Todavía tiene que haber resto (Mauricio Obarrio)

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TodavĂ­a tiene que haber resto



Mauricio Obarrio TodavĂ­a tiene que haber resto

editorial E d e r


Obarrio, Mauricio Todavía tiene que haber resto - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Eder, 2014. 96 pp. ; 20x13 cm isbn 978-987-3673-06-1 1. Literatura Argentina. CDD A860

1.a edición, junio de 2014 © 2014, Mauricio Obarrio Editorial eder Pavón 1923, 7° 4. Ciudad Autónoma de Buenos Aires. editorialeder@gmail.com www.editorialeder.net Hecho el depósito que previene la Ley 11.723 Impreso en Argentina Queda prohibida, sin autorización expresa de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio.


nota preliminar Desde hace ya un tiempo, tengo deseos de escribir una novela. Me resulta muy difícil, pero de alguna manera debo empezar. Como ensayo preliminar se me ocurrió escribir anécdotas sobre hechos que me ocurrieron de chico. Debo aclarar que tuve una infancia maravillosa, por lo que, creí que sería una buena oportunidad para rememorar aquellos tiempos y, al mismo tiempo, ir tomándole la mano a una escritura de mayor volumen. Así empecé. Decidí que cada capítulo fuera acompañado por un comienzo relatado por una tercera persona relacionada con mi época madura. No obstante, no debía perder de vista que lo principal seguirían siendo las anécdotas de niño. Lo que me ocurrió de grande fue para mí tan potente que fue, paulatinamente, desplazando los recuerdos. Entonces, cual efecto simbiótico, comenzó a fluir la voz de la tercera persona de una manera que no podía dominar. De inmediato entendí que, en realidad, lo que no estaba escribiendo unas simples anécdotas antiguas y actuales, sino que estaba plasmando en la pantalla de la computadora una catarsis que podría ayudarme a sanar angustias pasadas… que los hechos que narro darán a conocer. Y me dejé llevar... 7



capítulo i Mauricio es mi marido y está viejo, muy viejo. Viejo de golpe, de un día para otro. Se despertó una mañana y ya era otro; un marido diez años más viejo que el día anterior. Fue como si esa noche le hubieren pegado un martillazo en la cabeza o algo parecido. Lo cierto es que ahora me encuentro con este señor al cual no sé cómo tratar.Perdió interés en todo lo que antes le gustaba: jugaba al golf, leía, salía a tomar su cafecito con un libro bajo el brazo. Tenía interés por la vida, por lo que ocurría y participaba en entidades que lo mantenían joven. Era joven; tenía un horizonte; una lucecita de futuro. Ya no. Se sienta frente al televisor, pero me doy cuenta de que no mira, está ausente. Le pregunto algo y contesta: ¿Ah, sí?, bueno, sin tener ni idea de lo que lo estoy diciendo; pero no porque haya perdido la cabeza; solo perdió el interés por todo. Por todo lo actual y lo futuro. Parece que se ha centrado en los recuerdos de la infancia. En determinados momentos, lo miro y me doy cuenta de que está con la vista en cualquier lado, pero con una media sonrisa en sus labios; de sus ojos brillan unas chispitas… está recordando. A mi no me cuenta nada; no me habla, salvo lo indispensable: «me voy a dormir», «comeré 9


algo», etc. Nada más; no me hace partícipe de sus recuerdos. No me molesta, pues conozco su niñez casi como él mismo. Pero me doy cuenta de que quiere contársela a alguien. Tenemos ocho nietos, pero los cuatro hijos de Floppy, nuestra hija mayor, viven en Chapadmalal y los dos de Remedios están en Trelew, de modo que a quienes vemos más seguido son las hijas de Josefina, que vive por aquí. Son Marina y Juana. A ellas ataca Mauricio con sus cuentos; Marina, más grande, escapa fácilmente, pero Juana se queda y escucha; pobre mártir.Por lo que sé, son recuerdos que cuenta sin tener orden cronológico; los va diciendo a medida que aparecen en su mente. Si una tarde está pensando en un hecho pasado, eso es lo que le cuenta a Juanita, y si estamos solos espera impaciente el día en que vengan de visita. El domingo pasado, luego de misa de la tarde, vinieron los Benvenuto ( Josefina está casada con Horacio Benvenuto). Los ojos de Mauricio brillaron de alegría y la escena transcurrió más o menos así: «Juanita, vení que te cuento una historia, pero una de verdad. Sentate aquí». Pobre Juani, obediente fue con su abuelo y se sentó a su lado. —Recuerdo que una vez… Tendríamos alrededor de once o doce años y formábamos parte en 10


calidad de aspirantes de la Acción Católica; el grupo era grande y nos reuníamos en lo que por entonces era «La Fundación Anchorena». Creo que ahora le dicen «Casa Parroquial» o algo así. En realidad, la actividad principal era jugar al ping-pong, pero para los días de lluvia, mi primo Ernesto Olivera y yo habíamos descubierto una diversión bárbara: como el jardín de la Fundación tenía una gran barranca de pasto que llegaba hasta el Bajo y grandes palmeras lo adornaban, se nos ocurrió que con las ramas caídas, podíamos tirarnos patinando por la barranca, aprovechando el pasto mojado. Era divertidísimo, con esos improvisados trineos, bajábamos a toda velocidad hasta llegar a chocar con una gran parva de pasto que siempre estaba allí, pues me parece que el jardinero, cuando cortaba el pasto, lo acumulaba en ese lugar y ahí quedaba. Cada tanto lo quemaba, pero siempre lo teníamos como parachoques. Nos tirábamos y ganaba el que llegaba primero y el que tenía más triunfos esa tarde era el campeón hasta la próxima lluvia. Cierta tarde, con una lluvia que invitaba al deporte inventado, nos dirigimos a la Fundación; no había nadie, pero tampoco encontramos ramas de palmera.Luego de un momento de frustración, la luz se hizo: «Los escritorios». —Ernesto, ¿y si usamos los escritorios? 11


—Dale. Si uno agarra los agarra y los da vuelta, se encuentra con son magníficos trineos; de hecho, mucho mejores que las palmas. No dudamos, el primer viaje fue espléndido; solo que el aterrizaje fue más violento, pero eso no empañó la diversión. El asunto era que subir el escritorio por la barranca de pasto mojado se tornó dificultoso. —Che, no vamos a estar subiendo el escritorio —dijo Ernesto—. —Usemos otros —contesté—, total hay un montón. De manera que decidimos prescindir de ese detalle y fuimos en busca de otro escritorio y así los viajes continuaron y el total de muebles de la Fundación quedaron a la espera en el pajonal. Hete aquí, que alguien con poco sentido de la aventura vio lo ocurrido y fue a denunciarlo al Cura Párroco, el Padre Menini. No bien nos dimos cuenta de los naranjos que también tenía el jardín, recolectamos proyectiles y, en el momento en que el Padre Menini abrió la puerta, lo recibimos con una andanada de naranjazos, que lo hicieron retroceder y cerrar la puerta. Un momento después, la volvió a abrir y recibió otra descarga; de esa manera, seguimos hasta que nos quedamos sin provisiones. Ante esto, optamos por una retirada por la retaguar12


dia; bajamos corriendo la barranca, saltamos y reja y escapamos. Lo mejor vino después; días más tarde en lo de Olivera y en lo de Obarrio, se recibieron sendas notificaciones de la Acción Católica Argentina, que les comunicaban a nuestros padres nuestra expulsión.No importó el reto; primó el orgullo de ser los únicos niños expulsados de la Acción Católica. Nuestros amigos nos miraban con envidia.

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capítulo ii Llueve, desde el balcón, veo caer la lluvia de verano. Sí, desde el balcón. No vivimos más en casa, sino que ahora nos mudamos a un departamento; quién lo hubiera dicho, pero así están las cosas. Pienso y pienso, y no puedo entender cómo Mauricio pudo haber hecho tantas macanas como para perder todo; hasta la casa.Y lo hizo cuando estaba sano, joven, lo cual es aún menos comprensible. Y encima, lo tengo que cuidar viejo y enfermo. Bueno, enfermo es un decir, pues no tiene nada, sino que simplemente se fue de la realidad del día a día para refugiarse en sus recuerdos. Allí está, sentado mirando la nada; tal vez pensando en algo pasado, lejano que lo haga evadir de este presente que quizá no pueda enfrentar.No es que estemos mal, nada de eso; Dios quita y Dios da; gracias a mamá pude comprar este departamento en pleno centro de San Isidro; con todas las comodidades que necesitamos y con un pequeño jardín y pileta, pero, por más que en casa están todos contentos con la compra, yo todavía no caigo. Pero él está así; por suerte hoy vienen las chicas y las martirizará con alguna anécdota lejana. Eso es lo único que lo hace vivir.Luego de haber oído el cuento pasado, se me ocurrió grabar los 14


que Mauricio vaya a contar, para poder tenerlos escritos; también escribiré lo que cuento y esto ya de memoria, intentaré reproducir lo que recuerdo de la anécdota anterior. —Hola, chiquitas, vengan que les cuento lo que hicimos una vez —dijo Mauricio no bien entraron los Benvenuto. La mayoría de las veces, son ellas los receptores de los cuentos. Esa tarde, Marina se plegó a escuchar, por lo que imagino que aquél habrá quedado encantado. —Recuerdo que una vez… Nazareno iba a morir ese día. A las cuatro de la tarde sería ajusticiado conforme lo establecido por una sentencia sumarísima. Todo estaba ya preparado: las manos atadas a la espalda; la soga al cuello; Pablito, Ernesto y Fernán, pendientes de que el reo no escapara, lo rodeaban sujetándolo firmemente, sin hacer el menor caso de su llanto. Yo, encaramado a una gruesa rama del paraíso, trataba de lograr que la soga que sujetaba el cuello de Nazareno, pasara alrededor de aquella para luego, desde abajo, tirar para que se deslice y eleve el cuerpo del delincuente. Ese día cumplía diez años; la felicidad se escapaba de mi cuerpo. Estaba tan pero tan contento que no lo podía creer. Papá y Mamá me habían regalado una bicicleta, ¡mi primera bici!. Estaba ansioso por usarla, pero primero debíamos almorzar. 15


El almuerzo; otro motivo de alegría. En casa era costumbre que quien cumplía años elegía la comida; me decidí por la sopa de tapioca; pollo al horno y un postre de vainillas borrachas, revestidas de dulce de leche y encima de todo: chocolate… nada más rico. En el momento en que la mucama estaba sirviendo la sopa, sentimos un ruido reiterado; toc, toc. Guardamos silencio para escuchar de dónde provenía, y siguió… toc, toc. Como iluminado, pegué un salto y salí como flecha hacia el patio del fondo. Lo encontré.Nazareno estaba sentado en el piso con un martillo en la mano, destrozando mí bicicleta nueva. Cuando llegué, ya estaba convertida en hierros retorcidos. No recuerdo cuantas piñas le pegué; solo sé que cuando me separaron, pegaba unos chillidos como una mariquita y tenía la nariz llena de sangre y mocos (todo mezclado). De inmediato, se me fue la furia y la calma, una calma fría como el hielo, penetró en mi cuerpo. La venganza era sustituida por la justicia (del modo en que entonces la entendía); «el que la hace la paga».Porque tenía claro que era necesario llamar urgente al grupo de amigos a una reunión para tratar el asunto. Nos encontramos en la guarida que teníamos en terrenos del tren del Bajo (actual Tren de la Costa),.donde dormían desde hacía años miles 16


de postes de luz o de teléfono; en uno de los recovecos que allí se formaban, se hallaba nuestro refugio. Porque éramos una banda.Allí planeábamos mil y un secuestros de doncellas; asaltos a diligencias y todo lo que indica el buen comportamiento de los niños de diez años. Explicado el caso, la decisión fue unánime: muerte por ahorcamiento, como se hace con todos los malhechores de las películas del oeste. Aquí los puntos cardinales no tenían incidencia alguna.Tomada tan importante decisión, de inmediato nos dirigimos a casa y apresamos al reo, al que por otra parte no le dimos la menor oportunidad de ejercer su derecho de defensa. De prepo nomás, lo agarramos, le atamos las manos a las espaldas y partimos hacia el añoso paraíso que era fiel testigo de nuestros conciliábulos, ya que se encontraba como centinela al pie de la guarida. Papá impidió todo. En los primeros momentos, la ira me invadió. ¡Privarme de hacer justicia! No era tanto el hecho de haber perdido la bicicleta; tampoco tener que aguantar a Nazareno viviendo en casa. Lo insufrible fue pensar que este no recibiera el castigo que merecía. Esto me sublevó y un día lo encaré a papá y me quejé enérgicamente. Mi padre me escuchó en silencio y luego se quedó mirándome un rato sin decirme nada; esos silencios que yo conocía bien 17


y que eran peores que las tormentas. Sin embargo, al rato, solamente me hizo una pregunta: ¿Quién sos vos para aplicar justicia? Y siguió: No estamos en la selva, si tan indignado estás, hacé una denuncia, pero, por otra parte, ¿no te das cuenta de que es un pobre chico?, ¿por qué no lo perdonás? Por supuesto, no fui a la policía, pero lo que me dijo papá me quedó rondando en la cabeza… no solo entonces, sino que quedó impreso en mi mente. No lo matamos, pero nunca más le dirigimos la palabra, lo cual no es bueno.

