Palabra, 20 de diciembre de 2015

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Editor: Rael Salvador l Diseño: Arturo Corpus l raelart@hotmail.com / palabra@elvigia.net

DOMINGO 20 de diciembre de 2015 / Núm. 246

LA LEYENDA

Foto: Cortesía

DE FACUNDO


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DOMINGO 20 de diciembre de 2015

ALEATORIEDADES

DE PALABRAS Y PALABRAS

DELICIOSO SUICIDIO EN GRUPO

JUEGOS DE PALABRAS III

Suplemento Cultural de

No. 246/ 20 de diciembre / 2015

Por Magdalena Calderón

Foto: Cortesía

ANTES DE TERMINAR con nuestros juegos de palabras, es conveniente recordar que la lengua no sólo cumple la función básica de transmitir o comunicar significados, es también arte, creación, expresión estética y juego. Este último aspecto lúdico es la manifestación más clara de la capacidad creativa del ser humano que se hace presente a través de la poesía, los juegos de palabras y algunas otras formas que muestran Calambures: El calambur es un jueel ingenio de nuestra especie. Hoy veremos brevemente más ejem- go de palabras en el que el significado plos de las amplias posibilidades ex- de una frase se modifica agrupando de presivas de nuestro idioma en el terre- distinta manera las sílabas: El rey no muere. El reino muere. Y el conocidíno de los juegos de palabras. Abecegramas: Textos cuyas palabras simo calambur de Javier Villaurrutia: se ordenan alfabéticamente: Ayer bus- Y mi voz que madura… y mi voz quequé con dedicación esmerada fuentes madura… y mi bosque madura… y mi grandiosas, hallé incluso jardines ki- voz quema dura. lométricos, laberintos maravillosos, Greguerías: Creadas por el escritor español Ramón Gómez nubes ocres, pálidas; quimeras que rugían la Serna (1888«180 millones de sin temor una visión 1963) son composiwagneriana, xenofóciones breves basade pesos en bica y zafia. das en juegos de pasubvenciones Acrósticos: Son labras que interprecomposiciones poéti- extraordinarias, tan o hacen bellos cas en las que las lecomentarios humotras iniciales, medias 105 para equipar rísticos sobre aspeco finales de los versos, tos de la vida cotidiaoficinas y 75 leídas en sentido vertina. Veamos: Las papara “apoyo” a sas son uvas octogecal, forman una palaEl agua se bra o frase. Aquí tenelos diputados» narias. mos un acróstico dedisuelta el pelo en las cado al Che Guevara: cascadas. El cometa Camarada indómito de mil batallas,/ es una estrella a la que se le ha deshermanas países que cantan un sueño hecho el moño. El arcoíris es la cinta de libertad: el tuyo./ Eres estandarte que se pone la naturaleza después de de toda América Latina. lavarse la cabeza. El vapor es el fanAnagramas: Son palabras o frases tasma del agua. que resultan de la trasposición de las El latín del día. Animus iocandi: Con letras que las componen: con tres le- ánimo de bromear. tras: son, nos. Con cuatro: gato, toga. Indica que se dijo algo en son de broCon cinco: mares, remas. Con seis: ar- ma y que no puede ser tomado en serio. cones, caserón. Con siete: Nicolás, co- El periódico Reforma (15-dic-2015) pulinas. Con ocho: Abelardo, adorable. blicó que la Cámara Baja repartió entre Con nueve: Alejandro, relajado. Diez viernes y lunes, 180 millones de pesos letras: Inglaterra, integrarla. Con on- en subvenciones extraordinarias, 105 ce letras: conservador, conversador… para equipar oficinas y 75 para “apoHay más, pero creo que es suficiente; yo” a los diputados. No es posible tanbueno, una con diecisiete letras: Rena- ta inconciencia, seguramente lo escricimiento, irónicamente. bieron animus iocandi. Palíndromos: Son palabras o frases ¡Felices fiestas! que se leen igual hacia adelante que Vale. hacia atrás: Dábale arroz a la zorra el abad. Amo la pacífica paloma. A ti no, bonita. atena2221@hotmail.com

Director General Santiago Garín Walther Director Editorial Enhoc Santoyo Cid

Por Daniel Salinas Basave

EL PEOR ENEMIGO de los finlandeses son ellos mismos. Por cada homicidio que se comete en ese apacible país, se cometen cinco suicidios. La oscuridad invernal, la apatía sin fin, la melancolía flotando sobre los lagos, suelen las armas más mortíferas a la hora de contabilizar actas de defunción. El suicidio, en efecto, es un asunto grave en Finlandia, uno de los países con mejor nivel de vida del mundo y cuya pujante economía es la envidia de cualquier país tercermundista. Casi todo suicida se azota. Para el suicida la vida suele pesar mucho y una vida pesada es una vida que, en el fondo, se toma demasiado en serio. Pero cuando un soplo de levedad acaricia la vida del suicida y el duende del humor conjura el azotaje, el acto de matarse uno mismo acaba por perder su dimensión trágica y romántica, quedando desnudo en su absurda comicidad. El autor finlandés Arto Paasilinna (no, no es plastilina) pone el dedo en la llaga al escribir una novela sobre la vocación suicida de sus compatriotas. Lo interesante es que la novela de Paasilinna no es absoluto trágica o azotada. Podría decirse, pecando de simplista, que es una sátira, una divertida fábula sobre el gran deporte nacional finlandés. No es una burla al suicidio ni tampoco se puede decir que sea un manual moralista de autoayuda para repetir como mantra que la vida es bonita, pero lo cierto es que la gran moraleja de este libro, es que no vale la pena quitarse la vida. Todo comienza en la Noche de San Juan, que en Finlandia por cierto se celebra con la luz del día, cuando Onni Rellonen

