Revista Solsticio #11

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Solstici Despertar Colectivo

Agosto 2020

NĂşmero: 11

Portada:

@elcotauno

Editorial Ocaso



Solstici Despertar Colectivo

Agosto 2020

NĂşmero: 11

Revista de contenidos anarquistas


CON TACTO Telefono: +57 304 674 8600 Email: editorial.ocaso@gmail.com Sitio Web: editorialocaso.wixsite.com/ocaso Facebook: /EditorialOcaso/ Producido por Editorial Ocaso. Esta publicación está pensada y diseñada para el entorno digital, por lo tanto no se recomienda imprimir este número. Usted es libre de copiar, distribuir, y comunicar públicamente esta obra siempre y cuando reconozca los créditos de la obra y/o autor. No se puede utilizar esta obra para fines comerciales, así como tampoco se puede alterar la obra, transformar o generar obras a partir de esta. Las opiniones expresadas en esta revista digital no necesariamente reflejan las de aquellos que la publican, todo el material ha sido revisado y corregido. Editorial ocaso no se hace responsable por “daños” provocados por dicho material.

CON TENI DO


1. El problema de la propiedad privada Aldana Pérez

Pg. 08

2. la diversidad de estrategias en la práctica revolucionaria Jaime Manso Castaño

Pg. 12

3. Albert Libertad León Darío

Pg. 16

4. Todo humano tiene una historia de anarquía David Martínez

Pg. 18

5. El neo oscurantismo Violeta Fernández

Pg. 20

6. El desierto de las memorias Sinyu

Pg. 22

7. Lo ví Pablo Sánchez Zegers

Pg. 24

8. Cuando Superman decidió quitarse la vida Beatriz Eloísa

Pg. 26

9. Comunicado final de un resentido social Rodolfo Zamora Damonte

Pg. 28

10. Aporofobia Fabián Bustos Rojas

Pg. 30




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El problema de la propiedad privada

Aldana Pérez

Los conflictos relacionados con el acceso a la propiedad privada están fuertemente relacionados con la existencia del capitalismo y sus estructuras. La literatura no se ha quedado atrás y ha abordado este problema en más de una oportunidad, y en este artículo analizaremos algunos de los ejemplos más conocidos: un cuento de Isaac Asimov y uno de J. G. Ballard. El ser humano es un ser social y, como tal, configura de diferentes maneras aspectos que interpelan al mismo tiempo su vida personal y su vida en sociedad. El tránsito en espacios públicos, la distribución de la arquitectura en determinados lugares, el movimiento de los cuerpos y los objetos, la distinción entre el uso público y privado de los ambientes, los límites entre las áreas modificadas por el hombre y las que aún se conservan en estado natural; todo es regularizado y controlado de acuerdo a las necesidades biológicas y sociales de la humanidad. Sin embargo, no es el ser humano desde su individualidad o su visión personal quien se mueve acorde a su necesidad momentánea o presente, sino que cada comunidad construye su propio sistema de regulación y delega esta responsabilidad a una determinada autoridad: el Estado. Dicha autoridad, en teoría, debe estar capacitada para elaborar planes de acción y convivencia que sean saludables para el pueblo en general, pero existen evidencias de que no siempre sucede de esta manera. La existencia del Estado es posible en el marco de un sistema capitalista (y/o socialista estatista) que se divide en clases sociales y que necesita un organismo mediador entre una y otra. Como ente intermediario debería mantener una posición neutral y adoptar medidas que sean equitativas y equilibradas, pero históricamente la humanidad se ha enfrentado a situaciones en las cuales se evidencia la relación del Estado con la burguesía y su tendencia a beneficiar a dicho grupo político y económico. Si bien no se puede negar que las instituciones estatales le han concedido, con el paso de los años, derechos de diversa índole al proletariado, no ha sido nunca sin lucha social de por medio. Teniendo esto en cuenta es posible comprender por qué en las últimas décadas artistas de todo tipo han expresado, a través de sus obras, su disconformidad con la configuración de la sociedad y sus limitaciones. Los cuentos Bilenio, de J.G. Ballard; y Espacio Vital, de Isaac Asimov; son obras literarias que abordan la problemática de la superpoblación y de sus consecuencias en la distribución del espacio, y que cuestionan de distintas maneras el rol del Estado en la resolución de dicho problema, por ejemplo. En las siguientes líneas intentaré señalar similitudes y diferencias entre dichos cuentos, y relacionaré ambos argumentos con una corriente filosófica y política que puede dar sustento a algunas de las premisas expuestas en estos textos. Dos formas de ver un mismo problema Espacio vital y Bilenio son dos textos que plantean el mismo conflicto (o conflictos muy similares, por lo menos) pero desde diferentes puntos de vista. 8


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Espacio vital En el cuento de Asimov se narra la historia de una familia que vive en un planeta distinto a la Tierra, desde el cual se puede acceder a ella a través de una simple puerta. El motivo por el cual estas personas viven allí no tiene que ver con el deseo de vivir una experiencia exótica o extraordinaria, sino que es la solución que el Estado le ha encontrado al problema de la superpoblación en la Tierra. Debido al crecimiento exponencial de habitantes, la vida en el tercer planeta más cercano al Sol se vuelve difícil e inmanejable. A razón de esto, las autoridades elaboran un sistema de probabilidades que les asigna a determinadas familias un planeta sin vida, en el cual puedan construir una casa y vivir de manera aislada. Este sistema busca distribuir a las personas de manera tal que no vivan hacinadas y que puedan disfrutar del silencio y la soledad que puede otorgar un planeta muerto. Si bien en la lectura queda claro que la dificultad para conseguir un espacio propio, íntimo y privado atañe a todos los seres humanos por igual, de la descripción de los personajes protagónicos se desprende la idea de que sólo algunos pueden acceder a ello. La forma en que viven, trabajan, se visten, hablan y se comportan denota su posición social: son parte de la burguesía o de una clase social alta. Es el dinero y su nivel económico en general el que les permite, no sólo participar del sistema de probabilidades, sino también permanecer en él. El planeta Tierra funciona como un parque industrial en el cual se encuentran los medios de producción y se desarrollan las tareas laborales, y donde viven las personas pertenecientes a la clase baja. El resto de los planetas son espacios exclusivos para quienes, gracias a su status, poseen el beneficio de la propiedad privada. Bilenio En el cuento de Ballard se narra la historia de un muchacho que vive en una ciudad atestada de gente. Era tal la cantidad de personas que vivían en aquel lugar que, para hacer tan sólo dos cuadras, había que sumergirse en una marea de habitantes que hacía que se tarden largos minutos en llegar al otro lado. Esto ocurría porque el gobierno había dispuesto distribuir las regiones en dos tipos de zonas distintas: la zona rural y la zona urbana. Debido a los cultivos intensivos la agricultura había exigido una reconfiguración del espacio que obligaba al noventa y cinco por ciento de la población a encerrarse en vastas zonas urbanas y no salir de allí (Ballard 113-114), lo que generaba un amontonamiento de gente completamente insalubre. Las personas coexistían en cubículos precarios e incómodos que debían cumplir con las medidas predeterminadas por las autoridades. Las casas, tal como se conocen en la actualidad, habían dejado de existir hacía ya varios años, puesto que por el imparable crecimiento poblacional se reducían los metros cuadrados permitidos por habitante cada día más, al punto de limitarse a penas tres metros. Similitudes y discrepancias En cuanto a las semejanzas de ambos textos se podría decir que en los dos se plantea el problema de que la superpoblación puede acarrear consecuencias indeseadas, y que es el Estado el organismo encargado de buscar una solución eficaz. También, en ambas obras se realizan críticas a dicha institución presentándola como incapaz de resolver el conflicto en cuestión y como deshonesta, puesto que en ambos cuentos se exponen situaciones en las cuales los agentes del gobierno le ocultan información al pueblo para mantener el control y evitar el caos. Y en cuanto a las diferencias, es preciso señalar que las medidas resolutorias tomadas por el Estado en una y otra obra son diferentes. En Bilenio se reduce progresivamente el espacio privado de cada persona o familia, y en Espacio vital se amplía. En uno se vuelve insoportable e inevitable el contacto con otros habitantes (llegando a romper todos los límites del espacio físico personal), mientras que en otro es tan grande el aislamiento que prácticamente convierte a los pobladores 9


