Sarmiento civilizador

Page 1

Sarmiento civilizador Rafael Sarmiento

E der Instituci贸n de Magistrados Judiciales de la Naci贸n en Retiro



Sarmiento civilizador



Sarmiento civilizador

Rafael Sarmiento

E der


Sarmiento, Rafael Sarmiento civilizador. - 1a ed. - Buenos Aires : Eder, 2011. 76 p. ; 20x14 cm. - (Conferencias) isbn 978-987-26172-9-5 1. Historia Argentina. I. Título. cdd 982

Fecha de catalogación: 05/08/2011 Edición y diseño: Javier Beramendi Auspiciado por la Institución de Magistrados Judiciales de la Nación en Retiro. Fundada el 19 de diciembre de 1960. Sede en Suipacha 576 – 4° piso, Oficina 1 – Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Teléfonos (011) 4322–4863 y 4322–8658 E–mail: instituciondemagistrados@speedy.com.ar © 2011, eder Perú 89, 5° piso. Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Teléfonos (011) 15–5752–3843 editorialeder@gmail.com http://editorialeder.blogspot.com Reservados todos los derechos. Queda prohibida, sin autorización expresa de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático. Queda hecho el depósito que previene la Ley 11.723 Impreso en Argentina isbn 978–987–26172–9–5


Consejo Directivo (2009–2011) Presidente: Pedro Alfredo Miguens Vicepresidente 1°: Eduardo José María del Rosario Milberg Vicepresidente 2°: Pablo Federico Galli Villafañe Secretarios: Jorge Raúl Moreno Jorge Horacio Otaño Piñero Tesoreros: Rómulo Eliseo Di Iorio Ernesto Benito Ure Vocales: Jorge Arana Tagle Hortensia Dominga Gutiérrez Posse Carlos Alberto Leiva Varela Mauricio Obarrio Enrique Horacio Alvis Vocales Suplentes: Julio César Dávolos Octavio David Amadeo Carlos Felipe Balerdi Julio Carlos Speroni Juan Carlos Uberto Revisores de Cuentas: Rodolfo Ernesto Witthaus Gerardo Romeo Nani



Presentación El 19 de mayo de 2011, disertó en nuestra Institución sobre Sarmiento civilizador un familiar del prócer, nuestro consocio el Dr. Rafael Sarmiento. Aunque no es fácil aunar las opiniones sobre el gran estadista, dado que todavía existen resabios de viejo cúneo que discuten sobre su personalidad, al disertante le bastó para agradar resaltar las innegables dotes del gran sanjuanino. Es indiscutible, por lo menos, que formó parte de una generación que colocó a nuestra República en un lugar privilegiado en el consenso mundial. Este era un país serio y predecible al que contribuyó Sarmiento al incluir la educación como política de Estado, a partir de la cual se facilitaron los demás emprendimientos que hicieron en su momento grande a nuestra Patria. Agradecemos al Dr. Rafael Sarmiento su participación, la cual consideramos de gran valor ilustrativo. Pedro A. Miguens Presidente



Lo esencial de Sarmiento



Conferencia de Rafael Sarmiento pronunciada en la Institución de Magistrados Judiciales de la Nación en Retiro el 19 de mayo de 2011

Agradezco al señor Presidente la distinción que me confiere al señalarme para ofrecer esta conferencia que la Institución de Magistrados realiza para celebrar los 200 años del nacimiento de Domingo Faustino Sarmiento. A manera de introducción señalo que he de referirme al Sarmiento esencial considerando los elementos caracterológicos que lo tipifican, procurando dejar de lado los accidentales que mejor sirven al Sarmiento 13


anecdótico y mencionar algunas situaciones que lo señalan como hombre de pensamiento y de acción. Orígenes de Domingo Faustino Domingo Faustino nació entre el 14 y el 15 de febrero de 1811. Su padre, Don José Clemente Cecilio Sarmiento Funes y Morales, hijo de José Ignacio Sarmiento y Acosta y de Juana Isabel Funes y Morales, había nacido en San Juan de la Frontera (Argentina) el 21 de noviembre de 1778 y, bautizado el 23 de noviembre en la Iglesia Matriz de la Ciudad de San Juan, por el Cura Rector Simón de Lima y Melo. De su padre tomo la impronta del patriota, ya que falleció, en su tierra natal, el 22 de diciembre de 1848, a los 70 años, cuando su hijo, de 37 años, se encontraba exiliado en Chile perseguido por Juan Manuel de Rosas. Aunque extraviada la partida de su defunción, el 23 de diciembre de 1848, el Cura de la Catedral José Manuel Videla Lima dio “boleto para sepultar a don José Clemente Cecilio Sarmiento”. Desaparecido también sus restos mortales por haberse perdido la cruz de madera colocada en su sepultura, Domingo Faustino mandó construir en 1883, un 14


Mausoleo en honor de sus padres, cerca de la puerta principal del Cementerio de la Ciudad Capital de San Juan; y en su última visita a San Juan, en 1884, ante el Mausoleo, rindió culto a sus progenitores. Tiempo después, el mausoleo fue declarado Monumento Histórico Provincial a pedido de la Comisión Provincial Pro Semana Sarmientina, por Decreto sanjuanino número 2799 G dictado 3 de septiembre de 1957, por el Interventor Federal Brigadier Retirado Don Edmundo Hugo Civati Bernasconi y su Ministro de Gobierno y Acción Social, Don Carlos A. Fernández. Junto a doña Paula Zoila de Albarracín e Irrazabal de José Clemente Sarmiento Funes y Morales, reposan los restos de sus hijas: Francisca Paula Sarmiento Albarracín de Gómez, Bienvenida Sarmiento Albarracín, Procesa Sarmiento Albarracín de Lenoir y Rosario Sarmiento Albarracín. Sarmiento, junto con Faustina, se encuentra en el Cementerio de la Recoleta. El sepulcro, que fue fundado por su hija natural, Faustina Sarmiento de Belin, el 21 de enero de 1889, fue, debido a la Ley nacional 12.556 de 1938, en tiempos de la Presidencia de Roberto M. Ortiz, declarado Monumento Histórico Nacional. Ley que también dio origen al Museo Histórico Sarmiento. 15


Curiosamente, la Ley 12.556 no fue publicada en el Boletín Oficial, versión que destaca “Anales de Legislación Argentina”, en la cita 449 de página 817 del tomo correspondiente a los años 1920 a 1940. Domingo Faustino reposó solamente un año junto a Dominguito, ya que, en 1889, fecha del origen del Monumento, ingresó a la tumba donde se encuentra desde entonces. Domingo Fidel Castro y Calvo, -hijo legítimo de Domingo Castro y Calvo (chileno) y de Doña Benita Martinez Pastoriza (sanjuanina)-, nacido en Santiago de Chile en 1845 y muerto el 22 de septiembre de 1886 en la batalla de Curupaytí -durante la guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay-, fue adoptado por Domingo Faustino. No se encuentra en el sepulcro de Domingo Faustino, tiene su propio sitio en el mismo Cementerio, al que entró el 8 de octubre de 1866. La madre de Dominguito, doña Benita Martinez Pastoriza viuda de Carlos Calvo y luego cónyuge de Sarmiento, fundó el sepulcro de Dominguito que se registra en la sección segunda, según constancias de fs. 371 del Libro Histórico del Cementerio de la Recoleta. Por su parte, la madre de Sarmiento, Doña Paula Zoila de Albarracín e Irrazabal –la mujer de José Cle16


mente- fue hija de José Cornelio Albarracín Balmaceda y de doña Juana Irrazábal. Nacida en San Juan el 27 de junio de 1774, falleció, también en San Juan, el 22 de diciembre de 1861, a los 87 años de edad. El padre de Paula, don José Cornelio Albarracín Balmaceda, hijo de Bernardino Albarracín, que fuera Alcalde de San Juan, pertenecía, como los Sarmiento, a una familia del patriciado sanjuanino; y fue un destacado hombre de sociedad y de negocios, dueño de la mitad del Valle de Zonda que por enfermedad que padeció durante doce años empobreció de tal modo que solo pudo dejar como herencia, a su entonces soltera hija Paula, el terreno donde edificó su casita (hoy en calle Sarmiento del entonces barrio de Carrascal). Después del casamiento de Paula con José Clemente, la casa del barrio de Carrascal se fue ampliando por obra de José Clemente, a medida que nacían sus hijos, y hay constancias de que, el 7 de abril de 1820, a sus 42 años, compró con bienes propios a doña Rosa Sanchez, -Maria Rosa Sanchez hija de Francisco Sanchez y de Martina Quiroga- casada con José Recabarren Irrazabal, compró, repito, “un pedazo de sitio”, es decir, la parcela colindante a la heredada por su mujer Paula. 17


