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El lobo en la Tierra de Ciudad Rodrigo. Por Carlos García Medina
EL LOBO EN LA TIERRA DE CIUDAD RODRIGO
Carlos García Medina Centro de Estudios Mirobrigenses
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El año 2021 el lobo, animal odiado por un amplio sector social y defendido por otro, ha dado y sigue dando mucho que hablar, no solo por los daños que paulatinamente causa en la cabaña ganadera de estas comarcas, sino por la reciente ley que lo protege, y prohíbe su caza, lo cual ha generado una fuerte controversia entre detractores y defensores, siendo un tema de actualidad muy presente en todos los medios de comunicación, algo que no es nuevo en esta tierra, donde siempre ha estado presente.
Mi atracción por el temido lobo viene de largo, dado que de crío escuché con admiración a cazadores y pastores contar oscuras historias y cuentos de lobos, en aquellos ámbitos rurales en que yo pasé la mayor parte de mi infancia.
Algunos años más tarde, en las ásperas tierras sorianas, participé de muchacho como ojeador en algunas batidas que se organizaban en aquel tiempo, donde había, en materia cinegética, mucha más permisividad, pero nunca conseguí ver a ninguno rompiendo por el monte. Sí los vi varias veces, pero ya abatidos, expuestos y colgados, paseados y atados de un palo, muchas veces envenenados con estricnina o apresados con un cepo.
Tuve sin embargo una experiencia que no olvidaré nunca, haciendo caso a ese refrán que dice “al leñador caza y al cazador leña”. Fue en el término de Fuenteguinaldo, una madrugada del mes de abril, cuando en compañía del ya desaparecido Paco Rosado1, íbamos a pescar truchas muy cerca de un paraje que llaman el Potril. Allí entre unas bardas y con gran asombro vimos una vaca recién muerta, todavía caliente, pues exhalaba vaho por sus entrañas y sangraba por las múltiples heridas que tenía, sobre todo en el cuello y el vientre. Sin duda alguna se trataba de varios lobos que habían acabado con ella. Mi compañero y yo no pudimos por menos de sentir respeto al saber que muy cerca de allí estábamos siendo observados por los lobos, que, sigilosamente, se habían mimetizado en alguna de aquellas barreras o desde la misma Irueña. Sólo cuando estuvimos pescando a orillas del Águeda nos sentimos tranquilos, pero horas más tarde al pasar por el mismo sitio comprobamos que éstos habían vuelto durante la mañana, dando cuenta de gran parte de la res.
Anécdotas aparte, de todos los animales de la fauna ibérica, probablemente el lobo es el que más tinta ha hecho correr. Así ha sido y sigue siendo. El imaginario colectivo ha sacado de él cantidad de historias (Caperucita y el lobo, El hombre lobo…) y cada lugar, pueblo y comarca tiene sus particulares leyendas acerca de este animal legendario. Leyendas que se han ido fraguando desde la noche de los tiempos y que siguen vivas en muchos puntos de nuestra región.
Tomás García, El Monjo, con dos lobos abatidos en la socampana mirobrigense hacia 1970.
1. Paco Rosado, aunque era natural de Fuenteguinaldo, siempre vivió y regentó un estanco en Ciudad Rodrigo.
Tendríamos que retrotraernos al mundo prehistórico, cuando este animal comienza a ser temido y a la vez venerado. De hecho, algunas tribus indígenas prerromanas, y posteriormente los romanos, le dieron ya ciertos atributos, convirtiéndolo en un animal totémico que representaba la fuerza y el valor, asociándose también a la luz y a ciertas deidades como Apolo o Marte. La fundación de Roma estuvo simbolizada por una loba que amamantaba a Rómulo y Remo.
Será algo más tarde, cuando el mundo cristiano le dio ciertos poderes maléficos, que comienza su historia negra. Las connotaciones negativas irían aumentando a lo largo de la Edad Media, y se le relacionaba directamente con la rabia, la locura y los poderes hipnóticos y de hechizo. Desde entonces este cánido ha producido , en los ámbitos rurales, respeto, superstición y un miedo a veces exagerado. El miedo tenía una justificación, ya que este suprederpredador menguaba las ganaderías, y se contaban muchos casos de ataques a humanos a lo largo de nuestra geografía. Baste como ejemplo la elegía de Gabriel y Galán titulada “La cabrerilla”2, basada en algún caso real, ocurrido en estas comarcas3 . Las connotaciones negativas irían aumentando a lo largo de la Edad Media, y se lo relacionaba directamente con la rabia, la locura y los poderes hipnóticos y de hechizo. Desde entonces este cánido ha producido, en los ámbitos rurales, respeto, superstición y un miedo a veces exagerado.
