Dante Alighieri y la medicina
Dante Alighieri y la medicina
orlando mejĂa rivera
Catalogación en la fuente Mejía Rivera, Orlando
Dante Alighieri y la medicina. – Manizales: Universidad de Caldas, 2018
280 p. (Colección Ensayos)
ISBN: 978-958-759-175-0
Medicina – Historia / Ciencia en la literatura – Influencia / Alighieri, Dante, 1265-1321 / Alighieri Dante, 1265-1321 - crítica e interpretación /
CDD 610.9 M516
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Universidad de Caldas -Comité Editorial-
Título: Dante Alighieri y la medicina Autor: Orlando Mejía Rivera E-mail: paracelso2001@yahoo.com
Primera edición: Manizales, abril de 2018 Derechos reservados por la Universidad de Caldas para esta edición
ISBN: 978-958-759-175-0
Editor: Luis Miguel Gallego Sepúlveda Coordinación editorial: Jorge Ivan Escobar Castro Corrección de estilo: Diana Carolina Arbeláez Echeverri Diseño y diagramación: Luis Osorio Tejada Diseño de portada: Luis Osorio Tejada
Editorial Universidad de Caldas E-mail: produccion.editorial@ucaldas.edu.co Apartado aéreo: 275 Teléfono: (57+6) 8781500 Ext. 11106 Manizales — Colombia
Este libro se publica con fines académicos. Prohibida su reproducción total o parcial.
Para Mercedes, que es mi Beatriz.
¿No es nuestra vida el ala de unos pájaros que vuelan en el fondo de un espejo? Solo hay dolor y polvo en su silencio, cristal y brasas. Giovanni Quessep. En la hora de nuestra muerte. (Metamorfosis del jardín. Poesía reunida. 1968-2006)
Índice
I. ¿Estudió medicina Dante?
27
II. Pasajes anatómicos, fisiológicos y fisiognómicos en la Divina comedia
47
III. El ojo clínico de Dante Alighieri
91
IV. El lenguaje del dolor en la Divina comedia
145
V. El saber terapéutico, las metáforas médicas y las referencias a médicos en la obra dantesca
177
VI. Las enfermedades oculares y las teorías de la visión en la obra y la vida de Dante
203
VII. Dante y el Primer Círculo: La sucursal del paraíso en el infierno
235
Epílogo
253
Bibliografía citada
269
Una descripción científica de la comedia de Dante, una descripción tomada como un flujo, como una corriente, inevitablemente adoptaría el aspecto de un tratado sobre las metamorfosis e intentaría penetrar en los múltiples estados de la materia poética, de la misma manera que un médico que hace un diagnóstico escucha la unidad múltiple del organismo. La crítica literaria se aproximaría así al método de la auténtica medicina. Ósip Mandelstam. (Coloquio sobre Dante. 2004).
[…] es necesario que el hombre se abra como una rosa que no puede seguir más tiempo cerrada y que difunda el aroma que ha engendrado dentro de sí; y esto es lo que conviene a la edad que tenemos ahora entre manos. Por consiguiente hay que ser sabio; y para serlo se requiere una buena memoria de las cosas vistas, un buen conocimiento de las cosas presentes y una buena previsión de las cosas futuras. Dante Alighieri. (Convivio. Tratado IV, Capítulo XVIII, 4-5. 1349).
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La visión de la historia que hallamos en Dante es una visión optimista. Censura, sí, a los hombres, acusa su insensatez, su codicia, su bajeza, su crueldad, sean voluntarias o mero efecto de un culpable consentimiento, siendo así que los hombres están hechos para adelantar en la ciencia y en la virtud (Inf. XXVI, 120), que con ello se sentirían dichosos y que, por decirlo así, no logran serlo porque ellos mismos cierran las puertas a su felicidad. Alfonso Reyes. (Dante y la ciencia de su época. 1965).