En ese sitio, como he dicho, comprado por José Clemente con dinero proveniente de sus trabajos, se sembraban y cosechaban frutas y verduras, como era costumbre en esa época en San Juan. José Clemente, un Patriota Desde que un conocido autor de línea anti sarmientina manifestó que José Clemente Cecilio Sarmiento Funes y Morales era un “vago, haragán y embustero”, tomó vuelo esta injuria, impulsada “por más de un aristarco de la historia”, como dice Cesar H. Guerrero en su obra José Clemente Sarmiento, Paladín de Mayo en San Juan, pariendo inmerecidamente una leyenda negra que todavía anda como alma en pena entre autores que no hacen debido uso de la investigación copiándose, con vergüenza ajena, los unos a los otro. Me sumo a Alfredo Orgaz; a Cesar H. Guerrero; a Ricardo Rojas; a Arturo Ricardo Yungano; a Alberto Palcos; a Osvaldo Cútolo, a Juan F. Lorente, a Germán Berdiales y a la sanjuanina Mónica Martín, en la tarea de desmantelar esta infame leyenda introducida por Gálvez. José Clemente fue uno de los primeros y principales sanjuaninos que adhirieron a la Revolución de Mayo, 18


al gobierno propio, a punto que por su entusiasmo era llamado “la madre patria”. Designado por San Martín, fue Capitán de Milicias en San Juan al mando de noventa milicianos sanjuaninos que cruzaron por San Juan con San Martín, por el Paso de los Patos, e intervino en la batalla de Chacabuco, después de la cual, por orden del Libertador, trasladó doscientos prisioneros españoles desde Chacabuco hasta San Juan. Hombre de confianza del General por su valor, su experiencia de arriero y conocedor de los misterios de la cordillera desde los Andes por Chile y por Perú tuvo oportunidad de conocer y trabajar para San Martín. También, conoció al Gral. Manuel Belgrano y se dice que participó en la batalla de Tucumán. De hecho, el sable que empuñó en Chacabuco fue, tiempo después, empleado por Domingo Faustino. Como si eso fuera poco, fue Diputado Provincial, entre otras actuaciones, para reivindicar la figura de este sanjuanino, un patricio a quien se maltrata por el inocultable propósito de ofender a su hijo, al civilizador y maestro de América, al Legislador, Gobernador de San Juan, Diplomático, hombre de armas y Presidente de la Nación. 19


Las condiciones esenciales Trataré como elementos esenciales de la personalidad del prócer: su genialidad, su patriotismo, su capacidad literaria y su condición de hombre de pensamiento y acción; para continuar con algunos temas vinculados con la demostración de su condición caracterológica. 1.— Comenzaré por destacar el elemento esencial que lo muestra de cuerpo entero: su genialidad. Nerio Rojas, en su libro Psicología de Sarmiento, dice que Sarmiento era un genio; que tenía un espejismo de su propia personalidad, un fenómeno frecuente que se da en los hombres superiores. Que Sarmiento tuvo un alto concepto de sí mismo, que lo agigantaba con su gesto apostólico y lo potenciaba con el sentido heroico que le había atribuido a su existencia. Que padecía de cenestesia de genio; que se sentía completamente genio, que tenía autoconciencia de su genialidad y actuaba en consecuencia. Y de allí, su carácter indoblegable, su férrea voluntad, el sentido de autoridad, y el de su responsabilidad personal. 20


Que la vehemencia de la creación imaginativa de Sarmiento servía para exaltar su inteligencia hasta el prodigio de la adivinación. Se ha preguntado si Sarmiento era loco; y, para decidir entre la locura y la genialidad, advierte que lo genial en Sarmiento es que no perdía el sentido racional de la realidad, ya que sintetizaba en su extraordinaria psicología, el idealismo de un temperamento soñador, con el realismo de un espíritu práctico. Señala que la genialidad intelectual no es una excepción, sino un estado especial de la inteligencia y que Sarmiento es el prototipo del genio en su raza y en su época. Agrega que la personalidad de Sarmiento está hecha de genio y de desequilibrio, lo que le da mayor relieve. Arturo Orgaz nos dice: “Don José Clemente –su padre– le da el don de la imaginación y de la fantasía, la capacidad de exaltación suprema de los sentimientos y de las ideas, ese divino desarreglo que los contemporáneos y los enemigos de Sarmiento llamaron y llaman locura y sin la cual Sarmiento no sería lo que fue”. Por mi parte, destaco que, además de la influencia paterna, tuvo la de su tío el cura José de Oro de quien el propio Sarmiento dice: 21


“a él debo los instintos por la vida pública, mi amor a la libertad y a mi patria y mi consagración al estudio de las cosas de mi país, del que nunca pudieron distraerme ni la pobreza ni el destierro, ni la ausencia de largos años salí –agrega– valentón como él, insolente con los mandatarios absolutos”. De Sarmiento, Orgaz señala el buen funcionamiento de sus funciones elementales tales como percepción, atención, memoria, asociación de ideas, como también las funciones de mayor jerarquía: síntesis superior, juicio, abstracción e imaginación creadora. 2.— La siguiente cuestión se relaciona con su patriotismo. Victor Massuh, filosofo argentino y autor, entre cuyas obras destacó Argentina como sentimiento, decía que “Sarmiento metió la Patria dentro de sí mismo”. Bajo las mismas influencias familiares y en el San Juan sanmartiniano de Cuyo, en donde creció, tuvo ocasión de saber de las luchas de aquellos precursores de la independencia, de la Revolución de Mayo de 1810, como de la batalla de Chacabuco, que le conta22


ba su padre y que con el tiempo, exiliado en Chile, le permitió escribir, en El Mercurio, un 11 de febrero de 1841 con el seudónimo de “Un Teniente de Artilleria”, el artículo titulado “La victoria de Chacabuco”, recuperando las gloriosas famas de OHiggins y de San Martín, que entraba en el olvido por desinterés de sus contemporáneos. Esta obra fue escrita por Sarmiento cuando este no tenía más de 30 años. Resulta curioso que utilizara un seudónimo; a mi modesto juicio, creo que el propósito no fue otro que el de mantener el anonimato al hacerse pasar por un escritor chileno. En los primeros párrafos dice: “Veinticuatro años han transcurrido apenas, desde que aquel memorable día alumbró en Chacabuco un combate de vida o muerte para la independencia americana, y ya ni se menta los nombres ilustres que lo inmortalizaron. ¡Ah! ¡Los pedruscos que cubren aquél suelo sagrado, no han conservado las manchas de la sangre patriota que los salpicó, y el cóndor de los Andes ha dejado de revolotear en torno de este vasto campo de carnicería en que el amo y el esclavo lucharon con furor!”. Y más adelante indica: “Un ejército al mando del General San Martín se aprestaba al fin a cruzar los Andes y 23


traer a nuestra desgraciada patria la libertad perdida”… “Chilenos y argentinos dejamos la ciudad de Mendoza el 17 de enero de 1817.Teníamos la cordillera al frente”… “los españoles en medio de nuestro entusiasmo y ardor”… “los gauchos que formaban el valiente regimiento de granaderos a caballo”… “los negros del 7 y del 8”… “La noche del 11 de febrero fue larga, como son largas siempre las noches que preceden a un día que ha de influir poderosamente en nuestra suerte futura”. Poco a poco, marcó con su artículo el olvido que castiga al decir: “¿Qué nos queda mientras tanto de tanta gloria?”… “Escuchemos los juicios de esta generación ingrata que nos ha sucedido”… “Hombres sin patriotismo y sin indulgencias”… “Un día el viajero que pase la famosa cuesta, verá asociados en el mármol los nombres de O’Higgins y Prieto, Las Heras y Bulnes, Lavalle y San Martín, Necochea y Soler y tantos otros patriotas ilustres”… “Toda la América está sembrada de gloriosos campeones de Chacabuco”… “Mientras la prensa guarda un criminal silencio sobre nuestros hechos históricos…”. El artículo tiene una finalidad vindicativa y lo logra puesto que San Martín y O’Higgins vuelven juntos con sus subordinados a la consideración pública. 24