“La cabrerilla de Casablanca por fieros lobos ¡Ay, devorada! Sangre en las peñas, sangre en las matas, ¡La virgencita Desbaratada! Todo en pedazos sobre la grava: los huesecitos que blanqueaban la cabellera presa en las matas, rota en mechones y ensangrentada…”
Textos antiguos como los del fraile Andrés Ferrer de Valdecebro4 describen al lobo como un animal “pernicioso y nocivo”, que tenía “el aullido más terrible y espantoso, atrevido, tragón y voraz”.
Su persecución con saña empieza en la Baja Edad Media, e irá aumentado en los siglos siguientes con el incremento de las armas de fuego, mucho más efectivas para cazarlos en las batidas.
Será en los años setenta del pasado siglo XX, cuando el archiconocido y gran comunicador, Félix Rodríguez de la Fuente, saldrá en defensa del lobo a través de sus famosos programas radiofónicos y televisivos, que fueron todo un revulsivo a nivel nacional. Fue entonces cuando en este país empezó a oírse el término “ecología”.
2. GABRIEL y GALÁN, José María: "La cabrerilla". Obras Completas. Tomo II. Madrid 1941. 3. FERRER DE VALDECEBRO, Andrés (1696): Gobierno general, moral y político, hallado en las fieras y animales silvestres .Imprenta Thomas Loriente. Barcelona. 4. CORTES, Jerónimo, Tratado y libro de los animales volátiles y terrestres. Valencia. 1672.
Tomás García, El Monjo, naturalizando un lobo abatido en la comarca de Ciudad Rodrigo.
Pero las opiniones, por aquel entonces, como en la actualidad, estaban muy encontradas. Había testimonios, como el de Jaime de Foxá, que argumentaban en una revista especializada: “Del lobo hay que decir que no debería de existir, pero existe”5 o del presidente de la Federación de caza y jefe provincial de Sanidad de Valladolid, quien afirmaba en 1947 que los daños ocasionados por estos animales se acercaban a los 25 millones de pesetas de los de entonces6 .
Será a partir de los años cincuenta cuando surge otro periodo de persecución sin tregua para los lobos, al crearse las “Juntas provinciales de animales dañinos y protección de la caza”. Este decreto del por entonces ministro de Agricultura, Manuel Cavestany, inicia un tiempo oscuro, donde en cada pueblo, en cada finca, se perseguía a las denominadas “alimañas” de todas las formas imaginables, incluidos venenos como la estricnina.
En el ámbito pastoril y ganadero el lobo ha sido el paradigma del mal, pues prácticamente era el mayor peligro que tenía la cabaña ganadera. Existía mucha superstición; se decía que al encontrarte con uno se te ponían los pelos de punta, o que si habías estado próximo a él no podías mirar a los niños y a las mujeres, dado que podías transmitirle algún mal o hechizarlos. Sería muy larga la enumeración de supercherías que se les atribuían. En el “Romance de la loba parda” queda bien reflejado el odio secular a este animal7 .
“Estando yo en la mi choza pintando la mi cayada las cabrillas altas iban
5. DE FOXÁ TORROBA, Jaime: Revista Montes. Número 102. 1996. 6. DE PRADA, Joaquín. “El lobo y sus daños”. Revista Montes. 1947. 7. MENÉNDEZ PIDAL, Ramón. Flor nueva de romances viejos. Espasa 2010.
