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Dichosos los ojos que ven lo que vosotros visteis

Buena gente, sencillo, cordial y afable. Ése era Agustín, un cura de pueblo, que dedicó su vida a ayudar a los demás. Partiendo de la casi nada, trabajó por un mundo donde hombres y mujeres fueran más felices. Vivió la vida haciendo vidas. Deja una obra. Un trabajo. Un legado.

Apenas unos días después de su muerte, nos dirigimos con pesar a Enrique, seguramente la persona que mejor le conocía, para que nos escribiera algo, lo que quisiera, sobre su compañero. Ése, pensamos, era el mejor homenaje que podíamos ofrecerles a nuestros curas de estos últimos cincuenta años, a esos dos personajes, siempre tan unidos, que forman parte del patrimonio social de todos los miajadeños.

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Ahora, Enrique escribe sobre Agustín. Pero este homenaje y reconocimiento es para Agustín, que nos dejó, pero también para Enrique, que sigue entre nosotros. Gracias a ambos por vuestro compromiso social. Todos los que hacemos esta revista, hemos querido que este año, en estos días tan especiales, nos acompañéis en cada una de nuestras casas, porque sois un ejemplo a seguir, el mejor espejo donde mirarnos cada día.

Agustín Cornejo, cura de Miajadas durante más de 50 años. Es curioso: somos como miramos, somos lo que miramos.

En los días que acompañé a Agustín en el hospital, dado su estado de salud no podía proferir palabras, pero sí tenía los ojos abiertos y miraba. Su mirada definía lo que quería decirme. Esa mirada todavía al día de hoy me conmueve. He comprendido lo que se suele decir: «Dime cómo miras y te diré quién eres».

A la par, al escribir estas líneas, me ha sugerido repasar su trayectoria en Miajadas, desde finales de los años sesenta, a través de su mirada, y en el recorrido del relato puedo decir que el protagonismo de su mirada definiría su presencia en nuestro pueblo: fue una mirada reconfortante, como una sombra acogedora; que arropa y bendice, que tapia brechas y derrochó consuelo y comprensión. Mirada llena de amor hacia el otro, que hacía la vida más fácil. Mirada que hacía sentirte mejor y sacaba lo mejor de cada uno.

A finales de los años sesenta, recaló en Miajadas y con la perspectiva histórica de los años transcurridos, se puede decir hoy, con plena satisfacción y agradecimiento, que su vida no se entiende sin el pueblo, en su proceso histórico y promocional en todos los sentidos.

Han sido muchos hechos, situaciones, experiencias y procesos, encuentros celebrativos y luctuosos, personas de tantos signos, colores y apellidos, que ponerlos rostro resultaría harto difícil, y lo resumiría lo que dice un poema:

«Al final del camino me dirán: –¿Has vivido? ¿Has amado? Y yo, sin decir nada, abriré el corazón lleno de nombres».

Desde el principio, fue “cura de pueblo”, dedicado en cuerpo y alma a las personas, a las inquietudes y las preocupaciones, a tomar conciencia de la realidad personal y colectiva, a crear cauces asociativos que respondieran a los tiempos y a los problemas, a que la vida fuera el espacio habitado por el Dios amor y que Agustín lo verbalizaba así:

«No podemos permanecer pasivos. A los que lloran, Dios los quiere ver riendo, a los que tienen necesidad los quiere ver saciados. Hemos de cambiar las cosas para que la vida sea vida para todos».

Los años 70, envueltos en cambios políticos y sociales, hizo suyo para la iglesia de Miajadas el mensaje del Concilio:

«Las penas y las alegrías, los triunfos y los fracasos de los hombres de nuestro tiempo, deben ser penas y alegrías, triunfos y fracasos de la Iglesia. Nada de los humanos nos debe ser ajeno» .

Y acompañó el caminar de la gente no con ‘mando a distancia’ sino encarnado en sus vidas. Fueron tiempos de creatividad, acompañamiento y lucha por la justicia. En la lista aparecen mucho y más de lo que la memoria apunta: la presencia alentadora a los emigrantes en la hostelería francesa, la provocación del encierro en el Instituto de Enseñanza para su apertura, el acompañar ilusionante en la Cooperativa Agrícola ‘San Isidro’ y ‘las guerras del tomate y del maíz’ en las incipientes demandas del campo, la respuesta a un paro juvenil femenino con la Cooperativa Textil y un Centro de Juventud que diera salida al tiempo libre de los jóvenes, aunque la joya de la corona fuera y hayan sido los ancianos y la Residencia ‘San Martín de Porres’.

El entorno rural y agrícola le fue haciendo a su imagen y semejanza, él venía de la ciudad, y esta zona de las Vegas Altas del Guadiana, en Pizarro y, sobre todo, en Alonso de Ojeda, le fue haciendo acompañante de sus gentes, donde todo era nuevo y, por lo tanto, todo estaba por hacer y crecer; se hizo cercano y no ajeno en el estirón del día a día que el pueblo iba teniendo: las fiestas, la escuela, el banco de la plaza, cada casa y familia, la torre y los tomates… ¡Cuánto sentimiento agradecido de sus gentes!

Corrían los años ochenta y el nombramiento de párroco junto con sus compañeros hará posible que las parroquias se unifiquen y sea una comunidad que rompa límites y apartheid. El trabajo pastoral conjunto dará fortaleza, como equipo evangelizador, a la tarea encomendada.

Sentado en un banco del templo hace unos días, se acercó una mujer joven, me expresó su condolencia y me dijo: «sólo este hombre de Dios pudo acercar a muchos hombres a Dios». Me conmovieron sus palabras y desencadenaron en mi recuerdo una fotografía de Agustín compuesta de muchos recortes para dar un perfil lo más cercano posible a su persona.

Tuvo como una riqueza a los pobres y a ellos se acercó para prestarles ayuda, consuelo y esperanza.

Abrió sus ventanas a la calle de la vida para ver la realidad que pasaba y salió a las esquinas humanas donde se cuece el dolor humano y acampa sin peajes la falta de horizontes.

Ofreció espacios en sí mismo y en la parroquia para el encuentro y el diálogo sanador.

Cercano al pueblo y testigo creíble, por eso su vida no se entiende sin el pueblo, tantas y tantas personas que, en la trayectoria de estos años, han sido lo que decía el poeta Tagore: «Hay que agradecer a la llama su luz, pero no olvides el pie del candil que, constante y paciente, la sostiene en la sombra». Pues eso…, como el pie del candil, que habéis sostenido en la sombra y que, en estos días, con vuestros testimonios y sentires, habéis sacado a la luz. •

LO QUE VOSOTROS VISTEIS

Enrique Gómez

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