Armadas tenían toda la posibilidad de terminar con la guerrilla y que, por lo tanto, el objetivo del golpe de marzo de 1976 era disciplinar a la sociedad, detener el proceso de movilización social, terminar con el populismo peronista, disciplinar al sindicalismo e ir a una economía de mercado liberal. De hecho, el golpe del ‘76 e iniciativas posteriores tuvieron como objetivo una reconfiguración de la sociedad argentina como no se había impulsado nunca antes. Ese proceso se interrumpe con la caída del régimen militar, y se vive un período muy complejo a partir del restablecimiento de la democracia, marcado por las presiones de los poderes fácticos, que entre otras expresiones darán lugar a los llamados golpes o desestabilizaciones de mercado, que experimentó hacia

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el final el gobierno de Raúl Alfonsín y que se proyectaron luego en la política de orientación neoliberal de los años ‘90. Esa orientación neoliberal, así como las expresiones de esa política, entran en crisis en el 2001. Algunos podrían pensar que lo que entró en crisis fue simplemente el régimen de convertibilidad, el tipo de cambio fijo; pero lo que ese momento histórico tan decisivo hace entrar en crisis son muchos de los supuestos, las orientaciones y las iniciativas de esa política. Me interesa señalar esto porque si se quiere pensar los cambios en relación con la desigualdad, es importante tener presente lo que fue el proceso de avance en las transformaciones de expropiación de condiciones de vida, en limitar la capacidad de los sectores subalternos de pujar por su mejora, que se experimentó en ese proceso; y que implicó procesos políticos, sociales, económicos y culturales tan destructivos, tan devastadores, tan difíciles. Por eso no sorprende que un golpe tan brutal, el terrorismo de Estado que vivimos del 1976 al 1983, avanzara en reconfiguraciones y cambios decisivos de las relaciones sociales, pero que esa política para proyectarse experimentara avances también decisivos en otros momentos históricos. Cada escalón regresivo, cuando uno considera la evolución de cuestiones vinculadas con la equidad, el ingreso, el empleo, cada escalón de profundización de la desigualdad y de caída de las condicio-

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nes de vida, del empleo y los ingresos, que derivaron en peores condiciones de vida, implicaron asimismo para los sectores subordinados condiciones más asimétricas y opresivas en términos del poder social, de la capacidad de organización, movilización y de presión para mejorar dichas condiciones de vida. Es en esta perspectiva que al considerar las variaciones en aspectos relevantes en conexión con la desigualdad, para situar su alcance por referencias adicionales a su relación con los niveles del 2002, me preguntaba hasta dónde, retrocediendo en el tiempo, las mejoras experimentadas implicaban cambios que alcanzaban niveles equiparables o superiores a los registrados en años previos. Sobre todo, porque creo que el momento que estamos viviendo, a partir de la crisis que hace eclosión en los años 2001-2002, ocasión en la que se difundió la demanda “que se vayan todos”, es también un momento donde está en cuestión la reconfiguración de aspectos decisivos en lo que hace a la vida en común de la sociedad argentina. El interrogante respecto de los alcances de posibles cambios es una cuestión que, tal como se evidencia tiene aristas y complejidades muy grandes, y quizás para poder pensar sus alcances necesitamos una mayor perspectiva histórica. En este marco creo que deben pensarse las nociones o conceptos sociológicos que ayuden a pensar, a comprender y conceptualizar, las transformaciones a

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partir del 2003 en la sociedad argentina. Propongo como cuestión clave: ¿En qué medida se generan condiciones más propicias para los sectores subalternos a fin de impulsar mejoras en sus condiciones de vida? ¿O en qué medida por el contrario, se favorece, a través de procesos políticos, normativos, institucionales, económicos, culturales, condiciones para que ello sea más difícil? Me encuentro entre aquellos que aprecian que en estos años han sido desarrolladas políticas tendientes a ampliar el papel del Estado y de las políticas públicas con mayores grados de autonomía respecto de los poderes fácticos, habilitando condiciones y posibilidades para un mayor protagonismo de los sectores subalternos, en un proceso abierto en muchos sentidos y no exento de conflictos. Cabe agregar, porque no quiero dar margen para una impresión equívoca, de que ello no implica creer que se han cambiado totalmente las condiciones. Creo que eso no es esperable, o en tal caso lo esperable o lo no esperable es siempre una cuestión de construcción histórico-social. Es así que estamos en un proceso abierto, complejo, y que como tal no puede dejar de generar situaciones novedosas así como nuevas interrogaciones.

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Venimos de un largo proceso, con una cruel dictadura de por medio, y un largo periodo de hegemonía de las orientaciones y políticas neoliberales. Período en el cual se avanzó en establecer condiciones políticas, económicas, sociales, culturales y subjetivas – con el terror interiorizado a partir del terrorismo de Estado-, tendiente a favorecer la creciente mercantilización de las diversas esferas de la vida social y la concentración de los recursos económicos y de otros recursos de poder, así como a debilitar la participación de los sectores subordinados. Por ello resulta tan importante considerar los cambios en relación con la igualdad para dar cuenta de las transformaciones de la sociedad argentina en los últimos 10 años. Es necesario, para completar el análisis, dar cuenta de un proceso que se va desarrollando, que es también muy relevante por lo que habilitó y lo que habilita, de ampliación de las condiciones para una mayor participación de los sectores sociales subalternos. Proceso necesario para contribuir a ampliar las posibilidades de promover sus perspectivas e intereses, y de bregar así por la mejora de sus condiciones de vida.

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Bibliografía Danani, Claudia y Hintze, Susana (coord.) (2011), Protecciones y desprotecciones: la seguridad social en la Argentina 1990-2010, Los Polvorines, UNGS. Danani, Claudia, Beccaria, Alejandra (2011), “La (contra) reforma previsional argentina 2004-2008: aspectos institucionales y político-culturales del proceso de transformación de la protección”, en Danani, C. y Hintze, S. (coord.), Protecciones y desprotecciones: la seguridad social en la Argentina 1990-2010, Los Polvorines, UNGS. Kessler, G., González Bombal, I. y Svampa, M. (coord.) (2009), Reconfiguraciones del mundo popular. El Conurbano Bonaerense en la post-convertibilidad, Buenos Aires, Prometeo-UNGS. Gonzalez, Mariana (2011) , “La relación de largo plazo entre patrones de crecimiento y mercado de trabajo. Un análisis sobre los salarios en Argentina entre 1950 y 2006”. Tesis de doctorado presentada en mayo 2011, Programa de Doctorado en Ciencias Sociales, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales –Sede Académica Argentina-. Nun, José (2012), “La originalidad argentina”, en Le Monde Diplomatique, Edición 159, Setiembre 2012, Buenos Aires, Capital Intelectual. Roca, Emilia (2005), “Mercado de trabajo y cobertura de la Seguridad Social”, Revista de Trabajo, Nro 1.

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Más allá de la heterogeneidad: los desafíos de analizar la estructura social en la Argentina contemporánea1 Mariana Heredia2 Resumen Desde hace dos décadas, numerosas investigaciones pusieron de manifiesto que, con el estancamiento económico, las reformas de mercado y las transformaciones socioculturales, la sociedad y sus distintos grupos sociales habían sufrido una mutación que los volvía mucho más disímiles y, por lo tanto, más renuentes a las generalizaciones sociológicas. Desde entonces, la heterogeneidad se ha vuelto el santo y seña de los estudios de estratificación social. La intención de este ensayo es presentar algunas condiciones alentadoras para los análisis sobre el tema e identificar algunos de los inconvenientes prácticos y los desafíos analíticos que habría que enfrentar para avanzar más allá de esta caracterización.

Palabras claves estructura social – clases sociales – desigualdades socioeconómicas – Argentina

Abstract For two decades, research has showed that, with economic stagnation, market reforms and cultural changes, society and social groups had undergone a mutation that made them much more dissimilar and, therefore, more reluctant to 1. Estas notas se nutren de los intercambios que tuvieron lugar en las reuniones del proyecto “Naturalización de las desigualdades sociales” dirigido por Alejandro Grimson en el IDAES entre 2009-2011. Retoman también ciertas discusiones del seminario mensual “Estructura y desigualdad social” que coordinamos con Gabriel Kessler durante el 2011. Finalmente recuperan muchas de las reflexiones compartidas con Lorena Poblete en el marco de las dos materias que dictamos en el IDAES-UNSAM. A los participantes de estos diálogos así como a Pablo Seman y Cecilia Veleda, mi agradecimiento. Este trabajo les adeuda muchos de sus eventuales aciertos y los exime de todas sus falencias. 2. Dra. en sociología de la École des Hautes Études en Sciences Sociales, investigadora asistente del CONICET en el Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES), docente de la Universidad de San Martín y de Buenos Aires. Este artículo se inscribe en el proyecto en curso “La desigualdad desde arriba. Las clases altas en la Argentina contemporánea” (UNSAM SJ 10/11). Para comunicarse con la autora mariana.heredia@conicet.gov.ar

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sociological generalizations. Since then, the stress on heterogeneity has become the watchword of social stratification studies. The aim of this paper is to present the positive conditions of the analysis on this issue as well as to identify some of its practical constraints and analytical challenges to face in order to move beyond this frequent description.

Key words social structure – social classes – economic inequalities- Argentina

Introducción La Universidad de General Sarmiento, cuyas Jornadas de Sociología alentaron las reflexiones que cristalizan en este artículo, resulta un espacio particularmente propicio para hacer un balance y trazar los desafíos que enfrenta el estudio de la estructura social en la Argentina contemporánea. Esto, en gran medida, porque a lo largo de los años 1990 y 2000, esta universidad albergó un departamento pionero y particularmente fructífero en sus aportes a la comprensión de las transformaciones que las reformas neoliberales imprimieron en la sociedad argentina. Los trabajos de Miguel Murmis, Silvio Feldman, Gabriel Kessler, Maristella Svampa y el libro más reciente de Carla del Cueto y Mariana Luzzi (2008) constituyen algunos de los más ambiciosos intentos de analizar en profundidad estos procesos, tanto desde el estudio de algunas categorías socio-económicas específicas (los sectores populares, las clases medias, las elites sociales) como desde el análisis del conjunto de la estructura social. 124

La ocasión también parece auspiciosa porque se cumplen dos décadas de la publicación de “La heterogeneidad social de las pobrezas”, un artículo escrito por Murmis y Feldman (1992) que alertaba tempranamente sobre los efectos más regresivos de la crisis en los mecanismos de integración social. Junto con otros analistas, estos autores contribuyeron a documentar el aumento y la profundidad de la experiencia del empobrecimiento. Al hacerlo, nos hicieron concientes de que la sociedad y sus distintos grupos habían sufrido una mutación tal que los volvía mucho más disímiles y, por lo tanto, más renuentes a las generalizaciones sociológicas. Desde entonces, subrayar la heterogeneidad de la estructura social y sus categorías socio-económicas3 se 3. Sin duda, la estructura social y sus desigualdades rebasan las diferencias socio-económicas y de acceso al bienestar. Como la mayor parte de los estudios citados, este trabajo se circunscribirá a esta definición canónica para volver sobre ella en el último apartado.

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ha vuelto el santo y seña de los estudios sobre estratificación social. Veinte años después de su formulación originaria, el éxito del término heterogeneidad amerita evocar una de las reflexiones de Edgar Morin en torno de la contingencia. El filósofo francés se preguntaba si el azar era una propiedad intrínseca de la realidad o más bien un refugio para nuestra ignorancia. Parafraseándolo, en los términos que aquí nos ocupan, podríamos preguntarnos: ¿hasta qué punto la heterogeneidad ha devenido un atributo irreductible de la sociedad contemporánea o la persistencia de esta caracterización obedece más bien a nuestra incapacidad de identificar nuevas regularidades y desarrollar nociones específicas que avancen en una inteligibilidad más profunda y afirmativa de nuestro tiempo? Enfrentar este interrogante supone revisar una convivencia paradójica: al tiempo que admitimos una cualidad reacia a las generalizaciones, seguimos atribuyendo a la sociedad y a las clases el estatuto de conceptos “totales”, aquellos que siendo “a la vez lo que hay que explicar, se convierten en lo que explica, al menos ‘en última instancia’ las conductas individuales y colectivas” (Dubet, 1994: 153). Repensar la heterogeneidad requiere por tanto volver sobre la relación entre estratificación y totalidad4, problematizando una no4. También supondría volver sobre la cuestión clásica de las determinaciones estructurales. Este trabajo se centrará solo en las potencialidades y li-

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ción de estructura social homologable a un conjunto unificado y estable, compuesto por unidades discretas, homogéneas e interdependientes. También el momento resulta propicio. El período abierto tras la crisis de 2001 invita muy especialmente a ensayar un balance entre la persistencia de la heterogeneidad y la vigencia de las clases. Por un lado, más allá de los juicios que merezcan las políticas concretas adoptadas, es innegable que, en la última década, la lucha por una mayor justicia social, o por una relativa igualación de las condiciones de vida, ha recuperado su carácter fundamental como bandera de los gobiernos latinoamericanos. Después de ceñirse a la pobreza y al desempleo durante los años noventa (Armony y Kessler, 2003), la cuestión social volvió a asociarse con la desigualdad. A diferencia de los dos primeros términos, este último exige una mirada integral, más atenta a las relaciones y mecanismos que producen y reproducen asimetrías persistentes. Por otro lado, el desplazamiento no ha sido solo discursivo. Las políticas neoliberales han dado paso a un conjunto de medidas que retrotraen al país a una configuración más cercana a la estructura y la dinámica social del periodo de posguerra: el relativo aislamiento de los circuitos financieros internacionales, el incentivo a la producción nacional, la reactivación de las convenciones comitaciones del análisis de la estructura social para la descripción de las sociedades contemporáneas.

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lectivas, la universalización de ciertos derechos asistenciales modifican la realidad social e instan a reconsiderar los parámetros analíticos con los que examinamos continuidades y rupturas. La intención de este ensayo es justamente contribuir a precisar algunos de los desafíos que enfrentamos para seguir avanzando en la síntesis de dos caracterizaciones contrapuestas: el énfasis en la heterogeneidad y la vigencia de ciertas aproximaciones clásicas. Con este propósito, el artículo se organiza en cuatro apartados. El primero identifica algunas de las condiciones propicias de este tiempo para la revitalización de los análisis sobre la estructura social. El segundo precisa los inconvenientes prácticos que supone federar distintas disciplinas y conocimientos sobre lo social. El tercero avanza sobre algunos de los principales desafíos analíticos para restituir una representación unívoca e integrada de la sociedad contemporánea. El cuarto propone algunas pistas destinadas a expandir una nueva agenda de investigación. Estas reflexiones se cierran finalmente con un llamado a situar al análisis de la estructura social en el centro de una forma particular de militancia sociológica. I. Las condiciones propicias para el análisis La geopolítica del siglo XXI y la oportunidad para una reflexión descentrada

Como en otras problemáticas tratadas por las ciencias sociales, este momento 126

histórico resulta favorable para las reflexiones sobre la estratificación social: el nuevo marco geopolítico permite avanzar en una reflexión integrada a las discusiones y aportes internacionales eludiendo, a la vez, los riesgos de una importación acrítica de las referencias acuñadas en los centros intelectuales de Occidente. Por un lado, la distinción entre centro y periferia que tanto estructuró nuestros esquemas de pensamiento, se está complejizando hasta el punto de desvanecerse. El mentado “Primer Mundo” se presenta de manera menos próspera, homogénea y unipolar que hace apenas un par de décadas, la crisis desatada en 2008 parece colocarnos menos en la retaguardia que en la delantera de las configuraciones sociales características del último ciclo del capitalismo. Y no se trata de una afirmación optimista. Contrariamente a las esperanzas de Rostow [1963 (1960)], para quien el crecimiento económico alentaría una mayor integración social y ésta, mayores niveles de democratización, la convergencia virtuosa del progreso por etapas no solo no se observa en los grandes países latinoamericanos de la segunda posguerra (O’Donnell, 1982), tampoco define, a principios del siglo XXI, a las naciones emergentes ni a las viejas potencias en declive. Estos fenómenos globales tienen traducciones bien prácticas para el análisis de la estructura social. Para no poner más que un ejemplo, la infor-

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malidad puede dejar de ser concebida como un desvío persistente del subdesarrollo latinoamericano para convertirse en efecto de un modelo dominante de acumulación que no incorpora toda la mano de obra disponible en las organizaciones más modernas ni en los contratos refrendados jurídicamente. Por otro lado, el debilitamiento de la distinción centro-periferia se presenta en un contexto de mayor articulación de los debates científicos e intelectuales. En gran medida gracias a la integración digital y lingüística de las comunidades académicas, nuestra manera de pensar ya no necesita referirse radialmente a las metrópolis centrales dado que ya no se concentran en ellas los “inventarios” de casos susceptibles de alentar comparaciones y hallazgos generalizables. Los análisis sobre la estructura social en la Argentina pueden establecerse ahora en relación con África, con Asia, con Europa del Este. La atención prestada a estas otras experiencias ha de enriquecer seguramente la comprensión de nuestros países. Muchos de los atributos considerados como excepcionales al compararse con los centros del Norte podrían revelarse más bien mayoritarios desde una perspectiva geográfica más vasta. Esto no significa necesariamente que los hallazgos resultantes se circunscriban a singularidades de los países periféricos; la imaginación sociológica del Sur y del Este puede alimentar la comprensión de fenómenos más recientes o menos

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dramáticos también observados en los núcleos occidentales. Un ejemplo significativo es el análisis del empobrecimiento de las clases medias como resultado de la aplicación de las reformas de liberalización económica. Considerado tempranamente en la Argentina (Minujín y Kessler, 1995), su estudio se ha precisado en el contrapunto con lo ocurrido en Europa del Este (Kessler, de Virgilio y Yaroshenko, 2010), contribuyendo a las reflexiones sobre el mismo fenómeno en países con una intervención estatal en retirada (Chavel, 2006). Están dadas las condiciones para que la reactualización de los estudios sobre la estructura social se asiente en una renovación de las referencias (bibliográficas, analíticas, casuísticas) que permita avanzar en una reflexión descentrada. Con la dilución de uno de los contrapuntos que ordenaba nuestro pensamiento y la multiplicación de ejemplos a considerar, la producción sociológica puede volverse más refractaria a los resabios de autodenigración y provincianismo que tanto la han amenazado.5 La sociedad del conocimiento y la polinización de distintos saberes sobre lo social

La estabilización democrática y la atención en la cuestión social de fines 5. Pocos autores han planteado tan magistralmente como Hirschman (1971) los riesgos que, en este sentido, pesaban sobre las reflexiones de los científicos y políticos latinoamericanos.

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del siglo XX han tenido una virtud persistente para la producción de conocimiento: una mayor articulación entre los distintos saberes sobre lo social. Durante el período de posguerra, los enfoques sociocéntricos solían acordar al analista el rol de dilucidador de los intereses sociales subyacentes a la dinámica política e institucional. Con frecuencia, una oposición se estructuraba entre la superioridad reveladora del analista y el sesgo clasista atribuido al aparato estatal6. Paradójicamente, las reformas de mercado nos hicieron más concientes de la importancia de los entramados institucionales (productivos, políticos, administrativos) en la construcción y la estabilización de la sociedad y sus clases. En este marco, los científicos sociales reconocen hoy más abiertamente que sus disciplinas no solo observan, desde 6. Esta suposición estructuró, durante años, relaciones institucionales y jerarquías profesionales. Por un lado, la relación de las facultades de humanidades y ciencias sociales con los gobiernos fue singularmente conflictiva. Estas casas de estudio perseveraron en una mirada crítica y defensiva no sólo hacia las administraciones de turno -tan recurrentemente oscurantistas y autoritarias en la Argentina del siglo XX-, sino también contra todo juicio en torno de la pertinencia y utilidad pública de sus egresados y de sus análisis. Por otro lado, la jerarquía dentro de las distintas actividades desarrolladas por los graduados en ciencias sociales supuso una distinción tajante entre los “intelectuales críticos” y los profesionales comprometidos con organizaciones públicas y privadas por fuera de una academia siempre amenazada.

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afuera, sino que también intervienen, desde adentro, en los diagnósticos y políticas públicas que contribuyen a dar forma a la estructura social. Las multiplicación de programas de asistencia social, los centros privados de investigación, las consultorías financiadas por fondos públicos, privados e internacionales, las empresas de estudios de mercado y opinión pública, en suma, la multiposicionalidad de los profesionales formados en ciencias sociales y su interés por la producción y el uso de la información social han ido diluyendo la frontera que separaba a los “intelectuales críticos” del resto de los profesionales7. El diálogo entre investigaciones desarrolladas desde diversas inserciones y la expansión de profesionales con perfiles híbridos que combinan competencias académicas, técnicas y políticas han propiciado una mayor polinización entre saberes distintos sobre lo social. La información estadística disponible ilustra estas nuevas condiciones. Si de análisis cuantitativos se trata, la información pública parece haber retrocedido por dos razones. La primera es que la redefinición de ciertas funciones estatales supuso, muchas veces, la pérdida de información (secundaria) para el análisis 7. Como lo revelan muchos estudios históricos, este antagonismo era más simbólico que real: la interpenetración de esferas es un rasgo persistente en la Argentina (Neiburg y Plotkin, 2004, Morresi y Vommaro, 2012) y se nutre, en gran medida, de la fragilidad de las instituciones académicas.

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social. Al actuar, los Estados nacionales dejaban huellas (registros fiscales, crediticios, catastrales, sanitarios, asistenciales) a partir de las cuales era posible reconstruir ciertos aspectos de la estructura social. Al desregular, descentralizar o privatizar ciertos servicios o al abandonar el esfuerzo por la sistematización y el registro de sus intervenciones, estos mismos Estados dejaron de producir y de procurarnos rastros estandarizados y relativamente públicos para el análisis8. Paralelamente, distintos actores del mercado, las organizaciones no gubernamentales, los partidos y los gobiernos han incrementado su demanda y producción de información sin que la misma esté sometida a ninguna regulación que obligue a hacerla pública9. Frente a organismos estatales que producen igual o menos que en el pasado y agentes privados o semi privados que avanzan en la valoración y la producción de datos primarios, la proporcionalidad se invierte y la necesidad de una colaboración más estrecha entre distintos especialistas se agudiza. Así, tras erigirse en instancias críticas del Estado que reivindicaban cierta ajenidad y exclusividad en la dilucida8. Vale mencionar algunas honrosas excepciones. Algunos ministerios, como el de Trabajo y Educación, han avanzado en la producción de más y mejor información estadística. 9. Dada la magnitud de la información “privada” producida, toda iniciativa tendiente a hacer públicos, en ciertos plazos razonables, estos datos constituye un paso crucial para avanzar en la producción de más y mejor conocimiento sobre nuestras sociedades.

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ción de los contornos de lo social, los investigadores académicos participan hoy de un espacio más amplio y complejo de especialistas que buscan hacer inteligible la sociedad y participar en la elaboración y la evaluación de distintas políticas públicas. Desde observatorios diferentes y con objetivos distintos, estos profesionales pueden servirse de las indagaciones y las experiencias de los otros en post de un conocimiento más profundo de la estructura social.

II. Los inconvenientes prácticos para una aproximación federada Las derivas de la especialización y la reconstrucción del rompecabezas

Avanzar en el análisis de la estructura social plantea desafíos específicos a las ciencias sociales y a la articulación entre sus distintas disciplinas. Alcanza con contemplar la producción reciente en torno de la estructura social para concluir que se trata de un ejercicio entre extremos: caben dentro de ella desde la contundencia sintética del índice de Gini hasta las versiones más dispersas y complejas del análisis sobre las clases. Un primer obstáculo para aventurarse hacia proposiciones más generales y afirmativas parece situarse en las tendencias centrífugas que animan, en los últimos años, a la profesionalización científica. Ciertamente, el análisis

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de la estructura social ha sido, para la sociología, la expresión más notoria de su carácter imperialista o al menos de su voluntad de aprehender y federar a las otras disciplinas sociales. Este intercambio se ha visto sustancialmente dificultado por la crisis del estructuralismo y el desarrollo tenaz de la especialización. Desde la economía, la demografía, la ciencia política, la antropología, la historia, resulta más sencillo referirse a las clases sociales ateniéndose a ciertas definiciones implícitas o estandarizadas que avanzar conjuntamente en la reformulación de estos términos y de sus implicancias. Dada la jurisdicción que suele atribuírsele (“la cuestión social”) y la pluralidad de métodos que la caracterizan (Passeron, 2006), la sociología experimenta con mayor dramatismo el dilema entre repetir inmutable cierta letanía sobre las clases o desechar toda posibilidad de identificar posiciones sociales asimétricas y persistentes. Un primer desafío práctico parece ser entonces reanudar una empresa de carácter necesariamente interdisciplinario. Actualizar el estudio de la estructura social supone interpelar a las ciencias económicas con su interés por la geometría cambiante de los mercados, la producción y la circulación de la riqueza, la organización del trabajo y el consumo, la movilización, la articulación y la recompensa de los distintos factores de la producción. Renovar esta temática implica asimismo atender a los aportes de la demo-

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grafía sobre las particularidades de la población en términos de magnitud, género, edad, parentesco y residencia, con una mirada de mediano y largo plazo. Ajustar nuestra aproximación a la estructura social requiere considerar los análisis sobre el Estado y el gobierno; muy particularmente aquellos interesados en el impacto consistente o contradictorio de las políticas económicas, sociales, tributarias, sanitarias, educativas y a las coaliciones sobre las que se asientan y reformulan distintos proyectos de reforma. Comprender la estructura social, bien lo demuestra Pablo Semán en este dossier, exige ineludiblemente atender a los lazos interpersonales que estructuran desigualdades en espacios geográficos acotados. En consonancia con el énfasis de ciertas teorías contemporáneas (Apparudai, 1986; Latour, 2008), uno podría agregar que la comprensión de la estructura social reclama también la consideración de los objetos. ¿Cómo pensar las desigualdades sociales sin contemplar cómo actúan las viviendas, los desechos tóxicos, las vacunas, los ferrocarriles, las armas? La mención de estos aspectos no hace más que subrayar, por fin, la radical historicidad de toda estructura social: las condiciones de vida cambian y al hacerlo se redefinen tanto la proporcionalidad entre las clases como los criterios de demarcación entre ellas. Si faltaba todavía una disciplina a convocar, también ha de estar la historia.