y la luna rebajada; mal barruntaban las ovejas, no paran en la majada. Vide venir siete lobos por una oscura cañada. Venían echando suertes cuál entraba en la majada. Le tocó a una loba tuerta patituerta, cana y parda, que tenía los colmillos como punta de navaja. Dio tres vueltas al redil y no pudo sacar nada; a la otra vuelta que dio sacó la borrega blanca, hija de la oveja churra, nieta de la orejisana, la que tenían mis amos para el domingo de Pascua. ¡Aquí mis siete cachorros, aquí perra trujillana, aquí, perro el de los hierros, a correr la loba parda! Si me cobráis la borrega, cenaréis leche y hogaza; y si no me la cobráis cenaréis de mi cayada. Los perros tras de la loba las uñas se esmigajaban; siete leguas la corrieron por unas sierras muy agrias. Al subir un cotorrito la loba ya va cansada. -Tomad perros la borrega, sana y buena como estaba. -No queremos la borrega, de tu boca alobadada, que queremos tu pelleja pa el pastor una zamarra; el rabo para correas, para atacarse las bragas; de la cabeza un zurrón, para meter las cucharas; las tripas para vihuelas para que bailen las damas”. Para protegerse del lobo los más piadosos le tenían mucha devoción a santos como san Bartolomé o san Antonio, aunque como dice el refrán “Ganado que es del lobo no hay San Antón que lo guarde”.
La vida de los pastores y ganaderos en estas comarcas estaba, en cierta forma, vinculada con el temido lobo. Para protegerse de él los más piadosos le tenían mucha devoción a santos como san Bartolomé o san Antonio, aunque como dice el refrán “Ganado que es del lobo no hay San Antón que lo guarde”. Otros, más prácticos, trataban de proteger sus piaras por la noche con “rediles” y “cañizos” y ponían peleles a modo de espantapájaros, o bien latas colgadas u otros objetos para que el lobo recelase. Era también frecuente hacer sonar una cuerna, una corneta, o una caracola similar a las que se utilizan para llamar a las rehalas de perros en las monterías.
Pero quizás el remedio más usado como preventivo fuera el fuego; se encendían hogueras y teas, se popularizaron los faroles grandes de hojalata, que siguieron usándose después de aparecer la luz eléctrica. Incluso la luz de una linterna servía para ahuyentarlos, al menos momentáneamente.
El remedio más eficaz para meriteros-trashumantes y para toda suerte de pastores eran los mastines. En esta zona del oeste siempre fueron muy apreciados los de “raza leonesa”, y en las vecinas tierras transfronterizas portuguesas, los “mastines de la sierra de la Estrella”. Estos grandes perros eran la salvaguarda para los rebaños. Se les ponía una “carlanca”, que consiste en un fuerte collar de pinchos para evitar que en los encuentros con el lobo éste pudiera morderle el cuello. Estas carlancas podían ser de cuero, añadiéndosele afiladas puntas, o bien podían ser enteramente de hierro y manufacturadas por los herreros locales.
El mastín, de una u otra raza, era y sigue siendo indispensable. Para que cumplieran bien su función se les tenía bien adiestrados, y se les daba de comer el “canil”, una clase de pan pobre destinado a los perros que se hacía en las panaderías, o incluso una misma porción de lo que comía el pastor.
Eran una raza dócil y noble, que pasaba su vida entre las ovejas, en partícular las hembras, que eran parte integrante de las piaras, aunque los machos eran más bravos a la hora de enfrentarse al temible lobo. También otros perros de distintas razas tenían sangre y coraje para enfrentarse, siendo muchas veces los careas quienes cumplían la doble función de encarrilar a las ovejas y luchar, o al menos ahuyentar a la astuta fiera.
Desde que nacían en los albores de la primavera, y durante todo su ciclo vital, los lobos eran acosados y perseguidos de mil y una maneras. Cuando nacían en las madrigueras eran buscados por los “loberos”, generalmente personas de estratos sociales muy humildes, que así, durante algunas semanas al año, obtenían una pequeña recompensa en dinero o especias. A base de paciencia estos loberos observaban el lugar elegido por la loba para traer a su camada. A los pocos días le sustraían los lobeznos aprovechando la ausencia de los padres, y con gran riesgo los sacaban de la lobera, introduciéndolos con mucho cuidado en un saco o fardel. Así eran paseados por todo el contorno. Claro que esto duraba poco tiempo, pues los cachorros terminaban muriendo. Pero mientras tanto los loberos iban de pueblo en pueblo recibiendo una gratificación, muchas veces consistente en huevos, morcilla o tocino. En ocasiones alguna cría lograba sobrevivir, y cuando ya era un lobato se le seguía llevando de un lugar a otro, así prolongaban las propinas y los aguinaldos.
Tomás García, El Monjo, acariciando un lobo.
