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Un rebeco de Anatolia

PREMIOS Mejor trofeo Cinegética 2022 –Premio Nikon

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Un rebeco de Anatolia

Desde que acompañe por primera vez a mi padre al Pirineo hay algo de los rebecos que me cautivo para siempre. Su potencia y su agilidad moviéndose por terrenos tan duros son una pura expresión de libertad, de la que intento disfrutar siempre que puedo.

Enamorado no solo de ellos como animal sino de los sitios donde viven, mi mayor pasión es intentar darles caza con un arco y una flecha. Al principio parecía un reto imposible, pero cuando no tienes más que un arco en la mano y no te queda otra, te vuelves creativo y poco a poco lo que parecía imposible se vuelve difícil, lo difícil en posible, y lo posible en realidad.

Este amor me ha llevado a cazar rebecos por todo el mundo, la mayoría de las veces con arco, pero también con rifle ya que algunos países la caza con arco esta prohibida. Empecé por el Pirineo, luego me fui al cantábrico, le siguió el rebeco alpino, el balcánico, el caucásico, el carpático, y hasta viaje a las antípodas para cazarlos en Nueva Zelanda.

Me quedaba un rincón al nordeste de

Turquía, donde se encuentra el rebeco de

Anatolia. Un rebeco muy exclusivo ya que el gobierno da muy pocas licencias cada año, debido a su baja densidad. Mi padre tampoco había cazado allí nunca, así que tras hablarlo durante años nos pusimos rumbo a la frontera con Georgia.

Nos encontramos con una zona de caza preciosa, pero comparándolo con nuestro Pirineo, las poblaciones de rebeco no tenían nada que ver.

Los rebecos son realmente escasos, y un buen día de caza nos dábamos por satisfechos con ver un grupo de media docena de ellos, machos o hembras.

Ante el panorama daba un poco de vértigo haber venido hasta tan lejos solo con el arco, pero venia preparado y las cacerías internacionales son carreras de larga distancia. Teníamos 10 días por delante, y solo había que trabajar para conseguir una oportunidad, estar en el sitio adecuado, en el momento adecuado, y aprovecharla. Era finales de noviembre y, a pesar de las atípicas altas temperaturas, había algo de celo y movimiento de animales. Tras varios días cubriendo mucho terreno localizamos un macho fantástico en una posición asequible, para entonces mi padre ya había cobrado un rebeco precioso y había tenido que marcharse por temas de agenda. Sin dudarlo nos lanzamos al ataque y un par de horas más tarde estábamos ya a casi distancia de tiro. El macho estaba como a unos 100 metros pero el terreno no nos permitía acercarnos mucho más. Esperamos pacientes pero finalmente el macho sintió algo raro, y decidió bajarse por un cortado sin saber bien lo que éramos. Era mi oportunidad y en cuanto le perdí de vista salí a la carrera para intentar asomarme al cortado lo antes posible. Con el corazón fuera, tanto por la adrenalina como por el esfuerzo, me asome al cortado para ver al rebeco llegando justo a la parte baja de este. Sin dudarlo, medí la distancia, abrí el arco y deje la flecha volar. Sin duda el tiro más complicado que he hecho en mi vida, pero la flecha despareció en el aire y el rebeco acuso el tiro, realizando una apresurada carrera para acabar cayendo al suelo después de una centena de metros. Parecía imposible, pero nuestra actitud positiva nos había permitido cobrar el primer y creo que todavía el único rebeco de Anatolia que se ha cazado con arco. Un macho espectacular y una experiencia que jamás olvidaremos. No podía acabar este relato sin agradecer a mi padre el creer siempre en mis chaladuras.

“Sin duda el tiro más complicado que he hecho en mi vida, pero la echa despareció en el aire y el rebeco acuso el tiro, realizando una apresurada carrera para acabar cayendo al suelo después de una centena de metros

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