Esta conferencia no me permite extenderme sobre este monumental artículo que volvió a la reflexión a chilenos, argentinos y peruanos, y revalorizó la olvidada figura de San Martín y sus granaderos. Véase que, en el año 1772, nacen en San Juan su tío Fray Justo Santa María de Oro, como también su tío segundo Fray José Fermín Sarmiento; de quienes recoge, como de su padre José Clemente, el sentido heroico y patriótico de la vida. De Fray Justo Santamaría de Oro tomará la posta por la lucha para la organización nacional, constitucional, representativa republicana, federativa, y enderezada al presidencialismo. Sarmiento, en punto a su patriotismo, decía: “nací con la Patria”. Para la patria vivió, la criticó y la amó. La espada que utilizó su padre José Clemente, en la batalla de Chacabuco, a órdenes de San Martín, la usó Domingo Faustino en Caseros. Su patriotismo fue una gran pasión y es también otra condición esencial que, junto con su genialidad, forma parte fundamental del núcleo de su personalidad. Por eso se admite que su obra fue su biografía y su vida fue la de su país. 25


3.— Fue también, y fundamentalmente, un hombre de pensamiento y acción: Emilio J.Hardoy sostuvo que se caracterizaba por derrumbar lo que no servía pero para reconstruir inmediatamente lo que era necesario, destacando que fue un personaje de pensamiento y acción. En Recuerdos de Provincia, Sarmiento destacó muchas situaciones que dicen de su capacidad de acción, de su coraje, de su rechazo al autoritarismo, de sus exilios en Chile, de su intervención en el combates de Niquivil; de arriesgarse a ser fusilado, de su participación, con su padre, en el desastres de Pilar, en Mendoza, donde murió Laprida a manos de los rosistas. Siendo gobernador de San Juan, en 1863, se vio obligado a defender militarmente a sus comprovincianos y a San Juan de los ataques del Chacho Peñaloza, por lo que decretó el estado de sitio en la provincia, siendo una facultad delegada por el art 6 de la CN a la Nación. Comandando desde Mendoza treinta hombres del ejercito de Buenos Aires, Sarmiento entró, el 7 de enero de 1862, a San Juan como Auditor de Guerra y dos días después recibió, de Ruperto Godoy, el bastón de 26


mando; acto que lo convirtió en Gobernador provisorio de San Juan hasta el 16 de febrero de 1862, cuando asumió el mando de Gobernador efectivo. Al poco tiempo, se vio obligado a comandar, en condición de Coronel y Director de la Guerra, en contra de lo que quedaba de Pavón. Contra los caudillos –entre los que se encontraba el Chacho Peñaloza- que reclamaban por el federalismo, sin hacerse cargo de su condición de verdaderos señores feudales, depredadores que, a sangre y fuego, saqueaban las provincias, como San Juan y desafiaban los gobiernos surgidos de la CN de 1853 con su reforma de 1860. La Historia quiso que triunfara Sarmiento por sobre el Chacho Peñaloza y, de esta manera, se restableciera la seguridad del programa de Mayo, y con él, la grandeza de la patria. Gobierna con sabiduría y energía. Procura, a través de la minería, liberar a sus comprovincianos de las ataduras económicas sabiendo que el oro y la plata los haría independiente del mismo modo que los productos del agro circularían por el mercado nacional. No descuidó la enseñanza y mantuvo su lema de educar al soberano. Acto que se ve materializado con la ley del 2 de abril de 1862. Durante su gestión, fun27


cionaron 18 escuelas en la campaña y 24, en la ciudad: lo que provocó un caudal masivo de estudiantes, se pasó de 643 a 1498 alumnos; pero no conforme con tal progreso, el 4 de noviembre de 1862, dictó un decreto en cuyo artículo primero establece que “Todos los padres de familia están obligados a mandar a sus hijos a la escuela”. Legislación sobre educación y obras pública, ensanche de calles, el empedrado, la legislación sobre sellos y patentes; edificios, acequias, puentes y caminos y otros emprendimientos eran fruto de su empeño, acompañados por la contribución de particulares tales como reestructuración de la Policía y el armamento necesario para la defensa de San Juan. Sin embargo, una persona de tanta grandeza no podía carecer de enemigos, así es como, tras el conflicto con Peñaloza, se las ve con Rawson, Ministro del Interior de Mitre, quien le cuestiona la facultad para decretar el estado de sitio sosteniendo que esa era una gestión delegada al gobierno nacional1. 1. Recomiendo el libro de Augusto Rodríguez sobre Sarmiento mi-

litar (Capítulo V, pagina 153) y Polémicas con Sarmiento, de Grandes Escritores Argentinos, que dirigiera Alberto Palcos, el primer Presidente del Instituto Sarmiento de Sociología e Historia.

28


Rawson, con una circular del 13 de mayo de 1863, cayó sobre Sarmiento, quien le contestó el 26 de junio diciéndole, entre otras afirmaciones, que “Ni el no estar escrito en las constituciones el derecho de las legislaturas a declarar el estado de sitio excluye el derecho de usarlo, en los casos declarados por el derecho universal” y apuntó a los derechos implícitos del artículo 33 de la Constitución Nacional. Rawson replicó el 31 de julio de 1863, pero ya Sarmiento, todo un estadista, le ha pisado la cabeza a la víbora salvando a San Juan. Con la visión de todo un estadista, le dijo que era cierto, pero que, lo que los pueblos no habían delegado a la Nación era el derecho a la supervivencia. Supongo que alegaba la teoría del interés preponderante o el estado de necesidad, y se expresaba con los términos del art 33 de la CN que como saben dice: “Las declaraciones, derechos y garantías que enumera la Constitución no serán entendidos como negación de otros derechos y garantías enumerados, pero que nacen del principio de la soberanía del pueblo y de la forma republicana de gobierno”. Derechos implícitos, como el de asegurar la vida de los habitantes, el de supervivencia. Un Sarmiento de acción, verdaderamente un estadista. Pero lo más 29


importante de su coraje, que va unido a su pensamiento, aparece cuando Sarmiento, desde Chile, junto con Elguera, Novoa, Garrido, Aquino, Paunero y Mitre, viaja a Montevideo, a donde llega el 2 de noviembre de 1852, a bordo del Médici –cuando el uruguayo Oribe había levantado el sitio–, dispuesto a unirse a Justo José de Urquiza, para lo cual se embarcó para Entre Ríos, ya que en Gualeyguachú Urquiza tenía su Cuartel General, con la finalidad de derrocar al Gobernador de Buenos Aires y procurar una Constitución Nacional. Sarmiento nunca abandonó la lucha contra la tiranía y pudo decir con autoridad: “Yo soy don yo como dicen; pero este don yo ha peleado a brazo partido veinte años con Don Juan Manuel de Rosas, y lo ha puesto bajo sus plantas, y ha podido contener en sus desórdenes al General Urquiza, luchando con él y dominándolo; todos los caudillos llevan mi marca”. Fue, entonces, su afán por el proceso civilizador lo que lo lleva a ser un hombre de pensamiento y acción. Hizo la patria “con la espada, la pluma y la palabra”. Su Facundo o Civilización y Barbarie, que escribió en Chile en 1845, antes de partir a Europa en misión encomendada por el Presidente Montt y que le permite visitar Montevideo, Brasil, Francia, Italia, El Vaticano 30


integrado en Roma, África, Alemania, Inglaterra, Estados Unidos, Boston, Canadá, La Habana, tanto es un libro de sociología, como de historia, escrito, según dirían los estrategas, como un ataque desde una posición de defensa, ya que, en forma de folletín, ataca a Rosas para defenderse. Jorge Luis Borges, al prologar un ejemplar de Facundo, dijo: “Para Sarmiento, la barbarie era la llanura de las tribus aborígenes y del gaucho; la civilización, las ciudades… el Facundo es aún la mejor historia argentina... El Facundo erigido por Sarmiento es el personaje más memorable de nuestras letras”. Se han hecho muchas interpretaciones sobre el Facundo. Lo cierto es que es una obra esencialmente política porque abarca el estudio de la vida argentina en el momento crucial en que se procura la organización jurídica del país. Es uno de los grandes libros de la ciencia política argentina, como el Dogma Socialista de Esteban Echeverría, y las Bases… de Alberdi. A mi modesto juicio, creo que Sarmiento señala que, lo que en Facundo es instinto, en Rosas es sistema, y de allí la necesidad de educar para mejorar el funcionamiento y resultado de los mecanismo instintivos que son mensurables, y sustituir el sistema colonial de Ro31