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En suma, restituir una mirada totalizante sobre este mosaico complejo que es una sociedad supone repensar la unidad y la especificidad de las distintas ciencias sociales. En su estudio sobre la diferenciación disciplinaria, Fabiani (2006) concluye que mientras la innovación científica tiende a poner en cuestión las fronteras entre los saberes y a agruparlos en torno de interrogantes y controversias comunes, la organización pedagógica y administrativa tiende a remarcar y profundizar su separación. La renovación de los estudios sobre la estructura social convoca a articular una curiosidad científica capaz de trascender los límites de la compartimentalización. Los desvíos de la focalización y la atención estrábica del Estado y los mercados

La dispersión de las piezas del rompecabezas no remite únicamente a la especialización de las distintas disciplinas sociales sino también al modo en que las agencias estatales y los estudios de mercado, al delimitar más focalizadamente sus grupos de interés, han ido desplegando una atención estrábica sobre los distintos componentes de la sociedad. Al menos en la Argentina, a diferencia de los organismos de planificación de los años cincuenta y sesenta que tenían la voluntad de congregar y explotar la información pertinente para la planificación de la población y el

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territorio, no parecen existir agencias que concentren y compatibilicen la información social disponible en las distintas áreas y niveles del Estado. Muchas veces las páginas de los ministerios públicos están atiborradas de información estadística. No obstante, la misma sigue siendo definida como económica, laboral, vial, sanitaria, educativa, cultural, a la espera de que se emprenda la tarea titánica de ponerla en relación y de establecer cruces entre ella. La violación de la independencia del INDEC10 y la falta de coordinación condenan a los investigadores argentinos, que así se lo proponen, a dedicar gran parte de sus esfuerzos a rastrear, entender y compatibilizar las dispersas fuentes públicas disponibles. Pero el problema es a la vez de dispersión administrativa y de concentración sociológica. Al tiempo que las urgencias de la intervención llevan al Estado a preocuparse prioritariamente por los sectores más desfavorecidos, las empresas de mercado se especializan en los segmentos más solventes de la pirámide social. Las clases medias y medias altas, sobre todo aquellas con consumos más privatizados, son objeto casi exclusivo de interés de los estudios de mercado. 10. Si bien la manipulación reciente del índice de precios constituye el ejemplo más dramático de la degradación de las estadísticas públicas, esta intervención no constituye el primer ni el único atentado contra la comparabilidad y la confiabilidad estadística del que se tiene registro en la Argentina.

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Esta tendencia a la vez desatiende y ampara a esas poblaciones. Por un lado, el triunfo del principio de subsidiariedad estatal supone que la acción del Estado ha de concentrarse sólo en aquellas áreas y servicios desatendidos por la iniciativa privada. Si bien este principio recomienda la consolidación de agentes reguladores y fiscalizadores de los distintos bienes ofrecidos, los avances en esta materia son cuanto menos modestos. Cuando la regulación del mercado queda en manos del consumidor y sus cultores, la atención tiende a centrarse en la tecnología, la infraestructura y la imagen, y mucho menos en aspectos tan cruciales como la calidad de los servicios y la formación del personal comprometido en cada tarea. Las imperfecciones y los abusos producidos por el juego de la oferta y la demanda no parecen reclamar mayores controles, registros y análisis públicos11. Por otro lado, la privatización de los beneficios y la riqueza conspiran contra un análisis relacional de la estructura social. Si siempre es difícil estudiar a los estratos superiores, tan reacios a la indiscreción de los sociólogos, tanto más lo es cuando esta información no existe o se retira del escrutinio público. El patrimonio y los ingresos se han vuelto materia de reserva y el Estado parece desarmado frente a los enmarañamientos jurídicos 11. Estudios de economistas y sociólogos de la economía comienzan a avanzar sobre esta vacancia.

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y los diversos gestores que blindan a los segmentos más favorecidos. Como señala Picketty (2001) para Francia, la falta de datos confiables sobre las clases medias altas y altas no es más que un indicio de la debilidad estatal frente a esos grupos12. Pero la responsabilidad no es solo de los productores de información, sino también de sus usuarios. Dos tendencias parecen nocivas en la evolución predominante de la investigación social tal como se desarrolla en las universidades y el CONICET. La primera es que, aunque se hayan multiplicado, los subsidios públicos de investigación en ciencias sociales solo permiten rara vez producir datos primarios de magnitud. El carácter reducido de sus montos y la imprevisibilidad de sus desembolsos impiden a los directores de proyecto embarcarse en encuestas que movilicen grandes recursos económicos y humanos. La segunda razón es que las modas intelectuales y la formación trasmitida en las carreras de grado han propiciado una proliferación de estudios de corte cualitativo desatentos a toda voluntad de cuantificación de los fenómenos que se investigan. Así, uno de los desafíos prácticos es que la investigación académica sobre la estratificación social oficie como 12. Hemos analizado en otro lugar, los inconvenientes a los que se enfrenta la investigación social para definir y estudiar en la Argentina a los notables, dueños, patrones y ricos (las definiciones convencionalmente empleadas para definir a las clases altas), Cf. Heredia (en prensa).

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verdadera federadora de disciplinas y fuentes de información. Sirviéndose de la experiencia de una pluralidad de profesionales y de la información de agencias públicas y privadas, los estudios desarrollados por las universidades y el CONICET podrían trascender las limitaciones de sus recursos y a la vez superar el análisis puntual –en términos de período y de recorte- al que se ven constreñidos las indagaciones realizadas por otros observadores de la realidad social.

iii.

Los desafíos analíticos para una representación unívoca ¿La heterogeneidad de qué? La globalización y el problema de las escalas

A diferencia de ciertas versiones del marxismo que hacen extensible la sociedad capitalista a la geometría del mercado o de la tradición predominante en los estudios de estratificación que sindican la estructura social a los Estados-nación, resulta cada vez más evidente que no podemos dar por supuesta la escala de nuestros análisis. En cierta medida, esto supone más la ratificación de una lección largamente predicada que una novedad. No cesa por ello de erigirse como el primer desafío analítico para la actualización del estudio de la estructura social.

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Con los estudios clásicos, nos hemos acostumbrado a analizar las desigualdades sociales a escala de “la” sociedad argentina (Germani, 1987 (1955); Torrado, 1992). Por la singular distribución de los habitantes en este país, estas caracterizaciones remitían más a un criterio poblacional que geográfico13. Como advirtieron los primeros teóricos de la estratificación (Barber, 1957), las pirámides nacionales (resultado de las agregaciones estadísticas) rara vez se corresponden con las pirámides locales que estructuran experiencias de integración y diferenciación muy diversas según el volumen y los atributos específicos de las poblaciones consideradas. Más allá de estas salvedades, la temprana urbanización de la población, su concentración en algunas ciudades y la magnitud poblacional de la gran capital tanto como el predominio estructurante del Estado central parecieron autorizar, durante años, a los porteños a referirse a la Argentina estudiando apenas el área metropolitana de Buenos Aires y sus alrededores. Las tendencias hacia una distribución poblacional menos concentrada y el repliegue de las funciones estatales centrales impiden seguir replicando ese impulso. Por un lado, como señala 13. No sólo la macrocefalia porteña convivió, durante décadas, con la escasez de núcleos urbanos intermedios y su concentración geográfica en el noroeste y el litoral; los niveles de poblamiento y desarrollo fueron particularmente disímiles a lo largo de las distintas provincias y regiones.

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Vapñarsky (1995), la macrocefalia ha ido cediendo por el crecimiento significativo de los aglomerados de tamaño intermedio, muchos de ellos alejados de la región del litoral. Esto significa que los argentinos son hoy menos reductibles a los porteños o a los litoraleños que antaño. Por otro lado, con el complejo devenir de las economías regionales (al calor de las promociones industriales, la liberalización económica y el retorno de la protección) y con la descentralización de los servicios públicos, las provincias agudizaron sus diferencias. Si desde el análisis de los recursos económicos, las capacidades estatales y los regímenes políticos, las discrepancias son profundas14, los indicadores sociales reflejan contundentemente la estratificación regional del bienestar. Para no mencionar más que algunos casos vinculados a las desigualdades socio-económicas, hacia fines del siglo XX, el ingreso per cápita de la provincia de Santa Cruz era 7 veces superior al de Formosa, mientras los hogares con necesidades básicas insatisfechas (NBI) alcanzaban, en 1991, el 8% en CABA y el 38,2% en Santiago del Estero (Manzanal, 2000: 454). En suma, podría decirse que la Argentina 14. Entre los estudios sobre recursos presupuestarios provinciales y regímenes políticos, puede mencionarse a Gibson y Calvo (2000) y Gibson (2005). Sobre la dispar capacidad de garantizar derechos civiles y políticos, véase: O’Donnell (1992); para la calidad de las políticas educativas, Rivas (2004); para las políticas sanitarias y asistenciales, Bonvecchi (2008).

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se ha tornado más heterogénea en su composición geográfica al tiempo que sus analistas nos hemos vuelto más sensibles al reconocimiento de esta diversidad. Pero la problemática de las escalas remite tanto a la demarcación de límites jurisdiccionales más apropiados que al empalme entre territorialidades diversas, crecientemente desajustadas y competitivas. Si algo ha caracterizado al último ciclo del capitalismo es que trastoca la correspondencia laboriosamente establecida entre mercado y comunidad política, entre el ámbito en que se define la propiedad y el flujo de la riqueza y el alcance de estos procesos sobre la naturaleza y los hombres (Bauman, 2010). No es casual que la escala territorial de la sociedad vacile frente a estas dos fuerzas centrífugas: la economía que reclama para sí un dominio de orden planetario, y la política que ve socavadas sus potestades nacionales por arriba (a favor de los organismos internacionales o de movimientos sociales sin fronteras) y por abajo (hacia unidades más descentralizadas)15. Estas dificultades no conspiran solamente contra la capacidad de generalización de los analistas. Con la creciente polarización y segregación socio-espa15. Vacila de tal modo que, al considerar las formas territoriales de gobierno, algunos analistas se preguntan por la muerte de lo social (que atribuyen a los Estados de Providencia) y observan un retorno a la noción de comunidad (que suponen más afín a los agrupamientos contemporáneos), cf. Miller y Rose (2008: 85 y ss.).

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cial de los grupos sociales, los miembros de la sociedad inscriben sus percepciones en alcances cada vez más estrechos. Los etnógrafos de las villas miseria han demostrado que los vecinos tienden a ponderar detalladamente el espacio y a adjudicarle posiciones ventajosas a predios o viviendas lindantes o cercanas, cuya singularidad es apenas perceptible para quienes las observan desde una perspectiva externa (Segura, 2009). En el otro polo, aunque ocupen el 5% superior de la distribución, los profesionales suelen juzgar insatisfactorios sus ingresos al compararlos con colegas que residen en otros países o en otros sectores de actividad. En ambos casos, vistos a escala nacional, el arco de comparación de estos sujetos es relativamente homogéneo y por lo tanto acotado. Como ha señalado Fraser (2010), remitiendo a los dos significados de la noción de scale, la cuestión involucra tanto al mapa como a la balanza. El mapa, como hemos referido, concierne a las dimensiones espaciales de las desigualdades sociales. La balanza remite al juicio moral sobre el modo en que se resuelven conflictos y se distribuyen deberes y derechos entre los miembros de un colectivo. Los conflictos en Famatina16 ilustran con claridad este 16. Se trata de una ciudad del norte de la provincia de La Rioja (Argentina) que, durante la primera década de los años 2000, protagonizó numerosas acciones de protesta contra las explotaciones mineras a cielo abierto. La resistencia de los habitantes se enfrentó a las autoridades pro-

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entrecruzamiento entre el enmarcado geográfico y el moral ¿Cuál es la estructura social de la minería en la Argentina? ¿Son los directamente implicados? ¿Es la provincia donde se sitúan esas minas? ¿Es el Estado Nación que puede obtener recursos que luego redistribuirá a otros grupos sociales dentro del país? ¿Es la red que estructura esta actividad globalizada? ¿La era de la heterogeneidad? La estructura entre la inercia y el cambio

Para reactualizar los estudios sobre estratificación social y considerar el carácter novedoso de la heterogeneidad en las sociedades contemporáneas, un segundo desafío analítico parece presentarse en torno a la temporalidad. El mismo puede desdoblarse en dos retos: el primero sopesar el carácter homogéneo atribuido al pasado, precisando las dimensiones consideradas; el segundo, reflexionar sobre el enmarcado temporal de nuestros análisis y sus implicancias. La insuficiencia de las series estadísticas complica sin dudas la primera tarea. Mientras algunos estudios cuantitativos emprenden este tipo de comparaciones de largo plazo (Beccaria, Esquivel y Maurizio, 2002; Benza, 2012), en la historiografía interesada por las primeras décadas de siglo XX (Adamosky, 2009 y Hora, 2002 para vinciales y nacionales más propicias a la instalación de estas empresas y al desarrollo de estas actividades.

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citar solo dos ejemplos), la homogeneidad y la prosperidad de ciertos grupos sociales son presentadas de modo más matizado y, por lo tanto, menos favorables a las idealizaciones. Estos estudios constatan que los estratos socioeconómicos son homogéneos y heterogéneos a la vez y, por definición, relativamente inestables. En este sentido, avanzar en una respuesta sobre la heterogeneización reciente implica precisar las dimensiones a comparar y considerar el significado de las mismas a lo largo del tiempo. Los servicios públicos y el mercado suponen, ambos, procesos de homogeneización y heterogeneización, de integración y jerarquización del territorio, las poblaciones y los bienes, de anclaje en ciertas semejanzas y de profundización de ciertas asimetrías17. La tesis de la heterogeneidad ha puesto el acento en la balkanización de aquellos pivotes asentados en una fuerte intervención estatal que sostuvieron la homogeneidad de ciertos grupos durante la segunda posguerra (la industrialización, la educación pública, el contrato de trabajo). Al debilitarse estos pivotes, la consideración conjunta de otros factores permite apreciar su importancia relativa en cada momento histórico y su centralidad como vectores de es17. No sólo ni necesariamente es la autoridad pública central la que estandariza y homogeneiza. Para las particularidades del enmarcado supuesto en la lógica del mercado, véase Callon [2008 (1998)].

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tandarización o diversificación. Los incrementos de ingresos, por ejemplo, no estratifican de igual manera en un período de espiral inflacionaria y de generalizada privatización de la salud, la educación y la seguridad, que en el marco de cierta estabilidad y calidad de los servicios públicos. En la medida en que decrecen las remuneraciones y se precarizan las condiciones de trabajo, la multiplicación de los empleos administrativos no tiene la misma repercusión, en la expansión de las clases medias, hoy que hace algunas décadas. Historizando el significado de las ocupaciones no-manuales, Kessler y Espinoza (2003: 8) concluyen que las nuevas generaciones del área metropolitana de Buenos Aires han experimentado “una movilidad social ascendente espuria, pues al remontar en la escala de prestigio ocupacional han decrecido las recompensas sociales asociadas anteriormente a estas posiciones”. Precisar los ejes de comparación recuerda que cada uno de ellos remite a temporalidades y causalidades complejas. Aunque al calor de las discusiones políticas y de los balances de gestión, muchos análisis sobre las desigualdades sociales tiendan a organizarse en función de los ciclos electorales, los procesos que concurren a la caracterización de la estructura social en un momento determinado son el resultado de iniciativas y de procesos diversos. El tendido del ferrocarril, las transferencias directas de ingreso, el acceso a la penicilina,

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la inflación, el incremento de las matrículas escolares, la flexibilización de los contratos laborales, los créditos a la vivienda, el desempleo abierto presentan temporalidades distintas pero todos ellos contribuyen a apuntalar nuestras interpretaciones y a cuestionar una mirada centrada en la coyuntura. Es justamente en esta línea que Kessler (2011) ha destacado algunas tendencias que permiten alcanzar un diagnóstico más matizado de la evolución reciente de la sociedad argentina. En primer lugar, el autor registra un mejoramiento de ciertos indicadores sociales fijados como metas por el Fondo de Población de las Naciones Unidas en Argentina. En segundo lugar, menciona estudios que cuestionan la concepción generalizada de que asistimos a un proceso masivo de empobrecimiento y movilidad descendente: este país sigue siendo una sociedad relativamente abierta y móvil. El avance en términos de cobertura educativa desde los años ochenta, se ubica en un tercer lugar, entre las tendencias que matizan el diagnóstico decadentista dominante. En cuarto lugar, y aún con los recaudos que supone el endeudamiento de los sectores populares, Kessler destaca su acceso al consumo tanto en lo que refiere a bienes básicos como durables. Las conquistas en términos de igualdad de derechos y de respeto a las minorías constituyen, al menos en el ámbito capitalino y nacional, un quinto avance de gran significación.

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Del mismo modo que al tratar la complejización de las escalas geográficas, la temporalidad no remite solamente a los marcos escogidos por los analistas sino también a modificaciones trascendentes en los fenómenos observados. La referencia a la estructura social suele reclamar tanto una unidad unívoca de agregación (el capitalismo, el Estado nación, la localidad, las categorías socio-económicas) como cierta estabilidad de los elementos que la componen y de las relaciones que los mismos entablan entre sí. Para Fitoussi y Rosanvallon (1997), es justamente el dinamismo el carácter distintivo de la nueva era de las desigualdades. Tanto la entronización de las decisiones individuales como la fragilización de los estatutos contribuyen a acrecentar las posibilidades de que ocurran saltos y rupturas en el curso de la vida de una persona o una familia. El argumento parece particularmente pertinente para la historia argentina reciente, rica en convulsiones macroeconómicas y grandes translaciones de ingreso. En un escenario más precario, tanto para los estudiosos como para los protagonistas resulta más difícil identificar categorías de pertenencia robustas. ¿Cuándo y por cuánto tiempo hay que pertenecer a una grupo socio-profesional o de ingresos para convertirse en miembro representativo de una clase? ¿Hasta dónde operan ciertas socializaciones primarias en contextos de alta movilidad? ¿Atañe la inestabili-

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dad de manera diferencial a los estratos más y menos beneficiados de la estructura social? Las partículas elementales de la heterogeneidad. El problema de las cédulas

Los estudios de tradición marxista suelen referirse a quienes ocupan posiciones antagónicas en la estructura productiva para situar a los individuos en términos de clase. Las teorías sobre la estratificación social, al multiplicar las dimensiones de la adscripción socio-económica, tendieron a centrarse en las cualidades ocupacionales de los jefes de hogar y en sus familias como unidades de análisis. Empresas, personas y hogares se han ido afirmando así como referencias de las cédulas aplicadas por los relevamientos económicos y poblacionales sobre los que se asientan numerosas investigaciones en ciencias sociales y muy particularmente aquellas preocupadas por la estructura social. La opacidad de estas partículas elementales plantea un tercer desafío analítico a los estudios sobre estos temas. Difícilmente el mundo de las empresas y los empresarios resulte hoy un pivote sencillo para establecer generalizaciones. Los límites, los significados y la estabilidad de estas unidades resulta cuanto menos problemática. Por un lado, la empresa como unidad de tiempo, lugar y contrato laboral se ha visto trastocada (Lallement, 1999): la multiplicidad de formas de organización 138

se afirman como una característica de nuestro tiempo (Fligstein, 1990; Rubbery et. al., 2002; Useem, 1999). En las grandes compañías, la internacionalización, las nuevas formas de propiedad y la terciarización de la mano de obra hacen más modular e impreciso el contorno de estas unidades. Mientras los fondos de inversión y los accionistas diversificados complejizan la noción de dueño, la terciarización en empresas más pequeñas y el aumento de las agencias de mano de obra eventual desdibujan la figura del patrón18. Por otro lado, y sobre todo en ciertas actividades, conviven unidades de tamaño, fortaleza y volúmenes de negocio muy dispares. La línea que suelen establecer los estudios sobre informalidad entre establecimientos de más y menos de 5 empleados resulta cuestionable frente a la complejidad de ciertas actividades y de las formas de contratación imperantes. La alta mortalidad de las empresas y el cambio frecuente de manos llama, por último, a atender muy especialmente a la duración y las metamorfosis de estos emprendimientos al caracterizar las tramas productivas y sus participantes19. 18. En términos agregados, son los empresarios de pequeñas y medianas unidades los que más se adecuan a la imagen convencional de dueño-patrón con personal a cargo. Sus compañías son, sin embargo, las más débiles del mercado y las que presentan mayor vulnerabilidad frente a los vaivenes económicos 19. Suele atribuirse esta inestabilidad a las PYMES, el estudio en curso de Beltrán y Castellani

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A la opacidad de las cúpulas empresarias podría corresponderle cierta nitidez y permanencia en la caracterización de las ocupaciones y los ocupados. Sin embargo, los sociólogos del trabajo se han encargado de documentar la diversificación de los argentinos que quedaron por fuera y por dentro del estatuto asalariado. Aunque las tasas de desempleo abierto hayan cedido en los últimos años, se haya avanzado en el blanqueo del personal y en la reactivación de las negociaciones paritarias (Palomino, 2008), el mundo del trabajo sigue siendo un mosaico complejo con muchos gradientes entre la elite obrera de las empresas de punta (con altos salarios y condiciones de trabajo ventajosas), los trabajadores “independientes” (Poblete, 2008), los precarizados y excluidos (Cortés, 2012). La situación es tal que una misma persona multi-empleada puede presentar ambas condiciones a la vez o sucesivamente y una empresa puede contener, en un mismo espacio, codo a codo, a trabajadores con contratos y remuneraciones completamente distintas. Pero incluso entre quienes están formalmente ocupados, los atributos categoriales no son necesariamente los previstos por el marxismo y la teoría de la estratificación. Como han señalado los trabajos de Kessler y Espinoza (2003) y lo revela la evolución de las paritarias, (2012) revelan altos niveles de mortalidad y de rotación de las dirigencias en las más grandes empresas del país.

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la pirámide de ocupaciones que suponía cierta homogeneidad categorial así como mejores remuneraciones y condiciones de trabajo para empleados de servicios y menos favorables para los obreros industriales se ha visto trastocada. Rosati y Donaire (2012: 87) demuestran que, en el total de aglomerados urbanos del país en 2003 y 2006, los menores ingresos correspondían a los pequeños propietarios y los mayores, a la clase obrera industrial; distancia que tendía a incrementarse. La tercera unidad fundamental en el análisis de la estructura social es la familia. También aquí se observan cambios que han complicando las generalizaciones estadísticas. Si bien es necesario no perder de vista que los hogares conyugales siguen siendo abrumadoramente predominantes (Wainerman, 2002 y Torrado, 2007), también es innegable que estas estructuras conviven con otras formas de organización doméstica en aumento. Al menos en los núcleos urbanos, se han incrementado los hogares unipersonales y monoparentales. Pero los núcleos conyugales completos ya no pueden atribuirse a una forma de estructuración límpida y estable. Aunque confluyan en una misma categoría, los hogares nucleares completos pueden expresar historias diferentes matrimonios tradicionales con hijos de ambos o las familias ensambladas y reconstituidas con hijos de distinta filiación (Wainerman, 1997). Si el devenir de las estructuras fami-

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liares parece ser hoy más complicado que a mediados del siglo, también se ha diversificado la organización interna de los hogares. Aunque la jefatura masculina sigue siendo elevada, crecen persistentemente los hogares con ambos cónyuges en el mercado de trabajo e incluso las parejas de dos trabajadores a tiempo completo (Wainerman, 2005). Del mismo modo que en el caso de las transformaciones en las empresas, estos procesos plantean desafíos a los estudios sobre la estructura social ¿Qué impacto tiene en la reproducción de las condiciones e identidades de clase la multiplicación de las rupturas conyugales y sus profundas consecuencias materiales para los miembros de esas familias? ¿Qué sucede cuando la calificación y los ingresos de los cónyuges nos lleva a clasificarlos en estratos socioeconómicos diferentes? ¿Cómo integrar al análisis el impacto del trabajo femenino no sólo en los ingresos sino también en la dinámica cotidiana de los hogares y en la mercantilización de servicios de cuidado otrora provistos por la mujer?