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en seres egoístas y ermitaños. Sin embargo, existe también una diferencia que está relacionada con el punto de vista desde el cual se narra la historia y es, a mi modo de ver, aún más interesante: en el cuento de Asimov la trama se enfoca en la realidad de una familia de clase alta mientras que en el de Ballard el enfoque está puesto en la cotidianidad de personas de clase baja. Si bien se esbozan algunos comentarios acerca de qué ocurre con las personas de otras clases sociales, la perspectiva desde la cual se narra cada una de las historias no cambia en ningún momento. Es probable que por este motivo el mismo inconveniente se solucione de maneras diferentes. La propiedad privada es un privilegio de clase Desde los ojos de un libertario se ven en estos cuentos algunos aspectos relacionados a debates históricos que se mantienen vigentes hoy en día. Ríos de tinta han pasado entre los escritos de Proudhon y Bakunin acerca de la propiedad privada y las obras de Asimov y Ballard, y aun así es posible encontrar relaciones entre uno y otro. Las críticas libertarias que se aplican a Espacio Vital Pierre Proudhon en su libro ¿Qué es la propiedad? intenta demostrar que no es una institución posible puesto que se niega a sí misma. En este sentido, de entrada, es viable establecer una conexión con el cuento de Asimov: Proudhon ataca la idea de que la propiedad sea un derecho natural, esto es, inherente a las personas. Y muestra cómo es categorialmente distinta de los otros derechos enunciados en las famosas declaraciones revolucionarias (..) La propiedad es potencial (no se puede ejercer si previamente no se es dueño de algo). Además la existencia del impuesto proporcional la desmiente en la práctica. Por otra parte, requiere ser fundamentada, lo que no suele ocurrir con la libertad y la igualdad. Por lo demás, como ya se dijo, es imposible en sentido estricto… (Grupo de Estudio sobre Anarquismo, 87) A grandes rasgos, el argumento de Espacio vital permite pensar en estas cuestiones. El derecho a un espacio privado no se expone como natural ya que, desde el vamos, existe una distinción entre quienes pueden acceder al sistema de probabilidades y quiénes no. De hecho, este acceso privilegiado debía ser fundamentado, al igual que la condición de aquellas personas que debían quedarse en la Tierra. Esto es visible en un pasaje particular del cuento, en el cual Rimbro (el personaje principal) se dirige a la oficina del gobierno para reclamar que alguien más vivía en su planeta y que eso no podía ocurrir puesto que él había pagado para que no fuera así, diciendo: No he venido aquí para escuchar conferencias. Deseo que procedan ustedes a una investigación, nada más. Es realmente humillante pensar que comparto mi mundo, mi propio mundo, con alguien más. No estoy dispuesto a soportarlo… (Asimov, 6). La propiedad privada como mercancía En Espacio Vital es evidente el carácter de cliente que tiene el dueño de una propiedad en relación al Estado, y cómo se configura el espacio como producto o bien de intercambio y no como derecho natural. Y es también una reafirmación de que dicho producto es accesible sólo para aquellas personas que tengan un poder adquisitivo acorde a las condiciones del mercado. Por otro lado, el hecho de que el problema sobre el cual se está quejando el protagonista tenga que ver con que hay otras personas viviendo en su planeta, denota el carácter potencial del derecho a la propiedad (puesto que puede ser vulnerado o revocado), y posiciona al Estado como único ocupante real. Esto último se ve fortalecido con el manejo excluyente de la información que dicha institución 10


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tiene, y con el poder que le permite ocultar datos y hacer coexistir a varias personas en un mismo lugar sin que lo sepan, anulando su derecho a la propiedad privada como tal sin que se enteren jamás. Estas cuestiones también las aborda Proudhon: Los defensores de la ocupación como fuente de propiedad arguyen que la misma es necesaria para la vida y la libertad. Pero esto es necesario para todos los seres humanos, de todas las generaciones, no sólo de las presentes. Por lo tanto, la ocupación (…) no puede engendrar un derecho absoluto y excluyente (la propiedad) sino que debería ser permanentemente reformulada de manera igual para todos. Lejos de originar la propiedad, entonces, el derecho a la ocupación la niega (…) La sociedad siempre ocupa antes que cada individuo; por tanto, cada ocupante individual no es más que un usufructuario del primer, único y constante ocupante que siempre es la sociedad en su conjunto. (Grupo de Estudio sobre Anarquismo, 90). Teniendo en cuenta esto, por más estrategias que utilizarán los agentes del gobierno en el cuento de Asimov para hacerle creer a los habitantes que eran propietarios de su espacio, éstos nunca habían tenido (ni iban a tener) derecho a ello. A lo sumo, sólo tenían derecho a hacer uso y abuso del territorio, que es algo muy diferente según el filósofo francés. Las críticas libertarias que se aplican a Bilenio En cuanto a la historia de Ballard, se podría analizar desde otro eje de estudio presentado por Proudhon, qué es la idea del derecho a la propiedad a través del trabajo. A pesar de que Ward (el protagonista de Bilenio) y otros personajes se apropien de más cubículos para vivir en ellos o alquilarlos, siguen viviendo en condiciones deplorables y su estilo de vida no cambia, puesto que siguen siendo trabajadores. Esto tiene que ver con que la apropiación individual de un bien colectivo no cambia la estructura social de dicha colectividad, sólo modifica ínfimamente la vida íntima del individuo y lo posiciona de otra manera frente a su comunidad. Por otro lado, el rol del Estado en esta historia se presenta de manera similar a Espacio vital puesto que, a pesar de los cambios en uno u otro caso particular, todavía tiene el poder de controlar el uso del espacio físico y a su vez tiene el poder de reservar información importante para no provocar reacciones que no considera convenientes: _ Oí decir que redujeron los espacios disponibles a tres metros y medio – señaló Rossiter (…) _ Eso dicen siempre – comentó [Ward]-. Recuerdo haber oído ese rumor hace diez años. _ No es un rumor – admitió Rossiter -. Pronto será inevitable. Treinta millones apretujados en esta ciudad, y un millón más cada año. Ha habido serias discusiones en el Departamento de vivienda. (Ballard, 109). De estas y otras premisas se puede concluir que en el marco de un sistema capitalista el Estado responde a una clase social determinada beneficiándola y configurando los espacios acorde a sus necesidades, y esto es, de una u otra forma, lo que estos dos autores (adrede o no, no lo sé) han expresado a través de sus obras al menos en parte. Bibliografía Ballard, J. G. Bilenio. Traducción: Marcial Souto. Minotauro, Sudamericana. (1975) Grupo de Estudio sobre Anarquismo. El anarquismo frente al derecho. Lecturas sobre Propiedad, Familia, Estado y Justicia. 1a ed. – Buenos Aires: Libros de Anarres, (2007) Asimov, Isaac. Espacio vital. Buenos Aires: Artes Gráficas Buschi. (2005)

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La diversidad de estrategias en la práctica revolucionaria

Jaime Manso Castaño

un extenso debate a que es “natural” para la RAE o si se asimila a “normal”, es decir, que responde a la norma vigente. Precisamente el concepto violencia funciona como un cajón de sastre, desde un bombardeo a una ciudad, un fenómeno meteorológico, la forma de expresarse de alguien, la prohibición de la lengua en una región... pero en un intento de aunar, se puede decir que violencia pertenecerá al ámbito general de la ética, puesto que se desarrollará en el marco de nuestra comprensión de las normas morales y de nuestro potencial para discernir y elegir entre diferentes opciones. No obstante, si, en primer lugar, compartimos el argumento que expone Nietzsche en La Voluntad de Poder según el cual nuestros valores son interpretaciones introducidas por nosotros en las cosas y cualquier significado es, justamente, una perspectiva. La reflexión sobre violencia, por lo tanto, pertenece, en pleno derecho, al ámbito del pensamiento sobre lo humano, es decir, aquél que hace referencia a una potencialidad y una práctica. Para finalizar una búsqueda definitoria, la violencia sería el rebasamiento sin mesura de unos límites de forma desproporcionada

“No sabes cómo temblarían los poderosos si lleváramos la violencia a la puerta de su casa. Si vieran amenazados sus privilegios y sus vidas, negociarían para no perderlo todo” Ulrike Meinhof.

La etimología es muy importante a la hora de analizar un concepto, ya que a diferencia de la definición, que intenta acotar las fronteras del significado de una palabra, va directamente a la naturaleza originaria de las palabras, que a su vez hace de vehículo para los diferentes idiomas que la incorporan en sus lenguas. La palabra violencia proviene del latín vis (fuerza) y lentus (contínuo) cuya conjunción violentia, vendría a significar “uso continuo de la fuerza”. Es importante cuando vamos a hablar de un tema en concreto, determinar qué entendemos el conjunto de personas sobre ese concepto, para evitar subjetividades o interpretaciones que deriven en opiniones interesadas. Es por eso mismo que sorprende como la RAE ha otorgado a este concepto una serie de definiciones que lo alejan de su sentido originario, en concreto su definición número 3 “acción violenta o contra el natural modo de proceder” dando lugar a 12


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que sobrepasando toda frontera, empieza a andar por un territorio sin regla. La localización del linde de la transgresión de dicha frontera será siempre lugar de enfrentamiento, en especial tratándose de la violencia revolucionaria, en cuanto viola una legalidad existente sustentada en un sistema de valores hegemónicos. Roderick Long formula la tesis positiva de que “toda persona tiene derecho a no ser agredida por ninguna otra persona” a la que añade de forma axiomática “toda persona está obligada a no iniciar la fuerza contra ninguna otra persona, y está permitido que cualquier persona use la fuerza para evitar que otros inicien la fuerza contra esa persona”. Se entiende pues que una persona participe en una fuerza no iniciática, la cual implique una agresión a otra o que ésta participe en un acto de forma forzosa contra su voluntad mediante la coacción. Sin duda un interesante análisis que da pie a la siguiente reflexión; distinguir los actos que, por medio de la fuerza, están orientados a ejercer una imposición o condicionamiento sobre otras personas, de aquellos que tratan de impedirlos, es decir, llegar al origen de la violencia. Ignorando por supuesto toda relación con el derecho legal y la moralidad judeo cristiana, con su binomio bueno-malo, eterna lacra cuando deconstruimos nuestro pensamiento para plasmarlo en nuestra praxis. La lucha de clases es una realidad incuestionable, donde ambos bandos pelean por la perpetuación de sus privilegios e intereses, estas clases son sencillas de distinguir; quien ostenta los medios de producción y quienes tienen que vender la fuerza de trabajo para subsistir. Ésta lucha de clases es violenta, sobre todos en las últimas fases del enfrentamiento donde se disputan la posesión material de esos privilegios, entrando en una fase que podríamos denominar como guerra social. Tomar la iniciativa en esa violencia es superar el derrotismo y el miedo, sin la necesidad de la defensa infantil de “fue él quien me atacó primero”. Las iniciativas han de ser diversas

