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Pequeña crónica de una vida dedicada a la medicina • El soldado marroquí que se quedó para siempre
from Haro Fiestas 2018
by editorialmic
PEQUEÑA CRÓNICA DE UNA VIDA DEDICADA A LA MEDICINA
Por Francisco Javier Casalduero Araiz
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Pocos podrán decir que no conocen al doctor Casalduero, durante años médico de Asistencia Pública Domiciliaria (A.P.D.) o Medicina rural de Haro, que en la actualidad disfruta de un merecido y perenne descanso de su profesión, aunque con inquietudes que le hacen seguir relacionándose con los jarreros, en su día pacientes y no pacientes suyos, como demuestra su asistencia a la Universidad de la Experiencia o, sencillamente, colaborando con quien le solicita colaboración para conocer la historia médica desde su llegada a la Ciudad.
Por lo que, para poder comprender la labor de este colectivo, nos ha redactado una pequeña reseña en la que nos hace llegar sus inicios, sensaciones, improntas opiniones y vivencias en Haro, diciéndonos:
Francisco Javier Casalduero Araiz
“En la actualidad es un cuerpo médico a extinguir, en su momento, durante muchos años fue necesaria su existencia para poder cubrir las necesidades sanitarias del País.
Dependía de la función pública estatal y para pertenecer a dicho estamento se tenía que realizar
CONCURSO OPOSICIÓN.
A su cargo se encontraba todo lo referente a los asuntos sanitarios de los municipios y las zonas rurales del territorio Español, asistencia sanitaria de la población (incluida beneficencia y listado de familias pobres sin recursos reconocidas en los municipios) las veinticuatro horas del día. Inspección sanitaria de locales públicos (bares, restaurantes, comercios, salas de espectáculos, recintos deportivos, hoteles, hostales, fondas, pensiones, fábricas e industrias) Saneamiento y cuidado de las agua así como legislación mortuoria y otras muchas que seguro no cito por olvido.
Con la creación y el inicio de la Seguridad Social (régimen que acogía a los pacientes asalariados por cuenta ajena, trabajadores de empresas que cotizaban por dicha prestación) se hace necesario dar asistencia médica en el medio rural a todo este colectivo que posteriormente se ve aumentado por la introducción de forma obligatoria por el estado del colectivo de autónomos (mayoritario en el medio rural) con lo cual la asistencia será del cien por ciento de la población.
El médico A.P.D., como funcionario de carrera por oposición, tenía unos honorarios (nivel A dentro de la función pública) Por contrato obligado por la Seguridad Social cobraría honorarios por asistencia a sus afiliados como ya hemos relatado (estos honorarios se basaban en el número de cartillas asignadas) y además la presencia de las llamada “Igualas médicas familiares” que trataban de compensar la asistencia médica familiar durante las veinticuatro horas al día en los consistorios médicos municipales, donde los había, o en domicilio particular del médico en la mayoría de las ocasiones. El profesional se sentía sin duda recompensado moral y económicamente pero estaba sumido en una esclavitud máxima, con dedicación plena aceptada con resignación.
Todo este sistema que subsistió durante décadas cambiará posteriormente cuando el Estado asume y moderniza las Instituciones invirtiendo grandes cantidades de dinero público en la creación de Centros de Salud y puntos de asistencia continuada que proporciona un horario matinal de consultas médicas y asistencia posterior de urgencia, liberando al médico de horarios de más de ocho horas laborables que le proporcionarán calidad de vida.
Todos estos hechos que sin duda marcaron un hito y un gran avance en el devenir de la sanidad Española
los he vivido en persona y se localizan en el último cuarto del siglo XX, posterior a la transición Española, en plena democracia y gobernando el partido socialista.
FEBRERO DE 1983, INVIERNO MUY CRUDO.
Mi entrada en Haro fue inquietante, había conseguido plaza de médico titular en el último concurso-oposición de A.P.D. Venía de dejar la titularidad del partido médico de Panticosa (Huesca) donde ejercí durante cinco años formándome sin titulación en traumatología por la presencia de la estación de esquí y en medicina de Balneario (terapéutica–hidrológica)
Fueron cinco años de preciosos paisajes, días soleados y noches estrelladas, radiantes y cercanas, tanto que casi podías tocarlas y jugar con ellas, estaban muy cerca. Viví momentos irrepetibles en el ámbito personal y profesional.
Fue en ese Valle de Tena donde se gestaron mis hijos Borja, Soledad, y Paloma, más adelante en Haro se gestaría el cuarto de mis hijos, Lucas, <el tardano> (con este mote lo bautizaría mi querida esposa) En febrero de 1983 tomé posesión de la plaza de Haro. He indicado al comienzo de este relato que sentí una gran inquietud a mi llegada, una sensación extraña producida al comparar el paisaje de alta montaña con esta zona de la Rioja, me pareció que todo estaba vacío, sentí tristeza, no supe comprender que los campos con sus viñas vivían un forzoso letargo. Con el paso del tiempo he asistido a esos cuatro cambios estacionales necesarios con sus diferentes tonalidades y colores penetrando por la retina y calando hondo en el corazón, nada menos que más de treinta años ejerciendo en esta tierra que ha sabido enamorarme, no obstante, esa entrada por la calle de la Ventilla me dejó huella.
Existía en Haro un dispensario, de arquitectura ministerial franquista con una estupenda ubicación (edificio actualmente sin uso) donde se realizaban por las mañanas nuestras consultas médicas, permanecía abierto hasta las tres de la tarde, posteriormente cada médico se hacía cargo de la asistencia a los afiliados de su cupo. Los fines de semana y los festivos permanecía cerrado por lo que esos días a los enfermos les dábamos asistencia en nuestro domicilio y en un pequeño habitáculo-sala de curas que la Cruz Roja cedía y que se encontraba localizada en la Plazuela de las Siervas de Jesús frente al famoso bar “Tiriquilla”.
