9 minute read

Se van los Dioses

Next Article
La extraña pareja

La extraña pareja

Se van los Dioses

Esparvero

Advertisement

LOS DIOSES se han marchado. Tal como pronostiqué.

Se han llevado con ellos su templo sagrado. También lo avisé.

Nuestro pueblo se ha quedado sin su importante ayuda para localizar la caza y saber cuándo habrá lluvia o cuándo crecerá el Gran Río.

Y tal como supuso mi amigo, mi enemigo mortal ha intentado matarme en medio de la gran asamblea del poblado.

Voy a comenzar por el principio. Soy U_Nak, un cazador del pueblo del Río. Bueno, lo era. En mi prueba de iniciación como adulto salí a cazar algún fiero animal para demostrar que ya era un hombre, como hacemos todos los varones de mi pueblo.

Lo conseguí, maté un puma tan grande que casi no pude arrastrarlo al poblado. Pero él me desgarró una pierna y ya no he podido andar bien y menos, correr. Soy cazador de nombre nada más. Un año antes, mi primo U_Moru, doble de fuerte que yo y no muy listo salvo para atormentarme, había cazado otro buen ejemplar. Pero el mío era mucho más grande y creo que eso disparó su enemistad hasta el odio. No importaba que yo me hubiera quedado impedido para la caza y él no, los odios y los amores son así.

Me dediqué a tallar cuchillos y hachas de obsidiana, que cortan mejor que las de otros talladores y han salvado a muchos (incluso a mí) de las garras y fauces de nuestras presas. Así, y ayudando en lo que puedo, me gano mi derecho a la comida.

A menos de un día de nuestra aldea está el templo de los Dioses. Se halla enterrado y se entra por una extraña puerta. Dentro está oscuro, y huele a cueva pero si esperas a que se acostumbre la vista, los puedes ver. Son dos, están derechos, aunque dormidos, y despiden una luz azulada. Una especie de hielo los protege, pero si te acercas demasiado, te dan náuseas y te pones enfermo. Los Dioses vigilan aun dormidos. Ni los animales pasan y algunas huellas demuestran que han intentado penetrar en la cueva. Es rara y lisa y ni con mi mejor cuchillo logro arañar el suelo ni las paredes.

Es un lugar extraño. Todos hemos intentado penetrar un poco más. Yo logré avanzar un paso más que U_Moru y recibí una buena paliza. He de ser menos que él siempre. Desde mi mayoría de edad ya no ha intentado pegarme. Él es más fuerte pero con un cuchillo en la mano soy más rápido, o al menos él lo cree.

Todos han probado por curiosidad a entrar alguna vez, pero como se pasa mal si se insiste y hay poco que ver, la gente pronto olvida el lugar.

A mí me extrañaba y volví solo muchas veces. A cada intento lograba entrar más adentro, sobre todo si no lo forzaba. Un día me di cuenta de que estaba ya a un paso de los Dioses. Parecen personas dormidas y el hielo que los protege no es frío y tampoco se raya con mi cuchillo. Fui explorando todo con cuidado, pues hay poca luz, pero, de golpe, se hizo de día y una voz rara aunque amable me dijo: «Hola, U_Nak, pasa sin miedo, total ya estás dentro...».

Me asusté un poco pues no se veía a nadie. Los Dioses seguían sin moverse.

La voz me recordó que desde que entré la primera vez yo siempre avanzaba un poco más que los demás. Y yo seguía sin ver a nadie en el templo.

Me contó que no era un dios, y los que creíamos dioses eran dos guerreros muy malheridos que allí, fríos, esperaban sin morir hasta que un sanador los pudiese curar.

Él era el espíritu del templo, que no es tal templo, sino una nave como las barcas que van por el río, pero que iba por el aire. Y no tenía cuerpo que ver, su espíritu estaba en toda la nave. Me enseñó una ventana mágica por la que se veía el exterior, mi cara, la aldea como la vería un halcón y el río, lejos y lejos, hasta las montañas. Era una ventana de mentira pero se veía mejor que por una de verdad.

Ahora sé que es una pantalla, pero entonces me pareció la magia máxima. Me dijo que las náuseas provenían de unos aparatos que llevaban los guerreros dentro del pecho, y que les protegían de animales o lo que fuera que se acercase con malas intenciones o poco cerebro. A la vez, creaban al ser que se acercaba un desagrado que le hacía desistir. Era para poder transitar por lugares como este, con animales salvajes peligrosos o nativos poco amigables.

