Revista Solsticio #9

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REVISTA

SOLSTICIO Sept. 2019

Número: 09

Editorial Ocaso


Portada: David Martinez.

Revista con enfoque anarquista.

Sept. 2019 • Numero: 09 • Editorial Ocaso

Contacto.

Telefono: +57 304 674 8600 Email: editorial.ocaso@gmail.com Sitio Web: editorialocaso.wixsite.com/ocaso Facebook: /EditorialOcaso/ Producido por Editorial Ocaso. Esta publicación está pensada para ser digital. Si desea imprimir este número se recomienda el uso de papel reciclado/ecológico. Usted es libre de copiar, distribuir, y comunicar públicamente esta obra siempre y cuando reconozca los créditos de la obra y/o autor. No se puede utilizar esta obra para fines comerciales, así como tampoco se puede alterar la obra, transformar o generar obras a partir de esta. Las opiniones expresadas en esta revista digital no necesariamente reflejan las de aquellos que la publican, todo el material ha sido revisado y corregido, editorial ocaso no se hace responsable por “daños” provocados por dicho material.

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CONTENIDO 4

El anarquista de la individualidad

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Superación

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Senderos de Alicia y los supremos

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Pájarito y mariposa

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Corazones incandescentes

León Darío

Servando Clemens

Jorge Eduardo Alcalá

Fabián Correa

Fabián Correa

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Humo

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Parálisis Gubernamental

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Beatríz Muglia

John Carlos Yunca Cruz


EL ANARQUISTA DE LA INDIVIDUALIDAD León Darío

Como todo ser vivo necesita ser social, aunque no le asusta la soledad, cual lobo solitario sin su clan. Extravagante, alocado o alguien sosegado y “normal”, no vive pendiente al que dirán. Es observador, crítico y revuelto como el viento, siempre nutriéndose de conocimiento. Muestra su repulsa al programa electoral, políticos del estado que a él no le van a estafar. De gustos sencillos y con un talante creativo, odia vegetar, quiere sentirse vivo. No es un huraño encerrado en una caverna, sólo que se se mantiene alerta a cualquier intromisión externa. Le parece un fantasma la humanidad, declara a su yo como principio y finalidad. Cristianismo, ciudadanismo, laicismo,marxismo...es infranqueable ante todo dogmatismo. Propaga su idea haciendo agitación, difundiendo su pensamiento aunque no le den la razón. Exprime sus cinco sentidos y disfruta con pasión,en lugar de esperar la utopía de la revolución. No busca convencer, no va a dar ningún sermón, se basta a sí mismo como

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libre pensador. Ni quiere esclavizar ni ser esclavizado, pero sabe que en patrón quiere convertirse el explotado. Hablamos de él, en su plena integridad, opuesto al estado, la asamblea y la sociedad. Hablamos de él, contra toda autoridad, contra la mayoría y la colectividad, hablamos de él como anarquista de la individualidad.


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SUPERACIÓN Servando Clemens

El distrito en el que vivía Pedro y su hermano menor era el más pobre de la ciudad, era el lugar olvidado de las autoridades. Habitaban una casa que estaba en las ruinas. Su padre vagaba por

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las calles pidiendo limosna para poder drogarse. Cuando la noche llegaba, Pedro y su hermano, esperaban afuera de su casa, mientras su mamá se prostituía en una de las habitaciones para subsistir. —¿Qué hacemos aquí afuera, Pedro? —Cuidamos a mamá. Si algo malo pasa, ella gritaría y yo entraría a ayudarla. —Pero estás muy chico para defender a mamá de esos señores. —Mira —dijo Pedro, enseñando un fierro con punta afilada, si uno de los clientes de mamá se pasa de listo, cracc, me lo quiebro. —¿Y por qué ya no vamos a la escuela? —Estás viendo que apenas hay para comer. Pero no te preocupes, yo sé que algún día saldremos adelante. Se aproximó un hombre de barba larga y canosa a los dos infantes. —Ustedes no merecen vivir así, hijos míos. —No hay de otra, señor. ¿O usted nos va a ayudar? —dijo Pedro. —Denme la mano y yo les mostraré el camino. Los sacaré de su tristeza. Los hermanos tomaron de la mano al hombre y lo acompañaron a la vuelta de la esquina. —¿Aceptan irse conmigo? —preguntó el hombre. —Si vamos a dejar de ser pobres, claro que aceptamos.


