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El Canal de Orellana, fuente de riqueza y vida

El Canal de Orellana ha cumplido cincuenta años de su puesta total en marcha. Queremos poner en valor el agua y su zona regable, su importancia y la de nuestro regadío como elementos vertebradores del mundo rural y la economía agraria; no en vano, en esta zona de Extremadura, más de 6.500 regantes llevan a cabo su proyecto de vida sobre una superficie total de 56.000 hectáreas de terreno, desde Orellana la Vieja hasta San Pedro de Mérida, un total de 37 poblaciones dentro de 17 términos municipales.

La transformación del campo extremeño en las últimas décadas ha sido tan radical que no debería hablarse de evolución, sino de una auténtica revolución. Desde mediados del siglo XX hasta la actualidad, se ha pasado de una agricultura tradicional, caracterizada por el inmovilismo, a una en continuo progreso, donde las innovaciones más recientes rápidamente van quedando obsoletas; y con la agricultura, la transformación ha sido también de carácter económico, social, cultural, paisajístico…

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El motor de todo el cambio fue la puesta de regadío, con el Plan Badajoz, en grandes dehesas y tierras de cultivo, que antaño fueron de secano. Con el riego, también cambiaron los cultivos, el aprovechamiento del suelo y la productividad. Nuestras tierras, hoy regadas por el Canal de Orellana, tradicionalmente estaban dedicadas a la ganadería extensiva en dehesas y al cultivo principalmente de trigo, cebada, avena, aunque también centeno, olivo, vid y otros productos destinados al autoconsumo como el lino y las legumbres. El regadío trajo consigo nuevos cultivos: hubo ensayos para cultivar tabaco y algodón, que no prosperaron; sin embargo, desde el principio, se consolidaron otros como el arroz, el maíz y los frutales, pero también productos hortícolas, especialmente el tomate, símbolo de prosperidad en Miajadas.

Con la puesta en marcha del regadío, también se llevó a cabo una redistribución más equitativa de la tierra, mediante la expropiación de latifundios y la concentración parcelaria, dando lugar a explotaciones cuyas dimensiones fuesen más rentables, modificando el sistema de aprovechamiento del suelo desde la agricultura extensiva y tradicional a una intensiva y de alta productividad, que es hoy la predominante.

En el proceso de alcanzar mayor productividad, también ha sido fundamental la evolución de la maquinaria agrícola y los avances tecnológicos. Durante siglos, apenas hubo avances significativos en los métodos de labranza; de hecho, no hace tanto tiempo y hay generaciones todavía vivas que bien lo conocen, la tierra se preparaba con el arado tirado por yuntas de bestias, la siembra y la quita de malas hierbas se realizaban a mano al igual que la siega, empleándose para ello la hoz y el hocino. Una vez segada la mies, la paja del grano se quitaba también de igual forma, tarea que conllevaba mucho trabajo y tiempo y, tras la cosecha, la tierra debía descansar para regenerarse, haciéndose necesario ponerla en barbecho (rotación bienal).

Todo esto ya es historia, por fortuna la tecnificación de la tierra ha traído consigo cada vez mayor y mejor maquinaria, facilitando en parte la labor de nuestras gentes del campo, economizando tiempo, esfuerzo y mano de obra. También se suman los productos fitosanitarios (abonos y fertilizantes) a las tareas, para conseguir más y mejores resultados, atacando plagas, malas hierbas y enfermedades, por lo que la figura del barbecho no se necesita, y hoy día es casi anecdótica. Las máquinas cosechadoras realizan en muy poco tiempo, incluso en un día, las tareas que antes ocupaban todo el verano.

Los beneficios económicos que han supuesto todos estos cambios han revertido indiscutiblemente no sólo en unos mayores rendimientos del trabajo para nuestros agricultores, sino en el total de nuestra economía global como pueblo. Pensemos que el modelo económico anterior, de subsistencia y que perseveró durante demasiado tiempo, desembocó en una economía de mercado: en la agricultura tradicional ligada a una economía autárquica, buena parte de la cosecha se destinaba al autoconsumo, con pocos excedentes, los jornales se pagaban, en gran medida, en especies, y pervivía el trueque entre vecinos; de ahí, se ha pasado a que los beneficios eran revertidos en dinero líquido y buena

parte de ese dinero era invertido en la propia explotación para la puesta en marcha de la siguiente campaña, dinero que también revierte en servicios, prestaciones y empresas que viven alrededor de la agricultura, haciendo que nuestro sector primario sea uno de los motores económicos más importantes.

«El individuo también se transformó con los cambios sobre la tierra a raíz del regadío»: aquel hombre labrador, aquel hombre de campo recio, trabajador de sol a sol, paciente, sufridor de las inclemencias meteorológicas, que aprendió el oficio de su padre y que al mismo tiempo fue ‘maestro’ de sus hijos, pasa ahora a ser agricultor, a quien ya poco le aporta el conocimiento ancestral de la labranza, necesita estar en un proceso constante de formación y actualización, y tiene que destinar buena parte de su tiempo a la burocracia y papeleo. Nuestro agricultor tiene ahora a su alcance una tecnología y unos medios inimaginables para el antiguo labrador, se agrupa en cooperativas para acceder más fácilmente a los insumos y hacer más presión sobre los precios y tener unos servicios de administración que le ayude en términos de relación con las instituciones y organismos vinculados. También se reúne en torno a sindicatos agrarios afines, que le ayudan a movilizarse y luchar por sus intereses. Ha mejorado su calidad de vida y la renta per cápita, además de haber ayudado a fijar población sobre el territorio y frenado la emigración en cierto grado.

Han sido 50 años de evolución; sin embargo, no faltos, los últimos, de nuevos problemas y retos: estamos asistiendo a la disminución de los márgenes de beneficios de las explotaciones. Con la globalización, nuestros productos han de competir con los de terceros países a quienes el precio de producir parece menor, asunto que ha estancado el precio de compra de nuestros productos al agricultor (sumado ello al cambio del modelo de consumo, en muchas ocasiones, el consumidor sacrifica la importancia de la calidad sin parangón de nuestros productos a favor de un precio menor en caja, sin saber que también pone en jaque la estabilidad de nuestro campo). Los gastos de producir son cada vez mayores, sin embargo, al tiempo que las ayudas venidas son importantes, sin duda, y vitales, pero, a veces, insuficientes para seguir mejorando en términos de tecnificación y desarrollo. Con el salto generacional en nuestro campo, cada vez menos jóvenes ven atractiva la actividad agrícola y buscan un futuro más prometedor, alejados del sector, incluso fuera del territorio, influyendo por esa parte en el envejecimiento poblacional.

Otra problemática que sí puede influir en el rumbo de las cosas y que está en nuestras manos desacelerarla o aminorar sus efectos es el cambio climático, con un escenario con precipitaciones inferiores (hasta la ONU y la OMS se refieren a la sequía y la desertificación como la próxima pandemia mundial); de hecho, miremos la campaña actual con la situación de sed que tienen nuestras tierras. Hay que adaptarse, por tanto, y tenemos que someternos a la preservación ambiental y ecológica de las masas de agua, y ese es un reto grande e importante. Uno de los objetivos para mejorar la situación de nuestros agricultores es seguir buscando vías para mejorar las estrategias de exportación. Jugamos con la ventaja de la excelsa calidad de los productos en los que somos referentes indiscutibles; pues bien, quizá la próxima baza sea seguir manteniéndolos mejorados, al tiempo que buscamos nuevos tipos de cultivos, ¡porque ‘con los mimbres adecuados’, pocos podrán darnos lecciones de cómo llevar unas producciones notables y sobresalientes!; con esto y con una necesaria implementación de la iniciativa empresarial alrededor, de la mano o con la ayuda de un acompañamiento empresarial por parte de la Administración, podremos seguir soñando tanto y tan alto como en estos últimos cincuenta años.

¡Por una larga y próspera vida a nuestro campo, a nuestras gentes del campo y a nuestro Canal de Orellana! •

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