SEMANA SANTA OSUNA 2019
Las coplas a Jesús Caido y el patrimonio musical cofradiero
L
as hermandades y cofradías, constituidas como asociaciones públicas de fieles bajo la autoridad del Ordinario del Lugar, se diferencian de las que se han aprobado por orden del general de una orden religiosa en cuanto a la naturaleza jurídica particular, pero están unidas por los fines que sostienen su actividad: el fomento del culto, la organización de actividades formativas y la práctica de la asistencia caritativa, apoyadas todas ellas en las virtudes teologales de la fe, la esperanza y el amor. A pesar de la importancia que en los últimos años se le han venido dando a la formación y a la caridad, el culto sigue siendo la meta más importante y debe ser el empeño mayor de las hermandades y cofradías, fundadas para adorar a Dios nuestro Señor en la persona de Cristo hecho Eucaristía y venerar los misterios de su vida pública, Pasión, Muerte y Resurrección, así como a la Virgen y a los santos y beatos, en cuyo honor y conmemoración celebran las hermandades sus cultos, que pueden tener frecuencia diaria, semanal, mensual o anual, considerándose extraordinarios aquellos que no tienen una periodicidad fija o no están incluidos en el articulado de las Reglas que rigen los destinos de la corporación. El culto, como expresión litúrgica del culto debido a Dios y a los santos, tiene en la música uno de sus fundamentos. A lo largo de la historia, la Iglesia ha fundamentado con diferentes documentos y constituciones pontificias y magisteriales los aspectos más importantes de la presencia de la música en la liturgia. Desde los salmos de los primeros años a las miles de obras que ahora sirven al culto en el mundo entero, han ido variando las coordenadas en las que se han movido aquellos que han compuesto las piezas con las que se han adornado las celebraciones. Hasta el siglo XVIII es muy complicado separar la música puramente litúrgica de la que se compone en honor de las imágenes titulares de las hermandades, dado que tiene que llegar la centuria dieciochesca para que se produzca mú-
Foto: Paco Segovia
sica dedicada a las hermandades y a sus imágenes. El Villancico a cuatro del maestro Domingo Arquimbau, dedicado a la Hermandad del Cristo del Amor en 1819 marca el inicio de una etapa en la que las hermandades van a reforzar su identidad de muchas maneras y a través de muchas disciplinas, también la música. Con la misma letra, va a componer unas Coplas al Cristo del Amor en 1830 el maestro Francisco Javier Rodríguez, organista de la iglesia de Santa Marina, para cuya hermandad de la Pastora -de la que era fervoroso y devoto hermano- había compuesto unas conocidas Pastorelas y otras muchas piezas para hermandades y cofradías de la ciudad. Avanzado el siglo XIX, la música litúrgica va a tomar multitud de influencias de la ópera italiana, a la que prácticamente va a introducir en los templos con textos sagrados en los que se remarcará y argumentará el sentido de cada uno de los pasajes del Evangelio, extendiéndose por doquier la forma de la paraliturgia, celebración vespertina ante Jesús Sacramentado expuesto en la que, tras el sermón y para la meditación personal, se comienzan a introducir las piezas compuestas expresamente para las imágenes a modo de música de meditación, resultando tan bellas que en algunas iglesias 38
se aglomera la multitud para escuchar a los cantantes que han sido contratados por la hermandad para amenizar sus cultos solemnes. La música cobrará tal importancia que serán esas coplas las que argumentarán los sermones de los quinarios y las novenas, y la presencia de dichos músicos tanto en las ciudades como en los pueblos correspondientes un verdadero acontecimiento cultural de primer orden. Todo este protagonismo va a terminar en 1902, cuando el papa San Pío X va a promover el Motu Proprio en el que resta importancia a la música y prohíbe que las influencias italianas dominen en la interpretación litúrgica. Los efectos de la Primera y la Segunda Guerra Mundial van a reforzar esta ausencia legislada de una música que va a perder tanta importancia que en los albores del Concilio Vaticano II se va a difuminar completamente. No será hasta los años 90 cuando se recupere esta música litúrgica. En los últimos treinta años las hermandades componen coplas, salves y misas, habiéndose llegado a un momento culminante en los primeros compases del siglo XXI. En ese contexto se comprenden las Coplas a Jesús Caído que tuvimos la suerte de componer para el titular de esta