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La bella tarea de evangelizar la vida de las hermandades y cofradías

Se habla mucho de las hermandades y cofradías en España, particularmente en Andalucía, sobre todo en tiempo de Cuaresma y Semana Santa. Tengo claro que el sacerdote que no esté dispuesto a trabajar con ellas deja una importante área del Pueblo de Dios sin evangelizar. Eso es, EVANGELIZAR, porque las hermandades y cofradías son Pueblo de Dios, asociaciones públicas que no solo están dentro de la Iglesia sino que son Iglesia.

Todos sabemos que las hermandades y cofradías se fundan para dar culto a Dios por medio de las imágenes a las cuales veneran, forman un grupo en el que refuerza la fraternidad subrayando algún aspecto de la vida de Jesús, la Virgen, algún santo… y ejercen los lazos de la caridad bien hacia dentro con los miembros que la forman y/o hacia fuera con las personas que lo necesitan.

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La evolución de la sociedad, cultura, política, religión… hacen que vayamos adaptándonos de distinta forma según los parámetros que van surgiendo. No aporto nada nuevo si afirmo que hay muchas zonas en donde la población se expresa gozosamente con manifestaciones externas del fenómeno religioso. Este fenómeno, lejos de ir decayendo, va aumentando aunque la valoración y la práctica cristiana vaya clara y marcadamente bajando en nuestro país y mucho más si hablamos de los jóvenes.

Se llega a un consenso en creer que cuando una procesión sale a la calle no solo expresa una gran riqueza religiosa; también está presente el arte, la expresión cultural, social… y hasta se llega a reconocer todo ello como patrimonio inmaterial.

Hasta ahí todo bien, pero tendríamos que preguntarnos qué es lo que ve cada uno cuando un paso está en la calle. Para algunos será una manifestación religiosa, para otros, artística y para otros, una posibilidad…

Los cristianos no podemos perder el norte del para qué se fundan las hermandades y cofradías y mucho menos los objetivos que las hacen importantes dentro de la sociedad y la Iglesia. Una hermandad que no sea cristiana será otra cosa pero no será hermandad. Unos fieles que no sean fieles, unos cristianos que no vivan como tales la fe que profesan no serán una manifestación cristiana; serán una realidad “parareligiosa” o “contracristiana” en el peor de los casos.

Justamente para que las hermandades y cofradías sean lo que tienen que ser, asociaciones de fieles con culto público, se presentan y aprueban unas constituciones o reglamentos que rigen la vida de dicha hermandad. El director espiritual, la junta de gobierno, el delegado diocesano deben velar para que eso se cumpla no por el cumplimiento sino porque nos hace vivir el Evangelio del Amor.

Soy consciente de que muchos cofrades, sacerdotes, personas allegadas a la Iglesia están quemadas en esa vivencia común y acorde de la vivencia cristiana juntos. Hay sacerdotes que no quieren ver las cofradías por muchas razones y hermandades que no saben lo que hacer con los sacerdotes que la atienden. Hay fieles que les ayudan en su vivencia cristiana las cofradías y otros que les producen un rechazo fuerte amén de las heridas, luchas y partidismo que en el seno de estas asociaciones pueden surgir. Es lógico que sea así, nadie habló de que las relaciones humanas fueran fáciles y más si se trata de plataformas grandes donde interactúan muchas variables.

El Papa Francisco, lejos de desentenderse de la religiosidad popular, hace una apuesta valiente por ella con tal que se evangelicen. Él mismo nos dice: “Es imperiosa la necesidad de evangelizar las culturas para inculturar el Evangelio. En los países de tradición católica se tratará de acompañar, cuidar y fortalecer la riqueza que ya existe (...). No podemos, sin embargo, desconocer que siempre hay un llamado al crecimiento. Toda cultura y todo grupo social necesitan purificación y maduración. En el caso de las culturas populares de pueblos católicos, podemos reconocer algunas debilidades que todavía deben ser sanadas por el Evangelio: el machismo, el alcoholismo, la violencia doméstica, una escasa participación en la Eucaristía, creencias fatalistas o supersticiosas que hacen recurrir a la brujería, etc. Pero es precisamente la piedad popular el mejor punto de partida para sanarlas y liberarlas.”