El Dante es un tema tal que las generaciones pueden descubrir siempre algo nuevo en él y en su obra. Giovanni Papini. (Dante vivo. 1933).
prólogo
Leyendo Dante
Oh quanto è corto il dire e come fioco al mio concetto! e questo, a quel ch’i’ vidi, è tanto, che non basta a dicer `poco’. Paradiso, XXXIII, 121-123.
Pareciera fruto del delirio afirmar que, con las debidas proporciones, el maestro Orlando Mejía Rivera es un émulo del poeta por antonomasia. Lo hago, memorioso de introducir un libro que se publica en el país del ditirambo donde, a decir poco, el saber sigue a la saga de la ignorancia, sobre todo en su clase dirigente. Alighieri es reconocido después de siete siglos como lo fue en su momento, como el poeta por antonomasia por su ser polifacético. En su corta - 17 -
vida fue escritor, jurista, polemista, teórico, político, lingüista y filósofo; entre los mejores de esa larga, lóbrega y, al final, asombrosa noche del Medioevo. Y poeta, porque con su arte fue capaz de inaugurar una época, con su inteligencia, de leerla, con su sensibilidad, de contarla y gracias a la invención de su mundo, de recrearla, incidiendo a cabalidad en la transformación del ser humano y de la civilización y la cultura de Occidente. El autor de este libro es un científico de la medicina y un activo curador de almas y cuerpos, políglota, docto en historia, ciencias, filosofía, antropología, lingüística y arte. Y, a su vez, es poeta, ensayista y narrador, de los mejores en Colombia, como su obra certifica con creces. Además, me consta que, dinámico y silencioso, transcurre su vida en el ir y venir, humilde y generoso, por entre los hospitales donde practica la ciencia, la facultad donde profesa el magisterio y la excelente biblioteca de su hogar, donde activa el pensamiento y donde, incesante y lúdico, ejerce la poesía. No lo hace en las dulces colinas de la ruidosa, cosmopolita y lujuriosa Florencia del valle del río Arno, ni en la aurora de un humanismo cimero, sino allá, en las lejuras lejanas cual son las feraces cimas andinas de la provinciana y mojigata, mas - 18 -
dinámica y sorprendente Manizales. Y en esa patria colombiana, la suya, inmersa en una sombría y perenne guerra fratricida que se libra desde el alba de los tiempos modernos y que duda aún si salir de su anquilosado medioevo. La lección del maestro florentino, asimilada por el maestro colombiano, es clara y concisa: mi verbo se queda corto frente a la idea, y lo que digo respecto a esta (y a la epifanía que he vivido), aún más. En su vasto sentido plural, los tres versos del último canto del Paraíso me mueven a presentar, entusiasta, este tratado de la inteligencia traducido en libro. Y, sin retórica, apelo una vez más a la sabiduría del toscano: leerlo me induce a pensar en el imperceptible umbral que hay entre el conocimiento y el saber, el que a mi entender constituye la poesía, y del que este libro da merecida cuenta. Solo una juiciosa lectura de la Commedia, como la hecha por Mejía Rivera, es ya una empresa, por el hermetismo de su lengua y la pluri significación de sus lenguajes. La interpretación correcta del sencillo barroquismo de Dante implica también un conocimiento certero del vernáculo toscano (esa forma primaria del italiano moderno), con fundamentos sólidos de latín y griego y, sin duda, del bello idioma español, que se piensa y, - 19 -