IV. Desplazamientos para una nueva agenda de investigación Categorías y fronteras Al considerar la producción antropológica y sociológica reciente, Noel (2009: 2) observa el recurso de muchos investigadores a una “operación de relativa

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‘insularización’, en la cual un grupo, clase o fracción de clase es demarcado con mayor o menor nitidez para centrarse en sus representaciones, prácticas y trayectorias (…) la regla suele ser aquí yuxtaponer reconstrucciones etnográficas [sobre distintos grupos] recogidas por separado para producir una iluminación recíproca por vía de contraste”. La idea de insularización supone tanto el desarraigo de esos grupos de las relaciones en las que están insertos como una cierta desatención analítica por el todo en que esas partes cobran singularidad y significación. Frente a esta tendencia, dos estrategias diferentes permitirían tal vez seguir avanzando. Una, en pos de reanudar cierta pretensión de generalización, podría ser, en lugar de operar por oposición entre polos sociales extremos, profundizar el diálogo entre las descripciones etnográficas más densas y las aproximaciones cuantitativas que se consagran al análisis de los mismos sectores socioeconómicos: ¿Cuál es la relación entre los habitantes de las villas miserias y los sectores populares urbanos? ¿Son un caso extremo, una expresión paradigmática, una parte de un grupo más vasto y diverso en términos de residencia y calidad de vida? En segundo lugar, visto que hemos acumulado un volumen sustantivo de indagaciones empíricas, valdría la pena identificar preguntas comunes y en torno de ellas comenzar a confrontar argumentos y hallazgos: ¿los atributos

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identificados en las villas miserias de Buenos Aires son semejantes a los que predominan en asentamientos de otras regiones del país? Este análisis por categoría, podría complementarse con una reflexión sobre ciertos atributos que adscribimos a ciertos sectores sin considerar hasta qué punto los comparten con otras zonas de la pirámide social. La comparación sistemática dentro y entre los distintos grupos sociales permitiría avanzar en interrogantes y, tal vez, conclusiones convergentes. ¿Hasta qué punto las prácticas atribuidas a los sectores populares (el consumo de droga, el incremento de la violencia, la flexibilidad frente a las normas, para no mencionar más que aquellos de particular preferencia mediática) no refieren a una cultura que compromete por igual a miembros de las clases media y alta? El estudio de Tonkonoff (2007), centrado en los pibes chorros, incita a considerar justamente cómo cierta relación con el trabajo, el placer y la belleza unifican a los jóvenes de hoy más allá de su pertenencia de clase. Finalmente, la insularización y la elección de casos “representativos” extremos permite eludir una pregunta que resultó acuciante para los primeros teóricos de la estratificación: aquella que remite a los mecanismos de demarcación y de articulación entre las clases. Que no tratemos estas problemáticas no significa que las hayamos resuelto. En muchos casos, hemos ten-

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dido a confundir los puntos de acceso con los criterios de demarcación. Las fronteras de un asentamiento, de una comunidad educativa de elite, de una categoría socio-profesional no necesariamente delimitan la pertenencia de clase. Sin duda, los criterios territoriales o geográficos se han afirmado como tanto o más importantes que los ocupacionales o de ingresos; en todo caso este desplazamiento merece ser explicitado y discutido. En el salto que supone pasar de la reflexión sobre los puntos de acceso a un análisis sobre los puntos de demarcación, podría recuperarse la propuesta de Lamont y Molmar (2002) sobre las propiedades de las fronteras. Estos autores se interesan no ya en los atributos de los grupos sino en aquellos de los límites que los separan: ¿se trata de fronteras permeables o impermeables, visibles o invisibles, durables o transitorias, reversibles o irreversibles? ¿Quiénes participan de la fijación y la defensa de esos límites? ¿Quiénes de su trasgresión y su derrumbamiento? Relaciones y mecanismos

¿Cómo avanzar en una síntesis sensible a la heterogeniedad social, pero atenta a las potencialidades explicativas de la estructura social y las clases? Para Hout, Brooks y Manza (1993: 270), los análisis disponibles resultan desalentadores: “[m]ientras las investigaciones evidencian, de modo abundante y convincente, la persistencia de las clases

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como un factor determinante de las oportunidades de vida y de la política, las explicaciones sobre esa persistencia no son ni frecuentes ni persuasivas”. Frente a esta insatisfacción, la propuesta de Wright (2005) resulta juiciosa. Hacia el final de una compilación de singular pluralidad, el autor nos invita a preguntarnos “Si clase social es la respuesta, cuál es la pregunta?”. Más allá de los interrogantes identificados por el autor, precisar las preguntas es un primer paso para avanzar en las respuestas y para hacerlo definiendo problemas “de nivel intermedio”. Reducir los interrogantes tiene la virtud de incitarnos a identificar y analizar las mediaciones existentes entre “la” estructura social y el fenómeno que se desea indagar: desde las recompensas materiales según la posición en el sistema productivo, pasando por las desigualdades en materia de salud hasta la elección de ciertas prácticas culturales. Aún cuando en todos los casos se asigne centralidad a las inscripciones de clase, cada una de estas preguntas, nos lleva a recortar variables y relaciones diversas. De este desplazamiento de las esencias a los vínculos, trata el libro de Tilly (2002) La Desigualdad persistente. En él, el autor argumenta que la reproducción en el tiempo de las diferencias en el bienestar y las oportunidades de vida se corresponden más con diferencias categoriales relativamente institucionalizadas como negro/blanco, varón/

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mujer, ciudadano/extranjero, que con diferencias individuales en términos de atributos y esfuerzos. La originalidad de su propuesta es que rechaza “las esencias autopropulsadas (individuos, grupos o sociedades)” a favor de “modelos relacionales de la vida social”. Tilly intenta comprender cómo ciertas categorizaciones binarias –no ordinales como hemos presentado hasta aquí- permiten a los sujetos y las organizaciones ordenar conceptualmente el mundo y, al hacerlo, reiterar, muchas veces de manera inconsciente, situaciones que producen y perpetúan efectos de exclusión. Tilly identifica cuatro mecanismos fundamentales que permiten cimentar y reproducir la desigualdad: la explotación, el acaparamiento de oportunidades, la emulación y la adaptación. Además de poner el énfasis en las relaciones y de intentar identificar mecanismos recurrentes, la virtud del análisis de Tilly es que resiste una geometría muy variable y permite incorporar participantes cruciales pero poco considerados por los analistas de la estructura social. Por un lado, eludiendo la problemática de las escalas, los cuatro mecanismos pueden presentarse en situaciones de co-presencia o articularse en complejas cadenas que articulan pero invisibilizan a todas las partes comprometidas. La explotación puede observarse tanto entre el capataz que coordina a los cañeros como entre éstos y los accionistas que financian, a altas

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tasas, la reconversión productiva de los ingenios. Por otro lado, identificando mediaciones cruciales, Tilly llama a incorporar al análisis a “presuntas terceras partes de la desigualdad en cuestión –funcionarios estatales, legislaturas, propietarios de empresas y otros sectores de poder- [que] influyen de manera significativa”. Los asistentes sociales, los gerentes de recursos humanos, los docentes, los empleados bancarios, los punteros políticos participan del modo en que se estructuran y reproducen las desigualdades, muchas veces con el fin de resolver problemas organizacionales inmediatos. Este acento en los mecanismos y en las formas diversas de asociación actualiza dos enseñanzas fundamentales de la sociología clásica para quienes analizamos la estructura social. La primera, subrayada por Elías [1991(1981)] es la diferencia entre co-presencia e interdependencia. Las interdependencias que ligan a los individuos son diversas y no se limitan a las que pueden experimentar o comprender de manera inmediata. La segunda lección se deriva de la primera: no todas las desigualdades sociales se expresan públicamente ni derivan en confrontaciones políticas abiertas. Como plantea Marx (1852) al analizar a los campesinos parcelarios o Weber [1992 (1922): 245] al reflexionar sobre las condiciones –exigentes e improbables- que permiten “una conducta homogénea de clase”, los sociólogos pueden identificar relaciones de

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explotación y dominación que los actores implicados no logran visualizar. En suma, solo una pequeña proporción de las desigualdades puede contar con los movimientos sociales y políticos para presentarse en la esfera pública. Gran parte de los lazos que vinculan a las elites sociales con esos sectores populares son hoy invisibles, están mediados por procedimientos y mecanismos impersonales. Según Dubet (2003), aunque es necesario defender la noción de clase porque designa la presencia y la fuerza de los mecanismos de dominación social, hay que tener en cuenta que éstos últimos pueden definirse justamente por la imposibilidad objetiva de construir una experiencia subjetiva. En este marco y en términos de Bourdieu [1990 (1984)], el poder de nominación concedido al sociólogo se agudiza: no sólo disputa con otros portavoces el derecho a describir determinada categoría social, puede contribuir también a visibilizar relaciones desatendidas por la dinámica y los intereses del juego social y político dominante. Ideales y dilemas de justicia

Atribuyendo el estudio de la estructura social a la preocupación por las desigualdades socioeconómicas eludimos hasta problematizar esta noción. A la ambigüedad que ha ido adquiriendo este término –a veces homologado a asimetría otras a diferencia, jerarquía o explotación- se suma la diversidad de ideales que se agrupan hoy tras los lla-

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mados a la equidad y la justicia. Las aproximaciones clásicas sobre el tema, tendieron a concentrar la preocupación por la desigualdad en torno del tema de la redistribución de los derechos políticos y el bienestar económico. Una de las principales transformaciones ocurridas desde los años setenta es que se han multiplicado los clivajes de desigualdad. La discriminación racial, la homofobia, el patriarcado fueron afirmándose, con las denuncias de los movimientos sociales, en la esfera pública y a través de ellos reforzaron su lugar en las agendas de investigación. En este sentido, muchas de las consideraciones relativas a la estructura y la desigualdad social no involucran hoy solo diagnósticos y reivindicaciones vinculadas con las diferencias significativas en la distribución de la riqueza y el bienestar sino también sobre aquellas que suponen reconocimientos desiguales en función de la raza, las preferencias sexuales, el género, la edad. Pensar hoy en términos de desigualdad supone una multiplicación de los ideales vinculados con la sustancia de la justicia. Frente a la diversidad de recursos, sujetos y disputas de distribución, y frente a la activación de distintas demandas de reconocimiento, resulta necesario volver a pensar en términos filosóficos a qué llamamos igualdad y justicia ¿A qué nivel de bienestar común ha de aspirar una sociedad en la que se multiplican a la vez los bienes y las pri-

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vaciones? ¿Cuáles son las razones que permiten definir atribuciones legítimamente diferenciales entre los miembros de la sociedad? Estas preguntas involucran ineludiblemente posicionamientos normativos y suponen explicitar la noción de justicia que evocamos en nuestros análisis. Plantear este problema para las ciencias sociales supone reconocer la diferencia existente entre la legitimidad y la legitimación. Como plantea Boltanski (1990: 128) en un texto liminar de ruptura con su maestro, la sociología de Bourdieu supone una representación del mundo según la cual todos los comportamientos humanos, sean cuales sean, pueden comprenderse como orientados a la satisfacción de intereses individuales, el más general de ellos la búsqueda de poder. Por consecuencia, todas las relaciones entre los hombres pueden ser reducidas a “pruebas de fuerza” entre dominantes y dominados. Esta llave universal reduce todas las pretensiones de los protagonistas a actuar en nombre del bien común a meras racionalizaciones de intereses inconfesables. Solo el analista se reserva la capacidad de develar estas ilusiones y de tomar la palabra en nombre del interés general. Desde la perspectiva de Bourdieu, las disputas en torno de la justicia, de la legitimidad de un beneficio, no merecen ninguna atención para la sociología son meras legitimaciones de una violencia originaria.

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Por el contrario, en el libro De la Justificación¸ Boltanski y Thévenot (1989) se interesan por los distintos argumentos formulados en pos de alcanzar un acuerdo “justo” o, dicho de otro modo, un principio legítimo de orden. Para ser creíbles estas argumentaciones suponen un conjunto de condiciones: una humanidad común (en la que los sujetos se reconozcan como iguales), principios normativos generalizables (susceptibles de enunciarse como una ley a la cual han de someterse todos ellos); pruebas coherentes con esos principios. Lo interesante es que en base a distintas filosofías políticas, los autores definen 7 principios de justificación, cada uno de ellos con apoyaturas normativas, pruebas y formas de jerarquización distintas. Detengámosnos un momento en dos de estos principios. La “ciudad mercantil”, inspirada en Adam Smith, supone la existencia de individuos libres, susceptibles de someterse a una misma competencia. Los exámenes son aquí mecanismos legítimos de clasificación y los más grandes serán quienes atraviesen más satisfactoriamente estas pruebas. La “ciudad cívica”, inspirada en Rousseau, supone la preeminencia de los colectivos y el principio normativo privilegiado es aquel que refiere a la expansión y profundización de los derechos y el bienestar de las mayorías. La renuncia de los intereses individuales y la entrega a las grandes causas se erigen aquí como la prueba del propio

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valor y los más grandes serán quienes más contribuyan a la solidaridad, la integración, los beneficios colectivos. Es evidente que estas dos “ciudades” definen principios de justicia antagónicos; lo es también que gran parte de la política pública occidental ha intentado dosificarlos en pos de alcanzar regulaciones satisfactorias. Lo interesante de esta reformulación es que, aún con muchos recaudos, reconoce la posibilidad de “pruebas legítimas”, asentadas sobre un principio normativo previamente acordado con el fin de soldar un acuerdo. Las disputas en torno de la justicia aparecen entonces como temas legítimos y relevantes para el análisis de la estructura social. Tanto más si se aspira a una sociedad más justa y se parte de la convicción de que no existen mecanismos automáticos satisfactorios. Más que reemplazar a los actores sociales y políticos en sus disputas y decisiones, los sociólogos pueden contribuir a identificar necesidades e ideales y a partir de allí a clarificar los criterios y los dilemas que atraviesan quienes se movilizan en la construcción de una sociedad más justa20.

20. Tal el análisis desarrollado por Perelmiter (2012) en torno a las políticas asistenciales y las operaciones de clasificación de los burócratas intermedios.

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A modo de cierre, la militancia sociológica y el espejo de Hamlet En los últimos meses se han creado un conjunto de agrupamientos intelectuales21, estructurados en torno de la evaluación de las políticas del gobierno nacional y su contribución a la construcción de una sociedad más justa. Respondida de manera contrastante, esta evaluación ha suscitado la movilización y el pronunciamiento público de numerosos intelectuales, entre ellos, muchos sociólogos. Aunque es loable que las discusiones públicas otorguen centralidad a la justicia social dentro de la agenda del oficialismo y la oposición, ya que aportan elementos específicos al debate ciudadano, despegar el análisis de la estructura social de los ciclos electorales también permitiría avanzar, aunque en otros sentidos. Por un lado, contra una cultura política que adjudica prerrogativas y responsabilidades colosales al poder ejecutivo nacional, esta distancia permitiría recordar que la capacidad transformadora de las autoridades es siempre relativa. La estructura social es el resultado de un conjunto de procesos complejos en los cuales múltiples vo21. Nos referimos a tres grupos, conformados entre 2008 y 2012, que congregaron intelectuales y científicos sociales en torno al apoyo o la crítica al gobierno nacional Carta Abierta (http //www.cartaabierta.org.ar/nueva/, Plataforma 2012 (http //plataforma-2012.blogspot.com. ar/) y Argumentos (http //argumentos12.blogspot.com.ar/)

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luntades se entrelazan con el azar y con una gran diversidad de constreñimientos. Por otro lado, aún en el caso de mediar una férrea decisión política, abandonar la temporalidad electoral calibraría mejor nuestras evaluaciones: los efectos no se observan necesariamente en el mismo marco temporal que sus causas. El impacto de muchas políticas supone cierta maduración en el tiempo para desplegar sus consecuencias más perdurables. Como corolario, cuestionar el enmarcado social en ciclos electorales permitiría ganar en profundidad descriptiva. La supuesta unicidad de estos ciclos olvida la advertencia de Raymond Williams (1980 143), según la cual “En el auténtico análisis histórico es necesario reconocer en cada punto las complejas interrelaciones que existen entre los movimientos y las tendencias, tanto dentro como más allá de una dominación efectiva y específica”. Como propone el historiador inglés, podemos acercarnos al análisis de la estructura social considerando los elementos dominantes, residuales y emergentes, e incluso observar dentro de los impulsos dominantes, tendencias contradictorias. Tras haber mencionado las condiciones propicias, los desafíos prácticos y analíticos para la renovación de los estudios sobre la estructura social, me gustaría cerrar este ensayo no sólo proponiendo la profundización de una nueva agenda de investigación sino también llamando a otro tipo de mili-

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tancia, a una militancia propiamente sociológica. Complementando otros posicionamientos político-partidarios, el compromiso sociológico podría centrar su interés en la contribución al debate y al entendimiento público a partir de los aportes específicos de la disciplina. Para explicar su importancia, me gustaría recuperar una idea de Breytenbach retomada por Walzer (1996: 244248) sobre el lugar de los intelectuales. Según este filósofo, las ciencias sociales, y los intelectuales críticos en particular, pueden ser para sus sociedades una suerte de “espejo para Hamlet”. Es decir, no los profetas de un sistema normativo completamente ajeno, exterior a esas comunidades, sino una instancia que atiende a lo que esa sociedad dice querer para sí misma, mostrándole un

espejo en el que pueda reconocerse, pero pueda percibir también cuanto se acerca y se aleja de los ideales que dice profesar. El interrogante sobre la estructura social y más específicamente sobre los avances y retrocesos en términos de la democratización del bienestar constituyen preguntas normativas. No sólo es correcto, es ineludible que así sea en una sociedad moderna que exalta la igualdad y solidaridad como principios fundamentales. La cuestión es si como sociólogos podemos enfrentar este interrogante, con una vocación militante propia, que mejore las condiciones de producción, de intercambio, de discusión y eventualmente de entendimiento, a través de los cuales podamos reflejar mejor a nuestra sociedad, sus progresos y sus asignaturas pendientes.

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La politicidad de los sectores populares desde la etnografía: ¿más acá del dualismo? Pablo Semán, M. Cecilia Ferraudi Curto Introducción ¿Como entender el papel de la práctica etnográfica y la formación antropológica en la formulación de los problemas en ciencias sociales?, ¿Cómo se vincula esta comprensión, específicamente, a la captación de las formas de inserción política de los sectores populares? (especialmente, a la incidencia de sus perspectivas en la concepción de lo político), Y, por ultimo, cómo se vincula esta percepción a las continuidades/discontinuidades que pueden percibirse entre los años 90 y 2000?. Entrelazando estos interrogantes buscaremos: 1-capitalizar los efectos de la práctica antropológica en la construcción de los objetos y problemas de investigación y 2-colocar los interrogantes sobre la politicidad popular más acá de las preocupaciones normativas en un contexto en que estas tendían a subordinar la realidad a los deseos y temores los analistas e investigadores (un contexto, nada infrecuente, en el que las ansias de secularización quedaban transformadas en desazón y las expectativas de ciudadanía en percepciones ora ilusionadas en la autonomía de los movimientos sociales, ora decepcionadas por el “clientelismo”). Cabría aclarar sucintamente el contexto en que se sitúan las cuestiones citadas y forman parte del horizonte en que se inscribe este trabajo. En primer lugar es preciso subrayar que, en los últimos tiempos, ha surgido un énfasis en el método etnográfico que además de incurrir en el riesgo de la sobrestimación (con sus consecuencias eventuales de frustración) es propuesto como método ilustrativo, para confirmar saberes construidos de forma lógicamente anterior a la etnografía, concebida como mera descripción. En segundo lugar, creemos necesario recordar un segundo contexto de este debate: las transiciones que genéricamente podemos llamar pos neo liberales, y especialmente la coyuntura Argentina del 2001, dieron lugar a un sinnúmero de posiciones que anunciaban el desarrollo de formas de agencia política que, por fin, se habrían liberado del lastre de lo que habitualmente se llama clientelismo para dar lugar a formas subjetivas y políticas autónomas1. Las cuestiones que 1. Svampa y Pereira (2003) introdujeron pionera y cautamente esta posición reconociendo su carácter parcial en una pluralidad de posiciones posibles de lo sujetos populares, y amparándose en evidencias

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intentamos desarrollar en este artículo apuntan a elaborar el valor del método etnográfico como una estrategia limitada, pero no exclusivamente descriptiva, y a mostrar su valor en el análisis de la experiencia política de los sectores populares de la sociedad argentina (en un momento en que esta experiencia fue forzadamente distribuida entre la sumisión “clientelar” y la contestación “autonomista”). En segundo lugar nos interesa proponer un contexto de lectura para uno de los interrogantes que propusimos al inicio: cuando enfocamos las continuidades y discontinuidades entre “los 90” y “los 2000” partimos de dos supuestos compleentarios. Primero que a pesar de la nítidez con que se oponene estas décadas en el discurso político y periodístico, desde nuestro punto de vista, esa distinción es algo a construir y no un punto de partida. Segundo: nuestra aspiración para articular dichas distinciones descree, por la propia concepción de lo político que tenemos, de la posibilidad de separaciones tajantes y de la correspondencia biunívoca entre períodos empíricas que ellos mismos reconocían suficientes para abrir una pregunta. Cuando esta fue retomada en investigaciones posteriores, salvo excepciones, la naturalización de esa posibilidad de autonomía fue considerada en sus posibilidades de ampliación y amenazas. También, pioneramente, Farinetti (2000) mostraba hasta donde se repite, y se renueva el fenómeno de la rebeldía conservadora, al analizar algunas de las tempranas revueltas que ilusionaros a los analistas unos años después

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y formas de política. Si como decimos más adelante “La historia no es contexto, conjunto de fuerzas que modelan, sino, más radicalmente, plano de constitución de formas del agente, de nociones de persona singulares que dan lugar a politicidades singulares” la forma en que podremos comparar “los 2000” y “los 90” será la de contrastar formas de anudamiento del vinculo político que en el contexto de la discusión bibliográfica y de nuestras observaciones nos parecieron significativas.

La politicidad popular Al entrar a la casa de dos pisos, donde esperaba encontrar una gran sala o un garage para varios autos, encontré un templo pentecostal. Por las escaleras que bajaban de los cuartos de arriba descendía Margarita, mientras miraba y controlaba con majestad la asistencia de las personas. Su discurso desde el pulpito me resultó inesperado para una iglesia pentecostal. La mujer, en el papel de pastora recomendaba, y casi amonestaba a priori a las mujeres de la iglesia como si supiera que sus consejos de valorizar algunos alimentos de la dieta de la familia solo serían aceptados a regañadientes: “El cereal, la avena son tan importantes como la carne. No los comemos, por que estamos siempre con la misma, como que queremos carne, como si fuera lo único que se puede comer, pero son tan buenos como una milanesa. Llevenlos, no los desprecien. Las nutricionistas de la sala (la sala de atención médica del barrio)

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dicen que esto tiene proteínas y todo lo que es necesario para la alimentación de los bebes y de los mas viejos. El gobernador Duhalde y el programa son cosas buenas y a veces no sabemos aprovechar cuanta bendición existe en lo que nos ofrecen.”

Margarita “mezcla” las actividades y los campos: si ese día estaba en su iglesia distribuyendo alimentos otorgados en el marco de los planes sociales otorgados por el gobierno de la provincia de Buenos Aires durante el mandato de Eduardo Duhalde (1991-1999) –algo que tiene mucho que ver con algunas versiones del “hacer política”-, también “hacía religión” a partir de la política o, mejor dicho, a partir de los resultados y sedimentos históricos de la política en el universo simbólico de las clases populares. Así como su iglesia está construida sobre las ruinas de la Unidad Básica2 que ella misma dirigió en los años 1970, propone una interpretación del cristianismo que no sólo surge de una doctrina evangélica sino, también, de decenas de actos cotidianos en que el peronismo sedimentado en la cultura es utilizado como el molde de la ética que promueve en su templo (Semán, 2006). Nos interesa avanzar en dos sentidos recíprocamente implicados: primero profundizar la presentación de Margarita como una forma de conocer la singularidad de la experiencia de los sectores populares en el Gran Buenos Aires y segundo, reco2. Son los locales de acción partidaria territorial del Partido Justicialista (Peronista).

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giendo (y tal vez amplificando) el efecto de las discusiones que cuestionan la fertilidad del concepto de clientelismo, quisiéramos poner de manifiesto algunos elementos de la teoría política de Margarita en tanto se distancia respecto de las teorías políticas dominantes, y de su correlato: las concepciones que describirían a Margarita a partir de la simple carencia (su falta de ciudadanía) y, también, de aquellas que la mostrarían como testimonio del continente menguante de la reciprocidad en el marasmo de la modernidad. Este análisis se inscribe en un problema más general: hasta el año 2001 la consideración de los sectores populares se efectuaba en una clave pesimista que subrayaba fragmentaciones, debilidad política y heteronomías varias, especialmente en la descripción del “clientelismo”3. A partir de ese año, en un contexto de crisis social y política, esa clave mutó: el optimismo parecía haberse instalado en las descripciones que enfatizaban autonomías políticas y sociales a las que se adjudicaba un potencial de renovación social radical4. Luego retornaron 3. Auyero (1998, 2001), Levitsky (2003), Merklen (2005) y Martuccelli-Svampa (1997) intentaron dar cuenta de las realidades políticas que relevaron en el mundo popular a las formas tradicionales o previas del Peronismo. 4. El trabajo de Svampa y Pereira (2003) ocupa un lugar central en esta consideración ya que surgió de una investigación pionera, sistemática y de cierta manera anticipada a los tiempos en que se produjo la eclosión de las expresiones que tendrían bastante visibilidad y protagonismo en

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las sombras bajo la forma de interrogaciones alrededor del carácter de dichos movimientos (¿clientelares o renovadores?). El optimismo inicial de los analistas viró en un renovado desencanto. En ese contexto un análisis como el que sigue, pretendía, y pretende, trascender ese dualismo en la caracterización de la politicidad popular, a través de la exploración de las potencialidades la consideración etnográfica en la construcción de los problemas y conceptos sociológicos. Intentaremos mostrar que la politicidad se constituye singular e históricamente, más acá de las idealizaciones a las que esa historia da lugar, portando una inquietante ambigüedad frente a las descripciones apoyadas en términos analíticos que expresan en qué grado participan los analistas de las perspectivas dominantes sobre la política.

Mucho clientelismo Margarita mediaba, con bienes, entre el poder político y sus fieles. Lo hacía a menudo, dando difusión a cualquier iniciativa del gobierno provincial y municipal y promoviendo la actuación de los fieles en diversas instituciones en las que los diversos niveles de gobierno contenían y organizaban a los vecinos del barrio. Por su posición en esa red era tanto dadora como receptora de esos bienes: distribuía hacía abajo entre el convulsionado proceso político en que cayó el gobierno del Presidente De la Rúa (1999-2001).