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capítulo iii Mauricio comenzó a estudiar en serio cuando nos pusimos de novios; antes daba una materia de tanto en tanto, pero no pasaba de allí. Yo nunca le dije nada, pero se tomó la carrera de Derecho con madurez y desde ese momento fue, un poco a los tumbos, es cierto, llegando a la meta.Y se recibió de abogado, pero, cosa rara, lo hizo dos veces. ¿Suena insólito?, lo es. Resulta que la última materia creo que era Internacional Privado o algo así, y dio un buen examen: se sacó seis. Esa noche festejamos el título.Cuando comenzó los trámites para que le den el diploma, se topó con que en el Libro de Actas figuraba reprobado con un dos. De nada le valió que mostrara la libreta, donde constaba el seis. El Acta es lo que vale, le dijeron. Y a darla de nuevo, pero tuvo que hacerlo con otro profesor que encaraba la materia desde otro ángulo y fue estudiar otra cosa distinta. Lo cierto es que aprobó, pero tuvo una gran frustración, puesto que en el Juzgado donde trabajaba, lo esperaron para nombrarlo Secretario, pero ante el primer tropiezo, el Juez no pudo mantener la vacante y nombró a otro empleado. Esa fue una de las tantas frustraciones que coronan la vida de Mauricio.Estoy dejándome llevar por los recuerdos mientras lo veo caminar por el living. 19


Ese día tendrá auditorio completo, salvo que alguno se escape, pues están los Rebollo: Juan Bautista, Marcos, Flori y Eugenia; por supuesto las infaltables Marina y Juanita (son las únicas que viven cerca), y Franchu y Bernardita, que vinieron unos días y viven en Trelew. Cuando estuvieron todos reunidos, Mauricio comenzó: «Recuerdo que una vez… Mañana sábado, iremos de expedición al bosque. Ernesto, el Búho, Pablito y yo; y también Raúl. Ya tenemos todo listo; una cantimplora de latón para todos; pan de hoy y mortadela, y lo que es más importante, un reloj con brújula. Creo que ninguno sabe usarla, pero no conocemos ninguna expedición donde falte la brújula, pues por no tenerla muchos han muerto. Yo, ante la duda, llevo casco.No vamos de paseo, sino con un objetivo claro: conseguir cañas plumerito para hacer cerbatanas. Las vamos a necesitar para el jueves a la tarde, después del colegio. —¿No podemos dejar esto para otro día? —dijo Pablito. Ernesto, el Búho y yo nos negamos; Raúl se quedó callado. —¿Para que querés ir otro día si sabés que no podemos? ¿Tenés miedo? —expresó Ernesto con cara de bronca—. Siempre sos el mismo cagueta. —No tengo nada de miedo, yo no soy una chiquita como tus hermanas; solo que mañana seguro que llueve —respondió Pablito. 20


Lo miramos como si estuviera loco, ¡cómo iba a saber qué tiempo puede haber mañana! Solamente cuando llueve se sabe que llueve; un día antes es imposible, ni los magos lo saben. —¡Mariquita, mariquita, sos una mariquita! Pablito se ofendió, pero como era más bueno que nadie, la rabia se le pasó enseguida, y, como siempre, siguió al grupo. Desde el bajo de San Isidro hasta llegar a San Fernando, desde siempre hasta que el lugar fue invadido y depredado por los barrios cerrados, hubo un bosque. Bosque duro, difícil, surcado por infinitos canales, perros cimarrones, víboras, alimañas y como después nos enteramos, monos, muchos monos. Pienso ahora, cuando escribo, que lo nuestro era inconsciente y peligroso; pero en realidad, si hago un repaso objetivo de mi infancia, me encuentro con que la mayor parte de nuestras diversiones hubieran desmayado a nuestras madres de haberlo sabido. Recuerdo que en ese entonces había visto por cine Gunga Din y, en la India, todos los expedicionarios tenían casco, de modo que yo, para ser un explorador de verdad, debía tener uno. Puesto que no tenía posibilidades de conseguirlo, encontré la solución al problema, poniéndome en la cabeza una escupidera vieja; se me ladeaba hacia la izquierda, pero eso no importaba. 21


Una mañana, después del colegio (salíamos a las doce y volvíamos a las dos de la tarde), mamá me mandó a comprar pan a la panadería Argentina; terreno peligroso; debía pasar por el almacén Rubio, territorio enemigo.Así fue que, yendo por la vereda, trataba de ir por los árboles para no ser descubierto. Sin ton ni son, se me plantaron los mellizos Rubio (ambos un año mayores que yo) y, sin decir palabra, me dieron un papelito arrancado de la libreta del almacén; pude seguir mi camino, con un sudor frío en la espalda, pero con el alivio de haber salido libre sin ni siquiera una piña. Al llegar a la panadería abrí el papel y una nota decía «El jueves a las seis en la cortada de Maipú con cerbatanas. ¡Ojo! Si tiran con honda los cagamos a patadas». Pan comido.Nosotros conocemos el bosque y sabemos dónde hay cañas plumerito y ellos no se animan a ir por allí; son del pueblo y no van al río. Nuestras cerbatanas serán mucho mejores, pues no hay como las cañas plumerito para hacerlas; te dan una dirección y una distancia que no conseguís con las cañas comunes. Los haríamos mierda. Me pregunto dónde andarán esos antiguos enemigos, ¿habrán emigrado a otras tierras para no seguir la guerra? No lo sé, pero no quedó ninguno viviendo por aquí. Tal vez, estén casi todos en Batán. 22


Como es de rigor en cualquier grupo que se precie de formar una banda, en su momento hicimos un pacto de sangre. En un mismo papel sagrado, que fue pasando de uno a otro, fuimos firmando nuestro juramento con tinta de sangre. Yo me pinché un dedo con una aguja de mamá; el pavo de Pablito se cortó con una Gillette la rodilla y se le infectó con el barro que siempre tenemos acumulado allí. Pero, y aquí tuvimos un gravísimo problema, descubrimos que Raúl había firmado con tinta china roja. Después de haberlo fajado entre todos (le sangró la nariz), le hicimos firmar de nuevo pero con sangre auténtica. Nos pusimos a discutir qué hacer con ese cobarde. Yo quería expulsarlo, pero los demás impusieron su voluntad y le dieron otra oportunidad. Por eso luego de un tiempo y cuando surgió la necesidad de ir al bosque, lo llevamos. Yo, a las puteadas.Las cañas plumerito se encontraban en donde ahora está el Boating Club, pero entonces eso era algo así como el Mato Grosso; eran dos o tres horas de andar por el bosque. Claro que ello si se comenzaba desde el límite del mismo, mas si uno iba por el camino costero que bordeaba el río, solo tenía que entrar menos de cincuenta metros. Pero eso era de cobardes; los verdaderos expedicionarios no actuaban así… Eso pensábamos en aquel entonces. 23


Así fue como comenzamos la travesía. Tal como la recuerdo, la expedición era un éxito: estábamos todos arañados, con calor, sed puesto que la cantimplora tenía un agujerito y perdimos el agua antes de entrar al bosque; luego de cruzar varios arroyos con el agua en la cintura y el piso de barro blando, decidimos comer el pan con mortadela. Ernesto estaba con bronca, pues había comenzado a fumar y tenía dos cigarrillos en un bolsillo del pantalón y se le deshicieron.Los Rubio y su banda, que no conocían del honor de los verdaderos bandidos ni habían leído a Dick Turpin, estaban, mientras nosotros luchábamos con las malezas, cortando las mejores cañas plumerito y rompiendo las demás. Habían llegado en auto ¡En auto! Maricones que permitieron que los llevara su papá. ¡No habían cruzado el bosque como correspondía! ¡Qué basuras! Cuando llegamos, nos encontramos con ellos que se burlaban a los gritos. Como previa a la cita del jueves nos agarramos a trompadas (patadas no), y la ligamos fiero. Pero con la frente en alto volvimos por donde vinimos; nada de ir por la calle. Al anochecer, pensando y pensando, no podía entender cómo los Rubio, que no salían del pueblo, podían haber encontrado las cañas plumerito.Raúl. Un rayo penetró en mi cerebro y sin pensarlo dos veces corrí a buscarlo y lo reventé a piñas y esta vez me permití usar el pie y 24


cagarlo a patadas en el culo. El marica lloraba como una mujer. ¿Todas malas? Sí, todas malas.El jueves a las seis de la tarde nos encontramos en la cortada de Maipú; ellos con las cerbatanas; ¡con nuestras cerbatanas!, miraban desafiantes y burlones; más de pronto, esa risita se transformó. ¿Todas malas? Sí, todas malas. Al unísono sacamos nuestras prohibidas hondas y empezamos a tirar a pegar en la cabeza. Alguno la ligó y el enemigo se desbandó derrotado.Lo que pasó luego es tema de otra historia.

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capitulo iv Me parece que me estoy contagiando de Mauricio, pues mientras trabajo con mis tapices y con la confección de rosarios que debo llevarle a Virginia Señorans, me pongo a pensar y allí vienen los recuerdos. Cuando nos casamos a Mauricio le ofrecieron entrar en un Estudio Jurídico que era chico pero con juicios y temas interesantes. Los ingresos eran buenos y quiso probar como era la vida profesional del otro lado del mostrador. Nació Floppy y nos creímos que todo iba viento en popa. A Mauricio lo ilusionaba una causa que llevaba que era algo relativo a una quiebra de una bodega; lo cierto es que me dijo que si se aprobaba el acuerdo con los acreedores, a él le tocaban unos honorarios que nos permitiría comprar un departamento de dos ambientes; algo así como un millón y medio de pesos de esa época. Pocos días antes de lo que se llama «La Junta de Acreedores» o algo por el estilo, sonó el teléfono del Estudio y lo llamaron a Mauricio; era el Síndico que debía hacer un dictamen para ver si el plan de pagos propuesto era viable o la bodega debía ir a la quiebra. Le dijo que para pasar un informe favorable le debían participar honorarios. Se reunieron los socios del Estudio y ante la negativa de Mauricio, que quería hacer una 26


denuncia, decidieron aceptar el soborno. «Hay que defender al cliente», le dijeron. Ante la nueva negativa de Mauricio, lo pusieron de patitas en la calle, cy encima comenzaron a decir que estaba medio loco. Esto lo supimos puesto que uno de los receptores de esa novedad fue un cuñado nuestro. Fue la primera vez que volvió a casa diciendo «me echaron». El desencanto con el ejercicio de la profesión liberal fue profundo, y, a partir de allí, no paró hasta lograr ingresar nuevamente en Tribunales. Demoró casi dos años en lograr que lo designen Secretario de un Juzgado de Primera Instancia. Vuelvo a la realidad del día; dejé los recuerdos para otro momento, pues lo inmediato era pedir por teléfono unas empanadas: seis de carne, seis de jamón y queso y tres de humita. Josefina debía dejar a las chicas, ese día no había clase por esas insólitas jornadas pedagógicas y ella tenía que trabajar. Me parece que Mauricio se hace más el ido de lo que está. Mientras miraba una pared aparentemente ajeno al mundo, me di cuenta de que prestó atención a que venían las chicas.Luego de almorzar, el consabido: Recuerdo que una vez… —Resulta que ellos dominaban el centro del pueblo. Eran casi todos hijos de comerciantes de la zona, mientras que nosotros teníamos nuestro territorio desde 25 de Mayo al río; de Martín y 27


Omar hasta el lado de Acassuso, de la vía hacia las Lomas y desde Primera Junta hacia Beccar. Cosa curiosa de la época, solamente nos cruzábamos durante la semana; sábado y domingo desaparecían; no tengo ni idea adónde se metía, pero no nos importaba nada. Éramos los chicos ricos que en la heladera solo teníamos una jarra de agua, una botella de leche, manteca y, tal vez, un pedazo de dulce de membrillo. Ellos eran los pobres, pero seguro que en sus heladeras tenían Coca Cola, dulce de leche y todas esas cosas que a nosotros nos gustaban; tal vez, tenían hasta chocolatines. Pero era así. Ya les conté la batalla de la calle Maipú, donde los destrozamos, pero no fuimos precavidos. Era obvio que contraatacarían, ya que esa vez peleamos fuera de las reglas. Pero nos confiamos. Una tarde, después del colegio, estábamos en nuestra guarida Ernesto, Pablito y yo. Planeábamos un pedido de rescate a Alberto Tomé, que vivía en una casa inmensa que era del padre Menini y que quedaba enfrente de la Parroquia (ahora la Catedral). Eso nos concentraba y no escuchamos pasos; muchos pasos. Cuando nos dimos cuenta estábamos copados. El enemigo nos rodeaba; no podían entrar en nuestra guarida porque no sabían cómo, pero sabían que estábamos allí. Luego de una breve discusión, 28


decidimos salir por la parte de atrĂĄs para que no descubrieran la entrada del escondite. Nos enfrentamos a ellos. AllĂ­, en el tren del Bajo, mĂĄs de diez contra nosotros tres; esa tarde la ligamos en grande. Ya tendrĂ­amos oportunidad de revancha.

