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suDán

Destino al descubierto

Texto y fotos: Eric Lafforgue Traducción del inglés: Ada Podolsky

Página anterior. Joven mujer frente a las pirámides y tumbas en la Necrópolis Real de Meroe.

Derecha. Pirámides en Jebel Barkal, que fueron usadas por los reyes de Napata, Karima.

el viaje a Sudán comienza con un dilema que me deja pensativo. Es viernes en la tarde y tengo que elegir entre dos de los eventos más importantes de Jartum: la tradicional lucha nubia o la congregación semanal sufí de derviches danzantes. Ambos tienen lugar a la misma hora, al caer la tarde, cuando el sol quemante es menos hostil. Decido comenzar con los sufíes.

Danza sufí

Ya hay mucha gente cuando llego a la mezquita Hamedal-Nil en Omdurmán, ubicada en los suburbios de la capital Jartum. Los sufíes, vestidos todos de verde, vienen cada semana a celebrar a sus santos. Resuenan los primeros ecos del tambor, la multitud hace un círculo de visitantes habituales y espectadores, al tiempo que comienzan los cantos. La atmósfera es a la vez solemne y alegre. La intensidad de los cantos cíclicos aumenta, parece ser entre una oración y un conjuro. De pronto, algunos hombres se separan del círculo perfecto y corren hacia el centro; comienzan a girar con los brazos estirados y los ojos a medio cerrar. No dejan de hacerlo hasta agotarse, bajo el hechizo de la devoción y motivados por los vítores de la multitud. Lo hacen por una hora; casi tropiezan, pero logran mantener el equilibrio. Los cantos se aceleran. Los creyentes y yo, tan alejado de las cuestiones religiosas, podemos sentirlo en las entrañas mientras repiten la misma oración una y otra vez: “Dios está vivo”.

Un derviche se colapsa a mis pies y no se levanta. La multitud se dispersa para darle espacio para respirar. El sol desaparece en el horizonte, suena el llamado a la oración y la ceremonia llega a su fin. Entonces descubro la extrema variedad social de los sufíes: hombres de negocios hombro a hombro con indigentes. Ali, un rico empresario, me explica que los sufíes predican la paz y un Islam moderado. “Somos un poco como los hippies del Islam”, me dice entre risas y con mucha cordialidad. Algunos de los peinados a mi alrededor, hechos de rastas, me recuerdan a los Rastafaris. Ali me invita a unirme a su familia en la orilla del Nilo, para una taza de té.

Descubro rápidamente la hospitalidad sudanesa en un país donde los turistas no son de lo más común. Finalmente la temperatura cae por debajo de los 40°C y miles de personas se encuentran para disfrutar un picnic gigante.

01. Rosarios de un derviche girador sufí en la tumba de Omdurmán Sheikh Hamed-al-Nil, Jartum.

02. Una mujer oculta parcialmente su rostro bajo el velo en Jartum.

02.

tesoros suDaneses

Al día siguiente comienza mi aventuroso viaje. Se me prometió ver el legendario Nilo, pirámides prácticamente sin descubrir, mercados de colores brillantes, enormes caravanas de camellos, lagunas de agua cristalina y tribus desconocidas. Tendré que olvidarme de la tarjeta de crédito (EUA ha cortado el acceso a los cajeros automáticos como parte del embargo contra Sudán) y del alcohol, de acuerdo con la ley islámica bajo la que se rige el país.

Me dirijo hacia el norte, a territorio nubio, para descubrir los fascinantes tesoros de la arqueología sudanesa.

Egipto no tiene el monopolio de las pirámides. Sudán posee muchas y descubre nuevas con regularidad, me explica Mortada, uno de los mejores expertos locales, quien ha dejado sus excavaciones arqueológicas para pasar unos días como mi guía. Las pirámides más bellas e impresionantes son las de la necrópolis de Meroe. Después de unas cuantas horas en la nueva carretera, llegamos a un lugar hermoso: una alineación de pequeñas pirámides en el desierto, bañadas de luz del caluroso sol rojo sobre arena naranja. Ningún camión de pasajeros en el estacionamiento, ninguna tienda disponible para turistas. Es casi como si fuera el explorador, geólogo y naturalista francés Frédéric Cailliaud, quien descubrió el lugar en 1821. Inmediatamente entendí la razón por la que la UNESCO lo clasificó como Patrimonio de la Humanidad en 2011.

Las pirámides fueron construidas entre el 4 a.C. y el 3 d.C. El sitio contiene más de doscientas, mientras que Egipto sólo tiene unas cien en total. Aquí hay enterrados cuarenta reyes y reinas. Estamos ante un tesoro.

Inmediatamente nos damos cuenta de que las puntas de todas las pirámides han sido voladas con dinamita. Eso se debe al explorador italiano Giuseppe Ferlini, quien en 1834 llegó y saqueó el lugar, llevándose un patrimonio invaluable. Soy el único visitante, además de un grupo de jóvenes estudiantes sudaneses que visten trajes de tres piezas. Unos atuendos no muy adecuados para el desierto; la explicación: “Venimos muy elegantes a celebrar nuestra graduación y a tomarnos la foto del recuerdo”.

Caravana de dromedarios en dirección a Egipto, Dongola.

con rumbo a Karima

La siguiente parada será Karima, que alcanzaremos a través del desierto de Bayuda. El escenario es árido y volcánico. Miles de trozos de llantas tirados a un costado de la carretera, son un signo que delata un tráfico intenso de camiones. Dejamos el asfalto para entrar a un sendero. De ahí en adelante ya no vemos llantas, pero nos topamos con esqueletos de dromedarios cada 50 metros. Muy pronto entiendo la razón: en el horizonte detecto una línea perfecta de dromedarios, que crece en tamaño conforme avanza nuestra SUV. No es un espejismo: es realmente una caravana. Doscientas criaturas caminan con su estilo tan particular, acompañadas por cinco camelleros. Abdul, el jefe, explica que vienen de Kordofán, una región en el sur, y que van a Egipto a vender los animales. Juntarán una pequeña fortuna, vendiendo cada animal por $1,000 USD, ya que su valor se duplica una vez que cruzan la frontera. Un viaje de cuarenta días bajo el sofocante sol para poder regresar forrados de oro. Recorrerán la misma ruta utilizada por siglos, con las paradas de descanso en los pozos habituales, conocida sólo por aquéllos que son parte del negocio. Sin embargo, algo ha cambiado: la forma en la que el dinero de las ventas regresa a casa. Ahora se hace por medio de transferencias bancarias entre Egipto y Sudán. “Es muy peligroso caminar con $20,000 USD en el bolsillo”, dice Abdul con una carcajada. La caravana pasa a nuestro lado sin detenerse. Tengo que correr tras ella para obtener más información, pero termino rindiéndome; de no ser así, podría acabar en el cementerio de los dromedarios debido a la insolación.

Ahora estamos en Karima, al pie de la montaña Jebel Barkal. Desde su meseta en la cumbre debemos entender el papel tan importante que juega el Nilo en la irrigación del país. Una víbora verde que serpentea en el desierto: la intersección entre África Central, Arabia Saudita y Egipto.

Hay otra impactante serpiente que lleva mucho tiempo fascinando a la gente del área: la roca con forma de cobra, símbolo del faraón, que se desprende de la montaña sagrada y domina la antigua ciudad de Napata.

pirámiDes De el Kurru

A unos cuantos kilómetros de ahí, un par de sorpresas nos esperan en El Kurru: unas pirámides todavía enterradas a la mitad. Es difícil llegar a ellas debido a la erosión y la arena. Como siempre, soy el único visitante de estos páramos. Una escalera inclinada de 20 metros me lleva a una tumba. Poco a poco, la luz del día se desvanece tras de mí. El guardia prende su lámpara y dirige la débil luz hacia arriba; en el techo, artistas de tiempos remotos reprodujeron el cielo nocturno con cientos de estrellas. Son jeroglíficos y pinturas intactos que tienen alrededor de 3,000 años de antigüedad. Osiris está representado acostado, momificado. Lo único que falta es el sarcófago en medio del cuarto de Tanutamón, el último faraón de la XXV dinastía egipcia (etíope) que reinó de 664 a 656 a.C. Camino hacia afuera me topo con Hans, un arqueólogo alemán quien ha trabajado en Sudán desde hace 15 años. “No puedes imaginarte los tesoros que hay bajo nuestros pies… Tengo suficiente trabajo como para los próximos tres siglos”, me dice mientras hace detalladas lecturas topográficas.

ruinas De la vieja DonGola

Nos vamos hacia la Vieja Dongola. En el camino observo insólitas estructuras que parecen panes de azúcar; son tumbas en forma de colmena, hechas de ladrillo, con más de 10 metros de altura. Contienen a varios dignatarios religiosos y aparecen en el desierto en grupos de diez. La visita al interior es interrumpida por un montón de murciélagos que nos atacan: según parece, les molestamos el sueño. La antigua ciudad tiene reservada una sorpresa más para nosotros: en la otra orilla del Nilo encontramos los restos de una iglesia. Descubierta hasta 1964, Dongola es el sitio cultural medieval más importante de Nubia. En el s. V se construyó una fortaleza a la orilla del Nilo y, después, llegó el cristianismo. Todavía se siguen modernizando iglesias en las dunas de arena de los alrededores.

Sin embargo, en el área la gente no sólo cava por tesoros antiguos. Recientemente, a Sudán le dio la fiebre del oro. Miles de buscadores aficionados han llegado de todo el país. Me detengo en Akhanag. No traten de buscarlo en el mapa; hace unos cuantos años ni siquiera existía. Aquí se encontró un lingote de oro de 24 kilos y comenzó la fiebre. Mohamed tiene quince años; dejó a su familia en su natal Darfur para venir a excavar y volverse rico. Por el momento, encuentra alrededor de dos gramos al día, que le hacen ganar unos diez euros: lo suficiente para pagar una comida decente diaria en el mejor restaurante. Decido echarle un vistazo: lo primero que sucede es que me invitan a comprar… botones de camisa. Cuando ven mi sorpresa me explican que puedo intercambiarlos con el chef por platillos locales: frijoles, papas, estofado, pan… no es una comida fantástica, pero es un milagro para quien se encuentra en medio de la nada. De postre decido comprar plátanos en un puesto. Sólo quiero uno, pero el comerciante me da un kilo. En Sudán todo se vende por kilo. Reformulo mi petición y ¡me da el plátano gratis! Adondequiera que vaya, la gente deja de trabajar cuando me ve, se acerca a saludarme y ofrece compartir su comida conmigo. La palabra “hospitalidad” se queda corta; increíble para un lugar tan polvoso que se balancea al ritmo del sonido de los camiones y sus excavadores.

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01. Cámara funeraria de la tumba de Tanutamani, El Kurru.

02. Tumbas en forma de panal, Vieja Dongola.

03. Niño frente a las pirámides y tumbas en la Necrópolis Real de Meroe.

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03.

en ferry por el nilo

Cruzamos el Nilo en ferry. Abdul-Hayun, el afable y comunicativo capitán, me invita a meterme al puente de mando donde apenas cabe él. Su ferry es una antigüedad, pero no es el único de este tipo en Sudán. Considera que yo debería probar el cocodrilo: hay miles en el Nilo. “Huele a pescado, pero sabe a carne, ¡pruébalo!”.

Abdul trae una media en la cabeza, que lo hace parecer ladrón de banco camino a cometer un delito. “Es para protegerme de las moscas. La orilla opuesta está infestada de ellas cuando el nivel del Nilo es bajo como ahora”, afirma y no miente. Nubes de moscas pequeñas me rodean tan pronto pongo pie en tierra firme y tratan de atacarme. Adopto rápidamente la pinta de chico malo de Sudán.

Los agricultores del palmar tratan de tranquilizarme; me prometen que al anochecer se van las moscas… pero los mosquitos toman su lugar.

Esta tarde paramos en Lokanda, un hotel con una magnífica vista del templo Soleb, descubierto en 1844, que es obra de Amenhotep, arquitecto del templo de Luxor. Una vez caída la noche, la luz de la luna llena hace que el lugar parezca irreal y mágico, casi salido de un cuento.

Me dirijo hacia el este, lejos del desierto.

hospitaliDaD

En el camino descubro casas nubias. Son bajitas y están divididas en dos: un lado para los hombres y las visitas, el otro para las mujeres. De acuerdo con las tradiciones ancestrales, las paredes están pintadas de colores brillantes en formas geométricas. Es trabajo de las mujeres pintarlas. En el exterior hay dos tanques de agua en una pequeña cabaña sombreada. El agua está disponible para todos, pero rechazo la oferta: ¡viene directamente del Nilo!

Es hora de comer y no hay nadie alrededor; la gente está en casa, detrás de puertas cerradas y muros de adobe.

De pronto, se abre una puerta. Sale una niña pequeña con una charola y un tapete que desenrolla en silencio. Me invita a sentarme en él. Después me sirve una taza de té. Al ver mi sorpresa, mi conductor me explica que es algo normal en Sudán: así reciben a los visitantes, ya sean conocidos o extranjeros. El padre de la pequeña se nos une; describe una vida al ritmo del Nilo y de la agricultura. ¿Lluvia? “No me ha tocado desde… 1998”.

Pero el proyecto de la construcción de una presa está amenazando este tranquilo estilo de vida. La hostilidad va reemplazando el área originalmente pacífica, pues su estilo de vida de miles de años peligra.

02. 01. Antiguo templo construido por Amenofis III en Soleb.

02. Joven mujer en la mezquita de Khatmiyah, Kasala.

port suDan

La ciudad está a orillas del Mar Rojo y, en la actualidad, florece económicamente: se ha vuelto una salida de África hacia La Meca, que está justo en el lado opuesto, en Arabia Saudita. También es el paraíso para los buceadores de mar profundo, quienes pueden ver el famoso tiburón martillo y los barcos hundidos que datan de la última Guerra Mundial. El Umbria, barco italiano naufragado, todavía contiene automóviles viejos en sus bodegas de carga.

El mar está embravecido, así que me conformo con un viaje al faro de Sanganeb, que vale la pena.

En el mar, a unos 30 kilómetros de la orilla, hay una impresionante laguna con un faro de 70 metros de altura. La zona ha sido categorizada como Parque Nacional, tiene arrecifes de coral y una fauna marina única. Es posible dormir en el faro que, según nos informa el guardia, ofrece hospedaje sin costo. La vista desde arriba te quita el aliento, pero tienes que agarrarte del barandal para evitar que te arrastren las ráfagas de viento.

la antiGua suaKin

A unos cuantos kilómetros de Port Sudan está la vieja ciudad de Suakin. Se estima que el comercio en el puerto comenzó hace más de 3,000 años. Los egipcios, seguidos por los otomanos, se adueñaron del lugar y lo convirtieron en una ciudad que parece recién salida del cuento de Las Mil y Una Noches, con una arquitectura muy rica. Desafortunadamente, en los años de 1930, el lugar fue abandonado por sus habitantes, que se fueron a Port Sudan y desde entonces se ha reducido a ruinas. Sólo dos mezquitas se han visto beneficiadas por un programa de reconstrucción, cofinanciado por el gobierno turco. Los dromedarios se adueñaron del lugar y deambulan entre los edificios convertidos en polvo. Parejas de recién casados vienen a posar frente a la única puerta que sigue de pie en el viejo puesto de aduanas. Probablemente sus hijos no tendrán la oportunidad de tomarse una foto similar en este entorno, que me recuerda las legendarias ciudades perdidas, abandonadas siglos atrás.

la tribu De los rashaiDas

Una tribu se ha asentado en los alrededores de Suakin: los Rashaidas. Los sudaneses se ponen nerviosos con sólo pronunciar su nombre, pues tienen muy mala reputación. Se dice que son ladrones, traficantes de personas, que están armados y son incontrolables. Llegaron hace más de cien años de Arabia Saudita y siguen siendo árabes puros. Decidí visitarlos a pesar de la resistencia de mi guía y, una vez frente al campamento rashaida, se negó a bajarse del automóvil. Sin embargo, su recepción es cálida y los hombres, todos vestidos de blanco, me invitan a compartir con ellos el té, bajo una casa de campaña abierta, donde soplan las ráfagas de viento. Sus esposas se nos unen; todas traen vestidos largos de colores: un tipo de burka con sólo los ojos al descubierto. Los hombres me cuentan todo sobre sus tradiciones: la mujer debe casarse antes de los dieciséis, porque después de esa edad se considera que es un poco tarde; nunca hay que dejar que la mujer deambule sola por la ciudad; jamás se debe tomar una foto de una mujer; prefieren tener hijas que hijos por la dote… Tomo nota de todo para evitar cualquier eventual incidente diplomático. Se ganan la vida con la cría de camellos y son ricos, muy ricos: los venden caros a los jeques árabes. “¿Qué hacen con el dinero?”, pregunto. “No es asunto tuyo”, me responden con caras muy serias. Su estilo de vida es bastante simple: sencillas casas de campaña en el desierto, sin comodidades; unas cuantas SUVs japonesas de tercera mano (que manejan los niños tan pronto son lo suficientemente grandes para alcanzar los pedales); ningún lujo en particular. No hay signos de modernidad, excepto por los teléfonos celulares. Tampoco hay televisión: “Sólo nos dan malas noticias de lo que pasa en el mundo; preferimos ignorar lo que está sucediendo y vivir únicamente con buenas noticias”. También tienen tendencia a volverse más radicales: hace cierto tiempo, las mujeres rashaidas no tenían que cubrirse el cabello, lo que era algo excepcional en el área, pero recientemente los hombres comenzaron a forzarlas a esconderlo para seguir al pie de la letra los preceptos que escucharon durante sus visitas a La Meca.

Después de esta plática amigable volví a preguntar si podía fotografiar a las mujeres, pero la negativa fue clara y no negociable. “¡Ve a ver a los Bejas en Kasala!”.

01. Panorámica de la laguna en el arrecife Sanganeb, Port Sudan.

02. Niñas de la tribu Rashaida, Port Sudan.

02.

01. 02.

Kasala y los bejas

Así que ahí es hacia donde nos dirigimos. Kasala está en la frontera con Eritrea y recibe muchos refugiados que huyen de la dictadura de Isaías Afewerki. Los Bejas son omnipresentes en la ciudad: fáciles de detectar debido a sus largas vestimentas blancas y sus chaquetas invariablemente negras. Los hombres tienen cortes de cabello estilo afro en los que clavan horquillas de madera. Muchos caminan con sables, como si vivieran en otro siglo. El contacto con ellos no es fácil e incluso es frío. Pruebo mi suerte fuera de la ciudad, a ver si puedo visitar sus aldeas, pero la policía sudanesa me bloquea el paso; su explicación es confusa y me hace regresar.

De vuelta en Kasala voy a la mezquita de Khatmiyah. Al pie de una montaña majestuosa, la mezquita está medio abandonada, pero su cúpula y minarete siguen de pie. Me topo con un grupo de guerreros bejas. Están sorprendidos por la presencia de un extranjero en su territorio y comienzan a dar de saltos con sus sables. No evitan el contacto, al contrario, y admiten que no les sorprende la actitud de la policía. La costumbre para visitar un poblado beja es muy estricta: “Nunca se va a una aldea sin un fin concreto. Debes llegar a la entrada y preguntar por la persona a quien vas a ver, la cual será llamada y vendrá a recibirte. Sólo entonces podrás pasar”. Probablemente la policía quería ahorrarme un indeseable percance tribal… pero después me entero de que el gobierno sudanés ha forzado a los Bejas a agruparse con los Rashaidas en campamentos para controlarlos más fácilmente, y así borrar su identidad, incluso cuando han hablado sus propias lenguas por más de 4,000 años.

lucha nubia

Regreso a Jartum para ver el torneo de lucha nubia, que tiene lugar todos los viernes. Es una forma de arte con más de 3,000 años de antigüedad, la cual se dice que ha sido muy efectiva contra los comerciantes de esclavos durante sus asaltos. Son las 4 pm; la arena ya está llena. Las únicas mujeres presentes son las que venden helados y bebidas refrescantes. La tensión del público aumenta mientras se oculta el sol. Estamos a 45°C y la entrada de los dos equipos llamados “Unidad Nacional” y “Paz y Desarrollo” hace que la gente se vuelva todavía más desaforada. Los combates comienzan. No logro descifrar toda la sutileza táctica: los luchadores están tratando de poner su mano derecha sobre las cabezas de los oponentes. Probablemente es una forma de desestabilizarlos; después los empujan hacia el suelo. Por dos horas, las batallas vienen y van; algunas duran bastante y otras sólo unos cuantos segundos. El árbitro está rígido con el silbato pegado a sus labios. Ambos lados de las gradas se provocan mutuamente y la policía tiene que intervenir; todos se calman. Es el momento de la gran final. Dos luchadores gigantescos, de unos dos metros de estatura, se enfrentan cara a cara. Agarran el brazo del adversario como dos jugadores de rugby en melé. Los puedes ver jalándose hacia el suelo, resistir, oponerse, bloquear, esquivar: todo se vale. De pronto, el luchador de “Unidad Nacional” tira al de “Paz y Desarrollo” al suelo. La mitad de la arena explota y salta sobre las rejas; al ganador lo cargan triunfalmente y algunos entusiastas y espléndidos lo cubren de billetes.

Justo a tiempo, a lo lejos, los almuédanos llaman a la oración y la arena se vacía en cuestión de segundos.

viajar a suDán

Este país y sus habitantes no tienen nada que ver con los clichés que componen los encabezados de las noticias. Durante mi viaje, ni una sola vez me sentí en peligro. La hospitalidad de Sudán hacia los extranjeros es sincera y benevolente. El país es ideal para viajeros curiosos en busca de lugares fuera del camino convencional, con sus vistas espectaculares, culturas fascinantes y una autenticidad genuina que han sobrevivido a lo largo de muchas dinastías en estas tierras seductoras y legendarias.

01. Hombres de la tribu Beja danzan frente a la mezquita de Khatmiyah, al pie de las montañas Taka, Kasala.

02. Niño de la tribu Rashaida en una escuela coránica, Kasala.

03. Luchadores nubios en Jartum.

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