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Hermandad y familia
Se pueden tratar muchos temas a la hora de hablar sobre hermandades: historia, cultos, música, formación, caridad, costaleros, priostía y muchos más; pero querría fijarme en uno que parece que no es de buen gusto cofrade sacarlo a relucir: la atención a la familia. Me lo comentaba no hace mucho la sufrida esposa de un miembro de la Junta de Gobierno de una Hermandad de renombre: “Se habla mucho de la importancia de las hermandades en la evangelización de su entorno; de las obras de caridad que realizan; del mantenimiento de las tradiciones y de no sé cuántas cosas más. Todo eso es cierto; pero hay un punto negativo del que nunca se habla: la desatención a la familia por parte de algunos miembros de juntas de gobierno y el desasosiego de muchas madres de familia que se pasan los días solas, atendiendo a los hijos, mientras sus maridos están en la Casa Hermandad arreglando no se sabe qué hasta las tantas. Eso sin contar los domingos que tiene que ir en representación a la Función Principal de otra Hermandad, o a otros actos”. Llevaba toda la razón mi paciente amiga, conozco casos de crisis familiares -algunas salen a la luz, otras son llevadas en silencio- motivadas por una desordenada atención del padre a la hermandad, problema que ahora se amplía con la incorporación de mujeres a las Juntas de Gobierno, aunque éstas lo suelen plantear y resolver de forma mucho más equilibrada.
Vaya algo por delante: la hermandad nunca puede ser la excusa para desatender a la familia. Las prioridades son claras y la familia y el trabajo están por delante. No hay hermandad que justifique la desatención a la familia, ni el abandono del trabajo.
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Antes de incorporarse a una Junta de Gobierno hay que sopesar todos los factores, sin coartadas sentimentales. Al argumento de que “la Hermandad me necesita”, siempre se podría oponer: “¡y tu familia más!”. Hermanos para ocupar un determinado puesto siempre hay más de uno. Padres, o madres, en tu familia sólo hay uno. En la hermandad somos prescindibles, en casa no.
Tampoco son de recibo las justificaciones de quienes proclaman que sacrifican su tiempo libre por amor a sus titulares. El concepto de “tiempo libre” es muy elástico, a lo mejor ese tiempo es el que debería ocuparse en ayudar a los hijos en los estudios, o en cualquier otra actividad doméstica.
Otro cuestión a considerar es si todas las horas que se está en la Casa Hermandad (o en el bar de al lado, en el que se rematan los cabildos) son necesarias. A la Casa Hermandad se va a trabajar, no a echar un rato. Para los miembros de la Junta de Gobierno ha de ser un lugar de trabajo, no un club social. Los hay que dedican horas a actividades absolutamente prescindibles, más propias de casinos que de una Hermandad.
A ver si resulta que se buscan compensaciones afectivas porque en casa no se está a gusto o porque en la hermandad
Foto: Manuel Cruz Romero. Archivo Alvaro Reina
Foto: Pablo Ruiz Cano
me siento importante. En ese supuesto habría que aclarar al sedicente cofrade que donde tiene que estar a gusto y ser importante es en su casa y que los problemas se abordan, no se enmascaran.
Pongamos sensatez y medida en este asunto. No digo que sea radicalmente incompatible la dedicación a la Junta de Gobierno con la dedicación a la familia, de lo que hablo es de sopesar serenamente pros y contras y, en caso de conflicto real o previsible, tener siempre la suficiente generosidad y lealtad para con la familia.
Donde los miembros de juntas de gobierno han de poner el acento es en el aprovechamiento del tiempo. Es increíble lo que éste da de sí cuando se vive la puntualidad, por ejemplo en la hora de empezar y terminar (sobre todo terminar) los Cabildos de Oficiales, o cualquier otra actividad de la hermandad y cuando se las tareas se acometen con rigor y eficacia. Eso se llama profesionalidad y sentido cristiano del trabajo.
Otro día hablaremos de temas más convencionales: música, flores, elecciones, itinerarios, altares de culto y cosas por el estilo; pero hoy tocaban cuestiones de fondo, sin perdernos en temas accesorios.