Los avisos para acudir a domicilios eran numerosos pues no existía un espacio referencia para poder asistir al enfermo.
Tres plazas de medicina general (dos de A.P.D. y una de cupo ambulatorio) se hacían cargo de la plaza de Haro.
Una de esas plazas la ocupaba el doctor Jesús Ganzarain, apodado “El Massa” con muchos años en la plaza y gran arraigo social (había ayudado a venir al mundo a muchos jarreros y el reconocimiento, afecto y respeto se lo había ganado sin ninguna duda) Me ayudó y me acogió como a un hijo, me animó y me puso al corriente de las características y peculiaridades más importantes de la plaza jarrera. Nos unió una gran amistad y el recuerdo que de él tengo es que fuimos buenos compañeros compartiendo todo tipo de experiencias, momentos buenos y también malos.
Jesús María Ganzarain Blenner.
Otra plaza la ocupaba Enrique Lasa, que tenía diferente forma de entender la medicina que el anterior y eso les ocasionaba, en ocasiones, situaciones enfrentadas, no obstante siempre el respeto y la consideración estaban presentes en ellos. Además de la medicina general el doctor Lasa tocaba un campo importante y vacío hasta esas fechas: psiquiatría, ayudando a muchas familias con su problemática.
Enrique Lasa Fernández.
Años después cerraría el consultorio al firmar la dedicación exclusiva.
La segunda plaza A.P.D. la ocupé yo frustrando las aspiraciones del doctor Abdón Sáez Ameyugo que ocupaba plaza de titularidad en el cercano partido de Anguciana y que además ejercía de forense con plaza de titular en los Juzgados, vivía en Haro y no dudo en solicitar la plaza que yo ocupé en el concurso de movilidad. Siempre nos tratamos con cariño y muchas veces comentamos el anecdótico suceso de haberle chafado el plan de jubilación, nunca fui diana de esa frustración. Mirandilla totalmente integrado, la gente le respetaba y le quería, su personalidad le hizo único y popular, todo el mundo admiraba a “Donadón”, era de la familia, como algo de casa. Todos los días del año, sobre el mediodía, tenía por costumbre tomarse un huevo duro mientras charlaba con los jarreros y se informaba de los más recientes acontecimientos, era muy campechano y sus opiniones se respetaban, resumiendo, un personaje salido de una novela de Pío Baroja.
Abdón Sáez Ameyugo.
La sanidad en Haro se veía ampliada también con la presencia de una plaza de pediatra que fue ocupada por el doctor Jaime Pérez llamado “el peruano” (allí nació), ejercía como sanador de los niños de Haro y sus alrededores, afable y distante, un buen día desapareció sin despedirse y poco después supimos que se ubicó en la costa mediterránea al calor del Sol y de las divisas que dejaban los turistas por aquellas latitudes. (La familia no ha facilitado fotografía)
A todos ellos les estoy muy agradecido por enseñarme, entre otras cosas, las diferentes formas de ver la vida y ejercerla.
No puedo dejar de relatar una de las muchas anécdotas vividas a lo largo de estos años que define el carácter del habitante de esta tierra, agudo, sagaz y con gran percepción de la realidad que le rodea.
DESCRIPCIÓN DE LA ESCENA: (A MI LLEGADA AL PUEBLO)
El nuevo médico: joven, esbelto y rubio con bella esposa y tres hijos encantadores (familia estándar “Aria”), alquila piso en la calle Alemania y compra coche pequeño y manejable para moverse con soltura por las calles jarreras, la matrícula del vehículo se había realizado en “Donostia” y por lo tanto el encabezamiento llevaba las siglas “SS”. El “mote” estaba muy claro y certero: “El nazi”. Yo me encargué más delante de deshacer tal pseudónimo sin tener que esforzarme mucho en tal labor, desapareció con el tiempo y estoy seguro que con algún otro me rebautizaron.
Así fueron mis comienzos, después, sin duda, vinieron tiempos mejores. La vida hasta entonces del médico rural y de su familia era un puro sin vivir, veinticuatro horas de dedicación absoluta aportando domicilio donde asistir a los pacientes que lo precisaban en unos horarios intempestivos. No relato nada que sea desconocido. Para aliviar esa situación tan esclava intentábamos asociarnos y hacer turnos de guardia y asistencia.
En este contexto y sin esperarlo llegó una pequeña y a la vez grandiosa revolución que cambió por completo el sistema hasta entonces existente: Los Centros de Salud.
Se pusieron en marcha con sentido de modernidad. Como todo cambio, al principio, tuvo una mala acogida por una gran parte de nuestro colectivo y parte de la población, suponía una forma diferente de ver las cosas y modificar las normas y lo establecido siempre nos inquieta. Supuso un esfuerzo económico brutal por parte del ejecutivo y en definitiva de las arcas públicas.
El paciente que por desgracia tenía que recurrir a los servicios de atención continuada, y que había vivido en la anterior situación le pareció una asistencia de peor calidad, no porque fuera menos eficiente, sino porque tenía que contar sus penas y dolores, su intimidad, a alguien desconocido y que siempre era comparado con la figura muy próxima y entrañable de su médico de cabecera, así pues, para él: ¡Esto había cambiado mucho y para peor!
Debo de terminar este relato, un trozo de mi vida y de la historia reciente de Haro en el último cuarto de siglo XX, y deciros desde mi actual estado de jubilación que os lo he contado con ilusión, con veracidad (desde mi punto de vista) y también pediros perdón por la forma literaria empleada, sé que sabréis ser indulgentes.” •••