El Papa reconoce y afirma la fuerza evangelizadora de la piedad popular como comienzo para hacer vida juntos en torno a la Iglesia. Hay quienes afirman que la formación es crucial. Otros tasan la pertenencia a la Iglesia en la celebración de los sacramentos, particularmente la Eucaristía. Otros, más sociales, creen que la barómetro de la salud de la hermandad se sitúa en los euros que entrega a la parroquia y a las obras asistenciales. Yo afirmaría que es todo un poco. Debemos ser cristianos que constantemente estén en proceso de formación, celebren nuestra fe y seamos ávidos a salir al encuentro del necesitado sabiendo que la fe se vive siempre como aprendiz y desde la humildad, perdonando setenta veces siete y comenzando cada día porque, como decía Francisco de Asís, hasta ahora poco o nada hemos hecho.

Debo confesar que mi inmersión en el mundo cofrade fue en Estepa. Ya como novicio hice la estación penitencial en el lejano año 93 y después como fraile mo-

rador del convento y director espiritual la repetí durante años. Mis primeros cultos fueron a Los Estudiantes y hubo años que prediqué a tres hermandades (dos de ellas quasi fijas: El Calvario y el Santo Entierro y la tercera fue cambiando en los distintos años). Hubo quien dijo que nunca antes se había dado esa particularidad en Estepa y yo la estrené: predicar a tres hermandades a la vez.

De una manera u otra he ido teniendo relación con todas las hermandades de Estepa tanto de pasión como de gloria y cuando las recuerdo pongo rostro a tantas personas que de forma generosa entregan su vida y viven su fe en el seno de la Iglesia. Qué decir de la Bendita Virgen de los Remedios a la cual he predicado tres veces y a quien de manera particular cada año hago su novena. Y las advocaciones de la Virgen del Carmen y de la Paz que en sus días hice mis profesiones simple y solemne. Cómo no recordar a San Pedro que en el hondón de la enfermedad me dijo que yo todavía tenía mucho que hacer por aquí abajo. Y la Borriquita que en mis tiempos estepeños se bendijo la nueva imagen. Cómo olvidar aquel 7 de septiembre en el que se coronó la Esperanza y aquella noche, ni ella ni casi nadie, durmió en Estepa. Y qué decir de mi Virgen de Gracia, titular de la iglesia de los franciscanos, a quien todo me parecía poco para ella. Cuantas veces pasé por la capilla de Jesús y cuántas veces en mi vida habré dicho esa expresión tan estepeña: “¡Padre mío Esúh de Estepa!”. Cuántas veces he celebrado la eucaristía en la capilla de Santa Ana, bendita madre de la Virgen, que allí se llama de las Angustias, y hasta la Virgen de Montserrat que como no puede ser de otra manera lo hacía en la Plaza del aire, que en Estepa está tan presente como la propia religiosidad popular. Cuantas veces asistí al pregón, incluso lo presidí en los años en que era guardián y se hacía en San Francisco. Cuánta experiencia, expresión, vida… Cuánto Dios en todo ello... He gozado y sigo haciéndolo siempre que la vida me permite viviendo la fe, si queremos ponerle el apellido popular, en Estepa y siempre he comprobado que eran mediaciones que llevaban al encuentro con el Padre de la Vida, de Jesucristo Nuestro Señor y regalaban la alegría del Espíritu Santo. No seré yo quien evalúe, estigmatice y tilde a las hermandades, ni a ningún grupo eclesial, no seré quien imponga criterios, no quiero encasillar, empobrecer… sino en la acogida de la realidad presente, si humildemente puedo, acompañar y aportar aquello que la misma Iglesia a mí también me regala y no es otra cosa que la presencia y gracia de Jesucristo nuestro Señor EVANGELIZANDO con el pobre ejemplo de mi vida, y si cabe, con la palabra y la entrega de la existencia.

Fr. Juan José Rodríguez Mejías, ofm.

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