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alto atlas marroquí

La Paleta del Pintor

Texto: Manena Munar Fotos: Cristina Candel

Recorrer los multicolores valles y montañas del Alto Atlas de la mano de Huwans, es vivir por unos días la cotidianidad de su gente y el dramatismo de su paisaje. Esta operadora, desde hace más de treinta años organiza viajes de aventura, considerando prioritarios el factor humano y el respeto por el medio ambiente. En pleno mes de ramadán, cuando los musulmanes practican el ayuno desde el alba hasta la puesta del sol, pasamos la primera noche en un Marrakech que se levantaba al anochecer, llenando de vida la plaza de Jemaa el Fna para comer en alguno de los puestos callejeros, beber deliciosos jugos frescos y pasar un buen rato charlando con los amigos. Aprovechamos para dar un sugestivo paseo por la plaza y por el bullicioso zoco, el mercadillo tradicional de los países árabes, ambos una provocación para los sentidos. Los músicos tocan melodías de las que se traslucen sus orígenes andalusíes, bereberes y africanos. Los encantadores de serpientes manejan al reptil a su antojo y los echadores de la suerte tratan de predecir el porvenir a los turistas que contemplan el espectáculo, degustando un té de hierbabuena en alguno de los muchos cafecitos.

Comienza la aventuRa

Nos alojamos en pleno centro de la ciudad en un Riad, una antigua residencia convertida en hotel boutique. Entre sus vastos muros y patios apenas se sentía el calor de un día de julio y, a pesar del bullicio callejero, puertas adentro parecía una falta alzar la voz. Pero no fue hasta el día siguiente cuando comenzó la aventura en las laderas del Atlas. Allí esperaban los arrieros para acarrear sacos y víveres. Cantimplora en mano, sombrero en la cabeza y cámara al hombro emprendimos ruta, bajo un generoso sol que al principio nos hizo dudar. Sin embargo, en cuanto Hassan, nuestro guía y amigo, sacó del costal su saco de frutos secos, dátiles e higos y dimos cuenta de ellos, apiñados bajo la sombra del único nogal que hasta ahí habíamos encontrado en el camino, los colores volvieron a nuestras mejillas y la viveza a las piernas. Con ánimos renovados seguimos por el Valle del Ourika, que alterna áreas yermas con zonas fértiles. Casas de adobe que emergen de la tierra roja, vergeles que se nutren de las aguas del arroyo para regar su huerta y la oportunidad de adentrarse en el mundo bereber gracias a la forma de viajar de Huwans.

Hassan desmenuza con gracia y elocuencia los pormenores del paisaje durante la subida de 1.600 m por el puerto de Tazgart con destino a la aldea de Tasselt, que será la primera parada y fonda. Los guías profesionales que Huwans elige para sus viajes son expertos en la geografía, idiosincrasia y cultura de la región. Sabiduría que comparten con acierto a lo largo de la travesía, hablando sobre la fascinante historia del pueblo Imazighen (hombres libres). Al finalizar el viaje, el mundo bereber ya no será un desconocido para nosotros; la sensualidad de sus aromas, la viveza de sus colores, su sabrosa cocina y sobre todo la calidez de su gente, escribirán un hermoso capítulo en nuestro cuaderno de viajes.

Cuenta Hassan en qué forma la tierra cambia de color y pasa de roja a verde cuando el óxido de hierro que la compone alterna con el óxido de cobre, y de qué manera los olivos alcanzan grandes alturas al no sufrir poda alguna, y cómo su pueblo, el bereber, antaño era nómada hasta que se hizo agricultor y se volvió sedentario. La mirada no da a basto para abarcar las muchas escenas que se presentan en cada vericueto. Tras los arbustos de adelfas en plena floración, aparece un chico vestido con una camiseta del Barça que lleva escrito el nombre de Messi, seguido de sus compañeros que nos acompañarán al cruzar su pueblo, donde las mujeres ataviadas con vivos colores tienden la ropa en la azotea, mientras los hombres hacen la tertulia en la plaza y las antenas parabólicas, una por casa, devuelven el poblado al siglo actual.

Página anterior. Casa en el pueblo de Tasselt, donde nos hospedamos.

Izquierda. Aldea de Tasselt a lo lejos, camino al primer campamento.

llegada a Casa

Por fin, y al cabo de unas cuantas subidas inquietantes y bajadas tranquilizadoras por el Valle de Aït Bou Saïd, se llega al hogar de Houcine en Tasselt. Antes de entrar, atrae las miradas y las cámaras una joven guapa con un turbante amarillo que carga un bidón de agua. Es Wardia, la hija de Houcine, que una vez más baja de la fuente del pueblo, a donde niñas y mujeres acuden varias veces al día para abastecerse de agua. La familia saluda a la expedición compuesta por hombres de pantalón corto y mujeres curiosas, que hacen preguntas insólitas y parece intrigarles lo que para ellos es normal, ya sea el saciar la sed con té de hierbabuena, hacer su propio pan, o el no beber ni comer hasta que el canto del muecín anuncie a las 20:30 hrs el término del ramadán por aquella jornada. Los ojos de Jamâa, la mujer de Houcine, sonríen y miran con fuerza, lo mismo que su nieta Salima, que con sus cinco años acarrea cubas de agua y domina el suelo que pisa sin necesidad de palabras; sus gestos lo dicen todo. Acompañamos a Jamâa a la cocina, intentando ayudar a exprimir los jugos, amasar el pan y preparar el tajín, un plato tradicional de gran diámetro hecho de barro, con una tapa cónica que mantiene el calor y el vapor durante y después de la cocción. Los alimentos como pollo, atún, cordero, ternera y verduras se fríen primero y luego se cocinan estofados a fuego lento. La cena está lista en el mismo instante que termina el ramadán. Compartimos la mesa en el patio de la casa; Hassan hace de intérprete, la vaca asoma la cabeza y asiente con sus mugidos y los sapos croan a la luna que acaba de surgir tras los picos del monte. Al final, Jamâa acomoda a sus huéspedes: a las mujeres sobre las alfombras de una habitación espaciosa con fotos de la Familia Real colgadas en las paredes y una cantidad ingente de casetes de sus músicos preferidos en las estanterías. Allí, las cinco mujeres del convoy regresamos a esa especie de adolescencia que suele resurgir en situaciones inauditas con personas que hace muy poco tiempo no se conocían y de pronto se han vuelto íntimas amigas. Risas, confidencias y sensaciones olvidadas afloran de forma espontánea. A los dos hombres de nuestro grupo los ubican en el otro extremo de la casa y a la familia en unos aposentos discretos y hasta secretos, ya que no pudimos localizarlos.

02. 01. Cocina bereber en el pueblo de Tasselt, con Wardia y Jamâa mientras hacen pan.

02. Niñas que esperan su turno en la fuente de Tasselt.

03. 01. Pastor a la entrada del pueblo de Assamrane.

02. Mujer mientras cosecha trigo en la aldea de Aourir.

03. Niños pastores en el camino que lleva a Tasselt.

01. 01. Mujer bereber que reside en Tasselt.

02. y 03. Campamento frente a la aldea de Ait Ali.

en Ruta haCia el valle del zat

Gallos y cabras anuncian un luminoso amanecer que traerá nuevas experiencias como el ayudar a Wardia a cortar el forraje para los animales, saborear las crepas exquisitas que prepara Jamâa untándoles miel o aceite de oliva o visitar la escuela del Corán donde los niños recitan las escrituras. Cuando al día siguiente partimos para la acampada cerca de la aldea de Tichki, sentimos dejar nuestra casa, a la que regresaremos en un par de días para despedirnos.

Los arrieros llegaron antes que nosotros para montar el campamento sobre una planicie con hermosas vistas al valle y a la aldea. Es época de cosecha y el trigo cortado reposa en el suelo esperando su turno, cuando a la máquina que recorre los valles le toque desgranarlo para más tarde ser distribuido por las mujeres que cargarán los pesados fardos a la espalda, hasta depositarlos en su destino.

Mientras Ali, el cocinero, prepara una colorida y sabrosa ensalada que acompañará al kefta (carne picada con hortalizas) para la cena, hacemos tiempo paseando con Hassan por el valle y sus aldeas, entre ellas la de Tichki donde vive otra hija de Houcine. Cae la tarde y los muchos tonos del Atlas se doran con la luz tenue del atardecer. El trekking del día siguiente durará unas cinco horas antes de llegar al Ait Ali, donde se armará el campamento entre los grandes pastos.

02.

03.

Niño a caballo por el Alto Atlas.

hasta muy pRonto…

Las cuatro horas de caminata que separan Ait Ali de nuestra casa en Tasselt, se pasan sin sentirlo. Acercándose el final del viaje, y ya acostumbrados a andar bajo el sol de Marruecos, es un placer contemplar los campos, saludar a los alegres niños que nos siguen y finalmente llegar a casa de Houcine para despedirnos con pena de quienes han sido nuestra familia marroquí. El pan calientito vuelve a salir del horno, el aceite está recién prensado y un espléndido cuscús de sémola de trigo se sirve para la fiesta de despedida, en la que Hassan y familia entonan unas canciones llenas de fuerza, que se funden con las montañas, el aire y la luna del Atlas, amenizadas por instrumentos improvisados: trapeador, bidones o cacerolas, y por un sentimiento grato y sincero que nos acompañará en nuestro camino de regreso.

huwans.es

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