La procesión
RECORRIDOS PROCESIONALES CON HISTORIA
A
lo largo de los últimos años, principalmente, nuestras Cofradías y Hermandades han modificado sus recorridos procesionales varias veces. En unos casos porque el cortejo procesional se hacía más grande, caso de la Archicofradía de la Sangre, en otras para acortar recorridos y que no fueran tan largos, caso de la Hermandad de Esclavos de Nuestro Padre Jesús del Rescate y en otros por evitar las grandes avenidas que, para nada, favorecen el paso de una procesión. Son muchos y variados los motivos que han obligado a estos cambios de itinerarios que, si repasamos los últimos cincuenta años, han sufrido las procesiones en Murcia. Una cosa está clara: los escultores del siglo XVIII y posteriores no hicieron sus grupos escultóricos para las grandes avenidas desde luego. Aquella Murcia recoleta y casi medieval ofrecía todavía un trazado de callejas estrechas y laberínticas que facilitaban en gran medida la contemplación de los misterios representados en las imágenes por su cercanía al espectador. Esto, lógicamente, no solo pasa en Murcia sino en todas las ciudades donde el barroco tiene esplendor propio y las hermandades ponen en escena el cortejo procesional para explicar al pueblo, con esa catequesis, lo que fue el sufrimiento y tormento de Jesús en su obra redentora. Lo que ocurre que, en algunos lugares, se ha estado manteniendo el recorrido por rincones recoletos y calles estrechas y en otros, como fue el caso de Murcia, especialmente desde la apertura de la Gran Vía hasta casi el final del siglo XX se ha estado utilizando para el discurrir del cortejo procesional lo que iba, claramente, en detrimento del propio cortejo y el escaso lucimiento de las obras de arte que atesora esta ciudad. Recuerdo, a los lectores más jóvenes, que casi todas las Cofradías pasaban por esta moderna arteria ciudadana que, incluso, se llenaba de tribunas a ambos lados de la calzada como si fuera para el Entierro de la Sardina. Solo en contadas ocasiones, miércoles, viernes mañana y domingo de Resurrección, aquellas feas tribunas, se llenaban de público con el consiguiente beneficio de la empresa concesionaria de sillas y tribunas, pero con el perjuicio de la propia Cofradía que “se perdía” en la in-
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mensidad de esa avenida. Ver pasar por allí los pasos de Salzillo la mañana de Viernes Santo era una aberración para la historia del arte, pero igual se hacía, como queda dicho, con las obras de Bussy la noche del miércoles huertano y “colorao” o en la luminosa mañana del domingo cuando además, en aquellos tiempos, los “blancos” únicamente tenían cinco pasos en Santa Eulalia: el Ángel de la Cruz Triunfante, San Juan, el Resucitado, la Aparición y la Virgen Gloriosa. Ese era además el orden de aquel desfile procesional en el que vestí mi primera túnica nazarena. Hablo de los años setenta, mediados, con lo cual tampoco estoy refiriéndome al “jurásico”. Si ha habido una cofradía en la ciudad que ha duplicado su presencia de hermandades y pasos en la calle ha sido, sin duda, la de Santa Eulalia, aunque eso es motivo de otro artículo desde luego. Por la Gran Vía he procesionado, también, durante muchos años con mi Hermandad del Rescate a la que pertenezco desde 1972. Hubo años que se bajaba desde Martínez Tornel, saliendo por Glorieta, hasta la altura del Banco de España que se “buscaba” entrar a Platería. El Divino Cautivo de San Juan Bautista se “perdía” literalmente en mitad de esa fría avenida. Daba pena ver el cortejo procesional pasar por allí. También lo hacía la Salud, que en aquellos años iba delante de los “esclavos”. Como lo había hecho, jornadas antes, la Esperanza y el Perdón. Incluso, recuerdo, los primeros años de salida del Amparo también utilizaron Gran Vía. De pena aquello. Recuerdo, porque todo hay que contarlo, el problema que supuso quitar esa avenida del recorrido procesional, especialmente el Viernes Santo, con el contundente aviso de la concesionaria de sillas y tribunas que si la de Jesús no pasaba por allí habría serios problemas para pagar lo estipulado al Ayuntamiento. Aquellas negociaciones, nada fáciles, las llevaron tres personas que por desgracia ya no están entre nosotros: Esteban de la Peña, a la sazón Presidente de la Cofradía de Jesús. José Carmona Ambit, que lo era del Cabildo y mi querido Antonio González Barnes, recién nombrado Concejal de Cultura y Festejos del Concejo murciano. Ellos sabían, y la tumba se llevaron su secreto, lo que