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Fin de un hecho consecutivo
Carlos Enrique Saldívar
OJALÁ ESTO TERMINARA de una vez, mas no finalizará pronto, a menos que yo lo decida. En tanto continúe, mi cabeza retumbará en campanadas de infelicidad eviterna. Ha sido así desde el principio del tiempo, cuando Él tomó conciencia de lo que era y me dio el trabajo. Casi se podría decir que yo nací con Aquel, quien me llevó dentro de su esencia como una semilla inocente e implícita en su infinita grandiosidad, algo que le agradecí en aquel momento y me reconfortó durante esa época dorada. Yo lo quería, empero, ahora lo repudio por someterme a tan cruel destino, el cual me tiene tenso, aturdido, agotado, trastornado.
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No sé cuánto tiempo ha transcurrido, a veces les pregunto a las almas en espera cuánto tiempo ha pasado desde que estoy aquí, en este limbo. ¡Tonto, estúpido de mí! No puedo gozar de los frutos de mi labor, ni siquiera aquí mismo: en mi habitación sin paredes, sin piso ni techo. El aburrimiento me destroza, es lo mismo cada día, desde hace millones de años. Hace unos milenios el trabajo se ha incrementado; no tengo tiempo ni para sonreír, ni para pensar, ni un segundo de descanso, porque todo vuelve a empezar, vuelve a iniciarse este hecho, esta triste e inútil cosa que tanta desgracia ha traído al mundo, aunque también ha logrado un balance. Algo que una vez amé, pero que ya no quiero, algo que ahora odio. Perdón, Grandioso, he decidido poner las cosas en regla muy pronto. Una vez me dijiste que nunca debía moverme de mi sitio, ya que si lo hiciera, mucho se extinguiría: yo mismo y la armonía de este radiante sistema solar, y lo que hay más allá de todo aquello; en fin, mucho. Sin embargo, no temo, este empleo es durísimo y me siento tan cansado, estoy muy viejo, esta silla dura, de metal, en la que descanso no puede sostener ya mis agarrotados huesos. No tengo, como alguna vez, tiempo de comer. Hace siglos que no pruebo bocado, mi trabajo es continuo, no existe descanso. Mis enormes ojeras se están pudriendo, un insoportable olor escapa de mi piel y de mis ropas, carcomidos por los hongos del tiempo.
Tengo sueño, pero no puedo dormir, no puedo interrumpir mi labor, Él se enojaría, aunque sabe que no puede reemplazarme, ¡eso es lo más trágico! Soy único y especial, solo yo, en todo este universo, puede hacer esto, mas no puedo realizarlo por siempre, hace tiempo debí jubilarme, hace tiempo todo debió terminar, mas no existe ser que pueda ocupar mi lugar en este sector del cosmos, un espacio de tristeza milenaria, de lágrimas antiquísimas. Aquí estoy atrapado, debilitado, anciano, repleto de millones de años de existencia.
Aquí estoy desde que la vida se inició y aquí estaría para siempre si no hubiese pensado en detenerme, cosa que en breve conseguiré. Sé que hay otros con mi don, con mi talento, pero se encuentran en otras dimensiones, otros sistemas solares, otras galaxias, viviendo en estrellas lejanas; deben sentirse como yo: presos de un destino terrible que no les permite dedicarse a lo que aman. Por ahora, yo me aboco a este planeta. El amor que sentí alguna vez se ve hoy tan lejano, el odio surge en mi mente agónica, un repudio fuerte ante lo insostenible, ante el abuso y la explotación hacia mí por parte de quien me dirige.
El amor… yo amé una vez la música, escuchaba algunas veces sonidos provenientes del mundo, allí había jóvenes hermosos que tocaban instrumentos de ensueño, entre bosques frondosos, entre animales mansos. Estos muchachos también emitían bellos sonidos con sus bocas. Eran bondadosos, se amaban y luego cantaban; yo intentaba imitarlos, me gustaba oírlos y componer mis propias melodías para hacer más tolerable esta tarea cotidiana, para que mi asiduidad no acabara por derretir mis sesos. No obstante, a medida que el tiempo avanza, mi trabajo se ha doblado, triplicado, cuadriplicado, y continúa aumentando de forma acelerada. Cada vez transcurre un microsegundo tan solo entre cliente y cliente (o quizá víctimas). No hay tiempo ni para pestañear, no hay tiempo de soñar o suspirar, ni de cantar.
