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En recuerdo del maestro

Algunos datos curiosos sobre este titán literario

● Se dice que era una persona dura, seria y hasta conflictiva, pero muchos otros que lograron intimar con él, lo describen como un ser alegre y generoso

● Le gustaba viajar, pero no le gustaban los aviones, lo que no le impidió estar de un lado a otro gracias a numerosas becas que recibió

● Era un excelente cocinero, aunque según testigos “nunca seguía las recetas porque le gustaba aventurarse”

● Otras de sus grandes pasiones fueron la fotografía y el ajedrez

● Sus restos descansan en el parque dedicado a la memoria de su bisabuelo, el General Florencio Antillón en Guanajuato Capital, un jardín ubicado justamente frente a la casa en la cual nació

● En sus relatos, se refería a Guanajuato como Cuévano y a León como Pedrones

● Fue íntimo amigo de Manuel Felguérez porque fueron juntos a los Boy Scouts

Jorge Ibargüengoitia fue un escritor y dramaturgo guanajuatense que nació hace 95 años en la capital y se convirtió en una de las más notables figuras literarias de nuestro país. Jorge quedó huérfano de padre a una edad muy temprana por lo que, bendito él, creció rodeado de mujeres. Su madre y sus tías se empeñaban en que se convirtiera en un prestigioso ingeniero y que recuperara la fortuna familiar, la cual ya solo era de pura fama. A punto estuvieron de conseguirlo cuando faltando dos años para obtener su título ingenieril, lo abandona para inscribirse en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de México.

Pronto demostró que no era una vocación equivocada, ya que en 1962 publicó “El atentado”, obra con la cual ganó el Premio Casa de las Américas. Dos años después escribió su primera novela, “Los relámpagos de agosto”, una cruda farsa que retrata fragmentos de la Revolución y la conformación de la clase político-militar mexicana. Pero en donde realmente nos hace testigos de su propia vida es en los divertidos pasajes de su aclamado libro “La ley de Herodes”.

Solo la mente de un genio puede burlarse de la realidad y exponerla ante nuestros ojos como la más grande revelación. Con su inagotable sentido crítico, ridiculizaba los papeles sociales e institucionales para impregnar su literatura de vivencias que nos parecen muy familiares y hasta una tremenda risotada nos anda dejando bien plantada.

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