De este oficio ocasional quedan múltiples testimonios, unos trasmitidos oralmente y otros escritos, como el del periodista Blanco Belmonte, en el que se refiere a un singular personaje, Juan Bravo, de la comarca de las Hurdes: “En los últimos días del año, cuando en los hogares se congregan las familias para celebrar las fiestas de Nochebuena, Juan se iba con su padre por los montes a acechar el celo de los lobos, a averiguar el sitio donde preparaban la guarida para la futura camada. Las indagaciones solían durar una quincena. Los dos meses de gestación se empleaban en confirmar los datos adquiridos y en señalar el camino para entrar a saco en los cubiles.
Marzo y Abril eran los meses de campaña seria. El peligro no escaseaba; el lobo tiene mejor olfato, oído más listo y vista más fina que el perro; al cazar lobos se corre el peligro de resultar cazado. Para evitarlo servían las habilidades fonéticas de Juan y de su padre. Cuando espontáneamente, o solicitados por el reclamo de los cazadores, abandonaban los lobos su refugio, la tarea era “coser y cantar” (palabras textuales de Bravo). Se llegaba con algún trabajillo al canchal o despeñadero donde estaba la camada, se atrapaban los lobeznos y se encerraban en un saco, bien apretaditos para procurar en lo posible que quedasen como amordazados y acto seguido se emprendía la huida con mil precauciones para prevenir una sorpresa o un ataque. Entonces el maestro y el aprendiz, descalzos hasta aquel momento, se calzaban alpargatas nuevas. lujo rara vez permitido- o pieles de conejo. De tal modo despistaban al enemigo, burlando la finura de su olfato.
En ocasiones los cachorros al ser cogidos se defendían a mordiscos y hasta incluso conseguían desgarrar el saco que los aprisionaban. Y en ocasiones la loba, al volver al cubil y hallarlo vacío o al escuchar los aullidos de los lobatos, saltaba enloquecida de furor en persecución de los cazadores. Correr era inútil: el lobo es un prodigio de resistencia para la marcha y sostiene sin descanso la carrera durante trayectos de cuatro o seis leguas, pudiendo prolongarse toda la noche. Cuando la huida era imposible, el padre de Juan acudía al eslabón y al pedernal y arrancando chispas y encendiendo fogatas solía contener el ataque. Y en los lances extremos, cuando la fiera avanzaba a rescatar a su cría, el cazador, amparando su espalda en una peña se enrollaba el capotillo al brazo izquierdo, armaba la diestra con cuchillo y sin voces ni desplantes aguardaba la acometida presentando el capotillo y apuñalaba a la loba, abrazándose a ella y rodando con ella en combate salvaje de acero y colmillos. El hijo asistía a aquellas escenas auxiliando como buenamente podía a su padre. Y así aprendió Juan a cazar y así cazó por cuenta propia.
Una vez adueñados de los lobeznos, llegaba la hora de cosechar el fruto de la cacería. Fuerza era andar sin tomar aliento. Las crías, separadas de la madre, mueren al séptimo o al octavo día, y ese corto plazo había que aprovecharlo para recorrer los principales concejos y solicitar una limosna como premio a la destrucción de las fieras.
Hasta cuarenta reales se recoge en esa demanda cuando la cosecha del año se presenta bien. Seguidamente se reemprende la caza, porque los lobatos permanecen en los cubiles los primeros dos meses de su vida.
Juan comenzó el aprendizaje a los nueve años y lleva cogidos doscientos dieciocho lobos y alguno más, porque hace tiempo perdió la cuenta antigua y abrió cuenta nueva”8 .
En ocasiones lo loberos dejaban algún cachorro en la guarida para que los lobos siguieran criando por la zona, como nos describe Felipe Carpio: “En ocasiones los loberos renunciaban a capturar alguna cría a mayores, y lo hacían a posta para que no quedara el monte sin lobos y nosotros sin oficio, argumentó cierto día uno de los alimañeros”9 .
El sistema era muy semejante cuando se abatía uno o varios ejemplares adultos; se le paseaba y se pedía la recompensa. A veces se paseaba solo la piel del lobo, o ésta semiembalsamada y rellena de paja para darle una apariencia más real, siendo ésta una práctica muy habitual en todas las áreas loberas, tanto de Salamanca como de Zamora y Cáceres. Y así se paseaba varias temporadas la misma piel. Era la picaresca surgida de la necesidad.