sas, contrario al orden social de la libertad, orden recién alcanzado después de Caseros con la CN de 1853 y su reforma de 1860 en la que también participa Sarmiento. Ricardo Rojas dice: “el año 1845, con las reclamaciones de Rosas y la publicación del Facundo, señala el clímax de una lucha que duró 12 años aquel libro no es la obra de un literato, sino más bien el golpe de un gladiador. Con ello Sarmiento, en el destierro, pasa a ser el más grande antagonista de Rosas y el autor de una primera revelación de nuestro pueblo en la historia”. Luego del Pacto de San José de Flores, de 1859, aparecerán, desde el Buenos Aires mitrista, las reformas introducidas a la CN fundacional. En esas tareas, se advierte la presencia de Sarmiento desde el Estado de Buenos Aires. Vencido Rosas en Caseros, Sarmiento le dedica a Alberdi su libro Campaña del Ejército Grande, desencadenante de la polémica entre ellos. En una publicación titulada Alberdi-Sarmiento. Polémica, que editó la Universidad Nacional de Tucumán en el 2003, se dice: “¿Por qué dos hombres que, en el fondo estaban de acuerdo, se traban en una polémica tan violenta? 32


¿Se justificaba esa violencia? ¿Cuáles fueron las verdaderas motivaciones? ¿Qué queda de ellas para el porvenir?” Se señala que las divergencias son apenas laterales. Para Sarmiento, según surge de su Facundo, el progreso (o civilizar) equivale a poblar el desierto, a fomentar la inmigración, educar al soberano, sembrar el país de escuelas, caminos, líneas férreas, telégrafo, libre navegación fluvial; y estas ideas son las mismas que plantea Alberdi en sus Bases. Las cartas que se cursan están relacionadas con el funcionamiento del país y con el espíritu de Mayo. ¿Dónde están las diferencias, si está implícito en ambos el programa de la Asociación de Mayo? Bien se ha dicho que ambos fueron constructores, como también se debe comprender que, como seres humanos, fueron proclives a las debilidades humanas. No continúo con este tema, porque el distinguido Profesor Dr. Carlos Guillermo Frontera nos ofreció el día 25 de agosto de 2010, una magnifica disertación sobre Alberdi Polemista. Solo repetiré, en homenaje a Sarmiento, lo dicho en el prologo de Campaña del Ejército Grande: “Soldado con la pluma o con la espada combato para escribir, 33


que escribir es pensar, escribo como medio y arma de combate, que combatir es realizar el pensamiento”. 4.— Su capacidad literaria es la otra condición esencial de Sarmiento, condición esencial de su personalidad, genética, pero fundamentalmente adquirida por sus estudios. Sus principales obras, Mi defensa, Recuerdos de Provincia, Facundo, Viajes, Argirópolis, Comentarios a la Constitución, Conflicto y armonía de las razas en América, Campaña del Ejercito Grande, La Escuela sin la religión de mi mujer, Método de lectura gradual, Ambas Américas, Educación Popular, La vida de Dominguito… entre otras tantas, salen a la luz mientras inaugura y dirige la Escuela Normal de Maestros en Santiago de Chile, o cuando, en San Juan, funda el Colegio Nacional y la Escuela para Señoritas. Simultáneamente, tenía una vida social intensa. De hecho, mantuvo una amistad con Ralph Waldo Emerson, a quien conoció en Boston en 1866; con el poeta Henry Longfellow; con Bronson Alcote; con Burmeister; con Benjamín Gould, a quien conoce en Harvard University, y que en su presidencia trajo a Córdoba para fundar el Observatorio Astronómico; a Cyrus 34


Field el héroe del tendido del cable submarino telegráfico transcontinental; a Lastarría; a José Passo; a Juana Mansso; a Mary Peabody Mann, la mujer de Horace Mann, por medio de la cual conoció a las personalidades del momento; y a Ferdinand de Lesseps, constructor del Canal de Suez, con el que se escribió –durante su presidencia– para diseñar un puerto en la Ciudad de Buenos Aires; a Santiago Buratovich, llamado “el gringo de los postes”, por su tendido de los hilos del telégrafo en la Patagonia, lo que luego hizo posible la expedición al desierto de Mansilla y de Roca. Por Europa, con el historiador francés Adolfo Thiers y en Alemania, en la Universidad de Gotinga, con el geógrafo Wapphaus. De la lectura del libro Viajes se advierte que Sarmiento asistió a las conferencias teatrales del novelista inglés Charles Dickens, y que, estando en Roma luego de entrevistarse con el Papa Pio IX, le escribió a su tío Obispo de Cuyo y le dijo: “Cuando desde el Centro del Mundo cristiano vuelvo hacia América las miradas se siente que desde luego se transita por los caminos de la Iglesia”. Así también, a Victor Lastarria, desde Madrid, para mostrarle como España importaba la causa eficiente de nuestro atraso. 35


También se entrevistó con San Martín. Juan Pablo Echagüe en el Prólogo al Sarmiento Militar, de Augusto G. Rodriguez, nos dice: “En un mes de mayo de 1846, bajo el cielo de Francia que sonreía a la primavera, un hombre joven y un anciano dialogaban en el íntimo retiro de una habitación sencilla hasta la austeridad… absorto y conmovido piensa el joven cuan importe privilegio es para él éste de poder oír confidencias del ilustre compatriota desterrado, sobre cuyo vivir comienza a caer el crepúsculo… toda la gloria de la gesta andina revivió para Sarmiento en aquella visita a San Martín… confianza, amistad, efusión cordial mostróle San Martín al joven Sarmiento… veinticuatro años después de Chacabuco –cuando ya la ingratitud y el olvido iban borrando en la memoria de los pueblos el nombre del Libertador ausente, Sarmiento había escrito en El Mercurio de Chile un vibrante artículo invitando a la opinión pública a hacer justicia distributiva sobre las glorias de la epopeya andina. Y San Martín supo, sin duda, en aquél mes de mayo de 1846 que estaba dialogando con un admirador que lo había defendido, comprendía y lo veneraba”. Fue en Boston, con Horace Mann, donde reafirmó su convicción de que la Argentina necesita, junto 36


con población, educación primaria. Luego, llegaron las maestras seleccionadas por su amiga, la viuda de Horace Mann. El sistema educativo fue un engranaje fundamental para la República y sus habitantes. Propició las bibliotecas populares; procuró 800 escuelas nuevas, y se lograron 100.000 alumnos en 6 años. Siendo Gobernador de San Juan impuso la educación popular, obligatoria, laica y gratuita. Me referiré brevemente a la ley de educación 1420. Procurada por iniciativa de Domingo F. Sarmiento, por entonces Director del Consejo Nacional de Educación, durante la Presidencia de Julio A. Roca, se sancionó esta ley nacional que establecía la enseñanza primaria, gratuita, obligatoria, mixta y laica, para todos los habitantes del país. Educar al soberano, suponía escuelas, maestros normales y en su gestión presidencial estos supuestos se ponen en marcha inmediatamente conocidos los resultados del primer censo nacional, que le muestra el estado de ignorancia que asolaba a la República. Advierte: un pueblo ignorante elegirá siempre un Rosas, señalando la amenaza de la barbarie. 37