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capítulo v En el balcón he puesto unos malvones, algunas alegrías del hogar y en un macetero grande, que tapa una marquesina del vecino, que es bastante fea, puse un arbusto que no sé cómo se llama, pero es muy decorativo. Muchas veces olvido regarlo, pero hoy lo estoy haciendo mientras miro la gente que pasa por la calle. En realidad, ese es un pasatiempo que siempre me gustó. Mauricio está adentro, sentado en un sofá. Al verlo, me vuelven los recuerdos. Parece que ya vamos en paralelo; él con sus recuerdos infantiles y yo con nuestra vida en común. No sé por qué me pasa esto; por qué se me dio por volver la vista al pasado; tal vez porque en mi inconsciente piense que ya no hay más futuro. No lo sé, y no le voy a preguntar a una psicóloga pues ya sé que la culpa la tiene mamá. Las madres, según ellas, son la causa de todos los males. Sin madres todo andaría mejor. ¡Mi Dios!, dicen cada pavada. Por más que me esfuerce en el día y que trate de pensar que nuevo mensaje traerá hoy Rial, la actualidad se me disfuma en el ayer. Me rindo. No bien Mauricio volvió a Tribunales, gracias al apoyo de Adolfo Gabrielli, le cambió la vida. Creo que recuperó la felicidad perdida. No hay nada que hacer, Mauricio está hecho para trabajar en la Justicia; es lo que le gusta, lo que sabe 30


y lo que lo mantenía en plenitud. Así comenzó una excelente carrera y luego de pocos años fue designado Juez Federal a los treinta y cinco años. Según me dijo muchas veces, fue designado antes de tiempo, por lo que tuvo que aprender la función a fuerza de trabajo y más trabajo. Y lo hizo muy bien. ¡Basta de pensar en el pasado, hoy quiero terminar este bordado que tengo que llevar mañana a Tapiz! Casi lo grito, estoy podrida de recordar como una vieja lela. Aparte, entre el Mauricio de aquellos tiempos y el de ahora, si los junto no hago uno que valga la pena… ambos me tienen harta. Menos mal que cuando vienen las chicas se pone a hacer cuentos en su escritorio y yo no lo tengo que escuchar. Dejo el grabador prendido, para oír cuando tenga ganas. Hoy no viene nadie y es capaz de contar a la pared; si es así, lo tiro por el balcón o por las escaleras de atrás para que no me vea nadie. Mala suerte, sonó el timbre y oí la voz de Josefina; «¿Mamaaa, te puedo dejar un rato a Marin que tengo que llevar a Juani al dentista? En una hora o dos o tres, la busco». Pobre Marín, miro su cara de resignación por más que luego me diga: «Nada que ver». Mauricio la ve con los ojos con chispitas de alegría. Recuerdo que una vez… —Yo siempre les hablo de Ernesto, Fernán, Pablito, Raúl y, ahora que caigo, no les conté 31


ninguna anécdota con Pate. Te diré quieres eran mis amigos: Ernesto y Fernán Olivera, eran hermanos y primos míos. Se llevaban unos días menos de un año de diferencia: Ernesto era del 7 de julio y Fernán, del 4 de ese mes. Ernesto, que murió joven, a los sesenta años; sí, ya sé, a vos te parece que ya era viejo, pero insisto, murió joven; vuelvo, Ernesto era puro músculo, fuerte, impulsivo, rebelde como su pelo, que estoy seguro de que era enrulado por no peinarse; más tarde, de grande dio a luz una veta creativa y artística impresionante; Fernán era más callado, lector, le decíamos Búho, Bucasco, Casco o Cascote. Según Tito, su padre, era el que inventaba las fechorías y nosotros las ejecutábamos. No era así, él seguía; los impulsores éramos Ernesto y yo. Pablito era Pablo Ramella, que vivía en la casa de al lado y su papá era Senador por San Juan; era bueno pero no tenía decisiones propias. Dependían de su compañía; si estaba con el Padre Menini, era monaguillo, en tanto que si se juntaba con un anticlerical, le tiraba piedras a la capilla. Era así, pero con nosotros se portaba como lo hacíamos nosotros. Raúl era hijo de la cocinera de casa; antes lo había sido de lo de Ramella; no tenía ni voz ni voto, hacía lo que nosotros ordenábamos; la palabra democracia era solo el nombre de un diario que salía por aquellas épocas. Pate, de quién como te dije todavía no intervino en nin32


guna de las anécdotas y, si estuvo en alguna de ellas, no lo recuerdo, era Adrián Patricio López Saubidet, también primo nuestro, pero un año mayor. Tenía —y aún tiene— una pinta bárbara y, pocos años después, eso le dio grandes beneficios; pocas chicas se le resistían. Ya sabés cómo era nuestro grupo y debés contárselo a Juani, así yo no lo digo nuevamente. No es cierto que los viejos sean repetidores; los viejos repetidores lo son por reiterar las cosas, no por viejos, ¿quedó claro? Te decía… recuerdo que una vez estábamos en lo de Olivera a la hora de la siesta y no teníamos nada que hacer; debía de ser un día de lluvia pues de otro modo estaríamos en el colegio o en el Náutico. No estaba Raúl. En lo de Olivera había dos cosas sagradas: la siesta de Susana, la madre, y el living, decorado como una casa de la época de la Colonia, con muebles originales, antiguos, platería y un montón de cosas más que no te puedo describir pues nunca les presté mucha atención. En uno de esos lugares sagrados, en este caso el living, se nos ocurrió jugar a la guerra y comenzamos a tirarnos almohadones hasta que se nos iluminó la mente y descubrimos un arma mortal; la aspiradora que tenía tan orgullosa a Susana. La usamos. Como buena aspiradora, hicimos que chupe toda la ceniza de la chimenea; ahora me doy cuenta que debía ser invierno, y 33


cuando estuvo bien cargada y no quedó ni una mota de polvo, la descargamos. Movíamos el caño chupador cubriendo todo el living, que en segundos quedó gris, de un gris sucio, y nosotros a los gritos de victoria; aunque no sé contra quién ganamos, pues en realidad peleamos solo contra el living. Nuestros alaridos de triunfo deben de haber despertado a Susana, que, a los pocos minutos, se asomó por la puerta. Nunca voy a olvidar esa cara.Primero pálida, con un dejo de incredulidad, pero, al ver la tenue ceniza que se posaba sobre los muebles, las imágines, las alfombras, que volaba suavemente casi con inocencia sobre ese lugar sagrado, no dijo nada. Creo que no podía articular palabra, las cuerdas vocales no le respondían, solo unos lagrimones cayeron sobre sus mejillas, a la misma velocidad con que caía la ceniza sobre el living. Entendimos que era un momento apropiado para emprender la retirada.

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capitulo vi Camino a la Catedral, descubrí la razón por la cual se me están viniendo los recuerdos de la vida con Mauricio. Sé que está contando su infancia a nuestros nietos y, para completar en parte su historia, pienso que es mi tarea contar lo que él prefiere callar. Somos un equipo, pero atención, no una pareja, pues para ello debemos ser pares, y no lo somos; yo soy la que mando en casa. Que quede claro. Y en esos recuerdos, me surge un pensamiento que no se me había ocurrido antes. Mauricio narra historias ocurridas con sus amigos de infancia; tuvo luego sus amigos de rugby; ahora del golf, pero en realidad, lo cierto y lo triste es que no tiene amigos. Los perdió. Ya sea por las circunstancias de la vida o por su carácter o por lo que fuere, lo cierto es que él considera amigos a sus antiguos compañeros del equipo de rugby; por más no los vea seguido. Dice que puede pasar un año sin ver a uno y al encontrarse hablan como si hubieran estado juntos el día anterior. Sobre todo, se considera amigo amigo del Carlitos González Chiappe; sabe que es incondicional para lo que sea y para más de lo que pueda, pero no se ven casi nunca. Sé que es feliz cuando se encuentran todos en Sierra de la Ventana. Eso ocurre una vez al año, pero para Mauricio es su35


ficiente. Pero reitero, en el día a día, Mauricio no tiene amigos; Andrés Galíndez, tal vez, pero pienso que Mauricio se siente más amigo de Andrés que este de él. No por nada, sino por la cantidad de compromiso que tiene Andrés. En definitiva, si pienso a quien Mauricio le podría contar algo íntimo, creo que sin duda sería a Carlitos González y luego también a Andrés; pero a nadie más. Puede, eso sí, hablar con mis hermanas, pero esas no son amigos; son cuñadas y tal vez amigas. Ya se ve, pensé como piensan los inteligentes y no recordé anécdotas, pero hice un análisis más importante, o no.

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capítulo vii Como todos los años, este enero vinimos a Chapadmalal. Mauricio siempre fue fanático de la playa y del mar. Todos los veranos seguía su rutina; tenía que llegar a las diez, nunca después, no fuera ser que le pusiera media falta. Tomaba su cafecito mientras leía el libro de turno y luego bajaba a la playa, y allí se quedaba. Baño, lectura, sol, más baño, lectura, sol; así todo el día. Podía estar solo o acompañado, pero él disfrutaba mucho con esa vida. Por eso, tuve la esperanza de que este año la playa lo iba a despertar un poco. Pero nada. Fuimos y allí quedó, igual que en San Isidro, sin ningún interés ni por el cafecito ni por la playa, ni por el mar. Nada. Quedó con la cara frente al mar, sentado en una reposera, pero sin ver. Creo que sus ojos ven pero para adentro, no para afuera. Un fracaso rotundo. Con frustración volvimos a casa y, luego de la hora del té, llegaron los Rebollo. Cual pescador con su medio mundo, atrapó a los cuatro nietos; Bautista me miraba con ojos de adolecente resignado. Recuerdo que una vez... —Siempre nos daba curiosidad saber cómo se llegaba al campanario de la Parroquia, pero era muy difícil ir. El Portugués, que oficiaba de sacristán y que desde tiempo atrás tenía puesto su único ojo sobre nosotros, frustraba nues37


tros reiterados intentos de subir más allá del coro. Pero… la perseverancia premia a quienes la practican (tengan en cuenta esto para cuando sean grandes). Una tarde de lluvia, tarde aburrida, decidimos darnos una vuelta por la Iglesia para tantear el terreno. Entramos sigilosos; éramos Pablito, Ernesto y yo. El interior estaba en penumbras y, de pronto, como un regalo del cielo, vimos la sombra del portugués bajar del coro y dirigirse a la Sacristía. Esperamos unos minutos, quietos, casi sin respirar, hasta tener la seguridad de tener la vía libre. Como liebres corrimos y subimos las escaleras hasta el coro; de allí, otra escalera sube hacia el campanario. Es una larga subida y al llegar nos encontramos con una estancia vacía con unos agujeros en el techo, de donde bajaban unas cuerdas gruesas; eran las correspondientes a las campanas que estaban en un piso superior. Ni lerdos ni perezosos, Ernesto y yo nos colgamos de las cuerdas y las campanas comenzaron a redoblar, pero lo mejor de todo y que no esperábamos, fue que las cuerdas subían y bajaba siguiendo el movimiento de las campanas, de manera que nos hacían subir casi hasta el techo. Fue lo mejor que nos pudo pasar. Y para mejor, nos reíamos a las carcajadas… dijimos: La gente se va a creer que se murió el Papa. 38


Pero la aventura no terminó allí, subimos hasta las campanas y quien dice subo a las campanas dice llego a los relojes. Eso hicimos; nuestro interés consistía en mover las agujas para cambiar la hora, pero no pudimos salir afuera. Lo que no nos alejó de nuestros más preciados planes: llegar a la torre. En aquella época, no sé cómo estará ahora, para pasar arriba de los relojes era necesario trepar por una escalera marinera. Pablito se quedó en los relojes y, con Ernesto, subimos hasta la última de las ventanas, que desde abajo parecen chiquitas, pero allí uno se da cuenta de que son unos ventanales grandes. Abrimos una persiana y logramos cumplir nuestra máxima ambición: dar la vuelta a la torre. Lo logramos. Hay una cornisita donde apoyar medio pie; el resto del cuerpo debe ir pegado a la pared y no hay que mirar para abajo por si ataca el vértigo. Tenidos en cuenta estos conceptos, lo demás fue fácil. Con Ernesto nos dimos la mano. Pero lo mejor vino después. Cuando el Padre Menini y el portugués oyeron las campanas, corrieron hacia ellas, pero se encontraron solo con Pablito y creyeron que solo él había sido el culpable, de manera que lo bajaron y llamaron a sus padres, quienes lo pusieron en penitencia. Nosotros esperamos tranquilos y, cuando comenzó a entrar gente a confesarse o a rezar, pudimos 39


escapar saliendo tranquilos como Pedro por su casa. Pablito no nos delató, pero luego de la penitencia, como reconocimiento por su heroísmo, le compramos una «Vaquita» en La Martona.