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Los hermanos treparon a un autobús repleto de niños. El chófer sostenía un rifle y vigilaba a los demás pasajeros. —Vámonos —ordenó el tipo de barba blanca. El conductor echó a andar el vehículo. —¿A dónde vamos? —preguntó el hermano de Pedro. A lo que Pedro respondió: —Te lo dije, nos vamos a superar. Ahora seremos delincuentes.

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SENDEROS DE ALICIA Y LOS SUPREMOS Jorge Eduardo Alcalá

I De cómo uno de nuestros personajes interpreta el significado de un programa especial de cine gore y de las consecuencias inmediatas que este acto le trajo, incluyendo salir por última vez de su departamento, dejando atrás sus escasas pertenencias. Parte de la ciudad estaba en llamas. El estado de derecho se desvanecía por las balaceras intermitentes. El ejército patrullaba estableciendo retenes y los habitantes se habían refugiado. Mientras tanto, nuevos fuegos aparentemente espontáneos aparecían en los lugares menos vigilados: los botes de basura del zoológico, los alrededores del cuartel de policía, el principal centro comercial de la ciudad. A pesar de la vigilancia especial, un mes antes se había fugado de la cárcel de alta seguridad un viejo anarquista que lanzaba consignas en contra del gobierno y que además había sido dirigente de Alicia Subversiva, un grupo terrorista basado ideológicamente en las novelas de Lewis Carroll, entre otros autores. El detective Marco Silverstone no estaba enterado de nada de esto. Él miraba en la televisión un especial de películas ultraviolentas, video juegos y dibujos animados japoneses. La

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mesa estaba repleta de cajas de comida china y papas fritas a medio terminar. En los demás canales estaban André el Gigante, un partido de fútbol de Hungría y otros programas aburridos y globales. El último caso había terminado en una catástrofe: el cliente muerto a manos de los secuestradores y el dinero esfumado en el aire. A raíz de ese fracaso, Marco Silverstone había dejado al garete la profesión de detective y también su vida personal. Hacía más de un año desde la última vez que se había acostado con una mujer y para qué hablar de sostener una conversación constructiva con alguien, aunque se tratara de cualquier mesera de los cafés cercanos. Llevaba el pelo desordenado, su ropa parecía sacada de un refugio para indigentes y gastaba sus últimos pesos en comida china a domicilio. Encima de cada mueble se podía ver una pila de CD’s sin funda y comics. Debía casi cuatro meses de renta. Sólo le quedaba el televisor, botellas a medio terminar, dos o tres muebles y una suscripción al peor periódico


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del país. Eso y la resaca de la última borrachera. Marco regresó el canal: extrañamente continuaba el especial de cine sangriento. Una mujer vomitaba sus intestinos hipnotizada por un cura del infierno y enseguida a un hombre le perforaban la cabeza de lado a lado con un taladro enorme. Los zombies iban y venían y las escenas violentas se repetían sin parar. Entonces sospechó que el gobierno estaba ocultando información, como aquel día en que detuvieron en España al terrorista Ilich Ramírez “Carlos”, amigo personal del presidente. Cuando levantó el teléfono, Marco confirmó sus sospechas: en vez del tono de invitación a marcar se escuchaban marchas militares. Miró su reloj: cuatro de la tarde. La misma hora en que hace años, al salir de las clases regulares en la universidad, se reunía con el grupo del Profesor Abimael para aprender teoría maoísta y técnicas de subversión. No sería sino hasta tiempo después, cuando Marco les llevó un libro de Mariátegui, que el grupo adoptó como nombre una frase del filósofo peruano: El Sendero Luminoso del Conocimiento, nombre posteriormente reducido a dos palabras implacables: Sendero Luminoso. Salió a la calle mojada y vacía. Se escuchaban algunas sirenas ululando a lo lejos. Las farolas estaban apagadas a pesar de que ya entraba la noche. Tuvo sed. Se encaminó rumbo a una

cafetería. Una finísima lluvia de estrellas comenzaba. En la barra, un viejo que olía a rayos exigía que le recalentaran la taza de café y la mesera se negaba. Marco lo vio y se identificó con él. La mesera argumentaba que el viejo tendría que consumir algo más, no sólo café. Él le respondía que quién era ella, porque