Gerente Administrativo Alfredo Tapia Burgoin Editor Rael Salvador

decide colgarse en un granero abandonado en el bosque. Pero cuál será su sorpresa al encontrar ahí al coronel Kemppainen, intentando quitarse la vida en el mismo lugar. Sorprendidos por su común propósito, ambos se ponen a conversar sobre los motivos que los llevaron a tomar esa decisión y caen en la cuenta de estar rodeados de un gran número de candidatos a quitarse la vida. Es entonces cuando deciden crear un club de suicidas. A medio camino entre el humor negro, el teatro del absurdo y la fábula, Delicioso suicidio en grupo acaba por ser, sin tomarse demasiado en serio, una declaración a favor de la vida. No se puede decir que sean muchos los autores finlandeses que se lean por estos rumbos y la verdad de las cosas, los estantes de las librerías bajacalifornianas no suelen estar atiborrados de libros de escritores procedentes de ese gélido país. Leer a Paasilinna ha sido una grata sorpresa. Si las pilas andan bajas, en vez de tirar el dinero en un libro de autoayuda, mejor sumérjase en las páginas de este sui generis narrador. danibasave@hotmail.com

Críticos / Colaboradores Héctor García Mejía, Marcela Danemann, Ruth Gámez, Arnulfo Estrada, Federico Campbell (†), Olga Aragón, Jorge L. Osiris Fernández, Gerardo Sánchez, Montserrat Buendía, Sergio Gómez Montero, Elia Cárdenas, Jesús López Gorosave, Paúl Nazar, Lauro Acevedo, Heberto J. Peterson L., Iliana Hernández P., María Eugenia Bonifaz de Novelo, Ana M. Mora, Herandy Rojas, Ramiro Padilla, Daniel Salinas, Óscar Ángeles Reyes, Gerardo Ortega, Deÿ López, Aldo Calderoni Etcheverri, Elba Jordán S., Jaime E. Delfín V., Manuel Quintero, Martín Caparrós, Eduardo Cruz Vázquez, Miguel Lozano, Jhonnatan Curiel, Óscar Villarino Ruiz, Alberto Manguel, Daniel Iván Arellano G., Carlos Patiño, Joatam De Basabe, Jorge Calderón, Leobardo Sarabia Quiroz, Magdalena Calderón, Enrique A. Velasco Santana, Guadalupe Beatriz Aldaco, David Castillo, Gerardo Navarro (Nemónico), Andrea Torres, Concha Moreno, Fabiola del Castillo, Liz Durand Goytia, Alfonso García Quiñones, Leila Guerrero y Onix Galel. Corresponsal en Francia Cony Singüenza Corresponsal en Italia Ferdinando Scianna Corresponsal en Chile Ramón Ángel Acevedo, “Rakar” Corresponsal en Argentina Patrick Liotta Fotografía Enrique Botello Correo electrónico raelart@hotmail.com palabra@elvigia.net Teléfonos para publicidad 120.55.55, ext. 1023 Ensenada, B.C. México.


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EL VIOLENTO , E L A M A N T E , E L A N A LF A B E T O , EL HOMBRE M A R A VI L LO S O ...

Algo más que un perfil narrativo nos ofrece Leila, quizá el retrato fiel del autor de No soy de aquí, ni soy de allá Por Leila Guerriero

L

I a voz –un insecto enhebrado en los párpados de la estática– llega a través del teléfono. –Yo… ocho idiomas… después… shock… 1978… mi hija… mi mujer… avión… me olvidé de hablar. En algún lugar, al sur de la provincia de Buenos Aires, un auto atraviesa la ruta y un hombre masculla –la voz sedosa, monocorde– lo que ha dicho tantas veces, con el tono de quien lo dice por primera vez: quien lo revela. –Perdí…. vista… sillón de ruedas… dos años. La voz, pulverizada entre los dedos de la interferencia, dice llamame, dice viernes, dice Buenos Aires. –Llamame… viernes… Buenos Aires. Alguien –el conductor: alguien– advierte «Se va a cortar, Facundo». Y, efectivamente, la comunicación se corta. II Viernes. Buenos Aires. El hombre –camisa de jean, saco azul, gafas marrones, bastón de madera– tiene 70 años y manos cálidas, jóvenes. –Decime si hay algún pozo. Yo sólo puedo mirar hacia adelante. No puedo ver hacia abajo o hacia arriba. El bastón de madera palpa las baldosas de la Plaza San Martín, una de las zonas más elegantes de la ciudad.

–¿Me acompañás a pagar el teléfono? El teléfono. El hombre, que vive a tres cuadras de esta plaza, en un cuarto de hotel que compró veinte años atrás, sólo puede llamarse dueño de alguna ropa, de algunos libros, de este teléfono. –No me gusta tener cosas que cuidar. Soy muy egoísta. Por eso vivo en un hotel. Tengo veinticuatro horas para mí. –Disculpe, ¿usted es de Tandil? –pregunta una mujer que pasa. El hombre dice sí. –Sí III Facundo Cabral era un feto fornido, formidable, y llevaba nueve meses en el vientre de su madre, Sara, cuando su padre, Rodolfo, decidió dejarlo todo –hogar en la ciudad de La Plata, provincia de Buenos Aires, seis hijos y otro en camino– e irse sin dar explicaciones. A Cabral le gusta decir que llevaba un día de nacido cuando su madre (que lo bautizó Rodolfo Enrique aunque lo llamó Facundo, toda la vida) se marchó, sola y su prole, hacia donde no pudieran verla o preguntarle nada. Emprendió la ruta del sur hasta Ushuaia y, cuando llegaron, cuatro hijos habían muerto en el camino. –No tengo recuerdos de esa época. No me interesaba nada. Sólo quería dormir y morir durmiendo. No quería vivir. Despertarme era una tortura. Me parecía que la vida iba a ser así siempre. Pero la vida fue otra cosa. IV –¿Usted es Facundo Cabral? –pregunta la mujer–. Usted vivió en Tandil, ¿no? Yo soy de Tandil. –Entonces usted conoció a mi madre. –Claro. Vivía a tres cuadras de mi casa. Y usted tenía una noviecita a la vuelta. En la calle Chacabuco. –Cómo me voy a olvidar si empecé a saber lo que era una mujer por ella. Mirna se llamaba. –Sí, señor. La hija del zapatero. Qué