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capítulo viii Mauricio siempre decía que a él le ocurría algo que estimaba un regalo; como todos los chicos que conozco, los domingos por la tarde eran momentos de cierta tristeza, ya que se acababa el descanso y comenzaba la semana de estudios, de levantarse temprano; en fin, empezaba el tiempo que a nadie le gusta. En Mauricio eso se potenciaba, pues no había domingo que lo encontrara con las tareas escolares hechas o las lecciones estudiadas. Siempre dejaba todo para el final y terminaba sin hacer nada; de allí sus notas. Pero no bien comenzó a trabajar, esa desazón desapareció por completo; desde el primer día se enamoró de Tribunales, siempre fue al trabajo contento. Salvo un tiempo en que salía de casa de buen humor y llegaba al estacionamiento de la Corte, crispado y con las manos aferradas al volante; los nervios alterados. Hasta que descubrió el motivo: no sabía usar la radio del auto, y siempre la prendía en el dial donde estaba al comprar el auto y a la hora de ir al trabajo daba la casualidad que trasmitía su programa Magdalena Ruiz Guiñazú, que lo sacaba de quicio. Gracias a Dios, un alma caritativa no le enseñó, sino simplemente le cambió el dial y lo puso donde trasmitía Hanglin; se acabaron los pro41


blemas; entre el casero Gauna; las mellizas; la mujer que tiraba la chancleta y volteaba un aguilucho, que a López Estress le agarrara la «esgurunata»; y se tomara de un trago el contenido de una botella de perfume francés, lograron que llegara al Juzgado con un optimismo que, según dicen, se le notaba en la cara. Párrafo aparte merece el auto de Mauricio; era un Dodge, creo, blanco, con el que llevaba a la ida a mi hermana María Eugenia y a la vuelta, creo que deben haber subido más de veinte empleados y empleadas. Me dijo Mauricio que una vez alguien le dijo que no se subía porque no se había puesto la antitetánica. Un día quiso hacer buena letra y lo mandó lavar; entero, nada de una pasadita por el capot; limpieza total, que incluía el chasis o sea, según me enteré, la parte de abajo. Por supuesto, no bien lo lavó, comenzó a llover. Cuando Mauricio llegó a casa, tenía los pantalones mojados y con barro hasta la altura de la rodilla. ¿Qué había ocurrido? Algo muy simple que a cualquiera menos a Mauricio se le hubiera ocurrido. Al limpiar el piso, o chasis, salió a relucir la realidad; el piso estaba sólido por obra de una suerte de pegamento compuesto de grasa y barro que hacían de protección. Al lavar y eliminar esa beneficiosa aleación, quedaron al descubierto la infinidad de agujeros que tenía el piso, producto de una oxi42


dación completa de ese auto maravilloso. Uno se sentaba y veía los adoquines de la calle; por lo menos eso veía yo que no salía de San Isidro y mis calles son de adoquín, no de asfalto. Pese a todos estos defectos, si se los puede denominar así, pues fueron productos de la vejez; es algo parecido a decir que tengo defectos porque me sale canas; Bueno, retomo, pese a todo, era el auto más buscado de tribunales, tal vez porque todos estaban cómodos viajando con Mauricio. En estos momentos soy yo la que recuerdo una anécdota ocurrida en ese auto; debo decir que mi hermana María Eugenia es la persona más cumplidora de las reglas que conozco, por lo que me imagino que lo que pasó en lo que voy a narrar, le debe haber puesto los pelos de punta. Una mañana mientras iban a Tribunales a Mauricio se le ocurrió tomar por el Puerto, que en esa época estaba bajo control de la Armada. Nadie les impidió el paso y llegaron a la salida que da a la Avenida Córdoba; allí los frenaron. Se acerco un suboficial y de mal dijo: «Por aquí no se puede salir. El Puerto está cerrado para los civiles». A nosotros no nos impidieron entrar, contesto Mauricio. Con el tono que me imagino que debían decir: «cuerpo a tierra», les reiteró «No se puede, salí». Mauricio, impertérrito, dio una vuelta con el auto y lo ubicó con la parte de atrás mirando la salida. Dio marcha 43


atrás y comenzó a andar. «¡Eh, ¿Qué hace?», le dije que no se puede salir. Serio, Mauricio le respondió: «¿Dónde está el capot?». Sorprendido, el suboficial le señaló que estaba adelante; pues bien, afirmó Mauricio,-eso quiere decir que no estoy saliendo, sino entrando… y se fue. Me hubiera gustado estar allí para poder describir la cara del marinero que debe haber quedado sin entender nada, y la de María Eugencia que lo habrá matado. De esas mil. Llegan las chicas y, como me da pereza salir a comprarles algo para el té, las mando al quiosco para que coman alguna pavada y, de paso, me traigan chocolatines con menta. Por supuesto, cuando vuelvan irán a parar al escritorio de Mauricio para sus interminables anécdotas; pero me quedé pensando en el auto y sus variopintos personajes. Recuerdo que una vez…. —Billy Escalada era un primo nuestro, bastante mayor que nosotros. Era navegante y además tenía un astillero, que hasta el día de hoy no me explico por qué estaba ubicado dentro del Náutico.Lo cierto es que, en una oportunidad, fue a correr unas regatas a Hawái y allí conoció las tablas de surf, lo que va de ayer a hoy, donde los hawaianos se subían a ellas y barrenaban esas imponentes olas. 44


Cuando volvió a la Argentina, se le ocurrió hacer varias de esas tablas, como las llamábamos nosotros. Para adecuarlas al río, les incorporó un remo doble. Hizo varias y, por lo que me acuerdo, pusieron en las Barrancas un especie de lugar de alquiler de ellas; así daban unas vueltas remando y listo el programa. Pero un día aciago, se vino una sudestada y me parece que se ahogaron varios paseantes. Esto tómenlo con pinzas, porque es lo que creo, no tengo la certeza que sea cierto. Lo que sí fue verdad fue el hecho de que el local se clausuró. Por esas cosas, dos de esas tablas fueron a casa, porque Billy se las regaló a Davi, mi hermano mayor. Cómo llegaron al Náutico, lo ignoro; pero supongo que las habrá llevado Davi. Estaban en el embarcadero. Una tarde, a la hora de la siesta, donde no se podía bañar porque era necesario hacer la digestión, lo cual tranquilizaba enormemente a nuestras madres que sabían que sus hijos estaban a salvo de un calambre en el estómago o algo así, fuimos con Pate hasta el embarcadero y echamos al agua a las dos tablas. Trepados en ellas y con los remos listos para ser usados, nos dirigimos a río abierto saliendo por el canal de acceso que lleva al Puerto. En aquellas épocas, las islas del Delta se veían difusas; allá, en la lontananza, hacia el norte, se divisaban unas manchas verdosas que parecían suspendidas en el aire.Lue45


go supe que estaban a cinco quilómetros de río abierto. Aclaro que no tendríamos más de diez años. Pate uno más. Resulta que estas tablas eran de lo más inestables; cuando llegábamos al canal por donde pasaban los grandes barcos y las chatas areneras que provocaban olas, nuestras tablas se daban vuelta y nosotros al agua; allí se complicaba el tema pues teníamos que nadar hacia las tablas que eran llevadas por la corriente; darlas vuelta y ponerlas en su posición de navegación y remar con los brazos hasta encontrar los remos que flotaban por allí. Todo esto en todas partes del río; podía ser a quinientos metros de alguna orilla o a tres o cuatro quilómetros; pero nosotros, tan campantes. Eso sí, teníamos una regla de oro. A las cinco debíamos estar bajo el sauce donde día a día estaban mamá, la Nena, que era la madre de Pate, Celia Cazenave y alguna otra. Esto, pues en ese momento nos daban el té, que no era té, pero era la hora del té. Cada niño al pie de su mamá; había días en que en el termo había leche con cacao y otras café con leche. Nuestras madres, contentas con sus angelitos, que tan bien se portaban. —Chicos, ya pueden ir al río. —Gracias, mamá —contestábamos al unísono con cara de chicos tontos. 46


capítulo ix No sé si es porque quiero creer, pero esta mañana, estando en el jardín de Chapadmalal, haciendo caminar de prepo a Mauricio, pasó despacio un auto blanco, igualito al que tenía en tiempos del Juzgado. Me pareció que los ojos brillaron distinto; puede que sus recuerdos se vayan ampliando y no se limiten solo a la infancia. De ser así, el avance sería importante, pero no me quiero hacer muchas ilusiones. De todos modos, me puse a charlar sobre ese auto para ver si prestaba atención; por momentos parecía que sí, pero puede ser mi imaginación. ¡Cuántas personas viajaron con Mauricio en ese auto! Son incontables; a la mañana, iba María Eugenia; ella era infaltable, pero de regreso ya era una romería; Ale Pinedo, Diego Stemberg, Corinne Juárez Peñalba, un tiempo Dolores Otero y el principal de todos: Clavito Moore. Me detengo en dos: primero, Corinne, que fue un caso curioso. Resulta que Mauricio pasaba a buscar a María Eugenia y un día se subió Corinne, que vivía en Belgrano o Palermo, no lo sé bien, que iba a San Isidro pues quería mudarse allí. Corinne trabajaba con María Eugenia y Mauricio no la conocía; resultó que estaba casada con Babule Juárez Peñalba, quien es amigo de Mauricio, pues jugaron juntos al rugby. La cuestión 47


fue que no solo la llevó a San Isidro, sino que la ayudó a encontrar una casa para comprar y, para colmo, a elegir los colegios para los chicos. Este tipo se metía en todo. Se hicieron muy amigos y ahora, aunque no se ven, siguen conservando la amistad. Lástima que Mauricio ya no salga y no se vea con nadie. El otro personaje fue Clavito Moore. Era grande y se quedó sin trabajo; un día a la salida de misa del Marín, se le acercó a Mauricio y le dijo algo así: «Che, Maugo, no me podés conseguig un tgabajo». Justo Mauricio tenía una vacante en su Juzgado y lo pudo nombrar en el puesto más bajo. Parece que nunca aprendió nada; pero, eso sí, era el dueño absoluto del auto. Él era el que decía quién podía viajar ese día, pues en algunas oportunidades no había más localidades. Creo que terminó rompiéndole todo el auto, o lo que quedaba del mismo. Si tenía que usar el encendedor, lo rompía; lo mismo la radio y jamás se bajó para empujar si el auto se paraba; pobres Ale y Diego, a ellos les tocaba esa carga. Clavito cumplió cincuenta años y decidió festejarlo; empanadas y chorizos. Yo no fui porque me dio fiaca; había invitado a algunos compañeros y chicas de su trabajo con sus respectivas parejas; eran empanadas y chorizos. Cuando Mauricio llegó, la parrilla estaba apagada. —¿Qué pasa Clavo? —le preguntó. —No pgende el fuego. 48


Mauricio se lo prendió en seguida y puso los chorizos sobre las brasas; un tema solucionado; —¿Y las empanadas? —Huyyy, me olvidé de buscaglas y el negocio ya ceggó. Por suerte, a los pocos minutos, sonó el timbre y era el dueño de la rotisería con las empanadas. Todo era así con Clavito. Se me va la mente y me entristezco por Clavito; se enfermó y murió casi solo; cuando lo fueron a operar del corazón en el San Lucas, el único que fue a acompañarlo fue Mauricio. Dice que lo vio después de la operación y estaba tan mal que creyó que no pasaba la noche. A la mañana siguiente, fue con María Eugenia a preguntar por él y les dijeron que estaba en un cuarto; parecía raro, ya que si estaba a la muerte se suponía que no podría estar, sino en terapia intensiva; pues no, estaba en su cuarto y cuando estos entraron, lo encontraron sentado en la cama leyendo el diario. —Este diagio es una pogqueguía, ¿no me tgaes La Nación? Pero bueno, salió de esa. Al poco tiempo tuvo cáncer y murió. Lo que más bronca le dio a Mauricio fue que nadie del Juzgado preguntó nunca por él. Me fui de tema, pero quiero dejar algo claro. No es que Mauricio esté tarado, para mí es que no le da pelota a nada que no le interese; por eso, 49


porque lo actual no le importa, es que parece un zombi; pero hay que tener presente que, si uno es zombi, lo es siempre y no deja de serlo cuando llegan los nietos. Hablando de Roma, llegaron los Rebollo. Recuerdo que una vez… —Decidimos dar la vuelta a la isla del Náutico en dos botes a remo. Uno iría por la izquierda y el otro por la derecha, de modo que en teoría el punto de encuentro era a mitad de camino. Éramos seis; tres en cada bote. En uno, en el que íbamos Carlín Pimentel, Ernesto y yo, fuimos por el arroyo Sarandí hasta la Bahía para tomar río abierto hasta el canal de acceso al Puerto; el otro, en el que iban Pate, el Búho y Manolo Beccar Varela, tomaron el rumbo opuesto. Cuando entramos en río abierto tuvimos mucha corriente en contra, por lo que nos acercamos lo más posible a la orilla para poder avanzar; íbamos lentos, pero nos sorprendió que no nos cruzáramos con el otro bote. Así fue como llegamos a destino y allí nos enteramos que no bien salieron del embarcadero, fueron embestidos por una lancha grande, el «Carlitin», que los partió al medio; los tres volaron, pero Pate quedó enganchado con los toletes clavados en la panza. ¡Estaba herido! Nuestra envidia fue total, y no quiero contar la admiración que tuvimos cuando ya recuperado, cuando le dieron de alta salió a 50


la calle. Pero ¿cómo salió? Eso fue infamante, denigrante para nosotros que nos sentimos unas cucarachas. Salió con pantalones largos; sí, con los largos. Unos pantalones medio cremitas de una calidad que jamás pude tener. Tuvimos que esperar un largo año para alcanzar ese logro, pero claro, con otro tipo de pantalones. Los míos fueron heredados de Davi y me quedaban bastante mal, anchos y cortos.