También era costumbre colgar a los lobos una vez muertos en algún lugar visible, como sucedía en Ciudad Rodrigo, donde se colgaban los martes, día del mercado comarcal, de una rama del emblemático y ya desaparecido Árbol Gordo10. O se colgaban de la puerta y soportales de los ayuntamientos para que acudiera el vecindario y soltaran alguna propina los ganaderos de la zona, siendo motivo de fiesta y alegría en muchos pueblos. También era costumbre colgar a los lobos una vez muertos en algún lugar visible, como sucedía en Ciudad Rodrigo, donde se colgaban los martes, día del mercado comarcal, de una rama del emblemático y ya desaparecido Árbol Gordo.
8. BLANCO BELMONTE, Mr. Por la España desconocida. Notas de una excursión a La Alberca, Las Hurdes, Batuecas y Peña de Francia. Madrid. 1911. 9. CARPIO RODRÍGUEZ, Felipe. “De cuando el lobo campeaba por Guinaldo” Libro de Fiestas 2009. 10. En el desaparecido Árbol Gordo, los lobos y los lobeznos se exhibían allí.
Así sabemos, por citar un ejemplo, que en la villa de Fuenteguinaldo, en un apartado de gastos hecho por el ayuntamiento en 1752, figuran tres partidas así desglosadas: “Para recompensa a diferentes personas que han cogido camadas de lobos (lobeznos) y matando lobos grandes de ellas con cría, 67 reales vellón, que por ocho libranzas hicieron, por ojeos de lobos y ganado de monte se gastan 300 reales vellón, a los que cogen camadas de lobos, 50 reales”11 .
Se sabe que eran más recompensadas las hembras que los machos, y más si estaban preñadas. Así en ciertos contornos del oeste salmantino, hacia 1834, se pagaban 40 reales por matar un macho y el doble o más si era una loba preñada. Hasta el año 1970, los ayuntamientos estuvieron obligados por ley a cumplir con el capítulo de las gratificaciones a quienes capturasen lobos.
Las batidas eran la forma más convincente de cazar al lobo, o al menos de ahuyentarlo de un territorio por algún tiempo. Solían hacerse sistemáticamente, dos manos al año, y eran fructíferas las que se hacían en mayo, junio y julio. Pero se organizaban otras cuando había “lobada”, es decir, cuando algún lobo o alguna manada hacía estragos considerables a la cabaña ganadera de cualquier pueblo. Entonces y sin demora, avisados por el toque de campana o el toque de corneta del alguacil, se organizaba la cacería, que normalmente era coordinada por el alcalde respectivo, aconsejado por los más experimentados cazadores del lugar o los pastores, que solían ser los mejores conocedores del terreno de cada término.
Los vecinos de uno o varios pueblos bien pertrechados organizaban la batida, para lo cual los mejores tiradores se apostaban en los sitios estratégicos – es lo que se conoce con el nombre de “armada” o “cordón”- y pacientemente escondidos tras la maleza esperaban poder disparar al esquivo animal, que a veces se la jugaba.
Para hacerlos entrar en los puestos de las escopetas, un nutrido número de ojeadores iba batiendo el terreno, haciendo mucho ruido con latas, cencerros y silbatos, en ocasiones tirando también cohetes, y otras veces con perros. Si había suerte y se conseguía cazar uno o varios ejemplares, era una efeméride recordada y ese día se celebraba de lo lindo, no faltando ganaderos agradecidos que pagasen el vino o la merienda para todos los participantes en la batida.
Los “aguardos” o “esperas” eran practicados por los más experimentados cazadores, que apostados en los lugares estratégicos por los que solía pasar el lobo, esperaban durante horas. Unas veces les ponían previamente un cebo, y otras simplemente confiaban en que el animal pasara por allí y tuvieran la fortuna de darle con las populares “postas loberas”. Aurelio Martín García nos narra una de estas “lobadas” ocurridas en el pueblo de Villar de Ciervo12 .
Los “aguardos” o “esperas” eran practicados por los más experimentados cazadores, que apostados en los lugares estratégicos por los que solía pasar el lobo, esperaban durante horas. Unas veces les ponían previamente un cebo, y otras simplemente confiaban en que el animal pasara por allí y tuvieran la fortuna de darle con las populares “postas loberas”.