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los miembros de su iglesia, pero también reclamaba y obtenía favores que estaban destinados a ella y a su familia: trabajo para sus hijos, servicio funerario para el velorio de su madre, etcétera. Su práctica del juego de reparto de bienes implica el desarrollo de performances que son comparables a las descriptas por Auyero5 en cuanto a al carácter “maternal” que caracteriza la actividad y la presencia pública de las mediadoras de la red peronista que estudió en el Gran Buenos Aires. Sin embargo, Margarita no llegó a integrarse a una de las organizaciones que, durante el período fue la punta de lanza del gobierno provincial en el desarrollo de políticas sociales de asistencia alimentaria, educacional y sanitaria de las camadas más pobres de la Provincia de Buenos Aires. Las “manzaneras”, que eran las encargadas de repartir en pe5. Según Auyero las mediadoras “legitiman su rol en política concibiéndolo como el rol de una madre en una casa un tanto más grande que la propia: la municipalidad”. En algún grado las conclusiones de Auyero dicen de Margarita y de su feligresía (que además de ser una pastora pentecostal, fue políticamente activa en el peronismo y alberga en su iglesia a algunas mujeres que cumplen la función de manzaneras). En este mismo sentido obra el hecho de que en el universo de entrevistados por Auyero se encontraban mujeres que eran, al mismo tiempo, creyentes prominentes en su iglesia y manzaneras, véase pp. 15- 39 y 204. Inversamente algunos aparentes impasses de Margarita remiten al problema que plantea el citado autor (el del carácter escolástico que da soporte ala idea de clientelismo) y a partir del cual podremos diseñar el espacio de nuestras proposiciones.

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queños recortes territoriales los bienes y acciones habilitados por los programas del gobierno, eran reclutadas dentro de la amplísima área de influencia del peronismo: algunas eran militantes experimentadas y encuadradas y otras, que realizaban su primera experiencia, tenían una relación osmótica con la cultura política del peronismo. Margarita, pese a sus años de militancia, había tomado distancia del peronismo porque cuestionaba a los dirigentes que, según ella, hacían algo que “no era Peronismo” por razones que podrán entenderse a partir de lo que sigue. Cuando estaba por organizarse un acto partidario que se basaría en la capacidad de movilización de las “manzaneras” del barrio, Margarita se negó a movilizar a sus fieles porque sostenía que, en esa ocasión, había “mucho clientelismo”. El sentido que le daba a esa expresión ilumina una complejidad “Estos tipos quieren llevarnos a los actos por un sandwich y una coca cola. No nos cuidan. Quieren que vayamos pero despues se olvidan de nosotros.”

Margarita denuncia y repudia el clientelismo siguiendo, solo en forma aparente, el molde que caracteriza a ese intercambio como el rebajamiento de derechos políticos que, o bien habrían sido conculcados parcialmente, o bien deberían ser instaurados. Sin embargo no reclamaba por su ciudadanía política birlada, sino por un contrato que estaba siendo injusto:

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“El peronismo es otra cosa: antes daban más. Esto es un ofensa. Por eso es que yo no me meto mucho. Claro que hay muchas de mujeres de la iglesia que no saben que antes era diferente y entonces no se hacen problema.”

La ambigüedad de Margarita entre su repudio hacia el clientelismo y su afirmación de los supuestos “clientelares” puede interpretarse en el contexto de la crítica de Auyero a la noción de clientelismo. Siguiendo a Bourdieu, plantea que el concepto de clientelismo “es producto de un punto de vista escolástico, externo alejado (...) Esta preconstruido lejos de donde yace la acción: esta no se encuentra en la descarada –y a veces patética-distribución de alimentos o bebidas (...), sino en el entramado de redes de relaciones y representaciones culturales construidas diariamente entre políticos y “clientes”. El entramado que constituye la condición del sentido de cualquier donación es el que hace que lo recibido sea evaluado como más o como menos, como justo o injusto. El descontento de Margarita debido a que “dan poco” no puede ser interpretado como el efecto de una contrariedad surgida del simple cálculo económico del intercambio, sino como el efecto de una contrariedad surgida del desconocimiento de una pauta de reciprocidad especificada en el entramado de relaciones y representaciones. Es claro que el “clientelismo” que Margarita denuncia no existe como avasallamiento de la dignidad política del votante cuya existencia se naturaliza en

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ese supuesto tanto como el hombre en la ideología humanista, sino como relaciones que implican una moralidad específica y comunican a clientes y patrones. Ni choripanes ni cortes de ruta: vivienda digna Llegué a Villa Torres con un grupo de cientistas sociales contratados por el Gobierno de la Provincia de Buenos Aires para realizar un “diagnóstico” sobre el barrio en vistas de la elaboración de “políticas de inclusión social”, en julio de 2007. Se trataba de una villa de La Matanza6, prueba piloto de un proyecto municipal de urbanización de villas y asentamientos, constituido a partir de la articulación de programas nacionales, provinciales y municipales. Las políticas públicas focalizadas eran centrales en la configuración del barrio, e incluso dieron origen a mi relación con él. Vistos como “profesionales del gobierno”, fuimos recibidos por José y 6. Ubicado al sudoeste de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, La Matanza es el municipio más extenso del Gran Buenos Aires (325,71 Km2 de superficie), y el más populoso. Según el Censo 2001, registra una población de 1.253.921 habitantes (aproximadamente el 9% de la población provincial, y el 3% de la nacional). Según los funcionarios del programa de urbanización de villas y asentamientos municipal, el distrito registra más de cien de estos barrios informales. Entre ellos, Villa Torres es uno de los más antiguos, remontándose sus orígenes a fines de la década de 1950. Ubicado frente a la Ruta Provincial 4, el barrio cuenta con 7.500 habitantes. (Para una definición descriptiva de la villa como forma de hábitat urbano informal, véase Cravino, 2006).

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presentados en una ronda a algunos miembros de la organización barrial que presidía. Él, que “no entendía nada de política” cuando empezó en 1999, se había erigido como dirigente barrial a medida que la urbanización se fue construyendo como problema y solución para el barrio. Desde su creación en 2005, se desempeñaba como funcionario en el Programa de Urbanización de Villas y Asentamientos municipal. José fue nuestro primer contacto en el barrio. Las personas que nos presentó cuando llegamos serían nuestros guías a lo largo del recorrido. Cuando le dijimos que nos interesaba la política, contestó: “Siempre estuvimos con Balestrini (y ahora con Espinoza) porque él fue el que nos apoyó desde el principio, que puso para hacer las primeras casas, que visitó el barrio cuando todavía no era intendente”.7 “Por ahora estamos con él porque no nos falló pero si falla, nos vamos. Nosotros estamos por esto. Estamos por nosotros”, agregó Mirta, una de las mujeres presentes. “Ninguno de nosotros es un ‘soldado’. Cada uno tiene sus ideas y lo dejamos. Pero todos estamos por el barrio. Nunca nos van a ver con el choripán ni cortando ruta. No lo hicimos antes. Nosotros desde un prin7. Alberto Balestrini había sido el intendente de La Matanza entre 1999 y 2005, cuando nombró a Espinoza como su sucesor. Desde entonces, Balestrini era Presidente de la Cámara de Diputados de la Nación (existían rumores y desmentidas acerca de su candidatura a la vicepresidencia, a la gobernación bonaerense o a la vicegobernación –cargo por el cual fue electo en octubre de 2007-).

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cipio dijimos que queríamos una vivienda digna. Ahí venía lo demás: trabajo, salud… Eso era lo importante”, concluyó José.

El contraste marcado por José en la presentación (y resaltado por nosotros en el subtítulo) vuelve sobre un debate muy actual entre habitantes de Buenos Aires más o menos interesados en política. Se trata de una discusión que involucra los bienes que el Estado distribuye para aquellos que cataloga como “pobres”, y su relación con las prácticas de reclutamiento y movilización de partidos y otras organizaciones. Como Margarita, José también distinguía entre lo que unos y otros daban. A diferencia de ella, no se trataba de comparar con el pasado sino entre diferentes alternativas disponibles actualmente. La referencia de José estaba cifrada a través de dos expresiones diferentes. Así como Margarita aludía a “un sandwiche y una Coca-Cola”, José refería a los “choripanes” como los objetos que los políticos distribuyen en los actos, a cambio de la asistencia. Algunos medios de comunicación exponen estos intercambios como ilegítimos, evidenciando la falta a través de una pregunta: ¿por qué es el acto? La persona interpelada que no responde correctamente a esta interrogación (indicando, como en un panfleto partidario, los propósitos de la convocatoria) es considerada como “llevada”, manipulada por intereses turbios de los “políticos” en cuestión. Según esta visión, la buena política es aque-

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lla de la opinión pública informada. El modelo de ciudadanía subyacente opera como ideal, señalando carencias. Frente a esta perspectiva, José y Mirta no negaban asistir a actos sino que sostenían priorizar la urbanización de su barrio. A partir de allí, ellos explicaban el apoyo a Balestrini y, a la vez, subrayaban sus prioridades. Sus palabras planteaban una situación incomprensible para estas miradas completamente negativas. Los cortes de ruta, en cambio, constituyen una forma de acción colectiva contenciosa que cobró relevancia en los últimos años de la década de 1990 colocando al problema de la desocupación en un lugar cada vez más central de la agenda pública. Si inicialmente se trató de un reclamo por trabajo (en ciudades periféricas del país), pronto los “planes” (subsidios a los desocupados) se consolidaron como respuesta estatal a las demandas de los (denominados mediáticamente y luego autodenominados) “piqueteros”. Desde el corte de la Ruta 3 en 2000, La Matanza se constituyó en la cuna de las “organizaciones piqueteras” más consolidadas –cuyos orígenes se remontaban a las tomas colectivas de tierra (“asentamientos”) de los ’80-. Llamativamente, la historia de la urbanización en Villa Torres transcurría paralelamente a estos acontecimientos. Originada en una toma colectiva en 1999, en Villa Torres el eje era la urbanización. Mientras aquellas organizaciones tenían a los “planes”, la “mercadería” y luego los “microemprendimientos” (llamados

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irónicamente “microentretenimientos” por algunos “referentes piqueteros” y por José), la urbanización se constituía como una alternativa diferente: vivienda digna. En un sentido, la urbanización de Villa Torres aparece en continuidad con las políticas focalizadas y descentralizadas que caracterizaron al Estado luego de la denominada reforma neoliberal de la década de 1990. Pero el Estado se reduce a un rol de regulador en políticas habitacionales, como en la década de 1990 (Cravino, Fernández Wagner y Varela, 2002), sino que construye vivienda social. La urbanización es vista como una esperanza, una oportunidad abierta luego de diciembre de 2001.

“El quilombo” “‘¿Cómo está, Alberto [Balestrini]? ¿Se acuerda que usted me pidió el prototipo de una casa…? Acá se lo traje’. ‘A ver’. Imaginate en ese momento, Matanza era un quilombo. Lo mira: ‘¡Pero esta casa es inmensa!’ ‘Bueno, deme la mitad, por lo menos la mitad’. ‘Bueno, dale’. Es un tipo fenomenal. Como persona. Es un tipo ejecutivo y capo, un tipo común que resuelve. ‘Dale, hablá con tal. Decile que te dije yo’. Yo ya tenía la marca de Balestrini y de ahí empecé”.

En los relatos de José, 2001 aparece como momento culminante del “quilombo” del cual La Matanza fue uno de los epicentros. Los saqueos son una

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marca temporal en su relato: diciembre de 2001. Entre todas estas acciones, José resalta la más significativa para su relato: la marca del quilombo. Esto es, una forma clara en que todos percibimos la caída de Alfonsín en 1989… y de De la Rúa, doce años más tarde. Se trataba de un contexto más amplio de crisis económica y política, que precipitó la caída del gobierno de De la Rua en el marco de un amplio ciclo de protestas –cacerolazos en diferentes ciudades del país, marchas de ahorristas y piqueteros que concentraban en el centro porteño, cortes de ruta en el interior y saqueos en el conurbano bonaerense (y en otras grandes ciudades). La consigna general del acontecimiento era un llamado contra la denominada clase política: “Que se vayan todos”. El quilombo propició que se multiplicaran los recursos (a través de políticas estatales focalizadas ante lo que los funcionarios definían como “emergencia”). Fuera de la grabación, José duda: “no sé si será porque eran otros con otras ideas o porque no les quedó otra que darnos bolilla a nosotros, a las villas”. Auyero (2007) analiza una concepción negativa de la política, mostrando la continuidad entre política ordinaria y violencia colectiva extraordinaria. Pero si recurre centralmente a los discursos sobre los saqueos para dar cuenta de un lenguaje de la política distinguido del resto, el lenguaje de la política no siempre parece aislado (y en ello se juegan diferentes formas de validación).

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Como Matilde en la etnografía de Auyero (2001) o Margarita aquí, José actúa como mediador. En sus propios términos, “hace de nexo”. A diferencia de Matilde, él acentúa su propia movilidad a través de una red abierta elaborada a lo largo de un aprendizaje. Ahora no sólo comprende Torres sino que, como funcionario municipal, actúa también en otras villas del municipio. A la vez, dispone de una red versátil en ampliación que lo conecta con políticos, funcionarios, habitantes de varios barrios, hinchas de clubes, profesionales y dirigentes barriales. Entre ellos, circulan ayudas, apoyos, contactos, aprendizajes, construcciones de material y simbólicas. Los vínculos de José no se restringen ni al barrio ni a lo concerniente al programa de urbanización, aunque allí esté su base. Los recursos de los cuales dispone son amplios. A diferencia de Matilde, José escenifica una historia ascendente. En su discusión con el concepto de clientelismo, Frederic (2004) argumenta que dicho concepto (tal como había sido utilizado para comprender la política de los pobres) tendía a reificar la distinción entre alta y baja política, oscureciendo las formas de exclusión (y los desafíos) implicados en la profesionalización de la misma. Sea como clientelismo o como exclusión de la carrera política, tanto Auyero (2001) como Frederic (2004) muestran distanciamiento creciente entre arriba y abajo. Ambos textos refieren formas de hacer política, despolitizando para

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legitimarse. El título del libro de Frederic (2004) es clave para comprender el desafío moral que tal separación abría: Buenos vecinos, malos políticos. Esta situación hizo eclosión en diciembre de 2001. Desde entonces, los análisis académicos han mostrado la “selva organizacional” en los barrios populares de Buenos Aires (Cerrutti y Grimson, 2004) que contrasta con la “desertificación organizativa” señalada por Auyero (2001) hacia mediados de la década previa. Así como la multiplicación de las protestas en torno de 2001 y la masificación de los subsidios para los desocupados en 2002 aparecen como centrales para comprender frases tales como “acá todo es política” (Auyero, 2007; Quirós, 2008; Vommaro, 2006), la urbanización de Torres invita a reflexionar sobre otras alternativas menos estudiadas. Si en los “tiempos extraordinarios” (Svampa, 2005) la política resultaba omnipresente para quienes vivían en los barrios populares de Buenos Aires, y en los ’90, en cambio, tendía a producirse una separación entre “trabajo político” y “trabajo para el barrio” o “trabajo social”, el relato de José muestra una combinación diferente de elementos que pudo concretarse luego de la implementación de políticas habitacionales entre 2004 y 2005 (Rodríguez et al. 2007). Como señalaba él mismo, “Participar políticamente es bueno en la medida en que sirve a la urbanización”.

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Persona, Reciprocidad, y Biografía en la formación del lazo político Esta interpretación puede densificarse comparando con Margarita: entender que, en la diferencia entre la distancia absoluta y el repudio particular respecto de unas redes determinadas, insiste en una visión política que reclama “un buen señor” –de la misma manera que se puede entender que la perspectiva cosmológica hace a la diferencia entre, por un lado, la denuncia de un milagrero particular (y la afirmación de la posibilidad de los milagros en general) y, por otro lado, la denuncia iluminista del milagro en general-. Esto implica una nueva incursión en el campo de la teoría antropológica. No sólo se trata de que el agente, sus divisiones internas y sus formas de unidad no tienen definición universal y son construcciones (una noción hoy extendida a todas las ciencias sociales) sino que implica, siguiendo a Dumont, DaMatta y Duarte, algo más específico aún: el valor de las jerarquías en el análisis. El individuo (y una serie categorías que corresponden a su desarrollo histórico tales como ciudadanía, igualdad, etc.) constituye un caso particular de las construcciones sociales del agente. Las asimetrías, que desde el punto de vista de los grupos que han sido incorporados a esa construcción, son vistas como inferiorización, deben ser leídas, de una forma que suspenda

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los supuestos normativos, como incorporación o participación de una totalidad que da a un sujeto una posición respetable. Margarita y José practican formas de reciprocidad con lo que podemos considerar como matices singularizantes del carácter jerárquico de su perspectiva, que dan cuenta de historicidades específicas en las que se constituyen diferentes camadas de los sectores populares a lo largo de las últimas décadas en Argentina. No es ajeno a la historia de militancia política de Margarita que sea una pastora que reivindique un liderazgo imputable a la causa mística que representa su don de curar, pero también, sorprendentemente, a dones que son valores en el marco y en los términos de su experiencia militante, como la capacidad de congregar multitudes y, sobre todo, la que era elegida por la gente (Semán, 2001). Esa misma trayectoria política hace comprensible que su templo funcione como una especie de “sindicato en el barrio”, como una sociedad de socorros mutuos entre trabajadores que ya no tienen ni sindicato ni trabajo. Margarita, entonces, no es una reciprocante genérica, sino un operador social pleno de características que la singularizan en relación a otros que podría participar de la misma visión relacional, holista y jerárquica. Varias de las acciones que describimos revelan esas particularidades, actualizan los accidentes de una biografía compleja, pero a su modo típica, y

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ayudan a entender una noción de persona que no se distribuye limpiamente entre el par de polos opuestos holismo- individualismo/ igualitarismo-jerarquía. La idea de Margarita sobre el “justo contrato” (referencia que permitiría captarla en términos propuestos por Duarte) tiene mas determinaciones y mas relieves que el simple reclamo cuantitativo de “algo más” que “un sandwiche y una Coca-cola” referidos por ella más arriba. No reclama más en la simple exigencia de reciprocidad, sino que efectúa un pedido modulado por la historia. Caminando con ella por el barrio pude percibir el grado en que era sensible, en sus términos, a las abruptas y dolorosas transformaciones que dejó la década de 1990 en el Gran Buenos Aires. Nos aproximábamos a un consultorio médico privado situado en el centro comercial del barrio y, mientras mi mente se perdía en la precariedad y carácter poco serio del comercio que tenía ante mis ojos, dijo: “esto es una cueva de perros. Yo vendría acá solo si no tuviera mas remedio. Pero antes era diferente. Lo que pasa es que los hospitales públicos son una payasada y nosotros ya no tenemos obra social, porque no tenemos trabajo. Los chicos (por sus hijos y por los hijos de las mujeres de su iglesias) no se dan cuenta porque no saben como era antes.”

Margarita, entonces, desconfiaba de ese consultorio médico, como cualquiera de nosotros hubiera hecho. Al mismo

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tiempo, hacía evidente que un pasado de viejas conquistas sociales dejaba de nutrir las expectativas de lo posible para servir de medida del sentido de lo perdido, de lo antiguamente justo, de la restricción del horizonte actual. José, en cambio, no elaboraba una historia centrada en el pasado lejano sino en su propia trayectoria como dirigente barrial, destacando el “quilombo” como “oportunidad”. Si Margarita actualiza su experiencia militante en el templo, José, en cambio, resalta su condición de neófito para validarse como dirigente barrial. A partir de reconocer contratos más o menos justos (en los términos de Duarte), ambos viven experiencias diferenciales de agencia política en las cuales su propia historia es constitutiva. Ni Margarita ni José son reciprocantes genéricos, como podría esperarse de lo desarrollado a partir de la noción de jerarquía. La problematización del agente y la introducción del concepto de persona como filtro analítico no significa reconducir las observaciones a los polos del holismo y el individualismo, que aparecen antepuestos y como si fueran los extremos de una línea evolutiva, sino investigar el plano de “articulación contingente de reglas, discursos y objetos del que las ideologías son derivadas (y no condiciones previas) y se tornan eficaces” (Goldman 2001: 178). Junto con la recuperación de la noción de persona que nos ayuda a captar la positividad de las experiencias políticas que se desarrollan por fuera de marcos norma-

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tivos que igualan el agente y el ciudadano, es necesario hacer de la historia un plano inmanente al agente. La historia no es contexto, conjunto de fuerzas que modelan, sino, más radicalmente, plano de constitución de formas del agente, de nociones de persona singulares que dan lugar a politicidades singulares.

Conclusión Este artículo ha intentado contribuir a elaborar un aporte que la antropología puede realizar a los análisis políticos. Una vez fracasado el supuesto de que las transiciones democráticas eran una especie de escalera mecánica hacia la ciudadanía, las ciencias sociales han tendido a centrarse sobre una categoría de clientelismo que opacaba las especificidades históricas de las agencias de sectores populares, constituyéndolas desde un punto de vista negativo. En el mismo terreno, el tratamiento propuesto ensaya una alternativa: antes de preguntarnos sobre su distancia y su diferencia respecto del agente democrático ideal, preferimos preguntarnos por su positividad y por la forma en que ésta existe a pesar de las presunciones de hegemonía del universo simbólico de la democracia. Las categorías de la teoría antropológica clásica, que buscan desnaturalizar los supuestos de la ideología contemporánea y sus incrustaciones en la ciencia social, nos ayudan a una toma de distancia inicial que resulta ventajo-

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sa pero insuficiente. La etnografía nos revela la necesidad de de reconocer el nivel analítico de la persona para romper el alineamiento entre el análisis y la ideología individualista que presupone, sin fundamento, la universalidad de sus derivados: el ciudadano, el sujeto de la libertad y la igualdad. Pero también, la misma etnografía, nos revela la necesidad de superar el dualismo que organiza la dicotomía igualdad-jerarquía. Es que la práctica etnográfica -que implica la unidad tensa de los momentos etnógrafo/objeto/teoría, y que en un momento interroga, a través de la presencia del otro, los supuestos individualistas del cuentista-, también desnaturaliza la dicotomía en que esos supuestos son relativizados. Esto es lo que ocurre cuando, a pesar de todas las apelaciones a la etnografía que se hacen en las ciencias sociales, que últimamente son muchas, se refiere al clientelismo como una realidad independiente de los contextos culturales, circunscripta los fenómenos electorales y, fundamentalmente, como la simple negación de los ideales de ciudadanía. Guillermo O´Donnell (2000), uno de los cientistas políticos que contribuyó decisivamente para encuadrar el análisis político referido a los países latinoamericanos como una “transición a la democracia”, ha planteado los supuestos eurocéntricos de los modelos de democracia que presidían esos análisis, la desatención al hecho de que las especificidades de la historia social

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y política latinoamericana modelan al agente de formas que difieren del trayecto ciudadanizante clásico. Es toda una ironía que, mientras sociólogos y politólogos comienzan a dudar de la universalidad del agente supuesto por las teorías sobre la democracia, la reivindicación de la etnografía volcada a la descripción del “clientelismo” asuma

la supuesta validez trans-contextual (universal) del contrario del sujeto democrático (el cliente). Frente a ello, y sin renunciar a la actividad reflexiva y la ambición conceptualizadora a la que apunta la investigación, es más conveniente contar con todos los efectos que le imponen a nuestras teorías emergentes, las teorías nativas.

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Estratificación y movilidad social bajo un modelo neoliberal: El caso de Chile1 Vicente Espinoza, Emmanuelle Barozet, María Luisa Méndez2 Resumen Este artículo muestra el cambio en la estructura social en Chile durante las últimas cuatro décadas, y caracteriza, por un lado, la pérdida de eficacia de las políticas públicas destinadas a mejorar las oportunidades de vida dada la menor movilidad social en el seno de los sectores populares y las clases medias y, por otro, el aumento de la distancia entre los polos de la estructura social. Se plantean desafíos para un país rentista por excelencia, que se enfrenta a la reforma de su sistema tributario como solución a la persistencia y aumento de las desigualdades. Palabras Clave: Estratificación social – desigualdad - clases sociales - movilidad social – Chile Abstract This paper describes the changes in the Chilean social structure over the past four decades, and characterizes, on the one hand, the loss of effectiveness of public policies that aimed at improving the life chances for social mobility for the poor and the middle classes and, on the other, the increasing distance between the poles of the social structure. Challenges for a rent-seeker country par excellence are exposed, particularly those related to a reform of the tax system as a solution to the persistent and growing inequality. Key Words: Social Stratification – inequality – social classes – social mobility Chile 1. Este artículo se enmarca en el Proyecto Desigualdades (Anillo SOC 12): “Procesos emergentes en la estratificación chilena: medición y debates en la comprensión de la estructura social” (2009-2012), financiado por la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica de Chile, www.desigualdades.cl y en el Proyecto Fondecyt 11080257 (Construcción de la identidad de clase media en chile: tensiones entre demandas de autenticidad). En el marco del Proyecto Desigualdades, se realizó la Encuesta Nacional de Estratificación Social (ENES), de donde provienen los datos originales que usamos en este documento. Agradecemos a los y las colegas del proyecto que han participado en los seminarios sobre estratificación y movilidad social en Chile. 2. Directora carrera de Sociología de la Universidad Diego Portales, investigadora asociada del Proyecto Desigualdades; marialuisa.mendez@udp.cl.