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capítulo x En verdad que este enero en Chapadmalal se hizo duro. Por suerte, ya hemos vuelto a San Isidro, donde tengo mucha más libertad y tranquilidad; sé que Mauricio no saldrá de casa, de modo que yo puedo hacer mis cosas con cierto respiro; aunque si una lo piensa bien, convendría que saliera a la calle y se perdiera. Ese día me tomo una botella de champagne. Enero fue difícil, siempre detrás de Mauricio, pues no podía saber lo que haría; por suerte no salió del jardín; pero los nervios tensionan. Si miraba televisión, a cada momento debía levantar la vista para ver lo que hacía. Hartante. Ya estoy tan podrida que lo dejo solo; si quiere mirar la pared durante dos o tres horas, que lo haga; si se recuesta en la cama, otro tanto. Lo peor es que antes, Mauricio iba a comprar la comida, ahora lo tengo que hacer yo. Lo bueno es que le puedo dar una zanahoria todos los días y le da lo mismo. Mucho no debo preocuparme, pero me da pereza ir a hacer las compras. Creo que, como llegamos anoche, hoy vendrán de visita las Benvenuto… pobrecitas: Recuerdo que una vez… —Estaba en primero inferior, comencé con cinco años y en junio cumplí los seis; lo que les voy a contar debe haber ocurrido cuando ya había pasado mi cumpleaños, porque era invierno. Me acuerdo 52


porque oscureció temprano. El maestro nos había dado tarea para hacer en clase: la confección de un bonete en papel glasé, para pegarlo en una hoja del cuaderno de clase y dibujar la cara de un payaso. Era fácil; al menos eso creí... Preparé el bonete, que era de color azul y lo pegué en la hoja siguiente a la última que estaba usada hasta la mitad de la página. Como me di cuenta de que el bonete y la cara del payaso no cabrían en la parte libre di vuelta la hoja y pegué el bonete en el reverso. Cuando pasa el maestro, agarra mi cuaderno; mira, da vuelta la hoja y ve el espacio libre y me dice: «Ahora dibujá el payaso aquí».Yo entendí que era una broma pues era un disparate que en una hoja estuviera el bonete y en otra el payaso. Los bonetes siempre están sobre la cabeza de los payasos; yo siempre los había visto así. Me disponía a dibujar la cara debajo del bonete cuando mi compañero de banco me dijo: «Nooo, ¿no lo escuchaste al maestro?, te dijo que la cara la dibujes en la otra hoja». —¿Cómo voy a hacer eso? —Eso dijo el maestro. Como un estúpido, le hice caso (tenía seis años). Cumplí con la supuesta directiva, aunque a esa corta edad la consideraba una soberana estupidez; reitero, los payasos tienen el bonete puesto sobre sus cabezas, no en la página anterior, eso cualquiera lo sabía. 53


Cumplido, pasa el maestro; mira mi cuaderno y se queda con los ojos, que estaban detrás de unos anteojitos que lo hacían parecer aún mas tarado, fijos en mí. «Alumno, ¿usted se burla de mí? Ya va a ver y a aprender; hoy se queda en penitencia». Al finalizar el horario de clase, el maestro me agarra de la oreja, no recuerdo si de la derecha o de la izquierda, pero para el caso daba lo mismo, y me lleva a la Consejería. Quedo en la puerta; veo salir a todos mis compañeros y por un rato me encuentro solo. Hacía frío y yo no tenía sobretodo y eran tiempos de sabañones en las orejas. Al rato llegó el Padre Consejero y me dijo que para que no tuviera frío caminara de una columna a otra. El patio del Colegio estaba rodeado de una galería que cada unos cuantos metros tenía una columna de hierro. Entonces fui y volví, de una columna a otra, desde las cinco de la tarde hasta las siete. Esa hora parece que era la adecuada para que un chiquito de seis años volviera solo a su casa. Eso no fue todo; era de noche y tuve que cruzar la avenida Centenario y las vías del tren. No me pareció nada justo. A los chicos se les explican las cosas, para eso está los maestros, no para poner penitencias porque sí. ¡Chicas, si alguna vez las ponen en penitencia, no se queden, escapen, van a ver el susto que se pueden llevar en el colegio! 54


capítulo xi Mauricio siempre se creyó que los empleados de su Juzgado y de todos los otros lugares en que trabajó eran amigos suyos. Nunca pensó en falsedades, hipocresías, dobles caras, etc Ahora que me viene esto a la mente, me da bronca las veces que le dije que tuviera cuidado y nunca me hizo caso. Siempre dijo que yo era mal pensada y no sabe que yo tengo olfato. Desde casa, en mi sillón, me daba cuenta de lo que este bobo no advertía. Así fue como, cuando las papas quemaron; cuando las aguas se abrieron por cuestiones de la política, en que Mauricio y el Gobierno pelearon a cachetadas; Mauricio con juego limpio y su adversario, socavando la retaguardia, muchos le hicieron el juego al Gobierno. Como a cabeza dura no le iban a ganar, la lucha continuó hasta que Mauricio renunció al Juzgado. Cosa curiosa, pese a todas las peleas a campo abierto, pues salían a relucir todos los días por los diarios, cuando presentó su renuncia, lo llamó el Ministro de Justicia, Ideler Tonelli, para pedirle que la retirara; el cabezón no le hizo caso. Lo curioso fue que tomó la decisión solo, sin consultar con nadie, y menos conmigo y según dice, su pelea con el Gobierno no le afectó para nada, que no renunció por eso. Lo cierto es que 55


haya renunciado por lo que fuera, sé que al día siguiente ya estaba arrepentido; su vida era Tribunales; su vida era ser juez, y pasaron los años y recién cuando obtuvo su retiro, volvió a respirar porque fue nuevamente juez. Los jueces no se jubilan, sino que se retiran y conservan los derechos y obligaciones inherentes al cargo; por eso siguen siendo jueces. Una vez me dijo que la diferencia entre jubilación y retiro es que en la primera se corta el vínculo, en cuanto que en el retiro este continúa en las mismas condiciones que en actividad. Pienso ahora, que Mauricio tuvo muchísimos errores en su vida, pero este fue el peor y la causa que originó los demás. Pero, ya está; ya pasó. Los vendavales vendrían después. Acaba de sonar el timbre y fui a atender y era Bebita, la madre de Mauricio, que vino a visitarlo pese a estar por cumplir cien años. Está diez veces mejor que él. Pero es como para matarlo, como no vino ningún nieto, Mauricio no tuvo mejor idea que comenzar a contarle a ella alguno de sus recuerdos. Recuerdo que una vez… —Me habías mandado a Stenhauser a comprar una torta de frutillas porque era domingo y estaba Abuelita. Aunque conociéndote, tal vez la torta la haya mandado a comprar Abuelita; te lo digo porque una vez te pedí plata para comprarme un revolver de juguete y no sé si de amarreta o porque te desperté de la siesta, no me la diste. 56


Me frustraste. Lo que vos no sabías fue que me enviabas a territorio enemigo. Ya les conté a alguna de mis nietas que 9 de julio y Chacabuco, donde estaba esa confitería, era territorio enemigo; yo no te lo iba a decir. Fui tomando todas las precauciones y, a la vuelta, justo en la puerta del cine Acasusso, cruzó el hijo de una de las Petercastro. ¿Te acordás de ellas? «Sí, vivían enfrente del cine, al lado de la placita donde está ahora la entrada de la Municipalidad». Bueno, el pibe este me encaró y sin decirme nada me pegó una cachetada con todo; me salieron lágrimas de bronca y tuve que seguir por culpa de la torta; me acuerdo de que en la entrada del cine había un quiosco y la que atendía, empezó a retar al maricón. Pero el que se sentía maricón era yo, que empecé a caminar hacia la plaza; hubo un momento en que no pude más; fue como si me estallara el pecho de rabia y di media vuelta y corrí con la torta a cuestas, haciendo un precario equilibrio y lo alcancé antes que entrara a su casa. Ahí se armó, ¡nos dimos como en la guerra! Piña va, piña viene. A todo esto, la torta estaba en el piso pues antes de agarrarlo tomé el recaudo de dejarla a salvo.En eso, me pegó una escupida en la cara. Así eran ellos. Me nublé y lo quise ver muerto; como no tenía arma adecua57


da para cumplir con ese noble fin, me agaché, agarré la torta de frutilla y se la refregué en la cara. «¡Comé frutillas, pelotudo, que nunca más las vas ni a oler, pobre de mierda!», le grité sin meditar sobre la existencia del Inadi. Por otra parte, en esa época los pobres era pobres, los negros, negros y listo; no tantas vueltas como ahora. Más allá de que en lo que hace a nuestros enemigos, esos pobres pudieran tener más plata que nosotros; eso no tenía nada que ver. Eran unos pobres de mierda. —No son malas palabras, mamá, es lenguaje. —Bueno, lo cierto fue que logré que Petercastro, el hijo de la que informaba quien era peronista y quien no; se pusiera a llorar y corriera hasta su casa. Nunca más me molestó cuando nos cruzamos solos. Llegué a casa sin la torta y me comí un flor de reto; pero la alegría de haberlo recagado a ese, no me la quitó nadie.

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capítulo xii Ayer fue mi cumpleaños y ocurrió algo extraordinario: llegaron a saludarme mis hermanas y cuñadas con sus maridos; nuestras hijas y yernos y algunos amigos. No era nada importante y no fuimos muchos; unos pocos, los que cayeron para saludar, nada más. Mauricio estaba sentado con todos, pero no participaba en las conversaciones. En un momento dado, salió el tema de los pedófilos. De curas, profesores, etc… también abusadores que se aprovechaban de sus propios familiares. Y discutimos sobre si tal era, si será cierto, si es mentira. En fin, como siempre. Que pobres chicos, qué trauma y todas las opiniones que habitualmente decimos en ese tipo de conversaciones. ¡Son unos boludos!, se escuchó de improviso. Miramos sorprendidos. Mauricio había hablado. Recuerdo que una vez… —Eran las vacaciones de invierno del año en que el día que cumplí diez años me operaron de apendicitis. Acababa de dar los exámenes de mitad de año y me había ido mal, pues con el tiempo en que estuve en reposo, me olvidé de muchas cosas, por eso me equivoqué. Pero el Padre García, que era nuestro maestro de quinto año, me dio la oportunidad de rendir de nuevo. Me citó para un sábado. 59