Charlamos y me contó que tenía un problema muy tonto pero imposible de resolver para él, y que yo podría ayudarle si quería. Él no era una persona y no podía desobedecer una orden dada por su jefe.

El jefe le había ordenado que la nave esperase hasta que él se lo indicase y salió para buscar a otro guerrero herido, que era su hijo.

Siempre había tenido a sus ayudantes cerca y a su guardia personal. Preocupado como estaba, no se fijó en que esa orden era arriesgada. Tenía que volver consciente para revocarla o se quedaría atrapado.

Regresaron los dos casi muertos y el espíritu los tuvo que curar como pudo y meter en la cámara fría para que viviesen hasta que volvieran a otra nave muy grande que les espera en el cielo, muy alto, justo encima.

Allí ahora no hay nadie, pero tiene un sitio muy bueno para curar lo que sea. Y no puede echarse a volar sin anular su propia orden ni aun que sea para salvarlo. En un caso de apuro como es este, cualquier humano de la nave podría dar la orden, pero aquí no hay ninguno y el espíritu no cuenta como persona.

Venían de una gran batalla con muchos heridos y había que volver a casa. El almirante, el jefe de jefes, quiso bajar en persona a por su hijo y mandó a todos a casa. No parecía haber peligro, era bajar y subir y sabía dónde estaba el herido.

Y ninguno llevaba el aparato que repele a los animales. Ahora ya se los han puesto. Casi no lo cuentan y eso que iban bien armados. Lo trajo a rastras su hijo también malherido. Los pumas de esta zona son muy rápidos y fieros.

Y ahora el único que puede revocar su propia orden no puede hablar hasta que lo curen en su nave a la que si no parten nunca llegarán. No hay prisa, aguantarán sin morirse muchos años pero todo estaba estancado.

Su idea era, si yo le daba permiso, el instruirme un poco como guerrero de la nave, contratarme como tal y así él podría obedecer mi orden de partir si yo la daba. Me prometió que lo que aprendería sería muy valioso y que mientras tanto me dejaría buscar animales para cazar usando el gran ojo de la nave del cielo. Con ello yo sabría cuando vienen tormentas, riadas o agua sucia con dos días de antelación. Eso nos permitiría pescar antes de que fuera tarde y localizar y rodear piezas de caza. Si lo sabía mostrar como favor de los Dioses, mi puesto en la aldea se vería reforzado.

Yo acepté encantado y mi servicio a la aldea fue grande. Aprendí a leer y escribir (cosa que prometí no revelar ni usar en la aldea), a usar la pantalla con el gran ojo (ahora sé que es un telescopio). Puede ver hasta las hojas de la selva y percibe el calor de los animales, que se nota aunque estén bajo los árboles. La caza y la comida volvieron a aumentar y todos estaban contentos. Todos salvo uno.

U_Moru se había hecho con el mando de la tribu. Siempre se ha conseguido desafiando al jefe y venciéndole en una solemne pelea ante todo el poblado.

Él prefirió abrirle la cabeza de un hachazo. A uno de la aldea que le afeó su conducta también lo despachó de la misma forma.

Los ancianos y jefes de clan de la tribu estaban asustados y le dejaban hacer sin mover un dedo. En una sesión de la asamblea me exigió que le diese el poder de entrar en la cueva de los Dioses. Quería reservarse para él la valiosa información que me daban.

Le dije que si los enfadaba se marcharían llevándose su templo y me dio con su cuchillo un gran tajo en el pecho hasta tocar las costillas. Eso era para animarme a que los convenciera. El próximo corte iría al cuello. Yo dije a la asamblea que eran unos cobardes por permitirle hacer lo que quería y que lo que pasase sería culpa de todos.

Sangrando, volví al templo y una máquina me cosió la herida como si fuera una sandalia. El espírutu me contó que aprovechando la cura me había puesto también un aparato para avisar del peligro y crear malestar a los posibles atacantes. Me hizo jurar con una mano sobre un libro sagrado mi lealtad a su ejército. Con ello ya soy un guerrero. Le ordené que subiéramos a la nave grande a curar a los heridos.

Me hizo poner un molesto traje que olía raro, pero dentro llevaba aire para respirar ya que la puerta por la que entrábamos estaba rota desde la batalla y muy arriba no hay aire. Me hizo sentar en un sitio que me sujetó como un abrazo de oso y salimos arrancando la tierra y los árboles que había encima. Pronto el cielo se hizo negro y vi que de verdad el mundo es redondo y no se apoya en nada. No me lo acababa de creer. La otra nave es más grande que toda la aldea, extraña, redondeada y brillante como una gota de rocío.

