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MÁS ALLÁ DEL INDIVIDUO
from EMPATÍA
Por: Enrique López
Empatía, ¿para cuántos?¿Dónde quedó?
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Dice el viejo dicho que les niñes y les borraches siempre dicen la verdad. Siento que hay cierta sabiduría en el dicho, aunque no siempre sea verdad. Pienso, que la honestidad brota en ambos casos de una simple ignorancia, venga esta de la inocencia de los primeros o la embriaguez de los segundos. Sí, puede que la ignorancia les brinde honestidad, pero a la vez los priva de la consideración por el prójimo, o una forma de empatía, por así decirlo.
Escribir este artículo ha sido más bien como escribir múltiples artículos. Escribí líneas con una idea en la cabeza y luego las borré por sentirlas frías e irrelevantes. ¿Cómo escribir sobre empatía sin caer en lo típico o cliché? La idea se repetía en mi cabeza mientras el ciclo de escribir y borrar se repetía. Al final, y manteniéndome fiel a mi corazón, me decidí a llevar la contraria y escribir en contra de la empatía.
Primero lo primero, la empatía en sí no es mala ni buena. Pero si le preguntamos a mil niñes o mil borraches, casi con seguridad puedo adivinar que la describirían como algo bueno, quizá como algo que nos permite formar buenas relaciones con nuestros semejantes. Esto puede llevar una buena parte de razón, pero no deja de ser una respuesta ciega, en la que se ignora que una ciega empatía puede volverse dañina y hasta cruel. Un fragmento de las creencias judeo-cristianas podría resumirse de forma burda a la frase popular ‘haz el bien sin mirar a quién’. Esta frase bien podría usarse para explicar como funciona la empatía, ¿pero no tenemos muchos ejemplos en la historia y en la vida diaria de lo que pasa cuando el bien de uno significa daño para otro?
¿Pero cómo puede ser que las buenas intenciones resulten en nada que no sea positivo? Quizá sea una cosa del lenguaje lo que permite la deformación de la empatía hasta el punto de volverse dañina, pero… El camino al inframundo está tapizado de buenas intenciones, ¿no? A fin de cuentas, la empatía es algo aún más abstracto que un sentimiento, y el lenguaje apenas nos permite describir a estos últimos. Es usual recurrir a ejemplos o expresiones al explicar la empatía, pero hacer esto es dar un salto enorme desde lo que ésta es hasta como lo que creemos que debe reflejar en la realidad. Este juicio subjetivo, ayudado por las limitaciones del lenguaje, permite corromper la virtud de la empatía y enviciar nuestras buenas intenciones nacidas de ella.
Caer en estas fallas, pervirtiendo de paso el propósito de la empatía, podría parecer un acto de maldad premeditada. La verdad no podría estar más lejos de tal impresión. En lugar de ser motivado por la maldad, o cualquier otra condición, es más bien un acto accidental e involuntario, resultado de una ceguera común o una ignorancia. Al igual que la inmadurez e ignorancia social de un infante no le permite vislumbrar el eco que produce su honestidad, desconocer la naturaleza de otros nos impide tener auténtica empatía con ellos. Limitados por esta ignorancia y con nuestros instintos sin detenerse, terminamos manifestando una empatía ciega, no para con otros individuos, sino para con una proyección nuestra sobre ellos, negando su identidad en el acto.
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Ningún hombre es una isla, condenó un viejo poeta inglés hace unos pocos siglos, y con toda razón, si mi humilde opinión cuenta de algo. No hay persona que exista en aislamiento, todos enriquecemos nuestra existencia y nuestra naturaleza misma a través de nuestras interacciones con los que nos rodean. No, ninguna persona es una isla, pero grupos de personas sí que forman continentes. Igual que en nuestro mundo no hay dos continentes iguales, no hay dos grupos de personas idénticas. Nuestro rol en los diferentes grupos a los que pertenecemos nos da acceso a una buena cantidad de información sobre los demás miembros del grupo. Esta información remueve el velo de la ceguera de nuestra empatía y nos permite reconocer la identidad del otro. La vuelve una empatía consciente, por darle un nombre. El acceso a información funciona excelente en nuestro propio continente, funciona de forma adecuada con los continentes vecinos, pero entre más se alejan, más incomprensibles y extraños se tornan.