Mucho más sofisticados eran los denominados “corrales de lobos”, cuyo origen probablemente era medieval, y según parece, fueron muy eficaces. Consistían en una pared de piedra, excavada en la tierra como si se tratase de un foso, en el fondo del cual se colocaba una cabra o una oveja como cebo. Una vez que el lobo entraba ya no podía salir debido a la altura de la pared, ya que por encima de ella había una puerta con un resorte para cerrar el foso. Aunque existen distintas tipologías de estos corrales de lobos, destaca la construcción que se conserva en el pueblo salmantino de Candelario y el cacereño de La Garganta: “Un recinto de piedra de unos 200 metros cuadrados, con una altura de cerca de los tres metros, en la que una vez que le lobo picaba en la trampa, era incapaz de escapar. Para ello se colocaba un pedazo de carne en el interior, para que el lobo acudiera por el
11. CARPIO RODRÍGUEZ, Felipe. Op.cit. 12. MARTÍN GARCÍA, Aurelio (Titín): Un año en Villar de Ciervo.
Dibujo con representaciones pastoriles del lobo.
olor adonde ya no podría escapar. Además, según recuerdan los mayores, había una original trampa, y aunque no se conoce el mecanismo con exactitud, debía consistir en una tabla de madera situada en la parte alta del muro y sujeta con un resorte que giraba como un balancín, por el que cuando el animal pisaba, la madera daba la vuelta y el lobo caía al interior del recinto. Todo este ingenio arquitectónico constituye un ejemplo de la lucha contra el lobo a lo largo de la historia y la supervivencia del hombre”13 .
Existieron aquí también corrales de lobos, algunos reconvertidos para otros usos, pero la mayoría han desaparecido. La provincia de Zamora también conserva varios, conocidos allí como “cortellos”. En Portugal, se llamaban “loberiras”, y en la cornisa cantábrica “foxos”, “callejos” o “chorcos”. En esos lugares, al igual que aquí, estas grandes y arquitectónicas trampas cinegéticas eran también un foso de piedra, precedida por una larga pared a modo de embudo por el cual era conducido el lobo. Para que estos desconfiados animales entraran había que conducirlos, por lo que se conoce como “corridas de lobos”. Los monteros de varios pueblos se coordinaban, y al comenzar el día les iban cerrando el paso, dando voces hasta que los lobos se metían en dichas mangas. Cuando entraban al “callejo” de donde ya no podían salir, eran sacrificados.
Estos lances venatorios necesitaban lógicamente unas prescripciones y normas que debían cumplirse a rajatabla para que la empresa saliera bien14 .
Cualquier método resultaba válido para acabar con ellos, y las hermandades y asociaciones ganaderas siempre animaban a cazadores y alimañeros a terminar con su ancestral enemigo, como bien dice este refrán: “La oveja del amo es la primera que mata el lobo”. Cualquier método resultaba válido para acabar con ellos, y las hermandades y asociaciones ganaderas siempre animaban a cazadores y alimañeros a terminar con su ancestral enemigo, como bien dice este refrán: “La oveja del amo es la primera que mata el lobo”.
Encontramos numerosas disposiciones, ordenanzas municipales y textos de todo tipo arengando a su exterminio: “La caza del lobo se hace más usualmente a espera, en ojeo, a mano, con máquinas y cepos loberos, con morcillas de estricnina, en corrales fijos o móviles, al rastro y a la carrera”15 .
A todo esto, hay que añadir que durante siglos crecieron y crecieron las leyendas sobre licantropía. Se trataba de leyendas creadas por el imaginario popular, que contaban casos sanguinarios de lobos que daban horrendas muertes a niños y adultos, muchas veces relatos exagerados e imposibles de demostrar. Más lógico es pensar que algunas de las mordeduras produjeran la rabia o hidrofobia, y tanto personas como animales se vieran afectados por esta enfermedad, para la cual, además de oraciones y responsos, se acudía a sanadores y curanderos. Se usaban también plantas como el romero o la jara, y se añadía mucha superstición. Del ámbito pastoril proceden algunos remedios curiosos, tal como colgar una ristra de ajos a la oveja que va delante de la piara, o enterrar el rabo de un lobo muerto, así como colgar cabezas o pieles del mismo animal que se quería espantar.