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desde hacía más de treinta años era cliente del lugar. -Cliente. Cliente es el que paga, no el que pide una taza de café y se toma diez–le había dicho la mesera. -Conmigo no sea insolente, señorita. No se lo voy a permitir. -Mire, abuelo. Mejor tómese una taza y se va. ¿Me entiende? Y no vuelve más por aquí –terció un joven de chaleco y gafas, seguramente el cajero. -¡Y tú qué me vienes a decir a mí, necio bastardo! ¡Aquí todos son necios bastardos! El joven se quedó de una pieza, sin saber qué responder. -Abuelo –intervino Marco Silverstone- A mí no me embarre. Peléese si quiere, pero a mí me deja fuera. -¿Y usted qué clase de holgazán es? -Soy un intocable, abuelo. Uno de esos a quienes no les importa cómo murieron, sino cuántos muertos hubo. -¡Ja! Como si estuviera yo de humor para andar oyendo historias de un tipo de pelo revuelto... maldito gobierno. Marco sonrió. Un viejo socarrón y pestilente exigiendo que le recalentaran el café. -¿Usted es opositor, abuelo? -A-nar-quis-ta, que no es lo mismo. ¡Pero qué van a saber del anarquismo ustedes! ¡Musulmanes! -A propósito del gobierno –dijo Silverstone- ¿Qué sucede allá afuera? -¿Qué cosa? -Abuelo, por si no se ha dado cuenta, el gobierno está ocultando algo. -¿De qué cojones está hablando?–

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preguntó el viejo fingiendo no saberlo. -Levante el teléfono –sugirió Silverstone. El viejo lo levantó, se quedó escuchando un rato y luego, con una sonrisa retorcida, lo colgó. -Ahí lo tiene –dijo el viejo– A la primera sospecha, golpean. ¡Bah! -No, abuelo. En la televisión sólo daban cine gore y André el Gigante. -¿Y? La misma mierda siempre. Antes eran Loren y Bardot. Y ahora, Schiffer y Crawford... artefactos para manipular masas. -Escuche. Algo está ocurriendo allá afuera –apuntó Silverstone mientras el cajero encendía la televisión. -Enajenan a los individuos –prosiguió el viejo- Y se quejan de Oklahoma, del bombazo en Kenia, del gas sarín en Japón. Pero llegará el día de la emancipación, el día de la purificación por el fuego... Afuera se había estacionado un Ford Falcon verde. Silverstone ya se había dado cuenta, pero cuando el abuelo lo vio, se le descompuso el rostro y sólo pudo balbucir. -¡Abajo, abajo! Marco seguía examinando al Falcon, desde lejos. -¡Abajo, le digo! ¡Es un carro bomba! -Es muy raro –dijo el cajero, un tanto ajeno a la situación– En este canal también... La explosión impidió que continuara su frase. Los vidrios del café se hicieron trizas por la onda expansiva y uno de los fragmentos se encajó en el muslo de Silverstone. El viejo y la


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mesera estaban detrás de una mesa, perfectamente protegidos. Cuando el estallido terminó, se escuchaba en la televisión el sonido de una motosierra y gritos estentóreos. El cajero yacía en el piso, muerto. -Yo sé quién es el responsable de esto –musitó el viejo- Bah. Y no era un carro bomba. La lluvia de estrellas arreciaba y ya era visible a plena calle. Marco Silverstone se arrastró sólo para ver cómo el Falcon levantaba una estela de polvo gris y se alejaba rápidamente. II Párrafos sueltos de un panfleto que Marco Silverstone encontró en casa del viejo mientras el viejo –que no podía pasar demasiado tiempo sin nombre y dijo que era Tomás San Eliocuraba con aceite de auto y vendas viejas la herida de Marco Silverstone y, mascullando invectivas, discurría infalibles planes de contraataque. En Alicia Subversiva estamos en contra de la máquina humana, del rompecabezas en el cual el hombre es una pieza más, de los esquemas prefabricados para ser felices. Como el Unabomber, exigimos no ser el peldaño a través del cual la tecnología se encumbra. Lewis Carroll conoció y describió a nuestra Alicia ideal: única mujer que juega con la realidad, antes de que la realidad juegue con ella. Alquimista del pensamiento, la matemática, el espacio, la lógica y el tiempo. Ludismo por oposición a poder. Cultura contestataria porque la libertad así se expresa: de frente, sin