tal –dice la mujer, orgullosa, y sigue su camino. –Mirna –dice Facundo Cabral, y mira al cielo como si lo viera–. Yo tenía trece años, y ella veintiuno. Un pedazo de mujer. Yo la seguía siempre y un día se paró y me dijo: «Pibe, vos me estás siguiendo». Y le dije: «Estoy enamorado de usted. Me imagino que le hago el amor». Y me dice: «Se te está yendo la mano, sos un nene». Y le dije: «¿Le puedo pedir un favor? ¿Podemos hacer el amor?». Y se quedó mirándome extrañada. Para llegar a la casa había que pasar por un pasillo. Era una tarde de verano y ella empezó dándome una clase, medio en broma. «A ver, hacé esto, hacé lo otro». Terminamos haciendo el amor todos los días, a lo bestia. Ella se recostaba sobre un sillón verde, gastado, y yo la miraba con una vela. La desmesura. La pompa y la sentencia. El signo que, a veces, mejor dibuja. V En galpones, en baños públicos, en la calle: en esos sitios vivieron en Ushuaia. Los vecinos cambiaban de vereda cuando veían a esa familia de rotos, de pobres descosidos, y Facundo alimentaba su odio con desesperación y alevosía. –Una madre sola o abandonada era peor que una leprosa. En un momento alguien dijo que Perón, que era presidente, daba trabajo, y yo me fui a Buenos Aires. Tenía nueve años y tardé tres meses en llegar. Cuando llegué, me dijeron que Perón iba a estar en la catedral de La Plata. Fui, y cuando pasaba el auto me escabullí y le grité: «¿Hay trabajo?». Le llamó la atención a Eva, que me dijo: «Por fin alguien que pide trabajo y no limosna. Sí que hay

trabajo, mi amor, siempre hay trabajo». Dos días más tarde regresaba a Tierra del Fuego, en avión y con oferta de trabajo para su madre como celadora en un colegio de Tandil, sur de la provincia de Buenos Aires. Así, Facundo empezó a vivir en una ciudad donde, cuatro años después y a la luz de una vela, empezaría a vislumbrar el sexo de la mano de Mirna, la hija del zapatero, sobre las telas gastadas de un sofá muy verde. O eso –y así– le gusta contar. VI En la oficina de pagos de la empresa de celulares, Facundo Cabral espera en la fila frente a una de las ventanillas. –Adelante –dice una mujer, y Cabral avanza. –Hola. ¿Cómo es tu nombre, mi amor? –Ivana. –Ivana, eres la luz de mi ventana, para mí la vida sin Ivana no es nada. ¿Cuánto es, Ivana? –Ciento once pesos, señor. –Ivana, Dios te perdone por cobrarme. Ivana sonríe, chequea algo en su computadora y pregunta: –¿Usted es Cabral, Rodolfo Enrique? –Sí. Pero llamame táiguer. Yo supe ser el sex symbol de este barrio. –Señor, mire, acá dice que esa factura ya está paga. –Ah. Bueno. ¿Entonces no tengo que pagar nada? –No. –Bueno. Chau, querida. Gracias. Desanda el camino y susurra, a quienes todavía esperan: –Si le cantás, la cajera no te cobra.


4 ¿O cómo llamás al hijo del rey del universo?». Simón se llamaba ese viejo. Y me dijo: «Hace muchos años pasó por aquí nuestro hermano mayor, Jesús, y trajo la gran noticia». «¿Y cuál es esa noticia?». «Que uno solo es el Padre». Al viejo Simón le debo la gran noticia de que yo no era huérfano, de que yo tenía un Padre grandioso. La epifanía. La vida sin transiciones. De momentos terribles a momentos perfectos. De momentos perfectos a momentos terribles. VIII El local es apretado, gélido. Venden bolsos, y Facundo Cabral busca un bolso: un bolso con un cierre solo. –Entremos acá. Perdí un bolso y necesito un bolso con un solo cierre. Buenas, ¿se puede mirar sin comprar? Un hombre dice sí, claro, qué está buscando. –Un bolso con un solo cierre, porque tengo mucho pleito con la vista y si tiene muchos cierres meto las cosas en cualquier lado y no las encuentro. ¿Sabés cuáles usaba yo? Unos de marca Rosenthal. Me dicen que ya no se hacen. –Sí, se hacen, pero la calidad ya no es lo que era. –Nada es lo que era. Ni yo soy lo que era, flaco. ¿Vamos a comer? Renguea hasta la esquina. Levanta el bastón y un taxi se detiene. Sube con dificultad, primero el cuerpo, después las piernas. Los problemas de su pierna derecha tienen diversos orígenes: en los años 80, se debían a un accidente automovilístico; en los 90, a una debilidad congénita. Ahora, a dos balazos, gentileza de un marido despechado en Santo Domingo. –Nunca llegues a esta edad, flaco –le dice al taxista–. Yo daba miedo. Ahora doy lástima.

Foto: Enrique Botello.

VII Cuando llegaron a Tandil, Facundo Cabral era analfabeto, ladrón, violento: un infierno con rulos dispuesto a acabar con el mundo. –Nunca había ido al colegio, vivía peleándome. Odiaba a mi padre. Quería matarlo por habernos abandonado. –¿Y sus hermanos? –No aportaban nada. Unos pobres tipos. Ahora no sé si sobrevive uno. Creo que no. Casi no los conozco. Cosa que agradezco. Para mí nunca fue una buena idea la familia. Para mí, mi familia es la humanidad. Yo siempre fui raro. Y para mis hermanos debo haber resultado un descastado. Sin embargo, vivieron siempre de mí. Materialmente, que parece que es lo que importa, fui el que aportó. –¿Eso le produce rencor? –No. Nada. O tal vez lo disimulé. Debo ser buen actor. Me dolía llevar libros a mi casa, que no leían. Libros escritos por mí. Hay un dolor en eso. Pero hay una frase de Macedonio Fernández: «¿Quién cree que es esa entrometida, la realidad, para arruinarme la vida?». A mí la realidad no me va a arruinar la vida. Aprendió a leer a los 14 y a los 17 caminaba por las calles de Tandil cuando un mendigo le gritó: «¡Príncipe!». A él, que sólo aspiraba a despertarse muerto. –Pensé que me estaba tomando el pelo. Le dije: «Viejo, a usted lo salva la edad». Y me dijo: «¡Príncipe!