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Introducción Este artículo busca presentar las características de las clases sociales chilenas, considerando tendencias históricas, así como evoluciones tanto en su composición como en los regímenes de movilidad social entre generaciones. El argumento central se refiere a que los cambios estructurales que afectaron a las clases sociales chilenas bajo la dictadura dejaron lugar a un modelo de desarrollo cuya característica debe buscarse en las oportunidades que poseen los chilenos y chilenas para cambiar su posición dentro de una estructura social estable, con el apoyo de políticas públicas acordes. Durante la última década, sin embargo, las políticas públicas destinadas a mejorar las oportunidades de vida parecen haber perdido eficacia, pues la aparente movilidad en el seno de los sectores populares y las clases medias tiende hacia una mayor rigidez, mientras que la distancia entre los polos de la estructura social continúa en aumento. A partir de la discusión de datos secundarios provenientes de encuestas de estratificación social y movilidad realizadas durante la última década en el país, y el análisis de datos primarios provenientes de la Encuesta Nacional de Estratificación Social, ENES (2009), en el artículo se revisa el impacto en Chile de la transformación neoliberal (1973-1990) y las consecuencias del modelo en términos de desigualdad y

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reestructuración social. Adicionalmente, describe los procesos de crecimiento económico y de superación de la pobreza de los años noventa y comienzos de los 2000. Finalmente, se ofrece un análisis crítico de las tendencias actuales de la movilidad social en Chile y los desafíos para un país rentista por excelencia, que se enfrenta a la reforma de su sistema tributario como solución a la persistencia y aumento de las desigualdades. El impacto en la estructura social de la transformación neoliberal (1973-1990) Chile, desde mediados de los años 1970, puso en marcha un sistema neo-liberal radical, incluso antes de que Gran Bretaña o los Estados Unidos emprendieran las grandes reformas económicas de los años 1980. La economía del país se abrió al comercio internacional, orientando su estructura productiva a la exportación de commodities y la modernización de su producción agrícola y piscícola; junto con ello, el sector comercial y financiero se desarrolló rápidamente. Desde sus mismos inicios, la dictadura planteó que la estrategia de desarrollo basada en la sustitución de importaciones había sido un error para Chile, pues los mercados nacionales protegidos nunca brindarían un desarrollo sólido. El bloque en el gobierno militar planteó que la única forma de recuperar el equilibrio era dejando que el mercado funcionara en absoluta libertad.

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Consecuentemente, desde 1974, las políticas públicas favorecieron a los empresarios para que se aventuraran en la actividad económica orientada al mercado externo. Los aranceles fueron reducidos rápidamente hasta llegar a cero en menos de un año, de forma que cualquier producto extranjero podía ingresar al mercado nacional (Ffrench-Davis & Raczynski 1987). Además, una fuerte centralización del capital ocurría en lo que se denominaba la libre operación del mercado de capitales. Los grupos financieros tomaron el control de la industria y otras actividades, llegando a controlar la vida económica del país (Dahse 1979). Entretanto, muchos industriales chilenos enfrentaron la quiebra o trataron de sobrevivir convirtiéndose a la actividad comercial. A pesar de todo, incluso con las agudas depresiones económicas en 1975-1976 y 1982-84, las orientaciones del modelo no cambiaron y la autoridad económica consideró estas crisis como parte del “ajuste automático” propio una economía de mercado. Se instaló entonces un nuevo sistema económico, caracterizado por la privatización masiva de la economía (en particular la salud, la educación, así como las empresas públicas) y por lo tanto la expulsión hacia el sector privado de numerosos trabajadores (Wormald & Ruiz-Tagle, 1999). Paralelamente, la agricultura tradicional entró en la fase final de su caída, el sector obrero igual-

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mente enfrentó una crisis por la reducción de la actividad industrial. Lo que se denominó «ajuste estructural» en los hechos desplazó el centro de gravedad de la economía desde el Estado hacia el mercado, cerrando así el proceso de movilidad social estructural que produjo la industrialización impulsada por el sector público desde los años 1930. La privatización se unió a la supresión de los mecanismos de representación política, buscando alcanzar la utopía de una sociedad en la cual la política fuera eliminada para que los problemas de los ciudadanos fueran resueltos individualmente por el mercado (Garretón, 1987 a). Las consecuencias del modelo en términos de desigualdad y reestructuración social Por muchos años, el libre mercado trajo mayor pobreza e inequidad a Chile. La aplicación dogmática de este modelo barrió los signos de justicia social alcanzados en el período anterior. Los trabajadores más jóvenes y más viejos fueron excluidos de los beneficios del salario mínimo (Ffrench-Davis & Raczynski 1987, Mac-Clure 1994). Aquellos que lograban conseguir trabajo vieron sus salarios reales cortados a la mitad, niveles de desempleo que no bajaron del 15% en 15 años, sus sindicatos proscritos, las leyes laborales cambiadas para favorecer a los empleadores, y el sistema previsional entregado a empresas privadas (Mac-Clure, 1994).

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Las reformas promovidas por la dictadura tuvieron tal cantidad de consecuencias sobre la estructura social del país, que fueron calificadas como una «ruptura» con respecto al sistema anterior (Martínez & Tironi, 1985). El carácter de la ruptura, no obstante, no permitía afirmar que se hubiese fundado un modelo de desarrollo que superara el anterior (Garretón, 2001b), en particular, porque la economía enfrentó dos recesiones profundas (19751976 y 1982-1985), que hacían dudar de la capacidad del nuevo modelo para brindar desarrollo al país. El impacto en los grupos sociales, deja ver en primer lugar un gran aumento de los desempleados y de las poblaciones precarizadas al momento de la crisis financiera y económica de los años 1982-1985, así como una jibarización de la antigua clase media. A partir de los años 1980, la burocracia expulsada de los servicios públicos se recompondría en el sector privado (Martínez & Tironi, 1985; Torche & Wormald, 2004). La aparición de un segmento nuevo de empresas vinculadas con actividades económicas emergentes en el comercio, las finanzas o aun en el sector agrícola exportador; así como servicios sociales de salud, previsión y educación bajo gestión privada constituyeron la base para una nueva clase media. Junto con los asalariados en estos sectores, destacan también empresas medianas, pequeñas, así como trabajadores inde-

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pendientes que pasan a formar parte de una extensa red de subcontratación. Por contraste con el status ciudadano de la antigua clase media, sus derechos sociales son ahora reemplazados por el poder de compra. La estructura social se hace más heterogénea, expresando así la diferenciación de estratos en su seno y la diversificación del aparato productivo (Barozet, 2002; Méndez, 2008; Barozet & Espinoza, 2009). Las transformaciones financieras que afectaron a Chile liquidaron también a los pequeños accionistas en favor de las grandes corporaciones. La privatización de las empresas del sector público servirá por tanto a los intereses de las grandes empresas, así como a la concentración de los recursos económicos, contribuyendo así al aumento de las desigualdades. Los estudios sobre la estructura social chilena durante estos años fueron limitados y eufemísticos, por cuanto el término «clases sociales» debía evitarse en el lenguaje especializado dado que simbolizaba una vinculación con el pensamiento marxista. Al mismo tiempo, las bases de datos se reducían a las encuestas de empleo y los censos, ambos agregados en categorías no siempre útiles para la interpretación sociológica (Martínez & Tironi, 1985). Las transformaciones de la estructura social permanecerán en silencio por casi veinte años.

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De la crisis al crecimiento y del crecimiento a la superación de la pobreza (1990-2011) Los cuatro gobiernos de centro-izquierda que ejercieron el poder entre 1990 y 2010 no alteraron profundamente ni la estructura productiva, ni la estructura económica del Chile de Pinochet, sino que pusieron en régimen una red de protección social para los más desposeídos, con eficacia creciente. De hecho, tomó largos años antes que los resultados positivos del modelo de libre mercado prevalecieran sobre sus costos sociales. A finales de los años ochenta, después de 14 años, el modelo finalmente comenzó a dar señales de alcanzar estabilidad. Paradojalmente, la pobreza y la desigualdad en los ingresos habían crecido al parejo con el producto económico. Las orientaciones de la política pública desde los años 1990 buscaron moderar los costos de la implantación de un modelo de libre mercado, a la vez que generaron la confianza suficiente en los empresarios para emprender inversiones en gran escala. En las dos décadas siguientes, Chile experimentó una notable expansión económica, con un crecimiento medio de alrededor del 5% anual, alcanzando un ingreso per cápita para 2009 de US$ 14.331 (PPA), muy cerca de México (US$14.337) y Argentina (US$14.559). Junto con ello, Chile es el cuarto país más desigual en la región más desigual del planeta (Gini = 0.51). No obstante, a lo largo de los últimos veinte años, la

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pobreza en Chile se redujo desde niveles cercanos al 40% hasta bajo el 20%, constituyéndose en el caso más exitoso en la región latinoamericana, merced a un encomiable esfuerzo de política social aunada con crecimiento y equilibrio macroeconómico. Sólo la medición de la encuesta de Caracterización Socioeconómica (CASEN) 2009 reveló un incremento en los niveles de pobreza de los hogares que alcanzó 15.1% (comparado con 13.7% en 2006), lo cual se explica en su mayor parte por el incremento en el precio internacional de los alimentos. La superación de la pobreza constituyó el motivo y horizonte de la política social en las últimas dos décadas, un objetivo que en gran medida se asociaba con la inserción en el mercado de trabajo. En este período, la política social del sector público comenzó a desplazarse crecientemente hacia los grupos sociales con más dificultades para superar la condición de pobreza, estableciendo una focalización de alta precisión para terminar con las formas más extremas de pobreza (Raczynski, 1994). Llamó la atención a los analistas del proceso que la superación de la pobreza no estuviera asociada con una modificación de la desigualdad de ingreso, que se mantenían prácticamente a un mismo nivel, lo cual indicaba incrementos en el ingreso del conjunto de la población (Contreras, 2003, Joignant & Güell 2009), mostrando que

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este modelo resultaba compatible con la mejoría de las condiciones de vida de la población. Los gobiernos democráticos, dentro de su orientación a la reducción de la pobreza, convirtieron en principio la preservación de los equilibrios macroeconómicos. En condiciones de crecimiento económico sostenido, los analistas económicos han planteado que la principal explicación de la reducción sostenida de la pobreza es la inserción de los chilenos y chilenas en el mercado de trabajo. El acceso a una ocupación permite a las personas generar ingresos autónomos de las transferencias desde el sector público (Cecchini & Uthoff, 2008). Sin embargo, la explicación debe matizarse, en primer lugar, pues la pobreza continuó disminuyendo en los años de la crisis asiática a pesar del incremento en el desempleo, lo cual debe considerarse una indicación de la contribución del gasto público en este aspecto. Y también porque el tipo de inserción laboral determina en gran medida las condiciones de bienestar de los trabajadores. De hecho, parte de los ocupados se encuentra bajo la línea de pobreza. Aparte de la pobreza, otras consecuencias de los años de dictadura sobre la estructura social han recibido menos atención de la política pública, si bien llegan a plantear signos de preocupación. La precarización de las condiciones laborales o la desigualdad de los ingresos, que se consideró un “mal

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menor” comparado con la mejoría en las condiciones de vida, no han logrado una atención eficaz por las autoridades (Ottone & Vergara, 2007). El cuestionamiento a la formulación de la política social como una de igualdad de oportunidades provino de las “clases medias”, ubicadas por sobre el 40% de menor ingreso. La desigualdad en la distribución del ingreso en Chile resulta de su concentración en el 2% superior, que comprende 20% del ingreso total. Bajo este nivel, los ingresos muestran un nivel de desigualdad considerablemente menor (Torche & Wormald, 2004). En ello reside parte de la explicación de porqué buena parte de la población chilena se representa a sí misma como clase media (Barozet & Espinoza, 2009). El discurso de la igualdad de oportunidades engancha con relativa facilidad en el reclamo meritocrático de las clases medias – las oportunidades deben estar abiertas para los más capaces – y su rechazo a las políticas asistenciales. La expresión concreta de ello está en el logro de educación universitaria para sus hijos, un peldaño que muchas de estas familias han logrado franquear. Los beneficios de ello fueron puestos en duda, pues el aumento en los últimos años del gasto que implica cualquier educación universitaria obliga a estas familias a costearla con créditos bancarios. Cuando el futuro profesional calcula qué porcentaje de su ingreso futuro deberá destinar a pagar el crédito educacional, llega a la conclusión que ello

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limitará grandemente sus condiciones de vida: concretamente, lo hará insolvente para alcanzar el estándar de vida que representa la clase media en su imaginario. Si se combina este elemento con un aumento exponencial de los títulos universitarios y técnicos, sin mayor garantía de calidad, la inversión en estudios, al perder el elemento de seguridad que implicaba para el futuro, pasa a ser un elemento de inseguridad, que terminó, como bien se sabe con un estallido social de grandes proporciones en el 2011. El impacto de las transformaciones socio-económicas de las últimas décadas sobre la estructura social chilena

la estratificación social y la movilidad se vuelve a abrir, aunque con condicionantes locales que harán difíciles la obtención de datos. Recién a partir de la década del 2000, se logra levantar datos que permiten reactivar este campo de reflexión, desde lo empírico. El Cuadro 1 presenta una visión evolutiva de los grandes grupos sociales chilenos, sobre la base de sus categorías sociales, en base a datos secundarios, antes de que se levantaran datos propios de los estudios de estratificación y movilidad social para el caso de Chile.

Con la vuelta a la democracia en 1990, el campo de reflexión acerca de Cuadro 1: Evolución de la estratificación social en función de las categorías socio-ocupacionales (1971-2000), en porcentaje Categorías1

1971

1980

1990

1995

2000

I.

AGRICULTURA Y PESCA

18,3

14,4

18,8

15

13,8

II.

FUERA DE LA AGRICULTURA Y PESCA

81,7

85,6

80,3

84,4

84,7

1,3

1,4

3,0

2,7

2,4

26,2

33,5

31,3

36,2

37,2

a. Asalariados en el sector público

18,42

9,0

6,9

6,8

7,4

b. Asalariados en el sector privado

-

15,0

18,2

21,3

21,6

c. Independientes

7,8

9,0

6,3

8,1

8,2

3. Artesanos tradicionales

6,2

5,2

5,2

5,4

5,5

1. Empresarios y Directores 2. Clases Medias

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4. Clase Obrera

34,5

20,3

28,0

28,9

28,6

1,3

1,3

1,0

0,9

0,0

25,8

11,1

12,1

13,1

12,2

c. Comercio y servicios

7,4

7,9

14,9

15,0

15,9

5. Grupos Marginales

9,6

10,4

12,5

11,2

11,0

a. Servicio doméstico

5,4

5,7

6,5

5,5

4,9

b. Comerciantes marginales

2,0

3,0

3,3

3,2

3,4

c. Trabajadores marginales de servicios

2,2

1,7

2,8

2,5

2,7

OTROS3

3,9

14,7

1,0

0,6

1,4

100,0 100,0

100,0

a. Mineros b. Industria y Obras Públicas

III.

TOTAL

100,0

100,0

Fuente: Wormald & Torche, 2004:15.

El estudio de la estructura social chilena durante los últimos veinte años no permite concluir que hayan existido transformaciones profundas con respecto a los años 1980, aunque es posible poner al día las tendencias emergentes que contribuyen a una mayor diferenciación social y a la consolidación del modelo económico, en lo que constituye hoy un régimen neoliberal maduro (Torche & Wormald, 2004; Espinoza, 2011). Las cifras obtenidas de datos secundarios rara vez son comparables a escala internacional, por lo cual recientemente, algunos grupos de investigación han buscado hacer compatibles las encuestas nacionales específicas. El nuevo entusiasmo responde también a

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un cambio de orientación en la política pública y los medios académicos: en efecto, durante los años 1980 y 1990, la mayor parte de los estudios se realizaron sobre grupos sociales específicos, en particular los que constituían objeto de políticas públicas: los pobres, los hogares con mujeres solas jefas de hogar, los marginales y otras poblaciones precarizadas. No obstante, a partir del momento en el cual resulta evidente que la tasa de pobreza había alcanzado un tope estructural que las intervenciones del Estado ya no lograban resolver, comienza a concebirse que la comprensión del problema de la pobreza o de la precariedad requiere considerarlos como parte de la estructura desigual de la sociedad chilena, que concentra las riquezas en el tope de la

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pirámide social. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) de las Naciones Unidas hará eco de esta constatación desde fines de los años 1990 (Portes & Hoffman, 2003), fecha a partir de la cual nuevos enfoques buscarán entregar una visión global de la estratificación y por tanto la comprensión de los diferentes grupos sociales en función de las relaciones que existen entre ellos y con el conjunto de la estructura social (Barozet & Espinoza, 2009).

2009, nuestro grupo de trabajo aplicó a su vez una encuesta nacional, que incluyó esta vez en su muestra las mujeres y el conjunto de las regiones chilenas. La encuesta contiene un conjunto de variables socio-demográficas y económicas convencionales en los estudios de estratificación, tales como ocupación, nivel de educación, e ingresos, así como otras más novedosas; entre ellas: origen étnico, sexo, edad, lugar de residencia, capital social, patrimonio, endeudamiento5. En términos generales,

El primer grupo que recupera la pregunta sobre la estratificación y la movilidad social en Chile aplicó una encuesta nacional en 20013 (Torche & Wormald, 2004), usando el esquema de clases de Goldthorpe, Erikson y Portocarrero (EGP), que mostró un ajuste adecuado a la realidad chilena, a pesar de no corresponder a un sistema industrial, como el que sirve de referencia a esta clasificación (Torche, 2005)4. En

plica también algunas limitaciones en cuanto a la comprensión de la estructura social chilena o latinoamericana en general, en particular la situación de las personas que no forman parte de la población económicamente activa y la informalidad del mercado de trabajo, lo cual no es una cuestión menor en América Latina. Florencia Torche (2006) probó la calidad de la clasificación del modelo EGP para América Latina, poniendo especial atención a las situaciones de informalidad; sus resultados permiten concluir que la clasificación EGP original no distorsiona significativamente la estructura de clases en este nuevo contexto. En la clasificación que utiliza este artículo, sólo se consideran como parte de la pequeña burguesía los empleadores o cuentapropistas que se desempeñan en un establecimiento y supervisan hasta nueve personas. Los cuentapropistas establecidos, que supervisan a diez o más personas, fueron tratados como empresarios. Otras ocupaciones desempeñadas por cuenta propia o incluso en pequeñas unidades productivas, tales como aquellas de cargadores, vendedores ambulantes o cuidadores de auto fueron todas clasificadas junto a otras ocupaciones elementales, estimando que la condición de cuenta propia no agrega movilidad adicional.

3. Encuesta de Movilidad Social, ISUC, 2001. La muestra de 3400 casos representa los hogares cuyo jefe es un hombre de 24 a 65 años; las mujeres fueron excluidas 1) sobre la base de la opción convencional de Goldthorpe (1983), pues las mujeres no son mayoritariamente el principal proveedor del hogar, muchos menos en América Latina (en Chile, solamente 40% de las mujeres poseen un empleo remunerado) 2) de una consideración práctica: su inclusión habría duplicado el precio de la encuesta. Existe una encuesta anterior de estratificación y movilidad aplicada en Santiago, Buenos Aires y Montevideo en 2000 (Espinoza 2002). 4. A pesar de sus ventajas, esta clasificación im-

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5. La Encuesta Nacional de Estratificación Social 2009 (ENES) generó datos sobre la forma en

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a prácticamente diez años de distancia de la investigación anterior, este nuevo estudio permite no solamente profundizar el conocimiento de la evolución en la estratificación social chilena, sino también establecer comparaciones internacionales, basadas en el modelo EGP (Erikson & Goldthorpe 1992).

La clasificación en siete «clases» describe la estructura social chilena actual de la siguiente forma: la clase acomodada (que en este esquema incluye la “clase media alta”), también denominada «clase de servicio», resulta ser una de las más numerosa (sobre 20%) y se encontraría en crecimiento. Ella

Cuadro 2: Comparación de la estructura de clases, 2001, 2009, en porcentaje. Categoría social

2001

2009

Clase de servicio

20,8

25,8

7

10,9

22,2

17,1

Pequeño propietario agrícola

4,2

6,3

Trabajador manual calificado

19,2

14,2

Trabajador manual sin calificación

18,7

19,7

Trabajadores agrícolas

8,1

6,1

Total

100

100

Clase de rutina no manual Pequeño empresario

Fuente: Wormald & Torche, 2004, p.18 (cifras 2001) y ENES 2009 (cifras 2009) NOTA: Las cifras corresponden a jefes de hogar hombres, de 24 a 65 años (N = 1825). La encuesta ENES 2009 fue aplicada a hombres y mujeres de más de 18 años, pero para obtener una comparación valida con los datos de 2001, este análisis incluye solamente el grupo equivalente.

la cual se estructura la sociedad chilena hoy en día. El universo de la encuesta corresponde a la población de 18 años y más, que reside en el territorio nacional. La muestra comprende 3.365 hogares, con un error máximo de 1,6% a nivel nacional y un nivel de confianza de 95%. La muestra total comprende 6.153 personas, con un error máximo de 1,3% a nivel nacional y un nivel de confianza de 95%. Para más detalles: http://www.desigualdades.cl/encuesta-nacionalde-estratificacion-social/

180

comprende empresarios grandes y medianos, directores de empresas, profesionales universitarios y otros sectores acomodados. Los trabajadores no manuales rutinarios representan hoy 10% de la estructura social, y también se encuentran aumentando en los últimos años. Con solo un tercio de la población

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ocupada en actividades de servicio, la sociedad chilena se encuentra lejos de una “economía moderna de servicio”. Más aún, el grupo de trabajadores manuales, que representa otro tercio de la estructura socio-ocupacional chilena está compuesto mayoritariamente por trabajadores manuales sin calificación (cerca de 20%). El contraste entre los trabajadores en actividades de servicio y los trabajadores manuales muestra el alto contraste en las ocupaciones no agrícolas. Los pequeños propietarios agrícolas (6,3%), así como los trabajadores sin tierra (6.1%) muestran la situación relativamente estable del empleo agrícola. Finalmente los pequeños empresarios no agrícolas muestran una ligera baja, aunque ella puede atribuirse más a cuestiones de medición que a una baja real. Para obtener una visión más general de la estructura social, se puede considerar que los grupos sociales más acomodados representan hoy cerca de 25% de la estructura social, pero parte de estos grupos corresponden a la clase media alta, muy difícil de separar de la clase alta con este tipo de datos. El resto de la clase media, incluyendo la clase de rutina no manual, pequeños empresarios y los trabajadores independientes, representa cerca de 28% de la población. Incluyendo la clase media alta, llegaría al 43%. Finalmente, las clases populares, compuestas por trabajadores manuales calificados y

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sin calificación, pequeños propietarios y trabajadores agrícolas, comprenden 47% de la población. Esta pirámide social se asemeja a la de otros países de la región, en los cuales los sectores populares representan gran parte de la población, con una clase media exigua y una elite aún más reducida. Cabe señalar en todo caso que el ingreso medio es débil en Chile, por comparación con los países europeos, lo cual tiende a limitar fuertemente la distancia entre sectores populares y clases medias (CEPAL, 2000; Torche & Wormald, 2004). De hecho, debido a los débiles ingresos de los hogares que se sitúan alrededor del ingreso mediano es que pocos pueden considerarse como parte de una clase media estable (Espinoza, 2011). La precariedad de su posición social les hace vulnerables a los efectos del desempleo, la enfermedad o el envejecimiento (OECD, 2011). Tendencias actuales de la movilidad social: “de la lucha de clases a la lucha por el status social” Para una comprensión más precisa de las formas de estructuración de la sociedad chilena, resulta necesario enfocar los procesos dinámicos que ocurren en su seno, lo que constituye el objeto de los estudios de movilidad social. En efecto, para conocer las oportunidades que una sociedad ofrece a sus ciudadanos, la clave reside en establecer si un individuo tendrá la posibili-

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dad de lograr una mejoría en sus condiciones de vida, sea durante su propia vida o con respecto a la situación de sus padres. En Chile, después de los años 1980, opera un freno a los movimientos ascendentes de tipo estructural que caracterizaron gran parte del siglo XX. Los miembros de las clases medias ya no podían esperar hacer carrera durante su vida de trabajo dentro de una misma institución, dada la horizontalización de los sistemas productivos vigentes, expresada en el frecuente recurso al subcontrato. Del mismo modo, los sectores populares no podían contar más con el movimiento estructural ascendente derivado de los movimientos migratorios, de la inversión pública o del desarrollo económico. Los movimientos asociados con la estructura social actual aparecen más como el resultado de trayectorias individuales o familiares que como transformaciones estructurales de la sociedad. También en Chile, la «lucha de clases» habría dejado lugar a la «lucha por el status social», retomando la expresión de DeGaulejac (1997)6. A partir de los años 2000, una serie de estudios, algunos de ellos comparativos, renovaron un campo de investigación descuidado en la región desde fines de los años 1970 (Cepal, 2000; 6. DeGaulejac (1997) utiliza un juego de palabras entre “classe” y “place ”, que resulta irreproducible en castellano, para contrastar clase social y posición socioeconómica .

182

Garretón, 2002b; Espinoza, 2002; Gurrieri & Sáinz, 2003; Atria, 2004; Torche & Wormald, 2004; Kessler & Espinoza, 2007, Ruiz & Boccardo, 2011). Estos trabajos mostraron que, comparando con los años 1960, la movilidad observada es más débil, en particular la movilidad estructural descendente, mientras que la movilidad ocupacional ascendente es de más en más individual. Las mujeres son más susceptibles de conocer un trayecto descendente que los hombres, en particular las mujeres de sectores populares (Espinoza, 20067). De hecho, una de las mayores discriminaciones laborales la constituye la ausencia de una política de mantención del empleo para las mujeres en edad fértil. Por su lado, las profesiones técnicas y universitarias aumentaron al ritmo de la modernización económica y de la expansión de la educación, sobre la base de cierta permeabilidad de la clase media acomodada, pero los grupos que ocupan el centro de la distribución social son también susceptibles de perder su status, más que en las generaciones anteriores. Se aprecia, no obstante, la disminución de la clase obrera durante las últimas décadas, así como un incremento de las clases medias en servicios y comercio, en particular debido al aumento de las posiciones no 7. Este estudio comprende Buenos Aires, Santiago y Montevideo por lo que sus conclusiones no son validas para el conjunto del territorio nacional.