13. El Adelanto de Salamanca. “Cuando se cazaba el lobo”. 22 de abril de 2012. 14. VIELVA INFANTE, Eduardo. De alimañas a especies protegidas; osos, lobos y otros animales amenazados. Aruz Ediciones 2018. 15. HIDALGO, Carlos. “El lobo. Condiciones zoológicas” Revista La Caza. Junio 1867.
El religioso Miguel Agustí lo describe bien; afirmaba que, si se colgaba la cabeza de un lobo en un gallinero o palomar, servía como elemento protector para que no entraran en ellos otros animales dañinos16. Tenían también poderes profilácticos y sanadores las vísceras, los excrementos y los colmillos. Estos últimos, engarzados en plata, se los colgaban a los niños para curarlos del mal dormir.
En cuanto a otros aprovechamientos, las pieles de los lobos tenían cierto valor. Eran buenas para forros de abrigos y también se conservaban como trofeos, sirviendo de alfombras una vez curtidas.
Su carne también era consumida, como ocurría antaño con la carne de todos los mamíferos. Pero resultaba dura, según dice el refrán, “A carne de lobo, diente de perro”. Lo que más se aprovechaba eran los cuartos traseros para hacer cecina, aunque no debía de ser de muy buena calidad.
El lobo pobló abundantemente todo el centro y sobre todo el oeste salmantino, donde fueron muy frecuentes las “lobadas”, y siguen siéndolo. Se decía siempre que los lobos venían de Portugal.
Prácticamente todas las comarcas de la Tierra de Ciudad Rodrigo fueron hábitat apropiado, y también los contornos de la villa de Fuenteguinaldo. Ésta fue una zona lobera por excelencia. Sabemos que, en enero de 1971, se mataron allí nueve lobos17 y algo parecido sucedía año tras año. A tal grado llegó la cuestión, que los guinaldeses diseñaron una pegatina para los coches en la que se leía: “Fuenteguinaldo, el pueblo que mejor bate el lobo”.
Este animal siempre ha estado presente en el mundo rural de nuestra tierra, y a él se le han dedicado infinidad de refranes y coletillas;
“Por Santa Cruz ya el lobo ve la luz”. “Los lobos no se muerden unos a otros”. “Ponerse los pelos de punta como si hubiera visto al lobo”. “Es un lobo carnicero”. “Ver las orejas al lobo”. “La noche está hecha para los lobos”. “El lobo de amaño, donde mora hace daño”. “Entre lobos anda el juego”. “Mucho daño hace el lobo, pero en una hora lo paga todo”. “Es un lobo con piel de cordero”. “Meterse en la boca del lobo”. “Como esperar del lobo carne”. “Quien con lobos anda, a aullar se enseña”. “Pastor lumbrero, lobo carnicero”. “El lobo harto de hambre, se metió a fraile”. “El lobo viejo caza a la espera”. “El potro que ha de ir a la guerra, ni lo come el lobo ni lo aborta la yegua”.
Desde siempre estas regiones del oeste mantuvieron abundancia de lobos, así como una distribución regular por la práctica totalidad de los biotipos de la península Ibérica18 .
Al lobo se le ha culpabilizado siempre de los daños ocasionados a la ganadería, pero en realidad en muchas ocasiones estos daños se debían a perros asilvestrados, también llamados “cimarrones”, que tanto en solitario como en manada, causaban muchos destrozos. En los últimos años, a esta lista debemos añadir buitres y
16. AGUSTÍN, Miguel: 1722. Libro de los secretos de la agricultura, casa de campo y pastoril. 17. NAVALÓN, Alfonso: Diario Informaciones. 9 de febrero de 1971. 18. GRANDE DEL BRÍO, Ramón: El lobo ibérico, biología, ecología y comportamiento. Amarú. Salamanca. 2000.
meloncillos entre otras especies. Precisamente cuando concluyo este artículo aparecen varios casos en la prensa provincial, haciéndose eco de varios ataques en distintas explotaciones ganaderas.
Para deleite de unos y disgusto de otros, estos seguirán campeando por esta tierra, como así viene ocurriendo desde hace muchos miles de años, cuando ambos, hombres y lobos, comenzaron a compartir los mismos espacios.
Dibujo de un lobo colgado de un árbol.