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IX La furia, allá en Tandil, no se detuvo. Cabral consiguió una guitarra, empezó a componer canciones y a trabajar como cosechero. –Me echaban de todas partes. Bebía mucho. Pero leía, y quería ser historietista como Hugo Pratt, el autor del Corto Maltés. Siempre dibujé. Y quería hacer la revolución. Leía a Proudhon, a Malatesta. Pero quería ser Hugo Pratt. Y para ser Hugo Pratt no encontró mejor camino que viajar a Buenos Aires e inscribirse en la Escuela Panamericana de Arte; donde daban clases los mejores ilustradores e historietistas de la época. Era junio de 1960. –Pero una cuadra antes de llegar a la escuela vi un cartel de la discográfica Odeón. Crucé la calle. Había una chica en la recepción y le dije: «Buenas, vengo a grabar un long play». Y me dijo: «Pero usted no es artista de la compañía». Y le dije: «No, elegí este sello por tus senos». Se armó un escándalo, y en ese momento entran tres tipos, uno de ellos el director del sello. Le digo: «Vengo a grabar un disco y no me dejan pasar». Y el tipo me dice: «Ah, no me diga que nos eligió, maestro». Y los mira a los otros dos como diciéndoles: «Síganle la corriente al loquito». Y dice: «¿Cómo es su nombre, maestro?». «Cabral». «Ah, qué bueno, pase por acá. ¿Cuándo podemos empezar a grabar?». Le digo: «Ahora». Y me ponen una silla y un micrófono, y se disponen a matarse de risa del loquito. Y yo canto “Vuele bajo”, que la había compuesto en esa época.”Vuele bajo porque abajo está la verdad, eso es algo que los hombres…”. Bajó volando el tipo y me dijo: «¿Cuántas tenés?» «¿Cuántas querés?». Me quedé una hora y grabé un long play. Al mes era el número uno en ventas en la Argentina. Entre 1960 y 1965 Facundo Cabral fue, bajo el seudónimo del Indio Gasparino, un éxito de ventas. Le compró casa a su madre y creyó que esa vida era todo lo que quería hasta el fin de los días. –Pero eran los 60 y me acordé que quería hacer la revolución. Así que dejé todo y me fui a recorrer el mundo. En jeep jeep, en moto, en avión. Me fui por curioso. Uruguay, Chile, Perú, Bolivia, Ecuador, México. En 1969 llegó a Estados Unidos, en 1970 a Europa, y su vida devino lo que es: una iconografía extravagante en la que convergen Eva Perón y George Brassens; Rainiero y la viuda de Pancho Villa; Krishnamurti, a quien conoció en un parque de San Francisco; la madre Teresa, que lo llamó durante un programa de televisión en México invitándolo a orar con ella al día siguiente, y, claro, Borges. –Yo había grabado un disco en Roma y se lo dediqué a Borges. Vuelvo a la Argentina, voy caminando por la calle y me para alguien y me dice: «Señor Cabral,

soy Carlos Frías, editor de Borges. Lo acompañé al maestro a Inglaterra y un crítico italiano le regaló un long play suyo que está dedicado a él, y él está encantado y me dijo: “Si un día lo encuentra a este señor, por favor dele las gracias e invítelo a casa”». Yo me quedé paralizado. Frías lo llamó desde un teléfono público y le dijo: «Maestro, estoy aquí con el señor Cabral». Y fui a la casa y me fui a las tres de la mañana. Él decía que yo era un optimista a priori. Un día me dijo: «Señor Cabral, me conmueve su inocencia. Yo conozco su forma de vivir. Usted no es un artista popular, usted adhiere a lo popular. Usted, camino a la cancha de Boca, se detiene en la Biblioteca Nacional». Y es verdad. Uno sabe que no es eso, pero adhiere.

“Barbra es, de todas las mujeres, la única a la que llama suya. Ella tenía 18 cuando él 40” X El restaurante, en plena Recoleta, está casi vacío, pero hay, todavía, una mesa con mexicanos que piden saludarlo. Cabral se acerca y se escuchan risas eufóricas, celebraciones. Cuando regresa dice: –¿Viste qué hermosa la mujer que está con los mexicanos? La mujer es una de esas bellezas artificiosas, el pelo alzado, el maquillaje, cejas sibilinas: una telenovela de las cuatro de la tarde. –Le dije que si yo era presidente de México, no la dejaba salir del país. Comerá bife jugoso, helado de vainilla, vino rosado. En un rato, cuando la mexicana pase junto a la mesa –porte de reina con carroza– él mirará con descaro y un hiato de admiración. –Los Cabral somos todos medio sexópatas. Yo siempre creí que por mis venas corre semen, no sangre. ¿Vos usás tanga? –¿Tanga? –Tanga. Esa cosa finita. ¿Querés helado? ¿Vamos a tomar un café por ahí? XI Barbra es, de todas las mujeres, la única a la que llama suya. Ella tenía 18 cuando él 40. –La vi en un restaurante. Estaba almorzando con los padres. Me acerqué y les dije: «Miren, esta mujer se tiene que ir conmigo porque es mi mujer». Y ella vino. Princesa en el concurso Miss America, tapa de Playboy, póster desplegable: era linda. Viajaron por el mundo –dice que vieron ballenas con Jacques Cousteau, que estuvieron en Vietnam los últimos meses de la guerra invitados por un comediante de la BBS, que fueron de misión


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Fotos: Cortesía

“Hace años yo escribí un libro en el que especulaba dónde me encontraría la muerte...”. F.C.

