JUS Julio 2015
Editorial Mercedes Mayol
FotografĂa: Juan Felipe Rubio
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JUS Julio 2015
AMORES PERROS Amores imposibles, dolorosos, no correspondidos… todos hemos vivido y conocido alguno de ellos. La literatura, esa gran hacedora de creatividad, tiene ejemplos tan perennes de lo anterior que hoy en día obras como Romeo y Julieta, Otelo, Medea, Anna Karenina, o La mujer rota de Simone de Beauvoir, son referentes para trazar el mapa amoroso-doloroso de la historia de la cultura. Historias tan intensas como la de Marco Antonio, Cleopatra y el César, o la de Lady Diana y el Príncipe Charles, desatan a tal punto lo que entendemos por amores de final feliz que son motivo de acalorados debates.
Pasiones, celos, traiciones, infidelidades, han sido motivos de cientos de escritores, cineastas, músicos, periodistas de nota roja o de revistas del corazón. Lo cierto es que, como diría Joaquín Sabina en su canción, el amor cuando no muere mata, porque amores que matan nunca mueren y amores perros existen y todos hemos vivido alguno o al menos leído de alguno apuñalándonos con alguna canción triste mientras llorábamos a moco tendido. Este número de Jus Revista Digital, está dedicado íntegramente a este tema, Amores perros; sabemos que removerá mucho fango, avivará fuegos y convocará la lluvia, pero así somos… incómodos, siempre con la idea de animar conversaciones. t
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JUS Julio 2015 JUS es una publicación mensual de JUS, Libreros y Editores, S.A. de C.V., especializada en asuntos de conocimiento literario. Conforma una tribuna para el pensamiento en general. Nuestro objetivo principal es generar conversaciones, por lo que el material que publicamos es representativo de múltiples sectores de opinión. La proyección de nuestra revista es hacia los lectores hispanohablantes y hacia una nueva experiencia mas allá del libro y de nuestros libros. JUS es una revista basada en una temática especialmente escogida por nuestro equipo de redacción, donde desarrollamos una visión crítica, apoyándonos en las opiniones y letras de escritores y cronistas contemporáneos. En ella encontrarás cada mes un motivo más para sumergirte no sólo en la literatura, sino en todas las artes. JUS es una revista con entrevistas, reportajes, artículos de información, opinión, análisis y testimonios sobre realidades y personalidades de actualidad.
DIRECTORIO DIRECTOR EDITORIAL Bernardo Domínguez JEFE DE REDACCIÓN Mercedes Mayol REDACCIÓN Diabolgrot Aarón Cervantes (Asistente de redacción) Nuria Bartrina (Community manager) DISEÑO Victoria Aguiar (Diseño y visuales) Mario Patronelli (Webmaster)
INFORMACIÓN LEGAL. JUS
REVISTA
DIGITAL,
Año
VI,
Nueva
Época
–No.
24–
Julio
de
2015.
JUS REVISTA DIGITAL, es una publicación mensual editada por JUS, LIBREROS Y EDITORES, S.A. DE C.V., calle Donceles # 66, Colonia Centro, Delegación Cuauhtémoc, C.P. 06010, Tel. (55) 1203-3770, http://jus.com.mx/revista
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Editor
responsable:
Mercedes
Mayol.
Reserva de Derechos al Uso Exclusivo No. 04-2014-04116555300-203, otorgado por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. ISSN: 2007-9087. Responsable de la última actualización de este Número, Webmaster Mario Patronelli, calle Donceles número 66 Colonia Centro, Delegación
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Federal,
C.P.
06010,
fecha
de
última
modificación,
24 de Julio de 2015. Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura del editor de la publicación. Queda prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos e imágenes de la publicación sin previa autorización de JUS, LIBREROS Y EDITORES, S.A. de C.V.
México - Barcelona - Buenos Aires 4
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SUMARIO INTERVALO NARRATIVO 10 UN ERROR Por RICARDO KOHAN
14 UNA PERRA DE AMOR PERRO Por SUSANNA TISLER
18 PERRA Por SILVIA A. ECHENIQUE
20 UNA CHICA TELLADO Por BÁRBARA CRUZ
24 EL HUÉSPED Por MARTA MAÑES FERRER
28 A LAS ORILLAS DE ESTIGIA Por ANGÉLICA SANTA OLAYA
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32 TRENES Por MARÍA VICTORIA FABRE
36 LA NOCHE DE LOS PERROS Por GERARDO UGALDE
40 UN AGUJERITO EN LA RODILLA Por PEDRO PAUNER
46 TU PIEL DE CENTAURO Y MUERTE Por GABRIELA FONSECA
52 AMOR Y DESAMOR Por VICTORIA BELLO
56 ESPERA Por MERCEDES MAYOL
TERCER ESTANTE 58 DIETA LITERARIA Por REDACCIÓN JUS
60 HOMENAJE RAFAEL BERNAL 100 AÑOS DE SU NACIMIENTO Por REDACCIÓN JUS
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REFUGIO POÉTICO 64 POEMA DEDICADO A LAS MUJERES VÍCTIMAS DE VIOLENCIA DE GÉNERO Por RUTH RUIZ VILLALBA
65 EL ACECHO Por SILVIA GERSTNER
66 TRAGO AMARGO Por MERCEDES MAYOL
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Los textos de la presente edición pueden verse junto al resto de las colaboraciones en nuestra página web:
www.jus.com.mx/revista o en nuestro blog:
www.jus.com.mx/colabora Los colaboradores seleccionados para la edición digital de la revista del mes de Julio de 2015 son: Ricardo Kohan Susanna Tisler Silvia A. Echenique Bárbara Cruz Marta Mañes Ferrer Angélica Santa Olaya María Victoria Fabre Gerardo Ugalde Pedro Pauner Gabriela Fonseca Victoria Bello Ruth Ruiz Villalba Silvia Gerstner
¡¡¡Gracias siempre!!!
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NARRATIVO
Un error Ricardo Kohan Fotografía: flickr.com/maduixaaaa
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En la primera consulta supe que detrás de las
Apoya el sobre en el escritorio y lo abre con su corta
gafas, había una mirada y en ella una concepción
papeles. Yo, mientras lo escucho rasgar el papel, ima-
del universo. Creo que el hombre delgado y con
gino mi cuchillo de cacería. Al fin saca la hoja y la des-
guardapolvo blanco ve un mundo plano dividido
pliega. Lee los resultados con gesto tenso, luego clava
por una línea recta. Allí, en su horizonte, hay un más
sus ojos en los míos. Percibo un extraño brillo, mezcla de
allá y un más acá.
hostilidad y de pena. Escucho en su voz, seria, pausada y algo estudiada, una sentencia. Agrega que lo siente,
Estoy en su territorio, un ámbito poblado de métodos
rápidamente esquivo su mirada, creo que el hombre,
diagnósticos y remedios: su arsenal.
apenas más joven que yo, me juzga. Al oír el diagnóstico se desploma una leve simpatía que empezaba a sentir
Él será uno más de mis instrumentos de satisfacción
por él. Ahora, no me interesa saber si ese hombre gana
y alivio. Por ello me presto al juego y le confío mis
más que yo, dónde va de vacaciones, si tiene esposa y si
intimidades, mis temores. Es en vano, su actitud no se
le es fiel, si tiene hijos. Me da la hoja. Consigo agarrar
presta a la mía. Luego de palpar el cuello, el abdomen
con tres dedos que no paran de temblar, el simple papel,
y la ingle, con gesto dedicado a su arte, me ausculta;
ese que a mi vista se metamorfosea: las mariposas y
sin pedirme permiso, me hace a un lado el diente de
peces de colores que quería ver, son larvas de polillas
jabalí que llevo colgando en mi pecho a forma de
y gusanos que empezaron a dar marcas en mi sangre.
orgulloso adorno, de amuleto que yo mismo cacé.
El análisis de laboratorio es un pasaporte que lleva una
Mecánicamente ordena: “vístase”, y se sienta detrás
marca, un signo positivo, allí leo mi calvario, mi cruz.
de su enorme escritorio con mesada de mármol blanco.
Lo que era una vaga sospecha adquiere la contunden-
Escribe en un recetario siglas que intenta traducir-
cia de que pasé el límite, la frontera. Irreversiblemente
me, luego coloca la hoja en un sobre y con gesto
cambié de estado.
amable escribe al dorso la dirección del laboratorio. Después humedece su dedo índice en la almohadilla
Al salir del consultorio, mientras me desajusto la corbata
que está encima del escritorio. Cierra el sobre, firma
y el primer botón del cuello de la camisa, me acuerdo
y estampa su sello; es curioso, en esa acción oigo
de Teresa, entre otras cosas planchaba muy bien. Pensar
un disparo. Quisiera estar de cacería. Sonrío por la
que cuando Estela me preguntó si la aprobaba, moví la
loca ocurrencia. Dios viendo las dos escenas, la que
cabeza afirmativamente y le sonreí. La casa es grande,
transcurre en el coto de caza y en el consultorio. ¿Estará
y después de todo es mi esposa quien necesita de
escribiendo un epitafio? ¿Allí dirá venganza? No,
alguien que la ayude. La pobre sufre jaquecas, más
Dios no es vengativo. Llevo el sobre al bolsillo interior
desde que se mató el padre; por suerte ir de compras al
de mi saco, luego estrecho la fría y delgada mano del
shoping la alivia.
médico. Ese mismo día empezó a trabajar cama adentro, yo la He pagado bien por saltear la incómoda sala de
llamaba “Paragua” o “Tere”, era casi una nena. Creí
espera, por su discreción y mi tranquilidad.
que era una excusa cuando no quiso y dijo, con ojos de ternera degollada, que estaba infectada. A los tres o
Tal lo pactado, regreso a los diez días. Me siento frente
cuatro días ya me esperaba con la puerta entreabierta,
a él, sonrío intentando sortear el escritorio que nos dis-
con la fragancia inconfundible del Possion y las uñas
tancia y le alcanzo el sobre con el membrete del la-
pintadas del mismo color que usa Estela. Su “por favor,
boratorio que él me sugirió. Lo pone a tras luz del
no” se había transformado en una súplica sensual. En
tubo fluorescente, ese sobre y ese instante se me
su sonrisa veía los labios tenuemente pintados y unos
representa como el telón de una obra que está pró-
dientes de cachorra en celo. Sus ojos que asomaban
xima a descorrerse; no sé por qué pero maldigo a
entre su lacio cabello castaño, eran los de una joven
monsieur Guilletín.
tigresa. Ya no invocaba un mal temido, horroroso.
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INTERVALO
NARRATIVO Por semanas todo transcurrió como siempre: Estela con
espejo, el afeitarse, cepillarse los dientes, una ducha con
sus migrañas, el shoping y la Paragua.
agua tibia, los cubiertos en la mesa, los chicos, Estelita. También que Agusto estuviese con vida, y vuelva a ser mi
Pasaron unos meses, fue en julio cuando tuve la
socio, pero sin trampas. Estela sin heridas. Se me acelera
primera pesadilla: La discusión con mi suegro, la carta
el corazón, retorno al día que quisiera lejano.
documento, su muerte, Estela alcoholizada, la selva, los pumas, mi fusil y en la cartuchera en vez de balas,
Me atrevo a formularme algunas preguntas: mi nuevo
lápices de labios. Los animales se aprestaban a saltar
y último mundo, ¿será un mundo blanco, de cofias,
sobre mí.
barbijos y guardapolvos? ¿Me inquietará el ruido del monitor, el tubo de oxígeno, la mascarilla y las voces de
Desperté y fui al baño, abrí la canilla, ahuequé la
los médicos? ¿En sus caras se reflejará que dejaré de
palma de mi mano y calmé mi sed. En el espejo me
ser el hombre que fui? Creo que no me someteré a che-
encontré sudoroso, pálido y flaco. Las pesadillas
queos, ni a pastillas diarias. No quiero estar atento a
siguieron todo el mes. Lo que me era divertido empezó
la pérdida gradual de peso, de amigos, de recursos.
a aburrirme: el golf, el tenis, la cotización en la bolsa,
Menos a la lástima, a la sospecha, a las habladurías,
las acciones.
a murmullos cómplices. El seguro de vida, los plazos fijos, las acciones y las cajas de seguridad no permitirán
La palabra cansancio empezó a ser una acompañan-
que los chicos y Estelita pasen infortunios. Para esas
te, casi la única. Repentinamente empecé a intuir lo
cosas, Estela es una leona.
que corría por mis venas. Un día me decidí; desde mi oficina me comuniqué con el médico, después de
Jamás pensé que tres letras y un signo escrito en un
concertar la primera cita, llamé a Estela y le dije que
papel me despertaran tanto horror. Al cerrar los pár-
faltaban cosas en casa y que la única responsable
pados quiero borrarlos de mi mente. Que sean sólo una
posible era la Paragua. Como siempre, prefirió creer-
pesadilla. Un absurdo pensamiento nace y taladra mis
me. Ese mismo día la despidió y le dijo que si hacía
sesos: “La Paragua y Estela en connivencia, riéndose
quilombo iba a llamar a migraciones, así al menos me
como hienas”.
lo contó cuando regresé a casa. Como al pasar, agregó que le faltaba el Poisson, los esmaltes para uñas y dos
No puede ser, me persigno ante la maldita imaginación.
mil pesos. También los pendientes que le regaló su
Cruzo la calle, el tránsito es apabullante. Hice bien en
padre para el último aniversario de casamiento.
dejar el auto en mi casa. Con el resultado en el bolsillo, en mi sangre y el corazón, tomo el tren. Viajo
Aquel aniversario, Agusto recibió la carta documento.
apretujado, sediento y sudoroso; soy parte del ganado.