ambages y riendo. Instamos, como Alicia, a retar a la reina –que son las autoridades, la ley, la justicia y sus representantes-. Eludir lo preconcebido: atentar en contra de las instituciones –civiles o religiosas-, expresar la disidencia, encontrar el atajo ante el nudo gordiano, inocularse el antídoto contra el veneno de la serpiente ideológica que se come a sí misma. (...) Alicia Subversiva proclama el reino por venir: el fin de la aristocracia clínicamente deprimida, ebria de seguridad; la muerte de la tecnología como un fin y no como un medio; el colapso de la falsa ciencia que declara la inexistencia de peces menores al tamaño de los hoyos de su red de pesca; la evolución de la biología para romper las estructuras de poder basadas en el clan y nuestra condición de primates; la reconquista de Sheakespeare ante la afrenta contemporánea (el hombre NO está hecho de la materia de sus dueños); en resumen, el advenimiento de una sociedad más libre y más justa. Saludamos el atentado en Sudán, el huracán Paulina, las inundaciones de Nicaragua, la huelga de los mineros rusos, los incendios que destruyeron las colinas de San Francisco, la revuelta social de Santiago del Estero en Argentina, las tanquetas lanza-agua en contra de la derecha y de la izquierda chilena y el atentado de Mehmet Ali Agca contra Karol Wojtyla (no llamamos a los tiranos sino por su nombre). Como lo dice el mismo Theodore Kac-

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zynski (Unabomber) “Revolution is easier than reform”. Para que el árbol dé frutos, ha de haber semilla. Se debe segar de tajo la hierba y comienza el nuevo ciclo. Así como para crecer se requiere beber de la poción mágica, no hay cambio verdadero sin acción incontenible. Del segundo de los Cuatro Cuartetos: “las casas se suceden: se levantan y caen, se derrumban, se amplían y trasladan. Vieja piedra al edificio nuevo, leña vieja a los nuevos fuegos”. Rescatamos, pues, la teoría de la destrucción para la refundación de los orbes y la urbe. “Que les corten la cabeza”, exigimos a coro con la reina. Y lo haremos. Llegaremos a tiempo para la última partida de naipes. Seis por cuatro serán finalmente diecinueve. (...) Para decirlo con la retórica de estos días, nuestra onda es la honda de David. (...) Sabemos que lo que el espejo nos entrega es la imagen desnuda de nuestro verdadero yo. Reclamamos el legado del pensamiento anarquista del siglo XIX y sus antecesores, Sacco, Vanzetti, el Nuevo Marxismo basado en el aniquilamiento del Estado-Nación, el humanismo de Hume y –por qué no- la sucesión testada de la poesía: consumir vanidades de la vida; no consumir la vida en vanidades. Lo anterior a fin de, una vez expandido el nuevo sistema de organización social, desaparecer del mapa dejando solamente la silueta de una sonrisa, no sólo en