con la Cruz Roja– y se correspondieron con un amor enfebrecido y una infidelidad muy mutua, consentida. –Ella me dijo: «Sospecho que te voy a amar mucho, pero quiero que sepas que yo no soy fiel». Y yo le iba a decir lo mismo. Los dos tuvimos otras historias, pero nada nos divertía tanto como estar juntos. «¿Podemos salir el martes, en vez del miércoles? Porque conocí a un alemán». Nunca conocí a un ser tan libre, tan sano. Un día me dijo: «¿Arreglaste lo del concierto de esta noche?». Y le dije: «Sí, el empresario siempre tiene un lugar para vos, mi amor». Y me dijo: «No, pero ahora somos dos». Estaba embarazada. Me pareció la cosa más increíble del mundo. ¿Yo, padre? Inconcebible. Y después vino el accidente. Ella tenía que tomar un avión en Chicago, y yo no llegaba pero le dije: «Andá, mi amor, que yo voy más tarde, en otro vuelo». Era 1978. Mi hija tenía un año. Cayó el avión, cayeron Barbra y la niña, y todo fue borrado por una furia majestuosa que venía del mismo sitio del que vendría, dirá después, toda belleza. –Yo hablaba ocho idiomas, pero me los olvidé todos. Bajé treinta kilos, perdí la vista. Estuve dos años así. Un día fui a ver a Krishnamurti. Le conté lo que me había pasado y me dijo: «Te envidio». Te envidio, me dijo. «Siempre te quita lo que

más amás. ¡Cómo te envidio! Qué tarea debe tener pensada para vos. Toda pérdida es una liberación. La vida no te quita cosas. Te libera de cosas». Mi madre murió hace veintiún años. Y no tuve dolor. Sentí liviandad. Era tan grande el amor que sentía por mi madre, que era una cadena. Cuando uno siente tanto amor por alguien, llega un momento en que dice bueno, ya está bien. Cuando la democracia volvió a la Argentina, en 1983, Cabral regresó al país y presentó un espectáculo llamado Ferrocabral. Estructurado en diversas estaciones –la estación de la Partida, la de la Ignorancia, la de la Verdad, la de la Naturaleza–, con su tono elegíaco y sus aires de pastor hereje, decía cosas como: «Este es el viaje más extraordinario/. Vean qué espectáculo/: a la derecha los reaccionarios/, a la izquierda los revolucionarios/. En el medio, los hombres/, los que deciden su propia vida/, es decir, tres o cuatro». Y cerraba con una canción que había compuesto en Uruguay, en 1968, y que se transformó en su sello de fábrica, su marca en el orillo: “No soy de aquí ni soy de allá”. Hizo varias funciones en un teatro de la avenida Corrientes, llamado Astral, y allí, cuarenta y seis años después de no haberlo visto nunca, encontró a Rodolfo Cabral: su padre. –Me fue a ver y yo lo reconocí ense-

guida. Mi madre me había dicho: «Vos, que caminás mucho, algún día te lo vas a cruzar». Nos dimos un gran abrazo, me invitó a su casa. Lloré en su biblioteca. En un momento me dejó solo y vi que él leía lo que yo había leído. Nunca le pregunté nada, ni a qué se dedicaba ni por qué nos había dejado Nunca hablamos nada porque no es de caballeros. Mi madre me había dicho: «Cuando lo encuentres, no cometas el error de juzgarlo. Ese hombre es el hombre que más amó, más ama y más amará tu madre. Dale un abrazo y las gracias porque por él estás en este mundo». Y así fue. Él tenía mujer, hijos. Una alemana deliciosa. Hacía treinta años que vivía con ella. Mi padre murió en 1993. Tuve una amistad de diez años con él. –¿Y cómo se explica usted que él se haya ido sin explicar nada? –No sé. La vida es así. Otra frase de Krishnamurti: la vida no es como debería ser, la vida es como es. Pasados los 90, con decenas de discos grabados –Cabralgando, Pateando tachos, Entre Dios y el Diablo, Ferrocabral–, una gira exitosa con Alberto Cortez –Lo Cortez No Quita Lo Cabral– y varios libros escritos –Ayer soñé que podía y hoy puedo, No estás deprimido, estás distraído–, Cabral volvió a un segundo plano discreto y a una carrera que, todavía hoy, lo lleva por toda Latinoamérica: Chile, Uruguay, Perú, Ecuador, Colombia, México y un etcétera abrumador para alguien que tuvo cáncer, problemas glandulares, óseos, dos desprendimientos de retina y una pierna que no funciona. –Yo no tendría que trabajar más. Pero emocionalmente no puedo. Económicamente sí, podría. Un tipo que a los 70 años no tiene solucionado lo económico es bastante estúpido. Estoy becado. Subo al escenario y me dan un café, dulce de leche, spaghettis, una botella de vino, un hotel, un avión. Vivo fenómeno. Pero mi salud es más que endeble, aunque soy de la clase de gente que no se queja. Me parece una vulgaridad quejarse. Para mí la muerte nunca fue un tema serio. Más bien es excitante la idea de la gran hembra, la muerte. Yo me imagino que el paso final debe ser como el silencio en el teatro, antes de que se encienda la luz. El paso al otro lado debe ser así. Ese silencio. XII En el shopping hay las marcas –Max Mara, Lacroix– y señoras y señores que las compran. Allí Facundo Cabral va cada día, o cuando puede, a mirar librerías, a tomar café, a deleitarse mirando gente

bien vestida. –Amo a la gente que se viste bien. La gente cree que yo soy un hippie, pero a mí me gusta el refinamiento. Beber y comer bien, vestir bien. Me gusta la gente refinada. Yo pensé que a mi edad iba a viajar con un valet que me iba a llevar las valijas con los trajes. Mirá, ¡ahí hay bolsos! –Son de mujer, Facundo. –Ah. Afuera cae la noche. –Vení, sentémonos ahí. ¿Querés café? ¿Tenés papel y lápiz? Papel, lápiz. –Hace años yo escribí un libro en el que especulaba dónde me encontraría la muerte. Ahora es muy fácil saber dónde va a ser el final, porque queda muy cerca. No sé si son tres, cinco años más, pero si no es acá en Buenos Aires… Traza un círculo sobre el papel blanco. –… será acá, en Quito. Otro círculo. –… o acá, en Chicago. Otro más. –… o puede ser Mar del plata. Pero es por acá. Y seguramente en un hotel frecuentado, conocido por mí, o en una clínica de alguna de esas ciudades. No me preocupa, pero pensé que a los 70 años iba a tener una casa en el sur de la provincia de Buenos Aires, y a esta hora iba a estar tomando mi primera copa de vino frente a un hogar, leños ardiendo y un montón de niños jugando por ahí. Y yo contando historias. Nunca lo tuve ni lo tendré. Tampoco hice nada para eso. Pero creí que, naturalmente, se terminaba así. Que la soledad y el vagabundeo eran un juego hasta llegar a ese final. Una vez fui a Medellín. Todos los verdes del mundo y curvas, curvas. En la ladera de una montaña había una casita y dos viejitos de la mano, tomando sol. Destrozaron toda mi idea del mundo. Pensé «Qué imbécil, yo creí que sabía qué era la felicidad. Y tengo razón, pero si sacan a estos dos de acá». A esa edad debe ser lindo ir a una casa en la montaña, tomar una copa de vino, hablar tonterías. «¿Viste qué humedad?». «Escuché en la radio que mañana va a haber menos humedad». Las palabras, separadas por hilos de respiración, caen como ácido sobre el velo frágil del lugar común. –«Ah. ¿Llamó mi ahijado?». «Sí, dice que lo llames, que va a estar en la casa de la madre». «Ah». «Conseguí ese pan que te gusta». «No me digas». «Sí. Don Fermín lo trae de nuevo». «Me parece que me voy a ir a acostar». Vivir así. Es una posibilidad, ¿no? Cruza las manos sobre la empuñadura del bastón. Después suspira y dice: –No. @leilaguerriero