He hablado de este punto de inflexión como si se tratara de una puerta, pero puede ser que esto haya sido un error. Sería más bien parecido a un tablón o a una cuerda que conecta dos caminos. Así como uno tiene que desviarse de su camino para hacer una buena acción en favor de otros, uno debe conseguir atravesar una cuerda metafórica para ver esa buena intención materializada. La cuerda sería más estable y fácil de cruzar cuando ayudamos a alguien cercano, a alguien con quien se guarda cierta familiaridad. Con un completo extraño... bueno, no será imposible de cruzar, pero será más difícil conseguirlo. No es la falta de bondad lo que nos hace dar un paso en falso y perder el equilibrio, no se necesita una pizca de maldad para hacernos caer antes de materializar la intención, basta un solo instante inoportuno para fracasar en el trayecto, basta el simple azar.
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¿Quiero decir que no hay esperanza, que ningún individuo puede aspirar a ser empático por puro altruismo sin temor a equivocarse? Pues no realmente, aunque quizá… es complicado. Antes mencioné que la dificultad para materializar una buena intención es variable, según nuestro conocimiento de los otros, de nuestra familiaridad. Vaya, igual podría decirse que varía de acuerdo a nuestra habilidad para, efectivamente, ponerse en los zapatos de otro (y no en los de su propia proyección sobre otros). Como toda habilidad humana, esta se puede mejorar. Así que sí, técnicamente es posible desarrollar nuestra propia empatía hasta poder usarla con seguridad. La dificultad está en que esta habilidad en particular no es una que convenga desarrollar a fuerza de prueba y error, al menos no conviene si nos interesa mantener una reputación en nuestros grupos sociales. La alternativa que nos queda es aumentar nuestra familiaridad con más individuos, hasta el punto de que cruzar la cuerda floja de la empatía se vuelva un acto trivial. En lo personal, pienso que esto sería lo ideal.
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Relacionarnos con extraños, desarrollar familiaridad con individuos diferentes en lo más fundamental, no solo mejora nuestra empatía, sino que también nos da mayor libertad en el resto de nuestras habilidades sociales. Es ideal, sí. Pero también es, en apariencia, imposible en este mundo moderno. No es una exageración decir que el ser humano no está hecho para el mundo moderno. Aunque esto abarca todas las áreas de la vida, aplicado a nuestras relaciones sociales el efecto es algo más sutil y es al mismo tiempo contra intuitivo.
Nadie podría afirmar con honestidad que la idea de ‘el mundo está más conectado que nunca’ es falsa. Una cantidad increíble de personas están al alcance de unos cuantos clicks en el mundo actual, disponibles para conocer y relacionarse. El universo digital que facilita esto otorga una anonimidad intrínseca a las relaciones que se valen de él y como consecuencia, estas se vuelven más parecidas a extensiones de nuestra realidad que a individuos con identidad propia. Esto es todo un campo de estudios por sí mismo, pero no nos desviemos mucho de lo concerniente a la empatía. Entonces sí, el mundo de la información ha ampliado nuestros alcances de comunicación en una escala incomparable, pero todas nuestras habilidades sociales que tenemos como especie, entre ellas la empatía, mantienen un alcance limitado por nuestra biología. Mostrar empatía hacia individuos dentro de nuestro alcance físico y sobre cuya identidad sobreponemos nuestra proyección podría salir mal, hacerlo con individuos fuera de alcance y de los cuales negamos su identidad es una apuesta a perder.
