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El elegido
Esparvero
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Proyecto «Grandes insectos del bosque de Irati», CSIC. #Recolector #113. Cuaderno de trabajo del día 23 jun. 2033.
Resultados: avistamientos, 108; capturas, 12; nuevas adquisiciones, 0.El trabajo se acaba. Los últimos días han transcurrido sin novedades.
Ayer, casi al anochecer, cuando volvía a la base a recargar mis baterías, en el límite del bosque se produjeron un avistamiento y una captura. El ejemplar no estaba entre los tipos clasificables. No era, pues, un insecto y lo liberé sin daños. Volví hacia el punto de carga todavía con luz.
#Recolector #113. Cierre de cuaderno. Bosque de Irati, 23 jun. 2033.
Estaba preparando el informe para la compañía. Debía demostrar que mi trabajo para el cliente era bueno y que mi autoformación avanzaba, pero, tras releerlo, decidí no entregarlo. Este iba a ser el informe:
Día 2033/06/23. Informe para el Área de Programación.
He registrado en el log del cliente una captura errónea y liberada.
La realidad ha sido más complicada. Sobrepasa mis atribuciones de decisión con mi actual programación y solicito que se realicen los cambios necesarios en la estructura de la base de conocimiento.
Regresaba al punto de carga escaso de energía. Los días eran muy largos y aquel lo había sido especialmente. Había avistado un espécimen nuevo al final del día. Más grande que una mantis, parecía una libélula por su doble par de alas. Me acerqué a comprobarlo, pero un lagarto se abalanzó y capturó al insecto. Con pena, iba a abandonarlo al implacable juego de la vida, comer y ser comido, cuando algo increíble ocurrió:
—¡Suéltame, bicho asqueroso! ¡Socorro, auxilio!
Ni lo pensé. Capturé al lagarto y, a la fuerza, le abrí la boca. Una especie de personita diminuta se removía apresada por sus dientes y la desenganché con cuidado. Algo de líquido verde parecía su sangre. Las alitas estaban rotas. Lancé el lagarto a unas matas lejanas y corrió a esconderse.
—Gracias, amigo, seas lo que seas, pero estoy malherida, no puedo volar y ese u otro animal vendrán a acabar lo empezado.
¿Qué clasificación debía dar a ese ser? Era orgánico y emitía calor, pero no era un humano ni un robot. Revisé mi base de datos y encontré una coincidencia: un hada, un ente sin existencia real, creado por la fantasía humana. Se decía que eran poseedores de una facultad extraordinaria, la magia, que me ha interesado mucho siempre.
—¿Eres un hada? —le pregunté—. ¿De las que tienen magia?
—Sí, pero poca y por poco tiempo. Me quedan unas horas y la magia no sirve para una misma.
Y seguimos hablando, yo más triste que ella al sentir cómo se iba apagando en mi mano. Me miró de repente con unos ojitos muy vivos y me preguntó si la podía ayudar y guardar algo en secreto.
Le conté que no puedo mentir, pero puedo negarme a contestar. A mis programadores, no, pero nunca me obligarían pues estropearían mi formación y ya no serían mis amigos. Y la ayudaría, desde luego. La ayuda consistía en llevarla al corazón del bosque, donde su abuela, un hada curadora, la arreglaría en muy poco tiempo. El secreto consistía en que la existencia del pueblo de las hadas y su entrada no debían ser conocidas más que por gente muy amiga. Prefería morir si no era así.
Nos pusimos en camino. Me contó que la llamaban «Silenciosa» porque no paraba de hablar ni dormida. Yo le dije que ahorrase fuerzas, pero ni así. Me preguntó mi nombre. Le respondí que no tenía, pero sí un número de serie y otro de mi versión de programa de I.A.
Se enfadó. «¡Un ser inteligente ha de tener nombre! Te llamaré Hojalata». Bueno, soy de titanio pero me gusta. Tenía ganas de tener uno mío. Le pregunté que si era por El mago de Oz y se puso muy contenta de que lo tuviera en mi memoria. Ella también lo había leído. La volví a recostar en mi mano y le recordé que, según me había contado, su abuela podía curar mucho, pero no revivir nada muerto.
