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Hay que cambiar el corazón

Los dos últimos años hemos vivido una experiencia tan intensa y brutal que va a marcar un antes y un después a la hora de plantearnos las relaciones, el trabajo, las prioridades, la vida… Nadie se podía imaginar que hubiese un acontecimiento global que pudiera condicionarnos de semejante forma; era ciencia ficción, cosas de películas e historias truculentas que hablaban de destrucción masiva, de pandemias y virus que acababa con casi todo. Y la imaginación se convirtió en premonición, y la predicción en una bofetada inmensa que nos ha convulsionado a todos.

Ahora que los indicadores nos muestran cierta esperanza y antes de que nuestro barco siga navegando como si nada, hemos de revisar las heridas y las cicatrices que esta situación puede habernos dejado, porque cuando se ha producido una lesión y no se cura adecuadamente, ese será nuestro talón de Aquiles, nuestro punto débil por donde seremos especialmente frágiles. Y como persona, como docente y como responsable educativo, creo que en el centro de nuestra preocupación debe estar el joven, la niña, el chaval que son los más vulnerables, que probablemente sean aquellos a quienes más afectado esta situación.

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¿Qué ha pasado durante estos dos últimos años con los niños y los jóvenes? ¿Les ha cambiado en algo todo lo que ha ocurrido? Aquellos que piensan que estas personas han vuelto ya a la normalidad, se han despreocupado de todo y vuelven a reír y vivir felices e ignorantes, están completamente equivocados. La capacidad de los más pequeños, de los más jóvenes de captar la trascendencia y gravedad de las cosas es enorme, nada de esta enorme tragedia les ha pasado desapercibido: las muertes, el sufrimiento, el aislamiento, la desesperanza, la incertidumbre, la incomunicación, el desamparo, la vulnerabilidad, la irresponsabilidad… todo ha lacerado su cabeza y su corazón.

La conciencia de seguridad se ha desvanecido; si algo nos ha marcado es la certeza

de que cada vez son menos las certezas, que todo se puede subvertir de la noche a la mañana, que todo cambia radicalmente de una semana para otra, de un día para otro… ¿Cómo construir así el futuro? ¿Cómo planificar y prever hacia dónde he de ir si todo es tan inconsistente y volátil? ¿Cómo me van a pedir esfuerzo y responsabilidad, cuando los próceres, los responsables en la organización de la convivencia están tan preocupados de mantenerse en la palestra que no vacilan en manipular situaciones y sentimientos, en jugar con lo más sagrado?

Esta sensación de vacío e inestabilidad está haciendo una enorme mella entre los más jóvenes, y ahora estamos empezado a recoger los frutos: desequilibrio, desinterés, pasividad, destrucción, sufrimiento… Son manifestaciones de su gran desazón y, si antes las percibíamos de vez en cuando, ahora están a la orden del día; y de ello somos testigos los que estamos en los colegios e institutos. Por eso, lejos de pasar página, hemos de alertar del peligro de no sanar los males desde su raíz.

¿Por dónde avanzar? ¿Qué podemos hacer en estos tiempos de postpandemia? Los primero y fundamental es tomar conciencia del problema, saber qué está pasando y no cerrar los ojos a la realidad ni mirar para otro lado; vamos a hipersensibilizarnos para percibir todos los toques de atención que los niños y los jóvenes nos están mandando: son silenciosos pero evidentes gritos de ayuda desesperados los que nos lanzan y que no podemos eludir. Detectadas estas heridas del alma, hay que insuflar positividad y esperanza; es preciso impulsar una reconversión de nuestro estilo de vida, un cambio profundo y radical de nuestras prioridades, de lo que consideramos verdaderamente importante. Es necesario aprender y enseñar a renunciar a muchas cosas, para quedarnos con lo verdaderamente importante… Es un cambio de raíz, es una transformación tan urgente como necesaria; así y solo así podremos empezar a restañar las heridas en las vidas de los más jóvenes y también de los mayores.

Y todo esto, tan complicado de conseguir en una sociedad donde nos enseñan e insisten en el consumo, la opulencia, el postureo y el hedonismo, es la tarea que se nos impone a todos, si de verdad queremos encontrar el sentido y la dirección para nosotros y para la gente más joven. Y ahí tendremos que remar en el mismo sentido los maestros, las familias, los responsables políticos, los empresarios, los generadores de cultura y de opinión.

En las fiestas de nuestro pueblo, en las que celebramos la valentía y decisión de una niña, de Eulalia de Mérida, creo que hay que levantar la voz con fuerza y prestancia, por los niños y por los jóvenes, para decir que ya no vale el sálvese quien pueda, que esta es la salvación de todos, de pueblo; el barco es uno solo y es el de todos, y la nave nos lleva a todos, a los de todos los colores y de todas las opciones, a las personas en definitiva. Para que de verdad cambien las cosas, hay que cambiar el corazón.

Juan Fco. Otálora

Director del IES Juan de la Cierva

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