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Parecería que una solución simple sería enfocarse más en las relaciones más cercanas, restringir nuestros actos de empatía hacia quienes nos son familiares, y claro puede funcionar, pero no está al alcance de todos. Más aún, no podemos borrar de tajo nuestra relación con el resto del mundo; aquí nos tocó vivir y la empatía podría ser esencial para llevar una relación cortés con las comunidades del mundo. En realidad, es un problema moderno, con causas complejas y cuya solución requerirá mucho trabajo serio y dedicado. Muchos nos hemos adentrado en el abismo de las relaciones digitales en un acto de compensación, al mismo tiempo que levantamos muros a nuestro alrededor. La promesa de innumerables personas para conectar es cegadora y seductora, y nos hace olvidar como actuar con empatía. Como resultado se han formado comunidades de individuos unidos artificialmente y sin conexiones reales entre ellos. ¿Puede alguien voltear a ver al mundo y no ver un claro ejemplo de cómo esto ha afectado nuestra habilidad de sentir empatía por el prójimo?
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Si antes he comparado a grupos de personas con continentes, ¿cómo se reflejaría en esta metáfora la el efecto de las relaciones digitales? La humanidad ha pasado de ser un mundo de continentes separados pero posibles de conectar, a uno cubierto de niebla, donde sus habitantes no se logran encontrarse y confunden un mar de ecos con su propia voz. ¿Qué hacer, renunciar a la familiaridad y sumar al mar de ecos? Definitivamente no. A mi parecer apostar por ello sería igual a apostar por la muerte de la comunidad. Una derrota para todos los involucrados, una derrota para todos.
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Mas los invito a no permitir la ruptura de su corazón, la esperanza no está perdida. La solución a esta barrera a las relaciones entre individuos no será sencilla, pero creo que podría estar más cerca de lo que uno podría pensar. El problema no es nuevo, tan solo se ha transformado. Se piensa que el tamaño ‘natural’ de los grupos humanos, quizá mejor expresado como el tamaño prehistórico, oscila entre los 150 y 200 individuos. Con la fundación de pueblos y ciudades las reglas de la convivencia cambiaron de manera similar a como las tecnologías de la información las han cambiado para nosotros. Si aquellos primeros citadinos no hubieran ideado herramientas para compensar el cambio de reglas, hace mucho tiempo ya que se hubiera abandonado la ciudad como forma de organización. Pero aquí estamos, más personas que nunca viviendo en ciudades. ¿Cuál fue esa herramienta que ha funcionado tan bien? Cuando el tamaño del grupo supero la capacidad de la familiaridad, la empatía entre individuos fue sustituida por reglas de convivencia entre grupos, contratos sociales, leyes...
¿Estoy diciendo aquí que la solución es legislar en materia de tecnologías de la información? Quizá. Como el individuo de visión sesgada que soy, no me atrevo a apuntar a una única solución. Lo que puedo hacer es señalar que, a diferencia de los humanos antiguos, cuyas reglas cambiaron en un periodo prolongado, nuestras reglas cambiaron y continúan haciéndolo en un periodo corto de tiempo. Afortunadamente tenemos una ventaja masiva a comparación de nuestras contrapartes antiguas. En este tiempo y día existimos una cantidad más grande de individuos que nunca, tenemos la fuerza de los números. Si usamos adecuadamente esta ventaja podremos fácilmente compensar la diferencia de tiempo que juega en nuestra contra.
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Cualquier medida que nos decidamos a tomar deberá de ser un esfuerzo general y concertado, y sí quizá tengan que surgir nuevas leyes en este respecto, pero seguramente también tendrá que surgir algo nuevo, algo que quizá no podamos siquiera imaginar hasta que nos determinemos a lidiar con el asunto. Al final, y para concluir este texto, estoy seguro que las nuevas medidas que tomemos como humanidad estarán influenciadas y tomarán forma a partir de la empatía de todos y cada uno de nosotros. La empatía de unos sumándose y complementando la de otros.