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FOTO DE LA SEMANA: CANTANTE

CUENTO

LA EXPRESIÓN DEL DOLOR Por Heberto J. Peterson Legrand

JUAN JOSÉ LOZANO ARRAMBIDE Es arquitecto, diseñador industrial, ya jubilado. Vive en Monterrey y es de Monterrey. La Foto de la Semana es un reconocimiento que se otorga por el mayor número de votos, avalando el dominio del tema, en el sitio de Facebook Fotografía Diaria.

EL HUMOR TAMBIÉN ES UNA IDEA Por Alberto Montt

Foto: Cortesía

Foto: Juan José Lozano Arrambide.

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dad para poder ser solidario con aquel hermano 4 de diciembre del 2015. Leo en mi bi- porque yo mismo carecía de recursos. blioteca tranquilamente y concentrado el Le contesté que acababa de tener unos gastos libro La cultura, de Dietrich Schwanitz debido a un problema familiar y que me era (editorial Taurus). Estaba solo en casa, el teléfo- imposible contratarlo, pues no tendría con que no no había timbrado y a mi alrededor no había pagarle. Abrí mi cartera que contenía 400 pesos nada que perturbara el disfrute de mi lectura. y le di 200, y le expresé que ojalá y de algo le Recorría el suculento contenido de sus pági- sirvieran. Me dio las gracias educadamente y nas y había perdido la noción del tiempo. Estaba siguió su camino. yo y mi circunstancia. Volví a mi estudio, trate de reconcentrarme en De pronto, un insistente golpeteo sobre la mi lectura, pero ya el foco de mi atención estaba puerta de la barda frontal de mi casa me sacó en otra parte, se había ido con aquel hombre de de mí ensimismamiento. Levanté la vis- mi edad que de seguro seguiría buscando. ta de la página y, con mayor claridad, Hice a un lado el libro y me sumí en mi escuché el golpeteo que con cierta asiento, reflexionando sobre esos otros munmolestia hizo que me levantara de mi dos, esos otros seres humanos, esos hermanos asiento y me encaminara a la ventana que no sólo no tienen para llevar un regalo, ni de la sala para ver de quién se trataba. siquiera para llevar un pedazo de pan a sus Vi a un hombre de mi edad. seres queridos. Salí y, ya frente a él, vi a una perReflexioné sobre esos otros mundos, esos sona de ojos azules, algo grueso, de 1.68 m de otros seres humanos, esos “hermanos” que lo estatura, chamarra y una camisa de cuadros tienen todo, que les sobra, que pueden comparcolor café ambos, y pantalones de mezclilla, tir, pero que su egoísmo, su indiferencia frente zapatos negros, todo ello en al dolor humano, a las necesidabuen estado. des de los demás, los mantiene “Me Se ofreció a hacerme algún indiferentes, insensibles. trabajo para la casa, incluso Concluí esa mañana que la conmovieron apuntando al cerco de hierro cultura, sin acompañamiento sus palabras ,es estéril, una cultura sin un forjado, y me enseño algunos de los desperfectos que tiene debisustento, profundamente huy aquella do a la falta de mantenimiento y mano, que nos permita conoexpresión que cer las luces y las sombras del al paso del tiempo. La expresión de dolor en sus a través del tiempo y hablaba por sí hombre, ojos, el semblante de su rostro, las civilizaciones, no puede dar misma...” sus labios caídos y la angustia buen fruto si de ella no aprenque salía del tono de su voz demos, no maduramos. captaron mi atención. Aquel viejo de ojos azules me dejó profundaMe dijo aquel hombre: “No tengo dinero para mente inquieto, vacío, y el libro sobre la cultura: darle algo a mis nietos, necesito trabajar ¡Por cómo ha vivido y vive el ser humano, y pareciera favor, ayúdeme!”. ser que nuestra civilización actual debe cultivar Me conmovieron sus palabras y aquella ex- la solidaridad entre los que pueden y tienen con presión que hablaba por sí misma, pero, en ese los que no tienen ni pueden… instante, también a mí me asaltó el sentimiento de impotencia, me percaté de mi falta de capacipetersonheberto@live.com


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SOBR E U N H O M B R E D E C O N FIANZA

EL SECUESTRO DEL “EDGAR HOOVER” MEXICANO

GERONTION LIBROS Y OTRAS POEMAS DEL FIN DE SEMANA

Por Alfonso García Quiñones

U

n hombre de confianza es el nombre del libro de reciente aparición en el que Fabrizio Mejía Madrid narra el secuestro que, en diciembre de 1997, sufrió (don) Fernando Gutiérrez Barrios, quien de 1948 a 1994 fue, sucesivamente, agente, jefe del grupo especial, subdirector y director de la Dirección Federal de Seguridad; subsecretario de Gobernación, director de CAPUFE, gobernador de Veracruz y secretario de Gobernación. Y precandidato a la presidencia de la República. Por la cantidad de información y de poder que acumuló Gutiérrez Barrios –y manejó para los fines que al gobierno convenía– se le llegó a conocer como el “Edgar Hoover” mexicano. En su libro, Fabrizio Mejía dice que el secuestro de Fernando Gutiérrez Barrios lo ejecutaron 8 militares y 3 agentes o madrinas de la policía judicial del estado de Morelos, en un paraje de Coyoacán en la Ciudad de México, nes de Miguel Nazar, al hombre más informado y que permaneció 6 días en cautiverio en un lugar de México con el conocimiento y la aprobación del estado de Morelos. Que una vez pagado el de sus superiores, entonces la autoría intelectual rescate de 6 y medio millones de pesos, en billetes del secuestro no recaería únicamente en Nazar, de quinientos, quien recogió a don Fernando en sino que la compartiría con el Secretario y el un pueblo de Tlaxcala fue el ex director Federal gobernador. de Seguridad, Miguel Nazar. Otros datos extra libris ponen en duda la impuEl libro no da respuesta a las tación de Fabrizio Mejía contra Miguel Nazar: Que cuando se preguntas torales de la trama: “¿Quién tenía la ¿Quién tenía la intención y el cometió el secuestro era gopoder político o económico intención y el poder bernador de Morelos Jorge suficiente como para secuestrar político o económico Carrillo Olea y, por tanto, el impunemente al hombre más superior jerárquico de 3 de los suficiente como informado de México? ¿Por integrantes del comando que qué lo mandaron secuestrar? perpetró el secuestro; también para secuestrar ¿Para qué? era la máxima autoridad en impunemente el Estado donde se mantuvo Sin embargo, sorpresivamente una semana después de que a Fernando Gutiérrez Barrios al hombre más el libro salió a la venta, Fabrizio cautivo durante 6 días. Y que Mejia concedió una entrevista durante el gobierno de Carriinformado de al periódico La Jornada en la llo Olea, en Morelos ocurrieMéxico?” ron innumerables secuestros que dijo algo relevante (no de personas que ahí tenían mencionado en el libro): Que el autor del secuestro fue Miguel Nazar, ex direc- casas de descanso.* tor Federal de Seguridad y antiguo brazo derecho Así, lo declarado por Fabrizio Mejía al periódico de Fernando Gutiérrez Barrios. La Jornada obliga al lector de Un hombre de conEsa imputación de Fabrizio no encaja con el fianza a estar pendiente de otras entrevistas que contenido del libro, que dice que el secuestro lo él le conceda a la prensa, para saber lo que no ejecutaron 8 militares y 3 agentes o madrinas de dijo en su libro. Y a cruzar los dedos, para que las la policía Judicial de Morelos, y que en ese Estado entrevistas no hagan inútil la lectura del libro. permaneció Gutiérrez Barrios 6 días en cautiverio, porque, si –como es sabido– en México no despgar@prodigy.net.mx se mueve la hoja del árbol de la Secretaría de la Defensa sin que lo sepa el tronco de ese árbol *Jorge Carrillo Olea proveyó de información a Fabrizio Mejía –el Secretario–; y lo mismo sucede respecto de Madrid para la escritura de su libro. (Cfr. Un hombre de confianza / cualquier procuraduría de justicia estatal, incluida Agradecimientos, y Milenio 3-XII-15). Fue subsecretario de la de Morelos. Gobernación y director del organismo que ahora es CISEN. En el Luego, dado que los 8 militares y los 3 agentesperiódico La Jornada publica con regularidad artículos de opinión madrinas morelenses secuestraron, bajo las órdesobre asuntos de seguridad pública y seguridad nacional.

Por Rael Salvador LLEVO LOS LIBROS DE SARTRE, entre las cosas que releeré en estos días. El frío se desvela y la niebla da paso a un Sol reunido en rayos de tibieza. Jean-Paul Sartre será siempre una lectura amiga, de eso estoy más que seguro, como lo viejo y lo nuevo de Kenzaburo Oé. Traigo además en la mochila una edición de tapa negra, verde y blanca, son los versos de T.S. Eliot, que la bondad de Sergio Gómez Montero me ha puesto en las manos en la más reciente aparición que he realizado a su biblioteca. Las casas quedan atrás y la tierra que piso es cada vez más baldía. Sé que se debe a mis lecturas de juventud que hice del poeta. Estas vacaciones de fin de semana son el maravilloso traslado al río de mi soledad, la piedra en la orilla y un cielo azul que se abre entre el aroma de los eucaliptos y el primer vértigo dulce de los astros en la noche. Bajo la suave menta que deja el resplandor de las estrellas, abro las páginas de Oé: “…tomó un libro entre sus manos y regresó al camastro. Se trataba del primer ejemplar de los poemas de Eliot que había comprado, una cuidada edición a cargo de Motonori Fukase, que combinaba versiones originales, traducciones y comentarios de varios poemas en un solo libro. Kogito quitó la sobrecubierta que protegía el libro y contempló la portada de tela, que no era nada común por aquel entonces. El verde claro original se había desteñido y dejaba ver unas manchas de color marrón en el borde superior... Recordaba haberlo comprado un invierno, en la librería de la cooperativa universitaria, cuando tenía diecinueve años. Sujetándolo con ambas manos, Kogito abrió la página correspondiente al inicio de Gerontion; la encontró sin dificultad, pues estaba marcada por un doblez natural formado en el hábito de abrirlo por el mismo lugar. En seguida

fue atrapado por el poema, traducción de Motonori Fukase, y creyó experimentar el mismo fervor de cincuenta años atrás”. Recuerdo bien ese poema… Gerontion: “Aquí estoy yo, un viejo en un mes seco, con un niño que me lea, esperando lluvia”. Entre el murmullo de la vida, las ramas bajan a beber la sabia roja del atardecer, cuidando sus coronas musicales, nidos que guardan el calor de algún vuelo romántico, mientras los vientos despeinan a los abuelos de los jóvenes árboles… Los cristales que brillan en el agua son versos que se desprenden de la Luna cuando ésta apaga su pasión dejando correr sus cenizas por la corriente. Un pez traza un camino de plata para la mirada, burbujas de un sistema acuático que gira alrededor de una estrella marina. Desde la profundidad, nada deja de florecer como ondulantes racimos de fuentes. Estoy sentado en la piedra, haciendo una balsa de libros, con aquellos que he escrito, pero creo que en el dolor amigo de esta espera necesitaré todos los que he leído… En esta soledad de paz cristalina, los insectos forman una orquesta para los célticos cantos funerarios de la noche, y esmeraldas son los ecos de la música sobre los guijarros de la ribera, oro minúsculo que sobresale en la acuosa lama que da origen al nombre de todos los bosques. Al final de la arboleda, un roble viejo y jorobado se deja atrapar por el femenil torbellino de una fiesta en turbulencia y se crea una galaxia ingrávida de hojas secas… La carta perdida rueda entre la hierba y el viento pasea en el arcoíris del rocío el columpio de cuerdas al tronco, la historia escrita en la piel del sueño del primer beso que ofrendó alas a la niña, mientras en la piedra yo miro al río recoger las flores de todas las cosas que creía muertas. Amanece, en ámbar inicia la semana: ¡Adiós libros míos! raelart@hotmail.com


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ME DIJO M U C H A S V E C E S : “ Q U E RIDA, HÁBLAME EN CUANTO LLEGUES”

TROMBA CON FEDERICO

Por Guadalupe Beatriz Aldaco

Ilustración de Federico Campbell, por Bolivar Hernández, Ciudad de México, 2013.

F

ue el 2 de agosto de 2006: uno de los encuentros que casi siempre teníamos Federico Campbell y yo cuando viajaba al D.F. Como acostumbraba hacerlo con muchos de sus amigos, el ritual comenzaba en su casa de Jojutla 80, en la colonia Condesa. Previa charla en la sala, decorada, como toda la residencia, con atmósfera de galería de arte gracias al buen gusto de su esposa Carmen Gaitán, con la mesa de centro plagada de diarios, revistas y libros, notas y recortes, salimos a hacer el recorrido de rigor, que comportaba ligeras variantes según las circunstancias. En esa ocasión iríamos primero a la Librería Rosario Castellanos, ubicada en Tamaulipas y Benjamín Hill, en donde Carlos Fuentes estaría firmando ejemplares de su libro Todas las familias felices. “Vamos un rato al chisme”, me dijo con sonrisa picarona. “Vamos”, le contesté, “aunque ya sabes que no me gustan esos shows de las firmaderas de libros”. Nos trasladamos al lugar con agilidad, gracias a que me instaba a no llevar zapatos de tacón a esos periplos condesianos. Le contrariaba que no pudiera seguirle su apurado paso y le preocupaba que me cayera en alguna subida o bajada de nivel de banquetas y calles. Llegamos al antiguo cine Bella Epoque. Estaba repleto, pero eso no nos importunó porque no íbamos precisamente a hacer fila para que Fuentes nos firmara un libro, sino sencillamente “al chisme”, como él lo había anticipado. De pronto comenzó a caer una lluvia intensa que, en segundos, se convirtió en granizada. El estruendo era tal que había que gritar para poder escucharnos. El granizo taladraba los plafones del techo del edifi-

cio recientemente remodelado. Aquello era ya una tromba. La gente empezó a ponerse nerviosa. Parecía que el techo se nos caería encima. El nerviosismo no era infundado pues, efectivamente, unos plafones del techo se desplomaron bruscamente y la lluvia y el granizo arreciaron por grandes grietas y orificios. Fuentes, familia y comitiva fueron prestamente auxiliados y rescatados antes que nadie. Todos queríamos salir. A nosotros nos tocó hacer fila –fila, ahora sí–, para evacuar por la calle que lleva por nombre y honra a Benjamín Hill, el general sinaloense-sonorense, gobernador de Sonora en 1915,

“Nos trasladamos al lugar con agilidad, gracias a que me instaba a no llevar zapatos de tacón a esos periplos condesianos”. que estudió en Roma y se estableció después en Navojoa, de modo que evacuamos por una vía muy de nuestro terruño norteño, con guiños de la península itálica, tan querida por Federico. La calle estaba inundada; no sabíamos si había más peligro adentro del recinto por la posi-

bilidad de que se cayeran más plafones, o afuera, sin posibilidad de caminar y de tomar un taxi. El personal de seguridad iba autorizando poco a poco la salida de grupos de personas. Cuando llegó nuestro turno nosotros, como la mayoría, nos armamos de valor, salimos y nos resguardamos en un restaurante casi contiguo al edificio, que estaba lleno de gente esperando lo mismo que nosotros: salir y llegar a nuestras casas. La tromba no cedía. Federico estaba preocupado por cómo se encontraría Carmen. Él no usaba celular, de modo que yo intenté comunicarme con ella, sin éxito. Le preocupaba el trayecto de su esposa del trabajo a la casa. “¿Cómo le estará yendo a Carmen, oye?”, me preguntaba una y otra vez. Después de permanecer por aproximadamente media hora en el restaurante, sin humor de tomar nada a diferencia de muchos que hacían mofa de la situación, brindando a carcajadas, decidimos salir de ahí, a la aventura. El agua nos llegaba casi a medio cuerpo. No pasaban taxis y con los que nos cruzábamos iban ocupados o sencillamente no se detenían. Él decidió que el primero que estuviera disponible lo tomara yo; él esperaría a encontrar otro. Y así fue. Me dijo muchas veces: “Querida, háblame en cuanto llegues”. “Háblame en cuanto llegues al departamento, ¿eh?”. “Oye, no se te olvide hablarme en cuanto llegues. Me marcas a la casa”. Y así lo hice en cuanto llegué, con mis zapatos sin tacón en la mano y la ropa, de la cintura para abajo, empapada. Ambos, Carmen y él, ya estaban resguardados. Al día siguiente, una vez en calma después de la tempestad, me dijo riéndose: “¿Ves?, ¿ves lo que pasa por andarme convenciendo de que te acompañe a una firma de libros de Carlos Fuentes?”. aldacoe@gmail.com

NUMERALIA

Libros de Leila Guerriero: 2015, Los malos. 2014, Zona de obras. 2013, Una historia sencilla. 2011, Plano americano /

Los malditos. 2009, Frutos extraños.

Crónicas reunidas, 2001-2008. 2005, Los suicidas del fin

del mundo. Crónica de un pueblo patagónico.


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