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manuales (Espinoza, 2006). Esto involucra una ruptura de una generación a la siguiente, ya que padres e hijos ya no comparten la misma cultura laboral, lo cual limita las posibilidades de acción colectiva. Ello tiende a confirmar que los esfuerzos individuales aportan más que los movimientos estructurales en el acceso a posiciones sociales más favorables, según la hipótesis de la «lucha de posiciones», en el marco de una política que privilegia la inserción en el mercado de trabajo antes que medidas de protección social que permitan a los individuos mantener su posición social en una economía de capitalismo «flexible» (Sennett, 2000). Las preguntas actuales acerca de la movilidad social en Chile Una de las contradicciones evidentes del modelo económico y la movilidad social en Chile reside en que las fuertes desigualdades de ingreso en Chile no reducen la movilidad socio-ocupacional, sino que al contrario parecen estimularla (Torche, 2005). A nivel internacional no existe evidencia concluyente que ligue la movilidad ocupacional con las desigualdades de ingreso (Hout & DiPrete 2006). Al respecto se han avanzado dos hipótesis competitivas: la movilidad puede ser alta si en los trabajadores predomina la motivación por el alto premio que supone el acceso a los mejores puestos, pero puede ser menor si el control de recursos por los

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más poderosos establece ventajas para la reproducción de las posiciones sociales. Hasta el momento del estudio de Torche (2005) no se contaba con datos sistemáticos relativos a movilidad ocupacional en países de alta desigualdad de ingreso. El anális de Torche (2005) prueba para el caso chileno el “modelo de fluidez constante” (MFC) de Erikson y Goldthorpe (1992), lo cual permite contrastar las pautas de movilidad vigentes en una sociedad de alta desigualdad de ingreso con las de otras más equitativas. Este modelo hipotetiza que en las sociedades industriales modernas (aunque Chile no forma realmente parte de ellas), existe una pauta común de movilidad socio-ocupacional. Dicho de otra forma, el modelo establece pautas de desigualdad de oportunidades comunes a las sociedades capitalistas modernas. El modelo especifica los efectos de jerarquía, herencia, sector y afinidad. El efecto de jerarquía divide la tabla en tres estratos que reflejan las clases más deseables (Servicios, I+II), las menos deseables (Agrícolas, VIIb y Manuales baja calificación, VIIa) y las clases intermedias. El efecto de jerarquía identifica barreras entre estratos: movimientos de un paso o corta distancia y movilidad de dos pasos o larga distancia. El efecto de herencia identifica la propensión de los individuos a heredar la posición de origen. El efecto de sector se refiere a la

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propensión a trasladarse entre posiciones agrícolas y no agrícolas. Finalmente, el modelo considera los efectos de afinidad, vale decir, las chances que dos grupos de status ocupacional muestren discontinuidad o desarrollen vinculaciones sociales de diverso tipo. Los resultados muestran que la situación de Chile, en lo que respecta a la movilidad socio-ocupacional, puede resumirse en la expresión «desigual pero fluido» (Torche, 2005). Dicha expresión se refiere a una fuerte movilidad de corta distancia en la parte baja de la pirámide social, en lo que se puede asociar a movimientos de salida de la pobreza. Sin embargo, desde el campo de la economía, el panorama es menos claro, pues otros autores muestran que de una generación a otra los ingresos prácticamente no varían (Nuñez & Miranda, 2010; Nuñez & Tartarowski, 2009). ¿Cómo interpretar esta evidente contradicción según la cual Chile ofrece hoy una mejor situación profesional a sus habitantes, mientras los niveles de ingreso permanecen estancados de una generación a la otra? Les datos de ENES aplicada en 2009 por nuestro equipo permiten mostrar la evolución de la movilidad social en Chile durante la última década, como una forma de validar los resultados obtenidos anteriormente. La primera constatación es la existencia de mayor rigidez en la estructura social. En efec-

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to, resulta más difícil hoy que hace diez años encontrarse en una clase ocupacional sustantivamente diferente a la de los padres. De una parte, la movilidad de larga distancia está más limitada, lo cual se expresa en un efecto de jerarquía más marcado. De otra parte, la movilidad de corta distancia parece también más débil, sobre todo para los individuos de sectores obreros y de clases medias que aspiran a ingresar en la clase media acomodada. La pauta de movilidad chilena en el 2009 se acerca a la europea en términos de la relevancia de la barrera entre sectores de actividad económica y el peso que poseen los factores jerárquicos; la principal diferencia se encuentra en el escaso peso que posee la herencia ocupacional en Chile. De estos rasgos, el Chile del 2001, comparado con Europa, mostraba menor peso de la herencia ocupacional, así como mayor peso del elemento jerárquico, descontando cierta mayor propensión a la movilidad entre posiciones intermedias y las contiguas. La principal diferencia de los datos del 2001, tanto con los datos del 2009 como los europeos, reside en el escaso peso de las barreras sectoriales. Un aspecto poco explorado en la descripción de los datos se refiere a la pauta vertical de movilidad que aparece implícita, dado el peso que adquiere la dimensión jerárquica. Lo que sigue explora la dimensión jerárquica como

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una forma de representar parsimoniosamente una pauta común presente en ambas mediciones. Tanto los datos del 2001 como los de la encuesta ENES para el 2009 pueden presentarse con un modelo que considera solamente los efectos jerárquicos. Erikson y Goldthorpe (1992) argumentaron explícitamente, sobre bases empíricas y teóricas, contra la conveniencia de enfocar el análisis sobre su componente jerárquico. El ajuste de los datos basado en un enfoque jerárquico, resulta más deficiente que el MFC cuando los efectos que intenta modelar no son de tipo lineal. Además, si el ranking de categorías ocupacionales no coincide entre países, las comparaciones basadas en un principio jerárquico perderían relevancia sustantiva (Hout & DiPrete 2006). De todas formas, Erikson y Goldthorpe (1992) dejaron abierta la posibilidad de modelar jerárquicamente cuando la preocupación sustantiva de un estudio así lo requiriera.Desde un punto de vista conceptual, los efectos de sector y herencia no debieran ser considerados como parte de una jerarquía. En particular, ubicar los propietarios al mismo nivel de los trabajadores en el sector agrícola contravendría su jerarquización en términos de status. Un segundo aspecto en esta misma línea, se refiere al carácter heterogéneo o multidimensional que poseerían las jerarquías presentes en los datos CASMIN, como lo revelan las

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zonas de movilidad de corto alcance para obreros y empleados. El problema anterior posee un aspecto empírico de forma que su pertinencia se puede verificar contrastando la homogeneidad de orden en las categorías ocupacionales. Los datos chilenos permiten completar esta aproximación en 2001 y 2009, para luego efectuar la comparación con las estimaciones de ingreso. Estos análisis se realizan solamente para Chile, por lo cual no hay pretensión de generalizar a otros países la relevancia que se le asigna a la dimensión jerárquica en este trabajo. Las reservas respecto a la estratificación del sector agrícola deben revisarse de acuerdo con su contexto histórico, lo que se hace posteriormente. El modelo utilizado para ajustar jerárquicamente los datos corresponde a uno log-multiplicativo del tipo RCII. Los modelos log-multiplicativos suponen la existencia de un orden en las categorías de las variables que componen la tabla bajo análisis. Tal orden puede presentarse como un Efecto de Fila o un Efecto de Columna o bien de Fila y Columna simultáneamente. El orden de las categorías puede ser hipotetizado por el investigador, de forma que el modelo se ajusta como uno lineal doble [LxL]. El orden de las categorías también se puede obtener como una variable subyacente a partir de las pautas de interacción de forma que maximiza

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la asociación entre origen y destino. Habitualmente se distinguen modelos RC homogéneos y RC heterogéneos, que corresponden a homogeneidad o heterogeneidad de marginales, respectivamente, en las escalas que ordenan

Modelo

las categorías. En este artículo, los datos pueden ajustarse con un modelo homogéneo, que utiliza las mismas distancias para origen y destino. Los datos de ajuste para el modelo son los siguientes:

L2

gl

BIC

RCII Homogéneo 2001

46,43

23

-137,73

RCII Homogéneo 2009

68.78

23

-111,46

186

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El Gráfico 1 permite comparar los resultados del año 2001 (eje vertical) con los del año 2009 (eje horizontal): mapea en un espacio común los puntajes del modelo RCII asociados con las tablas de movilidad respectivas, bajo el/un supuesto de homogeneidad de marginales en 2001 y 2009. Las comparaciones de posición entre ambas muestras pueden visualizarse como una proyección de los puntos sobre el eje correspondiente. El tamaño de los puntos refleja el peso de la categoría en 2009, como porcentaje de la fuerza de trabajo. Las coordenadas de los puntos en el gráfico corresponden a los valores de la variable de jerarquización subyacente, obtenida del modelo RCII. Los puntajes en ambas mediciones permiten apreciar la alta asociación entre ambas distribuciones, expresada en el idéntico orden de las categorías, variando solamente las distancias entre clases. Tanto a comienzos como a final de la década, la clase de servicios (I+II) ocupa con claridad uno de los extremos de la distribución, mientras que el trabajador agrícola (VIIb) se ubica indudablemente en el otro extremo. El agricultor propietario (IVc) aparece más cerca del campesino en los datos del 2009, mientras que el 2001 se ubicaba más cerca de los trabajadores. En ambas muestras, su posición le aleja de los pequeños empresarios urbanos y lo acerca a los trabajadores de menor status. En las posiciones intermedias, el

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orden es exactamente igual en ambas muestras. En cuanto a la separación entre niveles de jerarquía, pueden apreciarse discrepancias entre ambas mediciones. En 2001, la clase de servicios (I+II) aparece más cercana a los trabajadores en tareas rutinarias de gestión (III), mientras que al final de la década estas posiciones aparecen más distanciadas. Ello refleja la presencia y ausencia de movilidad ascendente de corto rango al comienzo y al final de la década, respectivamente. En el otro extremo, la posición del pequeño agricultor y el asalariado agrícola son prácticamente indistinguibles al final de la década, lo cual marca un contraste con el comienzo, cuando los pequeños agricultores aparecían más cerca de los trabajadores manuales (V+VI y VIIa). En suma, comparada con el año 2001, en la muestra de 2009 se observan distancias mayores de las categorías extremas con sus posiciones contiguas. El principal cambio que se observa hacia el final de la década consiste en la cercanía de las posiciones de campesino y pequeños agricultores. El corte sectorial aparece muy claro, cercano a los niveles europeos y más claramente marcado que en los datos del 2001. La disponibilidad de tierra, maquinarias o animales no garantiza a la familia del pequeño agricultor oportunidades demasiado diferentes a las que experimentan los trabajadores del campo, con los cuales comparten un destino

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de inestabilidad laboral y difíciles condiciones de vida. De forma similar, en el otro extremo, la ubicación del límite inferior de la clase media entra también en debate, pues de acuerdo con los datos del 2001, los trabajadores en tareas rutinarias de gestión podían considerarse en conjunto con la clase media alta, lo cual no ocurre en el 2009. El corte sectorial entre la agricultura y el resto de la producción nacional requiere ser colocado en el contexto histórico de la modernización capitalista que experimentó la agricultura desde mediados de los años 1970 (Kay & Silva, 1992). En efecto, la expropiación de tierras realizada bajo la reforma agraria entre 1965 y 1973 dio como resultado un volumen significativo de tierras bajo control estatal. La política de la dictadura consistió en entregar parte de la tierra a campesinos en parcelas de propiedad individual; se remató otra parte de las tierras, las que fueron adquiridas por empresarios que aplicaron formas de producción capitalista, particularmente el régimen de trabajo asalariado e innovación tecnológica para el cultivo intensivo de productos destinados a la exportación. Aunque parte de las tierras también volvió a manos de los latifundistas que las poseían antes de la reforma agraria, el orden agrario resultante no guardaba relación con el tradicional. El sector de pequeños agricultores que sobrevive a este proceso lo hace normalmente

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en suelos de baja calidad, sin alcanzar competitividad en algún tipo de producción. El orden agrario se consolidó en los años 1990 dada la competitividad alcanzada por las empresas agrícolas exportadoras, de forma que sus unidades productivas y la fuerza de trabajo ocupada en ellas muestran estabilidad hasta el presente. Si bien Torche (2005) afirma que tal mercantilización del mundo agrario contribuye a reducir las barreras sectoriales, no presenta el proceso o mecanismo a través de lo cual ello se produciría. En realidad, los bordes del sector agrario se demarcan con nitidez frente a las actividades económicas que caracterizan a la producción industrial, minera o de servicios. No debe confundirse esto con la fluidez con la cual la población agraria se mueve entre asentamientos urbanos y explotaciones agrícolas. En efecto, el fin de la pequeña agricultura liberó suelos de alta rentabilidad para la agricultura de exportación, pero no expulsó a la fuerza de trabajo que dependía de ellos mucho más lejos que ciudades pequeñas e intermedias próximas a las nuevas explotaciones. De esta forma, una fuerza de trabajo agraria localizada en asentamientos urbanos de tamaño reducido es una marca distintiva del nuevo orden rural, por lo cual un mayor grado de urbanización no va necesariamente en desmedro de la producción agrícola. En un extremo de la estructura social, la clase de servicio, en 2009, se encuen-

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tra separada de la clase siguiente – empleados no manuales – por una mayor distancia que en 2001. Al otro extremo de la estructura social, se puede ver el aislamiento de los campesinos en el 2001, aunque los pequeños propietarios agrícolas se acercan a esta posición en el 2009, cuando antes compartían más la condición de los trabajadores (calificados o no). En cuanto a los otros grupos sociales, no se aprecian importantes transformaciones durante la última década (Espinoza, 2011). En resumen, en 2009 las posiciones extremas de la estructura social están más aisladas y más distantes de otros grupos que una década atrás, lo cual destaca la dificultad actual para pasar desde posiciones inferiores a posiciones medias de una parte y de posiciones medias a posiciones superiores, de la otra. Esto indica mayor clausura de los extremos y desmiente la tesis según la cual la posición de “clase media” sería una etapa de un camino de ascenso social para los grupos los más desfavorecidos. La pauta de movilidad tiende a confirmar los hallazgos de estudios anteriores que mostraban que las sociedades latino-americanas, incluida la chilena, tienden a generar un polo de riqueza y otro de exclusión o marginalidad (Filgueira, 2000; Gurrieri & Sáinz, 2003). Conclusión Para el conjunto de los grupos sociales, la situación en términos de movilidad

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se puede resumir así: durante la última década, la estructura social chilena parece haber perdido una parte de su fluidez, con el estrechamiento de la movilidad en canales de corta distancia – que permitían superar la pobreza y el acceso a la clase media acomodada – mientras que la jerarquía general no ha cambiado. Lo anterior muestra el desafío que enfrentan las políticas públicas que privilegian la inserción en el mercado de trabajo como vía de movilidad social para los más pobres. De forma similar, marca también los límites del acceso a la educación como recurso para el acceso a la clase media alta. Chile posee una estructura de clase relativamente móvil y permeable en su parte media, pero que presenta una tendencia a la polarización, pues las distancias sociales continúan aumentando a pesar del crecimiento económico. La eventual «mesocratización» de larga duración que caracteriza la estructura social chilena se muestra relativamente frágil, ante la ausencia de una red de protección social y de políticas de redistribución. En efecto, las políticas sociales destinadas a los más desfavorecidos son financiadas por los excedentes de las ventas de cobre al extranjero. País rentista por excelencia, Chile no ve en la reforma de su sistema tributario una solución al aumento de las desigualdades. Uno de los principales atractivos que ofrecía Chile para los estudiosos de la estratificación social estaba vinculado

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con el hecho de que a pesar de existir fuertes desigualdades socio-económicas, clases sociales claramente diferenciadas, así como importantes distancias entre ellas, el conjunto social parecía estable. Sin embargo, la prolongada

movilización de los estudiantes secundarios y universitarios, que concita un apoyo cercano al 80% según las encuestas parece indicar la apertura de un ciclo de presión social redistributiva sobre la política pública.

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Políticas sociales y estratificación social. Metodología de análisis y aplicación a un plan de empleo Sandra Fachelli1 GRET (Grup de Recerca en Educació i Treball) Departament de Sociologia Universitat Autònoma de Barcelona Resumen En este trabajo proponemos analizar el impacto de las políticas sociales utilizando como base un modelo de estratificación social definido multidimen-sionalmente. Particularmente y como caso testigo analizamos el impacto del Plan Jefas y Jefes de Hogar Desocupados (PJyJHD) según estrato social con el fin de mostrar la posibilidad de aplicar esta metodología a otras políticas sociales. Los datos provienen de la Encuesta Permanente de Hogares de Argentina y hemos seleccionado el año 2003 dado que el Plan de empleo alcanzó en ese año la máxima cobertura, producto de la gran crisis económica y social que comenzó en diciembre de 2001 con el default económico del país y se profundizó en enero de 2002 con la devaluación monetaria. El principal resultado obtenido refleja que este modelo puede utilizarse para el análisis redistributivo de las políticas sociales y, concretamente, en la política que utilizamos como ejemplo, ha tenido un alto impacto en el estrato bajo (77,5%). Palabras clave: análisis de impacto – política social – Plan de empleo – Plan Jefas y Jefes de Hogar Desocupados – estratos sociales – cobertura y focalización – análisis multivariado Abstract In this paper we analyze the impact of social policies using a social stratification model defined multi-dimensionally. In particular we analyze, as a leading case, the impact of Argentina’s Unemployed Heads of Household Plan according to social strata in order to show the possibility of applying this approach to other social 1. Parte de las ideas desarrolladas en este artículo pertenecen a la tesis “Nuevo modelo de estratificación social y nuevo instrumento para su medición. El caso argentino.” que ha sido realizada con el apoyo del Comissionat per a Universitats i Recerca del Departament d’Innovació, Universitats i Empresa de la Generalitat de Catalunya (España) y del Fondo Social Europeo.

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policies. The data were taken from Permanent Household Survey. We selected the year 2003 because it was the one in which the employment plan reached the highest coverage, due to the major economic and social crisis initiated by the debt default of December 2001 and the currency devaluation of January 2002. The main result shows that this model can be used for analysis of redistributive social policies and specifically in the policy we use as an example, has had a high impact on the lower stratum (77.5%).

Key words: impact analysis – social policy – Employment plan – Unemployed Heads of Household Plan – coverage and focus – social stratification – multivariate analysis

1. Introducción Este artículo se propone analizar el impacto de las políticas según estratos sociales y complementar la perspectiva usualmente utilizada basada en quintiles o deciles de ingresos. Tomamos como ejemplo concreto una política de empleo muy importante que se puso en práctica en Argentina a partir de la crisis económica vivida en el 2002: el Plan Jefas y Jefes de Hogar Desocupados (PJyJHD). En este sentido es importante destacar que el foco de análisis es metodológico, por lo que trataremos brevemente los elementos que caracterizan al plan de empleo. Para abordar el objetivo mencionado inicialmente proponemos un esquema de estratificación que nos permita evaluar las políticas sociales. La forma de clasificación oficial, que descansa en la organización de la sociedad en quintiles o deciles de ingreso, tiene ciertas

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ventajas (simplicidad e inmediatez en el análisis) pero también tiene limitaciones. Basarse en el ingreso es un problema para estratificar la sociedad, pues es bien conocida la existencia de varios problemas derivados de su medición, como la falta de información sobre los mismos o la subdeclaración, además de los problemas vinculados al tamaño y la composición del hogar. Si bien se realizan múltiples esfuerzos por corregir estos sesgos no se ha alcanzado aún consenso en el ámbito de las instituciones públicas acerca de las metodologías empleadas para tal fin, aunque el debate del uso de técnicas de análisis multivariadas gana terreno. Nosotros consideramos que el ingreso debe ser uno de los elementos a tomar en cuenta pero no el único, por ello definimos los estratos sociales utilizando varias dimensiones de la realidad social y sobre

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esa base analizamos el impacto del plan de empleo de mayor envergadura que ha existido en Argentina, con el fin de aportar otra herramienta a ser utilizada a la hora de analizar la cobertura y la focalización de una política social. El apartado siguiente presenta el contexto social y económico vivido en Argentina y el surgimiento del plan de empleo que representó una de las medidas sociales importantes para atenuar los efectos de la crisis. En el apartado 3 sintetizamos los problemas que presenta la medición de los ingresos en las encuestas de hogares junto a las soluciones empleadas para corregirlos y, además, presentamos sintéticamente cómo evalúa el estado argentino oficialmente el impacto de una política social, así como sus principales limitaciones. Estos dos temas fundamentan nuestra propuesta. En el apartado 4 presentamos la base de datos utilizada y en el apartado 5 en forma breve nuestro esquema de estratificación. En el apartado 6 presentamos los resultados, en primera instancia, el que surge de aplicar el esquema de estratificación a Argentina y luego el impacto del plan de empleo según estrato social. El último apartado se dedica a conclusiones. 2. Contexto de análisis: Argentina, la crisis y el surgimiento del plan de empleo En la década del noventa en Argentina se da un proceso de reestructuración

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económica basado en la privatización de las empresas públicas (Azpiazu y Basualdo, 2004), la liberalización del mercado de cambios, la liberalización de las barreras impositivas internas, la transferencia de los servicios educativos, sanitarios y sociales a las provincias, el establecimiento de una paridad cambiaria fija con el dólar (un peso igual a un dólar) y la eliminación de la posibilidad de emitir moneda sin pleno respaldo en divisas conocido como el “Plan de Convertibilidad” que comienza a regir a partir de abril de 1991 (Bouzas, 1993). Como resultado de esta situación se obtiene un nivel de estabilidad general de precios y estabilidad en las variables macroeconómicas durante toda la década del noventa (Kosacoff y Ramos, 2003). También se produce una reestructuración en el mercado de trabajo signada por un proceso de incorporación de tecnologías junto al cual se va produciendo un deterioro en la estructura ocupacional vinculado con el aumento de la población económicamente activa, la eliminación de puestos de trabajo, el aumento demográfico y el rendimiento contra-cíclico de la tasa de subocupación (Monza, 1998). Las estrategias de flexibilización laboral y de baja de los costos laborales junto a los despidos y retiros voluntarios masivos, provocados por las privatizaciones, y el fuerte impacto de las crisis internacionales, que caracterizaron la segunda mitad de esa década, dejan un saldo

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social y económico negativo (Damill, Frenkel y Maurizio, 2002). Hacia 1998, producto de los desajustes internos junto a la devaluación en Brasil y el default de la deuda pública rusa, comienza un estancamiento económico que el cambio de gobierno (en al año 1999) no logra neutralizar (Heymann, 2000). La salida del “Plan de Convertibilidad” deja un costo social muy alto (Galiani, Heymann y Tomassi, 2003). Se produce una crisis de gran envergadura hacia fines de 2001, que estalla políticamente en diciembre con la caída del gobierno del Presidente de la Rúa y económicamente con el “default” (suspensión de pagos) de la deuda pública a fines de diciembre de 2001 y la devaluación del peso argentino en enero del 2002, esta situación trajo aparejados varios problemas. Se adopta un sistema cambiario flotante frente al dólar, se establece el 1º de diciembre de 2001 el “corralito” (inmovilización parcial de los depósitos a la vista) y se transforma en “corralón” (reprogramación de los depósitos a plazo fijo) en febrero de 2002. La depresión económica fue la situación resultante y el fuerte descenso de todos los indicadores su reflejo a nivel social. Particularmente las tasas de pobreza y de desocupación aumentan considerablemente. La salida del sistema de convertibilidad, realizado a través de la devaluación monetaria, fue caótico y sin haberse previsto ningún mecanismo de amortiguación. La devaluación provocó una mayor recesión

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y su consecuencia fue el aumento de la tasa de desocupación, de la informalidad laboral y de los niveles de pobreza. La devaluación monetaria produjo un desequilibrio interno de tal magnitud que el PIB total a precios constantes disminuyó un 15,2% en 2002 con respecto a 1997, –debido en parte a la marcada sobrevaluación del peso en la década del 90–, mientras el PIB per cápita exhibe una caída aún mayor – pues pasa de casi 8.000 pesos por persona en 1997 a algo más de 6.000 pesos en 2002 y comienza a restablecerse en 2003 a 6.666 pesos. El nivel de desempleo y de pobreza en 2002 es muy elevado, pues casi el 18% de la fuerza de trabajo se encuentra desocupada y el 42% de los hogares está bajo la línea de pobreza. La crisis fue tan profunda que el 17% de los hogares en 2002 no poseía los ingresos necesarios para comprar una canasta básica de alimentos. De esta manera debieron tomarse medidas extraordinarias para enfrentar la crisis, como el mega programa de empleo denominado Plan Jefas y Jefes de Hogar Desocupados (PJyJHD) que efectivamente en un contexto de crisis tan profunda ayudó a las familias beneficiarias a incrementar sus ingresos. El plan se creó en febrero de 2002 (Ley N° 25.561 y Decreto N° 565) dirigido a jefas o jefes de hogar desocupados, con hijos de hasta 18 años de edad, o discapacitados de cualquier edad. El ingreso mensual era de 150 pesos algo superior al valor de una ca-

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Tabla Nº1: Indicadores Socio-económicos de Argentina Período

Estabilidad

Año representativo

Post Recuperación Crisis Incipiente

1997

2002

2003

PIB (en millones de $) a precios 1993

277.441

235.236

256.023

PIB (en millones de U$S) a precios 1993

277.441

83.062

86.430

PIB per cápita en $ a precios 1993

7.777

6.199

6.666

PIB per cápita en U$S a precios 1993

7.777

2.189

2.251

Tipo de cambio nominal ($/U$S) Fecha Índice Precios al Consumo

1,0

3,0

2,9

Oct-97

Oct-02

2º Sem03

101,1

136,6

141,7

Tasa de Actividad (total urbano)

