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García Márquez, realmente mágico

Gabriel García Márzquez.

Bien mediado el siglo XX, el colombiano Gabriel García Márquez consiguió situar a la narrativa hispanoamericana en la primera línea de la literatura mundial. Lo hizo con la publicación de ‘Cien años de soledad’, obra cumbre del llamado ‘realismo mágico’, un relato maravillosamente poético, tanto por su desbordada fantasía como por el subyugante estilo de su autor, dotado como pocos de un prodigioso don de contar.

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En 1982, el autor colombiano recibía el Premio Nobel de Literatura, como reconocimiento a toda su obra. Hace 30 años de aquel galardón a las letras hispanas, buen momento para recordar el perfil y obra de uno de los más grandes narradores de la literatura del siglo XX.

García Márquez nace en 1927 en Aracataca, una localidad que luego será clave en muchas de sus obras más conocidas. También sus abuelos maternos, en cuyo seno se cría, determinarán su carrera literaria. Su abuelo, el coronel Nicolás Márquez, le cuenta al niño Gabito infinidad de historias de su juventud y de las guerras civiles del siglo XIX, lo lleva al circo y al cine, y es quien lo acerca a la realidad. Tranquilina Iguarán, su abuela, pasa los días contando fábulas y leyendas familiares, mientras organiza la vida de casa de acuerdo con los mensajes que recibe en sueños, ella será la fuente de la visión mágica, supersticiosa y sobrenatural de la realidad.

Cuando empieza a cursar Derecho en Bogotá, es cuando el joven Gabriel comienza a sentir pasión por la literatura. En 1948, se muda a Cartagena y abandona los estudios para trabajar como periodista en varios medios, profesión a la que dedica los siguientes años de su vida.

Casado en 1958 con Mercedes Bacha, García Márquez comienza un periplo de viajes como corresponsal que lo lleva de Barranquilla a Nueva York y finalmente a México. La afinidad del escritor con la Revolución Cubana y su amistad con Fidel Castro dificultan su estancia en Estados Unidos y en otros países de América Latina. De esta época son sus obras ‘El coronel no tiene quien le escriba’ o ‘La mala hora’.

Es en 1967 cuando aparece una de sus novelas más conocidas, ‘Cien años de soledad’, ampliando su importante carrera literaria con obras como ‘Relato de un náufrago’ o ‘El otoño del patriarca’.

En 1981, publica ‘Crónica de una muerte anunciada’, obra maestra que inclinó a su favor la balanza del Premio Nobel de Literatura otorgado ese mismo año. Con posterioridad, llegan otras grandes novelas como ‘El amor en los tiempos del cólera’. Uno de sus últimos títulos, ‘Memoria de mis putas tristes’ levanta no poca polémica por el tratamiento de la prostitución.

El autor colombiano fallece el 17 de abril de 2014 en la ciudad de México a la edad de 87 años.

La obra de Gabriel García Márquez se considera fundamental para entender la literatura en español del siglo XX y su influencia se ha extendido a varias generaciones de escritores, rompiendo las barreras propias del idioma y logrando gran éxito, tanto en inglés como en francés o alemán.

‘Cien años de soledad’

A juicio del gran poeta chileno Pablo Neruda, ‘Cien años de soledad’, «es la mejor novela que se ha escrito en castellano después del Quijote». Se trata de un libro cuyo universo es una sucesión de historias fantásticas perfectamente hilvanadas en un tiempo cíclico y mítico: pestes de insomnio, diluvios, fertilidad desmedida, levitaciones... Es una gran metáfora, en la que se narra

En la entrega del Nobel.

la historia de las generaciones de los Buendía en el mundo mágico de Macondo, desde la fundación del pueblo hasta la completa extinción de la estirpe. La novela refleja, de manera hiperbólica e insuperable, la historia colombiana desde los tiempos de la independencia hasta los años treinta del siglo XX. A partir de su publicación, los premios se suceden. García Márquez recibe el aplauso unánime de la crítica internacional, pero el éxito del público también acompaña esta valoración, porque ‘Cien años de soledad’, uno de los libros que más traducciones tiene (cuarenta idiomas por lo menos) con millones de copias en todo el mundo, es también uno de los que mayores ventas logra, alcanzando las cifras de un verdadero ‘best seller’ mundial.

