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Islas COOK
La Polinesia que el Capitán se perdió
Texto: Elena del Amo Fotos: Sergi Reboredo
entre Hawái y Nueva Zelanda, las Cook rezuman ese ambiente de antaño de los Mares del Sur, que en paraísos vecinos más trillados por el turismo ha perdido algo de sus caraterísticas originales. Suman una quincena de islitas, algunas montañosas de origen volcánico y otras que son atolones coralinos lisos como un plato, aunque muy rara vez se extiende la visita más allá de Rarotonga, Aitutaki y Atiu, la tríada esencial de este archipiélago de postal que presume parecerse mucho a lo que era la Polinesia Francesa veinte e incluso treinta años atrás. Cook las colocó en el mapa y poco más. Sin querer restarle méritos al navegante y cartógrafo ni mucho menos a sus exploraciones científicas, se cuenta que el célebre capitán ni siquiera desembarcó en estas pequeñas islas que acabarían llevando su nombre al toparse con ellas y reclamarlas para la Corona británica a finales del s. XVIII, casi dos siglos después de que las descubriera el español Álvaro de Mendaña. Es más, el súbdito de su Graciosa Majestad murió sin ni siquiera sospechar que en este paraíso del otro lado del mundo se le recordaría con semejante homenaje. Y es que, curiosamente, no fue él, sino una expedición de cartógrafos rusos, la que rebautizaría en su honor este diminuto archipiélago perdido en la inmensidad de los Mares del Sur.
01. Página anterior. Playa One Foot Island, isla de Aitutaki.
01. Isla de Rarotonga. Show en el Highland Paradise Cultural Village. Una de las niñas muestra los bailes típicos de la Polinesia,
02. Isla de Rarotonga. Algunos de los participantes en el espectáculo del Highland Paradise Cultural Village vestidos para la ocasión.
Antes de que por estas remotas orillas asomara cualquiera de ellos, las Cook ya estaban habitadas por maoríes. Estos también fenomenales navegantes, guiándose por las estrellas y por su vasto conocimiento de los vientos y las corrientes, fueron colonizando en sucesivas oleadas migratorias el llamado Triángulo Polinesio, una descomunal región geográfica del Océano Pacífico cuyos vértices acotan Nueva Zelanda, Hawái y la hoy chilena Isla de Pascua. Desde el Sureste Asiático, partieron en busca de nuevas tierras a bordo de grandes canoas de doble casco o wakas en las que se embarcaban llevando consigo sus animales, enseres y plantas. Seguro que a muchas se las tragó para siempre el mar, pero algunas consiguieron arribar primero a la actual Polinesia Francesa y, desde allí, se estima que alrededor del s. IX, a las Cook.
Narra la leyenda que sus descendientes rematarían la faena poblando después la vecina Nueva Zelanda, a la que actualmente está asociado este archipiélago. De hecho los kuki gozan de doble nacionalidad, del sistema educativo y sanitario neozelandés y se expresan tanto en inglés como en maorí. Aunque independientes, las Cook no dejan de conformar un país muy pequeño, cuyas quince islas apenas alcanzan los 15,000 habitantes. Todas juntas no reúnen ni 250 km2 de tierra firme, desperdigados a lo largo y ancho de casi 2 millones de km2 de océano, es decir un área del tamaño de México.
De tan diminutas, para localizarlas habrá que buscarlas a conciencia en el mapa del Pacífico Sur y, para pisarlas, tocará vérselas con al menos un par de escalas y prácticamente un día de avión, con su noche correspondiente. De ahí que la mayoría de sus visitantes las elijan como el colofón playero para culminar un viaje más prolongado por Nueva Zelanda o Australia. Sin embargo, quienes tengan el acierto de decidirse por ellas, gozarán no sólo de las fascinantes playas de ensueño que uno le presupone a estas latitudes. En las Cook, con su ritmo de vida perezoso, sus carreteritas no siempre pavimentadas y sus hechuras invadidas de vegetación tropical, aguarda además el privilegio de asomarse a una Polinesia todavía muy auténtica. Algo parecido, aseguran, a los que fueron veinte o treinta años atrás Tahití, Bora Bora y demás edenes que Francia conserva como colectividad de ultramar y a precios menos prohibitivos.
Refugios de lujo extremo hay apenas un puñado y, entre ellos y el albergue para mochileros de su capital, media una nutrida variedad de hotelitos de todas las categorías, nunca demasiado grandes ni más altos que las palmeras que los disimulan a la vista. A ellos se unen también las villas y bungalows donde instalarse como en casa a saborear este paraíso al que las prisas, los atascos y demás contratiempos del mundo real tienen prohibido el paso.
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01. Piloto de la compañía local Air Rarotonga.
02. Vuelo entre las islas de Atiu y Aitutaki.
03. Isla de Aitutaki. Práctica de remo junto a la playa del Aitutaki Lagoon Resort & Spa Hotel.
las Tres favorITas
Aunque la más espectacular sea Aitutaki, es Rarotonga, una versión de Tahití en miniatura, la que más turismo recibe y por la que pasarán sin falta todos los viajeros. Esta isla encantadora, la principal del archipiélago a pesar de que la carretera que la rodea por la costa apenas suma una treintena de kilómetros, cobija el único aeropuerto internacional del país, la mayoría de los hoteles y Avarua, la única ciudad, aunque podría definirse mejor como un pueblo grande. Se sugiere programar el fin de semana en esta localidad para disfrutar de su relajadamente isleña vida nocturna y visitar su mercado de los sábados, donde se despachan souvenires y atunes frescos, al tiempo que se aplauden a los mismos bailarines polinesios que, por las noches, trasladarán sus sensuales danzas y espectáculos de fuego a los mejores hoteles. Imprescindible también, incluso para el más recalcitrante entre los ateos, asistir a las misas del domingo, en las que niños y adultos, tocados con coronas de flores recién cortadas, entonan sus himnos a capela y a la salida departen con los forasteros como si fueran parte de su familia.
La gente aquí es deliciosa. Quizá la dulzura de su carácter afable explique que no le vean contradicción a ser hoy tan religiosos y, al mismo tiempo, tan perfectamente conscientes de que la llegada de los primeros misioneros, a partir de 1821, hizo peligrar los pilares de su cultura. Con ellos vinieron las enfermedades que diezmaron su población y, por si fuera poco, todo - o casi todo - quedó prohibido: desde las canciones, los tambores y las danzas, que milagrosamente se han recuperado con los años y hacen de los kuki unos de los artistas más reputados de la Polinesia, hasta los tatuajes, que vuelven a utilizarse aunque hayan perdido sus significados de antaño. Con la implantación del cristianismo se fueron abandonando los centros ceremoniales o maraes –en su mayoría todavía sin desbrozar de entre la maleza– en los que sus antepasados realizaban los rituales. Por supuesto, fueron pasando a la historia la poligamia y otras costumbres que se consideraban disipadas, como la ropa escasa y la complacencia de sus mujeres, que hacían perder la cabeza a los marineros de paso por los Mares del Sur.
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01. Crucero Paul Gauguin, visto desde la isla de Aitutaki.
02. Playa One Foot Island, isla de Aitutaki.
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Cuando los primeros jefes o arikis adoptaron la nueva religión, sus súbditos olvidaron la tierra de los ancestros, que llamaban Avaiki. Dejaron también de lado a Tangaroa, el dios del mar y a Papa, la diosa de la Tierra. Además suspendieron la costumbre de comerse a los enemigos que tuvieran la mala suerte de caer en sus manos. Fue con la llegada de los misioneros cuando su gente empezó a abandonar los poblados de los escarpados valles del interior de la isla, que les protegían tanto de los ciclones como de las tribus rivales, y se fueron asentando a lo largo de la costa.
Aún queda parte de la senda antigua, adoquinada entonces con coral, que rodeaba por el interior los 32 km que tiene de circunferencia Rarotonga. La carretera nueva, sembrada de pequeñas motos y destartaladas camionetas, los hilvana sin perder de vista el océano a un lado y, del otro, las verdísimas cimas. Todo este territorio volcánico y montuno, deshabitado salvo por una que otra granja, se deja descubrir realizando hermosas caminatas entre una vegetación lujuriante jalonada de cascadas donde refrescarse. A sus pies, reina entre las playas la bellísima de Muri, aunque ni siquiera sus destellos de color azul turquesa pueden compararse con los colores y las transparencias de la laguna de Aitutaki.
A 45 minutos en avioneta de Rarotonga, esta otra islita imprescindible podrá explorarse en moto o en bici a través de unos senderos entre palmeras, que parecen llevar al fin del mundo. De noche, bajo los inspiradores cielos estrellados del Hemisferio Sur, grupos familiares entretienen a los visitantes con sus ritmos tradicionales y danzas autóctonas. Podrá gozarse casi a solas de unas hermosas playas y de las ballenas jorobadas que, entre julio y octubre, se arriman hasta lo indecible a su costa. Aun con ello, la estrella de Aitutaki es su laguna: un triángulo perfecto de aguas impresionantes cercadas por el arrecife de coral que las separa del mar abierto y por las que flota una docena de lindos islotes desiertos, llamados motus.
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01. Un niño vestido con trajes típicos se prepara para un show cerca del Punanga Nui Market, isla de Rarotonga.
02. Interior de la cueva Kopeka Bird Caves, isla de Atiu. Rara vez se va más allá. Los vuelos domésticos de Air Rarotonga no son precisamente una ganga y, con la perfección de estas dos islitas, será imposible no quedar saciado. A lo sumo, algún afortunado alcanza ir hasta Atiu, un universo más rural por el que los alojamientos no llegan ni a un puñado y sus habitantes, que viven de los cocos y el cultivo del taro y el café, saludan con la consabida frase kia ora -que estés bien- a todo conocido o no con el que se topan por los caminos de tierra. Su fuerte, además de los aires que tiene de último confín, son las fenomenales cuevas que horadan su geografía, habitadas por aves capaces de construir sus nidos en la oscuridad más absoluta. Muy pocos tienen el privilegio de avistar Mitirao, Mangaia o las demás islas volcánicas del Sur, y menos aún los que llegan hasta los atolones coralinos de Manihiki, Pukapuka, Rakahanga y alguna otra islita del más remoto, deshabitado y difícilmente accesible Grupo Norte.
