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El “Día de la Purísima”: la carretera de La Santa, sin La Santa

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Saluda del Alcalde

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Aunque no soy muy de escribir vivencias personales en este tipo de artículos, puede que en esta ocasión pudiera estar justificado. Y es que, las experiencias vividas durante este tiempo, son muy personales. Y en lo relativo a Santa Eulalia, también. EL “ Día de la Purísima”:

LA CARRETERA DE LA SANTA, SIN LA SANTA

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Desde muy pequeño siempre decía que el 8 de diciembre era el mejor día del año. Ya en el mes de noviembre, siendo bien niño, y luego no tan niño, contaba los días que faltaban para que bajase Santa Eulalia. Entonces vivíamos en Murcia y mi madre llamaba por las tardes a mis abuelos para hablar y ver cómo estaban. Aún se usaban los teléfonos de toda la vida, con su cable y todo. Y yo siempre le pedía que me dejase hablar con mi abuela Concha para preguntarle:

-Abuela ¿Han sacado ya la “estampa”? La estampa no era otra cosa que el cartel de Santa Eulalia. -No te preocupes, nene. Cuando la saquen le digo al Hito, vecino de la calle Mayor, que te la recoja.

Otras veces la pregunta era si habían puesto las luces de las fiestas, que entonces se ponían en la Plaza y poco más. A lo que mi abuelo, El Periquillo, me contestaba que había unos hombres colgando las “peras” (bombillas) en La Farola.

Y así pasaban los días hasta que llegaba diciembre. Contaba los días y las horas para ver a Santa Eulalia bajar y pasar por la casa de mis abuelos, junto al Huerto de Parranda, donde le colocaban una mesa para su descanso.

La noche de la víspera de la bajada transcurría con el sonido y la algarabía de la gente que entonces subía a pie por la carretera. Yo no sé lo que dormía. Creo que poco. Y antes de amanecer ya estaba yo levantado, saliendo y entrando, asomándome a la carretera.

Me compraban por entonces una docena de cohetes y una traca para recibir a Santa Eulalia. Yo tenía que cumplir la tradición a rajatabla, aunque debido a mi corta edad, recuerdo a mi madre y a mi abuela, las pobres, sujetando la tablilla de los cohetes para que yo pudiera encenderlos. Digo yo que pensarían: No tengo yo otra cosa que hacer que estar aquí tirando cohetes.

Y así transcurría la mañana, a la orilla de la carretera. Primero empezaban a bajar unos grupos de zagalones que andaban haciendo zigs zags. No porque les divirtiese, sino porque debían haber combatido el frío con más mantellina de la cuenta (y supongo que alguna bebida más) y les era difícil seguir la raya de la carretera.

Después la pareja motorizada de la Guardia Civil, que también hacía su pequeña parada para tomarse un pequeño tentempié. Un poco más arriba aparecía el pendón. -¡Ya está aquí el pendón! ¡Salid,

que Santa Eulalia llega enseguida! Era el momento de que saliese quien faltase de la familia para esperarla.

Y llegaba entonces un momento que es uno de esos momentos del año que cada uno tenemos grabados por su especial importancia. Momentos y recuerdos que sólo para nosotros tienen esa especial significación, aunque no sepamos exactamente por qué:

Miraba hacia arriba, siguiendo la carretera, que en ese momento se había convertido en un mar de cabezas y sonaba una algarabía de voces, panderetas, guitarras… Y sobre la muchedumbre, nada más doblar la curva del “Cura Chico”, allá en lo alto, aparecía su silueta. Era un pequeño punto colorado lejano sobre el que brillaba el dorado de su corona. Era Santa Eulalia, nuestra Santa.

Y todavía hoy sigo recordando y viviendo ese momento como algo tan especial que no sabría muy bien explicar.

Aunque con la edad empezamos a subir a La Santa para bajar con ella y aprendí a chapurrear la guitarra para bajar cantando, ese momento sigue presente y siempre me adelanto en el camino para recibirla como siempre he hecho casi desde que tengo uso de razón: con sus cohetes, su traca y mirando hacia lo alto de la carretera para verla aparecer.