según el contexto y las necesidad a la que responda; defensa y ataque. No hay sitio para las estrategias que se ciñen a la noviolencia, la cual tiene tres pilares básicos: la desobediencia civil, el beneplácito de la mayoría social y la divulgación educativa. Dos de esos pilares fallan nada más iniciarse, el primero es el beneplácito de la mayoría, que cree que una acción realizada por una gran número de personas cuenta con el respaldo de la razón y la moral, y que las acciones por parte de grupos pequeños solo responden a interpretaciones individuales. Ésta distinción sólo responde al interés de que la opinión pública no se vuelva en contra por no responder a lo correctamente político. No se pueden cambiar las circunstancias materiales apelando a la moral del enemigo, porque éste no tiene moral, solo intereses que defender, como afirma Peter Gelderloos “centrarse en la superioridad moral elude el desafío de educar a una población maleducada en la dependencia a unos valores éticos preestablecidos y reduce la lucha a la celosa búsqueda de unos principios moralmente superiores”. La moral es una construcción histórica y lo políticamente correcto también. El segundo error es su empeño pedagógico. En la era del acceso a la información, ha quedado demostrado que no es un catalizador de cambios. Pongamos el ejemplo de la guerra de Irak: todo el mundo tenía acceso a la información para rebatir las mentiras que justificasen dicha intervención militar, las mentiras de las armas de destrucción masiva o la conexión de Sadam Hussein con Al-Qaeda. Los medios de contrainformación estaban ahí, publicando en la red toda la información, pero solamente la gran masa cambió cuando los medios comerciales de comunicación empezaron a dar información poco a poco, no por revelar la verdad, sino porque la contienda dejó de responder a los intereses de Estado que la motivaron. Es una realidad, los medios de contrainformación no pueden competir contra los medios oficiales por una pura cuestión de escala, es decir, informar a millones de personas es caro, y no hay patrocinadores dispuestos 13


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a subvencionar a medios informativos que atentan contra el monopolio de la oligarquía. Los movimientos combativos la única función pedagógica que tiene que hacer es para explicar por qué luchan tan enérgicamente por la revolución abandonando los cauces legales. Uno de los anarquistas que se paró a estudiar el fenómeno de la violencia fue Errico Malatesta, el cual afirma “el gobierno hace la ley. Debe tener por lo tanto una fuerza material -ejercito y policía- para imponerla (...) el límite de la opresión del gobierno es la fuerza que el pueblo se muestra capaz de oponerle.” El Estado como quien se rebela contra él ejercen en esa lucha de intereses actos naturalmente violentos. El primero lo hace de dos formas, la legal y la ilegal; la legal mediante la elaboración de leyes y su imposición mediante su brazo armado -ejército y policía-, y la ilegal sería a través del terror de Estado. Lo que comparten ambas violencias estatales es su carácter no subversor, ya que de ninguna forma intenta trastocar la realidad legal vigente. Quien se rebela contra el Estado utilizando la violencia política es insurgente por romper con los moldes legales y su autoridad, pudiendo ser de carácter revolucionaria si persigue un cambio de raíz en las instituciones políticas, económicas y sociales. En cambio la violencia individual tiene como objetivo la ejecución de un juicio popular (tiranicidio), al no creer en el juicio divino tras la muerte, la violencia tiene una función instrumental que termina una vez ejercida, sin tener mayor pretensiones a posteriori. Véase las ejecuciones de Cánovas del Castillo o José Canalejas, ejecuciones tras un juicio popular, es decir, la justicia popular conlleva la pena de muerte. Se puede concordar o no con este significado histórico que se le confiere a la violencia insurgente, pero, de lo que no cabe duda, es de que representa un modelo de razonamiento de la propia violencia que no se conforma en justificarse a partir de su existencia misma, ni, mucho menos, a partir de una idealización del momento insurreccional. Cuando se

reconoce a la revolución social como una realidad histórica que no puede pararse, se entiende la violencia como último recurso para acabar con la violencia existente en el orden social prerrevolucionario. Es por eso, que es favorable que el uso de la violencia esté supeditado a las circunstancias materiales del momento, como un medio a recurrir por el pueblo cuando éste se ve forzado a ello.

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Albert Libertad León Darío

existencia (fallece apenas cumplidos treinta y pocos años de vida) como propagador del ideario anarquista, con la particularidad de profesar un ideario crítico, punzante, agudo y hostil contra las masas haciéndolas partícipes y responsables de la existencia de patronos, clérigos, soldados y políticos; pues Albert cree y considera que todos ellos actúan gracias a las masas que lo permiten y se prestan a ser sus serviles y súbditos voluntarios . De padres desconocidos muy joven comienza a propagar la idea anarquista, a la vez que estudiaba en el Liceo de Burdeos y se “ganaba la vida” trabajando como contable, pero con 21 años abandona Burdeos y se establece en París, en donde “mal vive” vagando en las calles hasta que ingresa en la redacción del periódico “Le Libertaire”, en calidad de colaborador. Ya en París y a principios de Septiembre de 1897 irrumpe en una iglesia local formando un altercado con el resultado de su acción en una condena a dos meses de prisión. La cárcel le vuelve

Nota del autor: Este artículo pertenece al número cuatro de el periódico “El errante” , periódico editado por este mismo colaborador de Solsticio que aquí escribe, con el propósito de que nuestros lectores conociesen más acerca de quien “preside” nuestra publicación con su rostro y lema “Contra los pastores contra los rebaños”; considero que merece reavivar aquí también su figura para el lectorado de Solsticio: Joseph Albert, para “los amigos” más conocido como Albert Libertad fue un importante agitador anarco individualista francés nacido en Burdeos un 24 de noviembre de 1875 y desparecido físicamente un 12 de noviembre de 1908 a consecuencia de una brutal paliza policial. Su vida es marcada por una extraña enfermedad de nacimiento que le hace tener que moverse en muletas pues era cojo de las dos piernas, esto no le resta en absoluto para llevar a cabo una, aunque breve, pero intensa 16


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a llamar cuatro años después en 1901 por gritar contra el ejército al paso de un desfile militar, en esta ocasión con el saldo de tres meses de cautiverio. Libertad ejerció de corrector de imprenta, de hecho se afilió al Sindicato de Correctores y colaboró para diversos periódicos como escritor y editor como en el caso de “La Lanterne”, y “Le Journal du Peuple” y “Le Droit de Vivre.” En 1905 funda “L’Anarchie”, que se postula como principal medio de comunicación de los anarquistas individualistas franceses, junto a él destacan empuñando la pluma notorios autores y activistas como Emile Armand, André Lorulot, Léon Israël, Victor Serge o el “ilegalista” e integrante de la Banda Bonnot, Raymond Callemin , entre otros. L’Anarchie llega a editar más de cuatrocientos números, todos ellos con una aparición semanal y siete mil ejemplares de tirada.

“aislado del mundo.” Fue también Albert uno de los impulsores del movimiento de las “Causeries populaires”, Charlas populares,pero al margen del estado y entre semejantes para debatir y conversar sobre arte, historia, ciencia o filosofía; también se presentó a las elecciones de una barriada de París como “candidato abstencionista” en una manera de promover la posición anarquista de la abstención.

Su desaparición fue traumática, pero generación en generación quedan sus escritos y obras, la más conocida “Contra los pastores, contra los rebaños”, lema que preside nuestra publicación y que es un recopilatorio de todos sus textos, la mayor parte de ellos publicados en L’Anarchie, en los que “no deja títere con cabeza” y arremete contra los unos y los otros, represores y reprimidos; textos como “el criminal es el elector” o “discurso a los reclutas”, profundizan en la filosofía del anarco individualista francés.

Se ganó el aprecio de la escena anarquista parisina en particular (y francesa en extensión) de la Bellé Epoque en la que se desenvuelve perfectamente, destacando como un brillante orador, agitador y enérgico propagador del ideal anarquista en París y alrededores. Militó en el grupo “Les Iconoclastes” y fue uno de los creadores de la Liga Antimilitarista francesa. Una de las particularidades que hicieron brillar y destacar a Libertad era su concepto activismo anarquista como “alegría de vivir”, organizaba con frecuencia fiestas, bailes y excursiones al campo; para él, el disfrute y la felicidad no estaban reñidos con los postulados de anti autoritarismo, rebelión..., sino más bien compatibles. Libertad rompía, de esta forma, con el estereotipo y prejuicio establecido del anarquista huraño, enfadado y 17


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Todo humano tiene una historia… de Anarquía

