OVIDIO, EL POETA DEL AMOR
guía para amantes
OVIDIO es, también, y sobre todo, el poeta del amor. Amores y Ars amandi, por separado y juntamente, forman una obra mayor. Si Amores es una suerte de autobiografía literaria, aquello que el poeta ha deseado y ha vivido, Ars amandi representa una guía para la vida amorosa. Amores se organiza en torno a un nombre, Corina, la amada. ¿Corina es una figura ficticia o es real?, ¿es una representación convencional o es verdaderamente la mujer amada por el poeta con la que comparte algunos momentos de felicidad y otros de desencuentro? Muy poco o nada importa. Amores se inicia en forma de un repertorio de quejas y lamentos. ¿De qué se lamenta el poeta? Del amor herido cuando está solo, sin la amada: «¡Desgraciado de mí! El niño tiene flechas certeras. | Yo me abraso, y Amor | reina en mi corazón deshabitado». En otro lugar se queja de que el marido de ella asista al banquete al cual él también había sido invitado y donde iba a encontrarse a solas con ella: «No arrimes a su muslo el muslo tuyo, | no lo enlaces tampoco con tu pierna, | ni unas tu desnudo y dulce pie a su pie duro. | Y sea cual sea, sin embargo, el resultado | de esta noche, asegúrame mañana, | con voz firme, que no te has entregado». En otra ocasión, se lamenta de que las tablillas mensajeras le hayan traído una negativa: «Llorad mi mala suerte: Tristes han llegado las tablillas. | La infausta carta dice que hoy no puede venir. | Alejaos, incómodas tablillas, maderas fúnebres. | Tú también, cera llena de malignas negativas». El «Me miserum!» (‘¡Mísero de mí!’) como sumario de la queja está presente a lo largo de muchos de los versos de Amores. La relación entre Corina y Ovidio avanza entre apuros y desasosiegos, entre celos e infortunios, entre frustraciones y quebrantos.No obstante, en alguna ocasión los
MUJERES JUGANDO CON ASTRÁGALOS Pintura sobre mármol de Alejandro de Atenas Herculano, Museo Arqueológico Nacional de Nápoles
versos muestran el deseo conseguido, la unión amorosa lograda. Por ejemplo, en una bellísima elegía del Libro I: Hacía un calor ardiente. El día brillaba en la mitad de su carrera. Para aliviarme, tendí mi cuerpo en el lecho. La ventana, medio abierta, dejaba entrar una claridad semejante a la que reina en el bosque, la que alumbra el ocaso cuando Febo desaparece del cielo, la que ilumina la noche cuando inicia su final y aún no ha llegado el día. Es la luz tenue que conviene a las muchachas pudorosas cuya timidez busca el lugar retirado, la vergüenza sedienta del recato. De pronto, se presentó Corina con la túnica desceñida, suelta, cubriendo con sus cabellos su blanco cuello, igual como la hermosa Semíramis se acercaba al tálamo nupcial, igual como Lais, amada por tantos pretendientes, lo hacía. Le arranqué la túnica, aunque apenas ocultaba sus encantos. Y ella, pugnando por cubrirse, peleaba sin perseguir la victoria, con la flojedad de quien se aviene de buen grado a ser vencida. Quedó desnuda ante mis ojos, y no vi en ella ningún defecto. ¡Qué hombros! ¡Qué brazos vi y toqué! ¡Qué bellos senos acariciaron, con avidez, mis manos! ¡Qué vientre liso! ¡Qué talle, arrogante y esbelto! ¡Qué muslos juveniles y bien formados! Cuanto en ella vi, todo su cuerpo, merece fervorosas alabanzas. No vi nada que no fuera elogiable. Y oprimí contra el mío su cuerpo desnudo. ¿Quién no adivina lo demás? Al fin, agotados, nos tendimos al descanso. ¡Ay, ojalá pueda saborear muchos mediodías como aquel vivido con Corina!
Ars amandi es la otra obra fundamental. Y es también, y sobre todo, un cuaderno para navegantes deseosos de adentrarse en las calles más bulliciosas y en las alcobas más ardientes de la Roma de finales del siglo I a. C. El lector entra en el algarabía de las calles romanas en pleno verano, contempla a los muchachos y a las muchachas huyendo del sol o persiguiéndolo, admira las fuentes de la ciudad y percibe OV I DI
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