En la fiesta se lo veía muy tranquilo, incluso alegre cuando le regaló los aros de tres oros y platino. Al día
No quiero llegar así. Bajo antes de llegar a la terminal.
siguiente se suicidó.
En el andén lleno de gente, fuerzo un lugar en un asiento de estación. Esperaré el próximo tren, mientras
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La Paragua, una indocumentada, una cochina ilegal.
tanto llevo las manos a la frente y exorcizo mi espanto
Quiero olvidar, no enojarme y me agarro a otros tramos
pronunciando, como en un rezo: “que todo sea un error,
de mis recuerdos de un pasado reciente, cotidiano: El
que sea un error”. t
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AUTOR: GABRIELA FONSECA TÍTULO: LOS DIABLOS DE TERESA Y OTROS RELATOS NÚM. DE PÁGINAS: 150 FORMATO: 13,5X23CM
Los diablos de Teresa, de la periodista de La Jornada, Gabriela Fonseca, son cuentos de corte fantástico que rondan también el tono nostálgico o una acidez inusual. Una chica se lamenta del olor de su primer amante, porque no le recuerda en nada al aroma de su primer amor, una joven se acuesta protegida por diablos de papel que la cuidan de sus pesadillas y una chica decide hacer un hombrecillo mediante una rara pócima. Una mujer que comparte la cama con un diablo de cartón, una libélula lujuriosa que anida en el pecho de una mujer, una adolescente que se agencia a un amante, son algunos de los personajes de Los diablos de Teresa y otros relatos: historias que juegan entre lo real y lo fantástico, que narran desde la sorpresa del presente y el desde la ácida calidez de la nostalgia. Con este libro Gabriela Fonseca confi rma que la literatura fantástica tiene un sitio importante en la narrativa mexicana actual. Los diablos de Teresa y otros relatos, fueron traducidos recientemente al italiano. « Gabriela Fonseca inventa caminos para ampliar el mundo de lo real.» Felipe Garrido « Un libro suculento, inquietante y subversivo .» Montserrat Hawayek «Confieso que al leerlo, tuve la misma urgencia y desesperación que sentí al leer el monólogo de Milton en El abogado del diablo». Goodreads
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Una perra de amor perro Susanna Tisler Fotograf铆a: M贸nica Mitrione
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INTERVALO
NARRATIVO Le dolió como un parto. Le dolió ganarlo, y le dolió
de que necesitaba un poco de magia para mejorar su
perderlo. Porque al final de la historia, se parió a sí
descontento. Llegó a convencerse de que su infelicidad
misma. ¿O murió en el intento?
obedecía a algún deseo oculto que no era capaz de expresar. Tal vez las cartas le ayudarían a proyectar su
Cuando lo conoció, perdió la cabeza.
psique y podría hacerse un autotratamiento ahorrándose la ayuda externa. Pero lo dejó, porque vio que las
Bueno, y las uñas: a él no le gustaban largas, ni menos
llamadas de él se pusieron peores: se ve que la práctica
rojas.
de una nueva actividad le traía mala suerte.
Y la piel: él no la quería con arrugas, al poco ella ya
Se propuso conquistar su atención, y conseguir que él
parecía una máscara planchada.
la necesitara. Que se sintiera dependiente de ella y la quisiera como compañera. Estudió las películas, la
Y los morros: él no quería rouge. Sus labios se queda-
música y otras actividades que a él le gustaban y cuando
ron tan naturales que no se veían.
él la llamaba, procuraba obviar el “te quiero, te echo de menos” de siempre. Incluso pensó proponerle que la
Y los tacones: a él le molestaba el ruido del taconeo…
aconsejara sobre la práctica de la esgrima y el fútbol-
Bueno, no sigo.
sala. Quería ser amena e interesante.
Perdió autobuses, películas, pretendientes que no le
Comenzó
gustaban y no quería fijarse en ellos. No quería per-
deportivas, y cuando “tenía la suerte” de oír el teléfono,
der los nervios, pero lo único que NO perdió fue la
le ofrecía alternativas para hacer algo el fin de semana,
paciencia: era capaz de esperar y esperar y esperar,
incluso se aventuró alguna vez a comprar entradas. En
y el sol se ponía y la luna se hacía nueva, creciente
un par de oportunidades no acertó con lo que él quería
y llena, y la llamada telefónica no llegaba. “Te llamo
hacer, y en adelante prefirió limitarse a preguntarle antes
mañana”, y ella, si hacía falta, esperaba un día de 30
de hacer cola en las taquillas.
a
seguir
varias
agendas
culturales
y
noches. También se veían, de vez en cuando. Cada dos meses, o Entró en una dinámica medio mágica: “… Si hoy
tres… Con prisas, claro.
ordeno el armario, seguro que no me llamará, pero si veo pasar un coche amarillo, eso me traerá suerte”.
Cuando pasaron varias semanas sin encontrarse, un día
Eran unos conjuros tan extraños, que no se los contaba
él, después de hacer el amor con ella casi como una
a nadie.
ce-lebración de reencuentro, le habló cariñosamente de lo que pensaba sobre la fidelidad: “Cariño, somos
Las amigas ya no le decían nada… ya no le quedaban
adultos. Todo lo que esté consensuado es bueno. Sólo
amigas, también las perdió. Le ocurrió como ese pobre
tenemos que estar de acuerdo”. Ella apuntó de
pájaro que se enamoró de un cactus del desierto, y sólo
manera afirmativa: “Yo lo único que no acepto es la
se dedicó a darle vueltas y mirarlo, y perdió las plumas
promiscuidad”. Y pactaron: primero era: relación única,
y ya no pudo volar nunca más. Pero eso es otro cuento.
monogamia. Luego se planteó la frecuencia: ¿única
Así le pasó a ella: ella decía que no quería levantar
absolutamente? o ¿única en el mes? o tal vez ¿única
el vuelo, que no le hacía falta. La verdad era que ya
ese día? Bueno, los acuerdos no quedaron muy claros
había perdido la capacidad de hacerlo.
y ella se declaró no-promiscua indefinidamente… pero no se atrevió a ponerle condiciones a él, no fuera cosa
Sufría, todo eso le dolía, muy feliz no estaba. Pero
que se sintiera dominado, cohibido, poseído…
ella no era consciente de su dolor. Había leído mucho sobre eso de que “amar es hacer feliz al otro”… Y ella
Entonces la duda, esa sensación de que el equilibrio
amaba. Eso la compensaba con creces. Se apuntó a un
estaba cojo, de que a un taburete de cuatro patas sólo
club de Tarot por correspondencia para buscar fórmulas
le quedaban tres… le volvió a producir sufrimiento.
de mejorar su autoestima, porque llegó a la conclusión
Otra vez dolía. No sabía qué era lo que dolía, pero dolía, y ahora se daba cuenta.
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(Nota de la autora: “Perra”, en una de las acepciones que ofrece la RAE, es un berrinche, una pataleta.)
Una amiga, de las pocas que le quedaban, le habló
El siguiente fin de semana fue más corto pero intenso.
de los hombres posesivos. Le dijo que ella, a su novio,
En cuatro domingos él ya dejó de marchar con prisas,
lo “reeducó con la indiferencia”. Dejó de perseguirlo
el armario de ella se iba llenando de camisas, pan-
y dejó de manifestar un interés desmesurado por él.
talones y ropa interior masculina, y ya compartían sofá,
Que se había apuntado a cursos, que vivía más para
televisión y, en el baño, el espacio ocupado por dos
sí misma… Ella le preguntó: “¿Y has conseguido que te
cepillos de dientes y otros elementos de toilette. Además
quiera más?”. “No lo sé, pero ahora al menos no sufro”.
él le dijo cómo le gustaba el papel higiénico, que no
Quiso aplicarse en este cometido pero esto le produjo
comprara servilletas de papel que llevaran dibujos
una gran angustia y renunció a intentarlo. Además,
tintados, y que se olvidara de hervir col porque hacía
pensó, si dejaba de arreglarse la cara, el cabello, si
muy mal olor.
se comenzaba a pintar los labios y a llevar tacones, podría pasar que él lo viviera como un desafío. O,
Comenzaron a hacer pequeñas fiestas en casa de
como siempre, temió que le podría “traer mala suerte”.
ella. Conoció a algunos de sus amigos, y poco a poco dejó de preocuparse tanto por lo que a él le gustaba
Y de pronto, hubo un cambio. Primero fue sutil: él la lla-
o le dejaba de gustar. Se permitió más espontanei-
mó un jueves, le comentó que al día siguiente, viernes,
dad y libertades en la manera de vestir, en el pintado
por la noche había un espectáculo que a ella tal vez
de uñas y labios, en todo. Técnicamente vivían juntos
le gustaría, que era fuera de la ciudad y que tal vez se-
y la gente ya comenzaba a tratarlos como una pareja.
ría bueno quedarse a pasar la noche fuera, y que el sá-
De vez en cuando él hacía alguna escapada misterio-
bado lo podrían pasar juntos. “Hasta el domingo al
sa a algún mundo que siempre era algo relacionado
mediodía seré todo tuyo”, le dijo.
con “mi madre…” o “mi padre…” o “mi hermana…”. Pero cuando ella quiso preguntar más detalles sobre su
A ella le faltó tiempo para ir a la peluquería, hacerse
familia, a él el tema le disgustaba. No quería explicar
una limpieza de cutis con efecto prolongado (así no se
nada más. Ni siquiera cuando ella se comenzó a dar
pondría cremas durante dos días), comprarse dos precio-
cuenta de que por la noche, juntos en la cama, él olía a
sos camisones de dormir muy sexis y voluptuosos, no
un jabón que ella nunca había comprado. Una vez una
contarle nada a nadie para que no fuera cosa de que
vecina le dijo: “Ay, querida, perdona, es que no te había
se rompiera el milagro, no había que tentar a la mala
reconocido, estaba convencida de que te habías teñido
suerte… El viernes estaba tan nerviosa antes de que él la
el pelo, al menos el otro día te lo vi de otro color”.
fuera a buscar que estuvo a punto de salirle un granito en el labio. Cuando él llegó, no la recogió en la calle: subió
Ella era consciente, sabía que no quería enfrentarse a
a su apartamento y le pidió que colgara en su armario
la realidad que se le estaba revelando a gritos. Pero es
dos camisas, una para el sábado y otra para el domingo
que tampoco le importaba mucho. Mejor dicho, sí que
por la mañana. Ese día él marcharía con mucha prisa y
le importaba, pero no quería “perderlo técnicamente”:
a todas luces preparado para alguna fiesta al aire libre
si le daban nombre, apellidos y definiciones a la situa-
que no quiso explicar. Pero se dejó alguna ropa suya
ción, no quedaría más remedio que mirarla de cara. Y
entre la de ella, y lo que había usado el fin de semana
ella lo quería evitar.
se quedó allí para ponerlo en la lavadora. Ella sintió que por fin había conquistado algo de él.
Por eso, cuando dejó de interesarse por darle el gusto a él en todo, y se sintió “tan mujer” como para invitar
En los próximos días sufriría otra vez. Ahora el dolor lo
hasta su dormitorio al guapo chico que vendía periódi-
provocaban dos pensamientos: uno era que la escena del
cos en la esquina, sabía que “él” se iba a enterar y no
domingo a las 11 de la mañana, despidiéndolo en la
le sorprendió que luego su ofendido compañero le can-
puerta mientras él parecía haber olvidado los dos días
tara un tango y hasta quisiera pegarle. Éste era el último
anteriores, y marchaba hacia alguna celebración que no
dolor. Acababa de parirse a sí misma. t
había querido compartir con ella, le producía unos celos que le resultaban nuevos. El otro motivo de dolor era el miedo a perderlo. Le recordó la letra de algún bolero.