/ David Martínez

La inconformidad y la tenacidad de cambio han ayudado a germinar en algunos humanos un sentimiento puro e inevitable de anarquía con el cual liberarse de su decadente entorno. Los cómodos con lo ya establecido susurraban que esos humanos se rendirían y volverían a reacomodarse, que esos humanos perderían las ansias de volar. Esos humanos que, en su forma de ser o en alguna etapa de sus vidas, adquirieron y ahora llevan consigo una pizca de marginalidad, esos humanos a los que tildaban de ordinarios por no ser igual de sumisos a los demás acomodados, volverían, tarde o temprano, a la normalidad. Y esos humanos con furia en sus ojos, con anhelos de libertad y con nada de que perder, un día como cualquier otro día, se escaparon de todo, de los oprimidos y de su acomodado mundo de opresión. Nunca se sentaban a escuchar sus opiniones, lo que pensaban, lo que decían. A nadie les importó ellos y a ellos no les importó nada. Ellos eran profundos amantes de la vida, de la sed de libertad que, por gozar así sea un instante, morirían y que, en forma de sueño, en ellos despertaría. Más de un millar de historias, si la cuenta no me falla, se murmuraron de aquellos humanos que se marcharon, ignorando los chismes, las críticas, el qué dirán y las burlas. En ese momento las razones no importaron. Las banderas negras que portaban consigo se convirtieron en alas con las cuales volaron lo más lejos posible de ese mundo tiránico y conformista del cual emergieron. Pasó el tiempo y los acomodados, igual de sometidos que cuando los humanos partieron, se dieron cuenta de la necedad de sus palabras y actos. Se dieron cuenta porque esos humanos de alas negras nunca sucumbieron ni se rindieron. Ellos han regresado, con una mirada de satisfacción, pero con ojos exhaustos y una enorme sonrisa en sus rostros dado que sus sueños realizaron. Porque esos humanos con furia en sus ojos, con anhelos de libertad y con nada de qué perder, un día como cualquier otro, se escaparon de todo, de los oprimidos y de su acomodado mundo de opresión. Nunca se sentaban a escuchar sus opiniones, lo que pensaban, lo que decían. A nadie les importó ellos y a ellos no les importó nada. 19


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EL NEO OSCURANTISMO VIOLETA FERNÁNDEZ El año 2020 nos trajo varias sorpresas a principios de año, pero la que más preocupación ha repercutido a nivel mundial es la famosa pandemia por el COVID – 19, un misterioso virus que nos encerró a todos en casa. Pero, ¿Es normal que de la noche a la mañana asumamos este estado de emergencia como si la vida siguiese su rumbo? ¿Acaso los gobiernos nos cuidan manteniéndonos encerrados en nuestras casas? ¿Es necesario privarnos de algunas necesidades para mantenernos a salvo? Pareciera que fuese así, que, en esta concepción del mundo, la única forma para cuidarnos sea no salir de casa, pero estando encerrados sin salir a las calles, sin conocer la verdadera realidad en la que se está viviendo, desinformándonos más con cada noticia que sale en los medios de comunicación, lo único que hacemos es encerrarnos en nuestras burbujas, en el mito de la caverna. Desde siempre se ha sabido que los medios de comunicación son un método más para adormecer a las masas populares, entonces, ¿Porque creer en las noticias? ¿Porque creer en las estadísticas y la palabra del presidente de cada país? Pareciera que nos quieren tener sumisos, más esclavos, más maleables, con cada restricción y “norma” impuesta, mientras el verdadero pueblo muere de hambre. Habían dicho que la cuarentena es un privilegio de clase, y reafirmamos lo expuesto, mientras las grandes industrias se reforman para seguir reinando, enriqueciéndose con los cambios otorgados, y las familias de clase media, los aburguesados o como fuesen catalogarlos, no les importa lo que pase alrededor de las calles, de las provincias, del país, mientras se mantengan seguros y cómodos bebiendo vinos o la más cara botella de whisky, por otro lado, el proletariado, el comerciante ambulante, el campesino, y toda clase trabajadora, la que tiene una economía de subsistencia, desacatan las órdenes impuestas por las medidas del gobierno de turno, pero no es por que no tienen miedo, claro que el miedo los tiene dominado, pero es mayor la necesidad, el bendito factor económico de la cual un sistema caduco nos ha hecho dependientes, que fuerza a salir a las calles, a vender y revender todo lo que se encuentre al alcance de venta, como si ya estuviese planeado que las parias del planeta, los más descuidados por el gobierno, mueran, ya

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sea de hambre o de enfermedad. Pareciera que nos quieren reajustar a una nueva forma de vida, más virtual, más homogénea, más controlada. Con promesas de una “Nueva convivencia” no hacen más que descaradamente dar a conocer medidas de restricción, tan dictatorial, como no salir acompañados a las calles, o no reabrir los comercios que no son necesarios, como queriéndonos moldear para abandonar lo que sabemos hacer y producir, y que solo nos convenzamos de que trabajar por internet, estudiar desde casa con los parámetros del estado, adquirir celulares inteligentes, laptops, tablets, computadoras, y demás cosas nos ayudará a superar la crisis de una pandemia, nos están dominando sin saber, una vez más, sin poder reunir, pensar y declarar abiertamente hacia nuestros amigos, parientes, personas con las que uno laboraba las ideas que profesamos, porque ya es sabido que exponer ideas por medio de las redes sociales o cualquier medio es exponernos al peligro inminente de que la policía te rastree y encuentre el lugar de donde estés haciendo esas publicaciones, en las redes sociales no se puede ¡Publicar, ni comentar ni opinar abiertamente! Pareciera que el mundo cambia para bien, por la descontaminación global, y la restauración del ecosistema. lo que es de la madre naturaleza, solo madre naturaleza lo restaura, pero qué hay de sus hijos que han sido privados de su libertad, de aquellos que siempre han sido criados en granjas, en avícolas, en cárceles de exhibición, malditos las empresas que lucran con el bienestar animal. ¿Qué pasará de aquellos que sufren en los zoológicos, si no hay entradas económicas para sustentar su comida? ¿Muchas más vacas, cerdos, pollos, y otros animales serán sacrificados para alimentar a los que pueden comprar embutidos y enlatados? Repensemos la sociedad de consumo a las que nos trajo todo esto, no solo los seres humanos sufren, repensemos la idea de una liberación humana y animal, o sino la explotación y la esclavización llegará a todxs. Ya no habrá y dudo que un futuro cercano habrá la poca libertad que teníamos antes, reuniéndonos, asistiendo y realizando conciertos, revueltas, huelgas, plantones, porque si ahora nos reprimen con una mentira tan fascista como la que vivimos, dejando a la deriva a nuestros compañeros, más adelante aceptaremos que la policía nos reprima solo por no llevar mascarilla o no caminar prudencialmente, o reunirnos para discutir o debatir, porque cualquier pensamiento revolucionario en estos tiempos la van a opacar disfrazando a la represión de bienestar social. Pareciera que ese nuevo régimen global, titiriteros de grandes magnates y líderes políticos, quiere darle al botón de reinicio y borrar a todo aquello que ya no sirve, arrasando a su paso a los más desprotegidos de la sociedad, pareciera que nos adentramos a un nuevo oscurantismo del cual no nos tardemos XV siglos en salir de ello, el viejo sistema caduco está jugando al ajedrez, sacrificando una vez más a sus peones.

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únicos días lluviosos y fríos que deberían haber, se presentan dentro de las personas, ahí donde residen las verdades y cuando les viene la melancolía, se les hacen charcos que les pesan en el cuerpo que hacen que no quieran moverse hasta escurrir por completo.

El desierto de las memorias Sinyu Capítulo 1 del libro Sociedad ADLN Cierro los ojos y aún así puedo mirar en mis memorias calcinadas las viejas visiones de aquellas paletas humanas derritiéndose, mientras vestían su luto en el negro dolor, sometiéndose a los embates de las olas transparentes que los inundaban en intangibles mareas de sol por la tarde, la calurosa de ese año. Les recuerdo aún emergiendo de cada tropel rusiente, expelidos del sol, mientras que aquellas paletas marchaban en largos y pesados pasos por las colinas, con sus rostros escurriendo a chorros el suplicio salado, deshaciéndose hasta los huesos .

Aquellos recuerdos permanecen, sobre todo cuando subimos aquellas colinas, cuando los Santos solían ser un paraje distante a la ciudad; entonces, caminamos entre los calores del día, como camellos en el desierto, todo para ver cómo enterraban al viejo, ¡y vaya que si lo enterraron!, bien profundo, hasta donde no pudo volver ni en pensamiento, porque nadie quería hablar de él, se esfumó con los últimos terrones cálidos de polvo y tierra seca que le cubrieron hasta hacer otro montículo, como si las colinas no bastarán en ese lugar, al que coronaron con crisantemos y claveles blancos, para terminar rematando el montón con una cruz con el mensaje de “Tu esposa e hijo te aman”.

Por entonces tenía 7 años y era la primera vez que experimentaba lo más parecido a ser quemado vivo, nunca olvidaré el infierno de ese dia, porque ese dia, fue el que enterramos a mi padre.

Es esa la oscuridad que aparece cuando los párpados ven por uno a plena conciencia, un viaje profundo que remonta a ese pasado y trato de partir al instante donde sabía que la vida seria una mierda. Tuvieron que pasar diez largos años entre la falta de aquel hombre y el autodescubrimiento de su vástago para que otra vez sintiera que la vida era algo más que un cuerpo que tarde o temprano terminaría al fondo de un hoyo, más que un hoyo, un horno de tierra seca al que todos llegaríamos, tarde o temprano.

El cementerio de los Santos fue el último lugar de descanso para aquel viejo soberbio, aquel que fuera mi padre, y es que al fin pudo permanecer en un lugar sin huir de sí mismo, o al menos eso decía mi madre en las escasas veces que se le mencionaba el recuerdo de su único esposo. Uno crece creyendo que la muerte se hace presente en días lluviosos con cielos nublados mezclados con vientos helados que se te meten en el alma, pero no, cuando llega, se presenta seca, inesperada, como un buen acto de magia bien logrado, alguien desaparece así como si nada y nunca lo vuelves a ver, nadie te dice nada y todos te miran con gran lamento, como apiadandose de ti; justo como si tu fueras también el muerto, y es que los

No importaba, o al menos eso quería creer, que el tiempo que me tocó estar sin el viejo, tuviera que soportar las burlas y el estigma del huérfano de padre, pensar que entonces estaba solo y que las frustraciones de los otros monstruos terminarán en mi, a veces como insultos, a veces como golpes, y 22


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ni hablar de las parejas de mi madre, cada uno más empeñado en superar al anterior por sus grandiosas cualidades en el alcohol, en el soborno, en deudas, en las drogas, y es este último, el de las drogas que fue el que mejor me comprendió, eso antes de que se fuera al carajo por sobredosis. Ninguno duró lo suficiente para convencer a mamá de que una pareja seria era la mejor opción, pero si duraron los suficiente para tener la confianza de creer que podían educarme, y vaya que aún llevó su educación en las marcas que cada uno dejó con cables eléctricos, botas de casquillo o los cigarrillos en la espalda. También fueron diez años de maestras repetidoras, maquillistas, candidatas a críticas de espectáculos, obsesionadas con enviar a todos al psiquiatra, por qué no entendían qué le pasaba al niño que no podía adaptarse a los demás. Esos diez años fueron de búsqueda interminable, hasta escuchar aquel nombre por primera vez...