El éxito de ‘Cien años de soledad’, además de situar a García Márquez en la primera línea de la literatura hispanoamericana, contribuyó decisivamente a la merecida proyección que finalmente alcanzó la narrativa del continente y que supuso el descubrimiento internacional de numerosos novelistas de altísimo nivel apenas conocidos fuera de sus respectivos países: los mexicanos Juan Rulfo y Carlos Fuentes, los cubanos Alejo Carpentier, José Lezama Lima y Guillermo Cabrera Infante, el guatemalteco Miguel Ángel Asturias, el paraguayo Augusto Roa Bastos, el chileno José Donoso, los uruguayos Juan Carlos Onetti y Mario Benedetti, el peruano Mario Vargas Llosa, y los argentinos Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato y Julio Cortázar, entre otros autores.

Señalada como una de las mejores realizaciones narrativas de todos los tiempos, ‘Cien años de soledad’ constituye un hito en la historia literaria de Latinoamérica. Desde estas páginas, os animamos a su lectura o relectura, continuadla justo donde termina el famoso párrafo que ahora transcribimos y que da inicio a la novela:

«Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo. Todos los años, por el mes de marzo, una familia de gitanos desarrapados plantaba su carpa cerca de la aldea, y con un grande alboroto de pitos y timbales daban a conocer los nuevos inventos. Primero llevaron el imán. Un gitano corpulento de barba montaraz y manos de gorrión, que se presentó con el nombre de Melquíades, hizo una truculenta demostración pública de lo que él mismo llamaba la octava maravilla de los sabios alquimistas de Macedonia. Fue de casa en casa arrastrando dos lingotes metálicos, y todo el mundo se espantó al ver que los calderos, las pailas, las tenazas y los anafes se caían de su sitio, y las maderas crujían por la desesperación de los clavos y los tornillos tratando de desenclavarse, y aún los objetos perdidos desde hacía mucho tiempo aparecían por donde más se les había buscado, y se arrastraban en desbandada turbulenta detrás de los fierros mágicos de Melquíades. “Las cosas, tienen vida propia –pregonaba el gitano con áspero acento–, todo es cuestión de despertarles el ánima”. José Arcadio Buendía, cuya desaforada imaginación iba siempre más lejos que el ingenio de la naturaleza, y aún más allá del milagro y la magia, pensó que era posible servirse de aquella invención inútil para desentrañar el oro de la tierra. Melquíades, que era un hombre honrado, le previno: “Para eso no sirve”. Pero José Arcadio Buendía no creía en aquel tiempo en la honradez de los gitanos, así que cambió su mulo y una partida de chivos por los dos lingotes imantados. Úrsula Iguarán, su mujer, que contaba con aquellos animales para ensanchar el desmedrado patrimonio doméstico, no consiguió disuadirlo. ‘Muy pronto ha de sobrarnos oro para empedrar la casa’, replicó su marido. Durante varios meses se empeñó en demostrar el acierto de sus conjeturas. Exploró palmo a palmo la región, inclusive el fondo del río, arrastrando los dos lingotes de hierro y recitando en voz alta el conjuro de Melquíades. Lo único que logró desenterrar fue una armadura del siglo XV con todas sus partes soldadas por un cascote de óxido, cuyo interior tenía la resonancia hueca de un enorme calabazo lleno de piedras. Cuando José Arcadio Buendía y los cuatro hombres de su expedición lograron desarticular la armadura, encontraron dentro un esqueleto calcificado que llevaba colgado en el cuello un relicario de cobre, con un rizo de mujer». •

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