del castellano, que se escribe. Agréguese a esto el dominio de la imagen y la apasionada erudición médica, para saber de qué habla Mejía Rivera: en la poesía y en la ciencia. No es de menos la investigación que le ha impuesto al tratadista fatigosos años de rastreo estudiando por el mundo en las más variadas bibliotecas, rastreando con método tratados médicos, científicos, filosóficos y teológicos de la época, salteando lecturas eruditas y multilingües de diferentes épocas y escuelas, más el renaciente arte y sus códigos estéticos, incluido el de la contemporaneidad. Confortado todo por el saber epistemológico y la mesura que le imponen al escritor un distanciamiento crítico de la materia tratada. No dudo que el mismo Dante, patrón de un ánimo lúdico, diría: ¡Tómbola! Y si fueran conocedores de este libro y de su autor, Carpentier y Saramago, que en ello son maestros, dirían: «Sencilla y diligentemente barrocos». La lectura de Dante y la medicina revela el atento examen realizado por su autor del trabajo de los especialistas en las más heterogéneas disciplinas quienes, estimulados por el poema princeps de la literatura de Occidente, no cesan de estudiarlo: tal el misterio del arte. De este modo el recorrido por - 20 -
la obra poética de Alighieri en su conjunto, por documentos, tratados y testimonios de exégetas y contemporáneos, comenzando por Boccaccio y los doctores en Bolonia y Padua (sus maestros), rubrican la vasta formación de Mejía Rivera. Un ponderado aparato crítico-metodológico acentúa el valor de este libro que incluso polemiza con traductores y especialistas, y lo convierte en un vademécum, en apariencia mamotrético, mas en realidad medido en sus apreciaciones y distante de la especulación impresionista. El texto está soportado en una escritura cristalina que facilita, al especialista y al gran público, el acceso a la materia hostil de las patologías, de la intricada concepción de la medicina de la época, basada en los conocimientos primordiales del cuerpo humano, la farmacopea y la alquimia en la aurora de su cientificidad. Este libro es un tratado, ampliado, corregido y renovado de los muchos que ha consultado el autor; está ampliamente ratificado por la bibliografía razonada y por la originalidad discursiva de los temas afrontados. Es necesario certificar la adhesión de su autor con la necesidad que vengo perorando ya desde hace muchos años, de configurar una escuela crítica independiente y laica, democrática y responsable, en un país como Colombia, donde - 21 -
esta brilla por su ausencia. La factura de Dante y la medicina ejemplariza un trabajo enraizado en el principio de que el ejercicio de la lectura es un ejercicio de la crítica y esta, a su vez, está implícita en el ejercicio de la escritura. Mejía Rivera desborda la tradición de las relaciones causa-efecto y funda su trabajo en el estudio, primero filológico y lingüístico de la Commedia, para dar paso al saber semiótico y estrictamente médico. Esto le permite sustentar, argumentar y demostrar con bases sólidas y con suficiencia, su tesis central: Dante sí hizo estudios médicos: de anatomía, fisiología, patología y farmacopea, como revela el lenguaje metafórico y críptico de su obra literaria y como era pertinente en su tiempo para desempeñarse en el gobierno de la señoría florentina, cuando la cultura era un patrimonio auténtico. Un latinoamericano y cosmopolita ratifica la vigencia de este universo que aún no se escucha. Mejía Rivera asume el compromiso del intelectual con la cultura científica y humanística, al igual que con la sociedad de hoy, agobiada por las enfermedades sociales, acentuadas a la vez por la neurosis, la velocidad y el desencanto. A esta colectividad, en manos de la ordinariez, gobernada por la vulgaridad, la corrupción y el espectáculo chabacano, se dirige este libro. Como demostración de que - 22 -
el saber se une al conocimiento para hacer de lo impracticable y de lo oscuro una exquisita y fértil material, como es la ciencia, escrita por la poesía.