Y entonces llegó el año 2020. Y lo que nadie podíamos imaginar pasó. Pasó en tantísimas cosas. Algunas muy graves. Y otras no tanto, porque no supusieron muerte ni enfermedad. Simplemente nos tocaron el corazón.

Y llegó el 8 de diciembre, nuestro “Día de la Purísima” más atípico. Todos ya sabíamos desde hacía tiempo que estábamos abocados a unas fiestas en que no podríamos acompañar a Santa Eulalia, aunque sí a tenerla en el pueblo. En su “casa de Totana”. Recuerdo que bajé a la Parroquia de Santiago a media mañana. A misa de 10. Pero la sensación era tan extraña… La imagen de nuestra Santa estaba allí. Al menos, después de lo que habíamos pasado, estaba allí. Pero a esas horas, y a pesar de que el día se había levantado frío y ventoso, tenía que estar rodeada de su pueblo en esa gran manifestación que supone una forma tan peculiar como extraordinaria de manifestar la alegría con que se recibe a alguien tan querido. Tenía que estar bajando de su Santuario con los totaneros alfombrando su camino con su música y sus canciones. Tenía que estar a punto de aparecer en lo alto de la carretera con su brillante corona dorada.

Y, sin embargo, allí estaba, en el más absoluto de los silencios (eso sí, bien cerca de sus devotos totaneros, a los pies del altar donde tantas personas se acercaron a saludar a su querida Niña Mártir).

Y con esa extraña sensación volví a subir al huerto. Por la misma carretera por la que, a esas horas, debíamos estar todos juntos. Esas horas en las que Santa Eulalia, quizás, nos hace sentir más pueblo, más unidos, más alegres.

Recuerdo que cogí la guitarra y estuve tocando un poco, alguna canción “de La Santa”. Pero la verdad, con más pena que otra cosa.

Y estando en esto, pensaba que lo importante era estar bien. Que ya habría otras romerías. Eso era lo principal. Pero, no nos engañemos, que jorobar, joroba. Pues en eso estaba, con mi guitarra tristona, cuando sin esperarlo aparecen en la puerta mis tres hijas y mi mujer, pañuelo al cuello y pandereta y postizas en la mano ¡Venga, no estés triste! ¡Viva Santa Eulalia! Y me abrazaron. Pues imagínense. Todo lo que he escrito aquí, desde el principio, se me vino a la cabeza en un momentico. Tengo que reconocer que la emoción de ese momento, para mí se queda ¡Pufff!

Y aunque no fue lo mismo, sí que puedo decir que aunque fuera con mascarillas y nosotros solos por los alrededores, un “Campanitas”, un “Anduve en la vagancia” y un “Gloria y Honor”, parece que no pero algo curan. Prueben este año.

Este año, más bien este larguísimo año y pico, todos hemos echado en falta muchas cosas. Y como decía, las personas que se han ido, los duros momentos de la enfermedad son lo más serio. Lo más triste.

Todo lo demás lo hemos ido solventando, cada uno aportando lo más imaginativo que se nos pudiera ocurrir. Todos hemos puesto empeño en hacer a los demás lo más normal posible lo que era totalmente anormal. Cosas impensables, como que un grupo de folclore, el nuestro, el de “La Mantellina” por poner un ejemplo, haya cantado y bailado, cada uno desde su casa, desde su balcón, para no olvidar que seguíamos juntos. Y así, tantas cosas que nos han recordado que sólo estamos en “modo de espera” para volver a ser lo mismo que éramos.

Y así, este año Santa Eulalia volverá a estar en el pueblo. Con nosotros. No la recibiremos como nos gustaría, pero viene a decirnos que eso está “a puntico de pasar”. Que nos vayamos preparando. Que no olvidemos nuestra música y nuestras tradiciones. Que vayamos haciendo pruebas esta Pascua. Que este año la acompañemos en el pueblo y que, dentro de lo que se pueda, celebraremos su presencia con la mayor dignidad y alegría. Y para recordarnos que antes de que nos dé tiempo a pensarlo, miraremos hacia arriba, por esa carretera, y veremos ese punto colorado, con su brillante corona dorada, rodeada de su pueblo. Los de ahora y los de antes. Pero todos con ella.

Eduardo Monserrat Camacho

Maestro Colegio Santiago

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