En raras ocasiones se puede viajar por este universo anfibio a bordo de la gran canoa tradicional que suele aguardar fondeada en el puerto de Avarua. Junto con otras seis wakas procedentes de cada rincón de la Polinesia, esta embarcación emprendió recientemente una extraordinaria singladura a través del Pacífico para concienciar al mundo sobre el peligro que corren los mares y sus habitantes: más de 200,000 millas náuticas guiándose por las estrellas, como los antiguos maoríes, a lo largo de casi dos años. La película sobre esta gesta, emprendida por un centenar de hombres y mujeres que emularon las migraciones épicas de sus ancestros, quedó terminada el pasado diciembre. Si todo se desarrolla según lo planeado, llegará a las pantallas este mismo año. ourbluecanoethefilm.com
Una mujer baila durante el espectáculo del Highland Paradise Cultural Village, isla de Rarotonga.
cómo llegar
Salvo algún crucero, la única conexión de las Cook con el resto del mundo son los vuelos de Air New Zealand a Auckland, Papeete, Sídney y Los Ángeles. Las conexiones entre las islas las efectúa Air Rarotonga. airnewzealand.com airraro.com
mejor época
Su clima tropical es ideal en cualquier momento. Entre noviembre y marzo hace más calor y llueve.
alojamIenTo
Las Cook no son un destino exclusivamente de hoteles de lujo, que sin embargo destacan entre maravillosos paisajes y ofrecen estancias de clase mundial. También abundan villas de vacaciones junto al mar, donde instalarse como en casa, bed & breakfasts, algún albergue para jóvenes e incluso un glamping o camping con glamour como el Ikurangi en Rarotonga, totalmente ecológico. También en esta isla, hay villas del nivel de Te Manava o con el carisma de las self-catering de Heron Reef y Kaireva Beach House, con unas vistas espectaculares a la laguna de Muri. En Aitutaki, destacan desde el exclusivo hotel Pacific Resort o los bungalows sobre el agua del Aitutaki Lagoon hasta los sencillos chalets de playa Samade, un par de ellos pensados para familias. En Atiu la oferta se reduce a las Atiu Villas y unas pocas casas de huéspedes, mientras que en las demás islas las opciones son todavía más limitadas. ikurangi.com temanava.comws heronsreef.com kairevabeachhouse.com pacificresort.com aitutakilagoonresort.com samadebeach.com atiuvillas.com Todas las posibilidades de alojamiento en el archipiélago se encuentran en cookislands. travel/stay.
acTIvIdades de mar y monTaña
Además de disfrutar del sol, la playa y deportes como el snorkel, el windsurf, el surf, el kite-surf, la pesca o el kayak, podrán emprenderse caminatas por el encrespado interior volcánico de Rarotonga ya sea de manera independiente o en excursiones guiadas como las que lidera Pa, todo un personaje, a través del Pa’s Cross Island Trek. Las muchas opciones para bucear en esta isla pueden consultarse en The Dive Center. En Rarotonga podrán alquilarse motos o bicicletas para recorrer la isla, al igual que en Aitutaki. El gran aliciente en este lugar es su laguna, por la que prácticamente todos los hoteles, como el Tamanu Beach organizan travesías, con a menudo una comida tradicional en uno de sus islotes o motus, así como expediciones de buceo. La mayor atracción de Atiu son sin embargo sus cuevas, por las que se organizan rutas guiadas fáciles de reservar a través de los alojamientos. pastreks.com thedivecentre-rarotonga.com tamanubeach.com atiutoursaccommodation.com Para las insólitas singladuras en canoa tradicional o waka por el archipiélago, contactar: civoyaging.org o pacificvoyagers.org. Retrato de una bailarina en el Hotel Pacific Resort de Aitutaki.
más InformacIón A través de la Oficina de Turismo, cuya página web estará en breve traducida al castellano, se pueden localizar todos los alojamientos del archipiélago, con su ubicación y características, así como cualquier deporte o actividad por sus islas. cookislands.travel
Ballenas
En ocasiones se acercan tanto a la orilla que sus saltos y zambullidas llegan a apreciarse mientras se disfruta de un atardecer en la playa. Aunque por las Cook se han avistado hasta quince tipos de ballenas, sus estrellas son las jorobadas que, sobre todo entre julio y octubre, acuden para aparearse y dar a luz a sus crías en aguas protegidas para ellas. Además, estas islas han declarado casi 2 millones de km2 como santuario de tiburones y han creado una reserva marina extraordinaria que incluye setenta especies de corales, morenas, peces ángel, trompeta, mariposa o león, águilas marinas e infinidad de tortugas y especies tropicales.