El periodismo fue su fuerte, a punto que Ricardo Rojas dice que transformó la prensa americana, agregando que como escritor fue ante todo un periodista. Funda en el exilio chileno La Crónica y Sud América, y escribe en El Progreso y El Mercurio, ambos de Santiago, para combatir a Rosas que lo trata de “traidor a la Patria”. En San Juan había fundado El Zonda, que le valió el exilio a Chile impuesto por Benavides, gobernador rosista de San Juan. Con el tiempo, triunfaría su tesis de “las ideas no se matan”. Su capacidad literaria no es ajena a su capacidad política; es principista, no se compromete con los amigos; podía así enfrentarse con Urquiza, con Mitre, con Alberdi, con Rawson cuando, a su juicio, el rumbo estaba mal dirigido. De allí su afán en la necesidad de la polémica, a la cual veía cómo un posible corrector de aquella desviación. Tenía muy claro que, sin Buenos Aires, no podía haber organización nacional. Temía el efecto social y político que en la organización nacional podía producir la ausencia de Buenos Aires. De allí que, después de la batalla de Pavón, se haya dictado el pacto de San José de Flores de 1859, y, finalmente, la reforma constitu38


cional de 1860 con la incorporación de Buenos Aires a la confederación que tienen mucho de su empeño. Demostró que la unión nacional era una de sus ocupaciones primordiales. Llegado este punto, es menester tratar, aunque someramente, lo relacionado con Sarmiento y la masonería. Según nuestra recordada historiadora Patricia Pasquali2, Sarmiento ingresó a la orden en 1854, en la Logia Unión Fraternal de Chile; que luego se afilió a la Logia Madre de la Argentina “Unión del Plata número 1” de la que fue fundador en 1856, y de la cual ocupó el puesto de orador; también, luego en la “Logia Confraternidad número 2”, donde identifica a la moderna caridad masónica con la propagación de la educación; después, asciende al grado 33 junto con Mitre, Derqui, Urquiza y Gelly y Obes al firmar la denominada “Acta de Unión” del 21 de julio de 1860, que los masones guardan como un tesoro, ya que la consideran el antecedente directo de la reunificación de Buenos Aires y la Confederación. Agrega, Patricia Pasquali, que cuando en 1864 Sarmiento se traslada por segunda vez a EEUU, como 2. Miembro de Número de la Academias de la Historia y Recto-

ra de la Cátedra del Instituto Sarmiento de Sociología e Historia

39


Ministro Plenipotenciario argentino, durante la Presidenta de Mitre, Sarmiento recibe, de la Masonería, el nombramiento de Representante ante los Supremos Consejos y Grandes logias, para la celebración de tratados de amistad; tomando contactos con personajes notables, recibiendo incluso una condecoración masónica que recibe del Presidente americano Johnson. Electo Presidente de la Nación, anunció su separación provisoria, señalando que “un hombre público no lleva al gobierno sus propias y privadas convicciones para hacerlas ley y reglas del estado”. Vuelto al llano, en 1874, volvió a la actividad logial y, el 5 de mayo de 1882, fue designado Maestre, lo que lo llevó a ocuparse siempre de implantar la educación común, laica, y a enfrentarse con la línea conservadora católica de Manuel Pizarro. El 5 de octubre de 1883, renunció al rol de Gran Maestre siendo reemplazado por Leandro N. Alem. La masonería aparece como una organización no gubernamental enderezada a imponer y preservar los beneficios de la libertad. Para Sarmiento, especialmente en lo que hace a la libertad de educación. No ve en la masonería un impedimento para ser religioso. La masonería no es una religión y no supo40


ne, para los masones, un apartamiento de sus creencias religiosas y así lo entendió Sarmiento. 5.— Ahora me referiré, brevemente, a Sarmiento y la conciencia pública. Le preocupaba la conciencia pública o cívica y los estados de conciencia del soberano. En una carta a Vicente Fidel López, del 25 de enero de 1846, desde Montevideo, se puede leer: “porque cuando falta la conciencia pública la imprudencia de los instintos toma aire de razonamientos”; lo que destaca la importancia de la conciencia cívica como soporte del proceso civilizador. Con su vigencia, hoy repetiría su lucha por la abandonada educación primaria y, además, su lucha contra la demagogia, la corrupción; iría por la por la vuelta a la CN de 1853 con su reforma de 1860, para asegurar la periodicidad y la rendición de cuentas, la supremacía de la ley, los principios cardinales de la republica representativa y federativa con su división de poderes e independencia del Poder Judicial. Se obsesionó por preservar la unión nacional contando necesariamente con Buenos Aires. Esa es la tesis 41


que, a mi juicio, lo distancia tanto de Urquiza como de Alberdi. La sostuvo frente Alberdi y Urquiza; y a Mitre, que presidía el Estado autónomo de Buenos Aires, le dijo: “no sea solamente porteño, sea argentino”. Sarmiento reclamó para el pueblo y para las instituciones, el progreso que ha visto especialmente en los Estados Unidos de Norte América. Entendió que el progreso en paz y en libertad no es un privilegio, sino que es patrimonio de la humanidad Así es como le dijo a Mitre, en abril de 1868: “Es necesario propender a establecer las bases sociales que nos faltan, para hacer una república y otros arreglos necesariamente orgánicos”3. El final de la Guerra del Paraguay Desde 1865 hasta 1870, recibió la pesada herencia “de la culpa mitrista”, de 2 años de la guerra del Paraguay, y, al abrir la sesiones del Congreso, en mayo de 1874, dijo que la República Argentina ha carecido siempre de política exterior, pensando en el sentido pacifista americano, convencido de la utilidad del arbitraje. 3. Véase la obra Sarmiento en el estado de Buenos Aires de Pablo Palermo.

42


Cuando, en diciembre de 1869, llegaron a Buenos Aires las primeras tropas de la desmovilización parcial, tuvo oportunidad de dirigirse a sus soldados y entre otros conceptos decir: “La guerra del Paraguay a que fuimos arrastrados por la desacordada ambición de un frenético, es el abismo que venía de siglos cavado para sepultar con estrépito lo que quedaba en América del Gobierno dado por Felipe II a las Españas, e injertado en el Paraguay sobre la tradición indígena… de siglos acá no se habían medido dos civilizaciones distintas: el despotismo antiguo y la libertad moderna… el deber de todo argentino que haya empuñado las armas de la Nación, es mantener en lo sucesivo la tranquilidad pública, mientras se constituyen las escuelas que han de servir para la educación de vuestros hijos….Vivan los defensores armados del honor, de las instituciones y del territorio argentino!” El fin de la guerra no llegó solo, sino que fue acompañado de una etapa dificil de su Presidencia. Magallanes y Patagonia. Cuidadoso de la soberanía, y de su prestigio personal, dejó Sarmiento en claro que la fundación de 43


Punta Arenas sobre el océano Pacífico, donde antes Pedro Sarmiento de Gamboa –el primero en navegar por el estrecho desde el Pacífico al Atlántico– fundara en 1584 la denominada “Ciudad del Rey Don Felipe”, lugar al que no pudo volver en auxilio de sus hombres muriendo después de 1591. Ciudad que con el tiempo se conocería como Puerto Hambre, bautizado así el 6 de enero de 1587, por el pirata ingles Thomas Cavendisch que pasó por el lugar, casi sin detenerse ni prestar auxilios, en dirección al Alto Perú, no le daba a Chile derechos sobre la Patagonia, tema que trata Francisco Goyogana en su obra Sarmiento y la Patagonia, cuya lectura recomiendo, como también la obra de Rosa Arciniega Pedro Sarmiento de Gamboa-El Ulises de América. ¿Pues entonces, qué había pretendido desde Chile Sarmiento con su artículo en El Progreso del 11 de noviembre de 1842? Solamente, la instalación de una estación de remolques para seguridad de la navegación en el lugar finalmente denominado Punta Arenas, en la península de Brunswick, de indudable soberanía chilena por estar recostada sobre el Pacífico. La historia le dio la razón. Cuando fue Presidente, rechazó las pretensiones Chilenas sobre la Pa44


tagonia y, temiendo una guerra con Chile, fundó el Colegio Militar, la Escuela Naval, el Arsenal de Zárate y organizó una Escuadra Naval Nacional que nos faltaba para enfrentar eventualmente a Brasil y a Chile y dotó al país de un poder naval que admiraron los ingleses. Así se incorporaron los monitores «El Plata» y «Los Andes»; las cañoneras «Paraná» y «Uruguay»; las bombarderas «Constitución», «República», «Pilcomayo» y «Bermejo»; los avisos «Resguardo» y «Vigilante» y una división de torpedos con asiento en el vapor estación de torpedos «Fulminante», todo lo que luego fue conocido como “La Escuadra de Sarmiento”. Además, reafirmo la soberanía argentina en los parajes del Sur al conformar un plan de adquisición de tierras fiscales para aplicarlas a la inmigración completando la gestión con concesiones a particulares. Por si fuera poco y para fomentar la soberanía y apoyar su política exterior en 1874, como refiere Reggini, instaló y desarrolló el servicio de telégrafo con Europa, EEUU, Asia, África y Oceanía. Mientras Sarmiento fue presidente, no se aceptó ni prosperaron proposiciones chilenas. En carta a su Ministro Frías en Chile le expresó que lo que legíti45