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LO VÍ PABLO SÁNCHEZ ZEGERS Ví un lumpen robando una tele. Ví a otros, atracando farmacias, con los ojos rojos por los gases lacrimógenos (que hacen llorar y acumulan rabia, a la vez) … y sus mandíbulas corriendo libre. ¿En sus manos? Pañales y una botella de alcohol, porque también caían templos como son las Botillerías o las Iglesias, ¡¡os lo juro!!. Una señora les gritaba enfurecida Y ANTI democráticamente: “Esta Marcha no es para robar, ESTÚPIDA”. ¿Cuántas veces habrá oído esa frase el chaval que corría… ¿en su mano? MERCADERÍA. Ví a muchos más, eran una turba de lúmpenes, reventaban entre todos la entrada de un Super, más grande que DIOS. Más grande que EL cabro mismo. Por lo menos daría trabajo a 20 cajeras y 5 seguratas. Y, seguramente, 2 perkines habían recibido su buena ración de empleo. Los 2 perkines, apuraos, por la CRESTA, apuraos … (horas antes de que sus alrededores olieran a humo, alegría y vandalismo) … construyeron rápida y dignamente, como todo buen obrero, una protección cojonuda para defender, en este caso, el SacroSanto Supermercado. Estas personas no eran lúmpenes, por cierto, para nada. Sino, seguramente, honradas ciudadanas. Ellas no esnifan matarratas, qué va. Prefieren cocaína y, si les va bien el mes, buen whisky, como la gente de dinero. Aunque no tengan demasiado de eso… También ví, mientras flipaba, un Pueblo entero, se desarrollaba, en la cara del Poder, como unos notas, ¡aseguraban!, la tienda de una gasolinera, justo antes de que los chavales, más listos que un LISTÓN reventaran la tienda de ella, son tan caras... Pero no creáis que ahí se detuvo mi visión, juro haber visto a un joven con un palo en la mano, cara de malo, entrar a un auto de cristales tintados. El conductor arrancó como alma que lleva el diablo después de un atraco a un banco. Pero nada habían atracado … aún. No sé, creo que eran lúmpenes. Alucinaba, cuando me dí la vuelta, ¡la policía!. A toda hostia. No. Espera. Me equivoqué, era la gente de un “Pueblo Colérico” contra el Capitalismo la de mi visión. Lo juro. Pude ver cómo pegaban a un muchacho que había sacado unos costillares de un supermercado. Dicen que en Chile, para celebrar: mucho alcohol, cumbia, borrachos y borrachas, se hacen asados… Algo querría celebrar el joven, o revender, para poder celebrar su miseria, con alguien o con Histeria. Se repite la Historia. Mierda. Seguí soñando con una frase que me dijo mi padre con 16 años, justo antes de salir con mis amiguetes: Hijo, no me jodas, ¿para qué coño te vistes de pobre?... Pero preferí despertarme, encendí la tele y ví a un tipo con cara de listo diciendo que el problema quizás no es la desigualdad, sino que todos queremos asemejarnos a la gente de dinero. Y, en fin, yo, ahora que hay tan buen internet y tanto SIDA viral, alguna vez he visto lúmpenes atracando supermercados, sacando dinero de las cajas registradoras y …[s…i…l…e…n…c…i…o]…quemándolo. Así que hoy, paso, si, paso de dormir, ¿para qué soñar?, si la realidad volvió a superar al sueño de anoche.

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Cuando Superman decidió quitarse la vida Beatriz Eloísa Fue a buscar a su ex – archi –enemigo, Lex Luthor. Si mal no recuerdo debía ser alrededor del ochenta y siete, ochenta y ocho, del siglo veintiuno, claro. Lex seguía igual de pelado que siempre. Gozaba de libertad condicional después de haber cumplido un tercio de su condena. El juez interviniente se la había dado por lo extremadamente prolongada que había sido su estancia carcelaria -la cual se calculaba en ciento cincuenta años-, situación no prevista en la ley. Hacía cincuenta que vivía en una casa quinta en las afueras de una ciudad de Sudamérica, probablemente Buenos Aires. Lex cultivaba hortensias en su jardín cuando llegó Súperman. -¡Hola!- Lo saludó en el momento en que lo distinguió de un pájaro o de un avión, como en las viejas historietas. Súper bajó y se paró en medio del agua corriendo por entre algunos árboles. Cualquiera que lo hubiese visto en alguna de sus películas se hubiese dado cuenta de su desmejora. Claro que el ahora de este relato es muy posterior a cualquier tiempo que ustedes o yo hayamos vivido. En este ahora que cuento prácticamente nadie recordaba la existencia de superhéroes como Súperman. -¡Cuidado!- Alcanzó a decirle Lex, -es agua de reuso…. Pero su compatriota interplanetario ya había pisado y generado pestilencia. Súper sacudió sus zapatos ya irremediablemente sumergidos en el barro amarronado del agua de riego. -Hola – contestó, sonriendo una copia de su sonrisa cinematográfica. –Te sorprenderás de mi visita – agregó. -Nada me sorprende – Lex se sacó un guante de jardinería y le tendió la mano. El Hombre de Acero dudó ante la mano, pero en este momento necesitaba de Lex, así que la tomó y ambos las estrecharon con la súperfuerza de dos Kriptonianos que hacía mucho, demasiado, que no se veían. 26

-Estoy regando con hierro mis hortensias- explicó Lex y Súperman miró atentamente. –El hierro lo es todo… -Por supuesto- interrumpió el superhéroe que antes vestía calzón rojo por fuera de las calzas azules. –Si lo sabré yo…soy un hombre de acero… – Más que nada en jardinería el hierro es un nutriente importante – siguió Lex como si no oyera, – las hortensias morirían pálidas y mustias si les faltara. No les llame la atención el léxico argentino de nuestros protagonistas. Si ni bien vinieron de su planeta Kriptón el siglo pasado hablaban inglés, qué habrá que les impida hablar castellano para que les entendamos, ¿no? -Ajá – alias Clark Kent levantó las cejas. –Tengo que hablar con vos, es urgente. Lex levantó su cabeza pelada brillante. -Pasemos adentro si querés – le dijo. Lex y Súperman avanzaron por entre los canteros. La casa estaba construida en el centro de la quinta, en las afueras de la ciudad. Tenía tejas rojas y una galería de baldosas blancas y negras. Olía a cera de pisos. -¿Y el jopo? –Preguntó el dueño de casa, una vez que se sentaron en cómodos sillones de hierro forjado.


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Súperman levantó las cejas. Hacía cuánto tiempo que había abandonado el peinado a la gomina. Sonrió con tristeza. -Y, era difícil de mantener, trabajando en la fábrica…-contestó. Cuando pasó de moda el ser superhéroe con capa, calzas y slip por afuera había conseguido trabajo como soldador. Había sido un tiempo difícil. Se habían ido a vivir juntos con la Lane. Época en que Luisa no podía quedar embarazada y se sometían a tratamientos en los distintos centros médicos del mundo. Ella no soportaba viajar volando por el aire, decía que tenía vértigo y frío. Resultó que viaje va, viaje viene, había quedado, ¡al fin!, encinta. Sin embargo, el hijo no era descendiente del kriptonés, sino más bien de un médico especialista en fertilidad, la suya propia, en este caso. Algo de esto había trascendido por los medios, llegando a oídos de Lex. -Sí, es complicado vivir en este planeta–. El antihéroe recordó la cárcel, cuántos compañeros habían pasado por su celda… casi todos ya fallecidos… hombres falibles y mortales. Ambos súper hombres suspiraron. Distraídamente Súperman tomó uno de sus zapatos embebidos en barros y los lamió. Pasó el otro a Lex Luthor que también los probó. Los oriundos de Kriptón en la Tierra no necesitan alimentarse más que con agua y unos pocos minerales presentes en el barro de alcantarilla. La necesidad de aparentar humanidad hacía que se sentasen a la mesa y probaran la comida, la cual les producían flatulencias y dolores de intestino. -Necesito kriptonita – dijo Súperman al rato. Lex levantó las cejas, si su ex archi enemigo odiaba ese material. -¿Pasó algo? ¿No estabas trabajando vos? Se refería al trabajo de radiólogo de Súperman. Su poderosa visión de Rayos X le había dado la posibilidad de desarrollarse en ese campo de la medicina, observando e informando sobre pacientes en el famoso Hospital Hopkins. -Sí, pero se descubrió que nuestra visión es cancerígena, ¿no sabías? Ahí me echaron y me obligaron a usar estos – Súperman sacó de

un bolsillo un par de anteojos. –Son de plomo transparente. Lex Luthor pensó en sus compañeros de celda muertos. Muchos de ellos de cáncer en distinta partes del cuerpo. ¡Haberlo sabido! -Necesito la kriptonita –insistió el viejo superhéroe. –No tengo más razón para vivir… No tengo hijos, ni nietos. Ya hace doscientos años estoy acá… me cansé. Necesito salir. Sé que vos y yo no nos llevamos…pero es una gauchada, la única que te pido. Ahí se quebró y empezó a llorar. -Bueno, bueno – lo tranquilizó el súpervillano. –Vamos que te preparo unos mates… Ambos hombres entraron a la cocina de la casa. Uno doblado y triste, el otro más paternal, sosteniéndolo del brazo. Parecían ancianos y débiles. El dueño de casa prendió el gas y puso la pava. Mientras el otro se sonaba la nariz ruidosamente con un troza de rollo de cocina. -Perdón, hace mucho que no lloro. Ambos se sentaron a una mesa chiquita que se ubicaba en el centro de la cocina. Sin darse cuenta las manos se les entrelazaron. -No la tengo – dijo al fin Lex. -¿Cómo? -Eso, no la tengo. No hay más. La kriptonita la destruiste. En el episodio que casi te mato en Japón. ¿No te acordás que te fuiste y volviste bastante bronceado para la foto de la revista? Súperman no se acordaba exactamente de ese episodio, pero no dudó de la palabra de su ex – archi- enemigo. Se quedó en silencio un rato, mientras sorbía por la bombilla. El sabor amargo del mate le gustó.

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Rodolfo Zamora Damonte Comunicado final de un resentido social

(que ustedes solo tienen con bienes materiales). Quédense en su mundo de banalidades y estupideces al por mayor, diálogos inconexos, carencia de ¡Señoras y señores! ¡Damas ideologías, recreaciones y caballeros! Me dirijo a vomitivas cargadas de ustedes a fin de comunicarles excesos “estimulantes” que la inmensa mayoría (de otra manera no se de ustedes me da asco divierten) , falsos ídolos, ¡visceral asco! Por ende falsas estructuras de poder, me retiro de su pestilente ignorancia, falta de cultura, mundo de vanidades, su atropello de la cultura, “viveza asqueroso universo de criolla”, desamor, marcas, maquiavelismo barato y me apariencia, tetas, culos, dirijo definitivamente a ese pectorales, pijas grandes, porcentaje que integramos Speed, éxtasis, libros de mis beautiful losers y quien les autoayuda, falso under, falta habla. de huevos y ovarios, hijos sin Viviremos cómodamente reconocer, familias que solo rodeados de nuestros laburos lo son a la hora de la foto, que bien supimos ganar, títulos heredados, títulos nuestra bella música que colgados, títulos comprados, solo nosotros escuchamos, miseria humana, mundana y nuestros libros que solo corrosiva. nosotros leemos, entendemos Nosotros estaremos bien, y analizamos en reuniones ustedes también, pero lejos, con carne al asador y bebidas muy lejos unos de otros. espirituosas que nos hacen Si existe un dios (o como feliz el espíritu y la capacidad se le quiera llamar a esa de análisis, nuestros códigos figura) que me dé jazz, rock, no-cifrados que nos unen fusión y no la música de más que comunicarnos, mierda que escuchan para nuestros sueños y objetivos ir lubricando sus vaginas hechos maquetas siempre y levantando sus penes mentales, nuestra imaginación próximos a una penetración (capacidad que ustedes no casual y desinteresada, que tienen) y nuestra completud me dé amigos que contengan

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y no que retengan dentro de su manada consumista y careta, que me dé mujeres que se hagan respetar y no gatos ocasionales, que me dé hombres con coraje y no mequetrefes, aún con músculos, que no se la juegan por nada ni nadie, que me dé niños que jueguen al fútbol y no a la play, que me dé humanos creativos, que en sus tumbas sea posible poner alguna canción, algún poema, algún dibujo que crearon con imaginación y no con imágenes, que me siga dando un nombre y no un apodo, que no me dé laburos por conveniencia sino por vocación, que me dé fuerzas para ignorarlos a todos ustedes y que eso sea recíproco. Amén.


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APOROFOBIA FABIÁN BUSTOS ROJAS

Reaccioné... todo estaba negro, pero ella contaba conmigo. La boca me sabía a sangre y sentía los ojos desencajados. No lograba enfocar la mirada. «¡Gonorrea!», fue la primera palabra que se me vino a la mente. La lluvia me tenía completamente empapado; me ahogaba. Como pude me di la vuelta y vacié casi por completo mi boca llena de agua con sangre; me tragué lo que quedaba. Apoyado en mis manos, con debilidad, intenté ponerme en pie. «¡Rápido, rápido, rápido!», me repetía angustiado. La fuerza del brazo derecho, con el que aún sostenía la resplandeciente armónica, me falló y volví a caer; siempre había sido más fuerte del izquierdo a pesar de ser diestro. Temblaba. Los pasos de los tres tombos que corrían hacia mí se oían acercándose cada vez más deprisa, más cercanos. Tuve miedo, mucho. «¡Ni mierda, así no!, ella cuenta conmigo», me dije con fiereza. Apreté las muelas. Conseguí pararme al segundo intento y, no sé cómo, pero salí a correr, más rápido de lo que alguna vez lo había hecho. «Mi vida... perdón». Doblé ágilmente al final de la cuadra. Alcancé a dar algunas zancadas más y desde esa misma esquina, donde había llegado el tombo más rápido, escudado en un poste torcido como si yo pudiera herirle, escuché un totazo. —¡¡¡Pammm!!! La calle estaba casi vacía esa mañana, como era lógico. El cielo oscuro no paraba de bañar a toda la ciudad. Vi de reojo el movimiento de algunas ventanas de la cuadra que la gente asustada cerraba de golpe. Como si un pedazo de vidrio fuera a detener una bala... la fe... yo la había perdido. —¡¡¡Quieto, gran hijueputa!!! —gritó, con la pistola de dotación aún humeante, el patrullero Espitia. Sonó un disparo más. De repente, sentí mucho calor en la espalda; quemaba. Un corrientazo me atravesó el espinazo y cosquilleó en las plantas de mis pies. Di el último paso de mi vida, esquivando un charco en la bajada de un andén, y caí estrepitosamente sobre mi cara. No me respondieron las manos cuando intenté ponerlas, y por el golpe, sentí que me volé un par de dientes. «¡La armónica! Aún la tengo». Llegaron mis tres perseguidores juntos, armando gran alboroto, dando estruendosas pisadas con aquellas pesadas botas. Jadeos y respiraciones agitadas disipaban el silencio. Sentí que se me iba a salir el corazón; no podía respirar bien. Las cortinas, curiosas por la escena, se abrieron después de algunos segundos. Con las armas

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en la mano, apuntándome a algunos pasos de distancia, como si yo pudiera herirles, empezaron a gritarme con palabras que no alcanzaba a comprender. Tan sólo podía pensar en ella... —¡Quieto, quieto! —rugió la patrullera Orozco, mientras pateaba mi mano derecha, arrancándome la armónica que fue a estrellarse contra una pared. —Perdóname... —susurré con mi último aliento. Orozco pensó que se lo había dicho a ella, arrepintiéndome del delito, y se compadeció. Me arrepentía, pero de mi estupidez. Pensándolo bien... no era tan necesaria aquella armónica. Nuestros caminos se cruzaron un par de veces, afortunada y desafortunadamente. La primera, Pablo ni siquiera notó mi existencia, aunque la suya para mí resultó arrolladora, como un puñetazo en la cara... A pesar de que esa noche un escaso par de metros nos separaba, y aunque sólo fue una mera casualidad que mis ojos, que curiosos escudriñaban a la nada, terminaran chocando con su poderosa figura, aquella noche me robó algo. Conseguí sentirlo de inmediato, pero no lo supe con claridad ni lo comprendí, hasta una mañana lluviosa una semana después, en nuestro segundo encuentro. Salí de clase a eso de las siete, como ya era rutinario los martes en la noche. A esa hora los buses iban muy llenos, así que preferí ‘matar el tiempo’ mientras bajaba un poco el trancón para poder ir a casa a descansar. La cuarentena estaba decretada a nivel nacional desde la media noche; el virus se empezaba a esparcir y la decisión fue restringir la salida de casa a las personas. Caminé lentamente y le compré un tinto a un compañero; tuve que caminar aún más lento para no regarlo. Me senté en un rincón alejado con las piernas cruzadas, saqué mi cajita negra del deshecho morral viejo, y de ella mi preciada armónica dorada. Tomé un sorbo cautelosamente... me quemé, así que lo dejé de lado mientras se enfriaba; estaba rico. Recordé algunas de las notas que me había enseñado mi abuelo, Noé, aquellas noches en que nos cortaban la luz en la casa, al calor de las velas. Yo mismo le había pedido que me enseñara... por las películas de vaqueros gringos que él mismo me ponía a ver. Además, me gustaba porque era un instrumento pequeño, no como las engorrosas guitarras o las ruidosas trompetas. Y empecé a tocar.

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No era muy bueno, tengo que reconocerlo, porque lo hacía muy de vez en cuando, cuando no había nada más que hacer. Sin embargo, me entretuve un buen rato. Me prometí practicar un poco más seguido; si iba a estar encerrado en la casa tendría un poco más de tiempo. No recordaba bien cuándo había sido la última vez que había tocado; hace unos meses, tal vez. Después de unas tres horas, se acercó un vigilante sigilosamente. —Buenas noches —dijo, en tono amigable—, la universidad ya está cerrando. ¿Sería usted tan amable?... —Señaló, con la palma abierta, una de las porterías. —Buenas noches. Sí, ya en cinco salgo. —Colabóreme, gracias —dijo, retirándose con las manos en la espalda, en busca de la siguiente persona sentada varios metros más allá. —Ajá. Por reflejo me tomé el último sorbo que quedaba del tinto ya helado... «¡Carajo! ¿Por qué no dejé ahí el cuncho?», pensé, mientras escupía con gesto de desagrado en el mismo vaso desechable el trago que aún retenía en la boca. Guardé rápido mi armónica en la cajita negra y en la vieja maleta. Me puse de pie y me dirigí al bus. Tenía que hacer un transbordo, así que cogí uno que me llevó hasta la siguiente estación, ahí me bajé y me dispuse a esperar mi nuevo transporte. Era tarde, las calles comenzaban a vaciarse. En la noche la ciudad regurgitaba hacia los barrios periféricos, como un chicle ya insípido, a las personas trabajadoras que había masticado todo el día. Sólo bastaba mirar los rostros cansados y sin aliento que aguardaban los últimos buses de la noche a mi lado. Alcanzaba a percibir las piernas pesadas, los ojos hundidos y las cabezas que se ladeaban en busca de su propio hombro para tomar descanso. De repente, arribó un bus casi vacío en el sentido contrario al que yo me dirigía, ahí vi a Pablo. Mantenía la mandíbula clavada en el pecho y la mirada en el suelo, sosteniéndose a ambos lados con las manos empuñadas, firmes y decididas, como quien procura tomar impulso. Parecía impaciente. Sus piernas se veían deseosas de andar, pero chocaban con las puertas, que cortaban su movimiento desenfrenado. Gesticulaba, y hasta alcancé a ver que movía la boca dándose consejo. Como por espasmo levantó la cabeza y observó a lado y lado en forma fugaz. Se veía ensimismado. Esperó impaciente esas fracciones de segundo a que las puertas se abrieran, se notaba que las sentía como horas completas, las contracciones de sus piernas lo delataban. En un movimiento rápido puso sus manos en la unión de las puertas, como intentando abrirlas por la fuerza. Yo sentí su desespero; que se ahogaba

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ahí dentro; que necesitaba escapar como si aquel bus estuviera inundado de agua y ya no pudiera respirar. Inconscientemente di un par de pasos hacia él para socorrerlo. La puerta se abrió con su característico pitido. De un salto se encontró afuera, como desubicado, sin saber a dónde ir o qué hacer. Se ralentizó su frenético ritmo. Dos vacilantes pasos más y puso las manos en su cintura. Vio que venía otro bus e instintivamente salió a correr tras él, como ‘Negrito’, el perro del barrio que me perseguía cuando iba en bicicleta. Por el ruido de sus pisadas en el aluminio de la estación de buses, la gente volteó a mirarlo. Pareció no importarle demasiado. Cinco o seis zancadas y se detuvo de golpe con un brinquito que cortaba la carrera. Se puso las manos entrelazadas atrás del cuello, y nuevamente con indecisos pasos dio la vuelta como volviendo al punto de arranque. Sus manos se resbalaron de su nuca, llegando a su pecho, y se detuvo aterrizando su fuerte mirada en el suelo, tan incisiva que tuve que percatarme por si perforaba un hueco en él. La gente comenzó a alejársele disimuladamente; a esquivarlo, pero él parecía no darle la menor importancia. Me produjo la sensación de que él era el único humano en el mundo; los demás parecíamos haber desaparecido, estar fundidos con el frío aluminio de la estación de buses o ser parte del cableado eléctrico. Nos convirtió en nada, en sombras. Se congeló durante lo que a mí, que no podía quitarle la mirada de encima, me pareció una eternidad. Y de la nada, tal como había llegado, con violencia alzó la frente al tiempo que con la mandíbula, forzada al extremo, dio un grito mudo con el que casi me tumba. Afortunadamente me logré agarrar de la curiosidad que me producía, aunque puedo jurar que me hizo trastabillar. Absorto, nunca había presenciado algo semejante. Vi que algunas personas más también se recogieron de hombros ante la inesperada acción. Yo creía, hasta ese momento, que por regla cuanto más estridente, desgarrador y ruidoso fuera el grito, más sentimiento albergaba y transmitía. Pero no. Nunca había sentido tanto dolor en mi vida, me recordó cuando en quinto de primaria Nicolás Martínez, jugando, me pegó un balonazo en la entrepierna, o la vez que mi mamá me había roto un pedazo de leña en las nalgas como castigo; todos mis dolores juntos, inclusive cosas que no había recordado en años. Intenté recobrarme un poco, pero era imposible. Rompí en lágrimas silenciosas, como su grito. Todo a mi alrededor, salvo su presencia, desapareció. Me había atrapado con él en un cuartico diminuto: el mundo. Sólo él y yo.

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Seguía gritando, mientras lloraba desconsolado y fruncía las cejas en señal de desconsuelo. Se agarraba la cabeza y se halaba del cabello con violencia. Las venas de su frente parecían a punto de estallar. Se dio un puño en el estómago y quedó doblado en el piso. Nunca emitió sonido alguno, pero yo lo escuchaba todo en mi cabeza. Su dolor, su rabia, su miedo... todo. Levantó un poco la mirada, después de permanecer quieto unos segundos, y justo cuando sentí que su mirada iba a impactar la mía, como un balazo que me iba a terminar de derribar, pitó un bus, que pasaba en el sentido en que había llegado, llamando su atención. Se incorporó sin limpiar sus lágrimas, y salió corriendo tras éste. Batiendo sus piernas como atleta que aguarda al disparo de arranque esperó impaciente; finalmente se abrieron las puertas y se montó. Así le vi desaparecer, en la última ruta antes del inicio de la decretada cuarentena. Pocos minutos después, llegó mi turno, me limpié los restos brillantes de lágrimas que permanecían en mis mejillas y me fui a mi casa. No dejé de pensarlo ni un segundo durante todo el trayecto. Me arrepentí de no preguntarle qué le pasaba... Tal vez hubiera podido brindarle un abrazo, un apretón de manos y mi atención; escucharlo... Quizás podía haber hecho algo por él, por su pena... Esa despejada noche llegué abatido. Había observado de camino largas filas de gente adquiriendo víveres; en el barrio se respiraba una atmósfera de incertidumbre. Nunca fuimos de dinero, pero en mi casa había suficiente; por mi madre y mi hermanita menor, de un año, no me preocupaba. Tuve ganas de tocar la armónica en mi habitación mientras pensaba en aquel perturbador hombre y el intempestivo suceso. Me había robado algo... Recuerdo que no me sentía muy bien esta mañana. La cuadra helada parecía bastante vacía. El convulso ajetreo, unas horas antes, de la gente obligada a dirigirse a su trabajo, aún a pesar de las restricciones de movilidad, y que consiguió despertarme a regañadientes, se había difuminado como el humo de los buses en que se embutieron. En ese momento reinaba el silencio. Era temporada invernal y en la carrera once, en un barrio al sur de la ciudad, llovía y granizaba torrencialmente, aunque diez minutos antes, un sol infernal me había obligado a abrir la única y pequeña ventana de la pieza. Ante la tremenda quietud del ambiente, en casa retumbaban los más despiadados gritos; ya eran costumbre. Extrañé y agradecí que doña Graciela, mi vecina de abajo y dueña de la casa, no le pegara con el palo de la escoba al techo reclamándome. Tan sólo alcanzaba a escuchar a ‘Mandy’, la perra de doña Graciela, que mostraba con

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sus ladridos la impaciencia que le producía el constante ruido; pero Graciela, supuse que seguía acostada sobre su almohada intentando no hacer movimiento o sonido alguno por temor a espantarse el sueño. Sabía de su gusto por dormir hasta tarde. El sonido desesperante del golpe de los trozos de granizo y las gotas chocando sobre las tejas de zinc de aquel pequeño cuartito, que tenía arrendado en un segundo piso, no me ayudaba ese día. El ruido no me dejaba respirar. «Necesito música o algo», pensé, deseando romper el ruido ensordecedor. Mi pequeño cuartito, se veía más sofocante esta mañana de martes; su olor pestilente lo inundaba. En una esquina, al lado de una diminuta ventana cubierta por una gruesa reja gris que no dejaba lugar ni a sacar la cabeza, se encontraba mi cama sencilla sin atornillar, sus piezas de metal corroído por el óxido del húmedo cuartucho, estaban unidas por cordones de zapatos viejos atados entre sí. El colchón imposibilitaba cualquier descanso, los resortes que tenía adentro se sentían a través de la fina capa de tela, amarillenta del uso, que los separaba de mi piel. En el piso tenía tirados a la deriva un par de zapatos sucios, un plato blanco picado, con su respectiva cuchara; y un cuchillo de mesa ya sin dientes. Miré volar impaciente a una mosca que le daba la vuelta por quinta vez a la habitación y que fue a pararse a un tarro vacío de leche en polvo que se apoyaba a la pata de esa vieja y rota cuna de madera, que aunque sí permanecía unida por tornillos y tuercas a diferencia de mi cama, amenazaba con caer con cualquier movimiento brusco. En aquel abrumador espacio de paredes blancas, que apenas tenía colgado un calendario, escurrían algunas gotas de lluvia filtradas por el techo, mientras yo intentaba descansar, pero era en vano... no podía quedarme ni unos segundos en la misma posición. Seguía escuchando los gritos que amenazaban con romper mis tímpanos, incluso poniéndome la almohada encima de la cara. Desparramado en el insoportable catre, sin camisa, con el estómago crujiendo, despeinado y con los ojos humedecidos luchaba por poder obtener un poco de calma. Esta lluviosa mañana, en medio de los sollozos mudos que lograban escapar por entre mis dedos, con los que me cubría la boca, llenos de mi propia baba y moco, recuerdo que me pregunté con aquella mínima consciencia... si el dolor que comprimía mi pecho y me punzaba las sienes, era índice de mi decidido descenso a la locura... me sentía en caída libre.