En el colegio, siempre se corrió la bola de curas que se aprovechaban de los chicos, lo cierto que nunca se comprobó nada, al menos, hasta donde yo sé. Pero del Padre García se corrían versiones. Por eso fui con miedo y pensando en estrategias de escape. No pasó nada, di los exámenes, los entregué en la Consejería y me fui. El Padre García no era un pedófilo. El pedófilo era otro y estaba bien cerca. Un día de vacaciones de invierno, estaba en la vereda, como siempre, y vi subir por la barranca de Brown, a Yens Riedel, que venía del tren del Bajo y vivía con sus padres y hermana a dos casas de la nuestra. Eran tres casas trillizas. —Que hacés solo? —Nada —conteste. —Vení que te muestro una caña de pescar con un riel nuevo que está fenómeno. Inocentemente, fui con Yens y en la casa no había nadie. Subimos al cuarto y allí sacó el pito; apenas vi eso, le metí una patada en ese lugar, que le hizo pegar un grito; a mí me tironeó la herida de la operación de apendicitis, pero pegué el raje bajando las escaleras de dos escalones en dos o en tres. Yens gritaba: ¡No les cuentes a tus padres! Nada más fácil que frenar a un degenerado, estos pibes son unos boludos. Luego de esa perorata, volvió al silencio. 60


capítulo xiii Mauricio se fue de Tribunales sin tener plata para pagar el colegio de las chicas el mes siguiente; hasta en eso mostró su decisión impulsiva y poco analizada. Por suerte, de inmediato lo invitaron a incorporarse al Estudio Oyaharte, pero sin ingresos fijos y a porcentaje del resultado de los juicios en los que participara. El primer año fue muy duro; sin plata, extrañando el ambiente del Juzgado, pero le sirvió de gran experiencia. Siempre dijo que nunca conoció a un abogado del nivel intelectual y la capacidad de Julio Oyhanarte. No solo le tuvo admiración, sino también un profundo cariño. Años después tuvo una seria desinteligencia con su hijo Martín, que luego contaré; eso sí, si me dan ganas de seguir pensando en el pasado profesional de Mauricio. Creo que lo haré, pues los hechos ocurridos con posterioridad, se fueron encadenando de tal manera que cada uno tuvo influencia en los otros. Con el tiempo, comenzó a cobrar algunos honorarios, y hubo casos realmente importantes por los que cobró unos buenos pesos. Todo parecía encarrilado para un futuro promisorio. Pero Mauricio es un tipo particular; jamás iba a ir a un lugar donde no le inviten. Era costumbre que, luego de la jornada, fueran al departamen61


to de Oyhanarte a charlar, ya sea de juicios o de cualquier tema en particular. Mauricio decía que con Julio se podía hablar tanto de derecho como de pintura, fútbol o cualquier cosa, total, sabía de todo. Pero jamás fue si no se lo decían expresamente. A la salida, si Martín no le decía «vamos a lo del viejo», él no iba y se volvía a casa. Los demás iban directamente, como era lo natural, pero Mauricio siempre fue así. Recuerdo el día que se jugó la semifinal de la Copa Mundial de Futbol, Italia 90; jugaban Argentina contra Italia; todos fueron a verlo a lo de Oyhanarte y Mauricio, como no le dijeron, lo vio solo en un bar de la esquina del Estudio. La cuestión fue que Mauricio siempre siguió extrañando su Juzgado. Estaba agradecido a los Oyhanarte, pero se daba cuenta de que lo suyo estaba en Tribunales. Siguió la cosa así hasta que Oyhanarte fue a la Corte y, por las medidas del Gobierno, se paralizaron los juicios. A Mauricio se le acabaron las reservas y le comenzaron los problemas. Como nunca había tenido espíritu de abogado; estaba sin plata y casi sin clientela. Esto que contaré lo pinta de cuerpo entero, eso creo yo. El Gobierno sacó una ley que se denominó vulgarmente de «Ahorro Forzoso»; la gente estaba indignada y muchos querían hacer amparos. Aclaro que Mauricio de amparos sabe más 62


que cualquiera. En esos momentos, era Secretario del Náutico y el Presidente, Tuti Isla Casares, que era contador, le mandó diecisiete; sí, diecisiete clientes que a toda costa querían interponer amparos. Mauricio había estudiado el caso y estaba convencido de que todos esos amparos serían rechazados, pues pensaba que en esos momentos no estaba acreditado el daño o la lesión arbitraria. Aclaro que digo esto con la solvencia que me da haber pasado sentencias de Mauricio por más de diez años. Bueno, lo cierto es que Mauricio cobraba en ese entonces, mil dólares por amparo, más allá del resultado. Serían diecisiete mil dólares, que vendrían más que bien. Los abogados tienden a decir lo que los clientes quieren escuchar, de modo que estas personas, estaban dispuestas a oír que Mauricio diría que la ley era inconstitucional, que era arbitraria, etc Querían iniciar los amparos. Mauricio no quiso tomarlos y les explicó las razones por las cuales estaba convencido del fracaso de cualquier demanda en ese sentido. Los fallidos clientes se fueron un poco desilusionados con Mauricio y recurrieron a otro abogado; perdieron los juicios y ese abogado se ganó sus buenos honorarios, que seguramente era lo que le interesaba o no entendía mucho del tema. Mauricio siempre dijo que él no tomaba ningún caso en que creyera que el 63


cliente no tenía razón. Es fácil perder un juicio y después echarle la culpa al Juez. Pero dejo esto para pensar en otra cosa y atender a las chiquitas que acaban de llegar. Recuerdo que una vez… —Una tarde estábamos en lo de Olivera, y Tito nos dijo a Ernesto, Fernán y a mí, que nos subiéramos al techo para quitar unas piedras. Era de losa con una capa asfáltica para preservar la casa de lluvia y humedad. Nos trepamos y comenzó nuestra tarea; estaba lleno de piedras; no sé cómo llegaron allí. Las agarrábamos y las tiramos al terreno de al lado, apuntando a una tipa que muchos años después y cuando se construyó sobre ese lote, la quitaron. Lo cierto fue que pronto concluimos nuestra labor, pero con nuestro espíritu emprendedor, seguimos trabajando. Descubrimos que la capa asfáltica tenía, en algunos lugares, unos globos; ver eso y comenzar a pincharlos. Era tan divertido, que no solo pinchamos los globos con las palas, sino que se nos ocurrió completar la tarea a fondo; quitamos toda la capa del techo. Lo dejamos bien peladito. Ni una mota de asfalto quedó sobre su superficie. Contentos con la labor cumplida, bajamos. No recuerdo que Tito nos haya pagado por esa tarea, pero aquí la memoria me falla. Puede que sí, puede que no; vaya uno a saber. Pasaron los 64


días hasta que llovió; en todo lo de Olivera el agua caía como si no tuviera techo; agua por todos lados; se escurría por las paredes, ingresaba en los armarios, arruinaba los sillones, los colchones de las camas; todo, todo mojado. Por suerte en esos momentos yo estaba en casa, bien sequito. Pero al rato llegó Ernesto y me contó lo ocurrido. Por más de una semana, no aparecí por lo de Olivera; cuando, casi agazapado me animé a volver, solamente recibí una torva mirada.

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capítulo xiv Después de la debacle, que tal vez otro día contaré, decidimos festejarle a Mauricio su cumpleaños; un poco para levantarle el ánimo… estaba muy golpeado. Invitamos a sus hermanos y a los míos, con sus respectivas parejas; también estaban nuestras hijas con sus maridos; no recuerdo que Remedios haya podido venir de Trelew. Pero, en fin, fue el cumpleaños más concurrido que tuvo Mauricio. En un momento y aparte, le conté a Davi lo que le había pasado a Mauricio hace ya mucho tiempo, pero que, como todo lo demás, está concatenado de tal manera que, uniendo un especie de rompecabezas, se pueda conocer en gran medida el desastre que ocurriera después. Aquel día de agosto de 1994 amaneció esplendoroso. Esas mañanas de invierno, donde el sol reina en un cielo sin nubes y toda la naturaleza parece gritar: «¡Vamos, todavía!», son las que permiten decir que tenemos un clima maravilloso. Mauricio es una persona que, por su manera de ser, se levanta siempre de buen humor; le molestan las personas que por la mañana son hoscas y recién se componen luego de pasadas unas horas. La conjunción de lo maravilloso del día y su natural talante hicieron que fuera a trabajar contento como un pajarito que encontró alpiste fuera de una trampera. 66


Siempre fue al trabajo de buen humor. La vida le dio el regalo por el cual comprendió que la labor del día a día es un privilegio que hay que disfrutar. Aquel día de agosto de 1994 también amaneció esplendoroso porque la tarde anterior habían acreditado en nuestra cuenta del Ente para el cual trabajaba como Coordinador General, un crédito que provenía del Banco Interamericano de Desarrollo, de varios millones de dólares, lo cual les daría una fluidez económica que aparentemente les hacía mucha falta, ya que su presupuesto dependía de la buena voluntad del funcionario de turno de la Secretaría de Obras Públicas. Si hubiera sabido silbar, sin duda una melodía habría acompañado su viaje a su despacho. Sin silbar, fue contento respirando el aire fresco del invierno. Era también el día en que se juraba la Constitución reformada de 1994. —¡Hola, buen día! ¿Cómo andan? —Hola, doctor, ¡qué mañanita! —Tengo un cliente francés —contestó— que es todo un personaje; peleó en Indochina; estuvo detrás de las líneas japonesas en Sumatra y ahora tiene una empresa que suministra insumos a empresas petroleras. Un día le pregunté sobre las razones por las que había elegido a la Argentina y me tomó del brazo y nos acercamos a un ventanal que daba al río. «Mirá ese sol —me dijo—, 67


no hay otro igual en invierno; por eso elegí vivir aquí». ¿Les gustó la historia? Bueno, según parece, con este sol y con ganas de ir a la orilla del río a pescar mojarritas, tenemos que ponernos a laburar; de modo que, Pepa, traeme un café, por favor. Estas palabras las reproduje pues recuerdo perfectamente todo lo ocurrido ese día. Mauricio me las citó textualmente. El Ente tenía por cometido el estudio de la posibilidad de construir una gran obra y, para tal fin, en su momento se había llamado a concurso para que se realice un estudio de factibilidad. Esos trámites burocráticos ya estaban cumplidos y el trabajo de la consultora que resultara adjudicataria se encontraba en manos de Mauricio. Se puso a analizar algunas cuestiones. —Doctor, le traigo unos contratos que mandó el presidente para que los firme. Se sobresaltó, pues estaba concentrado en el estudio del trabajo de la consultora, pero repuesto, levantó vista y miró a quién había irrumpido en su despacho sin pedir permiso. —¿Qué contratos trae, Bonato? Nunca hasta ahora hablamos de ninguno. —Doc, son contratos que necesitamos, según me dijo el presidente. Se puso a revisar uno por uno; con sorpresa advirtió que cada contrato que se iba a realizar con distintas empresas correspondía a trabajos 68


que ya estaba estudiando la empresa consultora. Miró hacia la ventana y observó que el sol no brillaba como antes. —Mire Bonato, estos contratos son por montos millonarios y no los necesitamos por ahora, ya que sería contratar dos veces para estudiar el mismo tema. En todo caso, si el trabajo de la consultora amerita una ampliación, recién allí podríamos hacer algún contrato. Por otra parte, no trae el registro de contratistas del Estado. Miró nuevamente los montos, y calculó que correspondían exactamente a la cantidad de dólares del préstamo que acababan de acordar. —Lléveselos, Bonato. Este, sigiloso, se acercó con gesto cómplice y con los ojos llenos de picardía, le dijo —Doc, no sea boludo. Hay dos palos verdes para usted. —Bonato, no soy boludo. Raje más rápido que volando. —He, Doc, no se lo tome así, no es para tanto; piénselo. Quedó solo; con bronca, con mucha bronca; al mirar por la ventana le dio la sensación de que del este venía una bruma. Trató de concentrarse en el trabajo y sonó el teléfono interno. —¡Hola, Obarrio, ¿en qué andás? Venite a mi despacho a ver la jura de la Constitución! Era el presidente. Mauricio subió un piso y 69


entró al despacho; allí estaba el presidente con el secretario de Obras Públicas; hablaron de pavadas, tomaron un café y se pusieron a ver por TV la jura de la Constitución. Luego de un rato, Mauricio volvió a su despacho. Sobre su escritorio estaba apoyado un papel de oficio. Como no lo había dejado, lo tomó y leyó. Era la comunicación del cese de sus actividades firmado por el presidente, junto con ella, se encontraba una liquidación de haberes. Tiró todo al canasto de papeles y se fue. Salió a la calle y quedó esperando un taxi; no estaba con ánimo de tomar el tren. Sintió que un viento frío le penetraba las entrañas, pero las hojas caídas en

el suelo no se movían. Al llegar a casa, se dejó caer en un sillón y lo miré y exclamé: «¡Que cara! ¿Qué pasó?». —¿Qué pasó? Pasó que hoy es un día de mierda, me echaron del laburo. Lo dejé a Davi y me fui al jardincito que teníamos en el fondo de esa casa que acabábamos de alquilar. Quedé pensando un rato y volví con los invitados.