42,3

42,9

45,7

Tasa de Empleo (total urbano)

36,5

35,3

38,6

Tasa de Desocupación (total urbano)

13,7

17,8

15,4

Hogares bajo la Línea de Pobreza

19,0

42,3

36,5

5,0

16,9

15,1

Hogares bajo la Línea de Indigencia Nota: $ pesos en moneda argentina; U$S dólares estadounidenses Fuente: Ministerio de Economía y Producción e INDEC

nasta básica alimentaria para un individuo adulto (en abril de 2002 la canasta básica alimentaria ascendía según el INDEC a 81,76 pesos, e inflación mediante, en septiembre de 2002 a 104,87 pesos). El tipo de acceso al programa se realiza a partir de la inscripción de los postulantes en la municipalidad de la jurisdicción en la que residan. Es un plan de carácter no transitorio, es decir, que la prestación no requiere su renovación, siempre y cuando se cumplan los requisitos de acceso establecidos,

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no obstante, el programa finaliza si el beneficiario declara el hallazgo de un empleo. En la reglamentación se especifican contraprestaciones de diferente índole a realizar por parte de los beneficiarios del programa, entre las que se destacan la concurrencia a la escuela de sus hijos así como el control de salud de los mismos; también hay exigencia de contraprestaciones de formación del beneficiario, que consisten en la finalización de estudios de educación general básica o la formación profesio-

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nal. Asimismo, cuenta con contraprestaciones del tipo laboral que apuntan a la incorporación de los beneficiarios en proyectos productivos o en servicios comunitarios. También se reglamenta el seguimiento y monitoreo de los beneficiarios y se prevé, ante la existencia de irregularidades, la interrupción del beneficio (Bonari, Fachelli, Goldschmit y Rodríguez Pose, 2006). Efectivamente, en el contexto de crisis tan profunda el plan ayudó a muchas familias a paliar su situación y si bien el monto del beneficio era relativamente bajo en términos macroeconómicos significó una inyección de dinero, puesto que en el año 2002 el total del gasto destinado por el estado nacional fue de 2.247 millones de pesos y aún mayor fue el dinero asignado en 2003 que alcanzó los 3.469 millones de pesos y la cantidad promedio de beneficiarios por mes fue de 1.927.313 personas (Bonari, Fachelli y Goldschmit, 2003; Bonari, Fachelli y Goldschmit, 2004). En algunos casos el carácter asistencialista de los planes pudo ser reorientado hacia una economía social a partir de la puesta en común de varios emprendimientos productivos (Hintze, 2003). La evolución de las políticas sociales, siguiendo nuevas directrices que la han reorientando y atendiendo razones que fundamentaban la necesidad de migrar hacia prestaciones universales y programas que garanticen los derechos de las

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personas (Pautassi, Rossi y Campos, 2003; Arcidiácono, Carmona Barrenechea y Straschnoy, 2011a y 2011b) hizo que se modificara la lógica de las políticas focalizadas ampliamente utilizada en los noventas y de la cual el PJyJH era heredera. En ese sentido, este programa se modificará y se canalizará hacia el Plan Familias por la Inclusión social (Grassi, 2012; Golbert, 2006; Arcidiácono, 2007). Finalmente, la progresiva transformación desde los programas de transferencia condicionada de ingreso hacia programas universales como la asignación universal por hijo, recoge al conjunto de beneficiarios que permanecían en el plan, luego de que una gran parte de ellos -alrededor de 500.000 personas entre 2003 y 2007 (Cruces, Epele y Guardia, 2008: 21)- hayan podido insertarse en el mercado formal de trabajo debido a la recuperación económica que se vive en Argentina a partir del 2003. Por último, volvemos a resaltar que no es nuestro interés analizar el PJyJHD, sino que lo tomamos como ejemplo para mostrar las potencialidades de una metodología para analizar programas sociales. Hay buena y abundante bibliografía sobre el plan, realizada por muchos investigadores que han centrado su interés en él (Danani y Hintze, 2011; Hopp, 2009 y 2010; Arcidiácono y Zibecchi, 2008; Hintze, 2007; Golbert, 2004; Pautassi, 2003 entre otros).

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3. Fundamentos del trabajo Consideramos que podemos realizar un aporte en el análisis de las políticas sociales utilizando estratos sociales en lugar de quintiles de ingresos. Los análisis realizados tradicionalmente por el estado utilizan los quintiles o deciles de ingreso como estratificación de la sociedad para luego evaluar una política social. Es bien conocido el problema que tienen los ingresos para ser utilizados como base de un análisis tan importante, como es el efecto distributivo de una política, pero aun así se siguen utilizando ante la falta de metodologías alternativas que permitan medir la estratificación de una sociedad y abarque a todos sus miembros. Si bien también existen los indicadores ocupacionales para analizar la estratificación, este tipo de enfoque sólo abarca a la población trabajadora, por eso el ingreso per cápita familiar se manifiesta como un indicador potente para observar al conjunto de la sociedad. Nosotros pretendemos proponer una herramienta que mejore algunas carencias que tiene el uso del indicador de ingresos. Antes de presentar el diseño y la metodología que hemos utilizado para obtener los estratos sociales, a través de los cuales analizamos la política de empleo, presentamos en forma breve cómo el estado argentino evalúa una política social y los inconvenientes más importantes que tiene utilizar los ingresos como base de la estratificación social.

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3.1 ¿Cómo evalúa el estado argentino el impacto de una política social?

La especificidad técnica de esta temática es profusa (Vargas de Flood et al, 1994; DNPGS, 1997 y 1999; DGSC, 2002; DAGPyPS, 2007) y nuestro objetivo es simplemente prestar atención en la medida de estratificación social que lleva implícita la metodología de evaluación oficial de las políticas sociales. Por ese motivo, lo que necesitamos rescatar son los elementos claves que intervienen en este procedimiento, y que son básicamente tres: primero, la utilización de una unidad de medida que estratifica a la sociedad de una determinada manera (quintil y/o decil de ingresos en los análisis oficiales); segundo, la cuantificación del dinero asignado a cada partida presupuestaria de cada una de las políticas sociales; y tercero, la cuantificación del impuesto aportado por cada familia o individuo. El efecto distributivo de una política social se calcula tomando en cuenta el financiamiento realizado por el estado en dicha política y la recepción por parte de los beneficiarios, según su posicionamiento en la escala de ingresos (Vargas de Flood et al, 1994). En este tipo de análisis se considera el ingreso familiar como indicador del nivel de vida de los individuos, ajustado por economías de escala. El ingreso total familiar o el ingreso per cápita familiar no contempla las diferencias entre las personas al interior de la familia ni

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sus economías de escala, por lo que se considera necesario efectuar una corrección tomando en cuenta estos dos elementos (DNPGS, 1997 y 1999). A su vez, en estos estudios se considera que la estratificación de la población según quintiles de ingreso resulta más representativa si se efectúa contemplando el número de personas y no de hogares (porque los hogares más pobres se componen, en promedio, por una mayor cantidad de individuos que los hogares pertenecientes a los quintiles superiores), consecuentemente se utiliza la unidad de análisis “individuo” ordenándolos según el quintil de ingreso familiar ajustado por adulto equivalente y economías de escala (DNPGS, 1997 y 1999; DGSC, 2002). El efecto re-distributivo resulta de tomar en cuenta el impacto del gasto público en determinada política social (a partir de atribuir el gasto a los beneficiarios de cada quintil de ingresos) restarle los impuestos aportados por los ciudadanos y comparar el saldo neto según quintil de ingreso. La técnica utilizada para analizar una política social comienza por el cálculo de la “tasa de cobertura” y la “tasa de focalización”. La primera hace referencia al porcentaje de personas que reciben un beneficio determinado según quintil o decil de ingresos, y la segunda se refiere a la distribución del beneficio entre los beneficiarios según su pertenencia a uno u otro quintil de ingresos (SIEMPRO, 2000).

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El paso siguiente consiste en realizar un “Análisis del impacto distributivo del gasto social”, esto nos da información de cómo el estado distribuye los recursos asignados entre los hogares, tomando en cuenta la condición económica (de ingreso) de cada hogar. Si hay más beneficiarios pertenecientes a quintiles de ingresos altos, esta política será pro-rica, o será pro-pobre si sucede lo contrario (Vargas de Flood et al, 1994). Un análisis más complejo se realiza tomando en cuenta simultáneamente tres elementos: la cantidad de beneficiarios, el dinero asignado a la política social que estemos analizando y la contribución de cada ciudadano al financiamiento global del sistema fiscal. Así, es posible realizar un análisis más completo, denominado “Análisis de impacto re-distributivo del gasto social” o “Análisis de incidencia” (DGSC, 2002) donde el objetivo es observar la incidencia neta distributiva por quintil de ingreso para poder apreciar en términos monetarios cuánto se recibe y cuánto se aporta en función de la ubicación en la escala de ingresos. Si los beneficiarios pertenecen a los quintiles de mayores ingresos, pero aportan mayores impuestos, la política será progresiva, mientras que si sucede lo contrario estaremos frente a una política regresiva. Las limitaciones más conocidas e importantes de este tipo de análisis son varias. En primer lugar, hay un supuesto

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acerca de que no hay pérdida de recursos entre la asignación de los mismos y la recepción efectiva por parte de los beneficiarios (Llambí et al. 2009; Amarante, 2007). En segundo lugar, el monto total recaudado en concepto de impuestos es superior al gasto destinado a políticas sociales ya que los impuestos financian otras finalidades del gasto público (Vargas de Flood et al., 1994). En tercer lugar, el análisis se realiza sobre la base de un procedimiento que supone la corrección de ingresos a partir de una escala de subdeclaración según la procedencia del ingreso, y ello implica la utilización de un gran número de supuestos (Gasparini, 1998; Llach y Montoya, 1999; Camelo, 1998). En cuarto lugar, no existen estimaciones confiables del nivel de evasión impositiva. En quinto lugar, no se incluyen los costos fiscales2 de los gastos tributarios en sectores sociales (González Cano y Simonet, 1999). En Harriague y Gasparini (1999) se puede encontrar un análisis más exhaustivo de estas limitaciones. 2. Ingresos tributarios que debieron haberse recaudado en función de la estructura básica tributaria, pero que no ingresaron al fisco debido a la existencia de exenciones, exoneraciones, desgravaciones o normas de carácter promocional que benefician a determinados sectores o a diversos grupos de contribuyentes. Han existido esfuerzos en su determinación como el realizado por Hugo N. González Cano y Silvia Beatriz Simonit (1999) “Estimación de los Gastos Tributarios en los Sectores Sociales” Dirección Nacional de Programación del Gasto Social, Secretaria de Programación Económica y Regional. Ministerio de Economía.

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3.2 ¿Por qué basarse sólo en el ingreso es un problema a la hora de estratificar la sociedad? y ¿Cómo se intenta resolver el problema?

Los análisis cuantitativos oficiales que evalúan las políticas sociales se llevan a cabo sobre la base de encuestas a hogares. Estas encuestas tienen un formulario que recoge la características generales de la vivienda y los servicios recibidos por el hogar y a su vez un cuestionario individual aplicado a cada miembro de la familia, donde se encuentra la pregunta sobre el ingreso percibido mensualmente, con un nivel detallado que indaga sobre la fuente del ingreso (origen de los recursos) incluyendo descuentos así como gratificaciones o bonificaciones, otros ingresos por alquileres, rentas, utilidad, etc. Los ingresos declarados por los encuestados excluyen las contribuciones personales a la seguridad social y el monto de los impuestos a los ingresos pagados (Beccaria, 1998: 90). Estas encuestas, en todos los países, están sujetas a ciertos sesgos o errores. El análisis de estos problemas implica que tanto los técnicos de los institutos oficiales, como los investigadores vinculados al tema, se vean obligados a investigar formas de resolución de esos problemas que, aunque imperfectas, ayuden a atenuarlos. Esto se realiza tomando medidas tanto en el proceso de recolección de la información como en correcciones de los datos que se rea-

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lizan luego de su obtención. Los problemas más importantes se presentan a continuación. En primer lugar, todas las encuestas tienen problemas con la falta de respuesta de los hogares acerca de sus ingresos, pero especial atención merecen los extremos de la pirámide social, es decir, aquellos hogares donde viven familias con muy alto nivel de vida como así también el extremo opuesto, las personas que viven en la calle. En segundo lugar, algunos hogares subdeclaran sus ingresos, este es el problema más importante que tienen todas las encuestas de hogares latinoamericanas y consiste en declarar ingresos inferiores a los que perciben (Beccaria y Minujin, 1991; Camelo, 1998; Llach y Montoya, 1999; Gasparini, Marchionni y Sosa Escudero, 2001; Roca y Pena, 2001; Flecman, Kidyba y Ruffo, 2004 entre otros). En tercer lugar, podemos mencionar los problemas vinculados al tamaño y a la composición del hogar, pues la práctica habitual de utilizar el ingreso per cápita del hogar implica considerar a todos los miembros del hogar por igual. Es decir, se presupone –erróneamente– que las necesidades y la utilización de los recursos de los individuos al interior del hogar son las mismas y que no existen economías de escala en el consumo (CEPAL, 1999: 319). Las soluciones ideadas para corregir estos problemas son variadas, pero aquí expondremos las más utilizadas en los

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análisis de impacto de política pública. En primer lugar, el problema de no respuesta total acerca de los ingresos reviste cierta gravedad como han demostrado varias investigaciones (Minardi, 2002; Flecman, Kidyba y Ruffo, 2004). La corrección que realiza la Encuesta Permanente de Hogares es ajustar los pesos iniciales, de acuerdo con los hogares que no responden para equilibrar la falta de respuesta.3 Por otro lado, a partir del nuevo diseño implementado en la EPH en el año 2003 también se realizan imputaciones parciales de ingresos, agregando un ponderador especial para el tratamiento de los ingresos (INDEC, 2005). En segundo lugar, el problema de la subdeclaración de ingresos se resuelve según la decisión tomada al comenzar un ejercicio de análisis del impacto de las políticas sociales. Esta decisión consiste en realizar o no ajustes en los 3. El Instituto de Estadística aplica la técnica “calibración por marginales fijos” siguiendo la metodología desarrollada por Deville y Sarndal. El procedimiento concreto consiste en la realización de dos pasos: en el primero se corrige la no respuesta re-ponderando según estrato de selección, en un segundo paso se calibran las ponderaciones para que la submuestra de las personas que respondieron proporcione las mismas estimaciones de ciertas subpoblaciones de interés que la muestra con respuesta completa (ocupados, desocupados, varones, mujeres, etc). Previamente a dicho ajuste se imputa mediante el método hot-deck los valores faltantes de las variables explicativas por las cuales se calibran los ponderadores (Hoszowski, Messere y Tombolini, 2004).

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ingresos. Algunos investigadores optan por no realizar ajustes, basados en el hecho de que no hay suficiente información sistemática y periódica que permita definir con certeza el quantum de la subdeclaración en cada momento del tiempo (Feres, 1997: 125). Por el contrario, existen otros investigadores que prefieren realizar los ajustes por imperfectos que sean, dado que consideran que cualquiera sea el sesgo existente es preferible minimizarlo (Llach y Montolla, 1999; Gasparini, 1998). Si se opta por realizar ajustes, se debe decidir si se ajustan los ingresos solamente y por qué metodología y, adicionalmente, si se toma en cuenta el tamaño del hogar y la economía de escala que se produce en función del número de miembros y el monto de sus ingresos. En este caso la corrección se denomina “imputación” y existe la posibilidad de aplicar varios métodos.4 4. Los más empleados son dos (Keifman, Manzano, Rodríguez y Viler, 1998: 425-428), en el primer caso se toman en cuenta las características socio-ocupacionales de los perceptores de ingresos y se estiman ecuaciones de determinación de ingresos (Berndt, 1991) para trabajadores asalariados, cuenta propia y patrones (por separado), y luego se imputan los ingresos de los perceptores que no lo declararon, en base a la información sociodemográfica de los que sí lo hicieron. El segundo procedimiento estima los parámetros de funciones de gastos o consumo (Musgrove, 1980) de los hogares, en relación a los ingresos y a las características demográficas del hogar (número de miembros, edad del jefe, etc.) para los hogares que respondieron los ingresos, y luego se utilizan esos parámetros y

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En tercer lugar la solución a los problemas vinculados al tamaño y a la composición del hogar se resuelve a través del uso de escalas de equivalencia y de economías de escala en el consumo (CEPAL, 1999). Puntualmente, para el análisis de impacto de las políticas sociales en Argentina, se utilizan los dos ajustes. Por un lado se aplica un índice de economía de escala de 0,8 (Vargas de Flood et al, 1994) definido por expertos y por otro lado, se utiliza una tabla de equivalencias de las necesidades energéticas según sexo y edad en la cual el varón adulto de entre 30 y 59 años representa la unidad de consumo con una ingesta diaria de 2.700 kilocalorías (Morales, 1988). Un elemento adicional a destacar es que a los efectos de calcular la distribución del ingreso, no es indiferente el hecho de realizar ajustes en los ingresos y ajustes por escalas de equivalencia (Altimir, 1986; Gasparini, Marchioni y Sosa Escudero, 2001). Pues un índice de Gini (que mide la concentración en la distribución de los ingresos) calculado con ajustes en los ingresos evidencia una disminución en la desigualdad si lo comparamos con un índice de Gini calculado con los ingresos sin corregir. A pesar de todos los esfuerzos menla información demográfica para imputar los ingresos totales a los hogares con ingresos no válidos. Este procedimiento se basa en la existencia de una relación estable, avalada por la teoría económica entre gastos de consumo, ingresos y otras características de los hogares.

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cionados, la incertidumbre persiste en varios aspectos (Keifman, Manzano, Rodríguez y Viler, 1998). Por un lado, porque aquellos métodos de corrección que usan las declaraciones de los gastos de consumo parten del supuesto que los gastos están correctamente declarados cuando sabemos que tienen sesgos importantes (Flecman, Kidyba y Ruffo, 2004; Hinze 1999, Valladares, 1999 y Medina, 1999) y porque los errores no muestrales contribuyen más que los muestrales al error total (Dopico, Kreser y Manzano, 1999). Entendiendo que los estudios oficiales tienen las limitaciones mencionadas, nosotros hemos tratado de generar un esquema de estratificación que además del ingreso, que a pesar de los problemas mencionados sigue siendo una herramienta básica para el análisis de estas políticas, incluya otras dimensiones de la vida en sociedad, como la fuente de ese ingreso (ocupación), las condiciones habitacionales de la familia y el nivel de estudios alcanzado en promedio por el hogar. Antes de avanzar en el esquema propuesto, presentamos la fuente de datos utilizada para realizar el análisis. 4. Datos La fuente utilizada para la elaboración de este análisis es la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) de Argentina que es un programa nacional de pro-

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ducción sistemática y permanente de indicadores sociales que lleva a cabo el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC). Su objetivo es conocer las características sociodemográficas y socioeconómicas de la población, y proporciona regularmente las tasas oficiales de empleo, desocupación, subocupación y pobreza (INDEC, 2003). En su modalidad original, se ha venido aplicando en Argentina desde 1973, dos veces al año. Posee una muestra de amplia representación de la población urbana argentina aunque en cierta etapa de extensión del programa se hizo necesario adecuar globalmente los instrumentos de medición para dar cuenta de los cambios acaecidos en la sociedad. La reformulación de la EPH abarcó aspectos temáticos, en función de la adecuación de los instrumentos de captación de la información y organizativos. El procedimiento se puso en marcha a partir del segundo trimestre del 2003 (INDEC, 2005). A diferencia de la EPH puntual (cuyo trabajo de campo se realizaba en mayo y octubre de cada año) en la nueva modalidad la muestra está distribuida a lo largo de cada uno de los cuatro trimestres del año y da lugar a la producción de estimaciones trimestrales, semestrales y anuales. En términos geográficos la EPH recoge información sobre la población urbana argentina que reside en hogares particulares. Cabe destacar que

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Tabla 2: Cobertura de la Encuesta Permanente de Hogares Encuesta Permanente de Hogares

2003 2ºSemestre

Hogares totales

26.548

Hogares realizados

26.505

Hogares expandidos

6.914.843

Personas

93.244

Personas expandidas

23.176.246

Argentina, Censo

2.001

Población Urbana

32.431.950

% EPH

71,5

Población Total

36.260.130

% EPH

63,9

Fuente: elaboración propia sobre la base de micro datos de la EPH y Censo de Población y Viviendas 2001

la población urbana en Argentina, en general es muy alta, dado que prácticamente el 90% de la población vive en aglomerados considerados urbanos (más de 2.000 habitantes). La tabla 2 presenta la muestra con la que hemos trabajado, su nivel de representatividad a partir de los factores de expansión de la EPH y un cálculo adicional teniendo en cuenta los datos poblacionales del Censo de Población y Vivienda realizado en 2001.

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5. Modelo, metodología y técnicas para definir los estratos sociales Reconociendo las limitaciones que tiene la utilización del ingreso para usarlo como base de estratificación de la sociedad argentina, nosotros tomamos indicadores que se han utilizado tradicionalmente -como ocupación, educación e ingresos- pero los tratamos de forma diferente. Por ejemplo los índices de Blau y Duncan (1967) o de Ganze-

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boom, Graff y Treiman (1992) incluyen educación y los propios ingresos y lo hacen para construir una medida unidimensional de estratificación, utilizando como eje la ocupación en el mercado de trabajo. Nosotros incorporamos los mismos elementos, le sumamos indicadores sobre condiciones habitacionales (tipo de posesión de la vivienda, hacinamiento, tipo y uso de baño) y analizamos la interacción concomitante entre estos elementos, por ese motivo utilizamos las técnicas multivariadas, que son las que mejor se adecuan a nuestra perspectiva. Nuestro resultado es un indicador sintético que recoge la multidimensionalidad, y la expresa en una tipología cualitativa de estratos compuestos por hogares (no individuos), asociados por características comunes. Esta metodología utiliza la ocupación, pero no hace de ella el centro del análisis, sino que la toma en cuenta como un elemento muy importante que se encuentra en interacción con otros que definen la vida en sociedad. Nosotros pretendemos mejorar algunos aspectos que resultan deficitarios en otros esquemas de estratificación, y en ese sentido nos preocupamos por: 1) introducir la dimensión de género en la clasificación tomando en cuenta la ocupación realizada por las mujeres, 2) reducir el sesgo de cobertura incluyendo a los que no participan en el mercado de trabajo; y 3) tomar en cuenta al hogar como unidad de análisis con el fin de corregir el proceso que denomi-

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namos “desmembramiento poblacional del hogar” (Fachelli, 2009: 18-23). Tomando todos estos elementos en cuenta para la conformación de nuestro modelo de estratificación, decidimos incorporar las técnicas multivariadas en el diseño de análisis por el interés de considerar, a la vez que resumir, la complejidad y la diversidad de una sociedad en un número relativamente pequeño y significativo de estratos, homogéneos hacia su interior y heterogéneos entre sí. Nuestro modelo no es apriorístico, es decir, los estratos no se preconfiguran desde la teoría. Los estratos se definen a partir de un análisis que López-Roldán denomina “tipología estructural y articulada”, esto es, clasificar o estructurar –en un conjunto reducido y significativo de categorías– el fenómeno que se desea analizar (López-Roldán, 1996). El modelo de análisis utilizado para llegar a conformar los estratos sociales, parte en primer lugar de la revisión de los conceptos utilizados en sociología para analizar la estratificación social, luego reconfiguramos una definición propia en términos operativos con el fin de seleccionar aquellos bienes que todo ser humano necesita para desarrollarse, que denominamos bienes primarios. Nos centramos en los bienes primarios sociales más básicos de la vida, como acceder a una vivienda, a vivir no hacinados, acceder a una ocupación estable, a una educación básica, a unos ingresos mínimos, a proteger la

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salud y a tener seguridad social en la vejez. Ahora bien, definidos los bienes primarios que consideramos importantes para el desarrollo básico de la vida, observamos que en términos operativos tenemos restricciones concretas que nos obligan a modificar el conjunto de bienes primarios. En función de la información que nos brinda la base de datos a utilizar, seleccionamos aquellos bienes a los que podamos acceder empíricamente y los bienes primarios que finalmente consideramos son los siguientes: 1. Acceso al mercado de trabajo 2. Acceso a la educación 3. Acceso a la vivienda 4. Acceso al ingreso La cantidad de bienes primarios que podrían tomarse en cuenta es muy amplia y en ese sentido reconocemos que este modelo puede ser mejorado. El esquema del modelo de estratificación social que hemos definido, las categorías en las cuales se dividen los indicadores, así como también la dimensión de la que proviene cada uno, son 6 variables a las que se asocian 39 categorías y se presentan en el Anexo Nº1. La técnica empleada para obtener los estratos es el Análisis de Correspondencia Múltiple (ACM) y el Análisis de Clasificación (AC).5 Aplicamos las 5. El ACM fue desarrollada por la Escuela Fran-

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técnicas de la siguiente manera: con el ACM se reducen las 39 categorías consideradas a sólo tres dimensiones (o ejes factoriales) que ponen de manifiesto las principales características de diferenciación de los hogares en términos de estratificación social en Argentina y que en total explican el 76% de la varianza. La primera dimensión expresa la posición de los hogares con respecto a la distribución de bienes primarios (poseedores o no poseedores de dichos bienes) con un 60,3% de la varianza explicada. La segunda dimensión refleja la posición de los hogares con respecto a las diferentes modalidades de inserción en el mercado laboral (tareas tradicionales vinculadas principalmente a la industria vs. otro tipo de tareas vinculadas mayormente a servicios) con un 8,9% de varianza explicada. La tercera dimensión, con un 6,6% de cesa de Análisis de Datos, y son varios los estudios sociológicos que se han realizado utilizando estos desarrollos, por ejemplo Pierre Bourdieu y sus colegas los utilizan desde la obra “La Distinción” en 1979 (Rouanet, Ackermann y Le Roux, 2001) donde analizan los gustos y los estilos de vida de las clases dominantes, medias y populares (Bourdieu, 1988). Los trabajos realizados por la Fundación Jaume Bofill (2005), por el Instituto de Estudios Regionales y Metropolitanos de Barcelona (Subirats, López y Sánchez, 2010) así como por Domínguez y Sánchez (1996), Lozares y Domínguez (1996), Borràs i Català (1996), y Domínguez y López-Roldán (1996) entre otros, siguen esta tradición al analizar con las mismas técnicas la estructura social y las desigualdades en Cataluña, agregando muchos de esos trabajos combinan el ACM con el Análisis de Clasificación.