mamente podía reconocer a Chile era un punto en el estrecho para mantener una estación de auxilio. Manejó con singular talento las políticas internacionales. Sarmiento civilizador siempre estuvo en acción, con su genio, su coraje, su patriotismo, su capacidad literaria, su noción integradora del progreso, su preocupación por la cuestión social, por el progreso en paz y en libertad, haciendo de su vida un combate perpetuo contra los males de la época, la ignorancia, la barbarie, la desigualdad, el cautiverio, la anarquía, la tiranía, la desorganización nacional. Lo imagino entrando al Senado de la Nación reclamando: “No sean bárbaros vuelvan a la Constitución del 53 con su reforma del 60”. Señor Presidente, consocios y amigos, no me queda más tiempo, pero el momento más especial de este homenaje consistirá en escuchar a Sarmiento –teniendo como fondo la 5ta Sinfonía de Beethoven– diciéndonos su breve testamento ético-moral y una breve referencia sobre su vida y su obra: “Partiendo de la falda de los Andes nevados, he recorrido la tierra y remontado todas las pequeñas eminencias de mi patria Dejo tras de mí, un rastro duradero en la educación que marcarán en la América la ruta que seguí. 46


»Hice la guerra a la barbarie y a los caudillos en nombre de ideas sanas y realizables y llamado a ejecutar mi programa, si bien todas las promesas no fueron cumplidas, avancé sobre todo lo conocido hasta aquí, en esta parte de América. »Nacido en la pobreza, creado en la lucha por la existencia, más que mía, de mi patria, endurecido a todas las fatigas, acometiendo todo lo que creí bueno, y coronada la perseverancia con el éxito, he recorrido todo lo que hay de civilizado y toda la escala de los honores humanos, en la modesta proporción de mi país y de mi tiempo; he sido favorecido con la estimación de muchos de los grandes hombres de la tierra; he escrito algo bueno entre mucho indiferente; y sin fortuna que nunca codicié, porque era bagaje pesado para la incesante pugna, espero una buena muerte corporal, pues la que me vendrá en política es la que yo esperé, y no desee mejor que dejar por herencia millares en mejores condiciones intelectuales, tranquilizado nuestro país, asegurada las instituciones y surcados de vía férreas el territorio, como cubierto de vapores los ríos, para que todos participen del festín de la vida, de que yo solo gocé a hurtadilla”. 47


Señores Consocios, amigos; señor Presidente, muchas gracias.

2

Don José Clemente Cecilio Sarmiento Funes y Morales, padre de Domingo Faustino.


La victoria de Chacabuco por Domingo F. Sarmiento



La victoria de chacabuco Por domingo f. Sarmiento 12 De febrero de 1817

Un día pasa todos los años precedido y seguido de otros días; si en algo se distingue de los que anteceden y suceden, si el habitante de Chile fija por un instante en él sus miradas, es sólo por las frías fórmulas con que se representa el regocijo público, como las viejas religiones sustituyen la pompa de ceremonias emblemáticas, a los grandes recuerdos que no mueven ya el corazón de los creyentes. Algunas salvas en las fortalezas, algunos pabellones flotando en lo alto de los edificios, he aquí todo lo que, re51


cuerda un día que debiera ser tan caro al corazón de todo chileno. La fría fisonomía de los ciudadanos corresponde también a la alegría decretada, como la de la virgen a quien un sórdido cálculo de familia une al esposo que su corazón no ha elegido, con los atavíos nupciales sobre el cuerpo y el disgusto reconcentrado en su pecho, coronada de guirnaldas la cabeza y el pesar pintado en su semblante. El extranjero que nos observa, creería los hijos de los españoles vencidos en aquel gran día, fastidiados de ver repetirse un recuerdo humillante y odioso. Veinticuatro años han transcurrido apenas, desde que aquel memorable día alumbró en Chacabuco un combate de vida o de muerte para la Independencia americana, y ya ni se mentan los nombres ilustres que lo inmortalizaron. ¡Ah! ¡Los pedruscos que cubren aquel suelo sagrado, no han conservado las manchas de la sangre patriota que los salpicó, y el cóndor de los Andes ha dejado de revolotear en tomo de ese vasto campo de carnicería en que el amo y el esclavo lucharon con furor! Centenares de patriotas chilenos, huyendo de los horrores de la esclavitud habíamos traspasado los Andes en 1814, y conocido todas las penurias y todos los sinsabores que acompañan a una larga emigra52


ción. Un ejército al mando del general San Martín se aprestaba al fin a cruzar los Andes y traer a nuestra desgraciada patria la libertad perdida. Nosotros volamos presurosos a engrosar las filas del ejército libertador. ¡Ay! Entonces la República, la libertad y la patria se nos presentan radiantes y puras, como son siempre las concepciones del espíritu, cuando la experiencia no ha venido aún a sustituirlas con sus tristes realidades, como el frío invierno que nos enseña el monótono y desapacible ramaje del árbol, cuyo lozano verdor nos había antes recreado. Chilenos y argentinos dejamos la ciudad de Mendoza el 17 de enero de 1817. Teníamos la cordillera al frente, y detrás de ésta estaba Chile, la patria querida, nuestras fanúlias y todas nuestras simpatías; los españoles en medio de nuestro entusiasmo y ardor, se presentaban confusamente a la imaginación como los puntos distantes de un paisaje que el pintor bosqueja. Mas, bien pronto principiamos a escalar con trabajos y padecimientos inauditos, la gigantesca, solitaria e interminable cordillera de los Andes. El hambre, el frío, el viento glacial que nos helaba la respiración, y la puna que agregaba su penosa angustia a tantos padecimientos, formaba la primera página de la terrible 53


campaña que abría el ejército. La victoria de Marengo, que salvó a la Francia, tenia entre sus laureles el paso del San Bernardo. Mil historiadores han ponderado sus dificultades casi insuperables, y el gran capitán lo ha clasificado como uno de los prodigios que había obrado el ardor francés. ¡Y bien, el pasaje de la cordillera por un ejercito sin pretextos, sin tiendas, sin capotes, yace oscuro, y apenas una pluma le ha tributado un pasajero asombro! ¡El San Bernardo y los Andes! Un solo día de trabajos en aquél, y enseguida la risueña Italia con sus alegres campiñas, sus ciudades y sus encantos. Un día de trabajos inauditos en ésta, en medio de sus erizadas crestas, ¿y luego? ... la cordillera siempre, con su soledad espantosa, sus torrentes, sus abismos, sus laderas y sus precipicios; ¿y diez días después?..., la cordillera siempre, con sus nevados picos, cerrando el paso, coronada de nubes blanquecinas, amenazando por momentos sepultar para siempre entre sus desnudos e inhospitalarios peñascos a los audaces patriotas que osaban escalarlos. Nuestro ejército, pobremente equipado, cansado de sufrimientos y extenuado de fatiga, descendió por fin en los días 7, 8 y 9 de febrero al hermoso valle de Aconcagua, y los encuentros del mayor Martínez en 54


la Guardia, y del teniente coronel Necochea en las Coimas, nos hicieron augurar un día de gloria para todo el ejército. Todo el valle estaba en nuestro poder el 10, y el 11 de febrero avistamos a los españoles en la cuesta de Chacabuco, cuyas cumbres coronaban gruesos destacamentos de infantería. Fue preciso vivaquear en presencia de ellos. ¡Noche de alarma y vigilia la del 11! La cuesta de Chacabuco se interponía, como una siniestra mampara, que oculta a nuestros ojos la fuerza verdadera de los españoles, los destinos de América y la suerte futura de Chile. Los jefes argentinos y chilenos, bajo un exterior severo e imponente, ocultaban todo el sobresalto, que les inspiraba el desenlace de la batalla del día siguiente. Soldados inexpertos y bisoños, iban a medir por la primera vez sus armas con aquellos viejos batallones españoles que hablan humillado en Europa las altivas águilas de la guardia imperial de Napoleón. Si un desastre era el triste resultado de tantos esfuerzos, los argentinos velan consolidarse la dominación española a su lado y expuestos los flancos de la nueva República, mientras que sus fuerzas contenían apenas los ataques de los realistas por el Alto Perú. Los chilenos del ejército, si salvaban de la refriega, tendrían que decir adiós para 55