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—¡Por fin!... —exclamé con una leve sonrisa—. ¡Perdí la razón! Estaba agotado, no veía alguna luz al final del túnel. De golpe, me levanté de la cama, tan rápido que casi se me van las luces. Tomé el plato blanco que estaba en el suelo, ahuyentando a la mosca, que ahora lo saboreaba, con la palma izquierda. No con poco esfuerzo, saqué la mano por entre las rejas de la ventana y extendí el plato. Llenarlo de agua de lluvia me costó un buen rato, pero me distraje, lo cual me pareció invaluable en ese momento. Jugué como un pequeño niño tratando de anticipar la caída de las gotas, atrapándolas con el curtido recipiente mientras evitaba los granizos, que me salpicaban la cara al estrellarse contra el agua y me golpeaban el antebrazo. Doña Graciela me había cortado el agua desde hace un mes. Después de dejar escapar algunas sonrisas, que chocaban con el ruido que aún me producía escozor, metí el plato con el mayor cuidado, aunque derramé la mitad del agua sobre la reja. Encima de un pocillo que sostenía un roído colador de tela, tenía el último poco de café molido que me quedaba desde hace una semana. Vacié el agua con trocitos de granizo en el colador hasta que se desbordó por los lados, y me tiré en el catre a seguir llorando, desesperado, escuchando cómo cada tanto caía al fondo del pocillo una gota traslúcida de la juagadura del mismo café que había reutilizado para preparar ya dieciséis tazas. Con las lágrimas que resbalaban por mis mejillas me incorporé otra vez. No aguantaba más los quejidos, esta mañana ya no. Caminé lentamente por la habitación, cuestión que solo me tomó tres pasos, para toparme al otro extremo con sus sollozos. «Mi hermosa hija», dije. La tomé en mis brazos y ella me regaló un par de preciados segundos de silencio mientras clavó su mirada expectante sobre la mía. La quise tanto... Después de cinco días de no poder brindar nada de alimento a mi niña, ella moría de hambre. Ahora los buses iban casi vacíos todo el día y la Policía me había quitado los dulces el martes anterior en la noche, como a las nueve. Lo había intentado todo y no resultaba, ya no sabía qué hacer... «No puedo verte morir así». Rompí en llanto y volteé a mirar al piso de la diminuta habitación donde se encontraba el tarro de aluminio vacío. Rechiné los dientes mientras contenía la ira, para no asustar a mi niña, que había suspendido el llanto para observarme. Me miró con un gesto casi comprensivo y trató de acariciar mi rostro magullado con su manita. A pesar de tener hace pocos meses a mi compañera de habitación conmigo, distinguía perfectamente el motivo de sus berridos histéricos e incontrolables. En ocasiones me halaba el pelo y gritaba

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con ella en medio de la desesperación. Así no me sentía tan solo. En su incómoda cuna, mi pequeñita lloraba al punto de ponerse roja; parecía que estaba a punto de explotar al siguiente berrido, unas veces, impotente, por el desespero físico de mantenerse en la misma posición por largo tiempo, otras veces por la soledad de la que le hacían participe los barrotes de madera que le confinaban, sin embargo, en esta ocasión la causa era peor... Tomé la decisión. Le di un besito a mi niña, limpié sus lágrimas, y la recosté en su cuna. Con la cuchara tomé un poco de agua del colador y mojé sus labios secos. —Ya vuelvo, mi vida, no me demoro... Me puse mi única chaqueta, tomé el cuchillo de mesa y salí rápido... para no pensarlo mucho y no arrepentirme... Las gotas de café se desprendían del colador lentamente, como despidiéndose de mí. Desde que salí de casa no consigo recordar mucho. Caminé bastante, desorientado y débil; sentía que me iba a caer al suelo en cualquier momento bajo la lluvia. Sé que salí dispuesto a todo con tal de no ver morir a mi chiquita... Arranqué los tarros de leche de las manos de alguien con la escasa fuerza que tenía y me los guardé entre la chaqueta. Forcejeamos, si mal no estoy, no creo que yo le haya matado; como si yo pudiera haber herido a alguien con ese cuchillito que llevaba... De la nada, una armónica dorada y resplandeciente cayó al suelo de algún bolsillo... supongo que del mío, no sé... Recordé el ruido aturdidor que me aguardaba y me devolví algunos pasos para recogerla del piso... la tomé firme en mi mano derecha. Mi armónica era hermosa. De niño había aprendido a tocar... Cuando la recogí un joven desde el suelo me agarró por el pantalón y empezó a gritar muy fuerte, sin embargo logré zafarme. Escuché gritos y pisadas aceleradas de algunas personas que venían hacia mí, pero no presté mucha atención, sólo sentí afán de verla... Mientras iba corriendo a mi casa a dar de comer a mi hija sonó un estruendo, supongo que un rayo o fuegos artificiales... perdí el equilibrio. Sentí sangre en el paladar. Los gritos y pisadas se acercaban rápido. «¡Gonorrea!», pensé. Alcancé a ver a lo lejos a tres tombos trotando. Se me fueron las luces y todo quedó negro... Completé rápidamente el camino a casa. Presuroso y sudado, me quité la chaqueta empapada; aún no asimilaba lo ocurrido. La sombrilla abierta había quedado tendida en el suelo, seguro ya la había arrastrado el viento o recogido alguien. Mi mamá me saludó cariñosamente sin voltearme a mirar, y mi hermanita me sonrió emitiendo con su voz un saludo indescifrable, al tiempo que batía una mano. Preciso estaban empezando los titulares. Me senté y le subí el volumen al televisor:

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... La delincuencia se está controlando eficazmente, afirma el General Cubillos, Comandante de la Policía Metropolitana. El índice de hurtos se ha reducido un 25% en esta exitosa semana cuarentena.... —¿Ya le sirvo el almuerzo, mijo? —me preguntó mientras volteaba para verme, registrándome con la mirada—. ¿Y la leche de su hermana qué? ¿No había?... —...Sí había, má... —respondí inquieto—. Lo que pasa es que... —Es que, ¿qué?... —dijo, mirándome seriamente. —... ... Se confirma la muerte del malhechor.... Al parecer gracias a la rápida respuesta de la Policía Nacional se logra dar de baja al peligroso delincuente en flagrancia justo después de cometer el acto delictivo... —Es que, ¡¿qué?!... —gritó, molesta. —... ... Sin notar que dos patrulleros y una patrullera del cuadrante permanecían atentos a una corta distancia y se percataban del ilícito, emprendiendo la persecución del peligroso asaltante... —¡No me deje hablando sola!... ¡Míreme cuando le hablo! —... Perdón, señora, es que... No venían las palabras a mi cabeza. ...El cuerpo no contaba con documentos... Aún no se ha podido establecer plenamente la identidad... Mostraron una foto en pantalla de su cara y otra de una bebecita a su lado. Tenían las mismas cejas y nariz. Era él. «¿tenía una hija?» Me estremecí. ... Dentro de sus pertenencias se encontró el cuchillo... «No dijeron que parecía de untar mantequilla...», pensé. ...que utilizaba para amedrentar a sus víctimas, dos tarros de leche en polvo que, según la hipótesis manejada por fuentes oficiales de inteligencia, le servían de anzuelo en su ‘modus operandi’... Lo entendí, esta vez sin lágrimas, pero con un profundo dolor, si me hubiera acercado en esa estación... ... Y un instrumento musical con partes cubiertas en oro que pretendía vender para adquirir insumos delictivos y posiblemente narcóticos... —Debió ser venezolano... Bien hecho. –murmuró mi mamá. —... ... Al parecer era el cabecilla de una peligrosa banda que tenía azotados a los hogares de la localidad... Se equivocó, todos se equivocaron. Su pequeña niña al fin se calló. Doña Graciela, acostumbrada a su hambre, sólo echó demenos sus berridos hasta un par de días después... por el olor de quien ya no necesita comer.

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Dedicado a Lady Joanna Arévalo González “ratona”, Alberto Ulloque Beleño, y TANTAS víctimas mortales del capitalismo y el Estado, más que del coronavirus. El hambre y ver a los seres amados sufriendo es desesperante.

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PER SONAL Edición León Darío Jaime Manso Castaño Jorge Aroca Escritoras (es) Beatríz Eloísa León Darío Sinyu Fabián Bustos Rojas Jaime Manso Castaño Aldana Pérez Violeta Fernández Rodolfo Zamora Pablo Sánchez David Martínez Diseño Jorge Aroca: deoptdnen_008@hotmail.com David Martinez: editorial.ocaso@gmail.com Sebastián González: IG @elcotauno Colaboradoras (es) David Martinez • Sebastián Lemba • María José Castellanos • Violeta Fernández • Alelí Escasany Propuestas Son bienvenidas todas las sugerencias y propuestas en cuanto a textos (ensayos, cuentos, poemas, críticas, reseñas, etc.) fotografías e ilustraciones. Si deseas hacer parte del equipo de colaboradores o tienes alguna duda, sugerencia, reclamo puedes enviarnos un mensaje o una muestra de tu trabajo al correo de la editorial: editorial.ocaso@gmail.com


David Martínez Diseñador

Violeta Fernández Escritora

Beatriz Eloísa Escritora

Jorge Aroca Diseñador



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