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Chesshire, sino en los muros de Berlín que entonces serán demolidos y hoy se levantan ominosos dividiendo a los hombres. III Donde la palabra ALICIA se convierte en algo inesperado para Silverstone, cada uno de los personajes a su manera se recrimina sobre el pasado, se hace presente la mierda, Silverstone hace gala de su ignorancia prosódica y poética y se presenta un final con Tierra Baldía y una novela latinoamericana. Cuando Marco advirtió que el cuartucho del viejo Tomás tenía sutiles similitudes con el suyo (las paredes húmedas y ensalitradas, el olor inexacto a encierro, la música caribeña con que algún vecino aderezaba sus tardes...) apenas alcanzó a contener la sensación de sobrecogimiento que se le vino encima. Se imaginó cuarenta años más viejo, viviendo en una madriguera idéntica, igualmente perdida en uno de los barrios bajos, aburriendo a los adolescentes con caducas crónicas acerca de Sendero Luminoso y de los tiempos idos. Nada podía ser peor: cargar la historia equivocada y estar obligado a repetirla. Una vez puesta la segunda venda en la pierna herida de Marco Silverstone, el viejo anunció que saldría a buscar refuerzos y salió sin dar oportunidad a cuestionamientos. Marco terminó de leer el panfleto y lo colocó en un estante. Los demás libros eran de poesía y tonterías comparables. En un rincón apartado, junto a algunos cuadernillos eróticos, yacían amarillentos al-


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gunos ejemplares de Flores Magón, Lenin y Mao. Marco pensó con tristeza que ninguno de sus viejos profesores estaba ahí. Un armario estaba repleto de propaganda y pertrechos: cintas para el pelo, banderas, afiches con letras enormes, escopetas recortadas, cartuchos calibre 38, teléfonos celulares. Una curiosa leyenda estaba impresa en la propaganda: ASOCIACIÓN LIBERTARIA DE INTELECTUALES, COMERCIANTES, INDUSTRIALES Y ARTISTAS. A primera vista era extraño que grupos tan diversos se reunieran con un fin común, pero los viejos ojos de sabueso de Marco Silverstone infirieron tras un instante el criptograma en las iniciales: ALICIA. La aparente claridad con que se presentaba la situación había desaparecido: tal vez el viejo simplemente simpatizaba con el movimiento y esa era la historia. ¿Y las armas? No. Se trataba de un activista de Alicia o de un desertor. O de un dirigente perseguido. O de la contra gubernamental. O bien de un extremista que espera su oportunidad. Cualquiera que fuera el caso, Marco Silverstone tenía dos opciones: esperar oculto a que el viejo regresara y acribillarlo a preguntas y azotes o huir del lugar e intentar olvidarse del asunto. Optó por lo segundo, pero a medio camino sintió una recriminación interna que lo culpaba de siempre dejar las cosas a medias y, más obedeciendo a un instinto que a su propia voluntad, regresó al cuartucho y se agazapó detrás de una puerta esperando a que el viejo apareciera, lo

que no ocurrió sino hasta bien entrada la noche, ya cuando Marco dormía sin darse cuenta de nada. El viejo lo pateó y Marco se incorporó con un sobresalto. -No hay refuerzos. Se pasaron con los terroristas. -Déjese de estupideces. ¿Quién es usted? -No sea insolente conmigo. A duras penas puede caminar y se quiere hacer el hombre duro. -Sí, claro. Los refuerzos están con el enemigo. -Usted me simpatiza, Silverstone –dijo Tomás- Me recuerda mis años mozos. Esta última frase desarmó a Marco como un golpe en pleno rostro y sólo atinó a contestar en voz baja: Por favor abuelo, dígame ¿qué fue lo que le salió mal? No hicieron falta demasiadas preguntas para que el viejo Tomás se delatara como disidente de Alicia Subversiva. Sus comentarios dejaban ver al hombre resentido que años atrás había abandonado la lucha. Las armas y la propaganda eran un trofeo, un altar a los momentos de gloria. Ahora, desencantado por los insuficientes triunfos, prefería golpear duro desde la trinchera del día a día y no dar la cara. En ese sentido eran similares: ambos habían dejado de creer. Vivían en un lento y sofocante purgatorio, aferrados a la derrota, a los días de constante deterioro. Aún cuando la victoria llegara a ser posible, así estuviera al alcance de la mano, lo único