Nuestra nave entró por una puerta que se cerró. Dentro ya pude quitarme el traje. Unas cosas con ruedas cogieron a los enfermos en sus cajas y los llevaron a curar. Los seguí, según me decía la voz amiga, y entramos en una sala grande con varios sitios de cura. Pronto estuvieron los dos heridos en su lugar y unas cosas terribles con pinchos y cuchillos les atacaron con decisión. La voz me dijo que me desnudase y me tumbase yo en otra, que arreglarían bien mi herida y lo que tuviera mal, pero dejarían unas buenas cicatrices que en mi poblado son de mucho orgullo. Otra máquina con pinchos se acercó a mí, estaba muerto de miedo pero no dije nada. Me clavó un pincho fino y la felicidad y el sueño me inundaron y no supe más. Me desperté muy despejado. La herida del pecho estaba bien curada y con una hermosa cicatriz. Me bajé de la cama y casi me caigo. Mi pierna mala estaba buena y con fuerza, con sus cicatrices sí, pero no me dolía y andaba recto.

Ahora podrás volver a ser un cazador, me dijo, pero tendrás que entrenarte a correr poco a poco.

Eres un guerrero de nuestra nave. Puedes venir a nuestro mundo y nunca te faltará comida ni techo, pero no tenemos ya ríos, bosques ni selvas ni muchos sitios para estar solos. Y no podrás volver. Te acogeríamos con cariño, pero no sé si serías feliz.

Lo pensé y recordé a una chica de la aldea que me quería desde que éramos niños, y ya no tuve duda.

El jefe aún estaba en el sitio de cura, pero ya hablaba. Me dio las gracias por mi ayuda y ordenó que me dieran un cinturón con cuchillo como los de los soldados. Es más bonito que mi mejor cuchillo de obsidiana y su hoja, que se esconde en la empuñadura, es aún más negra. Nunca se desafilará. Se ajusta a mi mano y ninguna otra mano lo puede abrir. Tiene una pequeña brújula, una maravilla que en mi aldea nadie puede ni sospechar que exista. Y con apretar en un sitio sale una pequeña llamita que puede encender un fuego.

Bajé muy contento en la nave pequeña, y sin traje, pues la puerta estaba ya arreglada. Mi ya amigo me dijo que estaba casi seguro de que U_Moru me intentaría matar para que nadie le recordase que se había perdido el favor de los Dioses por su culpa.

Me dijo que él no se interpondría en la lucha de dos de mi tribu, pero yo era ya para siempre un guerrero de la nave y eso lo cambiaba todo. Desde arriba se ve muy bien lo que pasa en la aldea. Se despidió, pues se irían en dos o tres días, cuando el jefe estuviera curado del todo.

Llegué al poblado en medio de la asamblea. Habían comprobado que los Dioses se habían ido y estaban consternados. Me llamaron al centro. Les dije que ya les había advertido y que había un culpable principal pero también lo eran todos los demás por haberlo permitido.

Sentí el odio que detrás de mí se acercaba corriendo. No era con una persona con quien quería probar mi cuchillo, pensé. Me volví y ya menos rápido por la náusea que sentía y con un cuchillo, hecho por mí, por cierto, mi enemigo estaba a pocos pasos. Hice ademán de buscar mi propio cuchillo, cuando una luz morada bajó del cielo, U_Moru ardió como la yesca y desapareció dejando el suelo fundido. Su cuchillo estaba al rojo vivo y se estaba apagando. Todo sucedió en un silencio terrible. Yo miré al cielo e hice un signo de agradecimiento a «los dioses». Si alguien dudaba de que yo fuera su protegido ya se habría convencido.

Y así termina mi historia. Me había convertido en jefe de la tribu al haber derrotado al actual, y nadie protestó por no hacerlo al modo tradicional.

Salgo de caza y mi aparato interno me sirve para localizar animales, con lo que recupero buenos años perdidos como cazador. Mi chica es ahora mi mujer. Como jefe, y gracias a lo observado desde el cielo, he decidido que tenemos que ir desplazándonos hacia el norte, río arriba. La caza escasea por el sur porque se acerca el desierto. La selva nos parecía infinita pero el borde está ya a pocos días de marcha.

Y la vida en el poblado ha vuelto a la normalidad, lo que ahora me parece la mayor felicidad.

Esparvero (España)

This article is from: