El Hombre de Chajnantor

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J. M. Vázquez: El hombre de Chajnantor

Diseño de colección: Editorial Elvira

© de la ilustración de cubierta: Javier Godoy © del texto: J. M. Vázquez © de la edición: Mundo Detrás do Marco S.L. (Editorial Elvira) CIF: B27773266 Rúa Santiago, 11

36202 Vigo (Pontevedra)

www.editorialelvira.es info@editorialelvira.es

Maquetación: Hugo Rodríguez Diseño de cubiertas: Hugo Rodríguez y Rubén Romero Impresión: C.A Gráfica Impreso en Vigo, España

Primera edición julio 2014 ISBN: 978-84-942124-6-8 Depósito legal:

Todos los derechos están reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de este libro por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y o tratamientos informáticos, fotocopia o la grabación sin los permisos expresos de los titulares del copyrigth.




J. M. Vázquez Nace en Caracas el 27 de Octubre de 1990. De raíces gallegas, cursa sus primeros estudios en Caracas. Cuando está a punto de estudiar una carrera en una prestigiosa universidad, sube a su moto y huye. Termina mudándose a Madrid con 18 años donde tuvo su primer contacto con la escritura en un taller impartido por el profesor Julián Herraiz en una librería llamada “La Tarde de Libros” en el barrio de Malasaña. Más tarde estudia Cine entre Vigo y Madrid donde se especializa en Guión de Cine y Televisión. Una vez diplomado, dedica tres años a la búsqueda activa de empleo: falla, se deprime, se cabrea y finalmente con veintidos años comienza a escribir su primera novela, “El hombre de Chajnantor”.





A mi padre José Vázquez Viñas. Sin tu apoyo estos años yo no podría hacer lo que me gusta, te lo deberé por siempre, gracias.

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La Muerte De Feyn Garin

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Capítulo 1

Su mirada se encontraba perdida en el suelo gris de la cafetería, mientras una sonrisa pícara aparecía en su rostro. La camarera se acercaba con el café que esperaba, sonrojada. Ella le devolvió la sonrisa, probablemente creyendo que aquel hombre intentaba cortejarla. Era el olor del café lo que le hacía sonreír. Todos los astrónomos aprenden a amar el café. Normalmente no le daba importancia, era una parte esencial de su trabajo, combustible para vigilar las estrellas. Sonreía porque tal vez ese sería su último café, pronto no lo necesitaría. Se había levantado muy temprano esa mañana. Se afeitó movido por la costumbre, y una vez vestido con lo primero que encontró, abandonó el hotel y fue directamente hacia la cafetería. Su nombre era Feyn Garin. El lugar estaba vacío a excepción de él y de dos hombres sentados en la barra a un par de metros, ambos con un simple vaso de agua frente a ellos. Altos y corpulentos, con trajes oscuros y bien cuidados. Uno de ellos doblaba la edad del otro y daba la inmediata sensación de estar al mando. De vez en cuando el mayor le lanzaba una mirada a su compañero, este miraba su reloj de muñeca y asentía inexpresivo. Cogió la taza de café y dio un primer sorbo, hizo un gesto de dolor y presionó fuertemente los labios cuando el líquido quemó su lengua. De alguna manera también esto le había provocado una sonrisa. La camarera lo observaba curiosa tras la barra, sacudiendo un paño ennegrecido por la grasa. 17


Parecía muy interesada en él. No era muy cuidadoso con su aspecto, metro ochenta de altura y unos hombros demasiado anchos para su cuerpo, le daban un aspecto de nadador fuera de forma. Su cabello castaño y rizado siempre hecho un lío, unas gruesas gafas que decoraban la nariz ligeramente torcida. Para colmo de todo era evidente que no se había duchado esa mañana, y aún así, había algo en él que atraía a aquella chica. Mientras bebía distraído con la vista perdida tras el cristal, jugueteaba con una moneda entre sus dedos. Ella observó sorprendida la agilidad con la que movía el objeto y se acercó con una amplia sonrisa. —¿Desea algo más? Acabamos de abrir la cocina y parece que podría comer algo —dijo la muchacha mientras dejaba escapar una risilla, pero él continuaba sin prestarle atención—. Eres muy bueno con esa moneda ¿Sabes hacer trucos?– Finalmente apartó la mirada del cristal y le devolvió la sonrisa. —De hecho, así es, sé hacer un par de trucos. Cuando era pequeño era mi obsesión hacer desaparecer cosas, especialmente los juguetes de mi hermano. ¿Te gustaría ver un truco? —¡Pues claro! —gritó la chica entusiasmada. —Vale, ahí voy.

Le dejó ver la moneda de cerca, ella inspeccionó el objeto curiosa desde todos los ángulos. Cuando dio su visto bueno 18


con una señal, Feyn introdujo la moneda en el interior de su mano izquierda, dio un par de golpes secos con la palma derecha, abrió ambas manos descubriendo las palmas justo delante de sus ojos y la moneda había desaparecido. El silencio duró varios segundos. —No… —dijo por fin la camarera con los ojos abiertos de par en par—. ¿Dónde la has metido? Quiero volver a ver esa moneda, si no me la das ahora mismo voy a tener que buscarla yo misma. —No puedes encontrar algo que no comprendes, aunque esté justo frente a tus narices. Un nuevo silencio se extendió mientras la chica reflexionaba sobre lo que acaba de decirle. Los ojos de Feyn volvieron a perderse tras el cristal un momento después. —Bueno, disculpa que te haga perder el tiempo, si necesitas algo, cualquier cosa, yo… —la chica comenzó a dar marcha atrás al comprobar que Feyn parecía no estar interesado en entablar una conversación. —Espera. —dijo él de pronto—. ¿Podría hacerte un pregunta? Es algo extraña. —Sí claro. He dicho que cualquier cosa que necesitaras. –los ojos de la chica se iluminaron ante su interés. —¿Te gustan los robots? —la pregunta borró por completo la ilusión del rostro de la chica—. Perdona, ya te dije que era un poco extraña, por cierto… ¿Cuál es tu nombre? 19


—Olivia. —Bueno Olivia, ¿y qué me dices? ¿Te gustan los robots, los androides? ¿Esas cosas te van? —No mucho, no... ¿A qué te refieres? —Esta bien. Seré directo –dijo Feyn mientras se acomodaba en su asiento–. Me preguntaba, supongamos que un robot te pidiera matrimonio ¿Qué le dirías? No pienses en una tostadora gigante, me refiero a un robot humanoide, más o menos guapo, un aspecto decente, educado, cariñoso y esas cosas. Un robot que no distinguirías de un ser humano, pero que por dentro fuera puro metal ¿Le dirías que sí?

El más joven de los hombres sentados en la barra se atragantó mientras bebía un sorbo de agua y comenzó a toser sin control. La chica se había relajado y volvía a sonreír. —Pues, si como dices es guapo y educado… supongo que no habría problema —dijo en tono juguetón.— De todas formas, todos somos un poco robots desde la realidad aumentada, las etiquetas y esas cosas. ¿Por qué lo preguntas? ¿No serás tú un robot que funciona con cafeína verdad?

El rostro de Feyn se tensó, parecía preocupado. Le echó una mirada rápida al hombre aún asfixiado en la barra. Su compañero le golpeaba la espalda con los ojos clavados en él con una expresión amenazante. 20


—No, no soy un robot, era… era solo un juego. Disculpa, uno de esos hombres pagará mi cuenta. Lo siento mucho.

Se levantó de la mesa de un salto y caminó deprisa hacia la salida. Se detuvo ante la puerta mientras se colocaba el abrigo, volvió la vista hacia la chica desconcertada y un segundo después salió dando un portazo. Andaba muy despacio, cada pocos metros se detenía frente al escaparate de alguna tienda, una librería, una panadería, pero no parecía realmente interesado en comprar nada. Cada vez que llegaba a un semáforo y debía esperar para cruzar aparecían los hombres de traje oscuro a su lado. Su objetivo parecía ser no perderlo de vista bajo ninguna circunstancia. Era demasiado peligroso. No muy lejos vio una farmacia abierta y se dirigió hacia ella. Al entrar fue directo al mostrador, sacó su cartera y de ella un papel arrugado, se lo extendió al farmacéutico. Este de inmediato abrió un cajón detrás de él y le entregó la caja de pastillas; Feyn introdujo su contraseña personal y pasó la mano sobre el lector, que cambió a verde en un instante. Sufría todo tipo de alergias, el polvo, los gatos, incluso el cambio de temperaturas lograba afectarlo. Llevaba cerca de diez años controlando los síntomas con esas pastillas. Era algo tan habitual para él que no se había detenido a considerarlo. Al salir volvía a tener esa sonrisa extraña en su rostro. Los dos hombres lo esperaban en la puerta, sorprendidos al ver cómo se les acercaba. Extrajo la caja de pastillas de la bolsa de papel. —¿Alguno de vosotros dos sufre de alergias? —preguntó Feyn. Ellos se miraron el uno al otro confusos, pero antes de 21


que pudieran responder él continuó—. No importa, aquí tienen, yo no las voy a necesitar. —le entregó la caja al mayor— solo me queda una o dos cosas por hacer teniente, no seguiré robándoles el tiempo mucho más. Disculpen el comportamiento errático… pero seguro entenderán.

El mayor de los hombres al que había llamado teniente, lo observó sorprendido. En un movimiento casi instantáneo se irguió, alzó su mano contra la sien y realizó un saludo militar. —Señor, nuestro tiempo es suyo señor —Feyn le sonrío colocando la mano sobre su hombro. —No tiene que ser tan formal conmigo teniente, yo no soy su superior. Ni siquiera pertenecemos a la misma categoría de ciudadano. Yo soy un simple científico. Si quiere mostrarme respeto y agradecimiento solo tiene que seguir pagando mis cafés mientras pueda beberlos. —Señor, se aleja, debemos seguirle —advirtió el más joven al ver como Feyn se alejaba de ellos y su superior no movía un músculo. —Dejemos un poco más de espacio. El hombre se lo ha ganado —permitieron que Feyn doblara una esquina y retomaron nuevamente su camino.