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admisible para ambos era despreciarla: era la mujer ideal que intenta prodigarse cuando ya se le odia. A pesar de la estricta vigilancia policial, partes de la ciudad seguían en llamas. Y la lluvia de estrellas arreciaba lentamente: diminutos chispazos se consumían hasta desaparecer en los pastos, en el toldo de los automóviles, en las copas de los árboles. El gobierno había tomado todas las estaciones de televisión y ahora sólo transmitían peleas de André el Gigante y cine gore. Marco Silverstone dormía abatido por sus temores y también por un siniestro aguardiente que el viejo guardaba en un garrafón de gasolina. -Cht, abuelo –susurró Marco mientras sacudía al viejo en la madrugada. -¿Cómo se atreve...? -Tenemos que irnos. -Pero... -No hay peros. Las cosas están listas. ¡Vámonos! Segundos más tarde un comando de veinte elementos quebraba la cerradura del cuartucho a culatazos y disparaba ráfagas de ametralladora. Mientras tanto, Marco Silverstone y

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Tomás San Elio huían en la caja de un camión que transportaba cerdos. -¿Cómo supo...? –dijo el viejo. -Estos idiotas no saben que deben cambiar autos. Y el motor del Falcon se distingue a cincuenta kilómetros. -Ja. ¿Y con permiso de quién me sacó de la casa, si se puede saber? -No se altere –replicó Silverstone y cortó cartucho- En caso de que nos alcancen estamos preparados. -¿Preparados con qué? -Acá tengo las armas cargadas. -¿Cargadas? ¡Por Dios! ¡Si las balas son de salva, pedazo de animal! -Pero... -¡Le dije que eran un trofeo! -¿Y los celulares? -Sin pila. Ninguno está activado. -¡Cómo puede ser tan descuidado, abuelo! -¡Cuidado jovencito! Mucho ciudado que de no ser por mí andaría rengueando por ahí. -Escuche, viejo de porquería. Guárdese sus diatribas para otro momento porque se acaba de embarrar con cagada de cerdo. -¡Mierda! ¡Mil veces mierda! –maldijo San Elio y comenzó a sacudir su ropa. -Sí, señor. Usted sí sabe distinguir las cosas- replicó Silverstone riendo sin parar. Por la noche bajaron del camión y se sentaron a fumar un cigarro bajo unos árboles a la vera del camino. La lluvia


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de estrellas continuaba y amenazaba con no parar. -El gobierno controló también la lluvia –acotó Silverstone- Y a usted lo quieren matar. -No es el gobierno. Es Alicia. Esos bastardos ya dieron un golpe de estado. -Y usted como es disidente... Más encima el ideólogo... -Claro. Soy hombre muerto. Días después fueron separados sin miramientos. La nueva policía hizo barridos tan cautelosos que no hubo manera de engañarlos. El viejo Tomás San Elio fue cogido preso y apenas alcanzó a despedirse de Marco Silverstone. -Tome –le dijo- Quédese con el sombrero. -¿Y para qué lo quiero, abuelo? -¡Para el rescate, cojones! Ahí me lo entrega de vuelta. Y recójase el pelo por Dios que parece musulmán. Marco se quedó jugando con el sombrero mientras el viejo maldecía a los militares que le torcían los brazos. Una mujer desconocida se le acercó a Silverstone y le dijo: -Ya se llevan a su amigo. Parece que hizo algo gordo. -Sí. Quién iba a decirlo. Marco entonces, con el dolor y la dignidad propios del soldado herido en la batalla, cogió camino por una de las calles céntricas hasta encontrarse con una librería. En uno de los estantes vio un libro de poesía llamado Tierra Baldía, de T.S. Eliot y pensó: Maldito viejo, ahora resulta que

también es poeta. Luego de leer las primeras líneas, que decían, Abril es el mes más cruel engendra / lilas de la tierra muerta, concluyó: Joder, y es de los buenos. La lluvia de estrellas era en realidad un bombardeo ligero, desgastante. Los vastos jardines se incendiaban. Las luchas de André el Gigante y el cine gore señoreaban los medios. Eran los primeros días del imperio de Alicia Subversiva, pero también los primeros días de la Resistencia, cuyo emblema sería la paráfrasis de un título ya no de Mariátegui, sino de Uslar Pietri: Los Supremos.

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Fotografía: Fabián Correa “diversos pero iguales”

PÁJARI CORAZ Fabián Correa

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ITO Y MARIPOSA / ZONES INCANDESCENTES 17


Pájarito y mariposa Ese pájarito ya no quiere volar. No puede volar, se olvidó cómo. La jaula abierta no le despierta curiosidad. Tantos años tras las rejas mataron su curiosidad, su instinto natural. Esas rejas que él llamaba hogar. Ya ni el viento lo llama más. No lo atrae, no le canta su canción. Ni las hojas en movimiento. Ni la amplitud del campo verde. El pajarito ya no sabe volar. No sabe cómo. No quiere llegar al horizonte. Ni se le pasa por la cabeza. Buscar otro amanecer. Él solo espera… Solo fenecer en el letargo amargo. Pero llega una mariposa. Que se posa en su ventana. Mariposa rojinegra ella, que no comprende porque el pájarito no vuela. La jaula está abierta. Pero él tan solo, solo ahí se queda. Ella lo mira y él también. Ella se acerca y se ponen a conversar. Quería saber porque pajarito no podía volar. Conversan un rato, se dicen palabras que no voy a mencionar. Mariposa rojinegra, le dice: -Yo te tengo que confesar. Yo soy una mariposa pequeña, solo viviré un mes y por eso quiero volar. Llegar al horizonte y más allá, sentir el viento, bailar con él, en libertad. Pero me da mucha tristeza que tú no

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quieras volar pudiendo vivir mucho más. Que nunca conozcas lo que yo en mi breve paso por la vida voy a experimentar. Sin más mariposa rojinegra salió rauda a bailar con el viento su danza de libertad. Pájarito, pensó, meditó, que mariposa tan bella y compleja como una revolución. Repetimos modelos. Aunque no lo vemos. No lo sabemos. Preferimos la certeza de la jaula antes que lo incierto de volar. Pajarito atravesó la jaula, la ventana y voló en libertad, por los campos verdes. Y el cielo claro. Para poder llegar más allá del horizonte y honrar la memoria de la mariposa que le recordó la pasión por la libertad. La real esencia y nuestra razón de ser. La clave para no perecer. Nuestras acciones trasciende el tiempo y el espacio. Despacio con calma con alma goteando se hace océano. Y luego ola. Seremos tsunami. Seremos imponente inmensidad. La vastedad misma del corazón. La irrefrenable potencia de la pasión.


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Corazones Incandescentes Susurros secos. Ecos. Soplos. Estruendos dinamitados. El pulso de los condenados. Rabiosos, arden, corren, vuelan, crecen. Se estrellan contra el suelo. Se vuelven semillas. Transmutan en letras oprimidas. Se esparcen. Contaminan. Las almas descarriadas. Las masas sublevadas. La ideas acorraladas. Nunca serán calladas. Las almas subversivas. Nunca serán dormidas. Resisten en intransigente agonía. Ironía construida. En los corazones incandescentes. De los dementes que todavía les muestran los dientes. A las adversidades. A las tempestades, Las tormentas. Que atormentan. En el mar de la vida. En la furia de los días En el fluir de los días. Nos inundan, nos ahogan. Nos sofocan. Pero no los socavan. Se paran, se plantan y gritan. ¡Ya llegará nuestra hora! El nuevo amanecer que exorcizara viejas derrotas.

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HUMO Beatríz Muglia

Hay humo negro y entre el humo negro se ven las mujeres. Unas se sientan en sillas de lona barata. Otras revuelven el guiso. Los hombres avivan el fuego negro de las cubiertas cortando la avenida y el fuego blanco de la olla popular. El fuego negro es caliente y oloroso a toxinas, los hombres se cubren el rostro cuando se le acercan. Enfrente, en la vereda de la fábrica cerrada, hay uniformes verdes formados. Se esconden detrás de sus cascos y sus escudos, esperando la orden. El viento es frío y las mujeres lo sienten en la espalda mal resguardada por una vieja lona de camión, una carpa improvisada que armaron en el descampado. Fue su cama anoche, lo va a ser mañana. Saben de frío. De cuando cae la helada en la casa y nada para el viento, y entran ráfagas que despiertan al bebé y le cierran el pecho, “que respira con silbidito doctora, escuchemeló, por favor”. “Señora, hágale nebulizaciones” les dicen en la salita y ellas se van con su hijo que se muere y un nebulizador que le prestan a enchufarlo en la red, allá en la esquina que hay donde colgarse. Y se pasan una noche, dos noches, sentadas nebulizando al bebé, mientras entra

