5 minute read

Blas Galindo, un orgulloso músico mexicano / Francisco Moreno pág

21

POR FRANCISCO MORENO*

Advertisement

“Escuché Sones de Mariachi y el Son de la negra, obras que educaron mi oído para entender que esas piezas tan conocidas tenían un autor” U no planea, la vida dispone. Hubo una vez que quise ser músico, hoy escribo. En la década de los noventa me invitaron a organizar y coordinar la fonoteca, biblioteca, hemeroteca, fototeca y los archivos históricos que conformaban el Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de la música “Carlos Chávez” (Cenidim-INBA). Para entonces este Centro se ubicaba sobre la calle Liverpool en la colonia Juárez, a unas cuadras d el entrañable Café Gaby’s, refugio de gitanos y españoles exiliados. Mi experiencia como bibliotecario más el corto lapso que estudié violonchelo en la Escuela Superior de Música fueron la pauta para integrarme a un mundo y equipo de trabajo maravilloso, el de la música, la investigación y su historia.

La casona que lo resguardaba perteneció a la élite porfirista, mi oficina estaba en los cuartos traseros, un rincón con pisos, puertas y ventanales de madera, el polvo era parte de las colecciones que ahí cuidábamos y clasificábamos. Música en diversos soportes por doquier, las grabaciones inéditas de Henrietta Yurchenco y Raúl Hellmer, los archivos del investigador y escritor Gerónimo Baqueiro Fóster, Esperanza Pulido, y el acervo de partituras decimonónicas “Sánchez Garza” pasaban por mis manos; era una disección documental de la música mexicana. Ahí entró a mi vida Manuel M. Ponce, Carlos Chávez, Silvestre Revueltas y Ricardo Castro, Melesio Morales, José Pablo Moncayo y Blas Galindo Dimas, compositores que son parte del bagaje cultural de este maravilloso país.

Gracias a mis colegas Gloria Carmona, Julio Gullco, Eduardo Soto Millán, Aurelio Tello, José Antonio Alcaraz, Ana Lara, Arturo Márquez, Guillermo Contreras y José Antonio Robles tuve la oportunidad de conocer y adentrarme en las obras musicales tanto del siglo XIX como el XX, piezas musicales que enriquecieran mi bagaje personal, mi oído, esa constante sonoridad que escuchaba en ese caserón me regaló una capacidad hoy olvidada por tantos y vasta en algunos: sentir la música.

Este escenario fue donde conocí las obras de Blas Galindo Dimas, compositor mexicano que nutrió la cultura de este hermoso país. Ahí escuché Sones de Mariachi y el Son de la negra, obras que educaron mi oído para entender que esas piezas tan conocidas tenían un autor. Blas Galindo proviene de cepa indígena, su herencia le proveyó de notas naturales, de una mexicanidad auténtica. Su legado es un significativo conjunto de obras musicales, composiciones de las que debemos sentirnos orgullosos y agradecidos, hablan de México, de su historia y su origen. Don Carlos formó parte de la llamada época de oro de la música mexicana. El sincretismo como resultado de la fusión de dos culturas generó la mexicanidad que somos hoy, rindió frutos maravillosos, la música en manos de la comunidad novohispana y posteriormente mexicana dotó de singulares sonoridades y armonías, nuestro país supo y sabe decantar su origen e influencia para que los mexicanos nos apropiemos de auténticas joyas artísticas y culturales; sean estas gastronómicas, dancísticas, de la plástica o el teatro, la música es una singular identidad que nos identifica como nación, pueblo y cultura.

Hace casi tres décadas murió Carlos Blas Galindo, pero nunca se fue, sus obras nos arropan, nos guarecen, nos identifican, son la sangre que corre por las venas de este bello país, son la nota que articula la melodía en la cual todos bailamos, son el Son por el cual elevamos el pecho y erguimos la cabeza para decir: somos mexicanos por tanto que heredamos y hacemos, por naturaleza y raíz.

franciscomorenovaluador@gmail.com *Crítico de arte y escritor

22

Variacioneseclécticas sobrelapasiónylamúsica

POR ENRIQUE BOTELLO*

Mi papá era músico, trovador. Desde niño estuve conviviendo con la música. Él tenía la particularidad de dar un carácter muy original a su forma de cantar el flamenco, los tangos, las milongas, los boleros, los sones y muchos más géneros de los que se apropiaba y que su voz transformaba. Era muy complaciente, me gustaba que me cantara “Cerró sus ojitos Cleto” de Chava Flores y “Garufa”, un tango muy divertido de Carlos Gardel.

Mi mamá cantaba todo el tiempo. Me cantaba en su regazo “Toronjil de plata”. Me arrullaba para dormir y, mientras hacía los quehaceres de la casa, siempre la escuchaba con una canción de Los Panchos que decía: “¡Ay, amor!, ya no me quieras tanto. ¡Ay, amor!, no sufras más por mí, si nomás puedo causarte llanto. ¡Ay amor!, olvídate de mí…”.

En la infancia mis hermanas mayores gustaban de la música de los grupos de la época: Los Terrícolas, Los Moonlights, Los Solitarios y una infinidad de bandas que escuchaban en la radio y cuando se presentaban aquí en la ciudad, ellas asistían a los bailes.

La música, cuya letra es cantada en inglés me llegó por mis vecinos, jóvenes que a principio de los años 70 experimentaban con sustancia psicoactivas, tenían unos autos con sonidos increíbles de 8-tracks en los que, a todo volumen, sonaban grupos como los Stones, Creedence, Beatles, etc. Pero esos jóvenes, en las reuniones familiares, bailaban canciones de Mike Laure y sus Cometas. Y cómo olvidar que junto con ellos coreografiábamos la famosa canción “La bala” o “La suegra”.

En la secundaria tuve un maestro de música que nos enseñó canciones y nos aleccionó para cantar afinados, entonados… El repertorio era maravilloso; nos acompañaba con un acordeón: “Marcelino pan y vino”, “Al morir la tarde” y muchas otras canciones que todavía recuerdo y canto.

“Hotel California” la escuché por primera vez en la casa de unos vecinos, los hijos de “El Indio”, a donde íbamos a jugar por las tardes; ellos tenían vecindad con “El Virote”, un chico mayor que gustaba mucho de la música cantada en inglés, de tal forma que conocían más de esas melodías.

Pero también, en esa época, escuchábamos a Palito Ortega, Leonardo Favio, Leo Dan, Sandro, Raphael; ellos me llevaron a escuchar con más atención a Serrat, Facundo Cabral y Alberto Cortez, que había conocido por mi papá. Aparece en escena Emmanuel y me atrapa, junto con José José y El Puma, a esas fechas empecé a comprar discos y cintas de 8-tracks; las cintas las vendían en una refaccionaria que se llamaba Los Pinos en lo que era El Baratillo, un lugar precursor de lo que ahora son Los Globos.

En la prepa mis intereses musicales se expandieron; es entonces que conozco a Pink Floyd y a The Doors… La música de los ingleses me transporta y me lleva a interesarme mucho en la música clásica; soñaba con verlos en vivo, pero en el desierto central de la península. Jim Morrison, por su parte, me lleva al mundo de la poesía y em-

This article is from: