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• Las coplas de Jesús Caído y el patrimonio musical cofradiero

Las coplas a Jesús Caido y el patrimonio musical cofradiero

Las hermandades y cofradías, constituidas como asociaciones públicas de fieles bajo la autoridad del Ordinario del Lugar, se diferencian de las que se han aprobado por orden del general de una orden religiosa en cuanto a la naturaleza jurídica particular, pero están unidas por los fines que sostienen su actividad: el fomento del culto, la organización de actividades formativas y la práctica de la asistencia caritativa, apoyadas todas ellas en las virtudes teologales de la fe, la esperanza y el amor.

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A pesar de la importancia que en los últimos años se le han venido dando a la formación y a la caridad, el culto sigue siendo la meta más importante y debe ser el empeño mayor de las hermandades y cofradías, fundadas para adorar a Dios nuestro Señor en la persona de Cristo hecho Eucaristía y venerar los misterios de su vida pública, Pasión, Muerte y Resurrección, así como a la Virgen y a los santos y beatos, en cuyo honor y conmemoración celebran las hermandades sus cultos, que pueden tener frecuencia diaria, semanal, mensual o anual, considerándose extraordinarios aquellos que no tienen una periodicidad fija o no están incluidos en el articulado de las Reglas que rigen los destinos de la corporación. El culto, como expresión litúrgica del culto debido a Dios y a los santos, tiene en la música uno de sus fundamentos. A lo largo de la historia, la Iglesia ha fundamentado con diferentes documentos y constituciones pontificias y magisteriales los aspectos más importantes de la presencia de la música en la liturgia. Desde los salmos de los primeros años a las miles de obras que ahora sirven al culto en el mundo entero, han ido variando las coordenadas en las que se han movido aquellos que han compuesto las piezas con las que se han adornado las celebraciones.

Hasta el siglo XVIII es muy complicado separar la música puramente litúrgica de la que se compone en honor de las imágenes titulares de las hermandades, dado que tiene que llegar la centuria dieciochesca para que se produzca música dedicada a las hermandades y a sus imágenes. El Villancico a cuatro del maestro Domingo Arquimbau, dedicado a la Hermandad del Cristo del Amor en 1819 marca el inicio de una etapa en la que las hermandades van a reforzar su identidad de muchas maneras y a través de muchas disciplinas, también la música. Con la misma letra, va a componer unas Coplas al Cristo del Amor en 1830 el maestro Francisco Javier Rodríguez, organista de la iglesia de Santa Marina, para cuya hermandad de la Pastora -de la que era fervoroso y devoto hermano- había compuesto unas conocidas Pastorelas y otras muchas piezas para hermandades y cofradías de la ciudad.

Avanzado el siglo XIX, la música litúrgica va a tomar multitud de influencias de la ópera italiana, a la que prácticamente va a introducir en los templos con textos sagrados en los que se remarcará y argumentará el sentido de cada uno de los pasajes del Evangelio, extendiéndose por doquier la forma de la paraliturgia, celebración vespertina ante Jesús Sacramentado expuesto en la que, tras el sermón y para la meditación personal, se comienzan a introducir las piezas compuestas expresamente para las imágenes a modo de música de meditación, resultando tan bellas que en algunas iglesias se aglomera la multitud para escuchar a los cantantes que han sido contratados por la hermandad para amenizar sus cultos solemnes. La música cobrará tal importancia que serán esas coplas las que argumentarán los sermones de los quinarios y las novenas, y la presencia de dichos músicos tanto en las ciudades como en los pueblos correspondientes un verdadero acontecimiento cultural de primer orden.

Todo este protagonismo va a terminar en 1902, cuando el papa San Pío X va a promover el Motu Proprio en el que resta importancia a la música y prohíbe que las influencias italianas dominen en la interpretación litúrgica. Los efectos de la Primera y la Segunda Guerra Mundial van a reforzar esta ausencia legislada de una música que va a perder tanta importancia que en los albores del Concilio Vaticano II se va a difuminar completamente. No será hasta los años 90 cuando se recupere esta música litúrgica.

En los últimos treinta años las hermandades componen coplas, salves y misas, habiéndose llegado a un momento culminante en los primeros compases del siglo XXI. En ese contexto se comprenden las Coplas a Jesús Caído que tuvimos la suerte de componer para el titular de esta

Foto: Paco Segovia

corporación. En cuanto a la letra, firmada por Pedro Nolasco Alcántara Madroñal, se lleva a cabo un hermoso recorrido por la historia de la Salvación a través de personajes en cuyas acciones se revela el sentido de las caídas de Jesús bajo el peso de la Cruz camino del Calvario. La estructura se asemeja a la del villancico tradicional insertando el estribillo en el cuerpo de la estrofa. Pueden escucharse con motivo de sus cultos solemnes y nos remiten a la idea de que son los pecados del mundo actual, de los hombres de hoy, los que siguen actualizando cada dia las caídas del Señor.

Por Adán el desdichado Y de tormentos transido, Va Nuestro Padre Caído Con la cruz de mis pecados.

Este nuevo Salomón Que con cruz viene cargado Va borrando aquel pasado Que Betsabé mancilló. Por David enamorado Y asesino convertido, Va Nuestro Padre Caído Con la cruz de mis pecados.

La soberbia de Absalón A la muerte le llevaba Y la ira le manchaba En su negro corazón. Este humilde demostrado De esta estirpe no fue herido, Va Nuestro Padre Caído Con la cruz de mis pecados.

Porque el hombre es pecador Y es la muerte en él más fuerte, Ordenó Saúl la muerte De David, el rey pastor. Al martirio entreabrazado Siendo Dios, escarnecido, Va Nuestro Padre Caído Con la cruz de mis pecados.

Al contrario que Atalía Y su pecho ensangrentado Era Jesús adorado Del corazón de María. ¡Ay del pecho traspasado de Dolores encendido! Va Nuestro Padre Caído Con la cruz de mis pecados.

Siendo Judith valerosa Holofernes murió a espada Y es tu cruz asemejada Al arma aquella gozosa. En holocausto sagrado Con la sangre del vencido, Va Nuestro Padre Caído Con la cruz de mis pecados.

Cuando Elías ordenaba Destruyéranse baales, Jezabed en edictos reales A muerte lo condenaba. Por sentencia condenado Inclinado y dolorido, Va Nuestro Padre Caído Con la cruz de mis pecados.

Como se puede apreciar, recorre el Antiguo Testamento prefigurando a Cristo, fundamentando el motivo de su Pasión centrándose en el misterio de su Caída. Como ésta, otras muchas coplas en los últimos 200 años van configurando los cultos de las hermandades. Es momento de que las que siguen manteniendo el uso de estas coplas las fomenten y compongan otras nuevas. Así podrá la música litúrgica cumplir su función de ubicar a los fieles frente a las imágenes, a quienes rinden, como obra de arte sagrado, toda su belleza para servir de conducto que une a los hombres a la trascendencia que en ellas se manifiesta constantemente.

Gracias a la ayuda de las hermandades y cofradías, la música sagrada mantiene su importancia y protagonismo. La cofradía de Jesús Caído es el ejemplo perfecto de cómo debe cuidarse lo material y lo inmaterial. Ambas sirven al mismo fin: la mayor honra y gloria de Dios, al que ya anhelamos contemplar en las celebraciones de su Pasión y Muerte por las calles ursaonenses. Gracias a todas las hermandades y cofradías que se ocupan de su patrimonio musical de culto para que luzcan admirablemente y sean deleite de todos los sentidos.

Foto: Paco Segovia

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