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Coincidencia
Carmen Martínez Marín
CLARA ES UNA MUJER sencilla, sin pretensiones ni ambiciones lejanas. Vive en una ciudad donde el sol nunca falta a su cita diaria, sólo en los escasos días de lluvia que trae el suave invierno.
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Esta mañana de primavera le han soplado el título de un libro que le ha parecido interesante. A pesar de tener las estanterías de su biblioteca llenas desde hace ya algún tiempo, y sabiendo que materialmente no tiene espacio para más libros, no se resiste a seguir comprando. Piensa siempre «para mis hijos». Por la tarde se ha dirigido a la librería de costumbre para hacerse con él. El librero la conoce. —Hola, buenas tardes. Le dice el título y la editorial. Del nombre del autor sólo sabe un apellido. Andrés teclea en el ordenador el nombre de la novela y dice: fulanito… Clara le confirma: sí, ese es.
—No lo tenemos. ¿Te lo pido?
—Sí. Hola, ¿qué tal? —saluda a la otra dependienta que, sin conocerla mucho, sólo de ir por allí de vez en cuando, es muy amable y atenta con ella.
Cuando Clara se dispone a darle el número de teléfono para que le avisen al recibir el ejemplar, el librero un tanto sorprendido, le dice aseverando:
—Yo sé quién te ha recomendado este libro.
—¿Sí? ¿Quién? —pregunta un tanto extrañada.
Ha sido perenganito… El otro día vino por aquí y me dijo: «Quiero este libro y ya puedes pedir unos cuantos ejemplares, que lo voy a recomendar a un grupo de amigos». Y mira tú por dónde, ahora llegas y me lo pides. ¿Tú lo conoces?
—No —contesta Clara aún más extrañada si cabe.
Cuando Andrés empieza a tomar nota del teléfono, se para y le dice:
—No, espera, ayer pedí unos cuantos
volúmenes. Mañana me llamas que te reservo uno. Los encargué a mi nombre. Yo te lo aparto.
Clara se ha quedado extrañada, no sabe qué decir. Tan sorprendida está que le dice:
—No, si yo tampoco lo conozco personalmente. Sé que está retirado del magisterio y que vive para sus aficiones, la familia y los nietos. Me parece una persona muy interesante, sabe de casi todo. Y no es de los que presume. Tengo la sensación de que es una persona feliz.
Ahora pasea de vuelta a casa con una sonrisa que agranda su cara. Se siente ágil, alegre y satisfecha. Hace tiempo que abrió una ventana a la que no dejan de entrar cada día aires nuevos, suaves, de los que confirman que hay personas que sin conocerlas te pueden ayudar, sin saberlo.
A Clara la vida le va bien, está sana y tiene una familia. Ella dice de sí misma, ser una mujer afortunada. Clara, «de origen ilustre», del latín clarus. Nada que ver con cómo es.
Esta mujer es clara como el agua que brota en un río en su nacimiento, fresca, transparente, alegre, bella, habladora; le gusta decir las cosas de frente, mirando a los ojos, para ver siempre el color de las palabras.
Me la encontré aquel día cuando yo salía de la misma librería que ella. Me gustó que me contara «su coincidencia». Clara y yo nos conocemos desde la universidad. Estaba enamorada de ella. Esto me ha hecho recordar que otra fue la coincidencia que nos separó entonces. Esta quedará sólo en mi memoria, en esa memoria que ahora voy perdiendo por los caminos de la vida que transito, la que me queda por vivir. Tengo que ir más a menudo por la librería. Quizás otro día me encuentre con Clara y me saque de la oscuridad que me acompaña en soledad, una soledad no buscada, como aquella de los tiempos lejanos.
Sigo caminando, cuando me llama poderosamente la atención un escaparate, me acerco y miro. Enseguida veo reflejada sobre la luna una figura femenina. Cuando me doy la vuelta, oigo:
—Juan, nos tomamos un café y charlamos un rato. ¿Te parece?
—Sí. No sabes cómo me apetece, Clara.
Las coincidencias nunca vienen solas, el tiempo hace a veces de testigo en lo que, pudiendo haber sido, no fue.
Por los grandes ventanales de la vieja cafetería se ve a un hombre y a una mujer que hablan animadamente. En sus gestos se observa la fortuna del reencuentro.
Fotografías de la autora
Carmen Martínez Marín (España) Blog: aymaricarmen.blogspot.com