La Roda Fiestas 2019

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De otra manera

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e llamaba Salvador y siempre era el último que se acostaba en su casa. Esperaba a que su mujer y sus hijos se fueran a la cama para disfrutar paseando por todas las habitaciones sabiendo que no iba a encontrar a nadie. Disfrutaba de esos paseos nocturnos. Podían darle las tantas deambulando por cada una de ellas con el único objetivo de estar solo y saborear la tranquilidad. Cuando llevaba un buen rato y sentía que ya todo estaba hecho, subía a su habitación sigilosamente, se ponía el pijama y reptaba desde los pies de la cama hacia el cabecero. Cuando por fin apoyaba la cabeza sobre la almohada, suspiraba profundamente para que el sueño lo conquistara. Entonces, solo entonces, su mujer, con un movimiento eléctrico de cabeza, se volvía hacia él y le decía: “¿Has cerrado la puerta con llave?” Entonces suspiraba de nuevo, volvía a reptar hacia los pies de la cama, bajaba de nuevo las escaleras hasta la puerta y comprobaba que, efectivamente, la puerta estaba cerrada con llave. El asunto no tendría la mayor trascendencia si no fuera porque le ocurría lo mismo, cada noche, desde hacía treinta y dos años.

Era preciso acabar con ese tormento y, al día siguiente, decidió que tenía que contárselo a alguien por primera vez después de tanto tiempo para intentar encontrar alguna solución a su falta de convicción. Lo más conveniente, pensó, sería elegir a una persona con la que no tuviera mucha confianza para que pudiera atajar el problema desde fuera, de forma objetiva. Las veces que se lo había insinuado a gente de su círculo más próximo las respuestas no pasaban de un “esto es así” o “así ha sido desde siempre” o “qué le vamos a hacer”. En su trabajo podría encontrar a la persona idónea, puesto que raras veces cruzaba una palabra con alguno de ellos. En un descanso, en la cafetería, eligió a su presa, Reme de Contabilidad, y se lanzó a contarle el asunto sin paños calientes. Era la primera vez que hablaba con ella, por eso su respuesta le sorprendió todavía más: - En esas cuestiones, amigo mío, reside el secreto de toda nuestra existencia. - No sé muy bien a qué te refieres, Reme –respondió confundido. -T ómatelo como una señal. Tú hablas de cerrar la puerta con llave, pero yo pienso en cualquier forma de comportamiento en nuestra vida. Veamos, ¿cuántas veces has cerrado la puerta con llave? - ¿En total, dices? - Sí. En total. - Pues ya te he dicho que todos los días desde hace treinta y dos años que vivo en esa casa con mi mujer y mis hijos. -P ues eso hace un total de once mil seiscientas ochenta veces, amigo. Supón que las primeras mil veces pusiste algo de atención en lo que hacías, pero el resto, que son más de diez mil, lo hiciste de forma mecánica, como un autómata. Vamos, sin ningún interés. - Supongo –contestó abrumado por los cálculos. -P or eso te decía que ahí está la clave de todo. La solución está en introducir algún cambio en tu forma de hacer las cosas. De ese modo, no solo no tendrás que levantarte otra vez por la noche, sino que serás más consciente de tu propia vida. ¿No has notado que conforme vas cumpliendo años el tiempo va pasando más rápido? -P ues no sé. Puede ser. En vacaciones, sobre todo. -E specialmente en vacaciones, amigo mío. No hay nada más rutinario que estar ocioso. Piensa en Semana Santa, Navidad, las Fiestas de tu pueblo. Seguro que para ti siempre es lo mismo. Seguro que terminan y ni siquiera sabes lo que has hecho, se te confunden los años, le pasa a todo el mundo. Hay gente que hasta llega a plantearse si de verdad ha estado o no. -B ueno, bueno. Sí. Si igual llevas razón, pero yo lo que quiero es no levantarme de la cama por la noche una vez que me he acostado. - Vamos a ver, ¿eres diestro? - ¿Diestro en qué? - En nada. Que si eres diestro, que si sueles utilizar la mano derecha. - Ah. Sí, soy diestro. -P ues prueba a cerrar la puerta con la mano izquierda. Es solo un pequeño cambio pero evita la rutina, el hastío y la dejadez de haber estado cerrando la puerta durante tanto tiempo de la misma manera –y mientras iba hablando, se colgó el bolso y retiró la silla hacia atrás con ánimo de zanjar la conversación–, te hará estar pendiente realmente de lo que haces. Con interés, amigo mío –y dándole dos palmadas condescendientes en la espalda se marchó de la cafetería. Salvador se quedó pensativo, mirando al infinito a través de la silla vacía de Reme en la mesa. Cuando volvió en sí, se dio la vuelta y se me quedó mirando un largo rato, no sé si buscando complicidad o alguna explicación a lo que acababa de ocurrir. Cuando levanté la vista y nuestras miradas se cruzaron, acertó a decirme: - ¿Y tú con qué mano cierras la puerta de tu casa? No me hizo falta mucho más para recoger mis bártulos y levantarme de la silla como un resorte. Me largué de la cafetería rápidamente no fuera a darse cuenta de que conocía toda su historia, su nombre, su modo de hacer las cosas, sabía que era el último en acostarse en su casa, que siempre tenía que levantarse para comprobar si había cerrado la puerta o no, que hablaría con Reme en el trabajo y que esa misma noche, haciendo las cosas de otra manera, dormiría plácidamente después de treinta y dos años.

Antonio Carrilero Alarcón

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