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Perra Silvia A. Echenique
Fotografía: Terri Swallow
Estaba tirada en su colchón, abriendo y cerrando sus ojos. Los ruidos de la calle no la dejaban en paz. ¡Hacía tanto calor! , y las imágenes la atormentaban, se agitaba y lloraba en su sueño liviano. Entonces se levantaba, daba una vuelta por dentro de la casa, y volvía a tirarse. Es que había estado sola todo el día y aún lo estaba. En la noche se sentía más vacía todavía. Necesitaba escuchar los ruidos que en un tiempo eran habituales. El de las llaves en la puerta, el saludo, la caricia de su dueño. Antes del amanecer sintió el ruido en la cerradura de la puerta, no hubo ni saludo, ni caricias. Lo desconoció. Gruñó con rabia, pero fue reprimida en el acto y ya no pudo soportar el desamor. Caminó hacia la cocina, ante la indiferencia de su dueño. Se quitó su camisón de seda, se metió a la bañera, y consumió el frasco entero de pastillas que había guardado celosamente en la heladera. Cuando él la vio sintió alivio. No tendría la obligación de dar lo que no podía…y pensó sin culpa, estoy liberado para empezar mi nueva vida. t
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Una chica Te 20
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—No es ni morado ni violeta, y en definitiva no es berenjena. Es malva, y no cualquiera puede portar ese color en una camisa —dijo Salvador, mientras se limpiaba los labios con una mano, arrodillado frente a Franco. Sonrió, orgulloso de su comentario, sin perder el aire melancólico que tenía siempre instalado en las facciones de su escurrido y fino rostro. Tenía el cuerpo tan estrecho y delgado que frecuentemente era confundido con una chica. —Pero tú no tienes problema con eso, Franky — continuó Salvador, con tono dulce— tú eres un hombre campanudo, de esos que ponía Corín en sus novelas. Tomó el cuello de la camisa de Franco y lo sobó entre los dedos, recorriendo después el amplio pecho hacia abajo. —¡Quita! —dijo Franco, enojado, con gesto de asco, y retiró la mano de Salvador con un golpe seco. Salvador perdió el equilibrio por el impacto y cayó de sentón al suelo. Bajó la mirada, ofuscado por una ola de dolor ante el rechazo. Franco se puso de pie, y cerró la cremallera de su pantalón. —Y no me jodas con llamadas. Yo voy más tarde — dijo Franco, antes de salir. El llanto subió de golpe al rostro de Salvador. Sentía la frente caliente y un hormigueo intenso en el pecho. Compuso su apariencia antes de salir del despacho. A punto de entrar en el ascensor, logró ver a
ellado
Franco, recargado en la recepción del lugar. Observaba algo con expresión atontada, con la mirada entornada, casi dulce.
Bárbara Cruz Fotografía: www.flickr.com/luisa
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INTERVALO
NARRATIVO Salvador lo observó. Es bello, se dijo. Franco tenía la mirada oscura y profunda. El cuerpo cuadrado, amplio, contundente. La definición de viril. Franco compuso la postura de pronto y una mujer apareció en la escena. Alta y delgada, parecía sacada de una revista de moda. Pasó junto a Franco, con una sonrisa segura, regresando el saludo galante de éste con la misma coquetería. Salvador sintió un aguijonazo doloroso en el pecho. Cuando llegó a casa, Salvador lloró lo que le parecieron horas. El rechazo de Franco siempre le había dolido, pero no tanto como verlo admirando
Irritado, corrió al baño. Tomó su navaja de afeitar y
a aquella mujer. Parecía un hombre distinto, suaviza-
levantó el vestido. Con el sexo con una mano, rasgó
do de alguna forma.
de un tajo. Soltó un grito descomunal, doblándose por el dolor. Soltó la navaja, temblando, y vio que apenas
Salvador se arrastró fuera de la cama y fue al
y se había dañado. No lograría terminar con aquello.
baño. Se lavó la cara con agua fría, para calmar la hinchazón en los ojos. Se miró en el espejo por
Franco tocó a la puerta. Salvador se levantó con
un largo rato. Recorrió sus facciones. Recordaba
dificultad. Aturdido por el dolor, solo atinó a bajarse el
a aquella mujer en la recepción. Perfecta, murmuró
vestido. Abrió la puerta, con el rostro pálido, sudando
Salvador. Seguramente se ve así desde que amane-
violentamente, tratando de sonreír.
ce, habla siete idiomas y es millonaria. Franco entró, sin dirigirle la mirada, mientras se Frunció el ceño sin quitar la mirada del espejo y, de
aflojaba
pronto, le vino la imagen de la expresión de Franco.
esperando a Salvador hincado en el suelo para
el
cinto
del
pantalón.
Cuando
volteó,
Pues ya está… eso es… murmuró de nuevo, un hom-
recibirlo, lo encontró de pie, encorvándose lentamente
bre campanudo necesita una chica Tellado.
sobre sí mismo. Franco lo miró con repulsión. Cerró su pantalón de vuelta, soltando un bufido de fastidio,
Se vistió para recibir a Franco, pero lo hizo como
y caminó de regreso a la puerta.
solía hacerlo en noche de brujas, cuando nadie podía molestarlo: con vestido y tacones. Se maquilló,
—Me dan asco las vestidas —gruñó Franco. Tiró a
mientras recordaba a la mujer de la recepción. Y
Salvador de un empujón sobre un sillón cercano y salió
cuando se vio en un espejo de cuerpo completo, notó
azotando la puerta.
con odio la protuberancia entre las piernas que no logró ocultar. Culpó a ese apéndice de ser la única
Salvador temblaba por el dolor. Sintió la humedad de
causa por la cual Franco nunca lo tocaba ni veía. La
la herida y bajó la mirada.
razón por la que Franco no lo veía como a aquella mujer.
Sonrió, sin dejar de llorar. —Color malva —susurró trémulo, cuando vio una gran mancha húmeda que se extendía desde el centro del regazo, invadiendo el largo de su vestido azul. t
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AUTOR: MANUEL ESQUIVEL TÍTULO: JESÚS MALVERDE -EL SANTO DE SINALOANÚM. DE PÁGINAS: 150 FORMATO: 13,5X23CM
Para unos es bendición, para otros ícono del cáncer más grave y enraizado de nuestro agonizante país; si su existencia fue real o no, es cuestión debatida hasta hoy, a más de 100 años de su muerte. Jesús Malverde es uno de los héroes que están presentes en el imaginario colectivo del pueblo porque, de una manera u otra, fueron modelos a seguir aunque vivieran fuera de la ley. Basado en una investigación histórica y con datos no revelados hasta ahora, Esquivel nos cuenta la vida y obra de este personaje, desde su origen humilde hasta las circunstancias misteriosas que rodearon su muerte, sin olvidar los milagros que la gente le adjudica. Malverde nos acerca al enigma de la figura popular y religiosa más controvertida del momento a más de cien años de su ejecución. « Es como un dios. Las cosas que recibe son impresionantes: dinero, alhajas, dólares. Para pasar cargamentos, todo el tiempo se le pide. Es el dios de Sinaloa, un chingón». El Universal, México
« …nadie puede negar la trascendencia cultural que esta historia ha dejado en las poblaciones del norte de nuestro país. Así que, real o no, ésta es la historia del ladrón que se hizo santo, la del santo al que hoy se encomiendan «los malos»… la historia del «Robin Hood» mexicano.». Algarabía, México
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INTERVALO
NARRATIVO
El huésped
Marta Mañes Ferrer Fotografía: Thomas Huxley
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Me casé con él sin apenas conocerle, por insistencia de mi padre en el lecho de muerte. Antes de la boda lo vi sólo dos veces, pero fueron suficientes para autoconvencerme de que estaba enamorada. Jean Marc era hijo de una familia muy adinerada. Poseían numerosas propiedades en régimen de alquiler y extensas tierras cedidas en explotación. La abundancia que recibíamos cada semana era escondida en los sótanos, así, nadie adivinaba que dentro de aquella enorme mansión, la vida cotidiana seguía siendo un mundo aparte de la realidad exterior. La abundancia nos rebosaba. Hacía cuatro años que mi marido se había alistado. Durante este largo periodo nunca recibí una carta en la que pusiese por escrito que me echaba de menos o en su defecto, que deseaba regresar al hogar. Las únicas señales de vida que recibía sobre él eran las amenazas constantes de mi suegra en las que dejaba claro su odio hacia el huésped que teníamos en casa desde hacía tres meses y sus constantes advertencias sobre mis obligaciones de fiel esposa. No podía ni debía dirigirle la palabra. También me prohibió tocar mi piano, lo cerró bajo llave. Por lo demás, mi obligación de gestionar el patrimonio de mi marido bajo su tutela era un oficio que me provocaba náuseas. A Danielle le gustaba ir a cobrar a los inquilinos sin avisar. Llegar a cualquier hora del día era un método infalible para pillarlos por sorpresa. Estaba convencida de que no le querían pagar. Pensaba que si entraba en sus casas de repente no les permitía esconder su comida y su dinero. Nunca les perdonaba las deudas; se las acumulaba con el pago de la siguiente mensualidad. Yo, siempre que llegábamos a las casas, solía hacer algún ruido para darles una señal de nuestra llegada. Por eso, con los años me había ganado su afecto y respeto. Me veían en el lado contrario pero no era su enemiga. A final, todos éramos vecinos de Bussy y ese detalle, más que nunca, nos unía contra nuestros verdaderos enemigos. Bruno tenía mucha sensibilidad. Era rubio, de ojos azules intensos y brillantes como el cristal de Murano. Alto y con buen porte, su mirada me abrazaba y besaba cuando nos cruzá-
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INTERVALO
NARRATIVO bamos por las estancias. Mi suegra, muy a su pesar, se vio obligada a darle la llave del piano en el que él, cada día, como acto de rebeldía, tocaba una música dulce y sublime desconocida para mí. Las notas de aquella canción melodiosa que Bruno repetía sin descanso impregnaron las paredes de la casa y entraron sin contemplaciones en mi corazón. No la había estudiado durante la carrera, así que observándolo desde la rendija de la puerta entreabierta que él solía dejar, pude memorizarlas viéndolo tocar el teclado. Siempre era atento y cariñoso conmigo. Me ayudó en numerosas cuestiones de alto riesgo gracias a su rango. Antepuso mi beneficio a sus obligaciones con el ejército.
había ayudado a dar visados para hacer cruzar la frontera y llegar hasta Vichy para estar a salvo. Y eso,
—¿Qué eras antes de llegar aquí? —le pregunté.
en definitiva era lo único que les importaba.
—Compositor. Yo no he escogido venir aquí. No
Recuerdo con claridad el instante en el que entró el
me gusta hacer esto. Si fuese por mí, nada de lo que
soldado raso en casa para darle las últimas noticias de
está sucediendo habría pasado —me respondió.
la tropa.
Y le creí porque su voz fue límpida y serena, su tono
—Mi teniente, tenemos todo preparado. Mañana por
al pronunciar aquellas frases fueron una paloma
la mañana saldremos de Bossy hacia el norte. Nos
blanca de paz volando en mis sueños y regalándome
retiramos. Órdenes del Führer.
un futuro nuevo y esperanzador. Tras su marcha, ya a solas, Bruno se acercó a mí y, Ninguno de los dos queríamos el horror que nos
mirándome a los ojos y apoyando su frente contra la
tocaba vivir. Me cogió de la cintura con la mano y
mía, me susurró a tres centímetros de distancia:
me acercó hacia su cuerpo con decisión y cuidado. Me besó con deseo. Me dejé besar.
—¿Existe algún motivo por el que deba volver?
Las siguientes semanas fueron una lucha constante
—Sí. Existe —le respondí—, existe —le repetí.
para intentar vernos a solas. Pero las nuevas directrices de los altos mandos y mi suegra impedían
Al día siguiente las tropas alemanas se fueron del
que ese deseo se hiciese realidad.
pueblo. Desaparecieron. Con los años supe que mi marido me había estado engañando con diferen-
Rumores del pueblo hacían que algunos me llamasen
tes mujeres desde el primer día de nuestra boda.
la “alemana”. Sabían que tenía un aliado en casa,
Finalmente, fue preso y murió en el campo de
no les importaba cual era el motivo o modo de con-
concentración de Mauthausen.
seguirlo pues conocían que en algunas ocasiones me También supe que Bruno falleció en combate. ¿Y yo? ¿Qué sucedió? Pues nunca dejó de sonar en mi mente la música dulce y armoniosa, la melodía llena de sensibilidad y amor que Bruno, el huésped, compuso para mí. t
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AUTOR: ORSO ARREOLA TÍTULO: EL ÚLTIMO JUGLAR: MEMORIAS DE JUAN JOSÉ ARREOLA FORMATO 13,5X23CM
Este libro es fruto de una larga y accidentada charla entre Juan José Arreola y su hijo, Orso. Es una charla apasionada y dulce, en otras triste y amarga, pero siempre regida por la verdad. Escribir lo que un padre le cuenta a su hijo es una de las formas más antiguas de hacer literatura, de transmitir la palabra. Pero este libro, es también, las tan esperadas memorias de uno de los escritores más importantes, curiosos y talentosos de la literatura mexicana del siglo XX. “Este libro es de Orso, pero también es mío; —dice Juan José Arreola—, lo hicimos entre los dos, pero él, al escribirlo y ordenarlo le dio vida.” Leamos pues la vida de uno de los hombres más interesantes de la literatura de nuestro país en esta edición que incluye fotografías inéditas y otros documentos de Arreola. « “Consígase novia, yo le pongo la casa”, decía el rótulo de la primera casa que habitó Juan José Arreola en la Ciudad de México. Es la primera estación de un viaje largo, del que no podía haber retorno, y aquel letrero sería la divisa de un destino. » Letras libres
« “Con Arreola aprendí a escribir; jugar al ajedrez con él era importante por lo que recitaba al jugar”. Augusto Monterroso, hondureño de nacimiento aunque se considera guatemalteco, dijo que con Arreola tuvo “una amistad en momentos formativos. Nuestra comunicación era diaria, nos mostrábamos los textos, los discutíamos, vivíamos juntos esa iniciación. Recuerdo su enorme capacidad verbal, su percepción de la belleza a través de la palabra”. » Vicente Leñero
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A las orillas de Estigia* Angélica Santa Olaya
*D. R. Copyright. México, 2007.