Llegó a un parque repleto de fuentes y esculturas, aún no eran las nueve de la mañana y el lugar estaba completa22


mente vacío. Las enormes esculturas posmodernistas parecían no gustarle. Caminó hasta un banco y cogió del bolsillo de la chaqueta un teléfono móvil algo antiguo, una simple pantalla oscura y cristalina sin interfaz sensorial. Lo encendió e introdujo la contraseña que le habían hecho memorizar, en la lista de contactos solo aparecían dos números guardados. Seleccionó el primero y esperó. Del aparato surgió una voz masculina. —¿Sí? —Santi, soy yo. —¿Yo quién? ¿Cuándo vas a aprender a hablar? Joder… la gente no cambia —la voz era jovial y tenía un tono burlón. —Soy yo, Feyn, tu hermano famoso. El que sale en la tele y del que habla el presidente, o debería decir… del que hablan los presidentes. —dijo poniendo énfasis en la S final, Santi reía al otro lado— Me han dejado hacer una llamada, ¿No te parece un detalle? —Pues sí que es un detalle, ¿por qué no tengo imagen? ¿No te dejan usar juguetes de los buenos? —No puedo usar imagen, dicen que alguien podría ingresar con los datos de mi interfaz y averiguar dónde me han traído de paseo. Ni siquiera me han dejado elegir el lugar para pasar mis últimas vacaciones porque podría ser una decisión predecible… me han traído a una ciudad del norte de alguna parte y eso es todo. 23


—¿Tus últimas vacaciones? vamos Feyn, hablamos de esto. No son tus últimas vacaciones, ¿qué pasa contigo, quieres darme el bajón tan temprano? —Lo siento… no pienso lo que digo, tú eres el que le ha dado importancia. Cambiando el tema ¿Cómo esta Yuri? —Precisamente ahora está completamente aislada del resto del mundo con su visor, viendo una retransmisión de uno de los programas emitidos ayer, donde explican la importancia que su querido tío Feyn tiene para el resto de nosotros los mortales —ambos rieron. Feyn cerró los ojos unos segundos. —Dile que dije algo bonito sobre ella, algo que la haga reír. —Lo haré. Mira Feyn, esto no tiene que ser una despedida, nos volveremos a ver en una semana, ella también estará ahí, hasta hemos comprado unos trajes de gala y zapatos nuevos. Cris también irá en un principio, tuvo que cancelar un montón de cosas y no queda muy claro, pero dijo que no se lo perdía a menos que la oficina se incendiara. —Salúdale de mi parte. Y Santi… ya sé todo eso, no te preocupes, estoy bien, han sido días difíciles, eso es todo. Me han hecho tomar un montón de cosas, no he dormido, ya sabes cómo va. Le acabo de preguntar a una camarera que me hacía ojitos si le gustaban los robots, incluso si aceptaría casarse con uno —Santi soltó una carcajada al otro lado del aparato— Sí… ¿Lo ves? No estoy en mi mejor momento.

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—Pobre chica, ¿Te imaginas cuándo vea las noticias en un par de días y te reconozca?… ¡La pobre se pasará toda la vida contando la misma historia!

Ambos rieron un buen rato. Al final Feyn se despidió rápidamente, cerró la llamada y tiró el teléfono móvil a un contenedor de basura cercano. A lo lejos el teniente y su compañero le vigilaban. Hizo un gesto y ellos se acercaron. —Ya estoy listo señores, pueden llamar a la caballería.

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«A través del cable los impulsos eléctricos se abrían camino, alcanzaron el extremo opuesto y fueron interpretados en un instante. La representación estaba completa. El procesador cuántico trabajaba ya a toda su capacidad. Más de tres exaflops de velocidad de cómputo que descifraban todas las posibilidades, todas las interacciones posibles y lógicas que se ramificaban del último pensamiento de Feyn Garin. De las señales y los estímulos químicos que había mandado su cuerpo un instante antes de que el líquido azul hiciera su trabajo, se había formado una imagen que evolucionaba en tiempo real, un alma nueva. La máquina abrió sus ojos, estiró el cuello y probó el movimiento de cada uno de sus dedos, se sintió vivir. De pronto el cuerpo sobre la silla comenzó a convulsionar violentamente, el líquido azul mezclado con sangre se escurría del agujero en la parte trasera del cráneo. Todos en el quirófano observaban sorprendidos el fenómeno mientras los instrumentos de medición no emitían ninguna señal de vida. La máquina recién nacida se agitaba rompiendo sus ataduras.»

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