siempre a la patria que volvían a ver, y a sus sueños de libertad e independencia; y para unos y otros, la muerte honrosa en el campo de batalla, era preferible a caer prisioneros y ser tratados como insurgentes. Los gauchos que formaban el valiente regimiento de granaderos a caballo, tendían con desasosiego sus miradas por ese horizonte estrecho y limitado por todas partes de cerros, echando de menos aquellas inmensas llanuras de su tierra, donde el cielo está pegado a la superficie, donde el sol sale y se entra por entre los pastos y matorrales, y donde no hay barrera ni obstáculo insuperables para el jinete que monta un buen caballo, pero ellos hablan probado el filo de sus sables en las Coimas, los españoles eran maturrangos, y esta última consideración los hacía aguardar con indiferencia el próximo combate. Los negros del 7 y del 8 dirigían con horror sus inquietas miradas sobre las cúpulas nevadas de la cordillera, que tenían a sus espaldas, en donde el frío habla martirizado sus constituciones africanas, y en donde el cabo de guardia había sorprendido al centinela de los puestos avanzados que no respondía al ¡alerta! ,¡Muerto en su puesto, parado, con el fusil al brazo, y endurecido por el hielo que le había penetrado en las entrañas y 56


suspendido el movimiento de la sangre! Mas sabían porque así se lo repetían sus jefes, que todo negro que cayese prisionero en poder de los españoles, sería transportado a Lima y vendido para los ingenios de azúcar, y esta sola idea les volvía todo su feroz y brutal coraje. En cuanto a nosotros, oficiales subalternos, nos comunicábamos al oído algunos rumores alarmantes que circulaban, y nos animábamos en voz alta con noticias favorables, deleitándonos con la esperanza de ver pronto a nuestras familias y entrar en Santiago, en este Santiago, que la ausencia y los acontecimientos hablan hecho tan querido para nosotros. La noche del 11 de febrero fue larga, como son largas siempre las noches que preceden a un día que ha de influir poderosamente en nuestra suerte futura. Las diucas del campo, estas aves chilenas cuyo canto matinal y vivificante no habíamos oído en nuestro largo destierro, nos anunciaron al fin la proximidad de la mañana del 12 de febrero; y entre los preparativos del combate, vimos asomarse brillante por entre los picos nevados de los Andes, el sol que iba a ser testigo impasible de nuestra lucha. Los españoles que ocupaban la cumbre de la cuesta, se replegaron al oír sonar la marcha de nuestros tambores. Trepábamos 57


con entusiasmo, reprimiendo el cansancio que nos ocasionaba el ascenso, y alargando el cuello para ver desde su cumbre el valle de Chacabuco, la cuesta de Colina, e imaginarnos, ya que no pudiéramos verlo, aquel Santiago objeto de tantos recuerdos y de tantas esperanzas. Pero ¡ay! dos filas negras de soldados españoles, ligadas por un parque de artillería y erizadas de fusiles, en que vibraban los rayos del sol, y a su izquierda una extensa línea de caballería, dejaron bien pronto como enclavadas nuestras miradas en el sitio que ocupaban. Un momento después, el general O’Higgins estaba en presencia del enemigo; los granaderos a caballo, mandados por el valiente Zapiola, habían ido a arrostrar en vano la metralla del enemigo, no pudiendo salvar el barranco que hacía inaccesibles sus posiciones. Crámer, que había volado con el 8 a sostener la caballería, y Conde con el 7, se hallaron muy luego comprometidos en la refriega. Un momento vaciló el 8; las balas enemigas lo diezmaban, y el general Soler y el bravo Las Heras, que debían flanquear las posiciones enemigas por un circuito ignorado del enemigo, no aparecían aún. ¡Momento de angustia y de excitación para quienes podíamos observar, en medio de los estampidos del 58


cañón, el fuego graneado, las bocanadas de humo que se elevaban de todas partes, y los gritos de nuestros jefes que dirigían las maniobras, restablecían el orden y nos animaban al combate! En fin, en medio de tanto estruendo, vimos cargar a los granaderos a caballo; nuestros jefes gritaron ¡de frente! y mil voces confusas, ¡El general Soler! ¡Se mueven! ¡Disparan! ... ¡Ah, qué momento! ¡Qué nueva vida! Los granaderos lo arrollaron todo, y el camino de Santiago se presenta libre, aunque sembrado de moribundos y cadáveres. La defensa de las casas de Chacabuco no sirvió sino para hacer más sangrienta una escena, sin esto demasiado gloriosa. Efectivamente, ochocientos prisioneros, setecientos muertos, banderas españolas, bagajes, artillería, y el 14 pisando, en fin, el puente de Santiago en triunfo, llenos de sangre, polvos y andrajos! ... ¿Qué nos queda mientras tanto de tanta gloria? Tendamos la vista sobre esta época presente, aquí y en otros puntos de América. Escuchemos los juicios de esta generación ingrata que nos ha sucedido, y extrañado como instrumentos gastados e inútiles; oidla en sus odios, que no turba ya el temor de los enemigos, que nosotros destruimos, para que ella se folgase 59


tranquila; oídla echarnos en cara nuestros desaciertos, y los crímenes de algunos, como si debiéramos haber sido en todo superiores a la época en que nos tocó figurar; como si el régimen colonial en que fuimos criados, y la ignorancia y abyección de nuestros padres, nos hubiesen dejado sólo virtudes; como si hubiese sido posible desarraigar el respeto servil a nuestros tiranos sin violencia; como si las pasiones pudiesen ser tenidas siempre a raya; y como si las grandes revoluciones pudiesen completarse sin sangre, sin violencia, sin extorsiones y aún sin crímenes! ¡Vedla hacerse olvidadiza de nuestras largas fatigas, y de nuestros esfuerzos para hacerla independiente y poderosa! ¡Hombres sin patriotismo y sin indulgencia! ¡Un día los que lidiamos juntos en Chacabuco y en otros lugares tan gloriosos corno éste; un día el extranjero, porque vosotros no sois capaces, vendrá a recoger los inmortales documentos de nuestras gloriosas hazañas, y desechará con desprecio vuestro abultado catálogo de recriminaciones, sólo dignas de figurar en la historia, como un aviso de que eran hombres los que tales cosas y tan grandes hicieron! Un día el viajero que pase la famosa cuesta, verá asociados en el mármol, los nombres de O’Higgins y 60


Prieto, Las Heras y Bulnes, Lavalle y San Martín, Necochea y Soler, y tantos otros patriotas ilustres, cuyos nombres os han de sobrevivir, mientras que vosotros pasaréis obscuros, sin que nada de grande haga olvidar vuestras miserias de partido, vuestra ingratitud y vuestro egoísmo. Los peruanos recuerdan sólo las extorsiones del ejército libertador, y ni las frías formas de la gratitud afectan por nuestros pasados esfuerzos, mientras que nosotros, como si una nación generosa fuese responsable de los desvaríos y pasiones de sus generales, estamos viendo a la desgraciada República Argentina, nuestra antigua amiga, sucumbir despedazada por la guerra civil. ¡Lucha horrorosa y eterna! ¿No habrá de llegar un día de confraternidad, de olvido y de rehabilitación para todos? ¿La tumba sólo podrá reunirnos? Si hubiéramos de buscar todos nuestros compañeros de armas de aquel glorioso día; si resucitadas las simpatías que entonces nos unieron, quisiésemos estrecharnos entre nuestros brazos, cuántas desgracias nos contaríamos, cuántas heridas no sangrarían de nuevo, cuántas lágrimas no verteríamos, al ver nuestros destinos tan contrarios cuan contados los felices, y tantos tan intolerables, tan despiadados! ¡Deseo 61


inútil, empero! ¡Ilusión engañosa! Toda la América está sembrada de gloriosos campeones de Chacabuco. Unos han sucumbido en el cadalso; el destierro o el extrañamiento de la patria ha dejado a los otros; la miseria envilece y degrada a muchos; el crimen ha manchado las bellas páginas de la historia de algunos; tal sale de su largo reposo y sucumbe para salvar la patria de un tirano horroroso; y cual otro, lucha casi sin fruto contra el colosal poder de un suspicaz déspota que ha jurado exterminio a todo soldado de la guerra de la independencia, porque él no oyó nunca silbar las balas españolas, porque su nombre oscuro, su nombre de ayer, no está asociado a los inmortales nombres de los que se ilustraron en Chacabuco, Maipú, Tucumán, Callao, Talcahuano, Junin y Ayacucho! ¡Felices, en extremo felices algunos, si gozando de la estimación de sus conciudadanos, desempeñan destinos honrosos o dirigen con acierto el timón del estado; felices en extremo, los que en el seno de sus familias Llevan una vida obscura, pero sin alarmas; felices, mil veces felices, los que puedan volver sus miradas sobre lo pasado, sin desear ver borrado un día deshonroso de la historia de su vida! 62