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capítulo xv Una vez que se fueron todos los invitados del cumpleaños de Mauricio, este se fue a la cama y se quedó dormido. A mí que quedaron dando vuelta los recuerdos, sobre todo, los que nacen del tiempo en que transcurrieron los hechos que le contara a Davi. No pude dormir y me puse a pensar. Lo primero que salió de la caja sucesos guardados fue el robo de cuatro cheques que estaban el el dni de Mauricio. Este se había roto la mano derecha y la tenía enyesada; por esto y por si surgía algún imprevisto, le firmé cuatro cheques en blanco y Mauricio los puso en su documento. Como siempre, fue distraído, se olvidó de su existencia. Mauricio tenía por costumbre, no bien llegaba a su despacho, dejaba el saco en el perchero; lo hacía todos los días. Cierta vez, tenía que viajar a Montevideo y en el Ente y con el coche en la puerta para ir a Aeroparque, advirtió que no tenía su dni; pudo viajar con el pasaporte, pero nunca pensó en los cuatro cheques. Hizo la denuncia y pasaron los días hasta que una mañana, al llegar a su despacho, ve sobre su escritorio al documento robado. En un principio creyó que alguien le había hecho una broma de mal gusto, por lo que reunió al personal y les hizo saber lo ocurrido. Nadie contestó nada. 71


Olvidó el asunto, hasta que una mañana llamaron a casa del Banco Galicia por un descubierto de diez mil pesos. Fuimos y allí comprobamos que eran cuatro cheques por dos mil quinientos pesos cada uno, firmados por mí. Recién ahí, Mauricio recordó los cheques dejados en su documento. Hizo la denuncia pero también tuvo que cancelar esa obligación, para lo cual, tuvo que pedir un préstamo en el mismo Banco. Años más tarde, se condenó por ese robo a la secretaria del Ente, pero creo que no fue ni un día presa. Retomando las ideas, justo un mes después de ese robo, Mauricio quedó sin trabajo por las razones que le conté a Davi. Quedó sin trabajo y con esa deuda que no tenía como cancelar. Lo hicimos mediante una hipoteca de nuestra casa de Chapadmalal. De allí en más, perdí la pista de la ruta de la falta de dinero hasta que explotó la bomba atómica sobre nuestras cabezas; eso es otra historia. Días después de ese cumpleaños, vinieron las chicas. Recuerdo que una vez… —Era enero, ese año cumpliría catorce años y ya tenía pantalones largos. Me sentía grande. Otro Ernesto, Ernesto Noceti, que hace cincuenta años que se fue a Colombia, me invitó a pasar las vacaciones en Achiras, Córdoba. Tenían una vieja casa en la calle principal, la cual tenía dos entradas: una para las personas y otra 72


para los caballos. Si, en una casa de la calle principal había caballos; estos eran guardados en el fondo, que llegaba hasta la calle de atrás, es decir, que la casa tenía cien metros de largo. El tema de los caballos no es el motivo de esta historia aunque los usábamos todos los días para ir a los distintos lados que el lugar invitaba; el río; la cascada, cabalgatas a cualquier parte. En esta anécdota, tiene relevancia fundamental el río con su balneario y su embalse. El río del lugar, cuyo nombre nunca pregunté, estaba y presumo que seguirá en el mismo lugar, pues no veo un motivo para andar corriendo ríos de un lado al otro, estaba, como dije, a un quilómetro, más o menos, del pueblo. Tenía un balneario, y se había formado un espejo de agua bastante considerable, pues habían construido un embalse que contenía el agua proveniente de las sierras altas y solo permitía que una pequeña parte de ella continuara corriendo hacia las tierras bajas. Por eso, de la pared del dique, caían pequeñas cascaditas que formaban un serpenteante arroyo, cuya profundidad no pasaba de nuestras rodillas. Sin embargo, a nosotros nos divertía más ese arroyo que el río, ya que tenía diversos obstáculos que nos entretenían mucho; cascaditas, pozos un poco más profundos, a los cuales nos arrojábamos desde la orilla, que siempre estaba a mas de dos o tres metros de altura. 73


El arroyo estaba protegido por unas paredes altas. Era como si en la tierra se hubiere hecho un gran tajo y en el fondo, en la herida abierta, corriera agua en lugar de sangre. Hasta que un día esta última casi corrió trágicamente. Llovió mucho en las altas cumbres; llovió toda la noche. A la mañana siguiente, con un sol que resplandecía, fuimos al balneario. Con sorpresa notamos que ese río familiar, había cambiado su tamaño; era el doble de ancho, y el arroyó quedó transformado en un torrente de agua turbulenta. Nada mejor, pensamos. Comenzó la expedición; ese arroyito familiar era ese día, algo desconocido que era necesario reconocer. Fuimos varios; Ernesto Noceti, su hermano Pedro, un amigo de este y de mi hermano Davi, y una señora, para mí mayor, pero que pienso que no tendría más de veinticinco años; esa noche llegaba su marido de Buenos Aires. La fuerza del agua nos arrastraba fuerte durante varios metros, hasta que alguna curva la frenara momentáneamente. Era la mar de divertido, hasta que llegamos a una especie de piletón de agua profunda, con paredes que eran más bajas que lo habitual dado que el nivel del agua había crecido y, en el fondo, al final, esta pileta se angostaba y culminaba en una gran roca, que a sus costados dejaba caer al agua en fuertes cascadas. 74


Decidimos correr una carrera de natación hasta la roca; Ernesto y yo llegamos primero y subimos a ella, luego venía esta señora, que al intentar subir fue chupada por el agua. Atiné a agarrarla de la mano, que en ese momento era lo único visible y ya con ayuda de Ernesto, comenzamos a tirar hasta que emergió la cabeza. «No me suelten, por favor, que tengo una bebita», nos decía balbuceando, hasta que su cabeza volvía a sumergirse. En un momento, conseguí agarrarla de la axila y a partir de entonces, la cabeza no se le hundió más. Pero, claro, para eso, con Ernesto necesitamos meternos un poco en el torrente. Me acuerdo de que el agua que chupaba una pierna, y por hacer tanta fuerza en esa lucha, se me acalambró el pie. Estábamos muy cansados y en algunos momentos parecía que iríamos a ganar y en otro la cosa se daba vuelta. Los restantes expedicionarios, al ver en su comienzo lo que estaba ocurriendo, treparon por las paredes del piletón, y se fueron acercando. A partir de entonces todo se hizo más fácil, pues ya entre todos pudimos sacarla. Luego nos enteramos de que la gran roca no estaba apoyada en el lecho del arroyo, sino que estaba engarzada en las paredes laterales y bajo ella corría el agua; esta producía esa corriente interna que si uno no estaba en una línea de flotación a ras de la superficie, quedaría atrapado y chupado por aquella: 75


esto fue lo que le ocurrió a esta señora, la cual si hubiera llegado primera a la roca, como nadaba con las piernas bajo la línea de flotación, la succión de la corriente la habría atrapado y hecho desaparecer en ese fondo de agua y piedras. Como sería de fuerte la corriente y cual nuestra sorpresa, que cuando sacamos a esta mujer del agua, había perdido su traje de baño, tironeado por la fuerza de las aguas. Fue la primera vez que vi a una mujer desnuda, pero hubiera preferido tener ese privilegio en otro tipo de oportunidad. No, Juani, esto último fue un chiste.

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capítulo xvi Me he quedado pensando y me doy cuenta de que recordar los momentos amargos y ver que se pueden superar me reconforta. No lucharé contra ellos y cuando se crucen en mi mente dejaré que fluyan. No escaparé y, como dije antes, tomaré nota de todo. Esto me pasa ahora que estoy sola, digo sola por más que este Mauricio, pues es como si no estuviera. Cuando quedó sin trabajo, siempre supusimos que esta situación sería transitoria, dados los antecedentes de Mauricio; no supusimos que estos le jugarían en contra. En ese primer tiempo, Oyhanarte ya había renunciado a la Corte y a Mauricio lo llamaban para algunos asuntos puntuales, pero por los tiempos que corrían, el trabajo era mínimo y hay que reconocer que Mauricio podía hacer una buena demanda; ganar un juicio, pero lo que nunca supo es tener un cliente; nunca tuvo uno propio. Y cuando los tuvo los desaprovechó, como contaré más adelante. Una mañana, lo llamó un abogado que había conocido en el Estudio Oyhanarte, y le hizo una propuesta por demás ilícita, con la cual, de aceptar solucionaría su más que angustiante situación laboral. Por supuesto que la desechó, y lo que las lo indignó fue que el proponente lo tentara, sabiendo de su precaria situación económica. 77


Fue al Estudio para prevenir a Oyhanarte sobre este sujeto, pero allí ya sabían que no era una persona confiable. Pasó el tiempo, tal vez un año, y ya fallecido Julio, se le presentó nuevamente este sujeto, reiterando el ofrecimiento, que en realidad consistía en llevar juicios contra el Estado, teniendo asegurado el triunfo, por supuesta connivencia con algunos jueces. En esa ocasión, dijo barbaridades de Julio Oyhanarte, de quien siempre se había dicho admirador. A Mauricio le dio tanta bronca que habló con un Juez de la Cámara Federal, amigo suyo y antiguo colega, quien le aconsejó que hiciera la denuncia, pues estaba comprometido el Poder Judicial y de ser cierto lo afirmado por el instigador, la cosa era demasiado grave como para dejarla pasar. Mauricio siempre tuvo un poco de remordimientos por no haber hecho la denuncia el año anterior. Lo cierto, fue que, habiendo sido comprometido el buen nombre de Oyhanarte, lo cual Mauricio no iba a tolerar, hizo la denuncia y se armó un lío tremendo que le costó, más allá de dolores de cabeza, querellas por parte del poder de turno; a una declaración en un Juzgado Federal, fueron a presionarlo dos de los abogados personales del Presidente Menen; hasta allí llegó la cosa. Pero Mauricio cometió uno de sus tantos errores personales. No le dijo a Martín, lo que el delincuente le había dicho de Julio; pensó que, 78


conociendo a este último, sería capaz de cualquier cosa. Ese silencio le costó la enemistad de Martín y toda su familia; incluso la de sus primos Olivera. En una comida en la que se reunían los amigos, Ernesto no le hablaba a Mauricio y Eduardo Oderigo, amigo íntimo de ambos, le dijo a Ernesto:“Ojo, no escuchés una sola campana; hablá con Mauricio». Cosa que no hizo, pero de todos modos, este jamás le hubiera contado nada. Solo se lo contó a Martín este año en Chapadmalal, a raíz de una conversación que tuvieron en la playa, con motivo de una diferencia de intereses en la cual se pusieron de acuerdo, con solo charlar. Lo cierto es que las cosas pintaban mal, muy mal y, para colmo, las pocas cosas que podría tener por el Estudio Oyhanarte se cortaron. Quedó en cero. A favor de Mauricio, puedo afirmar que durante el tiempo en que estuvo sin trabajo, no hubo un solo día en que no fuera a Buenos Aires, de traje y corbata en busca de trabajo; rebotaba y rebotaba, pero persistía. Creo que eso es un tanto a su favor. Estos días últimos, estuvimos solos y Mauricio calla; sé que extraña a los nietos, pero el sábado Josefina me pidió si podía dejar a las chicas. Llegó el sábado. Recuerdo que una vez… 79


—Ya les conté la vez que me dejaron en penitencia y tuve que volver solo de noche cruzando la avenida Centenario y también la vía. Bien, eso lo hacía a menudo pero de día. No siempre quedaba en penitencia. Una tarde, estaba en primero superior y ya sabía leer, volvía del colegio leyendo El Rayo Rojo, una revista que era buenísima. Estaban dos cuentos; el primero, el de Colt el Justiciero; en realidad, le decían el Justiciero porque arreglaba todas las maldades de los delincuentes de Oeste, pero su apellido era Miller. Es decir, Colt Miller; era buenísimo, y el otro cuento era al de Jim Toro, que pasaba en China, y junto al griego Bourianakis, arreglaron el Imperio. Pues bien, iba leyendo esa revista; les aclaro que leer por la calle es una costumbre que nunca perdí. Miro adelante, si veo que las veredas no están rotas, sigo leyendo un poco más y vuelvo a mirar, y así sucesivamente. Ese día, y en plena acción de Colt el Justiciero, que tenía un caballo que no puedo acordarme su nombre, llego a la vía. Paro pues cruzaba un tren que iba de Retiro a Tigre y no bien pasó, intenté cruzar; recuerdo que enfrente de mí, es decir, esperando el paso del tren pero del otro lado de la vía, estaba esperando un señor con un impermeable de esos cruzados con cinturón, como ese que tenía yo hasta hacer poco, que me había 80


traído Floppy de España. No bien comencé a cruzar, veo que este hombre pega una corrida a través de la vía y de un salto me agarra y me tira para atrás. No fue tocar el suelo, que pasó como un bólido el tren que iba de Tigre a Retiro y que el anterior lo tapaba. Sé que del susto ni le di las gracias a ese señor anónimo a quien le debo la vida, sin cuya ayuda ustedes no estarían vivas, salvo que algún ADN diga lo contrario.