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el viento por el mismo agujero que el cable. La olla tiene perfume a casa y tapa el frío y las toxinas que los hombres respiran y las mujeres también. Salen borbotones cuando hierve el guiso y las mujeres sirven en platos apilados. Los nenes comen, las mujeres comen menos, los hombres casi nada. La luna llena parece tibia mientras el guiso se enfría en la panza que va a estar vacía hasta mañana o pasado. Las mujeres tejen la noche con una lana blanca, mantas, medias. Manos gruesas en cuerpos jóvenes, punto arriba, punto abajo. La lana blanca resalta a la luz de la luna. Envuelve el dedo y resbala el ovillo por la tierra apisonada del piquete. Un hombre lo recoge y lo devuelve, los dientes de su sonrisa hacen juego con la lana que sube hasta la mano y a la sonrisa de la mujer. Brillan los ojos y se acarician los dedos en sus puntas. Ya es madrugada cuando viene el hidrante, moja las cubiertas con un chorro y con su fuerza tira a los hombres que se acercan. Están solos la noche y el hidrante, y los de verde atrás. Mojados quedan ellos y ellas los cubren con sus mantas recién tejidas que resaltan en el barro que de a poco se transforma en escarcha.


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PARÁLISIS GUBERNAMENTAL John Carlos Yunca Cruz

Son unas lentas pisadas las que surcamos las calzadas con un ritmo atribulado y no es nuestra culpa al divisar interminables atropellos que el mandatario nos ofrece. Que las minas encontradas dejarán grandes divisas se escucha bien, pero eso a mí de que me sirve si la voz de Dios retumba cada día más se matan unos a otros por un trabajo se suicidan por falta de pan. Los hijos del pueblo tenemos las manos cuadriculadas en pesca, agricultura o enseñanza laboramos, pero nuestro trabajo nunca es bien valorado con pagos tan falsos, míseros y egoístas que apenas camuflan el hambre. Los burgueses se presentan con sus guantes de seda para no contagiarse con ningún bicho, ni bacteria en el congreso, presidencia o empresa se sientan para discutir que sus sueldos es insuficiente que no va con sus estilos de vidas.

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Nos contemplamos con las lámparas apagadas y luctuosas intentando ser leales camaradas, pero eso es insuficiente ya que los de arriba no tienen pensado hacer justicia explotando al hombre para que ellos enriquezcan para terminar arrojándonos por las cloacas. Hoy que tus latidos están en los más altos niveles que la indiferencia ni el desprecio te ha opacado ¡Pueblo! Levanta tu enigmática y poderosa voz para unirte a esta fuerte denuncia contra los opresores ya abatidos.


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PERSONAL Editor.

Maximo Panclasta: editorial.ocaso@gmail.com

Escritores. John Carlos Yunca Cruz Servando Clemens: servando_810209@ outlook.com Beatríz Muglia Fabián Correa León Darío Jorge Eduardo Alcalá

Directores de arte.

Maximo Panclasta: editorial.ocaso@gmail.com

Factotúm.

Jorge Aroca: deoptdnen_008@hotmail.com

Diseño.

Jorge Aroca: deoptdnen_008@hotmail.com David Martinez: editorial.ocaso@gmail.com Máximo panclasta: editorial.ocaso@gmail.com

Colaboradores.

Diego Villalba• David Martinez • Sebastián Lemba • David Montaña • María José Castellanos • Violeta Fernández • Alelí Escasany • León Darío • Breigner Torres • Bryan Piña

Propuestas.

Son bienvenidas todas las sugerencias y propuestas en cuanto a textos (ensayos, cuentos, poemas, críticas, reseñas, etc.) fotografías e ilustraciones. Si deseas hacer parte del equipo de colaboradores o tienes alguna duda, sugerencia, reclamo puedes enviarnos un mensaje o una muestra de tu trabajo al correo de la editorial: editorial.ocaso@gmail.com

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David Martinez

MĂĄximo Panclasta

Ilustrador

Editor

Jorge Aroca DiseĂąador

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