Mientras la prensa guarda un criminal silencio sobre nuestros hechos históricos, y mientras se levanta esta generación que no comprende lo que importan para Chile estas salvas y estas banderas que decoran el 12 de febrero, nosotros, cada vez que pase por nuestras cabezas el sol de este augusto día, lo saludaremos con veneración religiosa, y deplorando la suerte que ha cabido a tantos patriotas, cualquiera que sea el país o el color político a que pertenezcan, elevaremos nuestros votos al cielo por que en los cansados días de su vejez, hallen un pan que no esté amasado con lágrimas para su alimento, el abrigo del techo de sus padres y las bendiciones y respeto de sus compatriotas.

Un Teniente de Artillería en Chacabuco. (El Mercurio, de 11 de febrero de 1841).

2

63



ÂŤCampaĂąa en el ejercito grande aliado de sud americaÂť por

Domingo F. Sarmiento



«Campaña en el ejercito grande aliado de sud america» Domingo F. Sarmiento Dedicatoria a J. B. Alberdi por

Yungay, noviembre 12 de 1852 Mi querido Alberdi: Conságrole a usted estas páginas en que hallará detallado lo que en abstracto le dije a mi llegada de Río de Janeiro, en tres días de conferencias, cuyo resultado fue quedar usted de acuerdo conmigo en la conveniencia de no mezclarnos en este período de transición pasajera, en que el caudillaje iba a agotarse en esfuerzos inútiles por prolongar un orden de 67


cosas de hoy más imposible en la República Argentina. Esta convicción se la he repetido en veinte cartas por lo menos, rogándole por el interés de la patria y el suyo propio que no se precipitase, aconsejándole atenerse al bello rol que «sus Bases» le daban en la Regeneración Argentina. Si antes de conocer al general Urquiza dije desde Chile: «su nombre es la gloria más alta de la Confederación (en cuanto a instrumento de guerra para voltear a Rosas)», lo hice, sin embargo, con estas prudentes reservas; «¿Será él el único hombre que, habiendo sabido elevarse por su energía y talento, llegado a cierta altura (el caudillo) no ha alcanzado a medir el nuevo horizonte sometido a sus miradas, ni comprender que cada situación tiene sus deberes, que cada escalón de la vida conduce a otro más alto? La historia, por desgracia, esta llena de ejemplos, y de esta pasta esta amasada la generalidad de los hombres... ¿Y después?... Después la historia olvidará que era gobernador de Entre Ríos un cierto general que dió batallas, y murió de nulidad, oscuro y oscurecido por la posición de su pobre provincia.» Ya está en su provincia. La agonía ha comenzado, y poco han de hacer los cordiales que desde aquí le envían y le llegan fiambres para mejorarlo. 68


Óigame, pues, ahora que habiendo ido a tocar de cerca a aquel hombre y amasado en parte el barro de los acontecimientos históricos, vuelvo a este mismo Yungay, donde escribí Argirópolis, a explicar las causas del descalabro que ese hombre ha experimentado. Como se lo dije a usted en una carta, así comprendo la democracia; ilustrar la opinión y no dejarla extraviarse por ignorar la verdad y no saber medir las consecuencias de sus desaciertos. Usted, que tanto habla de política práctica, para justificar enormidades que repugnan al buen sentido, escuche primero la narración de los hechos prácticos, y después de leídas estas páginas, llámeme detractor y lo que guste. Su contenido, el tiempo y los sucesos probarán la justicia del cargo, o la sinceridad de mis aserciones motivadas. ¡Ojalá que usted pueda darles este epíteto a las suyas! Con estos antecedentes, mi querido Alberdi, usted me dispensará de que no descienda a la polémica que bajo el transparente anónimo del Diario me suscita. No puedo seguirlo en los extravíos de una lógica de posición semioficial, y que no se apoya en los hechos por no conocerlos. No es usted el primer escritor invencible en esas alturas, y sin querer establecer comparaciones 69


de talento y de moralidad política que no existen, Emilio Girardin, en la prensa de París, logró probar victoriosamente que el pronunciamiento de Urquiza contra Rosas era un cuento inventado por los especuladores de la Bolsa, y la Europa entera estuvo por un mes en esta persuasión, que la embajada de Montevideo apenas pudo desmentir ante los tribunales. Mi ánimo, pues, no es persuadirlo, ni combatirlo; usted desempeña una misión, y no han de ser argumentos los que le hagan desistir de ella. El público argentino allá y no aquí, los que sufren y no usted, decidirán de la justicia. No será el timbre menor de su talento y sagacidad el haber provocado y hecho necesaria esta publicación, pues cónstele a usted, a todos mis amigos aquí, y al señor Lamas en Río de Janeiro, que era mi ánimo no publicar mi campaña hasta pasados algunos años. Los diarios de Buenos Aires han reproducido el ad Memorándum que la precede, el prólogo y una carta con que se lo acompañé al Diario de los Debates. Véalas usted en El Nacional, y observe si hay consistencia con mis antecedentes políticos, nuestras conferencias en Valparaíso y los hechos que voy a referir. He visto con mis propios ojos degollar el último hombre que ha sufrido esta pena, inventada y apli70


cada con profusión horrible por los caudillos, y me han bañado la cara los sesos de los soldados que creí las últimas víctimas de la guerra civil. Buenos Aires está libre de los caudillos, y las provincias, si no las extravían, pueden librarse del último que sólo ellas con su cooperación levantarían. En la prensa y en la guerra, usted sabe en qué filas se me ha de encontrar siempre, y hace bien en llamarme el amigo de Buenos Aires, a mí que apenas conocí sus calles, usted que se crió allí, fue educado en sus aulas, y vivió relacionado con toda la juventud. Háblole de prensa y de guerra porque las palabras que se lanzan en la primera se hacen redondas al cruzar la atmósfera y las reciben en los campos de batalla otros que los que las dijeron. Y usted sabe, según consta de los registros del sitio de Montevideo, quién fue el primer desertor argentino de las murallas de defensa al acercarse Oribe. El otro es el que decía en la cámara ¡Es preciso tener el corazón en la cabeza! Los idealistas le contestaron lo que todo hombre inocente y candoroso piensa: «Dejemos el corazón donde Dios lo ha puesto.» Es ésta la tercera vez que estamos en desacuerdo en opiniones, Alberdi. Una vez disentimos sobre el 71


Congreso americano, que, en despecho de sus lucidas frases, le salió una solemne patarata. Otra sobre lo que era honesto y permitido en un extranjero en América, y sus Bases le han servido de respuesta. Hoy sobre el pacto y Urquiza, y como el tiempo no se para donde lo deseamos, Urquiza y su pacto serán refutados, lo espero, por su propia nulidad; y al día siguiente quedaremos, usted y yo, tan amigos como cuando el Congreso Americano y lo que era honesto para un extranjero. Para entonces y desde ahora, me suscribo su amigo. Sarmiento.

2

72


Índice

Presentación

9

Sarmiento civilizador

1.Lo esencial en Sarmiento

11

2.La victoria de Chacabuco

49

3.Campaña en el ejército grande aliado

de sud américa

65


Este libro se termin贸 de imprimir en el mes de agosto de 2011 en Imprenta Dorrego, Av. Dorrego 1102, caba.




Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.