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varianza explicada, diferencia los hogares que tienen algún miembro ocupado laboralmente de aquellos hogares con personas inactivas o desocupadas. Finalmente, con el ACL, y a partir de las tres dimensiones mencionadas, se agrupan los hogares en cuatro estratos sociales (Fachelli et al, 2012: 56). 6. Resultados 6.1 Estratos Sociales 6.1.1 Conformación de los estratos sociales multidimensionales

En función del análisis de las características de cada estrato social los hemos etiquetado de la siguiente manera: al primero lo denominamos “estrato alto” y al último “estrato bajo”; los dos grupos que denominamos estrato medio tienen características particulares que permiten diferenciarlos y los etiquetamos “estrato medio laboral activo” y “estrato medio laboral inactivo”. A continuación se presentan los rasgos más relevantes que los caracterizan: Estrato alto, mayormente compuesto por hogares: a) con patrones o empleadores y profesionales asalariados, b) con nivel educativo superior o universitario completo, c) sin hacinamiento, con baño de uso exclusivo y propietarios, d) con decil de ingreso per cápita familiar alto (octavo al décimo). 210

Estrato medio laboral activo, mayormente compuesto por hogares: a) con trabajadores formales manuales b) con secundaria completa e incompleta, c) sin hacinamiento (aunque hay un porcentaje pequeño de hogares que tiene hacinamiento), con baño de uso exclusivo y propietarios (con un pequeño porcentaje de hogares que son inquilinos), d) con decil de ingreso per cápita familiar medio (cuarto al octavo). Estrato medio laboral inactivo, mayormente compuesto por hogares: a) no vinculados al mercado de trabajo (que superan el 70% y es lo que le da el nombre a esta categoría), b) con primario completo e incompleto y en menor medida secundario, c) sin hacinamiento, con baño de uso exclusivo y propietarios, d) perteneciente a todos los deciles de ingreso per cápita familiar aunque con mayor presencia del quinto al séptimo. Estrato bajo, mayormente compuesto por hogares: a) con trabajadores informales, cuenta propias con calificación operativa o sin califica-

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ción y en menor medida trabajadores formales, b) con primaria completa y en menor medida secundaria incompleta, c) con hacinamiento, con baño de uso exclusivo (con presencia de hogares que comparten baño o que no lo tienen) y propietarios (aunque es el estrato con mayor porcentaje de hogares que ocupan gratuitamente la vivienda), d) con bajo decil de ingreso per cápita familiar (primero al tercero). El estrato alto está conformado por el 14,5% de hogares y es el menos numeroso. El estrato bajo abarca cerca del 22% de los hogares y los estratos medios, uno muy numeroso incluye a aquellos hogares cuyos miembros se vinculan con el mercado de trabajo y son el 42,5%, mientras que el estrato medio laboral inactivo, formado mayormente por hogares cuyos miembros no se encuentran insertos en el mercado laboral conforman el 21,3%. Además de la posibilidad de subdividir los estratos con fines analíticos tenemos la posibilidad de contabilizar los individuos de cada hogar y obtener los estratos en función del número de personas. Haciendo esta transformación notamos dos cambios importantes, por un lado, que el peso del estrato medio laboral inactivo se reduce al

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12,2% porque tiene aproximadamente 2 miembros por hogar y que el porcentaje del estrato bajo, que tiene casi 5 personas por hogar, aumenta al 30%.6 6.1.2 Comparación entre la organización de los hogares en estratos sociales y en cuartiles de ingresos

Con el fin de realizar una comparación que muestre al lector las diferencias de las dos clasificaciones utilizadas, la oficial y el esquema de estratificación que desarrollamos, hemos transformado los deciles de IPCF en cuartiles dado que poseemos cuatro estratos sociales. En el caso de que ambas metodologías (Cuartil de IPCF y Estratos sociales) fueran similares, debiéramos tener una diagonal de la matriz con el 18,2% de los casos en cada casillero (en términos teóricos si no hubiera problemas con la declaración de ingresos diríamos que debería coincidir el 25% de los casos). En general, observamos que sobre la diagonal se ubican entre el 5,2% y el 13.3% de los casos, lo que nos indica que ambas clasificaciones son diferentes. También observamos que la mayor coincidencia de casos se da entre el Estrato Bajo y el primer cuartil de ingresos. Una ventaja muy interesante del esquema de estratificación en estratos sociales es que tanto los hogares que 6. La evolución de los estratos en un período de tiempo mayor puede observarse en Fachelli, 2009.

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Tabla 3: Hogares y personas según estrato social, 2003 Estratos Sociales

Hogares

Personas

Alto

14,5

12,4

Medio Laboral Activo

42,5

45,4

Medio Laboral Inactivo

21,3

12,2

Bajo

21,7

30,1

Total

100,0

100,0

6.914.843

23.176.246

Hogares expandidos

Fuente: elaboración propia sobre la base de EPH

Tabla 4: Comparación de la clasificación entre estratos sociales y cuartiles de IPCF Estratos Sociales 2003 Cuartil de IPCF Alto

Medio laboral activo

Medio Laboral Inactivo

Bajo

Total

4

7,5

6,6

3,6

0,4

18,2

3

1,4

10,6

5,2

1,0

18,2

2

0,4

8,8

5,2

3,9

18,2

1

0,1

2,5

2,3

13,3

18,2

0 ingreso

0,0

-

1,8

0,2

2,0

Sin especificar

5,0

14,1

3,3

2,9

25,3

Total

14,5

42,5

21,3

21,7

100,0

Fuente: elaboración propia sobre la base de EPH

212

Revista Lavboratorio - Año 14 - Nº 25 / Otoño de 2013 / issn 1515-6370


declaran tener ingreso cero (2%) como los que no declaran ingresos (25,3%) son clasificados. De esta manera las características del hogar, al haber sido correlacionadas, permite identificar el tipo de hogar en un grupo determinado. Así, si comparamos el porcentaje de ingresos sin especificar sobre el total del estrato social correspondiente, vemos que el estrato alto y el estrato medio laboral activo son los que tienen mayores niveles de subdeclaración (34,8% y 33,2% respectivamente). El estrato laboralmente inactivo subdeclara el 15,6% y en correspondencia con todos las investigaciones realizadas sobre el tema, nosotros también observamos que el menor nivel de sudeclaración se encuentra en el estrato bajo con un 13,2%. Finalmente, la tabla 4 también nos permite conocer el nivel de coincidencia de ambas clasificaciones eliminando el 25% de los hogares que no declaran ingresos y el 2% de los declaran ingreso cero. Hay un 50% de hogares que coinciden entre ambas clasificaciones.7 6.2 Impacto del Programa Social “Plan Jefas y Jefes de Hogar Desocupados” según estrato social. 6.2.1Tasa de cobertura del “Plan Jefas y Jefes de Hogar Desocupados” En este apartado presentamos la tasa de cobertura del plan de empleo, cal7. El nivel de asociación obtenido a través del coeficiente rho de Spearman es de 0,60.

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culadas según nuestro esquema de estratificación social y según la metodología oficial (quintiles de ingresos). La tasa de cobertura se refiere al alcance que tiene un determinado programa sobre el rango de contingencias y necesidades que desea abarcar (DAGPyPS y OIT, 2006; SIEMPRO, 2000) y se mide contabilizando la población objetivo efectivamente alcanzada por el programa en comparación con la población total. En la tabla 5 presentamos la tasa de cobertura de las personas mayores de 18 años según estratos sociales. La cobertura total del programa alcanza al 3,4% de las personas y la mayor parte de los beneficios los recibe el estrato bajo, pues la cobertura representa el 11,3% de ese grupo. Si observamos la misma información pero por quintiles de ingresos (Tabla 6) vemos que el 3,4% de cobertura total se encuentra distribuida en mayor medida en los quintiles con menos ingresos. Así el quintil 1 tiene la mayor tasa de cobertura comparado con el resto. Resulta interesante observar la tasa de cobertura por estrato social, así el estrato bajo recibe el 11,3% de los beneficios, mientras los demás estratos son minoritarios frente a la cobertura de éste. A su vez, la tasa de cobertura del estrato bajo básicamente la explican los beneficios percibidos por los desocupados del quintil 1 y en menor medida los del quintil 2. En el caso del estrato me-

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213


Tabla 5: Tasa de cobertura de los mayores de 18 años con y sin PJyJHD, según estrato social

Alto

Medio Laboral Activo

Medio Laboral Inactivo

Bajo

Total

Sin Plan

2.170.137

7.555.565

2.462.457

3.289.928

15.478.087

Con Plan

2.884

106.139

12.127

418.000

539.150

2.173.021

7.661.704

2.474.584

3.707.928

16.017.237

0,1

1,4

0,5

11,3

3,4

Estratos Sociales

Total Tasa cobertura %

Fuente: elaboración propia sobre la base de EPH

Tabla 6: Tasas de cobertura del PJyJHD por quintil según estrato social, 2003

Quintil*

Quintil 5

Quintil 4

Quintil 3

Quintil 2

Quintil 1

Ns/Nr

Tasa Cobertura

Tasa de cobertura por quintil

0,08

0,62

1,96

4,36

11,45

1,68

3,37

Estrato Social

Quintil 5

Quintil 4

Quintil 3

Quintil 2

Quintil 1

Ns/Nr

Tasa Cobertura

0,00

0,06

0,03

0,00

0,01

0,03

0,13

2 Medio laboral activo

0,01

0,08

0,35

0,46

0,08

0,41

1,39

3 Medio Laboral Inactivo

0,01

0,07

0,07

0,17

0,15

0,01

0,49

4 Bajo

0,01

0,10

0,41

1,89

7,68

1,17

11,27

Distribución

0,01

0,08

0,28

0,68

1,84

0,47

3,37

1 Alto

* Distribución del Plan según Quintil de ingreso per cápita familiar sin ajustar los ingresos por no respuesta

Fuente: elaboración propia sobre la base de EPH

dio laboral activo los beneficiarios con cobertura pertenecen a los quintiles 2 y 3 y en menor medida al resto de los quintiles. En el estrato alto y en el medio la-

214

boral inactivo la tasa de cobertura es aún más baja. En el primer caso hay más beneficiarios en el quintil 4 y en el segundo, más beneficiarios en el quintil 1 y 2.

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El hecho de observar similitudes entre el nivel de cobertura en el quintil 1 y el “estrato bajo” por un lado y en el quintil 5 y el “estrato alto” por otro, nos permite hacer alguna reflexión con respecto a la discusión teórica sobre la utilidad o no de los ingresos para la estratificación social y el análisis de impacto de las políticas sociales. En primer lugar podríamos relativizar las dudas sobre la precisión de los quintiles de ingresos cuando estamos observando una política social dirigida a la pobreza en términos de cobertura. Es decir, conocemos que hay un bajo nivel de subdeclaración de los ingresos en los estratos más bajos, tal como lo registran una gran cantidad de estudios sobre el tema y como nosotros mismos hemos corroborado en el apartado anterior. Por lo tanto, hemos podido constatar que una estratificación directa como el quintil de ingresos es una herramienta válida para análisis de políticas sociales dirigidas a la pobreza. Sin embargo, cuando observamos la focalización del programa social, esta afirmación no podría sostenerse. Sobre esto se profundiza en el apartado siguiente. 6.2.2Tasa de focalización del “Plan Jefas y Jefes de Hogar Desocupados”

En este apartado presentamos la tasa de focalización del plan de empleo, calculadas según la metodología oficial en primer lugar y luego según nuestro esquema de estratificación social. La tasa

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de focalización se observa convirtiendo en 100% el beneficio total y analizando su distribución por quintiles de ingreso (SIEMPRO, 2000). Y en nuestro caso, analizando la distribución por estratos sociales. Considerando la totalidad de los beneficiarios, la tasa de focalización en el “estrato bajo” es muy alta (77,5%). Le sigue en importancia la tasa de focalización del “estrato medio laboral activo”, que sumada a la anterior representan el 97,2% de la ayuda social. Entre el quintil más bajo y el “estrato bajo” coinciden sólo el 52,8% de los beneficiarios. Entre el quintil más alto y el “estrato alto” no hay ningún beneficiario. También hay que destacar que forman parte de nuestra clasificación del “estrato bajo” el 13% de los beneficiarios que figuran en el quintil 2, el 2,8% de los que figuran en el quintil 3 y el 8,1% de los que no están ubicados en ningún quintil. En el caso de la focalización del 19,7% de beneficiarios que componen el “estrato medio laboral activo” vemos que están distribuidos principalmente entre los quintiles 2 y 3, y en el grupo de personas que queda sin clasificar debido a la no respuesta sobre ingresos. Las reflexiones sobre este análisis son dos. Por un lado, dado que esta es una política social dirigida a desocupados, las observaciones generales sobre el posicionamiento en uno u otro quintil pueden ser poco importantes, dado que la política cubre la necesidad “desocu-

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Tabla 7: Tasa de focalización del PJyJHD por quintil según estrato social, 2003 Estrato Social/ Quintil*

Q5

Q4

Q3

Q2

Q1

Ns/ Nr

Focaliz. Estrato

1 Alto

0,0

0,2

0,1

0,0

0,0

0,1

0,5

2 Medio laboral activo

0,1

1,1

5,0

6,5

1,1

5,8

19,7

3 Medio Laboral Inactivo

0,0

0,3

0,3

0,8

0,7

0,0

2,2

4 Bajo

0,1

0,7

2,8

13,0

52,8

8,1

77,5

Tasa de focaliz. Quintil

0,3

2,4

8,3

20,3

54,7

14,0

100,0

Fuente: elaboración propia sobre la base de EPH

pación” y esta situación cruza todos los niveles socioeconómicos. Aunque es relevante señalar que el PJyJHD, así como el resto de los programas provinciales de empleo son demandados en mayor medida por personas en situación de pobreza y representa una ayuda importante para éstas (Ronconi, Sanguinetti, Fachelli, 2006).8 En segundo lugar, podemos afirmar en forma contundente que si estamos interesados en analizar la tasa de focalización de un programa 8. Como ejemplo podemos mencionar que al considerar ocupados a todos aquellos que perciben algún plan de empleo, la tasa de desocupación en el 3er. trimestre del 2003 ascendía al 15,3%, pero ese valor se eleva al 22,0% si se consideran a los beneficiarios como desocupados. Para mayor detalle sobre este tema y su distribución regional véase también Bonari, Fachelli y Goldschmit, 2004.

216

social no podemos relativizar las dudas sobre la precisión de los quintiles de ingresos, es decir, necesitamos complementar el análisis que usa como base los quintiles de ingresos, para agregarle precisión a sus resultados. 7. Conclusiones Gran parte de las investigaciones acerca de situaciones de vulnerabilidad social o de necesidades concretas de la población usan el quintil de ingresos. En gran medida también se definen políticas concretas para grupos con necesidades específicas y aún se evalúa el impacto de dichas políticas utilizando una medida sintética que describa la ubicación social en la que se encuen-

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tra el potencial o real beneficiario, entendiendo que el nivel de ingresos da cuenta del nivel socioeconómico de la población. Cuando nos interesa conocer o evaluar situaciones sociales concretas, como analistas, seguimos el encadenamiento lógico que sostiene que: a) necesitamos saber qué posición social ocupan las personas para distinguir quién recibe o necesita algún tipo de beneficio y quién no; b) para reflejar en forma fidedigna la posición social debemos conocer el nivel socioeconómico de las personas; y c) el ingreso o la posición en el quintil de ingresos refleja en forma más o menos fehaciente el nivel socioeconómico. No obstante, estamos seguros de que las encuestas no recaban en forma fidedigna los ingresos monetarios con los que cuenta la población, por ese motivo decidimos corregir los ingresos haciendo ajustes de los más variados sobre el origen de los ingresos, el tipo de perfil sociodemográfico de la persona encuestada, el tamaño y la composición de su hogar, etc. Si analizamos políticas sociales dirigidas a la pobreza estos intentos son útiles, y en general, eficaces pues el grupo más necesitado es fácilmente identificable. Finalmente es también el sector que menos subdeclara sus ingresos. El problema comienza a tomar cierta envergadura cuando intentamos generar, hacer el seguimiento o analizar el impacto de políticas dirigidas a otros grupos sociales, que no necesariamen-

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te tienen los ingresos más bajos, pongamos por caso políticas de vivienda, de salud, subsidios educativos, etc. En estos casos, seguir la pista del ingreso produce un efecto de distorsión. La contribución de una mirada social, estructural y multidimensional como la que presentamos en este trabajo puede contribuir al análisis integral de las políticas sociales. No sólo complementando los esfuerzos que ya se realizan utilizando el ingreso como variable de referencia, sino como una herramienta capaz de intervenir en todo el ciclo de las políticas sociales. Particularmente hemos analizado el impacto del Plan Jefas y Jefes de Hogar Desocupados según estrato social, utilizándolo como ejemplo, con el fin de mostrar la posibilidad de aplicar esta aproximación. Los resultados nos permiten observar desde otra perspectiva el posicionamiento según quintil de las personas que se beneficiaron del plan. El esquema de estratificación que hemos definido también nos permite analizar el impacto de la política social en aquellos hogares que no responden la pregunta sobre ingreso. Este es uno de los resultados más relevantes de este análisis, pues no obliga a utilizar imputaciones de ingresos, aún más importante es el hecho de que puede llegar a independizarse del ingreso y analizar el impacto de una política social en encuestas que carezcan de esta variable. Otra ventaja de la metodología empleada es que nos permite diferenciar

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lo que sucede en los quintiles intermedios y también brinda elementos que cuestionan el hecho de considerar que pertenecer al quintil 4 y 5 significa pertenecer a altas posiciones sociales. Una posición alta en la escala de ingresos no implica una pertenencia al estrato alto, tienen que darse más condiciones que garanticen ese hecho. El resultado más importante en términos del análisis de tasas de cobertura es constar el hecho que la metodología oficial es una herramienta potente cuando analiza los programas dirigidos al primer quintil de ingresos, pero pierde eficacia cuando analiza otros tipos de beneficiarios, así como la focalización de dichos programas.

Finalmente, sostenemos que la mirada social y multidimensional que posee el esquema de estratificación que presentamos en este trabajo puede ser aplicada sistemáticamente al resto de las políticas sociales, y no sólo a las políticas dirigidas a la pobreza. La utilización de nuestro esquema reviste mayor importancia porque los estudios basados en ingresos tienen un mayor nivel de sesgos en captar los ingresos de los sectores medios y altos de la población. En este sentido, esta mirada nos ofrece la posibilidad de incursionar, profundizar, complementar y mejorar el análisis realizado en el ámbito de las políticas públicas.

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Anexo Nº1 Fenómeno

Dimensiones

Indicadores

Categorías Patrón o empleador (6 o mas pers.) Profesional Asalariado Patrón o empleador (menos de 6 pers.)

Acceso al Mercado de Trabajo (1)

Ocupación

Cta propia profesional o técnico Trabajador formal no manual (prof/técnico) Trabajador formal manual Cta propia (coperativa o no calificado)

Desocupación Inactividad

Trabajador informal Desocupados Inactivos Sin escolaridad Primario incompleto

Años de Acceso a la educación (2)

escolaridad

Estratificación social

promedio

Primario completo Secundario incompleto Secundario completo Superior o univers. incompleto Superior o univers. completo

Hacina-miento Tenencia y Acceso a la vivienda

uso de baño Régimen de tenencia de vivienda

Con Hacinamiento Sin Hacinamiento Baño uso exclusivo Baño uso compartido No tiene baño Propietario Inquilino Ocupante c/rel. dependencia Ocupante gratuito Otros

Decil de Acceso al ingreso

1º Decil al 10º decil

Ingreso per

Cero ingresos

cápita fliar.

Sin especificar

(1) El status ocupacional del hogar lo da el miembro ocupado del hogar (hombre o mujer) con el puesto de trabajo jerárquicamente más alto, según las categorías elaboradas por Portes y Hoffman (2003). (2) Los años de escolaridad promedio del hogar se calculan sumando los años de educación de cada miembro del hogar con 18 y más años, y dividiendo por el total de miembros del hogar (de 18 y más años).

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Lavboratorio es una publicación conjunta entre el programa de Investigación “Cambio Estructural y Desigualdad Social” con sede en el Instituto de Investigaciones Gino Germani y en la Carrera de Sociología de la Universidad de Buenos Aires y el Departamento de Sociología de la Universidad Nacional de Mar del Plata. Su producción tanto en forma gráfica como electrónica es posible gracias al trabajo de profesores, becarios docentes, graduados y estudiantes. Para su publicación, serán de particular interés artículos que aborden, desde la perspectiva de las Ciencias Sociales, temas relacionados con la desigualdad social, las transformaciones estructurales del empleo y los múltiples impactos producidos en el ejercicio de la ciudadanía social. El principal objetivo de la Revista es el de aportar -desde diferentes perspectivas teóricas y metodológicas- datos y reflexiones científicas sobre la realidad, elementos para la información y resultados de investigaciones que permitan una mayor comprensión de la complejidad social contemporánea, en particular, la de nuestro país. Para participar de la presente convocatoria los autores que deseen acercar sus artículos deben consultar el reglamento que se adjunta debajo de este texto y enviarlos a e_lavbor@mail.fsoc.uba.ar

Orientaciones para los autores Con el objeto de facilitar la publicación de los trabajos, se indican las orientaciones generales para su presentación. Los trabajos deben ser de mediana extensión (no más de 25 páginas incluyendo bibliografía) y presentar un desarrollo sustantivo de la problemática elegida. Deben ser inéditos. Preferentemente, los artículos enviados no deben ser sometidos en forma simultánea a la consideración de otros Consejos Editoriales. En caso de que ello ocurra, los autores deberán informar al Consejo Editorial de esta Revista. La evaluación por parte del Consejo Editorial es de carácter anónimo y no puede ser recurrida o apelada ante ninguna otra instancia de evaluación.

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Los trabajos deben enviarse con un resumen de no más de siete (7) líneas en español e inglés. Deben consignarse además del nombre del/los autor/es, la nacionalidad (en caso de no ser argentino) y una línea que dé cuenta de la inserción académica y/o profesional. El tamaño en caracteres “Times New Roman” cuerpo 12, espacio 1,5 sin numeración de páginas. Cada número de Lavboratorio incluye tres secciones para lo cual se convocan artículos: 1) Tema central de convocatoria: se seleccionarán cinco artículos a través del cuerpo de fereratos, artículos de mediana extensión de no más de veinte (20) páginas, a razón de 3200 caracteres por página, incluídos los espacios. 2) Dossier, sobre temas generales del ámbito de las ciencias sociales, se seleccionarán dos artículos a través del cuerpo de referatos, artículos de mediana extensión de no más de veinte (20) páginas, a razón de 3200 caracteres por página, incluídos los espacios. 3) Reseñas de libros recién publicados, se seleccionarán dos artículos a través del cuerpo de referatos, artículos de corta extensión de no más de tres (3) páginas, a razón de 3200 caracteres por página, incluídos los espacios. Los trabajos deben enviarse por correo electrónico hasta la fecha establecida para cada número a e_lavbor@sociales.uba.ar, indicando a que sección presenta su artículo para referí. La presentación será en procesador de texto Word o similar. Los cuadros y gráficos deben enviarse además en forma separada, con todos los datos en el original (no con fórmulas o referencias a otras planillas), en planilla de cálculo Excel o similar. En todos los casos, debe especificarse en nombre del archivo, el procesador y la planilla de cálculo utilizados. El Consejo Editorial se reserva el derecho de efectuar los cambios formales que requieran los artículos, incluyendo los títulos, previa consulta con el autor. En caso de que los cambios excedan la dimensión formal, el artículo será remitido nuevamente al/los autor/es para que personalmente realicen las correcciones sugeridas. En estos casos, el/los autores deberán reenviar el escrito en la fecha que le comunique el Secretario Editorial.

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NORMAS PARA LA CONSIGNACIÓN DE BIBLIOGRAFÍA La Bibliografía deberá figurar al final de cada artículo y se ajustará a las siguientes condiciones: Libro: Apellido y nombre del autor en minúsculas, año de edición entre paréntesis, título del libro en bastardilla, lugar de edición, editorial. Artículo de revista: apellido y nombre del autor en minúsculas, año de edición entre paréntesis, título del artículo entre comillas, título de la revista en bastardilla, volumen, número de la revista, fecha de publicación, páginas que comprende el artículo dentro de la revista. Para página WEB la dirección, como por ejemplo: http://lavboratorio.fsoc.uba.ar/archivo/numeros.htm y la fecha de ingreso. En caso de que se incluyan cuadros, gráficos y / o imágenes, deberá figurar en el texto un título y numeración: “Gráfico n º 1: xxxx”, un espacio en blanco en el que iría el cuadro, gráfico y/o imagen (pero sin colocar), y la fuente: “Fuente: x x x x” (si han sido hechos por el autor deberán decir “Fuente: elaboración propia”). Los cuadros, gráficos y / o imágenes deberán ser enviados como archivos independientes del texto, en cualquier formato que los soporte.

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