No existe tiempo para mí, solo es hora de verter lágrimas mientras escucho un nuevo llanto, un deslumbre esencial. A veces tenía visiones que reflejaban la luz de la naturaleza, pude ver la luna, el sol, conocer el amor de nuevo al poder vislumbrar entre reflejos de realidad a dos de mis clientes años después: un precioso hombre, una graciosa mujer. Soy un ser asexuado, no hay muchas especies como yo, pero una vez, hace mil años, me visitó otro ser asexuado, vestido de negro, que se rio de mí. Su labor es más fácil; él tampoco descansa, aunque está loco, y eso lo hace feliz. Yo tengo la maldición de estar cuerdo y por eso sufro, mis naranjas ropas carecen de brillo y perdieron las refulgencias voluminosas que tuvieron una vez. Me siento muy infeliz, soy desdichado, alguna vez desearía que todo terminara, pero no me atrevo, tengo miedo a la armonía que me controla, a mi jefe. Él también me teme, sabe que si renuncio todo acabará, por eso no debo flaquear y he de seguir, debe ser así, es mi destino, contra eso nada se puede hacer, ¿o acaso estoy confundido? Me siento apenado, no tengo nada que ocultar; me describo: cabellos canos que llegan al piso, huesos lánguidos atrapados por la tuberculosis. A veces se me cae la baba y algunas cosas innombrables se meten en mi carne, pero continúo, continúo siempre. Continúo. Tantas veces, durante milenios, me he sentido hastiado, fatigado, entristecido y ya no puedo seguir, nunca más podré hacerlo, ya ni puedo ponerme de pie, sigo sentado en la tortuosa silla de oro, metal del que nunca gocé. Desearía al menos un segundo de placer por parte de mi labor, mas no sirve de nada. Al principio de la vida, no pedí una paga. El contrato no me favoreció y, aunque al inicio hubo satisfacción, cuando apareció el primero, la primera, los siguientes, ese cálido sentimiento se fue difuminando en abismos de cruenta realidad, porque mis clientes no eran todos buenos. Hoy, muchos son despiadados y hacen cosas horribles por mi culpa. A veces escucho lamentos, ya no más música, sonidos de hembras que no debieron padecer aquello, gritos de mancebos gráciles que no se merecían eso. Escucho risas diabólicas y veo imágenes horribles. Empero, cierro los ojos y continúo. Continúo. Sigo, sigo, sigo en mi interminable labor, por los siglos de los siglos.
¿Hasta cuándo será así? Ni Él lo sabe y Él lo sabe casi todo, no obstante, desconoce esto. Sabe que algún día terminará, mas no durará mucho el receso, volverá a empezar y seguirá hasta una nueva eternidad, ya que es cierto que hay eternidades nuevas y las eternidades terminan en cierto momento para ceder paso a las eternidades jóvenes, aunque estas no son más que hijas de la terrible eternidad en donde yo estoy enclaustrado en este momento.
Como dije, a veces me sentía contento con algunos frutos de mi labor. Hace 2046 años me sentí feliz cuando se presentó el hijo del Grandioso, y muchas veces aparecieron ángeles bonitos que hacían que mi labor fuera tolerable, incluso cuando surgían como clientes míos. Hubo seres curiosos, los llamados supra, mutantes, psíquicos o semidioses. Me sentía totalmente fascinado y quería trabajar más, me empeñaba en hacer las cosas bien, sin embargo, de dichos seres ya no queda ni el más mínimo retazo. Así como hicieron su puesta en escena estas criaturas también hubo entidades feas que amenazaron el mundo y cometieron actos indescriptibles por mi culpa, pues sin mi ayuda nunca lo hubieran hecho. A mi jefe no le importó mucho, me di cuenta, casi nada le interesa, solo que le rindan tributo, que lo vanaglorien. En cambio, a mí nada de reconocimientos, de homenajes, no soy mencionado en los libros. Eso no es justo. Hay quienes han de imaginar que yo existo y, de entre estos, algunos me detestan, no me quieren, me odian, me echan la culpa de sus males y quizá yo sí sea responsable, aunque nunca ha sido mi intención hacer sufrir a nadie. Ellos contratan a aquel ser asexuado, mi rival, mi competencia, que los engatusa con la paz eterna y se los lleva en caballos de oscuridad hacia mundos insospechados y tenebrosos.
Mi jefe también es culpable, pero no se lamenta, no se conduele. Es indiferente a todo.
Me han traicionado, me han embaucado, no tiene sentido. Nada de lo que he hecho a través de los milenios tiene sentido. Lloro, tantos hijos, tantas mujeres, tantos hombres, y no poder comunicarme con ellos para expresarles mis emociones. Tantas crueldades, tantas destrucciones. Sí, es la mejor decisión que he tomado. Será lo mejor. Él no se enterará, pasa su tiempo despreocupado con las ninfas y los arcángeles, ya ni se ha puesto a controlar mi trabajo como antes lo hacía. Tiene todo el tiempo del mundo, su trabajo a través de los años se ha reducido, Él así lo dispuso. ¿Por qué yo no puedo hacer lo mismo? No soy más débil que Él, me he dado cuenta. Mi trabajo ha aumentado, no me detengo, un cliente, luego otro, otro y otro… Mientras suelto estos pensamientos, que ojalá puedan ser captados en el espacio sublime por algún poeta en sus meditaciones, estoy trabajando. En tanto cuento la gran pena de mi corazón, estoy laborando, cumpliendo esta gran labor que no aguanto y... Sigo y sigo. Y sigo, sigo, sigo.
Sigo, sigo, sigo, sigo. Uno, otro, otro, otro, otro y otro. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez…
...once, doce, trece, catorce, quince, ¡hasta cuándo! No podré soportarlo más, estoy viejo, demasiado viejo. Quiero descansar, dormir, quiero... ¡morir! Sí, eso, morir. Creo que pronto vendrá, escucho la risa de aquel ser sin sexo, vestido de negro, que vuela como un espectro. Me hará la visita definitiva, esa será mi salvación. Ya llegará. Por el momento... Me detendré. Aún no. Muy pronto le pondré fin a este perturbador hecho consecutivo que me hace sentirme tan infeliz, nadie nunca se ha preocupado por mí, solo yo puedo hacer algo por mí mismo. A este mundo, a esta Tierra fastuosa, enorme, convulsionada por momentos, puedo decirle que lo siento, pero es lo mejor, quisiera justificar de esta manera el cese de mis actos, quisiera presentar una afinada carta de renuncia pero no hay tiempo. Lo hago hablando a todo pulmón: RENUNCIO a esta trágica labor, aún no, todavía no, en unos segundos, detendré mi trabajo, ya no me moveré, en unos segundos, en solo unos segundos.
El ser oscuro se acerca, es mi salvador, no estoy loco ja, ja, ja, ja, ja, ja, no estoy loco como él. Me siento dichoso, depende de mí nada más y ya tomé mi decisión; no hay nadie que pueda detenerme, perdón, quise decir no hay nadie que pueda hacerme seguir, porque en cuanto cese mis actividades se acabará todo, llegara el fin total, en unos segundos, en breve, en poquísimos segundos. La inercia de mi trabajo tan continuo, tan seguido, un cliente tras otro, tan recargado, me impide detenerme, pero en cualquier momento pararé.
Llegan más clientes, qué locura, no puedo ni pestañear, no puedo cesar, más clientes.
Ni siquiera Él, distraído en su poder infinito, logrará evitarlo. En este momento soy como Aquel y cuando me detenga, seré más grande. Desdichado será cuando lo descubra, desdichados todos. El egoísmo es tan lindo y placentero… feliz de mí.
Un segundo, otro segundo, otro segundo, cada segundo diez seres humanos en el mundo, cada segundo multitud de animales, plantas, bacterias, hongos, gérmenes, amebas; a cada milésima de segundo en el mundo hay un cliente, un nuevo cliente, un nuevo cliente y otro, otro más. Haré mi cuenta regresiva por cada cliente: 10, 9, 8, 7...
6... Muy pronto, en unos segundos cesaré.
5... Nadie podrá nunca hacerme continuar.
4... Me detendré, no lo soporto, mis sesos se salen por mi nariz, debo parar.
3... Mi estómago se hincha, mis intestinos intentan escaparse por mi ombligo.
2... Vomito… mis ojos se quieren salir, debo detenerme, lo haré en un segundo.
1... Ahora… ya... a punto de detenerme... estoy parando... paro... me he detenido.
Mi nombre es Balsmun Vita, el dios de la vida. Presidía los nacimientos, pero ahora me estoy sumergiendo en un sueño que durará mil, cien mil, un millón, o de seguro más años.
Qué dulce es no vivir…
Ilustración de Humberto Nieto L.
Carlos Enrique Saldívar Rosas (Perú) Blog: fanzineelhorla.blogspot.pe