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capítulo xvii Estoy sentada en el sillón del living haciendo rosarios para los enfermos y, como ya dije, no me resisto más a los recuerdos y los dejo venir… me hacen bien; es como una sanación o la descarga de un peso que una lleva encima. Mauricio no me decía nada, pero yo sabía de memoria que tenía problemas de plata. Yo le preguntaba y no respondía o me daba una explicación que yo no me tragaba. Así, durante muchísimo tiempo; años. Mucho después, cuando estallara todo, supe que cuando le robaron los cheques y se quedó sin trabajo, se conectó con un tipo que había conocido en el Ente, que era de terror y para Mauricio fue como su Némesis; lo destruyó. Me pregunto cómo Mauricio se dejó llevar por ese tipo y no lo entiendo; creo que ahora él ahora tampoco… Sé que le pidió una plata; cinco mil pesos, por los que dio un cheque por una cantidad mayor; siempre pensando en que pronto conseguiría trabajo; venció la fecha y no pudo cubrir tales cheques, por lo que dio otro por una suma aún más abultada; siempre aconsejado por ese personaje que se llama Raúl Bonomi. Eso formó una bola de nieve gigantesca que lo hizo sacar una hipoteca sobre un dúplex que 82


teníamos en la calle Acasusso y sobre la casa de Chapadmalal. Siguió pasando el tiempo y Mauricio no reaccionaba. No sé si no pudo o no se animó a contarnos o a confiarse a sus hermanos y amigos; lo cierto es que no lo hizo, y se fue hundiendo cada vez más. Hizo las cosas tan pero tan mal que vendió el dúplex por ochenta mil dólares y la deuda era de cien mil dólares; había pagado doce mil, de modo que, en capital, solo debía ocho mil dólares con intereses de un año. No era tanto, pero fue como si Bonomi le chupara su voluntad. Le hizo firmar un convenio con una de las acreedoras a quien solamente le debía el diez por ciento de la deuda que quedaba, es decir, dos mil dólares más los intereses. Bueno, por ese convenio Mauricio tuvo que pagar cincuenta mil dólares. Otro tanto le ocurrió con un pedido de este Bonomi para que le salga de garante de un alquiler de un departamento en Puerto Madero; no pagó nunca y Mauricio fue ejecutado como garante; el mismo Bonomi; es de no creer, le llevó a una escribanía, donde firmó una deuda de treinta mil dólares, que fueron a parar, una parte a Bonomi, que fue retenida por el propietario del departamento que Mauricio era garante, y la otra parte, se la llevó el novio de la inversora, en concepto de «comisión». 83


Es para llorar a los gritos. Esto le salió la suma de cuarenta y cinco mil dólares, que pagó una parte al contado y, el resto, cuotas de mil dólares mensuales por dos años. A todo esto, la cosa había explotado, y esos arreglos los hicieron los chicos. Pero la cosa no para allí, pero lo pensaré más tarde; para hoy es mucho. Y Mauricio sigue solo y callado; esperando en quien confiar sus recuerdos. Como hace días que no viene nadie, no tiene a quien contar nada. A mí no me los dice. Para ver cómo reaccionaba, le comenté, pensando en que la respuesta sería el silencio. Le propuse que cuando quisiera contar algún recuerdo, por más que no estuvieran sus nietos, podría utilizar la grabadora. Resultó: Recuerdo que una vez… —Ya era grande; era la época en que estaba por volver Perón y la Juventud Peronista estaba haciendo manifestaciones y desmanes por todos lados. Eran unos jóvenes estúpidos a los que les hubiera gustado ser Montoneros, pero no les daba el cuero. Pero eran peligrosos. Una tarde, en esa época el horario de Tribunales era en invierno, de 11.30 a 18.00, tomé el tren para San Isidro y, en Retiro, se subió una horda de Juventud Peronista, que se pasó todo el viaje a los cantos hirientes, agresivos y desafiantes. Yo, en silencio. Al llegar a destino, me bajo 84


contento con dejar a un lado a esa turba, pero con tan mala suerte que estos bajaron conmigo. Yo estaba de traje, lo cual para ellos debía ser algo así como un pecado y, en el andén, comenzaron a saltar y a gritar… poco a poco y, sin que me diera cuenta, me fueron rodeando. De pronto, me di cuenta de que me habían hecho un cerco y comenzaron a cantar: «El que no salta es un gorilón», y lo repetían cada vez más fuerte y con más agresividad. El cerco se fue acortando y no había más de un metro entre estos energúmenos y yo. Pero antes de hacerles caso prefería que me hicieran pelota; ni de casualidad me iba rebajar a saltar; no sé cuánto duró, supongo que pocos minutos, pero cuando esperaba recibir los primeros golpes, patadas y escupidas; no sé por qué, el cerco se fue abriendo y la Juventud maravillosa se fue para el lado de la calle Centenario. Quedé solo en el andén, pálido como un muerto… pero más contento que perro con dos colas.

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capítulo xviii Desgravé y digitalicé lo que Maurició había estado grabando. Me hizo recordar los tiempos del Juzgado, cuando llegaba de Tribunales, me daba el grabador y él se tiraba media hora en la cama. Luego, corregía el texto desgravado y yo lo pasaba en limpio; así, al día siguiente, llegaba al Juzgado con una sentencia, a veces dos, ya listas para ser cosidas a su expediente. Ya viene el final de mis recuerdos. Viene lo peor. Conté que ese Bonomi lo había llevado a una Escribanía; pues bien, tiempo después, salió en La Nación un edicto donde se comunicaba que se iba a rematar nuestra casa de Libertador. ¿Qué era? Mauricio creyó que era algo simple, algún error o un resto de una deuda impaga que desconocía. Fue a ver el expediente, era una mañana temprano. Pasó el tiempo y no llegaba, lo llamamos por celular y estaba en una confitería en el Centro donde se había pasado toda la tarde; nos pareció como que ocurría algo raro y Hernán, su hermano menor, junto con Gauau Cortelezzi, el marido de Aki, en ese entonces su novio, fueron a buscarlo; estaba obnubilado. Se ejecutaba la casa por una deuda de cien mil dólares de una hipoteca impaga que él no había firmado. 86


Con un amigo de Mauricio, Andrés Galíndez, fueron los chicos a ver el expediente, y figuraba un domicilio desconocido donde se habían efectuado todas las diligencias. Esa hipoteca estaba certificada por el escribano al que había, unos años antes, concurrido con Bonomi, para firmar esos documentos que conté anteriormente. Hubo que pagar. Se pidió plata y entre todos saldamos la deuda y salvamos la casa. Provisoriamente. Dio mucha bronca que al pagar la deuda indebida, al cerrar la operación, resultó que el supuesto acreedor hipotecario era un hombre que cuidaba autos en una playa de estacionamiento aledaña a la escribanía. No diré quien fue el escibano, pues sé el apellido y no lo debo decir. No recuerdo su nombre de pila y hay otros escribanos con ese mismo apellido que podrían verse aludidos y no tienen nada que ver. Lo cierto es que se hizo la denuncia penal y Mauricio, cuando habló con los jueces del Tribunal Oral que entendieron en el caso, le dijeron que este mismo escribano ya tenía cuatro denuncias por casos semejantes. Tiempo después fue condenado a prisión por otra estafa cometida en la Inspección General de Justicia o algo así. Una estafa es mucho, pero dos es mucho peor. Quiere decir que algo anda muy mal en el estafado; es como si fuera por la calle diciendo «Soy 87


un idiota, a ver, quien quiere estafarme». Bueno, Mauricio fue estafado por segunda vez. El colmo. Cuando sacamos la hipoteca para cancelar la falsa, pagamos los intereses mes a mes, pero cuando se venciera el año, había que renovarla, pues recién podríamos cancelar la obligación cuando yo recibiera una plata proveniente de la venta del campo de mamá. Eso ocurriría uno o dos años más tarde. Aquí intervino la mala suerte; al vencimiento del año, los acreedores hipotecarios, que en un primer momento dijeron que no tendrían inconveniente en ir renovándola, comunicaron que no lo harían pues las condiciones económicas ocurridas en 2009, hacían temer una nueva operación, no tuvieron confianza en invertir por el desastre ocurrido en EE. UU. con las hipotecas. Mauricio estuvo gestionando una nueva hipoteca igual que la anterior sin éxito, hasta que se comunicó con Miguel Ángel Fernández, padre de su última secretaria, Carolina, con quien mantenía una larga y fluida relación. Este había sido el que le consiguiera la primera hipoteca. La cuestión se tornó difícil pues no se conseguían inversores y ya estábamos en mora. Fernández lo llamó a Mauricio para decirle que había encontrado un inversor de Azul, amigo suyo y de su máxima confianza; Pablo Valicenti. Lo voy a reiterar y con mayúsculas PABLO VALICENTI. 88


Mauricio habló con los inversores para hacer la cancelación y, pocos días antes, Fernández le hizo saber que Valicenti le prestaba el dinero, pero no con una hipoteca, sino con un préstamo simulado en una compra, con una cláusula donde a los dos años, él la debía vender al precio de venta con sus intereses. Ese precio de venta eran los cien mil dólares; sumados los intereses, daría según la tasa aplicable —que no se especificó— unos ciento treinta mil dólares. Llegó el día, fueron al Banco Francés y allí Valicenti le dio el dinero y se hizo la escritura de levantamiento de la hipoteca; luego concurrieron a la escribanía de la escribana Busto para hacer la escritura de venta con la cláusula, que se llama de retroventa y, al leer su texto, Mauricio advierte que esa cláusula no estaba. «No, esa cláusula no la pongo», dijo la escribana, «pues trae muchas complicaciones». Dice Mauricio que se quedó duro, pero tanto Fernández, como la escribana y el propio Valicenti, le dieron las «máximas seguridades» de que el pacto se respetaría. Dos años después y luego de que pasaran los hechos que ahora relataré, Mauricio nos dijo que era consciente de que podía no firmar y si te he visto no me acuerdo, puesto había recibido el dinero y pagado la hipoteca, sin firmar aun nada, pero precisamente, por haber ocurrido eso, 89


se sintió atado de pies y manos, ya que si no firmaba, se sentiría como un chorro. Firmó. A los dos años, cuando se citaron para la cancelación, encuentro que tuvo lugar en la escribanía de Davi, Valicenti, muy suelto de cuerpo dijo que vendía a trescientos mil dólares y que de allí no se bajaba. Hubo otras reuniones y nuevos intercambios telefónicos, pero la cosa siguió así. Perdimos la casa. Nos fuimos, le mandamos una carta documento que daba cuenta de que tenía a su disposición las llaves y la casa quedaba desocupada. ¡Dios mío! A alquilar una casita por un tiempo hasta que pude comprar este departamento, donde actualmente vivimos. La pregunta del millón fue cómo explicar la conducta de Mauricio. ¿Tuvo que mantener dos familias? ¿Perdió la plata en el juego? Fueron todas preguntas que se hicieron. Luego de casi un año de estar aquí, Mauricio fue a una psicóloga. Antes había concurrido a un psiquiatra, que le dio pastillas para la depresión que tuvo que dejarlas porque le caían mal y no tuvo respuesta a su pregunta y a nuestra pregunta. ¿Cómo es posible que una persona que fue Juez y trabajó bien en ese cargo, y que en la profesión, los casos que llevó los manejara con solvencia; que para terceros hiciera bien las cosas y para lo suyo cometiera semejantes zafarranchos? 90


Eso le dijeron en el Tribunal Oral, cuando desestimaran la denuncia por estafa que le siguiera a Pablo Valicenti; un Juez no podía cometer semejantes torpezas. Mauricio contestó que los jueces también tenían derecho a cometer estupideces, que eso se veía a diario; pero se desestimó la denuncia sin dar siquiera oportunidad de producir las pruebas que Mauricio ofreciera. Según su óptica constitucionalista, la sentencia denegatoria fue inconstitucional, pues se le privó de ejercer su derecho a la jurisdicción, que en castellano es simplemente el derecho de defensa. No sé el motivo por el cual los abogados y los jueces emplean ese lenguaje que nadie entiende. Bueno, volviendo; fue a ver a una psicóloga y parece que esta dio en la tecla; habrían concurrido dos factores primordiales; el primero fue que Mauricio inconscientemente se boicoteó, pues nunca se había perdonado el haberse ido del Juzgado, que era su vida; y lo segundo, una falla en su carácter que consistiría en que no sabe protegerse a sí mismo. Según esta psicóloga, esto último lo puede solucionar, conociendo primero el problema, pero como rasgo alentador, dice que tiene en su carácter, elementos muy fuertes que le permitirían vencer esa falla. Lo cierto es que volvió muy contento pero con una bronca bárbara consigo mismo, no ya por los errores cometidos, sino porque tiene mu91


cho orgullo y le da rabia esa debilidad. No se da cuenta de que, en el conjunto, esa debilidad no nos importa mucho; lo grave es el vendaval que provocó y que arrasó con todo; no, con todo no, pues seguimos viviendo y dispuestos a empezar nuevamente. Pero en realidad y, para poner las cosas en su justo quicio, pienso lo siguiente: Es cierto que luego de todo lo ocurrido, Mauricio recibió infinidad de críticas, pero en realidad me hago esta pregunta: ¿quién tiene autoridad para juzgarlo? ¿Quién que se ha burlado tiene derecho a hacerlo? Mauricio responde solo ante su conciencia y ante Dios; la opinión de los demás corre por cuenta de quien la emite. Pienso yo. Hoy llegaron las chicas. ¡Chiquitas, hoy no hay anécdotas; ya se acabaron! Salgo. Nos miramos con asombro, pues ya hace más de tres meses que solo hablaba en sus recuerdos. —Sí, no me miren como si fuera un marciano; no estaba gagá, solo estaba pensando. Para que hayan nuevos recuerdos, para que pueda contar otros cuentos, debo salir a la calle en su busca; y tengan presente algo que ahora les digo: de los errores también se aprende; pero hay que vencer la vergüenza y dar siempre la cara. Otra cosa, nunca hagan como yo. Cuando tengan un problema, deben compartirlo y no guardárselo.

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índice nota preliminar...................................................... 7 capítulo i................................................................. 9 capítulo ii ............................................................. 14 capítulo iii ............................................................ 19 capítulo iv ............................................................ 26 capítulo v .............................................................. 30 capítulo vi ............................................................ 35 capítulo vii ........................................................... 37 capítulo viii .................................................................. 41 capítulo ix .................................................................... 47 capítulo x ...................................................................... 52 capítulo xi .................................................................... 55 capítulo xii ................................................................... 59 capítulo xiii .................................................................. 61 capítulo xiv .................................................................. 66 capítulo xv .................................................................... 71 capítulo xvi .................................................................. 77 capítulo xvii ................................................................. 82 capítulo xviii ................................................................ 86



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