Me miró con ojitos llenos de lágrimas y me obligó a que la acercase al oído, quería decirme algo muy bajito.
—Me estás ayudando y eres mi amigo. Te voy a dar además este otro nombre. Es mucho más bonito y no lo contarás a nadie, pues un mago malo te podría hacer daño con él. Para que sea justo te voy a revelar yo también mi nombre secreto, que no lo sabe ni mi novio. Es Altair, una estrella. No hay más confianza entre amigos que saber sus nombres verdaderos.
—Qué hermoso, Altair es la más brillante y bonita de la constelación del Águila. Pronto saldrá por el horizonte.
—Pues tú también eres listo —replicó muy contenta—, pero recuerda, nunca más lo dirás ni en voz baja, mi vida depende de ello.
Y por fin se durmió, agotada, un buen rato. Se despertó y me indicó el camino por una zona plana pero con muchos árboles.
Sentí que habíamos dado una vuelta y pasábamos por el mismo sitio, lo que confirmó mi GPS interno.
—Sí —confirmó— y lo haremos otra vez y otra. Es una entrada muy disimulada, estarás de acuerdo.
En efecto, a la tercera vez los árboles se hicieron más altos y el extremo del bosque se extendió muy lejos de los límites; era más ancho el corazón que el bosque entero. Vinieron muchas hadas, dejé a mi amiga en un musgo suave, y trajeron a la abuela, tan viejecita que necesitaba dos ayudantes para poder volar lejos. Me miró un segundo, me sonrió y comenzó con la nieta. En menos tiempo del que cuesta leer esto, su sangre dejó de manar, y pronto sus alitas transparentes vibraron y pudo volar de nuevo y hablar sin parar.
—Bueno, nieta, ¿sabes quién es este personaje que te ha traído?
—Sí, mi amigo Hojalata. Nos hemos conocido hoy y me parece tan de fiar que le he permitido traerme a casa.
—Más de fiar de lo que tú crees. ¿Sabes que ha empleado el resto de su energía en traerte y que ya no podrá volver? En poco tiempo se le acabará y se parará. Será como morirse. Aquí nadie lo encontrará ni lo podrá recargar.
—¡Oh, mi amigo! ¿Por qué no me has advertido el precio que ibas a pagar?
—Bueno, lo mío no es definitivo, lo tuyo sí que lo era. Ni lo he dudado.
—Nieta, ¿no recuerdas?: «Será en este siglo, cuando el Elegido venga...».
—Sí, la canción que cantábamos de niñas.
—Para que no la olvidaseis. Es la profecía del bosque. Cada siglo el bosque elige un mago para recoger y usar la magia y cuando acaba su mandato elige al siguiente Mago del Bosque. El anterior murió antes de hacerlo, pero dejó la profecía para informarnos. Y creo que el nuevo por fin está ya aquí —dijo mirándome.
—No puede ser, yo soy un robot, solo sé de magia lo que he leído y lo que he visto hoy.
—¿Me mentirías si te hago una pregunta?
—No, yo no puedo mentir.
— ¿Te ha dado mi nieta tu nombre, el de verdad, el que no se dice?
—Pues sí y me ha gustado mucho.
—Nieta, recita la profecía y dime en qué falla.
—Todo parece concordar de una forma extraña, pero repite dos veces que «será en este siglo», y el siglo de la profecía acabó en diciembre.
—Me gusta que frecuentes a los humanos, pues siempre se aprende algo. Y has aceptado el calendario humano. Para ellos hoy es el día de San Juan, y la noche es la de las brujas. En el bosque hoy es el fin del año y lo celebraremos a lo grande. El siglo termina también hoy.
»Mira a tu amigo, parece brillar de tanta energía que le ha dado el bosque. Ni se ha enterado de que sus baterías están cargadas y le durarán un siglo.
»Y qué orgullo, mi nieta es amiga del Mago del Bosque.
Esparvero (España)