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Date cuenta ya. Nadie te va a querer con esa tristeza
creados para nuestros ojos. Nadie puso una moneda
descamándote los talones. Los que sonríen a la luna
de oro en nuestras bocas. La muerte nos llegó con el
sentados sobre el hierro no gustan del silencio que se
primer aliento.
esconde tras el humo ceniciento de un recuerdo.
El
mismos guijarros a cogote abierto. Fuera de nuestras
día nace y duerme con los gemidos que se retuercen
terregosas memorias no hay relámpagos que alumbren
bajo las quebradas hojas. Servimos, ya lo ves, para
nuestras lágrimas. Tienes razón en querer esconderte
poner puntos finales en otras historias y guardar los
de mis negras plumas.
suspensivos bajo la indecisa lengua. No has querido
conoces. Temes que roya el interior de tus mejillas y
abrir los ojos y lamer el rostro que te mira tras el vaho
arroje el encarnado bagazo al rincón de los perros sin
indecoroso de la espera. Insistes en agitar el pantano
dueño. No puedo culparte. Yo también me arranco a
buscando un remo que no existe. Nadie ha inventado
veces las uñas a mordiscos y luego duermo cuarenta
todavía el hechizo que provoque el naufragio de
noches acurrucada en las corvas sudorosas de esta
Caronte.
ciudad. No quiero ser ya la que intenta correr sobre
Las estrellas y los chupamirtos no fueron
Te entiendo porque he tragado los
Sabes quién soy porque te
el espinazo de la laguna. Mis pies planos no saben obedecer las señales del camino ni mis ojos leer las tablas de Moisés.
Siempre tropiezo con corazones
ocupados que prefieren circular por la autopista de cuota. Estoy cansada de trashumar las costras purulentas del tiempo que no muere. Harta de limpiar las secreciones del amor con las manos desolladas. Ofrezco mi sal a cambio de tu veneno. Prometo tragarlo gota a gota sin hacer gestos. Acércate. Intercambiemos el ajenjo que impregna nuestras lenguas. Sangremos en el único acto posible que humedece las cicatrices. Borremos las comas y los apóstrofes. Salgamos a exhibir las heridas con la lenta seguridad de los escarabajos que tejen hilos de mierda ayudados por la mano de Dios. t
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AUTOR: MARXITANIA ORTEGA TÍTULO: GUERRA DE GUERRILLAS NÚM. DE PÁGINAS: 277 FORMATO: 13,5X23CM
¿Qué sucedió con los partidarios de la guerrilla en América Latina de los años setenta?, ¿qué rumbo tomaron los ideales impregnados de marxismo de aquellos jóvenes, quienes se organizaron y lucharon por construir un mundo que consideraron mejor? Esta extraordinaria novela escrita por Marxitania Ortega ofrece entre sus líneas las respuestas, o por lo menos intuye lo que muchos de los protagonistas y simpatizantes de las guerrillas gestadas en América Latina vivieron, antes y después del desencanto que flotó en el aire luego del acabose del mundo bipolar. Los hechos que aquejan al México de hoy, las matanzas contra los protestantes, las masacres cometidas en el estado de Guerrero a causa del narcotráfico, traen a colación una reflexión obligada sobre los conflictos y protestas en la historia de aquel estado. Invitación que lleva a cabo esta novela. El tiempo transcurre en esta historia entre dos vidas: Sara, la hija de aquel apasionado guerrillero, una joven que vive en pleno “desencanto” y cuya generación incluso pareciera estar perdida en una vorágine sinsentido; las becas institucionales, los viajes y el conocimiento académico no son el suficiente soporte de su existencia. Y Antonio, una vida que se describe en pasado, en un tiempo de nostalgia y hasta de melancolía que posiblemente devenga en el recuento de los días que muchos de aquellos guerrilleros tuvieron en común. Las posibles conexiones de la vida son a veces los lugares visitados; en este caso, los lugares en los que padre e hija, Antonio y Sara vivieron en tiempos distantes: París, México y Cuba, ciudades que quedan como el único resquicio capaz de unir ambas vidas en el transcurrir de esta fantástica historia.
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AUTOR: FELIPE CUEVAS RUIZ TÍTULO: LA PIEL ACERBA NÚM. DE PÁGINAS 368 FORMATO 13,5X23CM ¿A QUÉ SABE EL DESEO?
«Yo mismo puse una pistola en mi boca, pero decidí no comerme la bala, sino redimirme…». Tras la muerte de su esposa y sumergido en una profunda depresión, Alfredo Galván se encontrará ante una encrucijada: perderse en el deseo de la ira y la venganza o redimirse sobre la piel de una mujer que lo incita a cruzar esa frontera difusa entre el amor y la locura, entre la derrota y la esperanza. La piel acerba es la búsqueda del ser, de la libertad de los sentidos en una época anestesiada por la doble moral, por la corrupción política y la hipocresía. Una historia intensa en donde la ira, el sarcasmo y la venganza son derrotados por el erotismo de un amor extraordinario. «De intriga en intriga y de complicación en complicación, Felipe Cuevas captura a los lectores. Su novela —no exenta de humor negro, ironía y, sobre todo, denuncia contra una situación, al parecer, insuperable— se sostiene de principio a fin». Juan Antonio Rosado Z.
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NARRATIVO
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Trenes María Victoria Fabre Fotografía: Pedro Ramundo
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NARRATIVO Mi tío era bestial. Se llegó a pensar que había matado a su propia esposa, fingiendo un accidente en el que la pobre tía Gorda se cayó al sótano. Fue una noche de calor insoportable mientras deambulaba en la oscuridad para servirse un vaso de agua. Todos sabían que él tenía una amante: la viuda de enfrente, una vecina también gorda, pero más tetona y pintarrajeada. Había enviudado un invierno y para el verano mi tía estaba muerta.
Una tarde, en la que estaban todos vivos todavía, yo estaba ahí de visita. No hay que olvidar que era el
Lo recuerdo grandote, con ropa de trabajo gris, poco
barrio de la Cattorini, la fábrica de botellas. Tenía
pelo y muy masculino.
muchas cosas convocantes para mí: montañas enormes llenas de pedacitos de vidrio por las que trepábamos
El Tito, como le decía mi abuela, era otra clase de
con mi primo, zanjas de agua verdosa en las que nada-
hombre. No era como mi viejo que pese a lo cor-
ban sapos y un parral para sacar uvas. Pero lo más
pulento, siempre se me aparecía como un niño. Claro,
inquietante se procuraba en el misterio nocturno de la
habría que exceptuar aquellos días en los que estaba
calle Pasco, viajando entredormida en el 278 miraba
de mal humor por alguna contrariedad cotidiana y en-
con curiosidad, en cada recorrido, los carteles luminosos
tonces sí, insultaba a Dios y a María santísima mez-
de los hoteles. Algo había ahí que los adultos entendían
clando groserías con palabras cultas y altisonantes.
bien, pero no compartían conmigo. Parecían parques de
Sólo entonces mi padre era temible. Menos se parecía
diversiones caprichosos a los que no podían entrar los
al abuelo, tan divertido, lleno de ternura para mí, su
chicos.
nieta. Era el mundo de la niñez, de la hamaca, los moños y los vestidos cuadrillé, las muñecas para jugar
El tío Tito trabajaba en el taller mecánico y mi tía
a la maestra y la confirmación constante de que yo
atendía el bar que tenían pegado a la casa. Flotaba
tenía un lugar especial en el mundo. Un lugar de cierto
en el ambiente un olor a fritura constante, un olor espe-
privilegio, que parecía hecho a mi medida.
so, demasiado real como para olvidarlo, que se me impregnaba en el pelo y en la garganta como si hubiera comido de esa comida escatológica. Una tarde sucedió un hecho anecdótico, nimio, como son todos aquellos que no olvidamos y desde su engañosa insignificancia se hacen determinantes al revisar alguna marca años más tarde. Yo jugaba y hacía ruido a la hora de la siesta; desconocía, impertinente, que a mi tío le molestaban bastante los chicos. Enfurecido se levantó en calzoncillos y le gritó a mi abuela: – ¡Podés callarla a esta pendeja insoportable!
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-¿Yo… pendeja insoportable? – me pregunté para mis adentros en un descubrimiento dramático. -¡Che… no le digas así a la nena, Tito….! – dijo mi abuela. -¡A mí qué me importa…. que se calle o la agarro a palos yo…. que bien le vendría! Mi tía salió al cruce a poner paños fríos y yo salí corriendo al patio. Esa escena tan trivial, un adulto irritado por no poder dormir la siesta, se transformó en algo muy impactante para mí. Sin entender por qué, cada vez que volvía de la casa de mis tíos soñaba con un tren y una masa enorme que me envolvía, como si fueran los hierros de una locomotora. Era un sueño a repetición, de esos que se cortan en el mismo lugar y esperamos que no sucedan nuevamente. Pero siempre vuelven. Cuando fui adolescente dejé de soñarlo y para ese entonces mis abuelos y los tíos ya no estaban. Estaba yo, frente al mundo de los adultos y había resuelto el enigma de los parques de diversiones de la calle Pasco. De ahí en más toda diferencia entre lo que esperaba encontrar y lo que me devolvía la realidad dejó de ser tan bestial, sobretodo porque ya no era la primera vez. Ahora suelo viajar en tren y no casualmente, cada vez que me enamoro, parece que es el mejor medio para llegar a ese encuentro. Ya no espero un resarcimiento a mi omnipotencia infantil, creo saber bien que las pesadillas pueden ser otras. Sólo tengo en mente que si dejara a esa niña en el patio, silenciosa y asustada, vos dormirías tranquilo, olvidándote de mí para siempre. t *Válido sólo para títulos seleccionados de JUS Libreros y Editores.
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OPINIÓN
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NARRATIVO
La noche de los 36
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Me desperté con la idea de que era Dios. Y como tal haré algo que siempre he querido hacer. Subiré al punto más alto de la ciudad, desde donde puedo contemplar toda la mancha urbana. Cuando la noche caiga le ordenaré a todos los perros de la ciudad que ataquen a la humanidad; no importa que sean niños, ancianos, en otras palabras gente indefensa… ellos matarán porque yo les digo que lo hagan. Así comienza: ¡La noche de los perros! Todos dormían en la ciudad, era el momento perfecto para hacerlo. Pareciera que el silencio había sido descubierto por la humanidad. El hombre escuchaba con asombro el corazón de la mujer. A los lejos, una flauta era soplada y aquel mismo hombre se sorprende de esto. Con suma delicadeza se levanta de la cama para salir al balcón. El contraste entre el color morado de la noche y el anaranjado de las lámparas coloreaban los muros de los edificios. Era hermosa la vista. Todo era perfecto, todo. Fue a la cocina por un vaso de agua. No encendió la luz. Tito dormía ahí. Lo que el hombre no sabía, era que Tito estaba despierto; observándolo en silencio desde un rincón. Cuando su amo le dio la espalda, caminó procurando no llamar la atención. Al llegar a la cama vio que la mujer también se hallaba en donde mismo. Al acostarse junto a la mujer, el perro saltó hacia su dueño con las fauces abiertas en dirección al cuello. Tito era un dóberman, chocolate, adulto, de tres a cuatro años. Su fuerza era increíble. Sintiendo su respiración cortada de tajo el hombre se revolvió, la mujer despertó y, al mirar cómo el perro atacaba a su esposo, el pánico la paralizó; creía que era una pesadilla a la que despertaba. El hombre lanzó un puñetazo al cuerpo del perro, éste cayó a lado de la cama; sin embargo, la sangre perdida empezó a
s perros Gerardo Ugalde Fotografía: Daniel Iván
mermar las fuerzas de su cuerpo. Poco a poco sus ojos se cerraban y tardaban más en abrir. Con mínima dificultad el perro se levantó, sus oídos escuchaban los sollozos de la mujer, se acercó lentamente hacia ella, la miró y esperando que ella le devolviera la mirada, atacó a su dueña. Mordía sus brazos, la cabeza, el cuello. Los gritos de dolor y desesperación se escuchaban a doscientos metros de distancia. Ahí, un niño todavía muy pequeño era masticado por los tres chihuahueños de su madre. Tanto la mujer como el bebé eran ignorados por los demás.
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INTERVALO
NARRATIVO Por las calles miles de sombras se disparaban desorga-
No eran lobos ni coyotes, su aspecto era gracioso en
nizadamente. Guiados por sus olfatos los perros
muchos casos. Sin embargo, mostraban con furia los
destrozaban todo a su paso. Se vengaban de los seres
dientes, el cuerpo temblando; era el enojo que deseaba
humanos. Recordaban los maltratos, las humillaciones
salir, arder como el fuego azul y acabar con todo.
de tantos años atrás, obligados a ser amigos de quienes
Recordaron el sabor de la sangre, lo que los volvió
los consideraban seres inferiores. Cuando escucharon
todavía más violentos.
esa voz que les permitió y ordenó que recuperaran el respeto que merecían, los caninos no dudaron ni un
En contraparte la humanidad se tiró al suelo a llorar.
momento de la acción; su lugar en la tierra no era el de
No podían combatir contra ellos. Era extraño, el valor
ser mascotas, sino dioses, porque ellos desconocían el
o tan siquiera el instinto de supervivencia, habían
significado de la muerte, por lo tanto podían ser felices:
desaparecido. Lo único que podían sentir además
no tenían que dejar huella en la tierra para vivir plenos.
de miedo, era dolor. No comprendían por qué eran atacados. Sus perros debían ser sus amigos. Los
La felicidad era vivir por vivir. Su misión no era sólo
alimentaban,
curaban
sus
heridas,
cariño
no
les
representarse a sí mismos, eran los elegidos por el
faltaba, entonces ¿a qué se debían los ataques? Nadie
Creador para obligar al ser humano incorporarse a la
nunca lo supo. Tantos años pasaron que olvidaron el
Naturaleza de nuevo. No importaba que mataran a
momento en que ellos tuvieron su noche. Descubriendo
justos por pecadores, todos, absolutamente iban a ser
la vida, observando las estrellas que les hablaban,
castigados.
enseñándoles la creación, los sentimientos, percibiendo la muerte detrás del sueño. La noche en que sometieron
Unos callejeros marchaban sobre la avenida principal,
a la Naturaleza. Pero la Naturaleza era implacable,
olfateando cada rincón; su nariz los llevó hacia una es-
soportó todo el tiempo los embates de su experimento:
quina, en la cual cuatro vagabundos reían y gritaban
aquellos seres destinados a destruirla. Los humanos se
pendejada y media. Rodeados por los perros, los va-
defendieron, creando armas cada vez más poderosas.
gabundos ignoraban su presencia, uno blanco de la
Paradójicamente, no las supieron usar contra los perros.
pandilla cuadrúpeda ladró la orden de ataque. Piernas
Era inexplicable lo que sucedía.
y nalgas fueron mordidas con ferocidad. Drogados por el tonzol los parias reían sangrando por cada orificio
Sin líderes, los perros eran libres. No creían en nada.
de su cuerpo. Sudaban, salivaban, lloraban chorros
Carecían de significado los inventos de los humanos.
del líquido vital; era una imagen terrorífica. Con odio
Cazando simplemente por locura. Un rottweiler escuchó
los perros asesinaban a aquellos hombres. Muerto el
a dos jóvenes haciendo el amor detrás de la puerta,
último los cadáveres fueron marcados con orina, para
con su hocico empujó despacio la puerta, sintió el olor
avisarles tanto a seres humanos como a perros que a
del sudor y el sexo. Cuando vio el pene salirse de la
partir de esta noche las cosas iban a cambiar.
vagina corrió hacia él y lo mordió. Ahogado el grito de dolor, la mujer pensó que el hombre se había venido
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El viento jalaba los gritos fuera de las ventanas,
con precocidad, sintió el cálido líquido escurrirse por
por la ciudad aullidos rompían cristales, quemaban
su entrepierna. Un gruñido la extraño, miró a lado y
muebles, cercenaban carne; la gente no sabía que
vio el trasero del perro por el espejo. Instantáneamente
ocurría, por qué sus perros los desconocían. Algunos
miró hacia la pelvis. Al ver cómo el perro intentaba
se defendieron, varias de las bestias habían muerto,
arrancar el falo de la cadera, los ojos del hombre ya
pero no lograban asustarlas. Su autoridad, la qué
estaban en blanco. El perro comía la salchicha. De tan
la inteligencia le otorgaba, era desconocida por sus
pesado el cuerpo la mujer no podía moverse. Con los
mascotas. Por más que silbaran y les hablaran por
ojos cerrados, escuchaba cómo masticaba el animal.
sus ridículos nombres, los animales combatían a sus
Terminado ya el miembro comenzó a morder el pie
dueños. Cada patada, grito, vejación, era desquitada
de la mujer. Con el otro ella se intentaba defender, sin
con una mordida metálica.
embargo la bestia no se inmutaba por las patadas, conti-
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nuaba destrozando los dedos. Arrancaba las uñas, se
arrumbadas. Continúan con su camino las bestias,
servía de las patas para sostener el pie y tener mayor
el humo confunde sus olfatos. A lo lejos el llanto de un
control. La mujer quería llorar. No podía, el sufrimiento
anciano se escucha; tiemblan las orejas de los perros,
era tan intenso que su cerebro no podía dejar de
dudando hacia dónde dirigirse el grupo se separa,
prestarle atención al dolor. A los minutos se desmayó,
mas todos llegan al mismo punto. Un viejo paralítico ha
o murió, porque cuando el perro ya estaba hasta el
caído de su silla, en unos segundos siente cómo su piel
hueso jamás se movió. Ya no sólo olía a sudor y sexo,
es arrancada de sus huesos. Un negro sale de la puerta;
la sangría y algo aun peor flotaba en el aire. Por la
segundos antes había tirado sobre el suelo al viejo; su
ventana que daba al patio el perro saltó cayendo al
trampa había funcionado. Estalla la escopeta fulminando
techo del auto. Va hacia el pedazo de tierra que refleja
a todos. Corre hacia la calle colgándose una carrillera
la luna. De vez en cuando se detiene para aullar. Como
de disparos útiles, sube a un automóvil en el cual más
fantasmas sobrevolando la ciudad los aullidos rebotan
negros lo esperan. Están fumando hierba y bebiendo
contra la pared. Opacan al viento. La gente escucha
whiskey, han saqueado tiendas, violado mujeres y
con pavor, algunos se organizan para pelear.
asesinado a muchas personas y animales. El conductor del coche observa un gato y acelera, las luces se reflejan
Arman con palos, piedras, con lo que sea, sus manos.
en los ojos del felino, cegando al negro. Las llamas tocan
Ya no importa si tienen que matar, necesitan sobrevivir.
el cielo. Dos perros negros rodean a un mexicano, el
Unos niños con rifles de balines han matado ya a
perro de la izquierda corre hacia su pierna, con un fino
siete perros desde un árbol. Un viejo los arrolla con
golpe de su machete, cae al suelo. Entonces, enfurecido
su camioneta. La policía ha empezado a actuar.
ya el hombre va hacia el otro y le clava en la mandíbula
Instalaron barricadas en calles, se tapiaron ventanas
el acero oxidado. Duda al respecto de si continuar o
y colocaron muebles detrás de las puertas. Ardían en
buscar un refugio donde recuperar energía. Va a la
llamas montones de basura en cada esquina. Los perros
zona este de la ciudad, tal vez ahí la gente ha podido
miraban todo el caos a su alrededor.
defender sus hogares, alguien debe hospedarlo. En el camino ve a un niño a punto de ser atacado por un gran
Colgados como criminales en cada farol de luz cadá-
danés. Sin pensarlo, arroja el machete a las entrañas;
veres de cachorros labradores se movían como un
tripas y mierda se derraman por el suelo. La noche no
péndulo, de sus bocas escurría sangre. Una mujer bebía
parecía tener fin… horas eternas que jamás transcurrían,
del charco. La explosión de un carro la avienta contra
los relojes no caminaban aprisa…
la pared. Corre hacia el final de un callejón. Escucha los ladridos de los perros y se mete entre unas maderas
Continuará… t
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Un agujerito en la rodilla Pedro Pauner
Tenía un agujero en la rodilla. No era muy grande, pero si se lo quedaba uno viendo provocaba un escalofrío en la columna que llegaba hasta los pies. Había nacido con él. No afectaba al hueso y tenía cierta profundidad… la necesaria para que, dentro, cupieran dos garrapatas. Eso fue lo que descubrió. Y le aterrorizó. Sus ojos se abrieron como platos. Con dos dedos intentó extraer los bichos. Estaban bien cogidos. Mordiendo al fondo. El extremo trasero de los animalillos apenas era pellizcado por las uñas cuando ya se soltaba y parecía retraerse, encogerse, blando y gordo. Se levantó y se enredó en el mantel puesto sobre la hierba, volcando las cosas del día de campo. Cayó con la mitad del cuerpo dentro del mantel y la mitad sobre la tierra, las piedras y las hierbas silvestres. A su lado quedó el pantalón, enrollado, haciéndole muecas tras habérselo arrancado de golpe ante la comezón insistente que le había atacado la rodilla. –¡Martha! –gritó– ¡Martha! No estaba a la vista. Tampoco se le podía escuchar. Aún gritó una vez más desde el suelo, antes de levantarse y echar a andar a tropezones hacia los arbustos densos que formaban una especie de muro sombrío. Ella apareció de detrás del muro verde, mirándole con aprensión.
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NARRATIVO –¡Ven, ven aquí! –exigió– ¡Mira, por tu culpa! Martha se acercó temerosa. Él pasó su manaza por detrás de su nuca, la obligó a arrodillarse y mirar. Reaccionó igual que él: en los ojos ampliados se le dibujó el asco, los labios se le separaron. Mostró unos dientes muy blancos y apretados. Se retorció
–¿Sí, sí? –murmuró aprensivo, mordiéndose los labios.
en su mano y se soltó. Cayó sentada sobre la tierra. Una piedrita se le incrustó en el trasero, a través
–Deberías azotarme hasta despellejarme viva… ¡Y
del pantalón y saltó de rebote, imaginando que una
terminar con mis torpezas de una vez disparándo-
garrapata le mordía.
me en el corazón!
-¡Es tu culpa por obligarme a venir! –miró fugazmente
–Demasiado melodramático, ¿no crees? –le dijo,
su rodilla, las manos se le crisparon. En algún lugar
bajando los brazos, derrotado.
chilló un pájaro. Ambos voltearon a ver el cielo: de un árbol se desprendía un papán con fruta en el
–No veo otra solución… –no se atrevió a levantar la
pico–. Tu culpa…
mirada.
Martha se levantó con la cabeza baja.
–Sí, sí…
–Deberías asesinarme por eso… ¡Tantos años de
Él fue hacia el auto. Abrió la cajuela. Sacó la cuerda
matrimonio sin salir de vacaciones, creí que era
y cargó el arma. Estuvo a punto de cerrar cuando re-
buena idea!... ¡Deberías…!
cordó el fuete. Rebuscó dentro, revolviendo las cosas hasta que lo encontró. Se lo puso debajo de la axila,
–Lo sé, lo sé… –se recompuso, sacudiéndose las
en las manos llevaba la cuerda y el arma. Martha no
briznas secas de encima–. ¿Cuál crees que sea la
se había movido del mismo lugar.
mejor opción? –hablaba en voz baja, resignado, como para no volver a herirla–. ¡Pero es que sabes
–¿Qué árbol estará bien? –se preguntó.
que has cometido tu último error! –fue un reproche, una justificación ante lo que se proponía hacer.
Ella echó una rápida mirada alrededor.
–Deberías atarme a un árbol…
–¡Aquel! –señaló con el dedo un árbol enorme y siniestro.
–¿Sí, sí…? Echaron a andar hacia el árbol con una copa que –… Atarme muy fuerte… ¡Con esas cuerdas que traes
sombreaba un área sin hierbas, pelada hasta el color
en la cajuela del auto!... y luego, luego… –buscó por
más profundo de la tierra: un rojo de arcilla polvosa
el suelo, lo miró a él, buscó el vehículo– ¡azotarme
que al ser removida por el viento flotaba como nebli-
con el fuete!
na compuesta por un rocío de sangre. –¡Mmmhhh! –hizo una mueca–. No recuerdo el nudo aquél… aquél que se hace…
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–Martha, ya me cansé… Dejó caer el fuete. Sacó el arma. –Estoy atada… no puedo enseñarte cómo… –un ataque de tos sanguínea la silenció. Martha cogió solícita la cuerda, se la quitó de la ma-
Él maldijo al cielo y a su corte celeste. El arma estaba
no haciéndola deslizar suavemente entre sus dedos,
atascada.
mientras él se ponía el arma en el cinturón. –¡Martha –gritó–, esto está…! –la miró, parecía –Se hace así, mira –curvó la cuerda, la pasó por
muerta, entonces se movió apenas él ya estaba sobre
debajo, tiró y apretó.
ella.
–¡Ah, sí, gracias! Ahora ven, acércate de espaldas al
–Debes mover esa pieza pequeña… –dijo débilmente.
árbol. –ella lo hizo e incluso pasó los brazos hacia atrás, rodeando el tronco. Él tiró de los brazos y el
Se acercó aún más y puso el oído sobre sus labios.
cuerpo de Martha golpeó contra el árbol. Su cabeza produjo un sonido seco.
–¡Habla fuerte que no te oigo! –le exigió.
–¡Jala hacia ti lo más fuerte que puedas! –le indicó
–Que debes mover esa pieza que está…
con un gesto de dolor en la cara, luego gimió. –A ver, a ver… mírala, ¿cuál es? –le puso el arma –¿Está bien apretado?
frente a los ojos casi cerrados por chorreras de sangre que escurrían salvajes desde lo que había
–Aprieta más –pidió–, que la cuerda ciña y muerda
sido el cuero cabelludo (parte de la cabellera había
la carne, que sangre, que lacere, que llegue al hueso
volado hasta el tronco y la humedad la retenía ahí,
–él así lo hizo.
pegada como una estúpida e inútil peluca despeinada) –¿Alcanzas a verla? Que yo no puedo…
–Diablos, cómo me dolía usar esto con los caballos… –dijo para sí; levantó la vista y dejó caer en el rostro
–Es la que está… –el hilo de su voz fluyó dentro de su
de su esposa un golpe que le abrió canales profun-
oído, gorgoriteando un río, un mar de olas con olor a
dos que le rociaron rojo desde sus recién formados
hierro caliente. Él manipulaba el arma sin despegarse
labios.
del cuerpo de ella, pasando unos dedos torpes por las piezas. Por fin sonrió. Se separó algunos metros del
En quince minutos era una especie de animal des-
árbol. Apuntó bien.
pellejado, en algún otro momento había perdido el conocimiento. Apenas abrió los ojos.
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INTERVALO
NARRATIVO –¡Levanta la cabeza que no podré darte, levanta más
–¡Martha –gritó–, tú tienes la culpa… Martha!
la cabeza…! –como pudo, ella obedeció. De pronto se quedó callado. Miró el árbol. Miró el –Debes darme entre los ojos… –tosió sangre en hilos
desastre alrededor del árbol y la fuente que brotaba
salivosos–, o en un solo ojo… deberías poder darme
de su pierna casi separada de su cuerpo.
el tiro o dos en… –¡Martha, puta madre, Martha, deberías estar aquí No pudo hablar más; los dedos inútiles de su marido
para ayudarme… puta, puta! –poco a poco se fue
accionaron el disparador y siguieron apretando hasta
callando. Poco a poco se fue desangrando. Y poco a
casi vaciar el cargador. La cabeza había salido dis-
poco la tarde se fue quedando en silencio.
parada en todas direcciones en fragmentos más o menos grandes de hueso desprendido, los sesos
Al
final,
sus
ojos
intentaron
percibir
algo,
un
fluían como helado de coco derretido por el árbol
tronco, una serie de monstruosas manchas informes
y uno de los ojos miraba sin ver desde una rama,
cubriéndolo todo: corteza, hojas secas, la tierra aún
las balas se incrustaron en el tronco, profundas.
más roja.
Muy profundas. Luego no vio nada más. –¡De puta madre –gritó–, me he manchado la camisa! –la miró para reclamarle pero ella ya no era ella.
–¡De pu…! –se había volado la otra rodilla. Y la del
Con una mueca de disgusto que poco a poco se le
agujerito aún le picaba por las garrapatas dentro.
fue borrando de la boca y los ojos, hizo un gesto de desaprobación con la mano y echó a andar ha-
La del agujerito… y todo por un agujerito en la
cia el coche.
rodilla.t
Resbaló en una fruta que el papán había dejado caer. Al caer, el arma se le escapó de las manos, se disparó y le abrió un boquete en la rodilla. Gritó de dolor y rabia.
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AUTOR: ALEJANDRO ESTRELLA GONZÁLEZ TÍTULO: LIBERTAD, PROGRESO Y AUTENTICIDAD NÚM. DE PÁGINAS: 134 FORMATO: 13,5X23CM
¿Dónde surgen las ideas? ¿Cómo piensan los filósofos? ¿Qué lugar ocupan los intelectuales en la sociedad? ¿Qué relación existe entre la filosofía y la política? ¿Cómo cambian las ideas, valores y creencias de una generación a otra? Partiendo del principio de que las ideas no caen del cielo, Alejandro Estrella aborda estos problemas al analizar la forma en que los filósofos mexicanos pensaron a nuestro país en las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX, el periodo decisivo que va de la instauración del régimen republicano a institucionalización de la Revolución mexicana. El libro recorre el pensamiento de tres generaciones de intelectuales mexicanos: los liberales de la segunda mitad del siglo XIX, los positivistas porfirianos y el Ateneo de la juventud, cada una de las cuales pensó la realidad nacional y proyectó el país que buscaron construir a partir distintos paradigmas: la libertad para los primeros, el progreso para los segundos y la autenticidad para los últimos. Entre los autores analizados por Estrella destacan intelectuales de la talla de José María Vigil, Ignacio Manuel Altamirano, Gabino Barreda, Justo Sierra, Alfonso Reyes, José Vasconcelos y Antonio Caso. El libro permite adentrarse en la trayectoria y pensamiento de estos personajes, siempre a partir de una perspectiva que privilegia la dimensión social en la explicación del surgimiento y la circulación de las ideas. Finalmente, la principal virtud de la obra es la relevancia de los temas que analiza. La libertad, el progreso y la autenticidad siguen siendo ejes centrales para abordar los problemas que aquejan a nuestra nación. Una mirada histórica sobre cómo fueron pensadas dichas ideas por filósofos del pasado nos pude dar pistas para reflexionar sobre los desafíos de los intelectuales y de la sociedad en general en el presente. 45
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INTERVALO
NARRATIVO
Tu piel de centauro y muerte
Gabriela Fonseca Ilustraci贸n: Morty79
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Era dos hombres en uno. Al más fuerte y bello de los
Exigió caminar por sí solo con muletas que le llegaban
dos lo llamaré Neso, como el ser que dio muerte a
hasta los codos. Después de un enorme número de
Hércules ayudado por el tiempo y los celos. La mitad
caídas logró la fuerza que le permitía cargarse a sí
superior de este hombre era la de un coloso. Los brazos
mismo y arrastrar al peso muerto de Cristian. Antes de
podían haber levantado pesas olímpicas, el cuello lo
la adolescencia, Neso ya era esa masa de músculo ma-
tenía rodeado de atlas musculares, su pecho era un
cizo que exigía llevar adelante su propio peso, su propio
barril. La espalda era una masa férrea que siempre
cuerpo y todo su ser, el frágil y el poderoso.
parecía a punto de reventar la piel pecosa que la cubría.
Estudió para ser veterinario, y su familia pensó que era una gran opción pues podría atender pequeñas espe-
Se rehusaba a usar silla de ruedas, salvo cuando es-
cies sin moverse demasiado. Pero Neso se especializó
taba en su casa. Caminaba sosteniendo todo el peso
en animales de granja y exigió un automóvil automático
de la mitad enorme de su humanidad en muletas que
que pudiera conducir con una de sus muletas, para
le llegaban al antebrazo.
oprimir el freno y el acelerador, mientras conducía el volante con su mano libre. Había llegado a la edad en
De la cintura de Neso colgaba su otra mitad. Su
que el testamento de sus padres otorgaba a los hijos el
nombre era Cristian. Eran sus piernas títere siempre
derecho de disponer de su parte de la herencia como
enfundadas en pantalones acartonados como recién
mejor les pareciera.
salidos de la tierra y zapatos siempre nuevos y sin dobleces que apenas rozaban el suelo. Ahí, ocultas
Por eso, nadie pudo impedirle a Neso viajar a toda
estaban también las bolsas de desechos que ambos
velocidad por las carreteras del país granjas de todo
odiaban, con tubos conectados a sus esfínteres muertos.
el país a lidiar con vacas parturientas, toros de lidia, caballos asalvajados, puercos y borregos invadidos por
Neso, el gladiador, y Cristian, pálido e inerte, compar-
pulgas y parásitos.
tían el mismo rostro bello y fiero de ojos azules, cabello rubio y piel rubicunda.
A veces también se dedicaba a atender a pequeñas especies como yo... más bien, como una gata pinta
Tenían treintaidós años cuando los conocí y yo
que tuve y que necesitaba una operación. Durante la
vientitrés. Neso me contó cómo se convirtió en dos
intervención, mi gata Leda sufrió un paro cardiaco pero
hombres.
Neso la resucitó dándole respiración de boca a boca.
Tres niños y sus padres se volcaron en el auto, que ca-
Fue una mezcla de agradecimiento y los chistes sobre
yó por una cañada. Ambos adultos murieron en el
su haber conocido a Leda en sentido casi bíblico que
lugar. El hijo mayor, de doce años, sobrevivió con nu-
surgieron cuando el veterinario iba a mi casa para
merosos huesos rotos y cortadas, la hija menor, de
revisar a la convaleciente lo que me acercó a Neso.
cuatro años, resultó prácticamente ilesa. Al niño de ocho años se le partió la columna vertebral a la altura
En una de esas visitas, Leda le hizo a su médico un
de la baja espalda y su médula espinal se escapó del
rasguño largo y profundo del que la sangre manó como
cuerpo en un lento lagrimeo.
un resentimiento. Muy apenada, fui por agua oxigenada, gasa y curitas. Con cuidado limpié el brazo enorme
Los niños se recuperaron de sus heridas y de la or-
y pecoso.
fandad al cuidado de familiares y Neso se negó a ser sólo Cristian, un pequeño escuálido en silla de ruedas
Él me dijo que la curación que hice fue muy profesional.
que le diera lástima a todo mundo, que mirara a
Después me confesó que nunca antes había permitido
los demás hacia lo alto.
que otra persona le curara una herida.
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INTERVALO
NARRATIVO Me miró a los ojos. Retiré mi mano de su brazo y se la
certe el favor de considerarte especial y de hablar del
pasé por el cabello rubio y cortísimo, que sentí como
“futuro” como si existiera. ¡Búscale, chiquito! Hay más jó-
un cepillo fino. Acercó su boca a la mía y le permití
venes que yo, que además se tragan tus pendejadas
besarme. Pero tan pronto terminó el beso, cuando
mejor que yo. Gracias por participar. Fue un honor y un
estaba yo por abrir los ojos, escuché la voz de Cristian
placer mandarnos a la mierda.
que me ordenó: “No te atrevas a tenerme lástima porque te vas a arrepentir”.
“Pues no sé cómo pensará hacerle”, pensé cuando vi a Neso quitándose la camisa y la camiseta dejando al
A ese momento siguieron largas conversaciones telefó-
descubierto una maraña de pecas y rizos rubios en su
nicas y luego una primera invitación a un rancho, para
pecho enrojecido. Jaló hacia sí sus piernas flácidas pa-
ver nacer, en los brazos de Neso, a un potro lacio y
ra desatarse los zapatos y quitarse los calcetines. Todo
cubierto de mucosidad que en minutos se convirtió en
lo iba dejando doblado junto a él, en una roca plana
un reluciente animal lleno de vida y eso me hizo pensar
de la orilla del río en la que estábamos sentados.
en ese niño pequeño y roto del que había nacido el medio hombre vigoroso y el medio hombre con peso
“¿Me ayudas con el pantalón?”, me dijo después de
pero sin fuerza: un semidios y una quimera en el mismo
desabrocharse.
cuerpo terrenal. “No. Tú nunca me has dejado ayudarte. ¿Por qué me lo Viajábamos todos los fines de semana desde temprano.
pides ahora?”, le respondí.
Neso terminaba sus diligencias en las granjas, dominaba a las bestias que eran sus pacientes, y continuá-
Me miró, por una fracción de segundo, con un
bamos el día conociendo pequeños pueblos, caminos
desconcierto rabioso que no se ha terminado hasta la
de terracería abandonados y parajes llenos de flores
fecha. Se apoyó en sus brazos, boca arriba, levantó la
silvestres que morirían en cualquier jardín a los cinco
cadera y se meneó como una mariposa aún apresada
minutos de ser trasplantadas.
en su capullo hasta despojarse de los pantalones. Vi las pequeñas mangueras que salían de sus calzoncillos.
Un día Neso me llevó a un pequeño río oculto en el fondo de un valle y sugirió que nos metiéramos al agua.
“Entonces voltéate y no me mires”, me ordenó. Pero estaba demasiado perdido en su esfuerzo para darse
A unos veinte metros de la orilla había un islote. Una
cuenta de que yo aún podía verlo. Sus piernas verduz-
especie de piedra plana cubierta de sol que se elevaba
cas y delgadas no le ayudaban. Estaba lleno de crueles
quizá metro y medio sobre el agua donde se asoleaban
cicatrices rojas y ardientes a lo largo de la espalda,
las libélulas. Se escuchaba bastante fuerte el ruido de
las nalgas, el abdomen y las piernas, como animalejos
una cascada que no alcanzábamos a ver.
rupestres pintados dentro de una cueva.
“¿Traes traje de baño?” pregunté.
Ocultó las bolsas de desechos debajo de su bulto de ropa. Las mangueras que lo unían a ellas daban varias
“No importa”, respondió él con ese tonito de voz y esa
vueltas y él las desenroscó para que su longitud le permi-
mirada a la que a las mujeres nos obligan a acostum-
tiera sumergirse en el agua hasta la cintura.
brarnos. Esas miradas y sonrisas que los hombres sacan cuando deciden que una está en deuda con ellos, nada
Algo sudoroso extendió los brazos a la altura de los
más porque te escogieron para cogerte.
hombros y se relajó, como si estuviera en una piscina de hotel todo pagado.
A esa edad jamás hubiera creído que ahora, que tengo muchos años más, seguiría topándome con esa certeza
“Quiero nadar”, le dije, mientras me desabotonaba la
masculina de que te bajarás los calzones a cambio de
blusa.
un “nosotros”, de una cucharada de almíbar; de ha-
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“Yo prefiero que nos bañemos aquí. Con las bolsas y
que vi cómo sobresalían como pivotes del resto de mi
todo me cuesta trabajo nadar”.
sombra proyectada a mis pies. Me quité las pantaletas de la manera más estudiada posible, asegurándome
Me puse de pie sobre la roca para desafanarme de la
de que Neso pudiera verme las nalgas y el pubis. Ya
blusa, los zapatos y los calcetines, y algunos pasadores
desnuda, me senté en flor de loto de frente a él unos
que traía en el cabello. Todo lo doblé, bien acomodado
segundos antes de recostarme en la roca. Me cubrí los
como hizo él con su ropa.
ojos con el antebrazo y ya no me moví.
“¿No te vas a quitar lo demás? Te juro que nadie nos
No sé por qué mi mala conciencia no me impidió
ve”, me informó Neso, aún desbordante de su orgullito
dormitar. Quizá por que cometer un acto deliberado de
masculino.
hijoputez fue más agotador de lo que esperaba.
Con sólo la pantaleta de flores y el brasier deportivo me
No me importó sentir cómo el sol me quemaba con pecas
arrojé al riachuelo de un clavado. El ruido del arroyo y
y manchas por toda la carne. Más me valía no huir de
las burbujas me tapó los oídos un rato mientras el agua
ese comal en que se estaba convirtiendo la piedra y
fresca me envolvió. El fondo estaba cubierto de algas
dejarme quemar, antes que dar marcha atrás y enfrentar
largas y de un verde intenso que me hacían cosquillas
a Neso. Estaba lista para cualquier cosa, como que se
en los pies. Quizá la profundidad era de unos cuatro o
regresara al auto y me dejara ahí. Tendría que llegar a
cinco metros.
pie a la estación de autobús más cercana para volver a la ciudad. Me cubrí la cara con los dos antebrazos y
Cuando saqué la cabeza del agua Neso me estaba
volví a adormecerme.
regañando. Un ruido, que no eran los insectos zumbantes ni la “¿Qué, nunca te han dicho que no te eches un clavado
cascada invisible, comenzó a sacarme del sopor. Era de
en un lugar que no conoces? ¿Te quieres desnucar?”
un rugido ahogado. Pensé en un gato montés y abrí los ojos, me volví hacia la orilla, pero Neso no estaba ahí.
Mientras flotaba y lo miraba con esa cara de furia,
Pude ver su ropa y la mía abandonadas. Me incorporé
pensé mil majaderías qué responderle, pero no pude
para buscar mi ropa interior y descubrí que la roca
decidirme con cuál de ellas prefería degollar nuestra
estaba casi ardiendo. Pensé en arrojarme al agua sin ella
amistad. Entonces tuve la idea perfecta.
pero fue entonces cuando sentí el peso de un mastodonte caerme encima y aplastarme.
Nadé hacia el islote y lo rodeé. Tenía una raíz ancha en la cual pude pararme. Busqué el lugar con menos
Su enorme torso escurría con agua fría que inmedia-
musgo resbaloso y me trepé a la roca con cuidado de
tamente me salvó de quemarme en la roca. Tenía ambos
no caerme. Cualquier ridículo o torpeza motriz des-
brazos a mis lados, su sombra me cubrió. Tenía los ojos
truiría mi plan.
inyectados y jadeaba de agotamiento.
Trepé a la piedra soleada y plana y la adopté como mi
Intenté volverme para ver en qué estado se encontraban
pedestal. Me alisé el cabello hacia atrás y lo exprimí.
sus piernas de Cristian y las bolsas de las que vivía
Después, sin dejar de sostenerle la mirada a Neso que
preso, logré ver por un segundo que las había atado de
seguía en la orilla, impotente en más de un sentido, me
alguna manera y asegurado a su calzoncillo. Pero me
desabroché el sostén, me lo quité delante de sus ojos
agarró la cara con rudeza, hundió sus dedos anchos
y también lo exprimí para luego extenderlo sobre la
como ramas en mis mejillas.
roca, a su vista. Los pezones se me endurecieron y se convirtieron en puntas de flecha por el frío. Tanto así
“¿Así es como me querías ver, puta desalmada? ¡Pues aquí me tienes!
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INTERVALO
NARRATIVO Y entonces me mordió los labios.
“El orgasmo no es venirse; es despertar tantos millones de terminaciones nerviosas como te sea posible, y yo
Se dejó caer encima de mí. Su cuerpo no dejaba de
tengo muchísimas todavía, perfectas y anhelantes. Só-
escurrir agua que se mezclaba con un sudor que des-
lo tienes que tratarme con cariño para que eso sea
pués habría de llenarse de secreciones.
posible”.
El sol dejó de quemar. Neso hundió su boca en mi boca
El sol había casi desaparecido. Nos arrojamos al
y apretó mis senos como si fueran serpientes a las que
agua y con el cuerpo de Neso tendido sobre el mío,
pretendía triturar.
lo llevé como una barca hasta la orilla, nadando de dorso. Dejamos que la brisa nos secara un poco antes
Llevó una de sus manos a mi vulva y empezó a sobarla
de vestirnos de nuevo y volver al auto convertidos en
suavemente hasta que mi respiración, tortuosa y ace-
amantes. Neso. Yo. Cristian.
lerada por el miedo, por el peso de su cuerpo y el peso de mi culpa, se apaciguó.
Y fuimos felices, como siempre sucede, durante un rato. Pero del rechazo no se regresa. Muchas veces es el
Sólo entonces me perdonó y me tomó con delicadeza.
único resabio que deja la tragedia, y es más profundo
Me besó los ojos y yo rodeé con mis brazos el coliseo
y doloroso que cualquier cicatriz. Lo peor es que no se
de su cuello que acaricié con traviesas mordiditas,
puede quedar sin respuesta. El rechazo desata un duelo
también hice con mis piernas un aro que aprisionó su
en que ambos participantes mueren asesinados. Era
cintura; esa frontera entre Neso, el valiente, y Cristian,
el rechazo por el que Cristian decidió vengarse, no de
el destruido.
mí, que yo era noticia nueva. De Neso, que se negó a dejarse atar por Cristian.
Ambos abríamos los ojos de vez en cuando, y nos los veíamos húmedos mientras nuestras lenguas bailaban
Neso, yo y nuestras terminaciones nerviosas fuimos más
una rumba descarada, saboreándose una a la otra.
felices que nadie. Nos salimos del mundo en que el amor es sexo y el sexo es penetración. Nos refugiamos
El sol tomó otra posición en el cielo y Neso ya no tuvo
en la arrogante intimidad de ser una pareja como nin-
necesidad de servirme de sombrilla. En cambio, separó
guna otra. No necesitábamos a nadie. Yo estudiaba, tra-
mis labios mayores y menores con sus enormes dedos
bajaba y vivía en mi departamento, Neso trabajaba y
con la misma sensibilidad con que lo había yo visto ma-
vivía en su casa, llena de enseres adaptados a su con-
nipular polluelos. Frotó la punta de su nariz en toda esa
dición.: rampas, barras, una cocina más baja, anaqueles
piel mojada y con su lengua trazó los contornos de ese
y libreros colocados en el suelo y a media altura. Los
umbral que rodea al pequeño bulbo amoroso que se
fines de semana salíamos de la ciudad. Compartíamos el
dedicó a lamer y chupar como un helado en cono.
hogar que habíamos construido en el cuerpo del otro y lo amábamos rabiosamente sin que nadie nos molestara.
Después de morirme de placer, y como una niña buena, me preocupé por el suyo y pregunté qué debía hacer.
Excepto Cristian el destruido. El apéndice. El de los nervios muertos, el de las bolsas de desechos. El que
“Tengo orgasmos, no te preocupes. No son como los
murió de niño en el accidente que le arrebató a sus
que conoces, pero yo sé que los siento igual”, me
padres. Como no podía participar de nuestra felicidad,
respondió Neso.
decidió asfixiarla.
Se recostó sobre la roca y, como una bestia que quiere
Fue él quien obligó a Neso a cambiar. Fue él quien le
mostrar sumisión, me mostró su abdomen. Su miembro
robó su orgullosa independencia desde la mitad muerta y
mostraba una incipiente tumescencia, y la piel de toda
resentida que colgaba de la cintura de mi amante, como
el área que lo rodeaba estaba de un rojo flamígero en
un gemelo vestigial y maligno.
el que se adivinaban unas cuantas venas saltadas.
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Con el tiempo, las caricias y el amor dejaron de ser
hasta devolverme la razón y que me besó hasta per-
suficientes para Neso. Su gusto por salir al campo
derla otra vez.
y dominar a las bestias de granja se consumió, quiso cambiar su auto por uno que tuviera espacio para una
Empaqué mis cosas durante la noche mientras Neso
silla de ruedas y me obligó a conducirlo. Se instaló
dormía su borrachera. Por la mañana, cuando me pidió
en un consultorio médico en la ciudad, atendiendo
a gritos una cerveza desde la cama, le llevé la botella,
a pequeñas especies. En vez de curarlas, las más de
le acomodé las almohadas de manera que estuviera
las veces recomendaba eutanasias que aplicaba sin
sentado y le informé que me iba.
compasión alguna. Le dio un trago a la cerveza y dijo que estaba bien. Que Él, quien no me permitía cambiar sus bolsas urinaria y
él tampoco me quería ya.
de colostomía, comenzó a exigir que lo hiciera como un deber, por lo que debí mudarme a su casa y me
Salí del cuarto, tomé mis maletas con sólo mi ropa y mis
convertí en sus muletas. Neso casi desapareció. Me
libros; pero cuando me acercaba a la puerta Neso gritó
quedé sola con Cristian el destruido, el resentido, el
desde la recámara:
incontinente, el muerto impotente arrastrado por la esperanza de la parte suya que se negó a morir y que
“¿Así es como me querías ver, puta desalmada? ¡Pues
se enamoró de mí.
aquí me tienes!” t
Cristian mató lentamente a la mitad superior de ese cuerpo que no era suya para la que él fue sólo un medio cuerpo muerto y estéril. Neso comenzó a beber. Por las noches, mientras yo dormía, llamaba a una tienda para que a domicilio le trajeran cerveza y vodka que él pagaba con mi tarjeta de crédito. La mañana siguiente no podía hablar ni asistir a su empleo, y me obligaba a llevarlo al baño a vomitar, bañarlo y finalmente recostarlo en la cama. Cada vez que le decía a Neso que sus órganos estaban comprometidos desde el accidente y le suplicaba que no bebiera, me rugía como un animal herido, y rompía lo que tuviera a su alcance. En mi desesperación, busqué en internet maneras de matar a Cristian. Motivos por los que fuera necesaria la amputación de la parte inferior del cuerpo de Neso, pero desistí porque no había ninguna que no los matara a ambos, además de que no tenía ninguna garantía de que mi amado volviera en cuanto su parte pútrida le fuera extirpada. Hoy decidí abandonar a mi hermoso centauro, a mi señor de las bestias, a las manos que hicieron que mis terminaciones nerviosas se enamoraran por millones durante horas interminables, a la boca que habló
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Amor y desamor Victoria Bello Fotografía: Jérôme Lemaire
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Infame, cruel y cruda soledad. Instálase en mi ser profundo intenso hasta sentir el llanto desesperado de mis huesos. Quiebra fuerte, suave, duele. Grita, quema, sangra. Desgárrame el alma desarmada. Me asusto, sí, cuando me siento sola. Porque es ahí cuando me encuentro débil y rota. Porque es ahí cuando grita mi voz más callada tan frágil y loca. Será maldita soledad, pero sincera. A veces sopla un viento fuerte y se la lleva, mas quiero que vuelva que me consuele que me consienta, que me convenza que no es maldad, que es ineludible amarla más. Sí, he amado hasta el cansancio. He amado de a ratos, por años, por noches, montones. He amado tu alma mil veces, como la de mil extraños. He amado sin saber cómo, y queriendo querer, he querido poco. Aún así, es incansable esta fuerza de querer volar. Cuántas veces me caí creyendo que si corría a los brazos de algún cuerpo de hombre con ojos de cielo podía meterme en su cama y llenar ese espacio vacío, resultando siempre tan claro que el único espacio que llenaba no era más que el de su alma. Sí, mi alma vacía nunca supo esperar. Maldita alma la mía que ardiendo en fuego amaba tan pasional que moría tan rápidamente, fugaz. ¿Cómo podía morir así algo que vivió arraigado a mí durante tanto tiempo? - A veces dura un rato la eternidad, nunca el olvido, nunca. ****** Es que prefiero la lealtad de mi locura que la agonía de vivir muriendo, más bien, fingiendo. -¡Y no me hables de desengaños! Sabes de qué te hablo si vos me perdonas esta maldad amor, de nada más te hablo. Y te perdono también tu fiel engaño, dulce tortura que bien sabemos, no fue en vano. ****** Supuse que habría una noche en la cual perdida por las calles de alguna cuidad, podría ser Roma o París, Venecia o Madrid, sabría amarme por completo y entonces me encontraría enamorada de mi alma con la certeza pura de saberme viva
y regalaríame caricias de alegrías y tristezas, porque cual amante podría
darme alguna vez la ternura de mi abrazo, tan pulcro y sagrado. Deseé y logré despertarme libre, amada y desnuda, libre de mis ropas y mis culpas, de esa necesidad que me confunde el amor con otras cosas. Maldita alma la mía que aún llorando de alegría sin saber porqué, porque al tocarme sentí en mi pecho una vida latente tan intensa y tan mía, y porque al mirarme sonrío tan tibia, tan suave, tan llena de todo y de nada, vuelvo a morir una vez más en el intento de amar sin pasión, con la estúpida posesión del otro; culpable de una herida que sangra, de un adiós sin calma.
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Y ahora me silencio tierna, y adentrada en mí misma me olvido que existen otras pieles que buscan incansable el sudor de mis manos que aun cansadas acarician con deseo el cielo de mi piel dormida, tatuada de historias, de guerras perdidas. Entonces me encuentro yaciendo sutil sobre tu espalda de piedra que me devuelve a la vida entera, encendida, divina, cual luna llena, eterna noche de mi primavera. Y si resulta que es esto el amor que somos, los dos, seré tu ardor, calor, tu flor. Serás canción, dolor, mi adoración. ¡Qué tan dramática resulta mi alma cuando ama! Que pide silencio grita y exige soledad y calma. Que pide magia tiembla y exige ternura desconsolada. ¡Qué insoportable manera de esperar desesperada la brisa fresca de la madrugada! Para encontrar un beso, algún poema una esperanza, o aún mejor tus ojos, mirando como un gato a través de la ventana, buscando como un loco psicodélica mirada. Aun mejor si entraras amor, si pones tu cabeza en mi almohada, tu mano en mi espalda. Tu risa en mi boca, mi lengua en tus labios. Tu herida en mis manos, tu sangre en mi llanto. Mi piel en tu cuerpo, mi amor en tu pecho, en tu alma mi vida, como en un beso mi amor, un deseo. Echa a volar... mi amor no te detiene. ¡Cómo te entiendo, bien, cómo te entiendo! Lloré mi vida... el corazón se apene... Date a volar, Amor, yo te comprendo Callada el alma... el corazón partido, Suelto tus alas... ve... pero te espero ¿Cómo traerás el corazón, viajero? Tendré piedad de un corazón vencido. t
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INTERVALO
NARRATIVO
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Ella esperó, esperó bajo el álamo de la escuela secundaria, esperó sus besos, sus caricias, su mirada.
Espera
Esperó la embestida y torpe despedida. Esperó la sonrisa ante la noticia, la promesa, el encanto. Esperó el aroma de las flores que cayeron como racimos de uvas maduras desde el altar, esperó las palabras precisas y exactas que describieron de memoria el amor eterno, como eterno era su vientre de cinco lunas. Y luego… esperó. El sonido áspero de la llave intentando penetrar la cerradura, esperó la asonancia seca de los muebles arrastrados, el aliento a alcohol, a sexo, a reproche. Esperó las manos rompiendo su camisón, aplastando su vientre inmaculado, sus pechos llenos de leche no nacida. Esperó el golpe, el insulto, la patada brutal, esperó a que cayera dormido, esperó el taxi, esperó al médico que secó la sangre que corría por sus piernas, esperó el bisturí abriéndose paso en su carne, y esperó el llanto que nunca despertó. Esperó el entierro de un féretro pequeño, esperó oír en
Mercedes Mayol
el sonido de la tierra cayendo aquel llanto desgarrado. Esperó las lágrimas secas antes de caer, esperó el dolor, esperó la pena, la disculpa y la redención. Esperó la palabra de amor eterno y esperó el perdón abrirse
paso
como
aquel
bisturí,
como
aquella
primera embestida, como las flores cayendo del altar, como aquel vientre de lunas y la promesa… y siguió esperando, días, meses, años, hasta que la espera terminó. Él no esperó no, no esperó el golpe, el puñal, la sangre caliente anegando su pecho, la mirada perdida, el beso tibio de la despedida, ni aquella sonrisa que sus ojos acuosos creyeron ver al final. A veces la pena espera la ira, para vestirse de venganza. t
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DIETA LITERARIA
Abrimos la carta para saber lo que nos ofrece el menú. Ardores que matan (de ganas) (Plaza y Janés, 2009) // Ramón Córdoba “Como sabemos, en cosas de amores lo común es fracasar”. Ramón Córdoba, autor de esta novela, nos da la bienvenida con esta frase. La obra tiene como base un entramado de
TERCER ESTANTE
aventuras sexuales, alcohólicos y uno que otro resbalón poético-alburero, historias pegadas, hiladas y cosidas que tienen como fondo las canciones de José José y como escenario la Ciudad de México. Cuando el amor no es correspondido, ¿qué nos queda por hacer?... reírse de uno mismo. De ahí que en esta novela aparezca la Banda de los Cachondos cuyo único propósito es el de reírse de sí mismo y de todo el mundo. Ardores que matan (de ganas), podría ser la frase enunciativa de aquellos ardores que nos matan de ganas: de conquistar, de que se enamore de ti el cuate que te gusta, de cantar una historia, de escribir una novela…
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Ra
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Seguimos con Temporada de caza para el león negro (Anagrama, 2009) de Tryno Maldonado. Finalista del Premio Herralde 2008, la obra es narrada por el amante de Golo, famoso artista que se convierte en la presa indeseada, principal personaje de la trama. De una tesitura fina, breve, y bien trabajada, Tryno Maldonado nos ofrece la historia de dos amantes que a lo largo de su relación (breve por intensa) caen en mares de alcohol, de orgías, en el mundo de los falsos intelectuales que buscan ganar otros más para subir el escalafón del arte y posicionarse como los de avanzada. El amor, el sexo entre los personajes, la violencia se mezcla hasta el punto de ya no saber por qué uno ama al otro.., aunque, en realidad, nunca lo haya sabido.
Cerramos las recomendaciones con Mi nombre es
Rufus, de Juan Terranova (Interzona, 2008). También el amor hacia la música nos brinda momentos agridulces, y la historia que tenemos con ella nos marca. Mi nombre es Rufus, es una novela que nos cuenta la historia de cómo se forma una banda y de cómo se desintegra; entre un extremo y otro Juan Terranova nos deja saber todas aquellas referencias musicales, personales, que se incrustan como diamantes en el lodo. Se hace historia del
Tryno Maldonado punk sin pretender ser erudita. Tenemos aquí un escrito que indaga en la juventud de la década de los noventa a través de la música, del mundo musical del protagonista. Nos vemos en el siguiente número. Esperamos con entusiasmo sus comentarios y participaciones. t
amón Córdoba
Juan Terranova
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HOMENAJE
Rafael Bernal
100 años de su nacimiento 30 de Junio 2015
Escritor prolífico, diplomático, poeta, dramaturgo, novelista, Rafael Bernal sobrevive en las pupilas de sus lectores, comentó Tomás Granados, que junto a Vicente Francisco Torres, Benito Taibo, Martín Solares, Carlos Bardem y Sebastián del Amo rindieron homenaje al autor de la conocida novela El complot mongol. Organizado por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) la ceremonia transcurrió entre el recuento de las obras que Rafael Bernal publicó a lo largo de su vida y la manera en que cada uno de los ponentes ha asimilado el gran legado literario del también autor de Su nombre era Muerte, obra recién reeditada por Jus, Libreros y Editores.
TERCER ESTANTE
Reunidos en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, la familia de Bernal escuchó atenta junto con amigos y lectores las intervenciones de los ponentes. Se destacó la amplitud de temas y de recursos que Rafael Bernal usó en sus creaciones, en el ejercicio de la imaginación ya que, como señaló el doctor Vicente Torres, para Rafael Bernal la imaginación extraterrena es la búsqueda del hombre, con sus luces y sus sombras. A su vez, Martín Solares, quien no pudo estar presente pero cuyo texto homenaje fue leído por Tomás Granados, enfatizó que en México todos los practicantes de novela negra son deudores de El complot mongol, que a su vez desciende de primeros relatos (Tres novelas policiacas, Un muerto en la tumba) y de su capacidad para invocar al misterio.
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*De izquierda a derecha: Tomás Granados, Vicente Francisco Torres, Sebastián del Amo, Benito Taibo, Carlos Bardem
Por su parte, Benito Taibo recordó la manera en la que conoció a Bernal “De pequeño, cada que se perdía algo en la casa, mi papá decía ‘pinches chinos’. Yo no entendía por qué decía eso, hasta el día en que me regaló El complot mongol”. Benito Taibo terminó su intervención diciendo “amo la ciencia ficción, amo la novela, amo la novela policiaca, amo la geografía, amo el pinche complot mongol, amo a Rafael Bernal”.
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La obra de Bernal es reconocida en otros ámbitos del quehacer artístico; es por ello que, en palabras de Carlos Bardem, escritor, historiador y actor que personificará a Filiberto García en el rodaje de El complot mongol, se reconoce la modernidad de sus escritos ya que la modernidad consiste en descubrir las sombras, señaló el actor cuyo compromiso con el personaje, con la obra y con la familia Bernal reiteró. Para finalizar tocó turno a Sebastián del Amo, realizador de películas como El fantástico mundo de Juan Orol, Cantinflas y artífice del proyecto que
llevará a pantalla la más conocida novela de Bernal en su segunda adaptación ya que en la década de los setenta se realizó un rodaje de la misma, pero no dejó del todo satisfechos a los familiares de Bernal. “Es una película de México para el mundo. Espero que se convierta en un clásico también, como la novela”, comentó tras platicar los pormenores que han rodeado la producción de este proyecto que ya suma cuatro años de desarrollo. Tras escuchar a todos los ponentes, Tomás Granados finalizó el homenaje leyendo un poema de Bernal llamado Adiós cuyas líneas finales dicen “Aún quiero decirte muchas cosas/pero a nosotros nos llegó el adiós”.
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Rafael Bernal (hijo) junto con familiares
TERCER ESTANTE
Decimos adi贸s, por el momento. Sin embargo, la obra de Bernal continuar谩 su propio camino, invitando y deslumbrando a nuevos lectores y a nuevas generaciones. t
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RAFAEL
BERNAL
PALACIO DE BELLAS ARTES
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AUTOR: RAFAEL BERNAL TÍTULO: SU NOMBRE ERA MUERTE NÚM. DE PÁGINAS: 192 FORMATO: 13,5X23CM
Publicada en 1947, Su nombre era Muerte no tiene ninguno de los elementos comúnmente asociados con la ciencia ficción que se hicieron populares en aquel periodo – robots, naves espaciales, planetas lejanos, etcétera – pero sí, en cambio, una especulación muy interesante sobre la posibilidad de una inteligencia no humana, paralela a las de obras que van de Hacedor de estrellas (1937) de Olaf Stapledon a Solaris (1961) de Stanisław Lem. Aunque estas novelas son muy diferentes a Su nombre era Muerte, en las tres hay la misma pregunta: ¿qué sucedería si los seres humanos realmente encontráramos otras formas de conciencia? Las posibles respuestas pasan todas por extrañamiento ante lo desconocido, el descubrimiento de límites en la inteligencia humana (que acaso no podría comprender un pensamiento totalmente ajeno al suyo) y la constatación de nuestra finitud y pequeñez: como otros autores que exploran las experiencias humanas más misteriosas y traumáticas, Bernal enfatiza nuestro desvalimiento ante lo que no alcanzamos a comprender… y también las formas en que, en semejantes circunstancias, nuestros instintos más primitivos amenazan con apoderarse de nosotros. «Su nombre era Muerte es, sin lugar a dudas, una de las mayores novelas en la historia de la literatura mexicana.» Francisco Prieto «Rafael Bernal fue un escritor lejos de los experimentos de la generación urbana de la onda que buscaba la recuperación de los nuevos aires narrativos de la ciudad, lejos de los nuevos clásicos, sin espacio en el nuevo territorio de los lectores urbanos que los sesenta estaban creando…» Paco Ignacio Taibo II
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REFUGIO
POÉTICO
Poema dedicado a las mujeres víctimas de violencia de género Ruth Ruiz Villalba
El amor ya no es aventura inesperada A las mujeres víctimas de un doloroso amor. Mentira. Tus ojos no me vieron, me traspasaron, me expurgaron. Apostaron a ultranza que bajo su lupa quemarían mis alas. Mentira. Tus manos no me acariciaron. Me mancharon, me mancillaron. Manosearon mi pudor y mi vergüenza. Mentira. Tu cuerpo no me amó. Me laceró, me vulneró, me fracturó. Soy rojo cereza, soy rojo quemado, soy rojo sangre… Ayer mujer cuerpo de seda, hoy cuerpo quebrado, mañana cuerpo de ceniza.
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El acecho Silvia Gerstner
Tendríamos que cambiar la piel… y sería inútil… debajo está acechando -sigilosocon esos feroces ojos de escarcha y unas patas suavísimas como de engaño sutil Sereno…. pero anhelante del punto justo donde por un resquicio pueda extender su tibieza fascinante para poblarnos del más absurdo delirio que socava márgenes y apila sentimientos sobre balsas de seda o de palabras.
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REFUGIO
POÉTICO
Trago amargo Mercedes Mayol
Mis labios en el espejo La palabra sin saliva Tus sonrisas en mi espalda El puñal en carne viva Mis sábanas en tu lecho Tu veneno en mi mejilla El beso amargo de Judas Mi ceguera y tus mentiras Tu suciedad en mis manos Una herida sin salida Un nicho de falsedades En un cementerio de espinas La profecía desgarra Y la poesía me habita...
ab
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Emmanuel Mounier
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