Fabio Rodríguez Amaya Università degli Studi di Bergamo Otoño, 2017
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prefacio
El primer recuerdo que poseo de Dante me devuelve a mi adolescencia temprana, con trece o catorce años, en el colegio San Luis Gonzaga de Manizales, a una mañana nublada en la que el padre Emilio Ramírez, profesor de filosofía, dijo una frase que me sorprendió porque no la comprendí: «La violencia colombiana tiene una simbología dantesca. Por eso hemos sido incapaces de exorcizarla». Esa tarde pedí prestado en la biblioteca un ejemplar decimonónico de la Divina comedia, empastado en cuero rojo, de gran formato, con las ilustraciones de Gustavo Doré, que me deslumbraron y aún me encantan. La edición era bilingüe y la versión en español estaba en verso. No recuerdo su traductor. Comencé a leer con gran dificultad esos tercetos que no me decían nada y solo continué porque de manera ingenua, o estúpida, pensaba que llegaría a una parte donde se me revelaría el secreto de por qué - 25 -
los colombianos nos odiábamos tanto entre nosotros. Aguanté los tres primeros cantos del Infierno y entregué el libro como se devuelve una chaqueta regalada en navidad que nos quedó pequeña y cuyo color abominamos. Algunos años después, en sexto de bachillerato, cayó en mis manos la obra completa de Jorge Luis Borges editada en un único volumen. No solo fue amor a primera vista, fue más bien locura de la imaginación y autoconciencia espiritual. La revelación epifánica de que la literatura podría llegar a ser la vía para salvarme de mí mismo y de esos inexplicables rugidos interiores que me amenazaban con la destrucción total. Allí todavía no estaban sus Nueve ensayos dantescos, pero contaba Borges como aprendió a leer italiano en el autobús, con una edición del poema dantesco en su lengua original dividido en tres tomos. Eso mismo hice yo durante los siguientes dos o tres años y puedo decir que leo en italiano gracias al método borgiano, la obra fue para mí en ese tiempo un texto que me enseñó a apreciar la belleza de la lengua de Dante y a reconocer su maestría insuperable como poeta. Siguieron arduos años de estudiar medicina, ejercer la medicina interna y aprender de la muerte - 26 -
cotidiana de los otros gracias a la tanatología clínica. A los treinta años comprendí, con las entrañas y el corazón, que solo tenía el día de hoy. La expresión ‘Mi futuro’ comenzó a reflejar sus auténticos significados: incertidumbre, inexistencia, vacío. Entonces, descubrí la eternidad del ahora. El reino del instante, del tiempo vertical y súbito del kairós griego: el disfrute irrepetible de un sabor, de un beso, de un cuerpo, de una mirada, de la relectura que se hace nueva con el cambio de la hora. El ángel terrible de Rilke, el castillo de los sueños de Quevedo, la caballería espiritual de Raimundo Lulio, el arte de la salud de Arnau de Vilanova, los koanes Zen de Suzuki, las ráfagas flamígeras de los poemas de Ibn Arabi y, por supuesto, ese universo misterioso e inagotable de la Divina comedia de Dante. García Márquez, en Cien años de soledad, le hace decir al patriarca de los Buendía que para fundar un pueblo, primero hay que tener un muerto. De igual manera, se penetra en la Divina comedia cuando ya hemos conocido los sótanos de la existencia humana: la pérdida de los seres amados, el desengaño de los disfraces del éxito y de la derrota, la ilusión enfermiza de la posesión material, el hastío ante ese aquelarre banal de los sainetes - 27 -
sociales. La Divina comedia y Dante Alighieri son un universo que si se quiere recorrer con provecho, se debe empezar como empieza el Canto I del infierno: «A la mitad del camino de nuestra vida». Es decir, para contextualizarlo en términos junguianos, cuando nuestro yo profundo, ese que huele las tumbas de los antepasados y escucha las palabras que brotan de la propia sangre, se prepara para cumplir su destino de ser irrepetible y único en esta Tierra. Dante Alighieri, con esas facciones de piedra que nos legó el retrato del Giotto, es el mismo Virgilio arquetípico que conduce a cada persona, cuando despierta, al viaje iniciático por los laberintos brumosos de su auténtica vida profunda. Pero me atrevo a decir, ahora, que el sentido de la obra de Dante ha sido prefigurado en la máxima 11 del antiquísimo libro del místico egipcio Ptahhotep: «Sigue tu corazón durante el tiempo de tu existencia». Hace poco me sorprendí pensando que mi antiguo profesor de filosofía tenía razón: «La violencia colombiana tiene una simbología dantesca. Por eso hemos sido incapaces de exorcizarla».
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Este libro se terminó de imprimir en el mes de abril de 2018 en Xpress Estudio Gráfico y Digital S.A. Bogotá – Colombia